Digimon Adventure V03

Tema en 'Archivo Abandonado' iniciado por KeybladeMaster, 26 Mayo 2013.

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    Título:
    Digimon Adventure V03
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Aventura
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2975
    Lo primero:

    1- Todos los digimon que aparecerán en esta historia son digimon originales de la serie, ninguno es inventado.

    2- Los protagonistas humanos sí son inventados por mí.

    3- A veces la escala evolutiva no encaja exactamente con la especie digimon en cuestión. Pero en su mayoría sí (escalas evolutivas sacadas de Digimon Wiki)

    4- Pondré una foto cada vez que un digimon protagonista digievolucione.

    5- Se ignorará cualquier factor que haya sucedido posteriormente a Digimon Adventure 02

    Este fic se ubica en el mismo universo donde sucedieron los acontecimientos de Digimon Adventure 01 y 02. Sucede unos diez años después de los hechos de éste último; el mundo digital está en peligro de nuevo, y nuevamente, como sucedió en un comienzo, siete niños fueron escogidos para salvarlo.

    PRÓLOGO. ¿¡Un digiqué!?

    Mi nombre es Tania; curso tercero en el instituto de Hikarigaoka, Japón. Tengo 15 años, y tengo que admitirlo: desde que vi a aquel jugador de fútbol tan conocido por los aficionados, caí enamorada de él. Su pelo marrón y algo alborotado, su porte atlético, y, ¡esa costumbre de llevar gafas de aviador en su frente, como yo!

    Sí, desde el primer momento me gustó él. Aunque era demasiado mayor. Y eso, sí, era un problema, pero… lo que yo no sabía era que ese chico me iba a causar más problemas de la cuenta.

    Pero bueno, lo mejor será que empiece desde el principio…



    Era el último día de clase. ¡Comenzarían las vacaciones de verano! Ya era hora, ¡estaba deseándolo!

    Además, el señor Motomiya, nuestro nuevo y joven profesor de educación física, nos prometió que nos traería una agradable sorpresa para conmemorar el último día del curso.

    ¿Qué podría ser la sorpresa? Nunca esperé que fuese a ser de carne y hueso.



    –¡Tania! –gritó ese chico rubio y de ojos azules que tengo por hermano, despertándome de mi abstracción.

    –¿Eh? ¿Qué? –dije, confusa.

    –Estás completamente alelada –dijo Sam, mi hermano mellizo, que se sentaba junto a mí en la clase de informática.

    Lo cierto es que lo estaba. Miraba sin prestar atención como ese hombre pelirrojo y bajito, con aires de intelectual, seguía escribiendo sin parar en aquella interminable pizarra. ¡Por Dios, era el último día! Lo único que yo quería era largarme de allí.

    –A ver, los señores mellizos –dijo el profesor Izumi, mirándonos con aires de enfado–. Sé que es el último día, pero por favor, ¡prestad un poquito de atención!

    Asentí, y me dejé caer en la mesa, apoyando mi cara en ella.

    –Que pesado, ¿eh? –me comentó mi hermano Sam.

    Él era, como yo, rubio con ojos azules. De pelo corto, acostumbraba a llevar las gafas de aviador en la frente, como yo. Él era más sereno y calmado que yo. Pensaba antes de actuar, no como yo. A mi me gusta más regirme por los impulsos.

    –¡Ni que lo digas! –le comenté, haciendo caso omiso al señor Izumi.

    Entonces, aburrida, miré a mi alrededor. Allí, a lo lejos, en la esquina de atrás a la derecha, se encontraba Daniel. “Dan”, le decían todos. El repetidor de la clase, con ya 17 años y aún sin pasar de curso. No porque no fuese inteligente. Simplemente, porque él pasaba. Le daba todo igual, tan solo le importaba oír sus canciones en ese MP3 suyo.

    A mi izquierda, se encontraban Eric y Giselle. La típica chica consentida y guapa que pasa el día acicalándose el pelo, aprovechándose del amor del pobre listo de la clase (Eric), el chico de 14 años al que ascendieron de curso por sus excelentes notas.

