Davis, niñato estúpido

Tema en 'Archivo Abandonado' iniciado por Sopho, 24 Noviembre 2011.

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    Sopho

    Sopho Iniciado

    Miembro desde:
    18 Febrero 2011
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    27
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    Davis, niñato estúpido
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    3004
    Ese día el equipo de futbol de la escuela había ganado el campeonato, un logro que, en mi opinión, no suponía un esfuerzo inmenso, ya que por aquel momento el futbol no era demasiado popular en mi país y la competencia era, por tanto, prácticamente inexistente. Solo un equipo de un pueblo de nombre impronunciable que trataba de imitar las absurdas series de televisión con sangrantes resultados. Además de las bobadas del equipo contrario, teníamos un as en la manga que los separaba años luz de nosotros: Ken Ichijouji. Cada vez que aparece de la nada y roba un balón, a tan alta velocidad que lo único que siente la víctima es una corriente de aire, o hace una de esos amargos tan espectaculares sin apenas despeinarse, todas las chicas de su club de fans estallamos en gritos. Aunque he de decir con orgullo que yo tengo unos pulmones prodigiosos que he ido ejercitando para hacerme oír sobre esas pavas.
    Tras el partido, mi amiga Yoko tuvo la extravagante idea de invitar a los chicos a una fiesta. ¡A todo el equipo de futbol! Sinceramente, no sé en qué demonios estaba pensando. Los chicos solo quieren una cosa, y cuando la tienen, huyen como cobardes. Bueno, todos excepto mi querido Ken, pero él no iba a asistir a estas chiquilladas, por supuesto.
    La madre de Yoko ya había colocado estrellitas colgantes y guirnaldas cuando entramos a la casa. Pobre, en su ingenuidad pensaba que íbamos a tener una fiesta exclusivamente femenina, que estaríamos despiertas toda la noche bajo nuestras sábanas de unicornios y los chicos solo estarían tímidamente presentes en nuestros chismes.
    Llegaron en tropa a los diez segundos de marcharse la madre de Yoko, con su alegría desenfrenada y sus extrañas miradas de complicidad. Yo estaba segura de que los muy desgraciados planeaban desvirgar a mis amigas para celebrar su victoria. Y las tontas ignoraban mis sugerencias, pues para ellas era una chica chapada a la antigua, con grandes y redondas gafas y falda de abuela. Cierto que mis ropas eran bastante recatadas y tenía una visión romántica del amor, basado en la confianza y el respeto mutuo, ¿pero antigua? ¡Sí tenía el pelo morado!
    Enfurruñada, decidí que lo mejor que podía hacer en ese momento era vigilar los brownies que había preparado la madre de Yoko para evitar que no les metieran ninguna sustancia indeseable.
    -¡Aparta, todavía no los he servido! –Le dije a un chico que llevaba una de sus mugrientas manos al delicioso postre italiano. Tuvo que hacerlo a regañadientes.
    Tengo una particular debilidad por los brownies. Los que hace la madre de Yoko siempre tienen la misma cantidad de bizcocho y chocolate deshecho, lo cual los hace casi perfectos. Para conseguir que el sabor sea irresistible es necesario que estén calentitos y cubiertos por encima con helado de vainilla. Mmm, se me hace la boca agua solo de pensarlo.
    Más adorable que aquello fue lo que vi con el rabillo del ojo. ¡Ken Ichijoiuji había sumado a la fiesta! Probablemente lo había traído el equipo de futbol, quienes le habrían puesto una pistola en la cabeza para obligarlo, porque no me explico qué cosa se le hubiera pasado por la cabeza para venir. ¡Y para colmo estaba hablando con una chica! ¡Solo le faltaba sonreír! De pronto se me ocurrió una brillante idea relacionada con los brownies, así que decidí ponerme rápidamente manos a la obra.
    El chico de antes, que al parecer creía que me faltaba un tornillo, cogió uno de los cuadraditos de chocolate cuando vio que me daba la vuelta. Pobre iluso, no se había dado cuenta de que había colocado un espejo en una parte de la cocina para tenerlos bien vigilados. Me di la vuelta girando sobre mis talones y le espeté con un grito:
    -¡Pero no te he dicho que los dejaras en paz!
    Probablemente la luz de la cocina se reflejaba en mis gafas, proporcionándome ese aspecto tan temible que tienen algunos personajes de los animes, porque el chico saltó y se pegó contra la pared.
    -¡Jo, Yolei, cómo eres!
    Por alguna razón me sorprendí de que Davis Motomiya se acordara de mi nombre. Lo cierto es que pensaba que no gozaba de la memoria y otras facultades del cerebro. Ya en el jardín de infancia supe la clase de persona que era cuando me robó mis lápices de colores y me pegó con una flauta de madera. Recuerdo que estaba pintando un bodegón y tuve que terminarlo a lápiz, dando la impresión de que las frutas estaban podridas. Luego yo le vacié un cubo de pintura en la cabeza. Que tuviera unos intensos deseos de venganza no quita el hecho de que actuara justamente. Además, era una pobre niña que no le había hecho mal a nadie, maldita sea. Después de este incidente podría haber tomado una actitud menos prejuiciosa hacia Davis, lo admito, pero me parece indudable que el niño sigue teniendo cuatro años. Solo que ahora cree que por estar en el equipo de futbol va a tener a todas las chicas rendidas a sus pies. Odio ver como se hace el interesante delante de ellas, pavoneándose con el balón, probablemente el único talento que tendría junto al atarse las cordoneras de los zapatos.
    Me he quedado muy a gusto soltando esta parrafada, por cierto.
