El Dolor de Amarte

Tema en 'Fanfics Abandonados de Inuyasha Ranma y Rinne' iniciado por Lady Akari, 3 Enero 2012.

  1.  
    Lady Akari

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    Escritora
    Título:
    El Dolor de Amarte
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    2
     
    Palabras:
    5261
    Titulo: El Dolor de Amarte.

    Hecho por: Lady Akari

    Género: Romance/Drama

    Resumen: A pesar de las lágrimas, del dolor insoportable que sentía en el alma al saberlo perdido desde siempre y mucho más, sabía que a pesar de todo eso, amarlo… era la decisión correcta.

    Disclaimer: Todos los personajes de Inuyasha le pertenecen a Rumiko Takahashi.














    Capitulo 1°-

    "El Dolor de Amarte."
    El movimiento de los grandes y añejos árboles que rodeaban aquel pequeño parquezuelo en total abandono era sumamente aterrador, pero no tanto como el sonido de los truenos y relámpagos que aparecían una y otra vez iluminando los oscuros y tormentosos cielos en una combinación totalmente explosiva de colores dignos de un sueño o pesadilla.

    Sus pasos eran lentos y torpes al tratar de moverse en medio de aquella fría tormenta, pero solo le faltaba un poco… solo un poco más y todo habría terminado.

    -Calma, todo acabara pronto y por fin estarás a salvo.- Le habló con voz dulce y temblorosa al pequeño y húmedo bulto que protegía de la fuerte lluvia cubriéndolo con sus brazos y el cual ahora no paraba de moverse inquieta a causa del frío viento, buscando con eso el conseguir inútilmente el calor robado.

    Cruzó aquel desolado parque sin mayores problemas, al cansando a divisar a lo lejos los barrotes de aquella vieja puerta que servía como entrada a la parroquia que con tanto esfuerzo logró el llegar. Después de algunos minutos entró, caminando por el empedrado y resbaladizo suelo, teniendo mucho cuidado de no dejar caer en un descuido aquel pequeño cuerpecito que temblaba entre sus heladas manos. Subió unos cuantos escalones y cuando al fin estuvo frente al par de enormes puertas de madera que la separaban del interior bajó su mirada a aquellos brillantes y dulces ojos color chocolate que la miraban curiosos y a la vez asustadizos, sintiendo a las decenas de lagrimas agolpándose una seguida de la otra. Sabía que no era justo el hacerle eso a la personita que con tanto fervor protegía, sin embargo, también estaba consiente que era por esa misma razón por lo que estaba en aquel lugar… para protegerla.

    -Espero que…- Guardó silencio contemplando el tierno mirar de la pequeña, rozando con una de sus manos sus tersas y sonrosadas mejillas. – Espero que Dios y todos los santos te protejan pequeña mía.- Y dicho esto, bajo a la infante y con un fuerte movimiento, toco las puertas de aquel lugar, retirándose sólo en el segundo en que un par de pasos se hacían más próximos a ella.

    -Te aseguró que Dios y los cielos te harán un día justicia… pero por ahora, perdóname.-
    Sus largos cabellos caían con una gran gracia sobre su espalda mientras se mantenía enfrente de aquel pequeño altar cubierto de diferentes flores, todas ellas bellas y esplendorosas, resaltando entre todas ellas una mediana caja color oro la cual mantenía escrito con elegantes letras plateadas el nombre que continuamente escapaba de su boca en incontables plegarías "Kanna Taisho".

    -Izayoi, aun continúas aquí.- Escuchó que le hablaban con voz tranquila y conciliadora.- No es sano el que estés aquí hija mía, solo te torturas inútilmente.- Le dijo el sacerdote acercándose al altar en donde la joven mujer se mantenía por horas desde hacía más de un mes entero.

    -Al contrarío, solo el estando aquí cerca de ella, puedo estar tranquila, padre.- Le respondió con voz segura mientras contemplaba con sus cansados ojos la urna que guardaba las cenizas de su amada hija.

    -Dime hija, ya sabes que le dirás a tú marido cuando se enteré de lo sucedido.- Preguntó aquel hombre, logrando que la angustia surcara nuevamente por aquel entristecido rostro.

    -No, el no puede saberlo padre, jamás… él jamás me lo perdonaría.- Rogó desesperada tomando de las ropas del clérigo.

    -Pero Izayoi, lo sucedido no fue tú culpa, fue tan solo un accidente.- Trató de razonar tranquilamente.

    -Se equivoca, si fue mí culpa, si tan solo hubiese tenido más cuidado no habría perdido a mí bebé.- Lloró desconsolada recordando el terrible día que estando sola calló por las escaleras.

    Dos fuertes golpes resonaron por toda la capilla haciendo saltar en sus lugares a las dos únicas personas que habitaban su interior, en donde la mayor de los dos se puso de pie y se dirigió a las puertas, pensando que seguramente era un fiel que estaba ahí para pedir asilo. Izayoi esperó paciente hasta ver regresar al párroco, quien al hacerlo por alguna razón mantenía la mirada totalmente perdida, como si hubiese visto algo increíble e inconcebible.

    -Se encuentra bien.- Preguntó preocupada al ver que el hombre aun no reaccionaba, bajando su mirada a ese bulto envuelto por mantas sucias y mojadas que sostenía y que al parecer ese era el motivo de su estado.- Pero si es…- Llevó una mano hacía su boca para cubrir su asombro. No caminó más de tres pasos cuando ya se encontraba frente aquel hombre que con cuidado le ofreció a la pequeña que ahora cansada de llorar dormía temblando aun en busca de calor.

    -Esto no es posible, Dios mío.- Le escuchó decir una y otra vez mientras se postraba de rodillas delante de aquella enorme figura religiosa.

    Izayoi regresó a la pequeñita que comenzaba a moverse al sentirse en brazos desconocidos para ella, sintiendo una calida alegría el cubrirla al ver por primera vez abrir esos tiernos ojos. Eran grandes y hermosos, bañados por una luz y resplandor que daban a entender que tan solo era un bello querubín que había perdido su rumbo y había caído del cielo para consolar con su presencia sus penas y remordimientos.

    -No se preocupé más padre, yo me quedaré con ella.- Dijo con voz alegre y llena de ilusión mientras su mirada se perdía una vez más en aquella chocolate.

    -Pero, Izayoi no puedes hacer eso…- Resopló moviendo sus manos con nerviosismo.- Esta pequeña no es tuya, seguramente alguien la reclamara.- Habló optimista mientras contemplaba a la bella mujer sostener en sus brazos a la infante.

    -Padre, sea realista… en verdad piensa que alguien la reclamará después de haberla abandonado aquí, además, sabe que conmigo nunca le faltara nada y tendrá todo cuanto sus tiernas manitas pidan.- Respondió convencida de que aquello sucedería.

    -Pero, Izayoi…-

    -Padre, por favor se lo suplicó déjeme cuidar de esta criatura que por algún milagro de Dios a llegado a mí vida para llenarla de alegrías y felicidad.- Imploró con la voz desquebrajada por las lagrimas que se deslizaban por sus mejillas y ahogaban sus palabras en el fondo de su garganta.

    -Esta bien hija mía, solo roguemos a los cielos por no haber hecho lo incorrecto.-

    -Solo una última cosa me gustaría pedirle padre.- Se apresuró a decirle al clérigo que comenzaba a marcharse al interior de la sacristía.

    -Dime hija mía.- Detuvo sus pasos al ver a la mujer aproximarse con su ahora hija.

    -Bendígala, para que Dios y sus ángeles la protejan y la guarden de todo mal, se lo pido padre.- Le dijo mientras le entregaba el frágil cuerpo de la pequeña.

    -Y cual será el nombre de este angelito.- Sonrío al ver como esa trabezuela sostenía con su propia fuerza los ásperos dedos del párroco que con tanta ternura se mostraba ante su hija, ampliando más su sonrisa al pensar en el nombre que había escogido para la personita que tan inquieta y juguetona parecía ser.

