Diez años (antes) después

Tema en 'Relatos' iniciado por Aithra, 17 Septiembre 2008.

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    Aithra

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    Diez años (antes) después [Historia Corta]

    Y sí, muy, demasiado cursi.
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    [/FONT]
    [FONT=&quot] Diez años (antes) después[/FONT]

    Polonia, 1935


    Él le tomó la mano y sonrió. Le llevaba casi por ocho años pero a él parecía no importarle en absoluto.

    —Ponte de pie —le dijo amablemente.

    La niña, con los ojos llenos de lágrima por su rodilla ensangrentada asintió mordiéndose los labios, mientras se ponía de pie. Su vestido estaba salpicado de barro y el pelo se le había soltado.

    —Vamos Leggie, tus padres te están buscando.

    —¡Pero me duele! —Gritó ella, indignada.

    Él lanzó una carcajada y la miró. Entonces, poniendo sus grandes manos alrededor de su cintura, la elevó y pasando un brazo bajo sus rodillas, la cargó, acurrucándola contra su pecho. Ella se agarró casi inconscientemente de su cuello y lo miró con sus ojos azules bien abiertos.

    —¿Miedo, Leggie? —Le escuchó decir. Ella negó con la cabeza.

    —Sólo duele.

    —¿Crees que tus padres te van a regañar?

    —No.

    —¿Por qué?

    —Porque fue tu culpa que me perdiera. Les diré que besaste a Nixie y yo tuve que ir a dar una vuelta porque no querían que los mirara —le dijo altaneramente. Él se volvió a reír.

    —Está bien entonces.

    Asintiendo, Leggie volvió apoyó su cabeza sobre su hombro. Sintió cómo los párpados le pesaban y se cerraban sin pedirle permiso.

    —¿Por qué? —Preguntó de repente, mientras era abducida por el cansancio.

    —¿Qué?

    —¿Por qué la besaste?

    —¿A Niexie? Ah, bien. Es un poco complicado para que lo entiendas.

    —¿Complicado?

    —Sí —contestó él—. ¿Cuántos años tienes? ¿Cinco, seis?

    —Siete.

    —Bueno, tal vez en diez años más lo puedas comprender. Ahora estás muy chiquita.

    —Pero falta muchísimo —se quejó Leggie, bostezando en el proceso. Él nuevamente se rió.

    —Tienes que tener paciencia, pequeña schmetterling.

    Pero Leggie no tenía paciencia. Suspiró y se dejó llevar por el sueño abrupto que había caído sobre su cuerpo. Sin embargo, antes de caer en los profundos abismos del sueño, tuvo dos pensamientos incomprensibles para ella en ese minuto.

    El primero: le gustaba muchísimo que él le dijera pequeña mariposa en alemán.

    El segundo, involuntariamente lo susurró:

    Kocham cię.

    Él se detuvo abruptamente.

    —¿Qué dijiste pequeñita schmetterling?

    Pero Leggie ya se había dormido.



    Berlín.
    Abril 25, 1945.


    No se suponía que tenían que estar ahí. No se suponía que los iban a matar justo ahora, cuando la liberación parecía tan real y casi palpable; cuando parecía que lo pájaros por fin iban a volver a cantar.

    Pero estaba pasando. Los pocos sobrevivientes que habían escapado junto con ella desde Varsovia habían sido aniquilados en minutos. Ni siquiera en eso: en tan sólo segundos.

    ¿Por qué tenía el presentimiento de que estaba destinada a la desgracia tomara el camino que tomara? Eso era tan injusto que deseó gritar y gritar sin importarle que quien fuera que la perseguía la encontrara siguiendo su voz.

    Continuó corriendo entremedio de escombros y árboles rotos de aquel pequeño pueblo hecho cenizas. Tenía que encontrar un lugar donde esconderse y rápido, tan rápido como fuera posible. Pero no encontró nada. Nunca lo hacía.

    Tropezando, cayó de boca al suelo y esperó un instante. Y luego otro. Pensó, o mejor dicho, intentó pensar en que la muerte era una cosa divertida y agradable; que llegaría tan rápido que ni siquiera alcanzaría a pestañar ni a sentir, ni a pensar desesperada que eso no era lo que había planeado para su vida. No funcionó. Nada funcionaba nunca con ella.

