One-shot Diamond pool [Gakkou Roleplay | Anna & Emily]

N/A: vengo en racha de delirios y no sé qué decir de esto, más que me mamé (? Amane enjoy bby uwu
Well, no tiene contenido explícito pero igual sí hay bastante sensualidad entre señoritas. Avisados quedan, sucios mortales.

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Diamond pool
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Bueno, ahí iban de nuevo. Ambas lo habían oído, ¿verdad? A Wickham-senpai retirándose del campo, que ya no quería meterse en tantos problemas y prefería evitar cualquier estupidez que pudiera ganarle una expulsión inmediata apenas a meses de graduarse.

Todos lo habían oído y, sin embargo, ahí estaban. Él y las demás cabezas de Cerbero, volviendo a hacer de las suyas.

Habían nacido para traer el infierno a la tierra.

Anna jaló de la mano a Emily, emocionada, hasta alcanzar la zona de la pileta. Todo recordaba en amplia medida a la fiesta de la azotea, aunque hubieran decidido aprovechar las vacaciones de verano para explotar aún más las instalaciones de la Academia. Eran días de terror, capaces de derretirte la piel, y cuando caía el sol y el viento amainaba… eran noches perfectas. Cerbero sólo había tenido que enviar un mensaje de texto a los interesados de turno y allí estaban todos, otra vez, violando casi cualquier regla de la escuela.

Juventud, le decían.

Anna y Emily compartieron una mirada emocionada, habían llegado un poco tarde y realmente había incluso más gente que en la azotea. La fiesta ya había dado inicio. Esta vez no parecía que fueran a haber juegos, estaban todos más o menos dispersos en grupos de charla, o de baile, o directamente en la piscina. Las chicas se acercaron a quienes conocían. Anna saltó sobre la espalda de Kohaku, rodeándolo en un abrazo que le obligó a dar un respingo, riendo. Emily, por su parte, había atrapado la cintura de Jezebel desde atrás.

—Hasta que llegaron —se quejó Ishikawa, aunque no sonaba realmente molesto.

Anna le sonrió culpable y se situó junto a Emily, girando sobre sí misma. Hodges se corrió el cabello tras la oreja, algo avergonzada al recibir semejantes cuotas de atención encima. ¿Cómo hacía Anna para manejarlo con tanta soltura?

—¡Mira, mini Ishi, un trabajo así requiere de tiempo y esfuerzo! ¿A que estamos lindas?

Habían ido a juego, ciertamente. Llevaban la misma ropa, sólo que en diferentes colores: la falda corta, las sandalias de charol y las blusas de tirantes. Nada lujoso, de cualquier forma iban a acabar en bikini.

Tras carcajearse, Anna alcanzó la mano de Emily y de Jez y las jaló hacia sí para hacer lo mismo con Konoe. Al grito de “¡vamos, vamos! ¿Qué hacen aún vestidas?” las arrastró hasta uno de los vestidores y salieron todas listas para la piscina. Kohaku y Altan no tardaron en unirse y comenzaron a beber sin más. Las muchachas iban algo avergonzadas, pero poco a poco fueron relajándose hasta olvidar todos la poca ropa que llevaban encima.

Los milagros del alcohol.

Cerbero andaba por ahí, haciendo de las suyas como siempre. Joey y Katrina los habían revoloteado de a ratos, nada relevante. Anna y Kohaku habían hecho una competencia de chupitos como los idiotas que eran juntos, aunque los efectos de la bebida fueran a repercutir mucho antes en la contextura menuda de la chica. Ishikawa, como siempre, no la detuvo. Siguieron tonteando y charlando hasta que Hiradaira alzó la voz, captando la atención de todos.

—¡Así que bueno! ¿Quién se mete a la piscina conmigo? —La pregunta la hizo al aire, aunque realmente avanzó directo hasta recoger las manos de Emily y sonreírle como un corderillo herido—. ¿Emi-chan~?

Hodges tomó aire, viendo en todas direcciones, y suspiró con resignación. Anna no iba a rendirse, ¿verdad? Nunca lo hacía cuando algo se le ponía en la cabeza y además… no podía decirle que no a esos ojos. Asintió, con energía renovada, y sacudió las manos de su amiga.