    -Kagome… su nombre será, Kagome Taisho.-



    Miró nuevamente su reloj, comprobando con nerviosismo que tan solo faltaban treinta minutos y su avión partiría. Cansada de permanecer quieta, se puso de pie, acercándose a la enorme pantalla que anunciaba las salidas y llegadas de todo el aeropuerto, sintiendo un gran nudo en el estomago al imaginar que en solo algunas horas estaría de nuevo en casa. Por un segundo mostró una sonrisa de felicidad al recordar que por fin vería a su madre, pesándole en el alma el no haber estado con ella durante estos dos largos años de aislamiento. Sin embargo, al recordar también a la persona que la había obligado a tomar esa decisión, no pudo evitar el sentir la urgente necesidad de tomar su maleta y salir huyendo por la primera puerta que se cruzara por su camino.

    -Kagome, todo esta listo, podemos abordar cuando lo desees.- Se giró sobre sus hombros al escuchar su nombre, encontrándose con aquella mujer de largos cabellos tan azabaches como los suyos, quien la miraba en expectativa de algún radical cambio de opinión.

    -No se si pueda verle de nuevo, Midoriko.- Habló con pesar la joven adolescente de quince años, mientras recibía aquel boleto de avión entre sus manos.

    -Debes ser fuerte pequeña, sabes que tarde o temprano lo tendrás que enfrentar… además, no puedes continuar excusándote con tú madre, si es así ella podría sospechar que…-

    -¡Ni siquiera lo digas!- Recalcó fuertemente impidiéndole el terminar. Se giró de nuevo asía la enorme pantalla, provocando que sus negros cabellos hicieran un elegante y singular movimiento al hacerlo. No deseaba recordar nada, al menos no hasta que ese maldito avión tocara tierra nuevamente y se encontrara en su hogar.- Te imaginas lo que pasaría si mamá se llegara a enterar del verdadero motivo por el que me he negado a ir a verlos… ella jamás me lo perdonaría, y tendría toda la razón en no hacerlo.- Se dijo más para sí que para aquella mujer que había sido como su segunda madre al haber cuidado de ella en aquellos duros años en que todo su tormento había iniciado.

    -No seas tan dura contigo misma, Kagome… recuerda, en esas decisiones el corazón está antes que la razón.- Trató de consolarla al tiempo en que tocaba su hombro en señal de apoyo.

    -Sea como sea, Midoriko… esperemos que esta visita no termine en tragedia.- Le dijo como última cosa antes de tomar su bolso y su maleta y dirigirse finalmente a aquel largo pasillo, en el cual las aguardaban las dos azafatas que muy gentilmente recibieron sus boletos permitiéndoles así el acceso al interior.

    Dio media vuelta al sentir la fría brisa de invierno, observando como en ese instante se cerraban las puertas y sintiendo como aquel terrible presentimiento caía sobre ella, dándole a entender que su llegada no traería nada, nada bueno.

    El transcurso del vuelo había sido de lo más tranquilo y a pasar de haber estado abordo por algunas horas sentía que solamente habían pasado minutos desde que había tomado asiento junto con Midoriko. Su nerviosa y perturbada mirada contemplaba sin mucho interés los alrededores que se alcanzaban a divisar desde la ventanilla del auto en el que se encontraba, notando por la familiaridad de los lugares que no faltaba mucho para llegar a las puertas de su casa.

    Se movió inquieta en su lugar al ver el enorme par de puertas abrirse y darle pasó a aquel auto que lentamente comenzaba a adentrarse, reaccionando solamente en el momento en que el chofer abría la puerta informándole que por fin estaban de regreso. Subió los pequeños escalones de manera casi mecánica, escuchando mientras se alejaba la voz de Midoriko que hablaba con el chofer indicándole que comenzara a bajar el equipaje. Una enorme nostalgia se apoderó de ella al ver como todo estaba exactamente igual, como si el tiempo se hubiese detenido dos años atrás cuando estaba en esa misma habitación de estar despidiéndose de toda su familia antes de partir rumbo al aeropuerto y así desaparecer de forma tan repentina como había llegado.

    -Pero qué es lo que estoy haciendo aquí.- Se preguntó angustiada pasando una mano por sus azabaches cabellos en un intento por guardar la poca calma y compostura que le quedaba.- Tengo que salir de este lugar cuanto antes.- Habló en tono casi desesperado al momento en que comprobaba que sus sospechas eran acertadas y no sería capaz de estar en esa casa en donde todo, hasta el más pequeño rincón le recordaban al culpable de su malestar. Ya después le explicaría y se excusaría ante su madre como siempre, pero por ahora no podía estar por más tiempo ahí.

    -Hola, buscabas a alguien en especial.- Escuchó decir a sus espaldas con voz firme, dejando resaltar en ella a una presencia por demás arrolladora.

    -"Esa voz".- Se repetía una y otra vez en su mente.

    No hacía falta girarse para saber la identidad del sujeto que le hablaba a sus espaldas… lo conocía, conocía por demás aquella voz que por dos años temió el escuchar de nuevo. Esa voz que era capaz de ponerla en ese estado de caos total con tan solo percibirla cerca. Cerró sus ojos con gran ímpetu deseando que todo aquello fuera otro de sus sueños en los que se veía a ella misma y en aquellas misma condiciones, pero no, nada pasaba, no despertaba como de costumbre sobre su amplia y cómoda cama al abrir sus ojos escuchando los reclamos matutinos de Midoriko que trataba inútilmente de apresurarla para no llegar tarde al colegio como en la mayoría de las ocasiones.

    -Disculpa, me escuchaste.- Preguntó por segunda vez tratando de llamar su atención, intrigándole el hecho de saber quien rayos era aquella joven que permanecía tan rígida como una roca.

    Trató por todos los medios el poder responderle pero lo único que consiguió fue que todas sus palabras se agolparan tan abruptamente en su garganta que no le permitían gesticular más allá de nada. Movió su cabeza en modo de afirmación al ver que no tendría otra forma de hacerle ver a la persona detrás de ella que no estaba tratando con una total sorda como estaba segura se imaginaba. Le escuchó soltar un sonoro suspiro de fastidio, lo que significaba que su corta paciencia llegaba a su fin. Casi podría apostar la exacta pose que tendría en aquellos momentos. Su alto cuerpo erguido y firme, sosteniendo con sus grandes manos los confines del gran sillón que se mantenía delante de él mientras que aquella hermosa y seductora cabellera caía como una cristalina cascada sobre sus anchos hombros al tiempo en que le miraba con aquellos ojos… por Dios, si que anhelaba ver de nuevo aquellos ojos tan únicos, esos ojos que eran una terrible amenaza si por error navegabas demasiado tiempo en ellos, pues corrías el riesgo de nunca más regresar siendo atrapada por aquellas ambarinas gemas.

    Parecía que se había olvidado por completo de su existencia en ese lugar, y como si hubiese leído sus pensamientos le vio el comenzar a girarse lentamente hacía su persona, como si tuviese miedo de algo que aun no comprendía. El vaivén de aquellos azabaches rizos que se mantenían en la punta de sus largos cabellos lo turbó por algunos segundos, pues daba la impresión de que lo seducían a que hundiera sus dedos sobre ellos y comprobar así la suavidad que dejaban ver. Sin embargo, no fue eso lo que en verdad lo aturdió del todo, si no el hecho de verla finalmente frente a frente… por todos los santísimos cielos, en verdad que era hermosa a pesar de la escasa edad que dejaba ver. Vestía unos pantalones de vestir color crema que en combinación con aquel juvenil abrigo color rosa la mostraban deslumbrante, dejando ver el drástico cambio que había sufrido su cuerpo en este tiempo de ausencia. Su ambarina mirada la recorrió entera, desde aquellos cabellos tan sedosos y oscuros como las noches de invierno, sus cremosas mejillas resaltadas por un leve sonrojo que si no se equivocaba parecía aumentar conforme avanzaba su exploración sobre ella, hasta aquellos labios semiabiertos que inhalaban y exhalaban el vital aire. Su mirada se detuvo ahí, notando como aquellos labios comenzaban a temblar… sería por el frío o quizás por él…no pudo evitar el cuestionárselo sin alejar su mirar sobre ellos, deseando por un arrollador segundo aplacar su malestar con los suyos propios y comprobar así si en verdad serían tan dulces y embriagadores como se veían desde aquella distancia.