    Lehiel, hija de un padres polacos—muertos probablemente en algún campo de concentración—, comenzó a llorar. Muy despacito, casi como un susurro de la brisa matutina que la despertaba todos los días; después vino un sollozo y una angustia indescriptible comenzó a ahorcarle la garganta, quitándole el aliento, la respiración. Todo.

    Temblando, apoyó su cuerpo de costado y se acurrucó en posición fetal, tapándose la boca con ambas manos mientras veía el mundo borroso detrás de las lágrimas que caían como cascadas. Y el mundo comenzaba a derrumbarse. Era tan mortalmente injusto.

    A lo lejos escuchó más disparos. ¿Ya los habrían matado a todos?
    Tras la fugaz pregunta, comprendió la silenciosa respuesta que vino después del retumbar de las balas.

    —¡Levántate perra!

    Un metal frío tocó su sien y supo que era el cañón de un rifle. Curiosamente, ni siquiera había alcanzado a tener miedo al escuchar sus pasos. Simplemente había llegado y ya.

    Penosamente intentó obedecer. Poniéndose bocabajo, apoyó el peso de su cuerpo en sus brazos, pero éstos no quisieron responderle. Cayó nuevamente y el dolor atrajo nuevas lágrimas. Sin embargo, apretó los párpados con fuerza. No iba a permitirse llorar enfrente de un nazi.

    —¡Que te levantes!

    Tras eso, una patada voló contra su costado haciendo que se girara violentamente sobre su espalda. El movimiento le quitó el aliento y no tuvo otra opción más que gemir cuando el mismo pie estrujó su abdómen, pisoteándolo despiadadamente. Intentaba esquivar, cubrirse con los brazos, pero era imposible. Nadie le quería dar tregua.

    Rendida, bajó lentamente los brazos y su cuerpo se concentró en el dolor feroz que casi hizo que perdiera la consciencia. No sucedió, por supuesto, y odió con toda su alma que eso no pasara.

    De súbito, los golpes se detuvieron y seguido de ese pequeño respiro, sintió el cañón sobre su frente. Abrió sus grandes ojos azules —más por reflejo que por iniciativa—, sólo para ver una figura recortada tras su muralla de lágrimas.

    Tenía el pelo castaño claro o rubio, era alto aunque tal vez la vista desde el suelo hiciera que su tamaño aumentara. En su brazo se podía adivinar, aunque un tanto desteñida y unos cuantos arañazos, la evástica nazi.

    Quiso maldecirlo pero no pudo. Simplemente cerró sus ojos he hizo lo que había estado haciendo durante casi seis años: esperar… algo. Cualquier cosa, a estas alturas.

    Medio sonrió recordando a sus padres, riendo con ella en un almuerzo cualquiera, tal vez en la casa de su prima, junto a sus queridos tíos. Daría cualquier cosa por recuperar aquellos momentos y a todas esas personas que habían desaparecido del mapa dejando sólo figuras en su mente y rasguños en su corazón.

    —¿Leggie? —Escuchó de repente a la voz extrañamente familiar—. ¿Leggie, eres tú? —Repitió. Lehiel apenas fue consciente de que el cañón ya no estaba rozando su frente.
    Y entonces unas manos que su cuerpo pareció reconocer, la tomaron dócilmente de los hombros y la sacudieron con suavidad.

    —¿Me escuchas?

    Claro que lo escuchaba pero su boca se había secado sin razón aparente y no pudo responder, a penas sí abrió los ojos.

    —Leggie, mi Leggie —susurró la voz extrañamente resquebrajada. Sintió cómo la levantaba y la abrazaba contra su pecho. Sus ropas olían a polvo, a sudor y sangre. Tuvo nauseas —. Nunca pensé, Dios, nunca pensé…

    Ahogando una arcada se separó violentamente de él y clavó la vista en el vacío. Respiró profundamente, intentando ahogar las nauseas, pero el olor seguía ahí. Su cuerpo tembló y apenas pudo atajar la ardiente bilis en su garganta.

