Shaina de Ofiuco es una extraordinaria guerrera ateniense, brutal y dedicada a su deber. Milo de Escorpio es un orgullo Santo Dorado que había sido resucitado después de la última guerra contra Hades. Jamás nadie se habría imaginado que ambos poseerían una química adictiva que los uniría bajo las sombras y les haría desear lo inalcanzable para ambos: tener una vida común. Disclaimer: Saint Seiya © Masami Kurumada El Deseo de la Amazona © Rashel Vandald Advertencias: Lenguaje soez. | Lemon (+18). | Un poco de OOC. | Capítulos largos. Notas: Espero que les guste este fic, la verdad es que este escrito es basado en un SCRESHOOT que subí a mi página de Facebook (hace ya mucho tiempo) dedicada a los Fanfics que hago del universo de SS. Les invito cordialmente a echarle un vistazo ya que los escritos cortos que no subo a esta página, Fanfiction y Wattpad, los subo ahí precisamente porque serían demasiado pequeños. Pero bueno, ya mejor dejo de promocionarme y les dejo continuar. Ojalá les guste el fic y varias parejas sorpresa que les tengo preparado. Ahora sí, comencemos. Parejas en el fic: Milo x Shaina. | Aioria x Marin. | Death Mask x Helena (SS:SOG). | Seiya x Saori (mención). | "Pareja sorpresa". . . I Amazona Indomable . Apolo debía estar muy irritado allá en el Olimpo; ya que el sol del mediodía estaba calcinando a todo el mundo que se hallaba en el Coliseo del Santuario, entrenando y fortificando sus habilidades como guerreros atenienses; sin importar nada; sin renegar y sin fallar. Sangrando, sudando y sufriendo para alcanzar las grandezas que sólo estar entre la élite de la armada de la diosa podía ofrecer. —¡Levántate ya, gusano cobarde! Lamentablemente había obstáculos para alcanzar esa gloria. El dolor físico era un juego si se comparaba al calvario emocional y espiritual que tenías que pasar si deseabas ser siquiera un Santo. Suprimir tus debilidades mentales, por ejemplo, era por mucho más difícil que fortificar los músculos de las piernas y brazos. Los veteranos sabían esto muy bien. Todos aquellos guerreros experimentados que habían logrado ganar o sobrevivir en una batalla, comprendían que en un segundo todo podría cambiar; que un descuido podría costarte todo. También, que en un combate no sólo se tenía que golpear el cuerpo de tu oponente sino también su alma (si es que aún se tenían) si es que querías volver a casa. “Vuelve con tu escudo, o sobre él”. Desde hace siglos que se recita esa frase casi ceremonial, y nunca, desde que la humanidad comenzó a atacarse a sí misma ha sido modificada, porque esa era la regla inicial en una guerra y no había por qué embellecerla ni agregarle nada. Debía quedar entendida aún con toda la crudeza que transpiraba su sola mención. Por eso mismo, a la hora de demostrarles esa valiosa lección a los novatos nadie se contenía. Ningún maestro era tan desalmado como para no mostrar con claridad cada una de esas valiosas lecciones de vida; de supervivencia; de guerra. Y como era ya de conocimiento general, la piedad así como la feminidad, también habían sido arrancadas de la inclemente amazona Shaina de Ofiuco. Como cualquier otro aspirante a caballero; ella había sido entrenada con brutalidad hasta ser convertida en la luchadora que era ahora. Pero incluso aquella fiera guerrera de poderosos colmillos envenenados, alguna vez se permitió ser mujer, enamorándose de forma rápida de un hombre que lamentablemente no le correspondía. Sabiendo eso, Shaina no se dejó entregar de llano a los brazos del lamento como lo haría cualquier otra chica sentimental en su lugar. No. El fuerte orgullo de la amazona era tal que su día a día permanecía imperturbable ante todo, incluso ante un rechazo tan aplastante