Doble latido

Tema en 'Relatos' iniciado por Beatrice, 15 Junio 2009.

  1.  
    Beatrice

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    Doble latido

    Aquí he la historia que presenté al concurso One-shots Sangrientos xD. Quedé en cuarto lugar, aunque me fastidie un poco decirlo (¡Es que un 4º lugar es malísimo xD!), pero supongo que disfruté escribiéndolo :si:.

    NO recomiendo su lectura a personas que se consideren sensibles, en serio. No es taaaaan sangriento como para desmayarse ni mucho menos, pero luego me demandan por presentar violencia a menores y eso es un no, no :(!

    ----------

    —Eso es todo por hoy. Podéis iros.



    Un murmullo persistente se esparció rápidamente por el aula mientras los jóvenes recogían los libros de las mesas. En aquella enorme clase, digna de universidad tan prestigiosa a nivel nacional, el compañerismo era siempre bienvenido. Aunque el curso acababa de comenzar, prácticamente todos se conocían entre sí de años anteriores, incluido el apuesto profesor que se encontraba guardando su material en el tan característico maletín de color rojo intenso por el que podría decirse que era sobradamente conocido en la facultad.
    Una de las estudiantes, Marta Ruiz, estaba bajando las escaleras que separaban los asientos del alumnado de la base de la sala, donde el profesor Varela había cerrado su maletín un instante antes. Mientras Marta conversaba con sus compañeras, sus ojos se cruzaron con los de él por un segundo, durante el cual la muchacha creyó sentir temblar su propio corazón. Rememorando momentáneamente recuerdos pasados, entrecerró suavemente los ojos y continuó la insulsa conversación con normalidad, evitando así verse señalada por la ligera mueca de diversión del docente.


    Marta Ruiz era una chica bastante normal para su edad. A sus veintitrés años, salía a menudo con sus amigas en encuentros que a veces terminaban en destrozos físicos y/o mentales, estudiaba lo justo y necesario nadie se explicaba cómo lograba sobrellevar la carrera de Filología y cambiaba de novio, como mucho, cada dos meses. La impopularidad de su carácter arrastraba una popularidad feroz que la llevó a comerse metafóricamente el campus tan pronto como éste disfrutó con su presencia.
    Más o menos, lo mismo que pasaba con el ochenta por ciento de las muchachas que lo pisaban.

    Aquella tarde no parecía ser diferente. Inmersa en las infinitas baldosas de un centro comercial que se sabía de memoria y rodeada de amigas que empezaban a parecerle caras vacías y sumisas anhelantes de un momento idóneo para clavarle una daga por la espalda, sus pensamientos habían volado libres, como pájaros de alas decaídas y rotas, hacía bastante. El movimiento vibrátil del móvil que llevaba en el bolsillo avisaba de la enésima llamada de Alejandro aquella tarde. Aquello hacía que los tacones de sus botas resonaran aún más, incluso si el sonido no tenía nada que ver con las cosquillas que estaba sufriendo cerca del muslo. Semejante sobreprotección la enfurecía; a día de hoy, pensaba ella, una no se puede conseguir un novio sin que, o pase olímpicamente de ti, o te persiga a todas horas.
    El aviso cesó. Sus pensamientos volvieron a huir, mientras la incertidumbre trataba de manchar la poca claridad de su camino. Las otras reían tonta y mansamente, sin ni siquiera percibir su propia estupidez. Marta recordó fugazmente aquellos momentos cuando se consideraba una de esas que seguía los pasos del mundo y lo único que quería era la misma muñeca que su vecina, la niña rica cuyo padre le daba de todo, tenía cada semana.
    Ahora, con una cama y un condón, el resto no era difícil.


    Daniel Varela era un hombre bastante normal para su edad. Joven y atractivo, era el típico profesor por el que las alumnas se derriten y al que los alumnos ansían parecerse, cosas que él se toma con su buen humor habitual. Su acondicionamiento a estas opiniones es tal que está preparado para lidiar con estudiantes obscenas de objetivos sexuales prefijados, del tipo que hacen hasta horas extra en la facultad o fingen problemas para obtener una tutoría privada en la que desplegar sus encantos, sin rendirse ni siquiera cuando él les comenta, con una sonrisa, que es un hombre atado, mostrando radiante su anillo matrimonial.