    Desde luego, el panorama de mi clase era digno de ver.

    Pero entonces, golpearon a la puerta.

    –Adelante –dijo el señor Izumi, invitando a entrar a otro profesor, de profusas lentes y pelo azul y algo largo; el profesor Kido, de Química.

    –Hay visita, Izzy. ¿Puedes salir antes?

    El pelirrojo nos miró, y, milagrosamente, dijo:

    –Está bien, ¡salid ya!

    Y se armó una buena: todos salieron como locos de la clase, y la mayoría decidieron por su cuenta que ya se acababan las clases por hoy. Pero mi hermano, yo, y algunos más, decidimos respetar el horario, más por ver la sorpresa del profesor de gimnasia que por ganas de estar allí.

    Me sorprendió que Dan no se hubiese marchado. Claro, luego mi hermano me explicó el motivo de que se quedase, y todo tenía sentido: había rumores de que un famoso cantante de rock rondaba por el instituto. Casualmente, del grupo favorito de Dan. No se podía perder verlo, claro.

    Por fin llegó la hora de gimnasia, y esperamos en el gimnasio. Pero no apareció el señor Motomiya. Extrañados, la gente fue desapareciendo poco a poco, una a una. Era última hora, y era muy fácil para ellos saltarse una verjita y salir de aquel instituto hasta el próximo año, ¿para qué esperar más, si el profesor no va a venir?

    En definitiva, quedamos los cinco: mi hermano, Dan, Eric, Giselle, y yo.

    –¿Qué hacemos? ¿Nos vamos? –propuso mi hermano.

    –Yo sí; pero a buscar a Matt Ishida. Dicen que ronda por el instituto –dijo Eric mientras salía del gimnasio.

    –Eso es mentira –comentó Eric una vez estaba fuera el acusado–. ¿Qué se le ha perdido en un instituto como éste a un cantante de rock?

    –No lo sé, pero yo me voy –dijo Giselle, levantándose de su sitio y marchándose.

    –¡Eh, espera, te acompaño! –gritó su perrito faldero, yendo tras ella.

    AL final, quedamos los dos hermanos. Cansados de esperar, íbamos a irnos, cuando entró el señor Motomiya.

    –¡Oh! Pensaba que os habríais largado todos. Bueno, pues podéis iros si queréis, Samuel y Tania.

    –Pero, profesor, ¿y su sorpresa? –dijo irritado mi hermano.

    –Oh, eso –contestó él sonriendo despreocupadamente–. Había traído a un jugador de fútbol importante para que os diese una charlita. Es un conocido mío, pero… lo siento, ha surgido algo. Marchaos a casa, ¿vale? ¡Hasta el año que viene!

    Y salió corriendo del lugar.

    Sam se levantó y dijo.

    –¿Qué pasará?

    Hice lo mismo, y dije:

    –Pues no sé tú, pero yo no me voy sin enterarme de quien es esa “sorpresa”. ¿No tienes curiosidad por saber quién es?

    Asintió, sonriente, y salimos corriendo tras el señor Motomiya.



    Mientras tanto, Giselle y Eric se habían topado con alguien en el camino de vuelta.

    –Giselle, yo, eh, te quería decir –no acertaba a pronunciar el joven cuando ella lo interrumpió.

    –¡Espera! –dijo al volver en una esquina del patio–. ¡Mira esa chica!

    Señaló a una joven con pelo rosa que caminaba algo desorientada, acompañada de otra más joven con gafas y el pelo de una tonalidad similar, hacia dentro del edificio.

    –¿Eh? ¿Qué, qué pasa? –dijo el chico sin entender.

    –Esa chica… –susurraba muy seria Giselle.

    –¿¡Qué qué!?

    –Esa chica… –repitió ella–. … ¡¡Qué mono ese traje que lleva, por favor!! –gritó eufórica Giselle, cayendo al suelo decepcionado su compañero–. ¡Tengo que saber dónde lo ha comprado! –y salió a correr tras ella, acompañado de su compañero, que la seguía torpemente.