como ese luego de ofrecer una gran cantidad de su sangre para proteger la vida del hombre que no la amaba como ella a él. Saori Kido, como actualmente se hacía llamar la poderosa diosa griega de la guerra y la sabiduría, se encontraba en Japón. Después de librar otra temible batalla contra Hades y volver con todos sus Santos Dorados y de Bronce, llevando también consigo al moribundo Seiya de Pegaso, la diosa había hecho varios cambios antes de partir a la Tierra del Sol Naciente. En primer lugar, los Santos Dorados retomarían sus puestos en las Casas del Zodiaco que ella misma reconstruyó con su poderoso cosmos antes de partir. Levantó los escombros en un show de luces jamás antes visto. La diosa se aseguró de que todo cimiento volviese a su sitio hasta que quedase como si nada hubiese ocurrido. Pero aun con todo aquello, hubo un detalle que nadie se esperó. El antiguo Patriarca, un rejuvenecido Shion, también fue traído de regreso al mundo de los vivos. Con la carne y los huesos que le correspondían. Los ojos del pueblo de Rodorio se posaron asombrados sobre el ex Santo de Aries, antiguo héroe de la anterior guerra y un ser respetado que se tenía como la máxima sabiduría. Un querido líder, un temido guerrero y un sabio amable. Este, también retomó su labor como Patriarca en el Santuario, quien por supuesto, inmediatamente ocultó lo más posible la traición de Camus, Saga, Shura, Afrodita y Death Mask, entre otros más de niveles inferiores; quienes luego de recibir el indulto de la diosa también retomaron sus responsabilidades. Y mientras su hermano se encontraba protegiendo la Casa de Géminis, Kanon se había ido con la diosa para servirle de su guardia personal junto a Dohko de Libra y el resto de los Santos de Bronce; al viaje también se había unido Seika, la recién encontrada hermana de Seiya de Pegaso. Y ya que se entraba en materia; lo que se sabía con respecto al joven no era del todo alentador. Seiya de Pegaso había entrado en estado de coma luego de una exhaustiva operación de emergencia que se le realizó para tratar sus heridas externas. Huesos rotos, golpes mortales y una profunda herida en el costado izquierdo fueron producto de la espada del dios de la muerte. Los doctores humanos se fueron con la perfecta ilusión de trabajar en un joven herido que fue atacado brutalmente por vándalos mientras regresaba a casa por la noche. Nadie sabía que él y los otros Santos de Bronce y Oro habían dado sus vidas para proteger al mundo entero de su destrucción. Hasta donde el mundo entero tenía entendido, las catástrofes naturales ocurridas durante el eclipse habían sido inevitables y si se habían detenido fue porque no era momento para que el planeta colapsara. —¡¿Qué estás haciendo?! ¡¿Esperas a que anochezca?! ―se oyó gritar a la fiera amazona italiana. Si a alguien le había dolido inmensamente las actuales noticias sobre la salud de Seiya fue a Shaina. A pesar del rechazo a sus sentimientos, ella seguía pensando en él, en su bienestar y en su vida. Esa que colgaba de un hilo porque los Destinos no habían permitido que Athena pudiese sanarlo por completo, tan solo menguar un poco el poder destructivo del acero forjado por el dios Hefestos. Ver la cara atormentada de la hermosa Saori había sido una muestra clara de que sus poderes no eran absolutos y hasta una divinidad como ella tenía sus límites, y alguien más a sus espaldas para impedirle hacer X o Y cosa. »Los Destinos permitieron que Athena pudiese traer de vuelta a todos sus caballeros caídos. Excepto uno —contó Marin—. Seiya sólo puede sanar si es digno de ello. »¿Pero por qué? —lloró Seika desconsolada—. ¡¿Por qué mi hermano?! »Porque él está siendo puesto a prueba —respondió