Darren... Mi nombre es Darren.

Tema en 'Relatos' iniciado por Darren Frost, 4 Marzo 2016.

  1.  
    Darren Frost

    Darren Frost Dream Demon

    Libra
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    25 Marzo 2014
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    Escritor
    Título:
    Darren... Mi nombre es Darren.
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1253
    Por algún tiempo, vivió una vida feliz, tranquila, estable y sin preocupaciones. Asistía al jardín de niños todos los días, se colgaba de las manos de sus padres, reía y jugaba con sus amigos y cuidaba de su hermanito para ayudar a su mamá. Su vida sólo mejoró cuando se enteró de que iba a tener un hermanito pequeño más. Con cuatro años, su alegría más grande era saber que tendría no sólo amigos en el jardín sino además en su casa, ¡Que vinieran cuantos quisieran! Aunque a su primer hermanito no parecía gustarle saber que el menor también sería un niño.
    Estaba tan emocionada, cuando llegó al hospital no paraba de dar vueltas y jugar con el otro pequeño bajo la constante vigilancia de su padre. Ansiosa, oyó a la enfermera llamarlos a la sala donde estaba su mamá y, con una alegría indescriptible estirando sus labios en una radiante sonrisa, se acercó a dar la bienvenida al nuevo bebé.

    Los años transcurrían lentamente. La mayor ya tenía seis años de edad y estaba comenzando a cursar la primaria, feliz de saber que podría comenzar a utilizar la lectura y la escritura para algo más que sólo jugar. Había aprendido a los cuatro años y sus padres parecían encantados con esto, pero a sus "amigas", sin embargo, les molestaba que ella fuera la única capaz de comprender lo que la profesora escribía en el pizarrón. Aún así, ella buscaba niñas que, como ella, quisieran jugar y divertirse como todos los demás niños en el patio de la escuela. Pronto se dio cuenta de que no sería tan fácil como parecía.
    Sus hermanitos la habían dejado de lado al año siguiente, prefiriendo jugar entre sí sólo porque ella era una niña y su mamá no quería que jugara con sus hermanitos varones. Frustrada y enojada, comenzó a notar que sus padres estaban discutiendo más seguido de lo usual, comenzaba a notar cómo su cabello largo, enrulado y negro le molestaba cada vez más, cómo su papá parecía ya no querer regresar a casa.

    Una noche, ya con ocho años, hacía su tarea a solas como ya le era costumbre; había dejado de pedir ayuda al tomar los libros como refugio de las cosas que sucedían a su alrededor, y prefería hacer sus tareas sola para poder concentrarse. Esa noche la vida parecía tener otros planes, sus padres habían comenzado a discutir por tercera vez ese día, perturbando su concentración y llenándola de dudas otra vez. Había comenzado a preguntarse si no era su culpa que sus padres discutieran, siempre estaba presente cuando sucedía, siempre era el centro de sus discusiones y cada vez que los oía, comenzaba a temblar. Cerrando su libro y guardando sus cosas, llevó la mochila a la habitación. Sus hermanitos dormían plácidamente aunque los gritos retumbaban en las paredes de la habitación.

    Con nueve años, su cuerpo estaba incomodándola como nunca; se despertó una mañana con una desagradable sorpresa manchando su ropa interior. Estaba sangrando, había manchado todo en su cama, estaba avergonzada y asustada ¿Qué pensaría su mamá al respecto? Ni siquiera se había dado cuenta, tal vez se había lastimado. Jamás se le ocurrió preguntarle a su madre qué era lo que le sucedía, tal vez no le agradara saberlo tampoco, aunque ella no había tardado en darse cuenta, eran cosas demasiado horribles para hablarlas, demasiado íntimas, su mamá se lo vivía diciendo.