    Los segundos de silencio parecieron eternos en verdad, segundos en los que ninguno de los dos dijo absolutamente nada. Su respiración ya era tosca e inestable para su gusto, sintiendo como los movimientos de su corazón habían dejado de ser simples latidos para convertirse ahora en ensordecedores zumbidos que daba la impresión y terminarían por hacer reventar en cientos de pedazos a aquel órgano que tan fácilmente reaccionaba ante aquel par de ojos color ámbar. Apretó sus puños con fuerza, dándose con eso al menos un poco del valor que tanta falta le hacía y del cual carecía terriblemente en esos momentos.

    -Inu… yasha.- Le escuchó decir en una voz tan baja que si no fuese porque tenía un excelente sentido auditivo jamás habría logrado el oír. ¿Pero acaso había dicho su nombre?… si, no podía haberse equivocado, pero como, eso significaba que aquella joven lo conocía. La curiosidad se apodero de él, obligándolo a indagar más sobre la identidad de la joven y las razones del porque le conocía.

    -Acaso nos conocemos.- No pudo evitar el preguntar, notando como el labio inferior de la joven comenzaba a temblar de nuevo.

    -Más de lo que tú mismo podrías recordar.- Le respondió más audible que antes, dejando escapar ese tono tan notorio de tristeza que no paso desapercibido para Inuyasha.

    -Lo lamento pero no te recuerdo, segura que nos conocemos.- Preguntó por segunda vez, observando como sus palabras habían ocasionado que sus labios se ampliaran en una bella pero triste sonrisa demostrándole que eran ciertas sus palabras y que el tenía tan mala memoria que se había olvidado sobre la existencia de la joven.

    -Solamente bastaron dos años para que te olvidaras de mí, Inuyasha.- Le habló dolida.

    Abrió sus ojos de golpe ante aquellas palabras, levantando su mirada hacía la de la joven observando su infinita calidez. No podía ser cierto, debía de haber algún tipo de error, de ninguna manera podía ser ella, sin embargo, al ver ese dulce tono chocolate en su mirar despejo todas sus dudas.

    -No puede ser…- Habló cohibido por el momento que vivía.- Tú eres…-

    -Kagome, todo bien.- Le escuchó decir a Midoriko mientras caminaba al interior de la casa, agradeciendo a los cielos por su atinada y acertada llegada.

    -Ahm si, no te preocupes, Midoriko.- Atinó a decir mientras se aproximaba a la mujer alejándose a una distancia prudente del joven de larga cabellera plateada, quien al parecer aun continuaba sumergido en su propia sorpresa ante la llegada de Kagome.

    Unas suaves pisadas se escucharon, y las cuales se aproximaban a ellos. Sus infantiles y joviales ojos se regocijaron en felicidad al verle de pie en la enorme escalera vestida con ese elegante traje que resaltaba su madura belleza. Su corazón dio un vuelco de 180 grados al verle por fin después de esos dos largos y angustiantes años, sintiendo correr en sus venas adrenalina pura de la emoción tan grande que la albergaba. Ni siquiera le permitió el dar el primer paso para bajar las escaleras cuando la joven ya se encontraba acaparando los brazos de su madre que por tantas tristes ocasiones añoro el que se mantuvieran cubriéndola tal y como la mantenían ahora.

    -Mamá te extrañe tanto, me hiciste mucha falta.- Le confesó aun abrazada a ella.- Tú me extrañaste, mamá.- Preguntó en tono angustiante mientras levantaba su vista hacía el perfecto maquillaje que cubría su rostro… sabía muy bien que si, sus protectores brazos se lo confirmaban pero el escucharlo decir de ella era una necesidad.

    -Amor mío, pero que clase de pregunta es esa… dime, que madre no echaría de menos a un hijo que se aparta de su lado por tanto tiempo.- Las palabras de su madre sonaban lógicas.
    -Midoriko, amiga mía… como podré pagarte lo que has hecho por mí hija.- Habló la mujer comenzando a bajar las escaleras ahora en compañía de Kagome. La misma imagen de segundos atrás se volvió a repetir, siendo ahora Midoriko quien abrazara a su madre en un afectivo y fraternal abrazo. Ambas eran amigas prácticamente desde siempre, reforzando su amistad desde el día en que Kagome había venido al mundo, como si ambas compartieran una especie de complicidad en torno a la joven estudiante.

    -El ver esa sonrisa en los labios de Kagome es el mejor pago que podría obtener.- Dijo en el instante en que ambas mujeres observaban a Kagome.

    -Hija mía como has cambiado, solo mírate… ya dejaste de ser la misma niña que hace dos años nos comunico a todos que se marcharía a estudiar en el extranjero… estas hermosa, Kagome.- Le halagó su madre haciéndola sonrojar ante sus palabras.

    Unas sonoras y hasta en un punto cínicas risas interrumpieron aquel perfecto momento, dirigiéndose tres pares de miradas hacía el culpable de arruinar aquel instante.

    -Pero que cosas dices, esta bien que Kagome sea tú hija y tengas que hacerla sentir bien pero no es para que llegues al extremo de mentir así.- Habló arrogante y mordazmente como era su costumbre, doliéndole profundamente las palabras que Inuyasha acababa de decirle. Le miró con los ojos chispeantes en furia extrema y juraría que si no hubiese sido por su madre y Midoriko se hubiese lanzado sobre él para darle su merecido aunque fuese a punta de bofetadas.

    -Pero que clase de comentarios son esos, Inuyasha.- Aseveró Izayoi con molestia ante el comportamiento del joven.

    -La verdad, tan puro y simple como eso.- Atacó de nuevo, ahora mirando exclusivamente a la joven mientras tomaba una de sus arrogantes poses.- Mejor me retiró, mañana hay examen y tengo mucho por estudiar.- Les comunicó al trío de mujeres presentes mientras se hacía camino hacía las escaleras, más las palabras de su madre lo detuvieron.

    -Al menos ya le diste la bienvenida a tú hermana.- Preguntó la mujer.

    -Bienvenida a casa "hermanita", solo esperemos que en esta ocasión te dignes a despedirte de todos antes de partir.- Acusó con un tono resentido, sabiendo que su joven hermana comprendería sus palabras.

    Kagome lo contemplo el subir escaleras arriba y perderse entre uno de los pasillos del segundo piso, escuchando segundos después el sonido tan estrepitoso que se dejo escuchar cuando la puerta de su habitación se cerró de un golpe.

    -Discúlpalo hija, sabes que Inuyasha es un poco impulsivo, él te quiere mucho pero aun le cuesta trabajo olvidar que te marchaste de esta casa sin siquiera despedirte de él sabiendo lo importante que eras en su vida.-

    -Lo se y también se que de alguna manera me merezco todo lo que me dijo pero aun así no dejan de dolerme sus palabras.-

    -Kagome, porque no subes a descansar, así estarás fresca para la hora de la cena, además estoy segura que tú querida madre desea saber con lujo de detalle todo lo que hiciste en este tiempo.- Kagome le miró con agradecimiento, sabía perfectamente que hacía todo eso para que estuviera preparada mentalmente ante todo lo que se avecinaba.

    -Esta bien, nos veremos a la hora de la cena.- Se acercó a su madre y beso su mejilla antes de retirarse, recibiendo un "descansa" de su parte.