como si no le preocupase aunque fuese evidente que sí lo hacía—, después de todo… él es el Santo más cercano a Athena. Después de oír esas noticias, Shaina salió de la casa de Marin con el corazón en la mano. Confiaba en que la maestra de Pegaso pudiese calmar a la pobre chica japonesa que apenas comenzaba a caer en cuenta de todo lo que había estado pasando en su ausencia. En el fondo Shaina de Ofiuco sabía la respuesta concreta a la duda de Seika. Esto no tenía nada que ver con su posición como Santo ni su relación pública con Athena. Los Destinos le habían impedido a la diosa curar a Seiya porque Saori lo amaba más de lo que podría amar a cualquier otro ser humano como predicaba, y como tal, todo conllevaba un sacrificio. Una gran cantidad de sangre. ¿Y qué peor castigo puede ser el ir contra la muerte de otros y no poder hacer nada cuando la vida de la persona que más te importa peligra? La venganza de los Destinos era terrible. Ahora sólo quedaba esperar a que Seiya pudiese aferrarse a su vida. Y aun si sobrevivía, nada aseguraba que pudiese ser el mismo después de tan sanguinaria batalla. Nadie lo sabía, pero desde que Saori y compañía se retiraron a Japón, Shaina había estado yendo a un viejo Templo levantado en honor al poderoso Zeus, ubicado a las afueras del Santuario. Ahí, Shaina rezaba todas las noches por él. Porque abriese los ojos. Porque volviesen a verse. El duro corazón de la amazona no estaba tan marchito como la mayoría pensaba, lamentablemente tener en la cabeza que la lealtad del joven de Pegaso no estaba con ella, le dolía más que un golpe en la cara proporcionado por Poseidón. —¡Por hoy es todo! ¡Recojan sus dientes y vayan a casa! —ordenó dejando a los moribundos novatos reponerse en paz—. ¡Y espero que mañana nadie me haga esperar! ¡Los quiero aquí en fila entrenando los mismos ejercicios de hoy antes de que salga el sol! Oírlos quejarse fue irritante para la amazona, después de todo no tenían por qué hacerlo si estaban ahí para ser caballeros; guerreros fuertes y orgullosos. Lo mínimo que esos idiotas podrían esperar era romperse un par de huesos cada semana. Shaina odiaba a los hombres débiles. En su opinión personal, todos aquellos que no tenían el valor mínimo para afrontar los duros entrenamientos podían ir y morir de una buena vez, saltando de un risco, y librarla a ella de semejante carga. El punto era ahorrarle problemas al Santuario no alimentar bocas haraganas. Tratando de no hacer más fuerte su migraña, Shaina suspiró sacudiendo su cabello. Solitariamente partió hacia el área designada a las amazonas. Era sólo ahí dónde los Santos féminas podían sentirse con la libertad de quitarse sus máscaras sin temor a saberse descubiertas por un imbécil. A pesar de que Seiya y otros más ya había visto su rostro, Shaina había mantenido la máscara en su rostro como un pequeño recordatorio de su identidad como guerrera. Pero la mujer en su interior le causaba problemas; aquella parte emotiva suya que la guerrera tenía que retener con cuerdas y cadenas en lo más profundo de su alma estaba harta de mantenerse al margen. La mujer oculta tras la máscara comenzaba a despertar pidiendo libertad, lo malo es que estaba ganando terreno. Sus lágrimas nocturnas en el Templo de Zeus avalaban ese gran bache en el camino de la poderosa amazona cuya meta era pasar a la historia como eso: una guerrera. No una mártir con el corazón roto. Otro motivo para cubrirse la cara con la máscara era la vergüenza de tener casi todos los días, una cara pálida con ojos hinchados y rojos por llorar; el bochorno era tanto que ella mantenía la máscara sobre sí misma celosamente durante la mayor parte del tiempo posible. Jamás dejaría ver sus