    Pareciendo entender, el soldado se separó de ella y se puso de pie. Ella no levantó la vista hacia él aún sabiendo que estaba sólo a unos pasos de ella mirándola posiblemente con los hombros caídos y sus ojos verdes sorprendidos, incrédulos.

    —Los mataste —murmuró Lehiel con su perfecto alemán.
    El viento de repente hizo mucho ruido y las piedras, los escombros de los edificios y el polvo de la tierra gritaron una acusación muda.

    —Sí. —La respuesta llegó un instante después.

    El hombre pareció querer agregar algo más pero se vio interrumpido cuando comenzaron a escucharse gritos de hombres llamándolo:

    —¡Kiefer!

    Ella se mordió los labios al escuchar su nombre. La verdad dolía más de lo que hubiera imaginado.

    —Lehiel, tienes que esconderte —le escuchó decir, pero ella ni siquiera intentó moverse. Se le antojó absurdo continuar viviendo para encontrarse con este tipo de dolor —. Párate, maldición.

    Acto seguido, la tomó en brazos y la llevó en rápidamente hacia lo que parecía haber sido una casita de campo, por supuesto, con las marcas inequívocas de la guerra. Pensó súbitamente en ese día cuando la había llevado del mismo modo a casa. Pero las cosas habían cambiado demasiado, ¿verdad? Él ahora no la llevaba a casa.

    La depositó dentro de los restos de una pieza, con las paredes lo suficientemente altas para dejarla sentada tras ellas sin ser vista.

    —Espérame aquí. No hagas ruido, no te muevas. Voy a volver, ¿me escuchas, Leggie? Voy a volver.

    Inmediatamente después, desapareció bajo el cielo crepuscular y Lehiel, incapaz de contradecir, hizo otra vez lo mismo: esperar.

    ¿Qué cosa?

    Ya no quería saberlo.




    II
    La despertó, horas después, una temblorosa caricia sobre su mejilla.

    —¿Leggie?

    El olor a sudor, polvo y sangre volvieron como un rayo a su mente, aunque no fue porque los sintiera inmediatamente. Fue sólo el recuerdo de su voz, el mismo que la hizo querer desasirse de su agarre, porque ella estaba en sus brazos, como si fuera una bebé.

    Él la aferró con fuerza.

    —No lo hagas —murmuró contra su coronilla—; no ahora.

    Y Lehiel realmente no quería continuar debatiéndose. Estaba cansada, tenía hambre, rabia y una tristeza que no entendía cómo quedaba buena en sus pulmones. Suspirando y siseando en el proceso, se relajó contra él intentando fingir que era un mal sueño.

    —Te reconocí por tus ojos. Siguen siendo tan vivos como hace diez años —habló Kiefer, repentinamente—. ¿Te acuerdas de todos esos veranos que fui a la casa de tus tíos y te llevaba a perseguir leones que nunca encontrábamos? Te indignabas de una manera tan adorable. —Algo parecido a una risa brotó de su garganta—. Siempre me quedaba embobado contigo, y eso que solo eras una criatura. ¿Recuerdas cuando…?

    —¡Cállate, cállate! —gritó ella, golpeando su pecho.

    —Leggie…

    —¿Para qué quieres fingir que nada ha pasado? Todavía recuerdo a las personas que vi vivas esta mañana, ¿sabes?

    Se quedaron callados. Esa noche parecía tan silenciosa que ni siquiera los grillos podían escucharse. Tal vez porque también estaban muertos, pensó Lehiel sombríamente.

    Había pasado tanto tiempo que se le antojaba demasiado extraño hablar con Kiefer. Eran dos extraños, en realidad. Tenía pánico de estar cerca de él porque aún lo recordaba pateándola sin compasión. Era difícil reconciliar esa imagen despiadada contra la calmada e incluso tierna que mostraba ahora.

    Casi preguntó por qué había hecho todo eso, pero se mordió la lengua antes de intentarlo. ¡Habían tantas respuestas! Lehiel no quería saberlas. Se sentiría más enferma.

    Pero por otro lado, todavía estaba la imagen del risueño Kiefer, haciéndola reír, llorar, gritar… pero reír. Siempre. Y a pesar de todo —de la guerra, de la muerte— parecía que ese tipo de cosas aún sobrevivían en él, aunque bajo una gruesa capa de sangre y terror.