—¡La última es un huevo podrido!

Anna abrió grande la boca, casi indignada. ¡Ah! ¡Ya había salido a la carrera, qué injusto! Corrió detrás de Emily y la alcanzó sin problema, gracias a su mejor estado físico. La atrapó por la cintura, riendo, y Hodges se dejó hacer sin oponer mucha resistencia. Puede que, entre la bruma del alcohol y la fiesta, ninguna de las dos hubiera reparado en cuánta piel expuesta llevaban.

O puede que sí.

—¡Eh, tramposa! —se quejó Anna, haciendo un mohín—. Qué mala, Emi-chan~

La aludida se liberó suavemente del abrazo y le extendió una mano, sonriéndole dulce.

—¡Vamos juntas, entonces! ¡A la cuenta de tres!

Hiradaira aceptó sin problemas, ya no quedaban rastros de su molestia inicial y, como habían acordado, corrieron hasta el borde y saltaron juntas dentro de la piscina. El primer impacto fue frío, muy frío, aunque poco a poco comenzaron a aclimatarse. Emily sacó la cabeza fuera del agua y se rió.

—¡Está helada!

Anna se corrió el flequillo mojado del rostro y, con una sonrisa traviesa danzando en sus labios, se impulsó hasta lanzarse encima de Emily. Hodges la recibió con cierta sorpresa, entre risas, e intentó no perder el equilibrio dentro del agua.

—¡Annie, espera! ¡Me caigo!

—¿No tenías frío, Em? Anda, deja que te ayudo con eso~

Las dos ya estaban borrachas, aunque no fueran a admitirlo. Eran amigas desde hacía varios meses, habían empezado a salir con frecuencia y bebían más alcohol del que seguramente deberían. Cuando los tragos corrían y el mundo alrededor se distorsionaba un poco, los límites se tornaban difusos y, bueno, más de uno lo había notado. Empezaban a bailar y a tontear, iban de acá para allá sin despegarse nunca. Y se tocaban mucho.

—¡Pero me caigo, te digo!

—¿Hmm? ¿Tan mal equilibrio tienes, cariño?

—Ah, discúlpame, señorita acróbata.

Anna se rió y empezó a mantenerse quieta, aunque no despegó las manos de la cintura de Emily. Hodges, por su parte, había quedado ligeramente debajo de ella con la espalda contra el borde de la piscina. Hacían pie, el agua se mecía justo a la altura de sus pechos y todo el ruido de la fiesta, de un segundo a otro, se embotó.

—Bueno, ya me calmé —murmuró Anna, presionando apenas la piel desnuda de Emily con la punta de los dedos—. ¿Ahora qué, señorita demandas~?

Hodges la vio a los ojos, su morado chispeaba con cierta inocencia que el rosado de Hiradaira, bajo los efectos de la noche, perdía por completo. Siempre era así, Anna parecía convertirse en otra persona cuando el sol se ocultaba. Ya no era la princesa de chicle, sino más bien…

—¿D-demandas? —balbuceó, desviando la mirada; de repente era malditamente consciente de la cercanía, su respiración agitada, el calor recorriéndole el cuerpo—. Qué mala, Annie~ Sólo no quería ahogarme, ¿sabes?

Una princesa de sombras.

Anna se sonrió, aprovechando el camuflaje del agua para provocarla un poco más. Del pecho para abajo nadie vería nada, ¿verdad? Avanzó una pierna hasta posicionarla entre las de Emily, y una de sus manos fue recorriendo casi burlona la piel de su espalda.

—¿Hmm? —murmuró, sedosa; fue casi un ronroneo—. ¿Tenías miedo de ahogarte en la parte baja de la piscina, Em?

—¡D-deja de jugar conmigo!