    Tras una hora de trabajo imprevisto basado en papeles, evaluaciones, exámenes y un par de muchachos que, tratando de disimular su desesperación, le preguntaban su secreto con las mujeres, recordándole los incesantes —y nunca probados— rumores acerca de sus posibles relaciones extraescolares con alumnas, Daniel abandonó la facultad. El teléfono móvil fue su acompañante en el camino a casa, debido a las interminables llamadas que recibía, que se hacían extremadamente complicadas de escuchar y responder gracias al tráfico causado por la hora punta. Se veía a sí mismo envuelto en el mosaico de personas de aquella enorme calle, a veces incluso preguntándose qué escabrosas historias ocultarían, mientras las creaba y comparaba entre ellas y con la suya en el tapiz de su imaginación, tratando de escapar de sus remordimientos. Aquel mundo efímero se desvanecía a cada pisada, a cada toque de sus pies contra la realidad.
    La calidez que inundaba su hogar cuando entró en él como cada tarde no hacía sino inquietarlo, como si todo aquello fuera para otra persona. Incluso la caricia que suponía la sonrisa bondadosa de su mujer comenzaba a parecerle una mueca terriblemente retorcida; una mentira disfrazada estoicamente para confundirse con una realidad imprevisible. La paranoia que le perseguía desde hacía semanas estaba a punto de acabar con él sin motivo alguno, o eso temía Daniel.

    Tratando de controlar los nervios, se sentó en la mesa del comedor a leer más a fondo el periódico del día, dado que el trabajo no le había permitido hacerlo anteriormente. Mientras tanto, su esposa, Alicia, le trajo el café de todos los días sosteniendo la bandejilla con una sola mano, mientras con la otra agarraba fuertemente el rosario que llevaba colgando al cuello. Este hábito no extrañaba del todo a su marido, que era perfectamente consciente del catolicismo férreo de su mujer, pero al mismo tiempo le parecía exagerado e incómodo, puesto que él no se consideraba un gran creyente. De todas maneras, él comprendía que en aquellos momentos todo le parecía insultante hasta cierto punto, así que decidió relajarse con el café. Éste, como siempre, estaba recién azucarado y caliente en su justa medida, y al saborearlo y tragarlo dejaba en las paredes de la boca y la garganta un pequeño cosquilleo que Daniel no sabía identificar ni describir, pero que consideraba uno de los trazos característicos que Alicia había decidido adoptar en sus cafés hacía algunas semanas.
    Súbitamente, el entrañable agradecimiento que lo había embargado hasta entonces se convirtió en una niebla caliginosa y fría sin principio ni fin que le hizo recordar lo que tenía planeado para el día siguiente.


    Dos alientos candentes jadeaban en una alcoba sin amor. Un aire húmedo exploraba los dos cuerpos empapados y carentes de fuerzas que anteriormente se había explorado el uno al otro. Unas sábanas mojadas de lujuria y frenesí reposaban expectantes en el suelo, cubriendo las prendas culpables y desordenadas que adornaban el suelo, habiendo sido arrojadas por los amantes perdidos en la desidia de una rutina que no les satisfacía. La luz vespertina inundaba parcialmente la habitación gracias al fino y blanquecino estor que adornaba la ventana, y las sombras jugaban con el entorno dándole un aspecto etéreo que jugaba con los sentidos, creando una nueva dimensión, volátil y tenue, en la que nada estaba prohibido y el esconderse de las circunstancias era un despropósito.

    Marta empezó a respirar pausadamente mientras peinaba el pelo humedecido de pasión con los dedos. Con el cuerpo estirado sobre la cama, su mirada se dirigía al techo, y prefirió no abandonar el mundo irreal que aquella estancia le estaba proporcionando, mientras unos cosquilleos sutiles en su estómago esparcían por sus células los retazos de un orgasmo. El pequeño lado racional de su cerebro, tan terco como de costumbre, le hacía preguntas inoportunas, como dónde estaría su novio, pretendiendo aflorar las culpabilidades a la superficie de su blanca piel. Sin embargo, a ella le daba igual, y las situaciones que aquella vida libertina le ofrecía demostraban que tenía razón.

