Contenido oculto: Comentario de la autora Final Alternativo. Después de leer los libros y ver las películas, siempre hubo ciertas acciones que esperaba que los personajes hicieran. Aclarando que el uso de la historia y los personajes es sólo con fines recreativos, señalaré que en este escrito saltamos de un acontecimiento a otro, puntualizando escenas clave del desenlace de la batalla que toma lugar en Hogwarts, en el mundo mágico. Sin otra cosa por comentar, espero que sea de su agrado. —¡Piertotum locomotor! —gritó Minerva McGonagall. A lo largo de todos los pasillos del castillo, estatuas con forma de armaduras saltaron de sus pedestales. —¡Hogwarts está amenazado! —les advirtió la profesora. —¡Cubran las lindes, protéjannos, cumplan con su deber para con el colegio! Traqueando y marchando, la horda de estatuas animadas se dirigió a su puesto de batalla. Por su parte, Molly Weasley, Flitwick y el profesor Slugnorn se colocaron en diferentes puntos del patio, y se pusieron a murmurar conjuros de protección. Mientras tanto, él miraba a través del cielo nocturno, y observaba el castillo que, con todas las luces encendidas, se alzaba al fondo de los oscuros jardines. Llevaba a Nagini colgada sobre los hombros, y estaba poseído por esa cruel y fría determinación que lo invadía antes de matar. El cielo estaba oscuro y salpicado de estrellas, y debajo, el castillo, preparado para ser atacado. Perdido en sus elucubraciones, Harry dobló otra esquina y tan sólo había dado unos pasos por el siguiente pasillo cuando oyó que una ventana se rompía a lo lejos. Entonces derrapó en otra esquina y, con un grito de alivio y furia a la vez, vio a Ron y Hermionie, ambos cargados con unos enormes objetos amarillentos, curvados y sucios. —¿Dónde demonios estaban metidos? —les gritó Harry. —En la cámara secreta —contestó Ron. —¡¿En dónde…?! —exclamó Harry, y se detuvo sin resuello. —¡Ha sido idea de Ron! —explicó Hermionie, que casi no podía respirar. —¿Es un genio o no? Cuando te fuiste, le pregunté cómo íbamos a destruir el Horrocrux si lo encontrábamos. ¡Todavía no habíamos destruido la copa! ¡Y entonces a Ron se le ocurrió pensar en el basilisco! —Pero… —Claro, algo con qué destruir los Horrocruxes —explicó Ron con sencillez. Harry observó lo que sus dos amigos llevaban en los brazos: los enormes y curvados colmillos que habían arrancado —ahora lo comprendía— del cráneo del basilisco muerto. —Bueno, —interrumpió Hermionie— ¿y tú que has hecho? —Hablé con la Dama Gris, el fantasma de Helena Ravenclaw —les explicó Harry precipitadamente. —Sé dónde está la diadema: en el sitio donde la gente lleva siglos escondiendo cosas. ¡Vamos! Las paredes volvieron a temblar. Harry guió a sus amigos por la entrada oculta que conducía a la Sala de Menesteres. —¡La puerta! ¡Vamos hacia la puerta! —gritó Malfoy al oído de Harry, y éste aceleró, yendo tras Ron, Hermionie y Goyle a través de una densa nube de humo negro, casi sin poder respirar. Entonces, a través del humo, Harry atisbó un rectángulo en la pared y dirigió la escoba hacia allí. Unos instantes más tarde, el aire limpio le llenó los pulmones y se estrellaron contra la pared del pasillo que había detrás de la puerta. Malfoy quedó tumbado boca abajo, jadeando, tosiendo y dando arcadas; Harry rodó sobre sí, se incorporó y comprobó que traía la diadema consigo. —Hermionie… —dijo jadeando. La castaña rápidamente le entregó un colmillo del basilisco. Harry levantó el objeto curvado y amarillento, y lo dejó caer con todas sus fuerzas sobre la diadema. Una sustancia densa y oscura, de textura parecida a la sangre, comenzó a gotear sobre aquel objeto. Ron corrió hacia él y lo pateó hacia el fuego maldito. Una explosión hizo que la puerta de la Sala de Menesteres se cerrara. Harry se retorció de dolor cuando su mente se conectó con la de Voldemort. Ron y Hermionie se le acercaron preocupados. Harry sofocó una