Anna soltó una risa corta y aprovechó la atención de Hodges para que la viera. Que la viera mirándola. Sus labios rosados, fruncidos en una mueca casi infantil, las gotitas rebeldes deslizándose sobre su cuello, las clavículas y el nacimiento de sus pechos debajo de la bikini blanca. Era tan pura y tan bonita~

Emily había guardado silencio, ciertamente, de hecho casi parecía haber olvidado cómo respirar. Reaccionó de golpe en cuanto sintió los dedos de Anna detallando el borde inferior de su corpiño, y un sonrojo violento le cubrió el rostro sin tregua. Nerviosa, llevó sus manos a los hombros de Hiradaira dispuesta a apartarla… pero no lo hizo.

Anna la dejó hacer, sin borrar su sonrisa del rostro, y se acercó a su mejilla para depositar allí un beso casto.

—Tranquila, Em. Nunca hacemos cosas así en público, lo sabes. —Alcanzó entonces su oído, y le lanzó su aliento cálido y pausado sobre la piel humedecida—. ¿Quieres quedarte aquí~?

Emily había cerrado los ojos un momento, y luego enfocó el agua meciéndose tras la silueta de Anna antes de tragar saliva y sentir la garganta tan seca. ¿Era el alcohol? ¿O eran los nervios? Al inhalar pudo detallar el aroma que siempre tenía su amiga, era una mezcla de su perfume y shampoo, que con el cabello mojado resaltaba aún más y… era atractivo. Demasiado.

Olía tan bien.

—¿Quedarme aquí? —repitió, probando las palabras, y Anna se apartó para verla a los ojos—. Quiero estar c-contigo, Annie.

Una especie de ilusión casi pueril chispeó en el rosado de Hiradaira y le sonrió, ladeando la cabeza. Era una mezcla extraña, a decir verdad. Podía contener a aquella niña llena de energía y cariño, disponer de ella a su antojo, liberarla o retenerla según le apeteciera. Como ahora, que a pesar del brillo en su mirada todo lo demás parecía emanar otra idea. Su sonrisa, el color de su voz y su lenguaje corporal.

Mierda, su lenguaje corporal.

—Ay, Em —soltó, casi en un suspiro—, ojalá comerte~

Hodges entreabrió los labios y contuvo la sorpresa que le provocó volver a sentir sus manos por debajo del agua. Había alcanzado el contorno de su pierna, alzándola sin problemas, mientras la acariciaba y… Mierda.

—Annie —se quejó, sonrojada, aunque realmente no quisiera hablar; de esa forma era más difícil contener la agitación de su voz, ¿verdad?—. ¿Q-qué haces? Aquí, en medio de tanta gente…

Anna soltó una carcajada divertida y se mordió el labio mientras meneaba la cabeza, soltándola. Emily detalló sus expresiones y buscó su mano por debajo del agua, enredando los dedos entre los suyos.

—Ya vamos.

Hiradaira arqueó las cejas, sorprendida, y una sonrisa casi gatuna decoró sus labios. Se dejó hacer, con la complacencia suficiente de saber que la había tentado lo suficiente para obligarla a tomar la iniciativa.

Le encantaba verla así.

Cuando salieron de la piscina Anna echó un vistazo alrededor por si alguien las veía yéndose, pero no notó la mirada de nadie conocido sobre ellas. Eso le quitó un peso de encima; pese a todo, aún guardaba la sensación de que a Emily le avergonzaba bastante el tipo de relación que habían acabado teniendo.

—¿Adónde me llevas, preciosa~?

Emily jaló de ella hasta los vestuarios, unos que estaban al otro lado y no los habían usado mucho. Tanteó la puerta, agradeciendo que estuviera abierta, y se colaron dentro. Estaban vacíos. Allí, lejos de la gente y la música, el mundo parecía haberse corrido a un segundo plano y todos los sonidos se amplificaban. El eco de sus pisadas, el aire recorriendo sus pulmones, el rastro de agua que dejaban a su paso. Hodges comenzó a tiritar suavemente, lo cierto es que daba frío estar fuera del agua y no habían parado a pensar en agarrar una toalla o algo.

Anna se deshizo del agarre y, con pasos amortiguados, rodeó la cintura de Emily en silencio. Todo su cuerpo se pegó al de ella.

—¿Frío, Em? —susurró, cerca de su oído—. ¿Me dejas ayudarte con eso?