    -Que yo sepa esta no es tu casa –me reprochó con tono infantil, y de pronto me sentí como si ambos volviéramos al jardín de infancia.
    -Esta es la casa de mis amigas, y yo me encargo de la comida –expliqué con voz autoritaria y tratando de no perder la paciencia.
    -Seguro que te los zamparás todos, eres una comilona –siguió atacando el muy insensato.
    -¿Comilona yo? –Me indigné. Era bien cierto que tenía una gran sensibilidad culinaria, pero nunca me ponía a comer como una energúmena, cosa que, por cierto, solía hacer él constantemente. Y, por supuesto, no me los iba a comer todos, le daría uno a mi querido Ken-. ¡Mira quién habla!
    El abrió la boca para replicar, pero se quedó sin argumentos. Algo bueno de discutir con Davis es que es muy fácil ganarle, pues el chico, como ya he dicho, es tontito del bote. Salió de la cocina con aire de derrota y fue a bailar a la pista con una de las chicas. ¡Qué gracia me hacía al bailar! Movía el cuerpo sin el más mínimo sentido del ritmo, sin percatarse de que hacía el más completo ridículo. No pude evitar reír a carcajadas, y cuando él se percató de que me estaba fijando en él, me sacó de la lengua, cual niño de cinco años, y se alejó de la pista de baile con la cara enrojecida por la verguenza.
    Metí todos los brownies de nuevo al horno y saqué una tarrina gigante de helado del frigorífico (las chicas siempre tenemos una, porque el helado es el mejor amigo de la depresión femenina). Cuando estuvieron bien calentitos, los saqué del horno, uno a uno, y los fui sirviendo en un plato junto a su respectiva bola de helado.
    -¡Ey, los brownies ya están listos! –avisé después de poner un par de platos en una bandeja: uno para mi, y otro para Ken.
    Como había previsto, Ken no se había sumado a aquella avalancha de personas hambrientas, quedándose sentado en el sofá, ¡y solo! Ahora era mi oportunidad. Me lancé con decisión, estando a punto de tropezarme con una maldita silla que alguien había dejado en medio de la pista de baile (¿es qué planeaban hacer un estriptis?), pero por fortuna Ken no se percató de aquel hecho. Al fin me senté junto a él, su cortina de pelo negro tapando su hermoso rostro.
    -Hola, Ken -dije con voz dulce-, me preguntaba si querías un brownie de chocolate.
    No solo me temblaba la voz en ese momento, también la mano que sostenía el plato. ¿Cómo podía animarle con tanta efusividad en el campo de futbol y ahora quedarme trabada al ofrecerle comida?
    Ken se dio la vuelta, lentamente, y miró el plato. Y luego a mí. Y luego al plato. Y luego a mí otra vez.
    Mi cara probablemente era un tomate parlante con gafas en ese momento.
    -No –respondió secamente.
    Sentí como si una nube hubiera empezado a descargar unas fuertes precipitaciones sobre mí, pero no me rendí. Yo era intrépida e inteligente, era diferente a todas las demás chicas que le habían pedido salir y tenía que hacérselo saber de alguna forma.
    -¿Qué te parece la fiesta? –Pregunté con valentía.
    -Bien.
    -Oye, hoy en el partido lo has hecho genial –le comenté. ¿Cómo no había pensado antes en comenzar por ahí?
    -Lo sé –respondió.
    -Es increíble cómo haces esos amargos tan espectaculares –continué, casi gritando para evitar que mi voz temblara.
    -Amago –me corrigió Ken.
    Entonces fue como si la tormenta lanzara un rayo que me dejó tiesa. Mi mente se quedó en blanco, completamente vacía. Trataba de que apareciera algo, de que una luz se encendiera en mi cabeza. Pero lo único que surgió en el triste blancor fue un pomelo lo con expresión de profunda frustración. Sentí miedo y me levanté del asiento, arrepintiéndome en el acto. Pero no podía volver a sentarme. Le parecería tonta.
    Anduve taciturnamente por el pasillo de la casa mientras los avioncitos de papel de los chicos volaban sobre mi cabeza. Uno de ellos fue a parar a mi nariz, pero me importó un pimiento. Todo eso estaba en un segundo plano, pues el arrepentimiento estaba matándome por dentro como el moho al queso.
    Necesitaba hablar con alguien, así que fui a la habitación donde se encontraban mis amigas, las cuales estaban comentando entre risitas las significativas miradas fugaces que habían presenciado aquella tarde o eligiendo un vestuario más provocativo. Cuando me vieron y les conté mis penas no reaccionaron como hubiera querido; se mostraron realistas en exceso.
    -Es que, Yolei, has ido a por Ken, no a por un chico cualquiera –me consoló Yoko-. Ese chico es inalcanzable.
    -Gracias por tu apoyo, querida amiga –gruñí.
    -Solo estoy diciéndote la verdad para que luego no te desilusiones.
    Me tomé bastante mal sus palabras, pero razonando un poco llegué a la conclusión de que tenía mucha razón. Mi amiga solo se preocupaba por mí.
    De repente Davis entro a la habitación, provocando gritos y risitas entre las chicas.
    -Oh, lo siento, no sabía que estábais aquí –dijo rojo de la vergüenza… o de la lujuria, creo yo.
    -Sí, claro –reí-. Estoy segura de que sabías a lo que venías.
    -¿A qué? –Inquirió, haciéndose el inocente.
    Y ni corta ni perezosa, porque a ese tipo de gente hay que decirle las cosas a la cara, me puse delante de él y le solté lo siguiente:
    -Oh, no finjas que has llegado aquí por casualidad, sé cuáles son tus intenciones, Davis Motomiya. ¡Has venido aquí para arrebatarnos nuestra virginidad, depravado!