    Asía varios minutos ya que había dejado de escuchar las voces de aquellas mujeres, tratando de enfocar nuevamente toda su atención a aquel grueso y pesado libro de algebra que descansaba sobre su escritorio. Lo ojeo pensativo mientras elegía que tipo de ecuación resolvería ahora, notando como el sol comenzaba con su retirada, provocando que los cielos explotaran en una maravillosa combinación de tonalidades naranjas y violetas. Encendió las luces al verse carente de ella, exponiendo así los confines de su amplia y basta habitación. La decoración era de un excelente gusto masculino, y todo cuanto se observaba era de una elegancia y finura de primera.

    -Maldición… no debería afectarme tanto.- Se escuchó decir al tiempo en que arrojaba aquel estúpido libro lo más lejos posible, ya se encargaría de continuar más tarde con sus estudios, por ahora solo deseba descansar y pensar.

    Se dejó caer pesadamente sobre la mullida cama, sintiendo apenas el leve rebote sobre él. Hundió su rostro en la almohada, permaneciendo en esa posición por varios minutos, todo iba bien hasta que a su mente le asalto el recuerdo de su jovial hermana, no pudiendo evitar el maldecir entre dientes su suerte.

    -Solamente bastaron dos años para que te olvidaras de mí, Inuyasha.-

    Fueron las palabras exactas que ella le había dicho. Sonrió ante ellas, si Kagome supiera que aquellas palabras no podrían ser más erradas, que durante estos dos años tenía la esperanza de que ella al menos se comunicara con él, que le avisara su estado, que le dijera que estaba bien y que no ocurría nada malo… pero lamentablemente nada de eso había pasado y sus esperanzas de que aquello en verdad sucediera se esfumaban tan rápido como crecía el resentimiento que sentía ahora hacía su persona. Desde pequeños ambos se habían mantenido siempre juntos, pues sabían que entre ambos había un lazo mucho más fuerte que la sangre de hermanos, y era la amistad… los dos eran amigos, confidentes e inclusive cómplices de infinidad de travesuras y calamidades. Pero todo había cambiado de un día para otro sin siquiera haberlo sentido, Kagome se alejó de él, y a todo lo relacionado a sus asuntos y para colmo de males un día como si nada decide irse al extranjero sin siquiera haber dado la cara, huyendo como un vil cobarde de algo que aun era un total misterio para él.

    Levantó su rostro perturbado aun por todo lo que había experimentado por ese día, observando sobre su mesita de noche aquella vieja fotografía que desde hacía varios años descansaba en ese mismo sitio. Extendió uno de sus largos brazos para alcanzarla, no pudiendo evitar sonreír con nostalgia al ver a una pequeña niña con cortas y oscuras coletas siendo abrazada por un niño de unos peculiares ojos color ámbar. Como echaba de menos esos tiempo en que todo era mucho más sencillo y en donde ambos aun eran cercanos. Su mente no pudo evitar el hacer comparaciones con la joven, pues aun mantenía muy presente la gran impresión que se llevó al verla… pero donde rayos se había quedado aquella pequeña de la fotografía. Todo en ella era diferente, radicalmente diferente, inclusive aun podía sentir la fuerte corriente eléctrica que le ocasionó con solo verle parada frente a él.

    -Pero en que demonios estoy pensando.- Se dijo al darse cuenta del rumbo tan desconocido que comenzaba a tomar todo eso.- Seguramente estoy tan cansado que ya ni siquiera se lo que estoy diciendo.- Aseguró mientras decidía dormir algunos minutos antes de bajar a cenar, ya tendría tiempo para averiguar las razones que su hermana había tenido para dejarlo, tarde o temprano lo descubriría de eso estaba seguro.


    Kagome abrió sus ojos con pesadumbre, pues aun le parecía sentir el escozor de las lágrimas que bajan una y otra vez sobre sus húmedas mejillas. Se levantó de la cama decidida a arreglarse para bajar, sorprendiéndole el estado en el que se encontraba. Sus ojos se mantenían hinchados por el llanto, sintiéndolos terriblemente pesados con cada movimiento. Su cabello estaba alborotado como si fuese una bola de algodón azotada por el viento de primavera y sus ropas hechas un total caos al verse tan arrugadas como si nunca hubiesen sido planchadas .

    -Soy un desastre ambulante.- Habló con gracia ante sus propios comentarios.

    -Bienvenida a casa "hermanita", solo esperemos que en esta ocasión te dignes a despedirte de todos antes de partir.-

    La imagen de Inuyasha mientras subía las escaleras fastidiosamente apareció en su mente como un recordatorio ante sus palabras tan mordaces y crueles, siendo un extraño momento a como ella lo recordaba en el pasado, aunque comprendiendo su postura lo entendía. Inuyasha y ella habían sido los mejores amigos desde siempre, pero todos esos días llenos de juegos y risas divertidas habían terminado desde él día en que el joven había adquirido un valor aun más especial del que debería para ella. El miedo y la inseguridad la aturdieron por completo a sus escasos trece años de edad, orillándola a hacer lo que hasta estas fechas consideraba lo correcto.

    Sí, había decidido irse lo más lejos posible, costándole demasiado trabajo el convencer a su madre a que accediera el dejarla ir a tan temprana edad y que si no hubiese sido por Midoriko, habría sido algo verdaderamente imposible. El día de su partida fue un calvario en verdad, pues ver la tristeza reflejada en los ojos de su madre al saber que pronto partiría le habían desgarrado el alma. Recordaba que en esa ocasión Inuyasha había sido el único integrante de la casa que no se encontraba presente para despedirla y la razón era que su joven hermano se encontraba participando en un importante proyecto fuera de la ciudad, prefiriéndolo de esa forma y optando el decirle adiós con la carta que sin sospechar había oculto entre sus ropas antes de que este cerrara la maleta que llevaría a su viaje. Solamente habían transcurrido unos días cuando había recibido la llamada de su madre que deseba ansiosa saber de ella y que angustiada le había comunicado la reacción que Inuyasha había tenido al enterarse de su partida. Según su madre el joven había llegado dos horas después de su salida al aeropuerto, abandonando así el proyecto que con tanto esfuerzo le costó construir y ganándose una pequeña demanda por incumplimiento al haber dejado su trabajo a medias. También le había comunicado lo furioso que se había puesto cuando llegó y no la había logrado alcanzar, maldiciendo a los cuatro vientos el no haberlo tomado siquiera en cuenta. Su enfado duró días enteros en los que no le dirigía la palabra a nadie ni siquiera a su madre, pues inclusive también se sentía de alguna forma traicionado por ella al haberle ocultado la partida de su hermana.

    -Inuyasha.- Lloró amargamente al decir su nombre.

    Sabía que Inuyasha se sentía aun molesto y hasta en un punto casi traicionado por su huída, pero era lo mejor, de eso no tenía ni la menor duda. Solamente tendría que ser lo suficientemente fuerte y resistir sus duras miradas. No le importaría nada, ni su sarcasmo y mucho menos sus toscos comentarios, haría todo eso con el único fin de que esté no se enterara de las verdaderas razones que había tenido para irse, ya que si lo hacía estaba segura que su resentimiento se transformaría en odio y no lo culparía… sí, estaba segura que ese sería su destino… la odiaría por amar a su amigo, a su cómplice… a él, Inuyasha Taisho… su hermano.





    Continuará….
     
