El abecedario.

Para la actividad el días del abecedario.

Abominable.


En un recóndito lugar en las montañas un pequeño monstruo jugaba en la nieve, hacia muñecos en forma de humanos y después les lanzaba bolas de nieve, era el más divertido juego de todos, antes solía hacerlo con su padre, pero cuando recibió el título del “Abominable hombre de las nieves” dejo de lado los juegos para tratar de demostrar que él no era detestable, pero siempre que bajaba al pueblo cercano todos se alejaban, el solo quería convidarles de las galletas que personalmente hizo para el pueblo.

— ¡Papá! —grito el pequeño mientras soltaba la bola de nieve y corría en dirección de su progenitor mientras dejaba un rastro de huellas blancas en la nieve —, ¿cómo te fue hoy en el pueblo?

—Como siempre, Ben, todos se alejaron antes de que pudiera decirles que hice Brownies —paso una mano por su cara y se sentó en la nieve —, pero miro el lado bueno, hoy no me bombardearon con bolas de nieve al igual que ayer.

—Cada día mejorando —tomo asiento y estiro la mano para tomar uno de los dulces que su padre preparo.

Quizá sea el “Abominable hombre de las nieves”, pero definitivamente era uno de los mejores reposteros del mundo, lástima que el único que supiera eso fuera su hijo, que con cada intento fallido de su padre disfrutaba del postre rechazado por el pueblo.

 

Burbujas.

Y sopló, y sopló y la casa no destruyó, en lugar de eso una bella burbuja creo, la cual brillaba con el sol, iridiscencia sí señor, era el arcoíris en todo su esplendor.

Volaba tan libre, tan delicada, tan amada por la persona que ha trabajado para crearla, pero había un problema, su hermano sin duda, que al ver la burbuja no pide ayuda, simplemente estira el índice, esperando alcanzarla, pero la creadora sopla nuevamente, tratando de alejarla, pero todo sale mal y la burbuja toma camino a una rama.

Se acerca, se acerca y plop.

— ¡Mi burbuja! —la niña de seis años grita con lágrimas mientras mira al responsable —, la mataste.

—Tranquila, Emily —busca con la mirada el envase y al encontrarlo lo toma y se prepara —. Mira, hay más.

Toma aire y sopla, liberando así miles de burbujas que se van volando sin ser reventadas, la pequeña Emily se levanta de un salto agitando sus coletas y corre en círculos, tratando inútilmente alcanzar las burbujas que su hermano creo para ella, solo para ella

 

Cocodrilo.

El zoológico era un lugar muy divertido para los niños y adultos, ver a las increíbles especies atrapadas en un habitad diseñado con esmero para poner cómodas a las criaturas que los visitantes querían ver. Pero siempre hay una excepción y en este caso era un hábitat que no fue perfectamente planeado, un simple error de calculo, una persona que no contó las cifras bien y provoco que los bolsos de moda aún vivos tuvieran pequeños problemas con su hogar.

Los cocodrilos no soportaban las bajas temperaturas, claro que las muy altas tampoco, así que se supone un regulador térmico era lo necesario para mantenerlos a gusto, pero configuras mal la temperatura y pierdes la clave y todo se convierte en desastre.
No era la temperatura inicial, hacia más calor del necesario, así que las pobres criaturas se la pasaban en el agua, aunque la piel se les endureciera más y el agua amenazara con hacer sopa las criaturas se negaban a salir, las botas de diseñador sin hacer solo tenían que durar hasta que el técnico lo arreglara, pero con cada día que pasaba en ese calor infernal más deseaban ser un cinturón de ultimo modelo en una joven de veinte años que pasar otro día más siendo en caldo.

 

Domingo.

Se medio despertó palpando la cómoda, soltó un pequeño quejido por no conseguir encontrar el despertador, el cual solo sonaba con la canción más odiada por ella. La sonrisa se atrevió a salir a flote cuando al fin logro dar con el.