    -¡No! –Exclamó, dolido y avergonzado… aunque para mí esa vergüenza solo significaba que sabía que le había descubierto-. Además, jamás haría eso contigo, fea.
    -¡Y tú eres un enano! –ataqué, y debo decir que fue un ataque bien justificado, pues el chico era medio palmo más bajo que yo-. Pero no tengo tiempo para discusiones y tú tienes que salir de aquí, porque mis amigas están casi desnudas.
    -Yo tampoco tengo ganas de hablar contigo –respondió-. Además, no sé que estoy haciendo aquí.
    Cuando se largó las chicas comenzaron a comparar sus atributos, tratando de averiguar quién de ellas había sido la que había hecho sonrojar a Davis. Yo estaba indignada. ¿Fea? Me miré a un espejo y me gustó lo que vi. Era una chica inteligente y con personalidad. Que Davis dijera que yo era fea solo podía interpretarse como algo bueno, pues él era el centro de todos los males, incluido el mal gusto. Ya lo dice el dicho, "no le des perlas a los cerdos".
    Quizás el chico no era tan despreciable después de todo; cuando discutía con él veía más claramente cuáles eran mis propias virtudes al compararme con él, y aquella conversación había conseguido que recuperara repentinamente la confianza en mí misma. ¿Y si lo intentaba otra vez? ¿Y si le decía a Ken, de una vez por todas, que saliera con ella? Aquella idea me pareció tan loca y tan atrayente que no pudo pensar objetivamente. Me lancé de nuevo por el pasillo, esquivando alegremente los avioncitos de papel, destrozando en mis manos aquellos que trataban de impedirme que llegara a mi objetivo. Ahora estaba de pie, junto a la ventana, lo que me recordó a un sueño que había tenido. En él Ken estaba mirando a la luna mientras sorbía un poco de champagne, cuando de repente reparaba en mí y abría mucho los ojos y la boca, porque no había visto a la muchacha más hermosa del mundo. Yo no me sentía cohibida en el sueño; me desplazaba con elegancia, sonriendo al impresionado chico, y entonces todo parecía un anuncio de perfumes.
    -Ken, quiero decirte algo –dije con decisión al pararme a sus espaldas, porque el recuerdo del sueño me había dado nuevas energías-. Me gustas desde hace años y no puedo seguir ignorando estos sentimientos. Me harías muy feliz si decidieras, a partir de hoy, ser mi novio.
    Ken lo oyó todo y me miró como si se percatara de mí por primera vez. Luego sonrió, pero esa sonrisa no me sugería cosas buenas.
    Y estuve en lo cierto, porque segundos después vino una chica a besarle apasionadamente.
    Yo los observé, primero confundida y luego consternada.
     
  2.  
    Sopho

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    Davis, niñato estúpido
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    2961
    Intento sobreponerme
    Como todas las de mi edad, era una chica de carácter inestable, así que después de lo ocurrido en la fiesta esperaba sumirme en un estado de profundo pesimismo. Pero, para mi sorpresa, me tomé el asunto con sorprendente entereza. Cierto era que no había visto la luz del sol durante el fin de semana, pero aquello fue debido a la vergüenza que pasé en la fiesta y no al hecho de que Ken me rechazara. Supongo que tengo un mecanismo de defensa oculto, que, en el fondo, sabía que no era el momento adecuado para hacer esa declaración.
    Así que comencé la semana con optimismo, sintiendo que había alcanzado las expectativas idóneas; ni demasiado altas, para evitar futuras decepciones, ni demasiado bajas, para que pudiera tener las fuerzas necesarias para seguir luchando por Ken.
    Dediqué una sonrisa ponzoñosa a la novia de Ken cuando pasé por su lado. Pobre necia, no duraría ni dos semanas hasta que Ken se diera cuenta de su mediocridad.
    -Yolei, ¿dónde has estado? –Me preguntó Yoko al verme.
    Me senté en mi pupitre, colgué mi mochila y me dispuse a contarle con total tranquilidad lo sucedido, pero antes de que pudiera soltar palabra me interrumpió.
    -¡Tengo que contarte algo! –Exclamó, completamente radiante; me resultó decepcionante que solo me echara de menos por mi poca común capacidad de escuchar-. Estoy con alguien.
    -Oh, me alegro por ti, Yoko –respondí sin poder evitar sentirme ligeramente pisoteada-. ¿Quién es el afortunado?
    Ella soltó una risita, se serenó rápidamente y bajó la cabeza para que solo lo pudiéramos oírlo nosotras dos.
    -Davis Motomiya.
    -¡Qué! –grité, poniéndome de pie y dirigí la vista hacia el susodicho, que en ese instante se giró, mirándome estúpidamente mientras sostenía un lápiz entre los dientes. Me senté al notar que Yoko tocaba mi brazo, no sin antes lanzarle una mirada recriminatoria a Davis, quien, evidentemente, no comprendió-. Pero si es idiota.
    -¡Qué! –Exclamé, poniéndome en pie y mirando a l susodicho, que en ese instante se giró, mirándome estúpidamente mientras sostenía un lápiz entre los dientes. Me senté al notar que Yoko tocaba mi brazo, no sin antes lanzarle una mirada recriminatoria a Davis, quien, evidentemente, no comprendió-. Pero si es idiota.
    Quizás estaba siendo demasiado extrema. Bueno no, no lo estaba, solo describía la realidad. Además, no me hacía ninguna gracia compartir las tardes de los viernes con él. Ya tenía suficiente con aguantarlo en clase.