  2.  
    Kai

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    Tenía tanto tiempo esperando, de nuevo, encontrar un escrito así, que, me entraran ésas ansias locas por pedir continuación, lo has logrado, que esta servidora quede prendada de la historia. Un velo de misterio la cubre desde que empiezas a narrar, ansiando que alguien hable, que algo pase.
    A cada palabra se acerca cada vez más a la pantalla, ha sido muy agradable encontrar este escrito y darme el tiempo para leerlo como es debido.
    Cada párrafo lo amé, cada uno fue único. Ha sido maravilloso toparme con semejante escrito. No sabes de verdad todo lo que me enternece, por razones personales, espero algún día poder decirlas completas.
    La narración a veces me llegó a confundir, tres veces como máximo, por unas comas. En todo el escrito hay un total de unas 10 palabras mal escritas, otras son por acentos. Una es: ‘al cansado’, es como si hablaras de una persona que está cansada, sería “alcanzado”. Asía, no, es hacía, de verbo hacer, con H y C. Los guiones, úsalos, ámalos, te lo digo por que complican, pero luego es un paseo usarlos. Signos de interrogación, si no pusieras “preguntó” no lo sabría, debes usarlos cuando algo se pregunta, el par (¿,?).
    Debo decir que lo empecé a leer porque me leí accidentalmente el final, “hermanos”, ésa palabra me tintineó, y asustada fui a ver que no fuese incesto. Y me alegra que desde un principio nos aclares aquello, ella es ‘adoptada’ por lo que no hay problema.
    Lo curioso es que, así a los lectores no nos mantienes con ésa incertidumbre, pero sí les alteraras los nervios a los personajes, para ellos son hermanos, hermanos de sangre. Aunque también es delicado de forma moral, se criaron como hermanos.
    Me has dejado hechizada, no sabes todo lo que aprecio este escrito, es algo nuevo, refrescante para la zona.
    Un placer haberte leído.
     
  3.  
    Lady Akari

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    5280
    Capitulo 2º-





    "Por Caminos Desconocidos."




    Su mirada se mantenía fija en aquella gran colección de fotografías que tantos agradables recuerdos le traían de su segundo hogar. Tantos detalles y personas que anhelaba ver y que por circunstancias ajenas a sus propios deseos se encontraban lejos, muy lejos de ella. Tomó una en especial entre sus manos, era su favorita entre su basto repertorio. En ella aparecían las dos personas que más apreciaba y a las cuales les estaba eternamente agradecida por el gran apoyo y amistad que le habían brindado en los primeros y más difíciles meses a su llegada a Londres. Aquella fotografía había sido tomada hacía apenas algo más de un año atrás, en una de sus primeras excursiones escolares. En ella aparecía una joven de cabellos y mirada castaña, quien sonriente posaba a su lado en lo que para ella era uno de los lugares más hermosos que la gran Italia podría ofrecer.


    Sango Deghemeri era su mejor amiga, ambas cursaban juntas el tercer año de secundaria y desde el primer día ambas se habían vuelto prácticamente inseparables, encontrando en ella a la confidente perfecta ya que después de Midoriko, Sango era la única que conocida el secreto tan amargo que recaía sobre ella. Su mirada y rostro se nublaron por algunos segundos al recordar de nuevo aquello, sacudiendo con ligereza su cabeza en un intento por espantar esas ideas, consiguiéndolo finalmente en el momento en que sus grandes y almendrados ojos se toparon con aquellos profundos y hasta en un punto hipnotizantes, tan parecidos al color del cielo en el instante en que el sol cedía al poder de la luna trayendo consigo a la bella oscuridad. Aun lado de ambas se encontraba un joven, su nombre era Bankotsu Deghemeri, y era el hermano mayor de su querida amiga. Bankotsu también era su amigo, era un joven muy simpático y alegre, y a decir verdad era bastante parecido a ella, estando dispuesto a divertirse a cualquier hora del día sin importar las circunstancias. Era muy apuesto, lo admitía, siendo esos ojos y sonrisa lo que más impactaba en él. Y como si todos esos atributos no fuesen suficientes, era un estudiante brillante y conocedor de todo cuanto llamase su curiosa atención, siendo precisamente él, quien le había inculcado ese gran amor a la fotografía.


    -Van a acabar contigo cuando se enteren de lo que hiciste, Kagome Taisho.- Rió con nerviosismo con solo imaginarlo. Conocía perfectamente el carácter de los hermanos Deghemeri y sabía que la reacción que tomarían ambos al saber finalmente su paradero no sería nada agradable.


    El sonido de una conocida melodía la sacó de sus ensueños, alcanzando a notar que tan sólo se trataba de su teléfono que al parecer pedía a gritos su atención. Dejó a un lado todo lo que estaba haciendo para dedicarse a buscar el molesto teléfono que no parecía querer callarse y el cual también se negaba a aparecer.


    -¡Por fin!- Sonrió triunfante al ver que su perdidizo teléfono se encontraba ocultó bajo el sillón en donde tiempo atrás se mantenía sentada, preguntándose como diablos había llegado hasta ahí.- Sango.- Repitió el nombre que se hallaba escrito en la pantalla, sintiendo sus manos temblar ante la sola idea de tener que tomar la llamada y enfrentarla finalmente. ¿Que acaso el destino estaba en su contra el día de hoy?


    -Hola, Sango.- Fue lo único que se le ocurrió decir sin recibir respuesta.- Se que estas molesta pero…- Ni siquiera pudo terminar la frase cuando ya se encontraba apartando de sí el teléfono o los casi gruñidos de Sango amenazaban con dejarla completamente sorda.


    -¿Molesta?, te equivocas… ¡Estoy furiosa, Kagome!- Fue la respuesta que muy claramente se lograba escuchar por parte de la chica inglesa.


    -Te escucho perfectamente, Sango no tienes por que gritar.- Le confesó al tiempo en que acercaba nuevamente el teléfono.


    -Y como quieres que reaccione si ni siquiera te tomaste la molestia de decirme que te irías...- Reclamó indignada.


    -Lo lamento… se que te preocupé, en verdad te pido disculpas pero todo fue tan repentino y precipitado que yo misma me sorprendí y cuando me di cuenta de lo que había hecho ya estaba en casa deseando irme de nuevo .- Reveló finalmente provocando el silencio en la línea contraria.


    -¿Tan difícil esta la situación, Kagome?, ¿Tan complicado es esto para ti?.- Preguntó preocupada, cambiando drásticamente el tono de su voz al ver que está tampoco era una cómoda situación para su amiga.


    -No tienes una idea de cuánto.- Dijo solamente.


    -Vamos Kagome ya no te deprimas, verás que en menos de lo que piensas estarás de nuevo con nosotros.- Le confirmó segura.


    -Creo que tienes razón, te confieso que ya comenzaba a echar de menos tus reclamos.- Bromeó ya de mejor animo como era su costumbre. Guardó silencio por algunos segundos, permitiéndose así el escuchar lo que parecía una pelea verbal por el otro lado de la línea. Por un lado se alcanzaban a oír las diversas maldiciones y reproches que Sango dejaba escapar como protesta ante la persona que le había quitado el aparato de las manos, al parecer sin ningún tipo de intención de regresárselo y por el otro estaba la voz de un chico que en tono firme le decía que no se lo daría sin antes hablar con la joven de cabellos azabaches.


    -Y estas segura que solo a Sango echas de menos, porque yo te extraño mucho… más de lo que podrías imaginarte, pequeña.- Inquirió en tono ansioso y carismático el dueño de aquella voz que Kagome conocía demasiado bien.


    -¿Bankotsu?- Preguntó también sin percatarse de la notoria sonrisa que se formaba en sus labios al decir su nombre.


    Una colérica y dorada mirada llevaba un muy buen tiempo espiando la conversación que la quinceañera mantenía, llamándole demasiado la atención la reacción involuntaria que aquello había ocasionado en ella. Su sonrisa, su animo e inclusive hasta sus más simples gestos cambiaban drásticamente con solo escucharlo hablar, dejándole ver con esto lo importante que parecía ser para su pequeña hermana.


    -Yo también te extraño mucho.- Le comunicó entre infantiles risas.


    Aquello fue como una especie de puñetazo en la boca del estomago, confirmando con esas palabras sus sospechas con respecto a su hermana y aquel desconocido. No sabía el porque, pero se sentía extraño al tener que presenciar todo eso, como si una especie de corriente eléctrica circulara furiosa y vertiginosamente por todo su interior impactándose finalmente sobre su cabeza, ocasionando que sus agudos sentidos se alertaran de un modo bastante peligroso.


    -Pero que estupideces.- Su voz sonaba malhumorada mientras sus manos estrujaban con fuerza los bordes de la puerta que le servía de escudo para no ser descubierto, produciendo leves crujidos que escapaban de la madera maltratada. Prefirió marcharse, tal vez un poco de aire fresco lo tranquilizaría, después de todo no era un asunto primordial para él se repetía así mismo tratando de convencerse, logrando solamente que aquel extraño sentimiento fuese cada vez peor.