    Con cuidado, ella levantó la cabeza y tanteó sobre su pecho hasta que encontró en hueco entre su cuello y hombro, hundiendo su cara en éste. Ahí sólo olía increíblemente a él y a un poco de sudor.

    —¿Te duele aún? —Preguntó Kiefer, acariciando su espalda.

    —Sí —respondió con hilo de voz. Él continuó acariciándola.

    —Lo siento tanto —susurró.

    Se separó de Lehiel, quien mantuvo la cabeza gacha. Kiefer agarró suavemente su mentón he hizo que lo mirara. Ella tenía sus grandes ojos abiertos, mirándolo con la misma adoración de años atrás… y con odio y dolor.

    —¿Me crees? —Ella continuó mirándolo, como si sus ojos lo miraran sin verlo realmente.

    Él la sacudió y algo parecido al terror recorrió losojos de Lehiel. Él se maldijo.

    —Sí —Aceptó ella rápidamente y volvió a bajar el rostro. Estaba temblando pero él sabía que no era por el frío.

    —Mi pequeñita smetterling, no te voy a hacer daño. Nunca más, lo juro.

    —Ya lo has hecho.

    —Por eso…

    —Y no sé cómo puedo creerte si ni siquiera sé qué va a pasar conmigo en un rato más. —Lo miró con los ojos empañados—. Ya no eres tú, no eres el Kiefer que yo…—Y las palabras se quedaron atoradas en la garganta.

    Podía distinguir su mirada de ojos verdes bañados por la luz de la noche y sabía que en ellos había algo… algo doloroso, terrible.

    —No puedo explicarlo; no sé cómo pedirte perdón, ¿sabes? —Habló él minutos después.

    Estuvieron callados tanto tiempo que ella no se pudo explicar por qué el sol aún no despuntaba en el cielo extrañamente despejado e irónicamente hermoso. Sin saber por qué, ella se relajó en sus brazos.

    —Mañana nos vamos a unir al Noveno Ejército para luego ir con el Doceavo. Intentaremos franquear la barrera rusa que está rodeando casi todo Berlín —habló él y besó su frente—. Hay civiles y nosotros…—Vaciló he hizo que lo mirara—. Mira Lehiel, probablemente nunca más me verás y no deseo que lo último que recuerdes de mí sea --titubeó--, sea esto.

    Lehiel pestañeó como si algo hubiera entrado a sus ojos. Una, dos, tres veces, hasta que sintió el escozor en ellos. Miró a Kiefel con los ojos más abiertos que nunca y entonces… entonces se largó a reír. Fuerte, descontroladamente, mientras unas lágrimas calientes resbalaban por sus mejillas.

    Echó la cabeza hacia atrás y rió con más ganas al cielo estrellado. Pero sí que era patético, ¿no? Lehiel tenía terror, un miedo indescriptible de estar junto a él, de todo lo que estaba pasando, de sus amigos asesinados hacía unas horas y todo lo que quería hacer era llorar y reír. Por fin serían libres, jamás traspasarían la barrera rusa, estaba segura. Era un hecho que los alemanes estaban a punto de caer.

    Pero sus amigos, que con tanto esfuerzo habían escapado de Varosovia, casi por milagro, no lo sabrían nunca y ella sí. ¿Por qué? Porque el asesino le había perdonado la vida. Por cierto, probablemente no lo vería más y eso terminó por destrozarla. No quería que él se fuera. No, por nada del mundo, y a la vez ella misma quería matarlo. El sentimiento que pugnaba en su pecho no hacía más que confundirla. Todo era horrible. Asqueroso.

    —¡Leggie! —Kiefer la sacudió intentando que se callara. No resultó.

    En un momento estaba mirando el cielo, y al otro, mirando la cara mortalmente seria de Kiefer. Sintió su peso contra ella, aplastándola e inmediatamente cerró la boca. Toda risa murió al instante de toparse con su mirada.

    —No te das cuenta, ¿verdad? —Habló él despacio, pero un filo en su voz innegable—. Si saben que estás viva, vienen y te matan. Están hartos y la más mínima provocación es una chispa dentro de una habitación llena de pólvora.