    -Para nada –se indignó Yoko-. Entre él y yo hay una conexión que tú no eres capaz de percibir. Estamos hechos el uno para el otro.
    -No sabía que te tuvieras en tan baja autoestima.
    -Oh, Yolei –dijo con fastidio-, sé que estás enfadada porque a ti te rechazó Ken, pero no tienes porqué pagarlo conmigo.
    -Solo estaba siendo realista –me defendí-. Al igual que tú al decirme que no tenía ninguna posibilidad con Ken.
    No volvimos a hablar durante el resto de la clase, ni si quiera nos dirigimos la mirada. Conozco a Yoko desde el jardín de infancia y tengo que decir que ya entonces su carácter rivaliza con el mío en cuanto a cabezonería. Me parece que eso, junto con la insana tendencia a crearnos unas expectativas desorbitadas, fue lo que hizo que nos convirtiésemos en las mejores amigas. Pero no sería justo para mi no añadir una observación: mientras ella gozó de un trato consentido por parte de sus ricachones padres, yo he tenido que comprobar por mí misma lo que es el sufirimiento al tener que trabajar en la tienda de mi madre cuando quería salir a divertirme (sanamente, por supuesto. Esto es algo que mi madre ha tardado en comprender). Así que mientras ella apoya sus esperanzas en su cara bonita, yo lo hago en el esfuerzo continuo. No la estoy pintando como la mejor persona del mundo, peor es una buena amiga, solo que últimamente está algo atontada por culpa de los chicos. Esto se evidenció una vez más cuando informó al resto de las chicas (las cuales habíamos conocido este año y yo todavía no me había aprendido sus nombres) de su noviazgo con Davis, algo que inicialmente iba a mantener en secreto.
    El chico fue hacia ella en cuanto lo mencionó, como un lobo a punto de devorar a un conejito; entonces las chicas acordaron que ambos formaban una pareja perfecta y el rostro de Davis se tornó de un intenso rojo. Como ya he dicho antes, estoy segura de que el enrojecimiento de su rostro no se debe a los sentimientos de vergüenza, sino a su incontrolable lujuria. ¡Cómo me iba a creer yo que estuviera tan repentinamente enamorado de Yoko! El amor a primera vista de las películas no existe, se va intensificando poco a poco a medida que conoces a la persona, y estoy segura de ni si quiera conocía el nombre de mi amiga.
    Acordamos en salir en grupo con la abominable parejita por la tarde. Yo, como siempre, fui la primera en llegar, pues la puntualidad es una de las cosas que más valoro. Yoko, por el contrario, piensa ahora que es de mala educación llegar demasiado pronto. Creo que estas nuevas amigas me están cambiando a Yoko. ¡Qué tiene de educado hacer esperar a tu acompañante! Tuve que esperar media hora a que llegaran las emperatrices del buen gusto. No tuve qué preguntar el motivo de su tardanza: todas llevaban minifalda, tacones y maquillaje hasta las orejas. Yo me quedé con la boca abierta al verlas. Parecían salidas del circo.
    -¡Yolei! –Me saludó Yoko con una sonrisa. Seguramente el maquillaje se le habría metido por los oídos y le habría llegado al cerebro, haciéndolo olvidar todo lo acontecido en el colegio.
    -Llevo media hora esperando –me quejé en silencio.
    -Hemos estado arreglándonos un poco, como verás –respondió una de las chicas, que se asemejaba a un cruce entre una geisha y un zombie-. ¡Tenemos que ir a recoger a Davis, vamos!
    Nos dirigimos al campo de fútbol. Yo sentía un poco de vergüenza porque había hombres que nos miraban constantemente. El resto de las chicas parecían encantadas; seguramente las tontas pensaban que atraían la atención por su belleza.
    -Oye, Yoko, ¿no crees que os habéis pasado con el maquillaje? –Pregunté, aprovechando el buen ánimo de mi amiga.
    -¿Cómo? –respondió Yoko, ligeramente asustada; pero al ver al resto vestidas de la misma manera recobró el tono -. Es como una chica de nuestra edad debe ir arreglada.
    Afortunadamente me abstuve de contestarle algo realmente hiriente.
    Davis esperaba sentado en una escalera, apoyando la cabeza sobre uno de sus brazos. Al parecer pensó que estaba soñando cuando llegamos, porque agitó la cabeza como si dudara de lo que veía ante él; lo único bueno de aquello era que Yoko estaba tan horrible que Davis no tendría la necesidad de abusar de ella.
    Quizás era que estaba demasiado enfadada con Yoko como para ver con criticismo a Davis, ya que en esos momentos me parecía que estaba tímido y no lujurioso. Se sonrojaba continuamente y miraba nerviosamente a las chicas que reían a sus espaldas y comentaban obsecinades sobre la pareja. Yoko fingía que también sentía vergüenza, pero yo sabía que cada vez que agachaba la cabeza sonreía con satisfacción. Al menos podía divertirme viendo a Davis en esa situación tan incómoda.
