Dulce, loca aventura

Tema en 'Relatos' iniciado por Reyolcan, 3 Junio 2012.

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    Reyolcan

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    Dulce, loca aventura
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    Para todas las edades
    Género:
    Comedia
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    1
     
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    1517
    Y esto es lo primero que escribo después de un buen tiempo. El trabajo de mi rara imaginación y perdonen si hay fallos xD nunca he sido el mejor narrando. Aunque si los comentan intentaré arreglarlos en un futuro =3​
    Relato escrito para mi primera actividad ^^​
    Dulce, loca aventura
    Nº palabras: 1337
    Mientras los rayos de sol entraban incansables a través de la ventana, podía contemplarse a una joven procurándose su comida favorita que se encontraba escondida en un lugar secreto que tenía en la cocina. El escondite era tan secreto que toda la familia lo conocía, pero eso a ella no le importaba siempre y cuando los dulces siguieran ahí.​

    Pero ese día era distinto, había calculado mal la cantidad de tesoros que le quedaban y teniendo ganas aun de algún capricho dulce más, cogió su cartera y se preparó para ir a su tienda habitual. Dicha tienda no se encontraba muy lejos, de hecho sólo tenía que doblar la esquina para llegar, había tenido la suerte de vivir cerca de un establecimiento que se encargaba de traer y proporcionarle los distintos dulces que tantas veces había disfrutado.​

    —Bienvenida… supongo.​

    Ignorando la desgana del dependiente al entrar, se dispuso a obtener su objetivo, el cual no se encontraba allí. El lugar que nunca antes la había decepcionado estaba completamente vacío y sin un solo artículo a la vista.​

    —¿Cómo es que no hay nada? —preguntó con un tono de enfado.​
    —Es tan simple como que no tenemos permiso para vender nada —respondió el hombre claramente aburrido.​
    —¿Cómo que no tienen permiso?, ¿De qué está hablando?​
    —Esta mañana nos llegó un aviso oficial de que a partir de hoy está prohibido vender cualquier tipo de dulce.​
    —Será una broma, ¿no?​
    —¿Estaría la tienda así de vacía si fuera una broma? Hasta vino un camión oficial del gobierno a confiscar lo que nos quedaba —declaró malhumorado.​
    La chica no quiso escuchar más y salió corriendo de allí. Tenía que ser una mala broma, si eso resultaba ser verdad este perfectamente podría ser el peor día de su vida. Después de todo una vida sin dulces es una vida muy triste.​
    Pero tras preguntar en las tiendas cercanas, supermercados, dulcerías y cualquier otro tipo de local todos repetían las mismas palabras que ya había oído. Sólo había una manera de aclararlo todo, mirando alrededor divisó como un joven se bajaba de su bicicleta y sin pensárselo dos veces le dio un empujón para montarse rápidamente en ella.​

    —¡Confiscaré esto, es una urgencia! —dijo mientras comenzaba a pedalear furiosamente.​
    El dueño del vehículo intentó quejarse pero era demasiado tarde puesto que la ladrona ya se perdía en el horizonte.​

    Sólo había un objetivo en mente, la famosa fábrica de dulces encargada de distribuirlos en la mayor parte de la zona. Aunque mientras se dirigía a la más cercana a su posición un inconveniente acababa de presentarse, un perro la estaba persiguiendo ladrando como un loco. Seguramente sería del chico de la bicicleta pero a pesar de que no era demasiado grande ella no estaba dispuesta a dejar que la mordieran, por lo que buscando una forma de librarse del can posó sus ojos sobre el objetivo que podría ayudarla: un puesto de perritos calientes.​

    —¡Mire! Ahí tiene un ingrediente, no le cobraré nada por él, así que lo cocina y obtiene beneficios —explicó rápidamente.​

    —Un momento… —el dueño del pequeño negocio apenas podía articular palabras decentemente mientras procesaba lo que acababan de pedirle—. ¿Está insinuando que use carne de perro? Perdone, no se que pretende pero yo sólo uso…​

    Las palabras del hombre fueron en vano, la joven ya había partido rápidamente, ya que el susodicho animal estaba a punto de alcanzarla.​

    —Dichosa publicidad engañosa. Tanto llamarlo “perrito caliente” y ni usan perro como ingrediente. —Se quejaba a la vez que pedaleaba lo más rápido que podía—. Con eso descartado me queda otra opción, aquí seguro que toman buena cuenta de este bicho.​