    La joven giró su cabeza hacia la izquierda al escuchar un ruido, y vio a Daniel sentándose sobre el colchón, para a continuación comenzar a vestirse recogiendo las ropas tiradas por el piso. Ella se incorporó, rompiendo así la atmósfera mística que habían formado, y aunque era su intención replicarle por lo que estaba haciendo, no se atrevió. Él no dijo nada tampoco, y, repentinamente, comenzó a toser de manera violenta. Marta lo miró sorprendida mientras él observaba su mano, inmóvil, para luego coger la única prenda que no se había puesto aún —la chaqueta— y salir corriendo de la habitación y, al mismo tiempo, del piso. Anonadada, ella se quedó mirando fijamente el tirador de la puerta corredera que él había atravesado, hasta que captó un detalle que le heló las venas.
    Había manchas de sangre fresca en él plasmadas en el rastro de unos dedos humanos.


    Marta llevaba días sin ver al profesor Varela, pero no era un asunto que la preocupara en sobremanera. Su relación era práctica y meramente carnal, por lo que los asuntos privados del docente no le quitaban el sueño; aún así, no podía evitar sentirse un poco inquieta por cómo se había marchado del piso, cosa que la hacía sentir en cierto modo estúpida. Por ello accedió a la propuesta de Alejandro de hacer un botellón privado en su casa, sólo para los dos.
    En aquel ostracismo momentáneo y voluntario, ninguno de los dos llegó a sentirse solo. No había más que risas y un fuerte olor a alcohol inundando la reunión de aquellos dos corazones atados por la misma casualidad que hizo que las facultades de Filología y Medicina estuvieran una al lado de la otra. Los rubores aparecían y desaparecían, tangibles e intangibles, al igual que un deseo que humedecía los labios y los muslos de los contendientes, unidos en una batalla fratricida que era más una lucha contra sí mismos que la “muerte pasional” que en su día describió poéticamente Aleixandre.

    Las latas de cerveza se iban apoyando en el suelo y aumentando de número a una velocidad apabullante. Alejandro, antes risueño y desinhibido, había adoptado un semblante serio que no parecía encajar con su rostro aniñado y el suave cabello castaño que lo adornaba. Mirando fugazmente a Marta, quien estaba totalmente ebria y desplomada contra la pared, sin intenciones aparentes de moverse, cogió una de las cervezas sin beber, la abrió y la depositó cuidadosamente en el suelo. Después retiró un pequeño botellín de su bolsillo, en el cual zozobraba una pequeña pero peligrosa cantidad de GHB —más conocido, erróneamente, como éxtasis líquido—, y lo introdujo íntegramente en la lata, para posteriormente ofrecérsela a la chica, la cual aceptó mascullando palabras ininteligibles y moviéndose con gran dificultad. Al cabo de unos 15 minutos, durante los cuales, Alejandro no había podido distinguir si Marta estaba descansando o había entrado en coma, ella pasó de una inmovilidad total a convulsionar fuertemente, vomitando en el proceso. Súbitamente, dejó de respirar. Atolondrada y definitivamente no en condiciones de moverse libremente, sus gestos torpes suplicando por aire y las lágrimas entremezcladas con mucosidades que le cubrían implacables el rostro abatido lograron sacarle una sonrisa de suficiencia al joven, que observaba complacido la desgraciada escena. Un par de minutos después, Marta Ruiz cayó inconsciente, y la parte superior de su cuerpo se inclinó hacia el suelo, haciendo que la cabeza chocara contra él, mientras la inferior se mantenía en una posición terriblemente incómoda sobre la cama.
    Él, reprimiendo su euforia, la colocó rápidamente sobre el suelo y, temblando de emoción y de miedo al mismo tiempo, la desvistió. Cuando concluyó, respiró hondo y se sentó a su lado, para a continuación comenzar a desabrocharse la cremallera del pantalón.