Ya calmado el molesto ruido se descubrió con las sabanas rosas y se levantó de su suave colchón, primero camino un poco torpe, la magia del sueño, y cuando su meñique impacto con un mueble se permitió soltar unas maldiciones, claro que agradeciendo muy poco el terminar de despertar por eso.

Bostezó sin cubrir su boca y camino hasta la puerta del baño, este seria un duro día, era tan temprano que el sol no se asomaba por su ventana, pero era necesario levantarse a esa hora si quería llegar temprano. Abrió la puerta que la conducía con el lugar donde su ducha estaba, comenzó con mirarse al espejo, su cabello despeinado que se disparaba en ángulos raros la hacía ver graciosa, se permitió sonreír un poco y luego se quito el pijama.

En la ducha trataba de no dormir, le fue muy difícil mantenerse despierta con el agua a perfecta temperatura recorriendo su cuerpo, pero tras golpear su frente contra la pared al menos cuatro veces el trabajo de no dormir se hizo más fácil.

Ya limpia salió con una toalla alrededor del cuerpo y otra en su cabello ya se encargaría de eso. Vestirse fue fácil ya que estaba completamente despierta, el uniforme escolar estaba impecable, todo correctamente acomodado, como a ella le encantaba. Su falda a cuadros gris no tenia arrugas, su corbata del mismo diseño con un nudo perfecto, la camisa blanca no presentaba manchas. Todo en ella era perfecto, solo faltaba el cabello y podría irse.

Ahora la batalla comenzaba, tardo mucho en ordenar su cabello, luego lo plancho como siempre y al final una cinta rosa para evitar que molestara su visión en la escuela. Ordenó las cosas en la mochila, su tarea de matemáticas que por poco no terminaba anoche y la de historia que había logrado revisar antes de dormir, ya todo en su bolsa salió de su cuarto con camino a la puerta de su casa, como siempre planeaba comer algo camino a la escuela, todo porque su hermana no era buena en el cocina.

Pasó por la cocina para tomar el almuerzo que ella misma preparo, pero al pasar junto al calendario su expresión tranquila cambio por una de desagrado, soltó la mochila y dio media vuelta, luego arrastrando los pies se dirigió nuevamente a sus aposentos. Odiaba los festivos ya que le desordenan los días y le hacían olvidar que era Domingo y no Lunes.

 

Estafa.

Tomó su monedero y lo hizo sonar al balancearlo con la cinta, las monedas en su interior sonaron en un reconfortante sonido, provocando que la sonrisa se asomara en su pálida cara. Le encantaba saber que aún tenia monedas en ese estuche, ya que le decía que podía seguir jugando en las maquinas del centro comercial, y seo indirectamente significaba que podía seguir estafando a las personas.

Vio su objetivo y se detuvo, aclaro su garganta y busco mentalmente la mejor voz de inocente afortunada que podía inventar, la sonrisa de unos minutos volvió y le ayudo a planear la apuesta que podría hacer.

Fue hasta el juego dando saltos infantiles, mientras con la cuerda hacia girar el monedero, un chico un poco mayor que ella la sintió llegar, pero no le importo.

—Quiero jugar el próximo —exclamó al llegar, usaba la voz practicada hace un rato.

—No puedes, tardaremos un poco aquí.

—Eso no es justo, se supone que todos tenemos derecho a divertirnos aquí —frunció el ceño ligeramente, pero en sus pensamientos tenia la más grande de las sonrisas.

—Entonces apostemos —la chica miro curiosa —, si te gano en cualquiera de estos juegos te dejo jugar y pagaré todo lo que quieras, y si gano me das todo lo de tu monedero —apuntó a la rosada cartera miniatura.

—Prefiero que me des todo tu dinero, como yo aré si pierdo —el chico miró a su amigo, este le levanto el pulgar en señal de confianza, volteo a la chica y la sonrisa incremento.

—Me parece bien, mocosa.

La chica eligió una maquina de peluches, el chico animoso acepto. La niña tenia un plan, perder dos veces seguidas para dar confianza y después ganar fácilmente, ella termino con un muñeco primero y el chico le entrego quince dolares en monedas, era un gran premio.