    Decidimos ir al cine a ver una película de terror. El título estaba escrito en lenguaje SMS para atraer a la audiencia infantil, pero a mí me parecía una imbecilidad. La película hacía honor al título (¿Pero no tenías una linterna? ¡Quítate los tacones, boba! ¿Por qué si estás tan asustada no te aseguras de mirar si hay alguien acechando en la siguiente habitación? ¡Si hasta se le ve la capa, está diciendo a gritos que te fijes en él!). El caso es que me aburría como una ostra y tenía envidia del resto de las chicas, que se lo pasaban a lo grande saltando en sus butacas y asustándose mutuamente. Giré la cabeza para ver a los dos tortolitos, que se habían sentado unas filas más atrás, y me alegré de ver que Davis estaba hundido en su butaca, con el rostro empalidecido y la boca ligeramente abierta. Justo igual que cuando fuimos al toda la clase en tercero de primaria. SI no hubiera estado Yoko, me habría burlado de él y luego hubiéramos acabado vaciándonos los cubos de palomitas en la cabeza. Mi amiga parecía ser la que estaba más asustada, porque gritaba como una posesa y se tapaba el rostro con las manos. Todo era una patraña, por supuesto; Yoko y yo solíamos ver películas de terror y ya no teníamos esa capacidad de sorpresa que si teníamos antes, cuando los pájaros de Hitchcock nos provocaban pesadillas nocturnas –bueno, y a mí me siguen acechando en mis sueños con sus miradas asesinas y afilados picos-, así que todo lo que hacía era para llamar la atención de Davis. Pero aquella táctica le resultó fallida, porque lo único que conseguía era asustar todavía más a Davis. Yo me lo pasaba en grande viendo como el chico sufría y mi amiga disfrutaba de esa conexión tan especial de la que hablaba.
    -¡Qué miedo he pasado! –declaró Yoko cuando acabó la película, acercándose considerablemente a Davis, quien miraba compungido al suelo, evidentemente recreando algunas de las imágenes más terroríficas de la película.
    -¿Tú has pasado miedo, Davis? –siguió Yoko, empezando a perder la paciencia.
    -Eh –Davis levantó la vista-, no era tan terrorífica como me han dicho.
    -Eres tan valiente.
    Davis rió por lo bajo.
    -Chicas, tenemos que irnos un momento–anunció Yoko con entusiasmo, cogiendo el brazo de un sorprendido Davis.
    La chica que parecía una geisha-zombie abrió la boca, captando un mensaje, y luego se giró lentamente hacia el resto de las chicas, con la boca todavía abierta. Estas las abrieron a su vez, quedándose completamente estáticas. Yo pensaba que estaban viendo quien de todas tenía los dientes más blancos, así que me asusté mucho cuando empezaron a gritar como unas locas justo cuando la pareja cruzaba la calle, consiguiendo lo que la película no había hecho.
    -¡No me puedo creer que lo vayan a hacer! –Exclamó una embutida en algo parecido a un corsé mientras agitaba los brazos. Por lo que había leído en sus carpetas de chicos guapos y desnudos, se llamaba Keiko..
    -No creo que vayan a hacer…" eso" –contesté yo como si fuera obvio-. Como mucho se darán un beso. No están preparados todavía.
    -No, está claro que lo van a hacer–repuso la muchacha con una sonrisa incrédula y revoloteando los ojos, como si hablara con una estúpida. No hace falta decir que odié completamente ese gesto -. ¡Estoy orgullosa de ella!
    -Tienen catorce años –contesté.
    -Precisamente por eso, Yolei, porque no somos unos niños –entonces la risa de la chica se volvió más burlona-. No sé cuando esperas hacerlo tú.
    -Pues cuando sea el momento –me enfurruñé-. No entiendo porqué perder la virginidad a los catorce años sea algo de lo que alegrarse.
    Ella no contestó, pero miró a las demás y todas se rieron a la vez. De mí.
    -Conozco a Yoko desde que iba al jardín de infancia y sé que no lo hará –respondí apretando los puños en un intento de no perder la calma-. Es lanzada, pero no para eso.
    -Eso habrá que verlo –dijo con su envenenada simpatía.
    No intercambiamos ninguna palabra hasta que vinieron ellos, solo alguna que otra mirada de desdén. Yo estaba pensando en lo que había dicho Keiko. Era cierto que sabía más cosas de Yoko que ellas, pero ahora había cambiado tanto… Deseé con todas mis fuerzas que no pasara eso, por el bienestar de mi amiga y para callarle la boca a Keiko.
    Y así pasó, pero los motivos eran muy diferentes de los esperados. No lo habían hecho. Ni si quiera se habían dado un beso. Eso estaba muy claro porque ambos caminaban muy separados. Yoko estaba visiblemente enfurruñada, mientras que Davis se llevaba las manos a los bolsillos y se entretenía pateando una lata para no mirar a la chica, lo cual la enfureció todavía más.
    Yo quería preguntarle qué había pasado, pero recordé que estaba cabreada con ella y me contuve. Keiko y la geisha-zombie la recibieron preocupadas, pero Yoko no soltó palabra.
    -Eh, tú, ¿qué la has hecho? –ataqué a Davis en silencio, cuando las otras no nos miraban. Necesitaba que me lo reafirmara.
    -Nada –respondió simplemente.
    -¿Así que nada, eh? –sonreí-. Bien, porque como le hagas algo puedes ir despidiéndote de tus piernas.
    -Tus amigas no piensan lo contrario –suspiró Davis-. Espera, ¿por qué tengo que hacerte caso?
    -Porque soy una autoridad moral superior –respondí muy satisfecha.
    -Te lo tienes muy creído, Yolei –gruñó Davis.
    -Puede ser. Pero al menos no me jacto de lo que no tengo como tú. Quizás esto te cause un trauma, Davis, pero Ken es mucho mejor jugador de futbol que tú.
    Davis se volvió a quedar sin argumentos, como era de costumbre, así que tuvo que hacer uso de su imaginación y tirarme unas piedrecitas.
    -¡Eh, para! –me quejé.
    Cogí una piedrecita al vuelo y se la devolví, acertando entre los ojos.