exclamación, se echó hacia atrás y abrió los ojos; al mismo tiempo, los alaridos y gritos, los golpes y estallidos de la batalla le asaltaron los oídos. —Ya sé donde está. Habían llegado demasiado tarde. Voldemort y Nagini se habían ido, y a su pasó, habían dejado a Severus Snape moribundo. No sabía por qué lo hacía, tampoco tenía claro que sentía cuando vio el cadavérico semblante de Snape y cómo trataba de contener la sangrante herida del cuello con los dedos. Erguido a su lado, contempló al hombre que odiaba, cuyos ojos se desorbitaron y lo buscaron cuando intentó hablar. Harry se inclinó sobre él, y Snape lo sujetó por sus ropas y tiró de él. De los ojos del moribundo resbalaron pequeñas lágrimas. —Tómalas… Tómalas… Hermionie sacó un frasco de su bolso y se lo puso en las temblorosas manos a Harry. Éste recogió las lágrimas con sumo cuidado. Cuando hubo llenado el frasco, Snape lo miró cómo si no le quedara ni una sola gota de sangre en las venas y aflojó la mano que le sujetaba la chaqueta. —Mírame… —susurró. Los ojos verdes buscaron a los negros, pero, en un segundo más tarde, algo se extinguió en las profundidades de los de Snape, dejándolos clavados, inexpresivos y vacíos. La mano que sujetaba a Harry cayó al suelo con un ruido sordo, y Snape quedó inmóvil. La voz del Señor Tenebroso retumbaba en las paredes y el suelo, y Harry comprendió que estaba hablando a la gente que había en Hogwarts, todos los que todavía luchaban en el castillo debían de estar oyéndola como si él estuviera a su lado, echándoles el aliento en la nuca, a punto de asestarles un golpe mortal. —Han luchado con valor —decía. —Lord Voldemort sabe apreciar la valentía. Sin embargo, han sufrido numerosas bajas. Si siguen ofreciéndome resistencia, morirán todos, uno a uno. Lord Voldemort es compasivo, y voy a ordenar a mis fuerzas que se retiren de inmediato. Les doy una hora. Entierren a sus muertos como merecen y atiendan a sus heridos. >>Y ahora me dirijo directamente a ti, Harry Potter: has permitido que tus amigos mueran en tu lugar en vez de enfrentarte personalmente conmigo; pues bien, esperaré una hora en el Bosque Prohibido… una hora… Ron y Hermionie sacudieron la cabeza mirando a su amigo. —No lo escuches —le aconsejaron. Pero era demasiado tarde… Harry ya lo había escuchado. El castillo estaba desierto. Al recorrerlo, el muchacho se sintió como un fantasma, como si ya hubiera muerto. Había visto los recuerdos de Snape, ahora sabía quien había sido la persona que lo había protegido durante tantos años; y también sabía que tenía que morir. Bajó varios pisos, hasta que descendió por la escalinata de mármol y llegó al vestíbulo. Quizá una pequeña parte de él confiaba en que lo detectaran y lo detuvieran, pero eso no sucedió. Llegó a las puertas del colegio sin contratiempos. La snitch. Con dedos entumecidos buscó en su bolsillo y la sacó. <<Me abro al cierre>> Apretó la bola dorada contra sus labios y susurró: —Estoy listo para morir. Y la cubierta de metal se abrió por la mitad. La piedra negra, reposaba entre las dos mitades de la snitch. Cerró los ojos e hizo girar la piedra en su mano tres veces. —¿Se quedarán conmigo? —Hasta el final —contestó James. —¿Y no los verá nadie? —Somos parte de ti, —repuso Sirius—, los demás no pueden vernos. Harry miró a su madre. —Quédate a mi lado —le pidió. Y se puso en marcha. —Creí que vendría —dijo el Señor Tenebroso con su aguda y diáfana voz, sin apartar la vista de los árboles. —Confiaba en que vendría. Nadie comentó nada. Todos parecían tan asustados cómo Harry, cuyo corazón latía como empeñado en escapar del cuerpo que el muchacho se disponía a desechar. —Por lo visto me equivocaba… —añadió Voldemort. —No, no te equivocabas. Harry habló tan alto como pudo, con toda la potencia de que fue capaz, porque no quería parecer asustado. Entonces una voz gritó: —¡¡Harry!! ¡¡No!! El chico se giró: Hagrid estaba atado a un