    Solo tardó algunos segundos cuando ya se veía a él mismo inmerso en la enormidad de aquel jardín. Su andar era lento y sin prisa, permitiéndose con eso el de disfrutar por unos instantes de la deliciosa y fría brisa de invierno que una noche como esa le ofrecía sin muchas complicaciones. Aun se sentía tenso después de haber presenciado aquella conversación que su hermana menor había mantenido con dios sabe que clase de tipejo, no pudiendo evitar el sentir esa gran opresión que alertaba con desgarrar su interior si no se tranquilizaba de una vez y por todas.


    -Esa niña es una tonta.- Masculló entre dientes sintiéndose aun molesto.


    Se mantuvo quietó y en silencio en el mismo sitio mientras trataba de repasar en su mente aquello que había dicho, llegando todas sus deducciones a la misma conclusión… Kagome ya no era aquella pequeña niña de tan solo trece años que un repentino día había decidido marcharse de su lado, ya no más. Ahora era una bella mujer, llamativa y tentadora ante la vista de cualquier hombre que se cruzara por su camino.


    -“¿Inclusive para ti?”.- Le cuestionó una vocecilla que provenía de su interior. Aquel impertinente y fastidioso llamado que solo hacía acto de presencia en los momentos menos oportunos.


    -¡Feh! Por supuesto que no.- Respondió velozmente a su defensa.


    Su loca y desorientada imaginación no pudo contener las ansias de divagar a sus anchas por su mente, trazando todo un escenario en donde se mostraba Kagome en compañía de aquel tal “Bankotsu”, ambos muy cariñosos y tomaditos de las manos mientras paseaban cómoda y felizmente por las bellas y coloridas calles de Londres.

    Su respiración se volvió prácticamente un gruñido que escapaba libremente por su garganta y se escabullía por su boca con ese solo pensamiento. Ahora ya no se sentía molesto sino furioso, totalmente furioso. Apretó con fuerza los bordes de su chaqueta de piel ante el repentino deseo de tener enfrente suyo a aquel tipejo y romperle la cara por haber pensado siquiera en acercársele. Se sentía desilusionado, herido y casi traicionado ante la sola idea de que aquellos simples pensamientos fuesen en realidad ciertos… pero, ¿Por qué?


    -Pero que demonios está ocurriendo contigo, Inuyasha.- Se dijo a si mismo llevándose ambas manos asía el rostro, sintiendo como aquellos sentimientos comenzaban a apoderarse de él de una forma abrumadora y totalmente desconocida.


    -Hablando solo, amor.-


    Se giró un poco sorprendido al ver que se encontraba acompañado, topándose al instante con aquella hermosa mujer de mirada astuta y calculadora. Pronto se vio rodeado por sus delgados brazos en modo posesivo al tiempo en que sentía sus tibios labios sobre los de él en un suave y común beso.


    Llegó al área del comedor sintiéndose nuevamente con esa acostumbrada alegría muy característico en ella y la cual había imaginado no poder recuperar mientras se mantuviese viviendo bajo el mismo techo que cierta personita que por el momento no deseaba recordar. Se sentía feliz y radiante, como si el haber hablado con los hermanos Deghemeri la hubiese recargado de alguna forma, no por nada ambos eran sus mejores amigos. Al aproximarse lo suficiente pudo ver a su querida madre conversando de lo más entretenida con Midoriko, seguramente poniéndose aun al corriente sobre todo lo que había pasado con ellas durante este tiempo.


    -Espero que Midoriko te haya dicho solo cosas buenas sobre mi, mamá.- Saludó sonriente al tiempo en que tomaba asiento junto a ellas en el enorme comedor.


    -Claro que si cariño, no esperaba menos de ti.- Respondió dulcemente, acariciando las suaves y tersas mejillas de su hija.


    -Mejor dinos, Kagome… porque estás tan feliz, acaso sucedió algo que aun no sabemos.- Indagó Midoriko hacía la azabache con esos ojos llenos de suspicacia, sorprendiéndole el modo en que siempre terminaba por descubrir todo lo que hacía con solo mirarle de esa forma.


    -Pues…- Titubeó por algunos segundos.


    -Deghemeri te llamó, cierto.- Fue la respuesta que muy acertadamente le dio.


    -¿Co… como lo supiste?.-


    -Intuición, supongo.- Sonrió de modo travieso, logrando que Kagome captara de inmediato lo que sin su consentimiento había hecho y que aun así le agradecía.


    -¿Deghemeri?, acaso son amistades tuyas cariño.- Interrogó un poco confundida al no saber con exactitud de lo que su hija y su amiga conversaban.


    -Así es, mamá.- Confesó sonriente mientras proseguía.- Ellos fueron mi más grande apoyo a mi llegada a Londres. Ambos me brindaron su amistad y su cariño convirtiéndose al instante en algo indispensable para mí, si solo los conocieras te aseguro que te agradarían.- Su voz sonaba tan convincente que cualquiera que estuviese presente no se atrevería a dudar lo contrario.


    -En eso tiene toda la razón tú hija, Itzayoi… yo soy fiel testigo de lo mucho que ambos aprecian a Kagome.- Reafirmó muy segura y al igual que Kagome convincente, no quedándole a la mayor de los Taisho la menor duda sobre el cariño que esos jóvenes le profesaban a su hija.- Aunque debo de decir que el joven Bankotsu es quien más cuida de ella.- Vociferó sin miramientos ocasionando el notorio sonrojo en las mejillas de la chica.- La protege como si fuese lo más preciado para él.-


    -¡Pero que clase de comentario es ese Midoriko!- Soltó avergonzada ante la sorpresa y agrado de su madre.


    -Solo la verdad, Kagome… a menos que halla dicho lo contrario.- Le retó la mujer frente a ella.


    Kagome aun la observaba avergonzada sin saber con seguridad lo que diría. Sabía el porqué la mujer le hacía esa clase de indirectas, y también sabía que aquella no era la primera vez que trataba de insinuar que su mejor amigo estaba enamorado de ella. “Tal vez ni siquiera él mismo lo sabe, pero su actitud asía contigo no son las de un amigo cualquiera” eran las palabras que siempre terminaba diciendo Midoriko al concluir su cotidiano sermón, respondiendo en su defensa que tan solo eran ideas vanas y sin fundamento recibiendo como respuesta la retirada de su nana que sonriente le miraba diciendo que pecaba de inocente y despistada.


    -Vaya sorpresa, así que la hermanita fugitiva por fin ha regresado.- Sus palabras sonaron mordaces y crueles, dejando totalmente congelada a la joven que no hacía otra cosa que la de permanecer totalmente inmóvil.


    -“No puede ser ella”.- Se repetía una y otra vez en su mente negándose rotundamente a dirigirles la mirada a los recién llegados.


    El silencio reino por algunos minutos entre los presentes que se mantenían a la expectativa de que algo pasara de repente. Midoriko mantenía su vista en la de Kagome, contemplando la enorme tristeza que comenzaba rápidamente a reflejarse en ella y la cual parecía consumirla con la misma intensidad.


    -“Como quisiera desaparecer en este mismo instante”.- Fue el pensamiento tan fugaz que atravesó su mente. Nunca había deseado algo con tanta desesperación como lo hacía ahora, deseaba hacerse invisible, esfumarse y escapar con el mismo viento para que la llevara tan lejos como fuera posible, al fin y al cabo cualquier cosa que le ocurriese era mejor que sentir como se le rompía el alma y corazón en miles de pedazos al ver lo que más amaba en brazos de otra que desde luego no era ella.


    -Tsubaki…- Habló en un susurró suave e inaudible, como si le costase un tremendo esfuerzo el dirigirse ante ella y repetir su nombre.


