Marta llegó, como en los cuentos de hadas, de ninguna parte. Era hermosa y buena, como en los cuentos de hadas. Y como en los cuentos de hadas, cuando se casó conmigo, todo el pueblo se alegró con nosotros. Porque su bondad me hizo bueno a mí también, y tomados de la mano, repartimos para todos riqueza y felicidad. Y mi morada, que era una fortaleza odiada e inexpugnable, se convirtió en un castillo… de cuento de hadas. La felicidad se convirtió en éxtasis cuando anunciamos su embarazo. En mis planes, en mis sueños, estaba seguro que mi heredero sería bueno como su madre y fuerte como su padre, como yo. En el parto, Marta murió. Solamente me dejó su réplica. Porque quiso mi destino que yo recibiera, no un heredero, sino una princesita. Los días de luto fueron especialmente tristes para todos. La tristeza, lo sé, estaba mezclada con mucho temor. Temor de que yo volviera a ser lo que era, o quizá peor. Y el temor, no hace falta decirlo, estaba bien fundado. Porque yo sentía como la rabia me crecía por dentro, porque cada pareja feliz que veía era un recordatorio de lo injusto de mi destino. Cuando terminaron los días de luto, alguien puso subrepticiamente a mi princesita en mis brazos, en un tosco intento de ablandar mi corazón. Con ella en las manos, me dormí. Y regresé al paraíso. Marta estaba al lado mío, paseando por el pueblo, pero el pueblo era extrañamente luminoso. La luz no venía solo del cielo, venía de las paredes, de la gente..., de todas partes. Los habitantes del pueblo se contaban por millones. Paseé por él con mi madre y mi hermana mayor, ambas muertas hace tiempo. Y Marta, Marta estaba más linda que nunca. Me puso en la mano dos flores, una roja, y una blanca. Las flores tenían cintas, y en las cintas, estaban escritos con caligrafía primorosa, dos nombres. Marta, en la flor roja. Y Helena, en la blanca. Era un pecado borrar esa sonrisa con un beso. Pero después de todo, yo soy un pecador. Me acerqué a sus labios, y todo se hizo un remolino y desapareció. Me encontré en mi gran sillón, en el medio de mi castillo oscuro y vacío. Con Helena en un brazo y más furioso que nunca. Hasta que vi apretada en mi mano transpirada, una canasta con dos flores. Una roja, y una blanca.
Hola! Tu historia es muy bonita, tierna y triste. Tu manera de narrar es fluida y un poco poética, eso es lo que me ha parecido. En cuanto a fallos ortográficos no he visto ninguno, no se decirte si ha sido porque no hay ninguno o porque estaba tan concentrada en la historia que ni me he dado cuenta. Con el principio pensaba que la historia iba a ser un cuanto de hadas, pero mientras iba leyendo me he dado cuenta que no (y eso me ha gustado y sorprendido) y casi al final cuando el protagonista esta pasando y finalizando el luto de su mujer he pensado que se iba a convertir en un tirano sin corazón. También cuando en sueños no se si eran en su sueños se encuentra con su madre, se hermana mayor y con su esposa fallecidas las tres, pensaba que el había muerto. Sin embargo de nuevo veo que me he equivocado y ese hecho me ha sorprendido y encantado al mismo tiempo. El final cuando encuentra la canasta con las dos flores que su esposa le había dado ha sido tierno y al mismo tiempo la salvación del protagonista. Nose que decirte más, así que me despido. Adiós!! =)
Gracias, Shayury, me gustó mucho leer tus impresiones sobre mi cuento y obviamente me alegro que haya logrado alcanzar a tu corazón. Como comentario, este cuento se me ocurrió a raíz de leer en un libro de J.L. Borges, la siguiente cita de Coleridge: "Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... entonces, qué?". Mi protagonista tuvo más suerte, no le dieron una, sino dos :) Saludos!