    –¡Ese es…! –dijo mi hermano, mientras los dos observábamos a escondidas como Motomiya llegaba a la puerta de la sala de ordenadores, donde le esperaban los señores Kido e Izumi y… aquel jugador de fútbol tan guapo, acompañado de una chica más joven que se le parecía bastante–. ¡Taichi Kamiya!

    –¿Quién? –no lo conocía, pero me alegró bastante la vista verle?

    –Un jugador de la selección de Japón, boba. ¡Es la caña! Seguro que él era la sorpresa que nos iba a dar. Pero, ¿qué hace tanta gente ahí?

    Entonces, llegó más gente. Un chico joven con cabeza redondeada, dos chicas pelirrosas, un joven alto y de pelo negro que le caía hasta los hombros, y más tarde, tres jóvenes: una muchacha de pelo marrón anaranjado, acompañada de dos rubios, uno mayor y otro más pequeño, éste con un sombrero en su cabeza.

    –¡Y ese es Matt Ishida! ¡Es verdad que está aquí! –se sorprendió más aún Sam.

    Tampoco me sonaba ese cantante de rock. Pero bueno, la pregunta estaba clara: ¿qué hacía tanta gente junta?

    Sin poder escuchar bien qué hablaban, entraron en la sala de ordenadores. Y entonces, salimos de nuestro escondite y nos acercamos a la puerta de ésta. Nos asomamos furtivamente… pero, ¡no había nadie! Tan solo ese jugador de fútbol estaba allí, frente al ordenador, con la mano extendida.

    –Muy bien, ahora me toca a mí. ¡Agumon, allá voy, otra vez!

    –¿¡Quéeeeee!? –gritó mi hermano al ver que la mano de Taichi se introducía en el ordenador. Éste se dio cuenta de nuestra presencia y dijo nervioso:

    –Eh, ¡q-que hacéis ahí! ¡Yo, esto no es nada raro, se trata de…! –pero el ordenador lo tragó, sin poder explicarse.

    –¡¿Qué dem…?! –me extrañé, entrando sin pensarlo en la sala, y mirando de cerca el ordenador.

    –Ese trasto… ¡se ha tragado a Taichi!

    –Sí, pero, ¿cómo es posible? –comencé a toquetear el teclado.

    –No deberías tocar nada, ¿y si nos zampa a nosotros también? –me regañaba él, mientras yo seguía con mi tecleo–. ¡Taniaaaa!

    Entonces, en pantalla apareció un mensaje entrante.

    –“¿Quieres abrir la puerta al mundo digital?” –leímos los dos a la vez.

    Y, sin tiempo a responder, una luz brilló con fuerza y nos engulló a los dos…

    Perdí el conocimiento.



    Me desperté lentamente cuando noté un extraño tacto en mi brazo.

    Cuando abrí los ojos y vi a un bicho verde a mi lado, grité alarmada.

    –¡Aaaaaaaah! ¡¿Qué es esta babosa?!

    El bicho solo sonreía.

    –¡No soy una babosa, Tania! ¡Soy Gummymon!

    [​IMG]

    Gummymon. Digimon bebé muy cariñoso y amable. Su ataque consiste en arrojar burbujas.

    –¡Aaaaaah! –volví a gritar – ¡El bicho está hablando!

    –¡No soy un bicho, soy un digimon!

    –¿¡Un digi-qué!?

    En ese momento oí un grito detrás de mí. En la hierba estaba tumbado mi hermano, con un bicho marrón sobre su pecho.

    –T-Tania… –dijo–. Quítamelo… ¡Q-Quítame este bicho!

    –¡Hola, Samuel! ¡Soy tu compañero Kokomon!

    [​IMG]

    Kokomon, un bebé digimon. Es el hermano gemelo de Gummymon. Su ataque consiste en arrojar burbujas contra el enemigo.

    –¿Estamos… soñando? –dudó mi hermano.

    –¡Estáis en el Mundo Digital! –dijo eufórico el digi-bicho marrón.