    Alejandro Vázquez siempre había sentido fascinación hacia las personas muertas; eran tan frágiles e indefensas, y al mismo tiempo fortalezas impenetrables. Por eso, tener ante sí a una mujer joven en el limbo entre la salvación y el horror era para él una experiencia sin parangón, especialmente cuando esa mujer joven era la persona por la que él se había perdido en una locura tan increíblemente racional. No experimentaba ni por asomo la clase de excitación carnal que se suponía usual al tener delante un cuerpo femenino desnudo, sino que sus delirios fantasiosos pasaban a otro nivel, imaginando torturas crueles a las que someter a la carne impía que frente a él se encontraba.

    Imaginó tener la posesión de su pecho en una mano y una navaja de filo de luna en la otra, para luego, suave y elegantemente, cortar el músculo por la parte más blanda, por el istmo que todo carnicero desea despiezar. Luego, cuando el corte fino alcanzaba más allá de los capilares, la sangre, río de vitalidad y de pasión enfebrecida, brotaba con un aroma imaginario a una mezcla del alcohol más adictivo del mundo y las flores con el mejor olor jamás encontrado, deslizándose como una anaconda sobre la mano del joven.
    Tras aquel pequeño capricho, y con una nueva navaja impoluta en la mano, producto de la todopoderosa imaginación, se vio ciñendo firmemente la daga sobre el torso mutilado, abriendo así una nueva línea roja desde el cuello hasta el pubis. Aquella línea mística se abrió cual amapola obediente a sus deseos, mostrando hermosos órganos florecientes en la mejor fase de sus vidas. Ansioso, introducía la mano entre los mínimos huecos que el intestino le proporcionaba, haciendo que éstos abandonaran su sitio para salir al exterior, junto con algún otro órgano olvidado en el camino. Ni uno de los recovecos de su camisa quedaba libre del rojo vital, debido al brazo curioso que se encontraba atravesando la cavidad torácica, tratando de hacerse paso a través. El temblor que le sacudía, producido por la excitación, se intensificó al rozar con los dedos un corazón aún latiente y, dando un grito de júbilo, lo agarraba como se trata de exprimir el jugo de una fruta, mientras exhalaba un suspiro temeroso y convulso en el que parecía írsele la vida.

    Sin embargo, como toda vida, sueño y pesadilla tienen un final, aquella fantasía terminó tan pronto como empezó, dejando a Alejandro en estado ligeramente catatónico, con el ansia de saber cómo le habría desgarrado el útero. La figura blanquecina, intacta y pura, no iba a ser profanada aquella noche, pero aún quedaba algo que él podía hacer.

    Como símbolo de una promesa inmortal, untó su dedo en el líquido nacarado y espeso que había dejado en el suelo, y lo empleó para escribir en el idioma de Shakespeare en el vientre desnudo del color de la avena.


    You were, are, and will be mine forever

    Sonriendo con una mueca infantil típica de quien es joven y lozano y acaba de conseguirse novia, Alejandro se acurrucó en una esquina y, mientras observaba atentamente cómo la vida de Marta se iba apagando junto con los pusilánimes y fugaces latidos de su corazón, se quedó dormido con la felicidad plasmada en sus facciones inocentes.


    Daniel se había pasado los últimos días reposando en su cama, con un dolor indescriptible en prácticamente todo el pecho, especialmente el estómago. Había llegado a expulsar sangre por la boca y hasta un poco por la nariz, y aunque era consciente de que debía acudir al médico, las creencias de Alicia de que la medicina era una farsa y que con que ella rezara por él todo se arreglaría eran la terquedad personificada. Sin embargo, consideraba que había pasado ya demasiado tiempo y, en caso de que al día siguiente la cosa empeorara, iría al hospital quisiera o no su esposa.

    En aquel momento se sentía especialmente mal, y un hilillo de sangre escurridizo proveniente de sus labios era la prueba de que algo no iba bien. Alicia apareció, visiblemente preocupada, y le ofreció una tila que él no tuvo ánimos de rechazar, ni siquiera sabiendo que la suave textura de cristal de los líquidos que ella preparaba no le haría un favor.