debilidades a nadie, ni siquiera a Seiya. Su orgullo constantemente le recriminaba eso y por Shaina estaba bien, necesitaba siempre conocer su lugar en el Santuario. Ella no era una doncella, era una luchadora. El agotamiento mental sobrepasó al físico. Odiaba tratar con novatos llorones. Arrastrando los pies, Shaina entró a su casa y cerró la puerta de madera, luego de asegurarse de que la ventana al lado de su cama estuviese bien cerrada se sentó en el colchón y dejó que sus poros faciales respirasen, desprendiéndose de la máscara. Alzó la mirada al techo pensando indeseadamente en la guerra; en las batallas pasadas. Y en todos los que había caído durante esta y no fueron resucitados por Athena. «Casios», de vez en cuando pensaba en su protegido. Asesinado por el control mental que Saga (corrompido) ejerció sobre Aioria con el fin de matar a Seiya y a sus amigos. Casios, el joven que una vez ella entrenó sin compasión ni paciencia; demostró ser más fuerte y decidido de lo que Shaina pensó que era y sería al madurar. Falleció como todo un caballero, por Athena y por su salvación. Ella nunca pudo decirle lo orgullosa que se sentía de él, a pesar de no haber ganado la Armadura de Pegaso, Casios hizo lo mejor que pudo y aunque perdió, lo hizo con honor; ahora Shaina sabía que debió haberle dicho su opinión sobre él cuando tuvo la oportunidad, pues aún con la derrota ella lo vio luchar, sin detenerse ni menguar su espíritu. Casios combatió con fortaleza puramente griega hasta el final y murió siendo reconocido por el Guardián de Leo, hombre que en una época la amazona misma hubiese atacado por la espalda si se le hubiese dado la oportunidad, pero ahora respetaba como el resto de la población de Rodorio dado a su lealtad. Shaina volvió a ponerse la máscara, tomó una toalla de entre sus ropas, un jabón en barra, un zacate y salió en dirección a un pequeño manantial a disposición de las amazonas. Exclusivo para ellas, lejos de los mirones indeseables que, si querían morir de una forma muy dolorosa, podían visitar. «Qué decepción» pensó malhumorada, «últimamente los aspirantes a caballeros no valen ni una maldita moneda de cobre». Y mejor no hablemos de las postulantes a amazonas. Maldita sea. Parecía que cada año los novatos eran peores. Sin dejar de caminar Shaina echó una mirada despectiva a ciertas pequeñas moradas a su alrededor. Reconociendo a sus propietarias y que seguramente se hallaban perdiendo el tiempo en vez de descansar para aguantar un nuevo día de entrenamiento. Gruñó de solo pensar en ellas. Muchas de las mujeres que habitaban ahí eran unas holgazanas imbéciles. Tontas que habían llegado con la moderna y ñoña fantasía de poder casarse algún día con el amor de sus vidas, un valiente príncipe que sólo habitaba en sus cabezas llenas de aire y mierda. Ese modo de pensar tan ridículo y nada digno de una amazona ateniense fue como una plaga que se esparció en los últimos años. Todo gracias a diversos romances baratos, en su mayoría de prostitutas con caballeros mediocres, las nuevas generaciones de amazonas ya no pensaban tanto en pelear y vencer, sino en conseguirse un buen partido a su cama y ganarse la lotería con él. Era triste, pero así era. Por eso, cuando llegaba el turno de Shaina o la misma Marin, para entrenar a las recién llegadas de diversas partes del mundo, sólo unas pocas quedaban en pie luego de recibir una brutal paliza de bienvenida, pues era en el Coliseo, donde se probaban las habilidades de caballero. Mujer u hombre; niña o niño. Si no valías el precio del sitio que ocupaba tu trasero eras desechado como basura y en eso no había distinción de ningún tipo. Shaina de Ofiuco, especialmente era inclemente con