    —¿Pero no ibas a matarme? —Preguntó ella, mordaz. Sorbiéndose la nariz intentó mirarlo sin largarse a llorar otra vez.

    —¡Ya me he disculpado! —Exclamó él, cerca de su boca —. ¿Qué más quieres, Lehiel? No puedo cambiar lo que soy.

    Al momento de escucharlo, sintió cómo una puertita en su pecho cedía y caía haciéndose trizas. Le pareció que todo era igual que siempre; ese hombre con marcas de dolor y muerte era el mismo niño que le hacía bromas y la cargaba hacia su casa mientras dormía. Todas las barreras se vinieron abajo. Rodeó lenta, metódicamente su cuello hasta que sus narices se toparon.

    —¿Por qué nos pasó esto? —Murmuró ella, cerrando sus ojos.

    Un pequeño gruñido salió por toda respuesta de la garganta de Kiefer, un instante antes de besarla.






    III

    Había algo en su sabor que se le hacía familiar pero no pudo recordar qué. Su lengua se unía a la de ella bailando una danza tan antigua como el tiempo. Sus manos, por otra parte, acariciaban su cintura con delicadeza, con reverencia.

    —Mi Leggie —susurraba él, besando su cuello—. Has cambiado tanto, tanto.

    Los dos habían cambiado demasiado, pero nadie quiso hacerlo notar. El olor a sudor y polvo embriagaron la nariz de Lehiel, al tiempo que una sensación extraña recorría su piel bajo las manos de Kiefer.

    Él se puso entremedio de sus piernas y con sumo cuidado, le levantó el dobladillo del raído vestido sobre el ombligo. Ella sabía que estaba llena de polvo y tal vez con el mismo olor que él, pero nada de eso le importó cuando sintió sus manos acariciar suavemente su abdomen. Dejó escapar un pequeño chillido cuando sus dedos tocaron la zona adolorida de su piel. La caricia se detuvo al instante, él la observó con esa desgarradora mirada de culpa. Sin mediar palabras, inclinó su cara sobre su abdomen y lo besó. Sus labios estaban resecos pero cálidos. Fue una sensación exquisita, divina.

    —Si pudiera, pequeñita, te sanaría por completo y te llevaría muy lejos en mi caballo blanco —habló él, falto de cohesión mientras besaba las horribles manchas que ya se veían negras—. Nunca más tendrías que ver la muerte, el caos… iríamos a cazar leones. —Levantó la mirada hacia ella con los ojos peligrosamente vidriosos—. Y viviríamos felices por siempre —suspiró entrecortadamente y añadió—: Por siempre jamás.

    Era la historia más mal contada de la historia, pero ese tipo de defectos son nimios cuando prima la desesperación y la angustia por la repentina separación. Ella sólo supo que sus ojos jamás estuvieron tan ahogados como en ese minuto. Pero por sobre todo, que cuando él volvió a besarla con un anhelo insoportable y se enterró desesperada y dolorosamente en ella, fue el momento más glorioso de su vida.

    — Leggie—susurró él mientras sus caderas se encontraban
    —.Leggie… —repitió en todo momento, como un obseso.

    —Quédate conmigo, siempre —gimió ella, envolviendo sus piernas en su cintura y aferrándose a su espalda, arrugando hasta lo imposible la tela del uniforme.

    En ese instante único, donde las almas se funden en un remolino sin pies ni cabeza; donde nadie sabe con certeza donde comienza un cuerpo y termina el otro, ellos se miraron.

    Y cualquiera podría jurar que esa era la primera vez que se veían de verdad después de diez largos y tortuosos años.





    IV

    —A menudo recordaba a tu familia y a ti. —Frotó su cara entre los pechos turgentes de Lehiel—. ¿Cuántos años tenías la última vez? ¿Cinco, seis?

    —Siete —gruñó Lehiel, tironeándole cabello. El soltó una carcajada y levanto el rostro para mirarla. De inmediato su sonrisa se desvaneció.

    —Eres preciosa.

    El Sol estaba apareciendo inexorablemente. Los rayos rápidamente se colaron por los restos de pared que los resguardaba. Un pequeño halo se formaba tras el desordenado cabello de Kiefer. Parecía un ángel, pensó ella, acariciando su mandíbula áspera por la barba insipiente.