Siempre ganaba en las maquinas, ya que desde los cinco solía ir con su hermano mayor, el cual le regalaba los peluches que consegia, al final ella termino ganando los muñecos para él y con los años se volvió un negocio, un trabajo mucho más fácil, siempre ganaba y cuando perdía, raro el caso, solo se retiraba lo más rápido posible, ya que en el monedero solo llevaba piedras y un dolar en monedas. Era la mejor estafa que a una niña de diez se le pudo ocurrir.

 

Famoso.

Muchos querían fama y dinero, pero él solo deseaba alas de pollo. Cantaba en la calle para conseguir dinero y así comprar su comida favorita, así que al ser "descubierto" por un famoso productor se negó rotundamente, ya que si estaba ocupado grabando no podría comer y su trabajo no habría valido la pena.

El productor no se quedaría callado, trato de todos los medios convencerlo para que se volviera famoso, no sabia que la clave para volver a alguien una estrella era ofrecerle alas de pollo extra picante por una buena canción. Así fue como Demian se volvió famoso, solo tuvo que cambiar música por pollo y fue feliz.

 

Grosero.

Contenido oculto: Chiste fome.

Juta tus dos manos y separa las mientras dices "Mitosis" xDD

—Ten un dulce —María buscaba algo en su cartera beige, estaba muy contenta de que pudiera ver a sus nietos despues de tanto tiempo.

—¡Si, dulce, dulce, dulce! —Sofía estaba emocionada por añadir más azúcar a su sistema, la abuela se detuvo apartando la mano del bolso, la menor frunció el ceño —. Hey, Sofía quiere dulce, donde esta dulce.

—No seas grosera, Sofía —regaño la señora de tercera edad —, yo misma te enseñe que debes agradecer las cosas, ¿que pensaran tus amigas si te ven con esta actitud?

La niña ladeo la cabeza confundida, después sus mejillas se tiñeron de rojo por la vergüenza, corrió y se abrazo a la pierna de su abuela.

—Lo siento, abuelita —dijo mirando arriba, ella no acostumbraba a ser regañada —, y muchas gracias por el dulce.

La señora sonrió y volvió a la tarea de buscar la golosina en su bolsa, así le gustaban las cosas, mientras ella viva ninguno de sus nietos sería grosero.

 

Incolora.

Su paleta era de muchos colores, todo el arcoíris representado en el dulce, solo había un problema para el dueño, mientras más lamia la paleta más del colorante se llevaba consigo, así que al quitar el ultimo tramo de color se sentó en el suelo llorando mientras gritaba "Incolora, incolora, mi paleta es incolora y no me gusta así"

 

Junta.

Martín ponía la casa. Elena las bebidas. Aldo algo de comer. Y Amanda las películas. Cuatro amigos que organizarían una de sus típicas juntas de dos días.

 

Kilos.

Se miro al espejo, dio media vuelta y volvió a contemplar su figura en el cristal, la sonrisa salio a flote de inmediato, se notaba más delgada y eso le gustaba bastante.

Dejó de mirarse y busco algo cerca del cesto de la ropa sucia, no le costo mucho encontrar la pesa, se quito los zapatos usando los pies, bajo su altura un poco, se paso robre la pesa y espero a que los números digitales dejaran de moverse.

Su expresión cambio totalmente, rápidamente se bajo de la pesa y corrió a su cuarto, debía cambiarse de ropa para salir a trotar y así bajar los kilos extra que habían, sin previo aviso, aparecido en su cuerpo.

 

Limones.

—Cariño —llamó Matilde a su hija menor —, ¿me traerías un limón para la ensalada?

La pequeña de cabello negro asintió con la cabeza, dejó los cubiertos en el plato y se levanto, tranquilamente fue hasta el cesto con fruta, busco entre las manzanas y las naranjas, pero no vio nada de color amarillo, levanto la cabeza a donde se encontraba su madre, sin tocar la ensalada.