    Cuando la taza de acabado fino en porcelana ya se encontraba reposando sobre la mesilla, acariciada por los tenues rayos de luz solar, la pequeña y constante gota de sangre de la boca de Daniel se convirtió en un torrente que le destrozó completamente el sistema digestivo, desgarrándolo definitivamente y creando una hemorragia interna masiva que se hizo paso por todas las cavidades de su cuerpo, haciendo que le saliera sangre por los oídos y la nariz y que las sábanas azules que cubrían la parte inferior de su cuerpo se empaparan hasta teñirse de color carmesí. Trató de gritar, pero un profundo dolor le hizo comprender que sus cuerdas vocales habían sido despedazadas sin piedad. Notó que, en su interior, el intestino se le retorcía y rompía como pedacitos de papel siendo rasgados por una tijera. Los ácidos gástricos de un estómago ya irremediablemente destrozado vagaban a sus anchas por el cuerpo, destruyendo todo lo que estaba en sus posibilidades destruir. El suelo de la habitación era una piscina sangrienta, y su cuerpo iba resbalando, poco a poco, con la cara desencajada y los ojos inyectados en sangre, hacia un inevitable final.

    Lo último que Daniel Varela vio antes de que el siguiente órgano a ser corroído fuera el corazón fue a su esposa con el semblante desolado, el azucarero en la mano derecha y el rosario adorado como siempre en la izquierda.

    Alicia contempló cómo su marido le dirigía una última mirada antes de explotar internamente y sangrar por todos lados, para después caer definitivamente. Las lágrimas comenzaron a cavar surcos en sus mejillas, y dejó caer el azucarero, mezclando así el vil metal de la sangre con la dulzura de la muerte y del azúcar, además de los finos y letales filos del vidrio molido que había sido ocultado previamente entre los dulces polvos.

    Para ella, todos los acontecimientos de las últimas semanas formaban parte de su apuesta con Dios. Una apuesta con cuyo resultado no quería obtener una victoria, sino saber si era digna de la aprobación divina por haber cometido un asesinato, aunque fuera contra la persona que la había traicionado.
    Y una apuesta no es tal si no existen riesgos a correr. El vidrio molido era un veneno arriesgado, que podía funcionar extremadamente bien o fallar estrepitosamente. Pero había tenido un efecto devastador, tan espantoso que hasta ella había deseado detener el tormento que Daniel estaba pasando. Mas ahora todo había terminado. El Señor le había hecho saber que estaba con ella, y ya no importaba si debía someterse a la justicia humana, nunca comparable a la divina.

    Pero aún así, Alicia quería jactarse de aquello, aunque sólo fuera una vez. Se arrodilló sobre el enorme charco de sangre del suelo, sin importarle en absoluto lo que pasara con su ropa y, tras besar el rosario, lo levantó por encima de su cabeza agarrándolo por la cadena, para luego dejarlo caer en el rojo impuro de las heridas aún abiertas; en el rojo de la lujuria de los abandonados; en el rojo del maletín que, perdido por alguna parte de la habitación, presagiaba peligro desde hacía demasiado tiempo.



    ----------

    Las críticas y opiniones son bienvenidas, pero no sean muy duros, que soy una muchacha sensible en la flor de la vida t_____t (???).
     
  2.  
    Quelconque

    Quelconque Usuario popular

    Virgo
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    Pluma de
    Escritor
    Re: Doble latido

    Al principio pensé que el maletín rojo era algo como la llave de Barbaazul y que la pintaba con sangre O_O

    Cuando seguí leyendo y llegué a la escena de la habitación (por cierto, mi favorita, excelente descripción, me hizo suspirar y todo) pensé que no había relación alguna con la muerte obligada del protagonista Daniel, la ninfomanía de Marta y el fetiche/fantasía de Alejandro (escribir sobre el cuerpo de alguien... por un momento pensé que escribiría "Alejandro" con su semen por todo el cuerpo de Lis... perdón, Marta xD); pero aguardé pacientemente hasta que el final me lo develara. Aunque habías dado pistas en el café, no pense que realmente fuera Munchausen mezclado con fanatismo. Awesome :biggrin:

    Pero, sinceramente, el final del protagonista casi explotando por culpa de los vidrios fue... simplemente increíble en el sentido de humanamente imposible. Well... al menos la excelsa descripción suple ese defecto de realidad.