grueso árbol. —¡¡No!! ¡¡No!! ¡¡Harry!! ¡¿Qué…?! —¡¡Cállate!! —ordenó Bellatrix, y con una sacudida de la varita lo hizo enmudecer. Voldemort y el muchacho continuaban mirándose con fijeza, hasta que el Señor Tenebroso ladeó un poco la cabeza y su boca sin labios esbozó una sonrisa particularmente amarga. —Harry Potter… —dijo en voz baja. —El niño que sobrevivió. Los mortífagos no se movían, expectantes; todo estaba en suspenso, a la espera. Hagrid forcejeaba, Bellatrix jadeaba y Harry, sin saber por qué, pensó en Ron y Hermionie, en sus luminosas miradas, en sus sonrisas… Voldemort había alzado la varita. Harry lo miraba a los ojos; quería que ocurriera ya, deprisa, mientras todavía pudiera tenerse en pie, antes de perder el control, antes de revelar su miedo… Vio moverse la boca de Voldemort y un destello de luz verde, y entonces todo se apagó. —¡Nooo! —¡Nooo! —¡Harry! ¡¡Harry!! Escuchar las voces de Ron, Hermionie, Ginny, Neville y Luna fue lo peor. Tuvo el impulso de contestarles, aunque se contuvo, pero sus exclamaciones fueron como un detonante, pues la multitud de supervivientes hizo suya su causa y se lanzaron a gritar y chillar insultos a los mortífagos hasta que… —¡¡Silencio!! —bramó Voldemort. — ¡Todo ha terminado! ¿Lo ven? ¡Harry Potter ha muerto! Hubo un estallido y un destello de brillante luz, y todos obedecieron a la fuerza. —Ahora, —comenzó a decir el Señor Tenebroso con más calma— ¡Únanse a mí! ¡Sean mis seguidores, y les perdonaré la vida! La multitud de sobrevivientes lo miraban fijamente. Entre ellos, Draco Malfoy. —¡Draco! ¡Ven aquí, Draco! —llamó Narcisa Malfoy. El muchacho avanzó hacia el ejército de mortífagos con aire dubitativo. —Bien hecho, Draco. Bien hecho —dijo Voldemort. Malfoy llegó hasta sus padres con caminar lento. —¿Alguien más? Una figura avanzó desde la muchedumbre. Neville avanzaba cojeando. En sus manos, llevaba el Sombrero Seleccionador. —¿A quién tenemos aquí? —preguntó con su silbante voz de reptil. Bellatrix rió con regocijo. —Soy Neville Longbottom —informó el muchacho. —¡Ah sí! Ya me acuerdo —afirmó el Señor Tenebroso. —Ahora, Longbottom va a mostrarnos qué les ocurre a quienes son lo bastante estúpidos para seguir oponiéndose a mí. —Y con una sacudida de la varita prendió fuego al Sombrero Seleccionador. Los gritos colmaron el amanecer. Neville estaba envuelto en llamas, clavado en el suelo e incapaz de moverse, y Harry ya no pudo soportarlo más, tenía que actuar… De repente, sucedieron varias cosas a la vez. Para sorpresa de todos, Draco le lanzó un hechizo desarmador a Voldemort, y en medio de la distracción del Señor Tenebroso, Neville también se movió. Con un rápido y fluido movimiento, se libró de la maldición de inmovilidad total que lo aprisionaba, y acto seguido sacó del interior del Sombrero Seleccionador un objeto de plata con rubíes incrustados en la empuñadura… y de un solo tajo de espada degolló a la serpiente. Voldemort abrió la boca para dar un grito de cólera que nadie pudo oír, y el cuerpo de Nagini cayó a sus pies con un ruido sordo. Voldemort alzó la varita, y antes de que pudiera lanzar un hechizo, Harry bajó de los brazos de Hagrid de un brinco. En cuestión de segundos reinó el caos: los sobrevivientes cargaron contra los mortífagos y los obligaron a dispersarse. El Señor Tenebroso siguió a Harry por los pasillos destruidos del colegio. —Vamos Tom, acabemos esto como lo empezamos… ¡Juntos! Harry tomó del cuello a Ryddle, y se tiró al vacío. Voldemort y el muchacho cayeron en medio del patio principal. Los gritos de sorpresa, los chillidos y las aclamaciones se apagaron enseguida. El miedo atenazó a la multitud y se hizo un repentino silencio cuando Voldemort y Harry, mirándose a los ojos, se levantaron y comenzaron a dar vuelas una alrededor del otro. —¡Avada Kedavra! —¡Expelliarmus! El estallido retumbó como un cañonazo, y las llamas doradas que surgieron entre ambos