las debiluchas y lloronas. Ella, como la digna y orgullosa amazona que era, entrenaba guerreras, no consentía princesas. La única mujer con ese título vivía en el Santuario y ni la propia Athena estaba exenta de pelear cuando llegaba el momento propicio. Por eso mismo Shaina vigilaba que las novatas fuesen dignas de su tiempo y si no lo eran, ella misma se esmeraba en hacerlas huir con la cola entre las patas. La única buena noticia era que no todas las chicas eran un desastre, pero los números de ingresadas contra el número de las que realmente parecían esforzarse más en sus técnicas de batalla y no de sus caras bonitas enmascaradas eran ridículos, en todos los aspectos. Resignada a un día más de ver puros sacos de huesos fracasados, Shaina llegó hasta el manantial, se desprendió de todas sus ropas y al final apartó la máscara de su cara. Dejó caer su cabello sobre su espalda, suspiró metiéndose al agua lentamente hasta la cintura. Usando sus manos y el jabón, Shaina lavó su rostro fuertemente, talló durante un tiempo su cabello; luego enjuagó. Se tomó su tiempo limpiando el resto de su cuerpo usando el jabón y el zacate, primero los brazos, el cuello, la espalda, los pechos, su abdomen y su intimidad. Para limpiar sus piernas tuvo que salir del agua y sentarse en la orilla, pasar el zacate y el jabón por su piel y seguir tallando; enjuagando. Dejó que el agua purificase toda su piel; sin importarle el frío se quedó sentada en la orilla mirando las estrellas. Tan hermosas… lejanas… resplandecientes. Shaina pudo identificar varias constelaciones, le gustaba unir los puntos brillantes y admirar en silencio su perfección. Una pequeña ventisca de viento meció los cabellos casi secos de su fleco lo que la hizo reaccionar y meterse una vez más al agua para disfrutar de la sensación del líquido frío relajando sus músculos tensos. Ya casi olvidaba la época en la que, siendo una niña y al sentir el agua fría sobre sus heridas luego de un brutal entrenamiento, temblaba adentro del agua y pedía a los dioses porque le quitasen el sentido del tacto. La adulta en la que se había convertido había adquirido la capacidad disfrutar del agua fría con o sin heridas. Shaina movió los dedos de los pies jalando con ellos algunas pequeñas rocas y arena, los soltó y volvió a repetir la acción. Con sus manos tomó sus pechos y los masajeó, no porque quisiera toquetearse de manera pervertida, sino porque estaba al tanto del mal llamado Cáncer de Mama y quería estar al pendiente de ello. Además de que tanto tiempo saltando, corriendo, meciéndose y haciendo todo tipo de movimientos bruscos hacían que su generosa delantera doliese por el estrujamiento al que era sometida cada día bajo la armadura. En otra época pudo haberse sentido agradecida por la naturaleza al haberle proporcionado un cuerpo bello, pero si ahora de Shaina dependiese vendería sus grandes pechos a alguna pobre necesitada de ellos. A veces le estorbaban para ejecutar ciertos movimientos, cosa que la irritaba. Al terminar su inspección suspiró recargándose en la orilla del manantial. —¿Pensando? Sin alarmarse, los ojos verdes de Shaina se entrecerraron ante el sonido de esa voz. —¿Tu gato al fin deja que te bañes sola? —respondió irónicamente evitando lo más posible una conversación profunda. —¿De qué hablas? Una pelirroja de exótica belleza oriental se metió al agua a una distancia prudente de su aliada. A ambas les gustaba así. —Tú y Leo sostienen una relación —dijo Shaina con simpleza—, es un secreto a voces. Varias veces Shaina había tenido de arrastrar por el piso a unas cuantas incautas que se entretenían hablando entre ellas sobre un supuesto romance entre Aioria de Leo y Marin de Águila, en