Desesperación

La verdad... este pequeño fic no tenía nombre al principio, e irónicamente no tenía la menor idea de que título ponerle...




La luz crepitante de las llamas de la chimenea se reflejaba en sus ojos, devolviéndole, por unos míseros instantes, la luz que poseían antes de aquel altercado.

Suspiró y unas lágrimas se asomaron por sus ojos color aceituna dándole un brillo peculiar, traslúcido, como una fina capa de cristal envolviera sus aterciopelados ojos.

Como dos pequeñas cascadas, sus lágrimas resbalaron por sus mejillas hasta el mentón, fusionándose en una pequeña y única circunferencia cristalina, y con un ruido imperceptible, se estrelló en el dorso de su mano.

Recordó ese momento, esa maldita broma del destino, ese mal juego de cartas contra la sabia providencia.

Razonó, se inmiscuyó en sus pensamientos, revisándolos cuidadosamente, analizándolos hasta el cansancio, observando cada uno de ellos, tratando de averiguar que era la que había hecho para merecer la ira de Dios, del destino, de la maldita fortuna.

La infortuna de revisar todas las memorias le provocó un dolor inmenso en su pecho, cada latido era una terrible punzada en su alma encadenada al dolor, al sufrimiento de la culpabilidad que cargaba en su impecable conciencia.

A su costado derecho, descansaba su salvación, una salida rápida al ahogo de la desesperación; en una mesa de cristal al igual que sus ojos, reflejando la danza infinita de las llamas de la chimenea royendo la leña cortada de hace más de unas cuantas semanas atrás, antes del desastre, de la completa humillación.

No tenía absolutamente nada, ni a nadie, todo había desaparecido a su alrededor. Habían dejado de existir. Habían sido cazados uno a uno, hasta dejarlo completamente vulnerable y vacío.

Miró el reloj, afligido, observando el segundero moviéndose más lento que un gusano en la fría tierra. Cada segundo parecía una eternidad; punzando dolorosamente cada momento en que la manecilla cambiaba de posición, directamente a su corazón, como diminutas agujas atravesándolo lentamente, hasta que la tortura se volvía insoportable. Por un momento pensó que era masoquista, pero lo descartó al momento de agarrar el objeto que reposaba a su costado derecho, en la mesa de cristal.

Reflejó varios destellos platinados en la parte más oscura de la habitación al pasar por la chimenea.

Lentamente la colocó en la sien derecha; respiró una y otra vez tratando de relajarse a pesar de la situación. No pudo contener unos sollozos; lagrimas rodaron por sus mejillas, hasta estrellarse contra el suelo con un ruido sordo. Le temblaba la mano por el miedo y por el peso de aquel objeto platinado.

Quería poner fin de una vez por todas al martirio que sobrellevaba.

Quitó el seguro, cerró los ojos y puso un dedo en el gatillo.