    Junto a aquél curioso efecto de su vida como una niña regresando sin falta todos los meses, llegaron también los pechos. Casi estalló en lágrimas al caer en la ficha de que estaba dejando de ser una niña para comenzar a ser una adolescente. No quería crecer, era demasiado rápido, no podía estar sucediendo ahora. Sus lágrimas se acumulaban en las palmas de sus manos mientras lloraba en silencio cubriendo su rostro sentada, encerrada, en el baño. Odiaba ver como día tras día parecían más grandes, quitándole lentamente su apariencia inocente de niña pequeña, odiaba ver como día tras día estaba más esbelta, como día tras día su padre parecía verla de manera diferente.

    Tras cumplir los diez años, lo veía venir. Había salido de bañarse una tarde, sólo para encontrarse con que su padre se había instalado en la computadora de la habitación donde ella estaba. No pudo hacer nada para evitarlo, ya no podía decirle a nadie, ni a su mamá, ni a sus hermanos lo que había sucedido, lo había prometido.
    Noche, tras noche, tras noche, tras noche, se repetía. Otra vez el dolor entre sus piernas le impedía caminar con normalidad, otra vez la sensación de suciedad la obligaba a mantenerse sentada tanto tiempo como pudiera, cruzaba las piernas tan fuerte que ya no sabía qué le dolía más; mientras tanto, la promesa que había hecho la obligaba a mantenerse callada mientras su padre la llevaba a algún lugar donde nadie la pudiera escuchar.

    No aguantaba más, sus ojos estaban hinchados de llanto al irse a acostar sintiéndose sucia, usada, ultrajada. Por años continuó de ese modo a pesar de que su padre se había mudado sólo meses después de que sucediera por primera vez, manteniendo el silencio a pesar de su dolor, llorando a solas mientras aún su padre no llegaba a "visitarla", ocultándose tras una sonrisa que no hacía nada para esconder las ojeras. Catorce años comenzaban a pesar sobre sus hombros, catorce años de angustiosos recuerdos que hacían que la edad le pesara el doble. Creyó tener a alguien de confianza en su profesora, y un día simplemente confesó cada miserable segundo de su existencia, confesó por cuánto tiempo se había sentido una basura porque ya nadie la querría, estaba usada, estaba embarrada y sucia, cansada... tan cansada...

    No pasó un día sin que se maldijera desde el día que su padre se fue. Su madre y sus hermanos la odiaban por haberlo hecho, porque sólo por ella se había ido, porque de no ser por ella tal vez él seguiría allí. A ninguno parecía importarle lo que había sucedido, la odiaban demasiado como para darse cuenta de cuánto dolor se escondía en ella. Se había quedado sin amigos años antes al darse cuenta de que le gustaban las niñas también, otra razón para que su madre la odiara.

    Ni siquiera se dio cuenta de qué tan rápido sus quince años habían llegado, ni mucho menos lo rápido que pasaron. Hasta los diecisiete años su mente estaba en blanco mayor parte del tiempo, su cabeza estaba demasiado alejada de la realidad tanto por cuenta propia como por las pastillas que se veía obligada a tomar para mantenerse tranquila. Lloraba y no funcionaba, dibujaba, escribía, leía pero ya nada la consolaba. Quería huír, pero salir con los pocos amigos que tenía tampoco era suficiente, las risas que compartía con ellos simplemente se desvanecían demasiado pronto. Comer y dormir, dormir y comer era tal vez lo más cercano a un consuelo, pero las palabras rencorosas y llenas de odio de su madre le recorrían la mente a un volumen tan alto que le hacía doler la cabeza. Cansada, adolorida, deprimida, angustiada, demente, herida, defectuosa, insuficiente.

    Cansada, adolorida, deprimida, angustiada, demente, defectuosa, defectuosa, defectuosa.
    Herida, defectuosa, insuficiente y demente y cansada, y herida, herida donde ni siquiera el cariño podía llegar. Ya los libros, la comida, el sueño y sus cuchillas eran tan inútiles como ella.

    — Darren... Mi nombre es Darren.

    — No, no mi cielo... — Una voz extrañamente dulce pero conocida le respondió. ¿Estaba soñando? — Cariño, tu nombre es Ayelén.
     

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