contendientes, en el mismo centro del círculo que estaban describiendo, marcaron el punto de colisión de ambos hechizos. Harry vio cómo el chorro verde lanzado por Voldemort chocaba contra su propio hechizo, vio cómo la Varita de Saúco saltaba por los aires, y dando vueltas en el aire retornaba hacia su dueño, al que no mataría porque por fin había tomado plena posesión de ella. Harry la tomó con la mano libre, al mismo tiempo que Voldemort caía hacia atrás, con los brazos extendidos y aquellos ojos rojos de delgadas pupilas vueltos hacia adentro. El cuerpo de Tom Ryddle comenzó a desmoronarse, hecho cenizas. Harry se quedó allí inmóvil con las dos varitas en la mano, contemplando los últimos restos de su enemigo. Hubo un estremecedor instante de silencio en el cual la conmoción de lo ocurrido quedó en suspenso. Y entonces el tumulto se desató alrededor de Harry: los gritos, los vítores y los bramidos de los espectadores se quedaron en el aire. El implacable sol del nuevo día brillaba ya en lo alto del cielo cuando todos se abalanzaron sobre el muchacho. Los primeros en llegar a su lado fueron Ron y Hermionie, y fueron sus brazos los que lo apretujaron, sus gritos incomprensibles los que lo ensordecieron. En seguida llegaron Ginny, Neville y Luna, y a continuación los Weasley y Hagrid, y Kingsley, y McGonagall, y Flitwick, y Sprout… Harry no entendía ni una palabra de lo que le decían, ni sabía de quien eran las manos que lo sujetaban, tiraban de él o trataban de abrazar alguna parte de su cuerpo. Había cientos de manos que intentaban alcanzarlo, todas decididas a tocar al niño que sobrevivió, al responsable de que todo hubieras terminado por fin… Harry sintió que todo se oscurecía, y que caía… caía… caía… Algo dorado brillaba justo encima de él. ¡La snitch! Trató de atraparla, pero sus brazos eran muy pesados. Pestañó. Los rostros sonrientes de Hermionie y Ron se agitaban ante él. —¡Harry! —exclamaron sus dos amigos. Hermionie parecía lista para lanzarse en sus brazos, y Harry se hubiera alegrado de que se contuviera, porque le dolía mucho la cabeza. Pero en realidad, sin saber muy bien porqué, deseó con todas sus fuerzas que su amiga lo abrazara. Harry tragó saliva y miró alrededor. Se dio cuenta que debía de estar en la enfermería, o… lo que quedaba de ella. —¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí? —Tres días. Estábamos tan preocupados… —le contestó Hermionie. —Todo el colegio habla de lo que pasó —dijo Ron. —¿Te sientes mejor? El azabache asintió levemente. Un muchacho pelirrojo llegó corriendo y dijo: —Ron, mamá te llama —George sonrió al ver cómo su hermano se iba refunfuñando. Cuando vio a Harry, la sorpresa se asomó por su rostro y exclamó: —¡Harry! ¡Qué bueno que estés bien! —¡Lo mismo digo, George! El pelirrojo le sonrió con un poco de nostalgia y se fue tras Ron. Harry miró a Hermionie. —Ha mejorado, pero todavía le duele la pérdida de Fred —informó la castaña. Ambos miraron en dirección a dónde se encontraban Ron, George y Molly Weasley. Aunque estaban a bastante distancia, Harry y Hermionie podían oír cómo la madre regañaba a su hijo. Hermionie sonrió al escuchar a Molly. Harry también sonrió, pero no por la escena de la familia de Ronald, sino al ver a la castaña sonreír. Deslizó su mano por la cama y tomó la de Hermionie. Los ojos castaños miraron fijamente los verdes. —¿Estás bien Harry? —le preguntó su amiga con preocupación. Harry apretó fuertemente la mano de Hermionie y le sonrió. —Ahora lo estoy. La castaña sonrió y devolvió el apretón. Ron se acercó a sus amigos con caminar apresurado. El llegar junto a ellos, comenzó a jadear. —Tranquilízate Ron, o acabarás con todo el aire que tenemos. Harry rio ante el comentario de Hermionie. Pero no sólo reía por eso, también reía por la felicidad que le daba al pensar que pasara lo que pasara, la amistad que entre los tres había, nunca dejaría de existir.