    Vamos, no sé por que no lograste un lugar si haz elaborado todo un antro de vicios, pero respeto la opinión de los jueces aunque no estoy totalmente de acuerdo.

    Saludos.

    Por cierto, por más que me devané los sesos en buscarle un significado alterno, no entendí la relación del título con el escrito.
     
  3.  
    BelAhome

    BelAhome Usuario común

    Aries
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    Pluma de
    Escritor
    Re: Doble latido

    Realmente sangriento pero escrito de una forma maravillosa. Cuando Alejandro comenzó a abrir el cuerpo de Marta me helaste la sangre.

    Confieso que no entendí la analogía del maletín rojo. ¿Alicia era una fanática religiosa? ¿Por qué eso de ver si Dios estaba con ella?
    Siento que no lo leí con suficiente detenimiento.

    Te felicito por haber ganado.
     
  4.  
    Beatrice

    Beatrice Iniciado

    Sagitario
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    Pluma de
    Escritora
    Re: Doble latido

    Antes de nada, perdón por la tardanza, he estado de viaje y no he podido pasarme a responder :(.

    Yuzu: Muchísimas gracias, realmente esa escena fue mi favorita también xD. No sé, quería lograr un ambiente que mezclara lo sensual con lo irreal, aunque es un poco difícil hacerlo con palabras, pero quedé inmensamente satisfecha con el resultado.
    Bueno, tampoco se presupone como real que los vampiros existan y a medio mundo le encanta escribir sobre ellos (?). Ok, ok, sé que no es lo mismo xD. Pero tuve que exagerarlo un poco, por el bien de la historia :(!
    Realmente, no merece la pena que trates de buscarle un significado, en aquel momento mi inventor de títulos no estaba al 100% precisamente. Pero tendría un poco que ver con el hecho de que los protagonistas sean dos, muriendo por la misma causa y casi al mismo tiempo.
    BelAhome: Lo cierto es que no lo estaba abriendo de verdad. Si te fijas, estaba imaginando que lo abría porque eso era lo que deseaba hacer en aquel momento.
    Oh, lo del maletín no es nada, simplemente era rojo, el color de la sangre. Es tan sencillo y tonto que me dan ganas de ahorcarme. Y sí, Alicia era una fanática hasta cierto punto loca, que descubrió que su marido la estaba engañando y decidió "poner a prueba" al azar y a Dios: si el truco del vidrio funcionaba, entonces ella tendría razón y la infidelidad sería un pecado más grave que el asesinar a quien lo había cometido, y viceversa. Como había una gran probabilidad de que no funcionara, su locura la inundó por dentro.
    Y gracias, pero en realidad no gané nada xD.
     
  5.  
    Rukia

    Rukia Usuario popular

    Aries
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    Pluma de
    Escritora
    Re: Doble latido

    Te seré sincera, el principio y tanto detalle descriptivo se hizo y fue pesado al comenzar la lectura. Mientras avanzaba me confundí en algunas partes y otras se me hicieron si no innecesarias, si algo pesadas de llevar, pero cuando llegué al climax, agradecí sobre manera el que hayas usado tales descripciones, fue realmente asombrosos el efecto que conseguiste.

    Tienes un lenguaje florido y muy enriquecido (algunas palabaras ni siquiera aparecen en mi vocabulario) pero me gustaría que busques el modo de atraer al lector desde un principio, en algún punto desee saber a dónde iba todo y la verdad no le encontré pies, cosa que le quitó fuerza al impacto del "asesinato doble" y no fue tan exitante como esperaba de mucha sangre.

    Fue interesante y como siempre te felicito por semejante creación, y realmente deseo que algún día escribas algo que me haga llorar y retorcerme del horror, con la manera que tienes de escribir, no lo creo imposible.
     

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