Las mejillas de Hodges probablemente siguieran encendidas, pero ya no era algo que opacara sus acciones. Se veían de un rosado adorable bajo las luces del exterior, bastante oscuro, o al menos eso es lo que pensó Anna cuando Emily se giró en redondo y la besó. Fue algo ansioso, pero nada torpe o extraño. Ya estaban acostumbradas a los labios de la otra, al fin y al cabo.

Anna retrocedió hasta dar con una pared y se presionó contra el cuerpo de Emily, valiéndose de ambas manos para rodear su cintura con fuerza, bastante fuerza. Hodges ahogó un suspiro suave en sus labios y ladeó la cabeza, colando la lengua dentro de su boca. Un gemido agudo vibró en la garganta de Anna y Emily se sonrió, quizá como pocas veces se sonreía. La tenía allí, incapaz de moverse o resistirse, y le gustaba. Buscó su nuca entre el cabello húmedo y la atrajo, devorándola hasta perder el aliento.

¿Frío? ¿Qué mierda era eso?

Realmente no había dejado de besarla, el ritmo sólo se acrecentaba y Emily arrugó el ceño, incapaz de contener aquel gemido cuando Anna volvió a colar una pierna entre las suyas y la flexionó hasta alcanzar su intimidad. Mierda.

Estaban en los putos vestuarios de la piscina de la Academia, ¿qué pretendía?

No iba a ser quien la detuviera, sin embargo. Puede que Anna se hubiera aburrido de la situación y se alejó de su boca para devorarle el cuello, sin dejar de presionar su espalda con aquella fuerza capaz de fusionarlas. Sus pechos, cubiertos únicamente por el bikini, no dejaban de apretarse entre sí y, joder, se sentía demasiado bien. Emily alzó la vista al techo, respirando agitada, y ya no se preocupó por disimular los gemidos.

—Annie…

Quería que la tocara.

—Calla, Em.

A veces le costaba asumir aún que su amiga podía ser todas esas cosas. Una niña alegre y vivaz, algo impulsiva y algo infantil, pero también aquella adolescente feroz y desafiante, con los ojos opacos y la sonrisa difusa, capaz de empujarte y gruñirte al oído como un animal salvaje.

Emily entrecerró los ojos y se aferró al cabello de Anna con fuerza cuando la sintió bajar hasta sus pechos, luego de correr las tiras de la bikini y dejarlos al descubierto. Comenzó a acariciarla, echarle su aliento caliente y presionar la lengua para nublarle la puta cabeza. Podían pillarlas, ¿verdad? Claro que sí. Ni siquiera le habían echado el seguro a la puerta.

Así y todo, no lograba parar de gemir.

No supo bien cuándo, pero en cierto momento Anna la jaló hacia atrás y la estampó contra la puerta de entrada. Hodges lo oyó.

Click.

Enfocó su vista llena de parches negros sobre su amiga antes de que ésta volviera a besarla. Era probable que ya ninguna pensara con claridad y Emily sintió que se ahogaría allí, contra su boca tan húmeda y caliente, cuando sintió sus dedos colándose dentro de las bragas de la bikini. Le avergonzaba en verdad, tenía todo el rostro ardiendo pero no le pediría que pare.

Jamás se lo pedía.

—Más bajo, Em —masculló a su oído, rozándole la oreja—. Pueden escucharnos.

Hodges asintió quedo y enterró suavemente las uñas en la espalda desnuda de su amiga, con los ojos fijos en el techo que giraba y de vez en cuando parecía brillar. Le recordaba a la luna allá afuera, a su aura pálida sobre toda la superficie de la piscina, danzando alrededor de Anna como pequeños diamantes. Era muy bonito y olía a flores y cítricos, justo como ella.

Cerró los ojos mientras su cuerpo se deshacía más y más, y la música desaparecía por completo de sus oídos y su sangre no dejaba de fluir, ni tampoco lo hacían los gemidos de Anna, su corazón desbocado o el aire afilado de la habitación. No ahí, contra la puerta, ni allí, sobre el suelo helado.

Mierda.

¿Quién habría querido volver a la fiesta?