Harry Potter Disputa por un puesto de trabajo.

Disputa por puesto de trabajo.

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Sybill Trelawney miró con malos ojos a Albus Dumbledore después de que el anciano director suspirara de cansancio, algo completamente previsible. La profesora de adivinación del colegio Hogwarts de Magia y Hechicería seguía sin aceptar el hecho de que el centauro (jamelgo para la vidente) Firenze compartiese con ella la asignatura a pesar de que ya se hallaban a mitad del sexto curso de la promoción de la que formaban parte Harry Potter y sus amigos. Para una persona menos orgullosa, habría transcurrido tiempo suficiente como para aceptar la situación.

Pero la profesora Trelawney era demasiado orgullosa.
— ¡¿Cuándo piensa echar a ese jamelgo de la escuela?! — gritó con una furia que nunca había mostrado en clase, salvo cuando Dolores Umbridge le entregó una notificación por la que le informó de que le había puesto en periodo de prueba.
—Le agradecería que tratase de moderar su ira—dijo el director con total tranquilidad, tamborileando los dedos sobre la mesa—. No puedo dejar que Firenze se marche hasta que los centauros recapaciten y le permitan volver a su verdadero hogar. Le suplico que se muestre comprensiva con él y que trate de ser una buena compañera de trabajo.

Viendo que el director no iba a cambiar de parecer por mucho que insistiese en llevar a cabo aquellas reuniones, Sybill abandonó el despacho y descendió hasta la sala en la que Firenze vivía y daba sus clases. Ella misma se encargaría de poner a ese cuadrúpedo de “cascos” en la calle.
— Ese jamelgo estaría mejor en una fábrica de pegamento… ¡como pegamento! —refunfuñó, un poco satisfecha por poder despotricar contra su rival—. O en el matadero. Claro que lo mejor sería que lo contrataran como semental; seguro que no se quejaría de un trabajo como ese y que se largaría por las buenas.

Al llegar a la habitación del centauro, entró como una tempestad sin llamar a la puerta, interrumpiendo el leve trote que Firenze daba todas las noches para mantenerse en forma.
— ¿A qué debo esta tardía visita? —le preguntó a la mujer con su dulce voz.
— ¡He venido a ordenarte que te largues de aquí para siempre! —exclamó Sybill, acercándose a la criatura con una furiosa mirada a pesar de la gran diferencia de altura existente entre ellos.

Firenze no pudo evitar componer una mueca burlona. Se cruzó de brazos y preguntó:
— ¿Me lo ordenas? ¿Y quién eres tú para hacer tal cosa?
— ¡La legítima profesora de adivinación de este colegio! —chilló la mujer, completamente fuera de sus casillas ante la socarronería del híbrido— ¡Una gran vidente que le hace un gran favor a Hogwarts enseñando en él y aportando las soberbias dotes de mi Ojo interior.
—Palabrería insulsa, diría yo— replicó Firenze.
— ¡¿Cómo has dicho?! —gritó la indignada profesora.
— ¿Su Ojo interior es sordo además de ciego? —le preguntó el centauro con toda la intención de provocarla.
— ¡Estoy hasta las narices de ti, jamelgo arrogante! ¡No hay suficiente sitio para los dos en esta institución, de modo que pienso echarte a rastras!

Así fue como Sybill Trelawney se abalanzó sobre Firenze y le abrazó con toda la fuerza que pudo en un vano intento de derribarle. Sin embargo, el híbrido se desembarazó de ella con gran facilidad y la elevó en el aire con sus fuertes brazos.
— ¡Déjame bajar, caballo estúpido y prepotente! —chilló la mujer, pataleando con la intención de golpear a su rival.

Firenze ignoró la actitud de Sybill y la atrajo hacia sí para abrazarla y besarla con tanta pasión que ahogó los gritos de la vidente, cuyo asombro la dejó inmóvil, colgando de los musculosos brazos del exiliado, y sin aire mientras sentía el fuerte latido de su corazón.
— ¿Decías algo? — le preguntó el centauro tras separar sus labios de los de Sybill y dejarla con suavidad en el suelo.

Todavía confusa por lo ocurrido, la profesora Trelawney negó con la cabeza; cualquiera que la hubiese visto pensaría que se trataba de un zombi.
— En ese caso es mejor que regreses a tu habitación para que ambos podamos descansar y estar frescos para las clases de mañana— Firenze condujo a Sybill al pasillo con un brillo divertido en sus ojos azules—. Buenas noches.

Y echó a la vidente dándole una juguetona, aunque fuerte, palmada en el trasero.
“¡¿Cómo se ha atrevido?!” pensó la profesora, lamiendo el dulce sabor del centauro del que se habían impregnado sus labios.


Durante los días siguientes, todos los alumnos de la profesora Trelawney notaron un excepcional cambio en ella. Parecía ser incapaz de concentrarse en las clases y ya no alardeaba de sus grandes dotes de adivina, dejando incluso de anunciar sus acostumbrados y temibles predicciones. Solía quedarse sentada en su butaca, mirando al vacío y acariciando sus labios con las yemas de los dedos.

El cambio también se reflejó fuera del aula, pues ya no insultaba ni insinuaba amenazas contra la integridad de Firenze, con el que se mostraba extrañamente cordial y…avergonzada. Algunos alumnos aseguraban que habían visto a la profesora Trelawney sonrojarse y sonreír cada vez que se cruzaba accidentalmente con Firenze, quien la observaba con un brillo en los ojos que nadie era capaz de identificar.

Claro que siempre hay algún que otro rumor; y es inevitable que algunos rumores sean ciertos.

FIN.

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