    Sintió como si la dura realidad la hubiese golpeado duramente al verla ahí de pie tan deslumbrante como siempre, haciéndola sentirse nuevamente como aquella torpe y escuálida niña de trece años. Se rió a sus adentros al tratar de compararse con ella… ¡Por Dios! Como podría siquiera hacerlo. Tsubaki era bella, muy bella. Vestía un elegante y fino vestido de seda en tonos oscuros a jugo con sus zapatillas seguramente de diseñador, así como aquel sencillo pero precioso collar de diamantes que pendía de su cuello. Era alta y de esbelta y escultural figura. Su cabello era largo y brillante, combinando a la perfección con aquel par de ojos esmeralda que la observaban de modo despectivo e indiferente enmarcándola a su muy parecer sofisticada, recordándole a una de las tantas y prestigiosas modelos que aparecían en los más célebres y exclusivos desfiles a los que tanto asistía por acompañar a Sango.


    -¿Por qué?, acaso te molesta mi presencia…- Alegó notoriamente enfadada a la pregunta que aquella mujer le había hecho. Sentía la rabia recorrer su cuerpo sin clemencia con solo verle junto a Inuyasha, y tener que soportar sus malos comentarios no mejoraban la situación.- Por si ya lo olvidaste está sigue siendo mí casa y por lo tanto puedo entrar y salir de ella las veces que yo lo crea necesario.- No supo con exactitud en que momento lo había hecho, pero ahora se mantenía de pie y con la mirada clavada en la ojiverde.- Te queda claro...- Sus ojos chocolate la contemplaban casi de un modo frío, agresivo e intimidante. Tanto era lo que dejaba escapar que la chica frente a ella no dudo en retroceder unos cuantos pasos ante el peligro inminente de que Kagome le cayera a golpes ante los ojos aturdidos de todos los presentes.


    -Solo fue un simple comentario, no es para que actúes con ella de esa manera.- La encaró decididamente mientras se interponía entre Kagome y su asustada novia.- Que sea la primera y la última vez que te atreves a levantarle la voz a Tsubaki frente a mí.- Amenazó en tono dictador al tiempo en que tomaba a una muy temerosa ojiverde y la guiaba por lo que faltaba de pasillo para tomar sus respectivos asientos en el comedor.


    Tragó pesadamente al oírle decir esas palabras. La rabia que había sentido hace apenas algunos segundos se había desvanecido, ahora sentía nuevamente como el dolor y la tristeza se apoderaban de ella con una fuerza mucho más arrasadora que la anterior. Sus mejillas estaban de un tono rosado debido al enorme esfuerzo que hacia por no derramar una sola de las lagrimas que deseosas de salir quemaban sus abatidos ojos con aquel salado sabor. No lloraría, no al menos delante de ese par que tanto caos le habían ocasionado por una sola noche.


    -Lo mejor será que me retire.- Se dirigió ante Itzayoi con toda la calma y tranquilidad que se podía.


    -Pero hija…-Trató de convencerla sin resultado ya que la joven ágilmente le impidió continuar.


    -Además me siento un poco cansada, mamá.- Le dijo dulcemente.- Creo que la diferencia de horas comienza hacer estragos en mí.- Sonrió del modo más fingido que podría existir mientras comenzaba a retirarse.


    -¿Porque haces esto, Kagome?- La voz de Inuyasha sonaba firme en el segundo en que la chica de oscuros cabellos detenía su andar aun con el rostro perdido en el interesante y fascinante piso.


    -Ya lo dije… estoy cansada.- Fue lo único que dijo antes de que una traviesa lagrima deslizara suavemente por su mejilla y comenzara de nueva cuenta a retirarse.


    Sus piernas comenzaron a moverse primero lentamente pero al verse cada segundo más alejada de todas aquellas inquisidoras miradas fue aumentando su paso llegando incluso a correr desesperada por las enormes escaleras. Su vista se encontraba borrosa debido a las lágrimas que se agolpaban y asomaban por sus ojos ocasionándole el que estuviera a punto de caer y rodar cuesta abajo antes de terminar de llegar a la segunda planta.


    -¡Maldición!- No podía creer el estado en el que se hallaba. Sus manos temblaban con solo levantarlas impidiéndole el tomar siquiera la simple perilla y abrir la puerta de su habitación para refugiarse finalmente. Le había tomado un par de minutos pero había entrado, cayendo de rodillas en cuanto aquella puerta se cerraba tras de si. Un agudo y lastimero lamento se dejó escuchar en las cuatro paredes de la solitaria habitación al tiempo en que sus mejillas eran bañadas por la tibia calidez de las decenas de lagrimas que ya no soportaban más, viéndose en la necesidad de cubrir su boca en un intento por que no la descubrieran en tan penoso y deprimente espectáculo.


    Lloró como desahogo por largo tiempo en la misma posición y a pesar de encontrarse mucho más calmada no podía detener el surgir de las lágrimas, padeciendo un sufrimiento silencioso y torturante en verdad. Giró su cabeza a su lado izquierdo, topándose con aquella fotografía que tanto ella como Inuyasha mantenían muy cerca uno del otro, como si fuese un tesoro del cual solo ambos conocían y apreciaban en realidad su valor. Añoraba tanto esos años en que ambos aun eran cercanos, extrañaba su amistad, su compañía, pero sobre todo lo extrañaba a él… extrañaba al Inuyasha comprensivo, bromista y atento, muy diferente al que minutos atrás la había tratado como si ella no significase nada para él.


    Porqué diablos todo tenia que ser tan complicado, no comprendía el porque su corazón le había hecho tan más cruel jugarreta al escoger como único dueño a la persona menos conveniente y apropiado para ella… sin embargo, sabía que muy en el fondo de su ser no se arrepentía ni se arrepentiría jamás de la decisión que su corazón había tomado, ya que a pesar de las lagrimas, del dolor insoportable que sentía en el alma al saberlo perdido desde siempre y mucho más, sabía que a pesar de todo eso, amarle… era la decisión correcta.


    El deslizarse de las llantas de aquel deportivo rojo sobre el frío y casi congelado pavimento mientras se retiraba había sido lo último que había visto. Al menos ya podía estar más tranquilo sin la aprensiva y posesiva presencia de Tsubaki sobre él. Se giró a su costado, buscando una señal que le indicara si Kagome ya estaba dormida, encontrando las luces encendidas que se alcanzaban a ver desde el jardín. Al instante recordó lo sucedido con ella y su novia en el momento en que ambas se toparon frente a frente, no siendo nada agradable el recordar la forma tan agresiva y grosera con que la había tratado.


    -Kagome se lo busco.- Frunció su rostro en una actitud caprichosa y dio media vuelta entrando de nuevo a la enorme mansión.


    Caminaba por los pasillos evitando no tener que pensar en lo sucedido y mucho menos en la tristeza que seguramente había provocado en la joven al haberla agredido de esa manera.


    -No me voy a disculpar, ¡eso nunca!- Hablaba como si estuviese teniendo una batalla con su conciencia en la cual estaba a punto de perder.- Kagome es la que me debe una disculpa y una explicación, no yo… además ella fue quien agredió y maltrató a Tsubaki, y lo único que hice fue defenderla.- Seguía hablando y hablando buscando más y más excusas que lo disculparan, sin haberse dado cuenta que ya se encontraba en las afueras de la habitación de su hermana sin saber bien como ni en qué momento había llegado. Levantó la mano lista para tocar la puerta y así poder hablar con la chica, pero su orgullo era mucho más inmenso como para rebajarlo al nivel de pedirle disculpas y darle con eso la razón.


    -No lo aré.- Dijo con voz gruesa y firme.


    Bajó su mano y caminó hacía su propia habitación. Entró a pesar de la profunda oscuridad que lo rodeaba como si fuese una especie de felino llegando al borde de la cama para recostarse finalmente. El cansancio que sentía en esos momentos era grande, quería dormir, cerrar sus ojos y abrirlos solamente cuando el molesto despertador sonara muy de mañana avisándole que ya era hora de marcharse a la universidad, no antes ni después.