    -¡Hasta yo tengo más puntería que tú! –grité triunfante.
    -Ahora verás –dijo cogiendo otro puñado de piedrecitas, pero justo cuando las iba a tirar se quedó congelado.
    El resto de las chicas había dejado de cuchichear y ahora nos miraban con curiosidad. Davis y yo dejamos al instante nuestro jueguecito, porque Yoko había reiniciado la marcha hecha un basilisco.
    -Espera, Yoko –grité, pero sin atreverme a acercarme a ella, pues el resto la habían rodeado formando una barrera infranqueable que se desplazó con ella hasta perderse en las transitadas calles de Odaiba.
    Pestañeé varias veces, sin creerme todavía la situación. Entonces me giré hacia Davis con enfado y le espeté:
    -¡Ve y diles que es un malentendido!
    -¿Qué? –el chico dio un paso atrás-. ¿Por qué yo?
    -¡Eres su novio, tonto del bote!
    -¿Pero no se suponía que tú querías que no fuera tras ella? –inquirió, confundido.
    -No quería que hicierais eso, pero tampoco quiero que piense que tu y yo… -me callé, pues incluso era inconcebible emplear las palabras.
    ¿Davis y yo? ¡Puaj!
     
  3.  
    Sopho

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    Davis, niñato estúpido
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    3271
    Trabajo en conjunto
    Davis, como rematado idiota que era, no prestó atención a mis sugerencias, y al día siguiente Yoko y él ya habían cortado. La pobre estaba los ojos enrojecidos de haber llorado toda la noche. En cambio, Davis hacía gala de su habitual insensibilidad masculina importándole un rábano aquel acontecimiento; comentaba como si no hubiera pasado nada el mundial de fútbol con sus amigos, reía a carcajadas cada vez que alguien decía un chiste grosero y era el que más disfrutaba en las guerras de tizas. Cada vez que uno de sus amigos mencionaba a Yoko él trataba de cambiar de tema, lo cual hacía que Yoko apoyara la cabeza en el cristal y llorara silenciosamente, víctima del primer desamor. Yo quería estar junto a ella para abrazarle y decirle decirle que Davis no la merecía, porque, aunque a veces me cabree con ella, los recuerdos del pasado siempre nos acaban uniendo. Desafortunadamente, la arpía de Keiko se me adelantó. Me quedé pegada cerca de la puerta, pudiendo oír la conversación que mantenían:
    -No te preocupes, cariño. Luego iremos a tomar un café y se te olvidará todo.
    ¿Café? Yoko siempre había odiado el café.
    -Es que duele tanto –dijo entre lágrimas mi amiga.
    -No sé a quién se le ocurre –la voz de Keiko se volvió de repente más ponzoñosa-. Flirtear con el novio de tu mejor amiga.
    Apreté fuertemente los puños, pues estuve a punto de entrar a la clase y propinarle un puñetazo en la cara.
    -Es raro –sollozó-. Yolei siempre ha odiado a Davis, no me explico cómo puede de repente… No, debe ser un malentendido. Aunque está claro que a Davis ya no le importo, y eso es lo importante –y volvió a descomponerse en lágrimas.
    -Que se fastidie, es un niñato que no te merece. Y si quieres mi opinión acerca de Yolei, me parece que no es de fiar. Siempre está tratándote como si fueras una niña, cuando ella no es muy madura que digamos. Y, para colmo, te hace esto.
    -¿Co-cómo? Pero si Yolei lo odia. Ni si quiera quería que estuviera con él.
    Keiko suspiró, y probablemente pensó que ella sabía mucho más de la vida que cualquiera de nuestra edad, porque dijo lo siguiente:
    -¿Y por qué crees que te dijo que no te acercaras a él? Porque a ella le gustaba. Todas vimos que había algo entre ellos, incluso tú.
    No pude reprimirme más; entré a la clase dando un portazo y me paré frente a ellas, mirando a Keiko despectivamente.
    -¡Entre Davis y yo no hay nada! –Le espeté-. No la creas, Yoko,
    Yoko tenía los ojos en lágrimas. Keiko no dijo palabra alguna, solo me miró como si tratara con una lunática. En esos momentos mis gafas habían resbalado un poco por mi nariz y mi cabello estaba sin peinar, así que era un poco cierto que tenía aspecto de chiflada, pero eso no excusaba su comportamiento. Hasta Davis y los chicos dejaron de jugar. Yo aproveché el momento para ordenarle que viniera. Sorprendentemente, el chico no se mostró rebelde conmigo y vino a mí con cierto miedo, provocando las risitas de sus amigos.
    -Díselo.
    -No hay nada entre Yolei y yo –dijo mirándome más a mí que a Yoko
    -¿Lo ves?
    -Bueno, está claro que esto te aclara muchas dudas, Yoko –rió Keiko-. Me voy a la cantina, te estaré esperando allí- salió de la clase, dejándonos a mí y a Yoko cara a cara, al fin.
    -¿No te creerás lo que dice, verdad? –Inquirí-. Es una estúpida.
    -No la insultes –me contestó-. No la conoces. Ella se ha portado muy bien conmigo.
    -¿Insinúas que yo no lo he hecho? Siempre estoy tratando de protegerte y lo sabes.
    -¡No! –exclamó, enfadada-. Sé como piensas. Tú me das consejos porque te crees superior o me tienes por estúpida.
    -¿Cómo? –Mi lástima por Yoko repentinamente se transformó en indignación. Solía pasar mucho últimamente-. Esto es el colmo.
    -No, es la verdad–contraatacó-. ¿Por qué no podías alegrarte y apoyarme cuando te dije que tenía una relación con Davis?