    Su mirada se había parado esta vez en el restaurante chino y dando un giro brusco fue directo hacia la entrada, metiéndose con bicicleta y perro (el cual aun la seguía) incluidos.​

    Estruendo y agitación dominaron en el restaurante ante estos inesperados intrusos, pudiéndose oír múltiples ruidos de objetos rompiéndose y personas chillando. Después de un tiempo de revuelo la perpetradora del crimen salía por la puerta trasera todavía en la bicicleta alejándose ahora del local del cual se podía ver un chino que gritaba algo que a la chica le sonaba como “Ching Wa Wa”, pero a ella poco le importaba en ese momento que los chinos prefiriesen chihuahuas, mirando hacia atrás par de veces pudo confirmar que su perseguidor se había quedado atrás.​

    Un ruido continuo e irritante interrumpió el regocijo en su victoria, una especie de artilugio metálico se había quedado enganchado en el manillar y estaba vibrando mientras emitía ese molesto sonido. ¿Sería una alarma del restaurante? Sin pensárselo mucho la cogió y estampándolo contra una pared cercana se quedó en silencio definitivamente. No iban a pararla ahora.​

    Unos minutos después por fin podía divisar su objetivo, la fábrica de dulces. Aminorando la velocidad mientras se acercaba pudo notar fácilmente que algo no andaba bien. No había ni un solo ruido, todo parecía estar desolado. Decidida a encontrar algún tipo de pista decidió entrar a investigar, cosa que no resultó muy difícil pues la puerta se encontraba abierta y sólo un cordón de seguridad sin ningún tipo de vigilancia le impedía el paso.​

    Una vez dentro pudo comprobar que toda la maquinaria se encontraba parada y efectivamente allí no había nadie. Inspeccionando un poco más finalmente encontró una puerta con una enorme señal de peligro y sin pensárselo dos veces la abrió.​

    En la nueva habitación lo primero que destacaba era la única luz que iluminaba el centro, la cual se originaba de una gran apertura en el techo y en cuya base se encontraba lo que tanto anhelaba: ¡un cargamento de dulces!​

    Sin embargo antes de que pudiera reaccionar apareció un pilar de luz, esta vez claramente artificial, que emitiendo un extraño ruido se posó sobre los dulces los cuales comenzaron a flotar lentamente hacia el agujero en lo alto. Sólo había una cosa que ella conociera capaz de causar algo así.​

    —¡Lo sabía!, ¡El gobierno está alimentando aliens! —gritando esto, corrió sin parar hasta llegar al centro de la habitación y usando todas sus fuerzas saltó hacia la plataforma repleta de dulces cayendo sobre un montón de pastelitos.​

    Con cierta pena por el desperdicio de los dulces se dispuso a aprovechar y comer los que quedaban mientras declaraba como esos alienígenas se iban a enterar cuando se vieran cara a cara.​

    Cosa que nunca sucedió, ya que de repente se había encontrado atada a una especie de mesa de operaciones, sin poder escapar y no teniendo ni idea de cómo había llegado allí. Pero ese no era su único problema, fijándose bien había unas extrañas criaturas (seguramente alienígenas) con la piel verde, cara alargada y unos extraños ojos negros. Supuestamente estaban conversando entre ellos pero les entendía menos que al chino de antes.​

    Intentar zafarse de sus ataduras resultó inútil, sólo consiguiendo que los extraterrestres se fijaran en ella. Después de mirarla un rato y al parecer darse indicaciones, uno de ellos comenzó a acercarse a ella sacando lo que parecía ser un enorme tubo de regaliz terminado en un apetitoso, pero extrañamente afilado cono de helado.​

    —¿Qué piensas hacer con eso? —le dijo con tono amenazador al que se acercaba mientras se intentaba liberar desesperadamente —. ¡Y tú, deja de comer esos dulces en mi presencia si no vas a darme ninguno! —le reprendió a otro que se encontraba apoyado en una pared.​

    Mientras, en una casa completamente normal, una chica se revolvía en su cama, enredada en la sábana e intentando aniquilar a su almohada soltando palabras como “¡dulces!” o “¡muere!”. Sus hermanos, que habían venido alertados por un fuerte ruido, contemplaban su fútil lucha.​

    —¿Crees que se molestará mucho cuando sepa que cogí algunos de sus dulces? —dijo la menor mirando a su hermano mayor.​

    —Me temo que será mejor que le eches la culpa a las hormigas —le respondió, temiendo por el bienestar de la pequeña tras contemplar el despertador destrozado en un lado de la habitación.​
     
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