    -¡Demonios!...- Se quejaba una y otra vez sobre la amplia cama sin poder dormir, resignándose al saber que solo había una manera de poder hacerlo.- Estúpida conciencia.- Instantáneamente se puso de pie y a paso seguro se dirigió a la habitación de Kagome. Ni siquiera se había tomado la molestia de tocar cuando ya se encontraba adentro notando que faltaba un detalle en particular en su interior.


    -¡Donde diablos se metió esa niña!-


    Buscó en sus alrededores, aun así, no tardando demasiado en toparse con la azabache totalmente dormida quien ajena a todo lo demás se había perdido en el mundo de los sueños sobre aquel suave y cómodo mueble cerca de la ventana. Un profundo respiro de alivio escapo de su boca al ver que la joven se encontraba bien, asiendo caso omiso a la sensación de temor que se apodero de él en el segundo en que no la había visto. Se aproximó con cautela para no despertarla, llamándole la atención el grueso y al parecer pesado álbum que se mantenía en el suelo quizás por descuido de su hermana en el segundo en que se entrego a los brazos de Morfeo. Lo tomó con cuidado, abriendo sus ambarinos ojos al contemplar su interior y ver su contenido. Eran en verdad deleitantes todas y cada una de las imágenes que ahí se encontraban, cada paisaje, cada ciudad e inclusive cada gente que estaba plasmaba en aquel papel. Era como si cada simple detalle cobrara vida dentro de la fotografía de una manera casi sobrenatural.


    -“Eres increíble”.- Sonrió para sus adentros al comprobar que su hermana era todo un pequeño talento en potencia ya que si era capaz de hacer tal cosa sin preparación y estudio alguno no podía imaginar de lo que sería capaz cuando estuviese finalmente lista.


    Los leves quejidos de Kagome llamaron su atención trayéndolo de vuelta a la realidad. Cerró aquel libro y lo dejo por el momento, ya se tomaría el tiempo necesario para terminar de admirar su bello y fresco contenido, por ahora era más importante el llevar a la joven a un sitio mucho más cómodo que aquel mueble que parecía comenzar a hacer estragos en ella. La tomó en brazos y la llevó hacía su cama, sorprendiéndole lo liviano y ligero que era su cuerpo entre sus manos. La recostó con cuidado para no interrumpir sus sueños, permitiéndose así mismo la decisión de verla descansar tranquilamente como cuando era algo más joven y secretamente se escabullía a su habitación para verla solamente dormir y comprobar que se encontraba a salvo. El dorado de sus ojos parecía aclarase y resplandecer con mayor intensidad al contemplar lo angelicalmente bella que se mostraba. Sus cabellos eran como una negra cascada que caía con gracia sobre sus hombros y terminaban con aquellos suaves risos que se acomodaban perfectamente en las tibias y cómodas almohadas, mientras uno que otro rebelde mechón resbalaba por su rostro enmarcándola terriblemente hermosa.


    Sentía la sangre de cuerpo correr velozmente en su interior debido a los fuertes latidos que producía su corazón. Era como si se estuviese encaminando por un sendero totalmente desconocido para él mientras sus ojos se hallaban cegados por la oscuridad impidiéndole conocer el terreno que peligrosamente comenzaba a pisar. Su precipitado palpitar parecía ensordecerlo al tiempo en que se acercaba a su aun dormida hermana. Tan cerca se mantenía de ella que inclusive podía llegar a respirar su delicioso y embriagante aroma, sintiendo sus sentidos aun más atontados y perturbados de lo que ya estaban.


    El deslizar de aquella lágrima que bajaba lentamente por las rosadas mejillas irrumpió en sus ensueños recordándole de golpe el enfrentamiento que había tenido con ella, sintiendo como la culpa se apoderaba de él al ver que era el causante de aquel silencioso llanto. Un fugaz pensamiento paso por su mente, algo que quería y deseaba hacer desde que la había visto nuevamente y que ahora añoraba más que nada al verla tan indefensa.


    -“Pero como se te ocurre pensar siquiera en eso”.- Escuchó que le hablaba la voz de la razón.


    -Porque es algo que por el momento…- Su voz perdía fuerza y se hacía a cada acercamiento mucho más dócil y pausada.-… Es mucho más fuerte que yo.- Finalizó en el segundo en que posaba sus labios en el inicio de los de ella, bebiendo lentamente aquella lagrima que para él tenía un sabor dulce y acaramelado, tratándola con una delicadeza que no sabía que existía en él.


    -Siento mucho haberte hablado así.- Susurró a su oído como si ella estuviese consiente.- Por favor, perdóname.- Le dijo mientras besaba su mejilla y se retiraba de su lado.


    Estaba por retirarse de la habitación cuando un pequeño detalle en el suelo llamo su atención. Eran dos fotografías que seguramente Kagome había dejado caer en el momento en que la había llevado a recostar. En la primera se encontraban dos jóvenes acompañándola en lo que parecía ser un colorido y pintoresco parque, los tres vistiendo los colores del instituto al que asistía su hermana. La segunda parecía haber sido tomada en el mismo lugar a excepción de que en ella se encontraba su hermana siendo firmemente sujetada de la cintura por el mismo sujeto, dejando ver la buena pareja que parecían y podían ser. Sintiendo como si un balde de agua fría hubiese sido derramado sobre él con solo contemplarlos. Mil y un ideas circularon por su mente, relacionándolas todas en un solo nombre que a pesar del corto tiempo de conocerlo ya detestaba en sobremanera.


    -Así que tú eres, Bankotsu.- Soltó ante la fotografía como si de alguna forma le pudiera responder.



    Por unos segundos no dijo ni hizo nada más que contemplar la imagen y sentir como la sangre lo recorría una y otra vez de una manera furiosa y enloquecida. Nuevamente sintió como aquellos sentimientos se apoderaban sin clemencia de su razón y de su ser, pareciéndole una total locura lo que había hecho con su hermana. Sentía su orgullo herido, pisoteado y reducido a míseros escombros. No podía concebir la idea de que ese sujeto y Kagome fuesen en realidad algo más, simplemente no podía.


    -Así que por ti, Kagome se negaba a regresar… por ti ella se alejó de mi lado.- Hablaba toscamente tratando de controlar su inestable respiración.- ¡Fui un estúpido… un completo estúpido!.- Finiquitó al tiempo en que estrujaba con todas sus fuerzas entre sus manos aquella fotografía, descargando en ella aquel sentir de desilusión y decepción que se albergaban en el sin saber la razón del porque.

    Liberó finalmente aquel pedazo de papel, mostrando los pliegues tan amorfos y desfigurados como las muecas de su furioso rostro. Guardó en uno de sus bolsillos aquel pobre manojo de lo que segundos atrás era una de las fotografías más preciadas de Kagome y se marchó tan sorpresivamente como había llegado. Abrió la puerta de su propia habitación y la cerró de un golpe tras de si, se acercó a su cama y se recostó boca arriba en ella, arrojando en uno de los rincones aquel pedazo de papel. Contrajó con pesadez sus ojos, quería borrar todo lo que había pasado pero todo era sencillamente inútil.


    -Qué demonios es lo que estuve a punto de hacer.- Se cuestionó totalmente perturbado al recordar que prácticamente había besado a su propia hermana… ¡Por Dios, su hermana!.


    Aun recordaba su atrayente e intoxicante aroma, y lo suave que le había parecido su piel sobre su boca al momento de beber aquella lagrima tan dulce y vital para él. Así como aquel intenso sentir que se apodero de él y lo había orillado casi mágicamente a hacer lo que había hecho sin importarle absolutamente nada más que la joven frente a él.

    Sabía que nunca había experimentado nada como eso, y era precisamente eso lo que realmente le torturaba… el que aquel extraño sentimiento lo poseyera nuevamente y con una fuerza mucha más intensa que la anterior, algo que ya no pudiera controlar tan fácilmente, orillándolo a hacer algo de lo que sabía tarde o temprano se iba a arrepentir.









    Continuará…
     

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