    Davis, que había estado completamente fuera de lugar durante nuestra conversación, dirigió la vista a las cordoneras de sus zapatillas cuando Yoko mencionó su nombre.
    -¡Porque es un estúpido y creo que te mereces algo mejor, te lo he dicho mil veces!
    -¡Eh! –Se quejó Davis-. Que estoy aquí.
    -¡Silencio Davis, no te metas en nuestra conversación!
    -¡Pero me acabas de insultar!
    - Siempre estáis jugando, como si fuérais amigos de toda la vida. –Expresó Yoko con desdén-. Me parece que cada vez estoy más de acuerdo con Keiko con eso de que no lo consideras un completo idiota –remató, y no supe si lo decía en serio o solo para enfadarme.
    -Al contrario –salté-, somos enemigos de toda la vida.
    -Es verdad –concordó rápidamente Davis.
    Pero Yoko se fue, más dolida si cabe. Pero eso a mí ya no me importaba porque había herido mi dignidad.
    Me di por vencida y me senté lo más lejos que pude de ella durante el resto de la clase. Esta se me hizo eterna, a pesar de que para variar el profesor presentó un nuevo alumno a la clase. Era un chico llamado Juro, y tenía toda la pinta de haber salido de la cárcel; tenía un cuerpo fornido y lleno de cicatrices y tatuajes y el pelo rapado al cero. Respondió al profesor con bastante mala educación, cosa que al parecer solo me molestó a mí, pues el resto lo consideró un acto de suma valentía. Además, nuestro profesor está tan desinteresado del mundo que no es ningún logro contestarle; de hecho, yo me dirijo con mucho menos respeto a él cuando exijo una segunda corrección de mis exámenes. Tanta fascinación provocó el nuevo, que cuando el profesor propuso de hacer un trabajo por parejas, todos querían tenerlo como compañero (excepto Ken, por supuesto, quien lamentablemente ahora lo sentía más distante que nunca). Así que, como nadie se podía de acuerdo, tuvo la brillante idea de elegir él mismo los grupos. Y tuvo la no menos maravillosa idea de ponerme junto a Davis.
    De verdad, a veces me siento la protagonista de fanfic absurdo en el que se fuerzan las situaciones para que esté con la persona que menos deseo en el momento que menos deseo solo para regocijo del autor y los lectores. Y al parecer no eran los únicos que disfrutaba enormemente al verme en esta situación; cuando expresé enfáticamente mi deseo de trabajar junto a un tiranosaurio antes que con Davis, el profesor sonrió y me dijo elegantemente que me aguantara. Supongo que es su venganza por hacer tantas preguntas y reclamar tantas segundas correcciones.
    Decidimos comenzar el trabajo en su casa. Su hermana, quien parecía una versión femenina y más adulta que Davis, nos recibió llena de desagrado, pues le fastidiamos su plan de quedar en la casa con unas amigas del club de fans de Matt Ishida, un chico de bachiller que tenía casi tantas fans como mi querido Ken (los chicos de aquí son unos seres inmaduros y brutos que no tienen en cuenta los sentimientos ajenos, por lo que es normal que nos emocionemos cada vez que alguien esquiva esta regla general). A los dos minutos ya estaba discutiendo acaloradamente con Davis sobre cosas sin importancia, cosa que hizo que le tuviera mucho respeto.
    -¿Quién es ella, tu novia? –Preguntó dirigiéndose justo antes de salir de la casa con una pancarta de un chico rubio con ojos azules envuelto en un enorme corazón.
    -¿Qué? ¡No, qué asco! –me indigné.
    Eso hizo que yo también le cayera muy bien, porque al poco tiempo estuvimos hablando de lo insoportable que era Davis. El chico tuvo que cerrarle la puerta en las narices a la pobre Jun para que termináramos nuestra conversación.
    -¡Cuando vuelva a casa te la vas a cargar, Davis! –gritó desde el otro lado. Luego dulcificó su tono-: Encantada de conocerte, Yolei, pásate por aquí cuando quieras.
    -Me cae muy bien tu hermana –le comenté a Davis.
    -Es una tonta –repuso el chico con fastidio.
    -Eso lo único que hace es reafirmar lo interesante que es tu hermana, ¿sabes? Ya sabes, como eres el centro del mal gusto… -y me reí de mi propio comentario.
    Necesitaba disfrutar un poco después de mi discusión con Yoko, y no había otra cosa más divertida que meterme con Davis.
    -Pues tú no eres precisamente una reina de la belleza con esa falda y esas gafas de abuela –replicó el muy atrevido.
    -Para tu información, estoy siguiendo la moda de occidente –y le saqué la lengua. Davis siempre conseguía sacar mi lado más infantil-. Y es imposible que pienses que yo iba mejor que las chicas el otro día –me sorprendí a mí misma sacando de nuevo el tema tabú. A veces pasa que, inconscientemente, siempre terminas sacando el tema de conversación más desagradable, como si en lo más profundo de nuestra mente se encontrara un deseo masoquista.
    -No estaba muy guapa ese día –admitió Davis.
    -¿Qué pasó exactamente? –pregunté.
    -Nada, ya te he dicho que nada.
    -Ya comprendo –dije al ver cómo sus mejillas habían adquirido un tono ligeramente rojizo-. Siempre haces esas cosas con el balón para impresionar a las chicas, pero a la hora de la verdad te escondes detrás del balón.
    -No es eso –se defendió el muchacho-. No es culpa mía. Yo no pensaba que fuerais todas tan complicadas. No quiero hablar más de esto.