el Coliseo, a plena luz del día y con la cobra al asecho. Como si esas tontas pudiesen hablar a hurtadillas en lugar de entrenar, frente a las narices de Shaina de Ofiuco y salir ilesas. El sólo pensar que había muchas que creían eso era el equivalente a escupirle a la amazona en la cara. Por otro lado, aunque no lo demostró abiertamente, Marin se descolocó ante lo dicho por Shaina. —¿Aioria y yo? —con una sonrisa, empezó a lavarse el cuerpo y luego la cabeza mientras hablaba. Como si estuviesen charlando sobre una habladuría más—. Ese es el rumor de ayer. —Y el de hoy también. —No, claro que no —cortó de tajo—. El de hoy es que ya van tres días que Milo de Escorpio es visto en el Coliseo cuando las amazonas entrenan. Sintiendo un creciente dolor de cabeza, Shaina suspiró poniendo los ojos en blanco. —¿Ah sí? —Sí —Marin suspiró con ese mismo desgano—, las novatas brincan de felicidad pero Milo de Escorpio no se ha acercado a ninguna. Dicen que busca a una chica en especial. —Pues que se apresure a elegir —espetó Shaina, agregando con enfado—: las novatas se distraen con facilidad, y ahora con él cerca no sé cómo diablos voy a hacerlas reaccionar. —Haz lo que sabes hacer. —¿Hacerlas comer tierra? —Exactamente. Formando una sonrisa ladina, Shaina miró a Marin, esta enjuagaba su hermosa cabellera rojiza en el agua. Su piel pálida con unas pocas pecas resplandecía bajo la luz de la luna y las estrellas, sus grandes ojos color azul turquesa brillaban como dos diamantes. Sus rasgos tan orientales eran perfectamente marcados con esa combinación de colores curiosos aún entre su gente que era difícil dejar de verla cuando no llevaba encima la máscara. Tanto Shaina como Marin eran mujeres hermosas y letales, aún entre todas las amazonas que protegían el Santuario. Pero de alguna forma que Shaina todavía no se explicaba con claridad, ella se sentía un tanto inferior a su compañera japonesa. Sus problemas y discusiones habían quedado en el pasado. Todo perdonado. Pero aún había algo que se apretaba adentro del pecho de Shaina cada vez que pensaba en Marin siendo mucho más feliz que ella. ¿Celos? No. Se mentía tratando de dar eso por hecho, pues no era tan simple. Ella sólo se sentía triste por saber que no importaba lo que hiciera, ella jamás obtendría el amor de un chico como Seiya. Y ni qué decir de un hombre que a ella le interesase. Su destino parecía ser sólo uno: morir sola como una guerrera solitaria. Aunque en un principio esa idea le haya agradado, con los años su mente cambió de opinión a una velocidad alarmante. —¿Pasa algo? —preguntó Marin notando la mirada de su colega sobre ella. —Nada que te deba preocupar. —Entiendo —Marin se pegó a otra parte de la orilla del manantial y miró el cielo estrellado—, ¿es demasiado obvio? —¿El qué? —Aioria y yo. Pícaramente Shaina sonrió haciendo un sonido burlón con su boca cerrada. —A veces puedo jurar que no puedes caminar bien —lanzó la indirecta; Marin tardó un poco en comprenderlo. —¿Qué intentas decir? —la miró entre confusa y asustada. —Ay dioses —Shaina suspiró—. Seré directa, ¿Aioria es tan bueno en la cama como creen las novatas? ¿O a veces caminas mal porque tus rodillas ya comienzan a fallar? Soltando aire, ofendida y sumamente sonrojada, Marin respondió: —No me había dado cuenta de lo peligrosa que es la soltería a tu edad. Busca a tu propio hombre y experimenta por ti misma. —Sólo hice una pregunta amistosa, ¿acaso no podemos hablar de esto? Porque te puedo asegurar que Aioria no se debe guardar nada para sí mismo. —Él no lo haría —refutó molesta. —Es un hombre —insistió Shaina—, y si el resto de Caballeros Dorados son tan solitarios como tú y como yo, entonces no dudes ni por un