    –¡Os hemos estado esperando! –comentó el otro digi-algo.

    –¿¡Qué demonios decís!? ¿Dónde estamos? ¿Y el instituto?

    Miré a mi alrededor. Estábamos en un bosque, en medio de un maldito bosque. Era como si el ordenador nos hubiese transportado a otro mundo. Entonces miré mi maleta del instituto, y me fijé en que llevaba en el asa un extraño aparato colgado, de color verde claro.

    –¿Qué es este cachivache? –inquirí.

    –Ni idea… ¡yo también tengo uno! –dijo mi hermano, mostrando el suyo, igual pero marrón.

    –Todo esto… ¿es un sueño? ¿Una broma? ¡¿Qué es?!

    Y entonces, un estruendo se escuchó. Se acercaba algo que parecía un elefante, pisando con fuerza. ¡Era otro bicho! Pero mucho más grande, parecía un rinoceronte. Nos miró con rabia en los ojos, unos ojos extrañamente rojos.

    –¡Es Monochromon!

    –¡Está controlado por los Tiranos Digimon! –gritaron los bichos, saltando delante nuestra con aires desafiantes.

    –¡Cuidado! –dijo el tal Gummymon–. ¡Os protegeremos!

    –¿¡Pero estáis locos!? –exclamé.

    –¡Os va a aplastar! –exclamó mi hermano.

    –¡Grrrr! –gruñó el Monochromon.

    Los dos digimons saltaron y lanzaron sus burbujitas, que casi no le hicieron ni cosquillas al bicho gigante.

    –Oh oh… –se lamentó Kokomon.

    Entonces el rinoceronte-mon comenzó a embestir contra nosotros.

    –¡Corred! –acerté a decir, mientras los cuatro salimos a correr, huyendo de aquel bicho.

    Pero acabamos en un acantilado sin salida. El mar a nuestras espaldas amenazaba con sus olas embravecidas.

    –¡Mierda! ¿Qué hacemos ahora? –dije.

    –¡Hermanita! ¡No quiero morir! –exclamó abrazándome Sam.

    –¡No dejaremos que os pase nada! –exclamaron los dos digimons, cuando de repente saltaron sobre el Monochromon, que estaba apunto de atacarnos.

    –¡¡Gummymon!! –grité.

    –¡¡Kokomon!! –gritó Sam.

    Y un brillo salió de los cacharros que poséiamos, y bañó a Gummymon y a Kokomon.

    –Gummymon digievoluciona en… ¡Terriermon!

    –Kokomon digievoluciona en… ¡Lopmon!

    [​IMG]

    Terriermon. Un digimon nivel principiante con grandes orejas. Su ataque es la ráfafga de conejo.

    [​IMG]

    Lopmon. Un digimon nivel principiante semejante a un conejo. Ataca con su hielo ardiente.

    Era incomprensible, de repente, ¡eran conejos orejudos!

    –¡Ráfaga de conejo! –gritó Terriermon, lanzando una bola verde contra el rino.

    –¡Hielo ardiente! –atacó Lopmon.

    Consiguieron con sus ataques frenarle, pero no eran bastante poderosos para él. Entonces fue se oyó el sonido de un gran pájaro y, desde el cielo, un enorme pajarraco de fuego lanzó esferas de fuego.

    –¡Alas de meteoro! –gritó, exterminando al Monochromon.

    Suspiramos, y miramos al cielo. El pájaro se marchaba, dando media vuelta, ¿quién era?

    –Es un Birdramon –dijo Lopmon–. No suelen verse por aquí.

    –Eh, eh, Lopmon –quiso saber Terriermon–. ¿Crees que serán…?

    –¡Los niños elegidos! –gritaron ambos a la vez, mientras se adentraban en el bosque, siguiendo al tal Birdramon.

    –¡Eh, eh, esperadnos! –exclamamos mientras les seguíamos.

    Y así fue como empezó nuestra aventura en el mundo digimon. No podíamos imaginarnos la de aventuras que nos quedaban por vivir…

     
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