    Había pasado de ver a Davis como un lujurioso adolescente a verlo como un inexperto en el tema sexual. Ahora podía deleitarme imaginando como trataba de rehuir de un beso de Yoko.
    Subimos por las escaleras con cierta dificultad, pues había toda clase de objetos desperdigados por ella. Yo casi estuve a punto de tropezarme con una pelota de tenis, pero Davis me sujetó a tiempo.
    -Gracias –dije. Al percatarme de que estaba siendo amable con él cambié de tono-: ¿por qué dejas todas estas cosas por aquí? Tu hermana podría matarse.
    -Ella también deja sus cosas por aquí.
    -¿Y por qué no lo recoges? ¿Es que no tienes padres? –dije en tono de burla. Pero decidí no tocar más el tema al ver que Davis no contestaba.
    Su habitación no podía estar mucho mejor ordenada que el resto de la casa. Si en la escalera tenías que saltar y dar volteretas para esquivar los obstáculos, en la habitación de Davis no tenías más remedio que nadar entre los trastos. No tuvimos más remedio que apartar las cosas para hacer espacio, pues era el único lugar dónde llegaba la conexión a Internet. Yo cogí una escoba y comencé a repartir escobazos para hacer más corta la tarea.
    -Ey, para ya –se quejó Davis cuando le di con el palo de la escoba sin querer.
    -Es para acabar cuanto antes. Además, no pienso tocar tu ropa interior con las manos desnudas.
    -Pero vas a… Oh, maldita sea, no.
    Y se lanzó a coger tan rápidamente algo que no tuvo tiempo de ver qué era. Asomé la cabeza por encima del hombro de Davis para verlo detenidamente: era un tren de juguete.
    -¿Todavía juegas con esas cosas? –me interesé.
    Davis pegó un salto y escondió de nuevo el tren.
    -No, hace tiempo que no –se apresuró a decir.
    -No tienes por qué avergonzarte, Davis, ya sé que sigues siendo un niño.
    -Seguro que tú todavía conservas a tus barbies.
    -Las tiré hace siglos –respondí con una sonrisa.
    -Pero a Ken no.
    Por alguna razón no me gustó aquello. Quizás era porque estaba acostumbrada a jugar con ventaja con Davis, ya que él no es muy espabilado, y que tuviera esos breves momentos de lucidez me desconcertaba.
    -Vamos a hacer el trabajo –puse mi portátil en una mesita de plástico y me conecté a la señal-. Nuestro tema es "Las tendencias demográficas actuales".
    -No suena muy divertido –gruñó Davis.
    Tras estar dos horas buscando información y elaborando gráficas, sentí que no daba para más. Davis se había rendido mucho antes que yo: ahora dormía con el libro de sociales sobre la cabeza.
    -¡Davis! –grité, despertándole al instante.
    -¿Qué, qué pasa? –Saltó de repente, mirando asustado a todos lados- ¡Odio las vaginas, son mis enemigas mortales!
    -¿Qué estás diciendo? Estabas durmiendo –le informé-. ¿Cuánto tiempo llevas así? No pienso trabajar más de la cuenta, ¿sabes?
    -Podrías haber sido más delicada. Ni mi despertador me da esos sustos –bostezó-. ¿Qué hora es?
    -Las nueve y media.
    -¡Oh, maldita sea! –Exclamó mientras buscaba el mando de la televisión-. Me voy a perder "Crimen y Penitencia".
    -Oh, ¿tú también estás enganchado? –Pregunté, sorprendiéndome de que compartiéramos algo en común-. Me encanta el personaje de Carol.
    -Carol es una pesada –respondió, y yo fruncí el entrecejo; ese chico no sabía respetar las opiniones ajenas-. En el capítulo de hoy va a morir un personaje.
    Cenamos algo que había preparado Davis el día anterior. No sabía que era exactamente, pero estaba picante y podía ser digerible. No se lo dije, naturalmente. Luego vimos la televisión sin rechistar. Era sumamente extraño que compartiéramos un momento de felicidad.
    Jun poco después de terminar la película y casi me obligó a quedarme a dormir allí.
    -Hace mucho frío –dijo dejando la bufanda en la pechera-. En serio, a Davis no le importa dormir en el sofá.
    -Sí que me importa –refunfuñó Davis.
    -Gracias, pero tengo que ir a mi casa –contesté-. Tengo que ayudar a mi madre con algunas cosas.
    Creo que tras pronunciar "madre", la sonrisa de Jun se desvaneció por un milisegundo. Minutos antes de que me fuera mantuvieron una breve conversación en la cocina que pude oír gracias a mi oído prodigioso. Maldita sea mi curiosidad.
    -He hablado con mamá.
    -¿Qué te ha dicho?
    -No tiene planes de venir. Ya nos enviará dinero para pasar el mes.
    -¿Y papá?
    -Creo que sigue sin recuperarse.
    -Podríamos llamarle.
    -Ni hablar. Ya sabes cómo se puso la última vez.
    -Pues yo pienso hacerlo.
    -No seas idiota. Ve a despedir a Yolei y te sigo contando.
    Davis salió de la cocina fingiendo normalidad, pero podía atisbar en sus ojos cierta emoción. Yo comencé a hablar, porque me estaba poniendo un poco nerviosa.
    -¿Qué opinas del nuevo?
    -No me cae demasiado bien –respondió arrugando la nariz-. Sé cree muy mayor.
    -Sí, me han dicho que su padre trabaja en un bar y le deja emborracharse hasta el coma etílico. No es algo de lo que enorgullecerse.
    -Ya. Nos vemos mañana.
    -Adiós.
     
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