Distancia.

Distancia.

Distancia.

Tan lejana la Luna del Sol siempre bailaban en aquel limbo, recreando ese vals que entre giros y pasos completaban el día y la noche. Se contemplaban desde lejos, deseando, rogando, susurrando que algún día pudieran superar esa maldita distancia.

Distancia que los separaba, que los alejaba, que los hacía desear más. Lo suyo era imposible; la luna agarrada a la Tierra que de forma egoísta la sostenía y el Sol que era el sostén de todo un sistema.
Lo suyo simplemente no se podía. Tan imposible como juntar polos idénticos, como mezclar agua con aceite, como la paz mundial.

La música siguió tocando durante años, ese baile interminable en el que se cruzaban constantemente sin poder tocarse seguía apareciendo cada noche.

La Luna sufría, cada 30 días ella desaparecía para llorar sin que nadie la vea, para llorar su soledad. Admirada secretamente por todos, nadie se animaba a declararle su amor. Ella seguía esperando, ingenuamente, aquel día en el que el Sol y ella se juntarían.

Para algunos puede ser la profecía. Para la Luna y el Sol; era vivir lo único e irrepetible. Hacer realidad lo imposible y cumplir sus deseos de danzar juntos. Ambos tenían fé de que ese día llegaría; el día en el que el atardecer y el amanecer coexistirían en perfecta armonía. Ella quemándose con su calor y él experimentando la sensación del frío sobre su piel.