segundo que al menos un par de ellos ya habrá interrogado a Aioria por lo menos una vez —chasqueó la lengua—. Además, él es un hombre orgulloso que seguramente no dudará en hacer alarde de sus prodigiosas habilidades pasionales. Pero hay que darle crédito, el pobre sujeto ha estado atascado en el celibato hasta que tú le abriste tu corazón —ensanchó su sonrisa—, y las piernas. —¡Shaina! —¿Qué? ¿Acaso no le has abierto alguna de esas dos cosas? ¿Qué está mal contigo? Marin se irritó. —Eres tan vulgar —gruñó. —Yo no lo veo así, hablamos de sexo, Marin. S-e-x-o. No tiene nada de raro, hasta los animales se aparean como salvajes cuando les entran las ganas. —Shaina —gruñó Marin otra vez con un tono más amenazante. —Vamos, anda, al menos respóndeme a mi duda. ¿Aioria te satisface o no? Acorralada, Marin se lo pensó por un buen rato. Shaina alzó las cejas sugestivamente esperando la información. —No tengo problemas de rodillas —admitió abochornada mirando a otro lado. —Lo sabía. —¿Cómo que lo sabías? —la miró pálida—, ¿acaso tú y Aioria…? —¿Qué? ¿Piensas que tuve algo que ver con el señor Defiendo-mis-ideales-con-uñas-y-dientes-literalmente? Claro que no —desligó la amazona de verde para alivio de Marin—. No me van los tipos como él pero me alegra saber qué Aioria hace feliz a tu vagina. —¡Shaina! —¿Ahora qué dije? —se molestó—. ¿Acaso tú no le haces feliz a él? ¿Quieres unos consejos? —No —espetó casi espantada. —Verás —Shaina ignoró su respuesta—, usualmente a los hombres les gusta que juguemos con sus bolas. —Zeus —bufó abochornada—, no pienso oír esto. —Es información valiosa así que cállate y agradéceme después. ¿En qué iba? —¿Las bolas? —con un gesto despectivo, Marin se cruzó de brazos. —Exacto, no sé por qué les gusta que usemos los dedos y la boca para estimularlas pero funciona de maravilla. ¿Y cómo vamos con las felaciones? —¿Las qué? Previniendo un problema con ese punto, Shaina alzó los ojos al cielo implorando paciencia, luego volvió a Marin. —¿Mamadas? —Marin negó con la cabeza mirándola sin entender aún—. Ay mujer. ¿Qué cómo carajos le chupas el pito? —¿Qué preguntas son esas? —Ya basta, ¿qué te molesta que diga? ¿Las preguntas o la palabra pito? Porque tiene muchos nombres, sabes. ¿Pene, verga, miembro viril, mástil, mini-Aioria, gatito? ¿Cómo te gustaría que lo llamase para que no te escandalices todo el tiempo? —Dejémoslo en pene, ¿de acuerdo? —Me alegra que ya estés cooperando. Esa es la actitud. Con unas claras intenciones de golpearla, Marin la miró muy irritada. —Ajá. —De acuerdo. ¿Y bien? ¿Le has mamado el pene? —No… ¡o-oye! ¿Eso se puede…? —Sí —Shaina asintió. —¿En serio? —Sí —asintió de nuevo—, y si también te lo preguntas; él puede hacer lo mismo contigo, se llama “sexo oral”. —D-de acuerdo… ¿y tú ya lo has…? Shaina meció la cabeza de un lado a otro con cierto estupor. A decir verdad no planeaba contarle nada revelador a Marin, pero dado a que evidentemente su colega aún era una inocentona en ese campo, Shaina se dijo a sí misma que debía empezar a “preparar” a Marin mentalmente para Aioria. Y más vale que el maldito le agradeciera después. —Pues… sí —masculló. —¿Y qué tal? —Al principio es raro —dijo pensativa—, incluso puede que sea algo asqueroso pero todo dependerá de las circunstancias. ¿Ambos tomaron un baño antes? Yo les recomiendo eso, suele ser menos fuerte el aroma y si eres de olfato sensible mejor háblalo primero con él. Quizás esté esperando que algún día lo hagas. —¿Tú crees? —Marin —casi le reprendió—, hablamos de consentir a su pene, es claro que al menos se le ha pasado por la cabeza. Es un hombre —canturreó. —Pero… ¿hablarlo? Sería algo vergonzoso. —Créeme, hablarlo no es tan malo si hay confianza. De