    —Lehiel —dijo lastimeramente él y giró su rostro para besar la palma de su mano.

    —Lo sé —susurró. Luego se forzó a sonreír—: Nunca pensé que pudiéramos estar aquí.

    —Tengo que irme.

    —Eso también lo sé —dijo ella. Kiefer entrecerró los ojos cuando la luz del sol dio de lleno contra sus ojos.

    Súbitamente la besó.

    Fue un beso corto, donde sus labios a penas se tocaron pero fue lo suficiente para hacerles ver estrellas en un día sin nubes y de sol radiante.

    —¿Recuerdas esa vez que me llevaste en brazos a casa cuando me caí por escapar de ti y Nixie? —Preguntó ella, murmurando contra sus labios.

    —¿Debería? —Él arqueo burlonamente una ceja.

    Kocham cię —susurró.

    Kiefer la miró conmovido. Sus rasgos se suavizaron aún más cuando el sol comenzó a posarse firmemente sobre el cielo, iluminándolo todo.

    —Yo también te amo —dijo él tiernamente, acariciando su mejilla—. Tal vez lo he hecho desde hace diez años; tal vez lo he hecho siempre. Pero he perdido tanto tiempo, tanto, y ahora…—Su voz se quebró.

    Las lágrimas fluyeron limpiamente por el rostro de Lehiel. Se besaron con desesperación. En ese momento, ella deseó más que nunca tenerlo abrazado por siempre; y él, simplemente no ser quien era, sino ser…simplemente ser con Lehiel.

    Por desgracia, a la guerra no le gustban los finales felices. Pocos días después más de la mitad del Noveno Ejército moriría intentando franquear la barrera rusa.




















    Vale, aquí no va el fin.
















    Polonia
    Diez años después

    —Dicen que fue amante de un alemán —dijo una mujer, sentada en el porche de su casa, junto a su vecina.

    —¿Tú crees que sea verdad?

    —Bah, sólo hay que mirar a la criatura: rubia y de unos ojos verdes terribles. Te lo digo yo, nunca se ha casado por lo mismo, la odiarían…—se detuvo abruptamente cuando un hombre rubio, de gran complexión,caminaba hacia ellas y las saludaba con un ademán.

    —¿Qué desea? —Tartamudeó la mujer, un tanto estupefacta.

    —A Lehiel —dijo él inmediatamente—, busco a Lehiel...— pareció avergonzarse antes de añadir—: no sé si estará casada, su apellido era Rymut.

    La mujer casi chilló cuando lo escuchó. Abriendo mucho los ojos, se obligó a hablar:

    —Tres casas más allá —indicó. Una chispa de alegría brilló en los sombríos ojos verdes del hombre.

    —Gracias --dijo, y con toda la calma del mundo, se fue.

    Con la misma calma avanzó por el camino de tierra. Cuando llegó a la tercera casa por primera vez desde hacía diez años, sonrió.

    Y mucho, muchísimo rato después, rió a carcajadas.

    Fin


    ____________________________
    Nota:

    Ya va, historia que hice para un concurso de eehh... historias sobre amor (?). Curioso que mediante los concursos sea, al menos ahora, la única forma de que me invente tiempo para escribir.

    A ver, algún dato importante...

    Pues es más que cuestionable la credibilidad acerca de que Lehiel haya escapado de Varsovia, menos en esos últimos tiempos de la guerra y a Berlín, pero bueno, era lindo para la historia.

    Sí, es cierto lo del Ejército 9º y 12º, de hecho al final decidieron rendirse desobedeciendo así las órdenes de Hittler. Lo malo:que poco y nada quedó de ellos. Los rusos igual tenían su parte sádica.

    Por poco y hago algo más desgarrador, pero no sé, me faltó tiempo para elaborar algo mejor (sobre todo los cambios abruptos de ambos en el contexto) y aunque me costó (más que nada convencerme) hacer algo medianamente alegre sobre el final... pues ni modo, me faltaba una cantidad extra de letras y de tiempo.

    Sobre todo de tiempo :o

    Saludos.






     
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