—No hay —cruzó los dedos para que su madre se comiera su comida sin el toque ácido de la fruta deseada.
—Entonces ve al árbol a buscar uno —se recostó en la silla, sin intenciones de mover un solo dedo.

Mía frunció el y de mala gana fue a la puerta de la cocina, salio a la oscuridad del patio, por suerte el árbol quedaba derecho, así que llegar no le fue difícil. Miro para arriba y suspiro, maldecía los ganes de su padre que la convirtieron en alguien baja. Trató en las puntas de sus pies, saltando casi toco uno de los limones, después sobre una roca, y así termino aferrada a una rama alta mientras intentaba alcanzar el limón más bajo, agradecía internamente las pesas que solía hacer los domingos.

Se enterró las ramas en los brazos, terminando con pequeñas marcas, las espinas le molestaban, pero al conseguir uno de los limones sonrío victoriosa, corrió de vuelta a casa, quería librarse del limón lo antes posible.

Cuando entro a la casa y volvió su vista a la mesa la sonrisa desapareció cuando vio a su madre comer tranquilamente su ensalada, tomó asiento sin decir nada y le entrego la fruta a su progenitora, seguía pensando en porque se tomo tantas molestias en conseguir el producto amarillo i de todas formas su madre le pondría el jugo ácido a su comida cuando solo le quedaban unas cuantas hojas de lechuga.

 

Mio.

Frunció el ceño, no podía creer que ella le robara sus cosas, inflo las mejillas y le arrebato de las manos su falda negra, su hermana en respuesta colocó las manos en sus caderas, estaba molesta.

—Es mia, Elena —se dedico a doblar la prenda de ropa.

—Bueno —buscó con la mirada algo que fuera suyo y que estuviera en el lado de Elena, algo brillo en el escritorio de su gemela, sonrió con maldad y cogió el collar que estaba medio guardado en una caja de madera —, esto es mio y estoy segura de que no lo pediste, ¿o si?

Gabriela arrugó la nariz, pero no perdería la guerra contra la pelirroja que era solo dos minutos mayor. Camino con pasos largos al lado de su hermana, inspeccionando todo a su alrededor. Todo en orden, hasta que notó su muñeco sobre la cama de ella.

—¿Y esto que? —levanto al elefante rosa con cuidado, era muy especial para ella —, estoy segura de que el Señor Fogoso debería estar en mi cama.

La mayor abrió la boca y se llevo una mano al pecho fingiendo estar ofendida, luego se cruzo de brazos y le dio la espalda.

—Yo no se que hace eso allí —contó hasta treinta mentalmente y encaró a su gemela —. Además es mio —agarro la trompa del pobre animal, haciendo fuerza a su lado.

—No, es mio —tironeó de vuelta a la criatura.

—Mentira, es mio —no cedería el agarré —, y su nombre es Manquil el Mágico.

—Te equivocas, es mio.

—No, mio.

—Mio.

—Mio.

—Se equivocan las dos —el menor de la casa entro al cuarto de sus hermanas, tenia la pijama puesta y una manta en la mano derecha —, ustedes me lo regalaron —camino con pasos cortos a donde ambas peleaban y agarro al animal, no le fue difícil quedarse con el muñeco, ellas no hacían fuerza —. Gracias por encontrarlo —les sonrió y volvió a su cuarto, ahora que tenia a Mister Mistoso podía tomar su siesta.

 

Nombre.

La verdad no tenia nombre, siempre era llamada de forma distinta, solo que una de esas era la más usada, así que decidió adoptar esa palabra como su distintivo de la sociedad.

—Gato —un grito femenino llamo la atención de la felina —, ¿Gato?

La gata de dos años subió de un salto la cama, movió la cola y se recostó en ella, la dueña sonrió y acaricio la espalda del animal. Quizá Gato no sea el mejor nombre, pero era el suyo, el que su amada dueña le puso y no lo cambiaría por uno más bonito.

 

Ñandu.

No le molestaba no volar, ya que podía correr rápidamente. Era grande, fuerte y veloz, eso era todo lo que quería ser y no se arrepentía de tener alas inútiles.