hecho puede ser bastante efectivo si es que quieren probar cosas nuevas, posturas curiosas, lugares insospechados. —¿Qué tipo de lugares? —Marin miraba el agua, su rostro había tomado un tono carmín bastante acentuado. —Mmm… no sé, ten imaginación. ¿Podrá ser su Casa a plena luz del día? ¿En medio de ella? ¿Con la ropa puesta en un límite de tiempo? ¿En una Casa ajena? Vamos, las posibilidades son infinitas. —Tú… ¿qué me recomendarías? Sonriendo burlonamente, Shaina meditó. ¿Cómo hacer para que Aioria pierda la razón? —Considerando cómo es tu amorcito, podrías ponerlo bajo tensión en una situación. —¿Cómo cuál? —¿Has pensado en seducirlo mientras está acompañado? ¿Hacerlo mirar tu trasero y babear por él mientras le hablan de algo que seguramente es muy importante? —No —espetó mirándola reprobatoriamente—, respetamos nuestros límites. —Límites —resopló. Shaina la miró decepcionada—, si quieres que su vida sexual se marchite en tres años o menos sigan respetando los putos límites. Pero si quieres mantener viva la llama de la pasión por mucho más tiempo que eso, será mejor que tú y él pongan a esas dos cabezas a trabajar. —Pero es una locura. —Pero el sexo loco también es genial —le guiñó el ojo. Marin quedó pensativa por un rato. —¿Y tú cómo sabes tanto de…? —Todas tenemos derecho a guardar secretos —musitó feliz—. Pero no hablamos de mí, hablamos de ti y Aioria. Veamos, ¿qué más? De acuerdo, ¿en qué nivel están? —¿N-nivel? —¿Qué postura es su favorita? ―cambió de pregunta esperando que Marin no le sorprendiese otra vez. Esperó en vano. —¿Cuántas posturas hay? —Las suficientes para tener por lo menos dos o tres favoritas —la miró acusadora—, pero por lo que me dices no han probado otra aparte del Misionero. —¿Qué es…? —La típica, él sobre ti entre tus piernas —hizo un ejemplo de la postura con sus dedos de ambas manos—. Pero hay otras. Con la información, Marin pareció haberse mareado. —¿Ah sí? —Sí —asintió—. Hay otra igual de típica pero al menos tú llevarías el ritmo. —¿Y cómo es? —¿Pues qué te imaginas? —apremió chasqueando los dedos—. Lo dejas acostarse, separas las piernas de lado al lado y metes su verga en tu vagina. Entonces sólo subes y bajas. Puedes menar las caderas si quieres, el poder entonces es tuyo. Aparte de que esta te permite manipular el ritmo y la profundidad en la que lo quieres adentro, también te da la facilidad de mecer las caderas como te dé la gana y sentir más la fricción. —¿Moverlas en círculos? —En círculos o sentones, tú eliges, sólo ten cuidado; no querrás hacerle daño. Y deja que tu cabeza se alborote un poco. A ellos les gusta ver los senos rebotando, seguro le gustará también llevar sus manos a ellos o sentarse para meterlos en su boca. Si hace eso créeme que te gustará. —Pues a él le gustan mis pechos. Marin y Shaina miraron la delantera de esta primera mientras la amazona del Águila los levantaba con sus manos. —Pues son algo grandes para una japonesa —admitió Shaina—, pero le han de gustar mucho. Podrías intentarlo. —Sí… supongo que no es mala idea. —Claro que no lo es. Tienes que ser más atrevida de vez en cuando, Marin, pero si te hace sentir mejor seguramente Aioria esté teniendo fantasías eróticas contigo ahora mismo. —¿Tú crees? —Es un hombre, Marin —le repitió—. Y si no han tenido sexo en las últimas semanas, que no te quepa duda que ahora mismo Aioria se está haciendo una masturbación pensando en ti. —FIN DE CAPÍTULO— . . Gracias por leer, lamento mucho si ven uno que otro error. Espero que este fic les guste. En cuanto al lemon, el fic no gira en torno a estas escenas, las cuales son muy pocas. Pero si hay algún problema con la presencia de estas, puedo censurarlas. ^///^ Saludos. :D