Cuerpos vacíos

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por aguilaimperial, 16 Enero 2012.

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    aguilaimperial

    aguilaimperial Iniciado

    Aries
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    9 Enero 2012
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    Escritor
    Título:
    Cuerpos vacíos
    Clasificación:
    Para niños. 9 años y mayores
    Género:
    Misterio/Suspenso
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3165
    Esta historia está escrita por mi hermano. Es mayor q yo pero me pidió q la publicara a ver q le parecía amás gente. Por favor m gustaría q comentaseis.

    CUERPOS VACÍOS

    Juan José Rivero Rodríguez

    Carlos estaba tendido en la cama de su habitación, escuchando suaves melodías de Vangelis y ojeando el libro que acababa de comprar al llegar del instituto en una librería que, hacía poco, habían abierto unos vecinos de la comunidad en el bajo del edificio. El libro tenía las tapas de color verde oscuro y, en la parte central, escrito en letras de oro, se podía leer el título “La luz y la oscuridad”. Trataba sobre los sentimientos, y Carlos lo devoraba con avidez y deleite, página tras página, asimilando todo lo que el autor decía acerca de esta faceta humana. Se hablaba de seres que complementaban nuestra existencia, pero que también podían dañarla, e incluso destruirla. En el segundo capítulo, “Interpretación del sentimiento”, estaba escrito lo siguiente:

    Los sentimientos son la furia presente, una naturaleza indómita y salvaje, una llama incandescente que anida en lo más profundo de nuestro ser. Son alba y ocaso, día y noche, luz, oscuridad, energía vital que crea nuestros momentos dulces y amargos, que puede servirnos como alimento, pero también como veneno...

    Estas líneas inquietaron un poco a Carlos, que comprendía la verdad que se ocultaba tras aquel texto. Sin embargo, le sorprendía que hasta ahora nadie la hubiese expresado con tanto vigor y contundencia en ninguno de los libros que había leído, que no eran pocos. Soñador y fantasioso, a su edad era uno de los, se podría decir más que escasos, jóvenes que habían leído a más de una cincuentena de autores de relevante importancia: desde Platón hasta Cela, pasando por Ovidio, Homero, Cervantes, Shakespeare, Thomas Mann, Kafka, Kant, Freud, Tolstoi y un largo etcétera. Había leído también a numerosos autores de ensayo y ciencia-ficción, como Isaac Asimov y Carl Sagan, y le apasionaban especialmente las Leyendas de Becker. A Carlos le gustaba enfrascarse con sus libros, su música y sus reflexiones sobre la sociedad y la vida. En lo tocante a su vida exterior, a veces salía para pasear con algún amigo o ir al cine, pero estos eran eventos puntuales.

    Cerró el libro, que dejó en la mesilla de noche que tenía al lado de su cama, desconectó la radio y encendió la televisión. Aparecieron imágenes psicodélicas. Un anuncio. Cambió de canal, pero sabía que era lo mismo. Existía una gran competitividad entre las cadenas, por lo que los concursos, películas, deportes y demás programas eran emitidos en paralelo, simultáneamente. Casi nunca se emitían documentales, excepto aquellos que habían pasado previamente por manos de los censuradores del Gobierno. Que la situación estuviese así de crítica no era algo de lo que uno se podía extrañar. La inminencia del cambio de milenio había provocado una desmesurada alteración en la sociedad, una especie de psicosis colectiva. Las sectas “destructivas” proliferaron hasta tal punto que se habían llegado a catalogar más de diez mil diferentes a lo largo y a lo ancho de todo el país. Ante una agitación social de tal magnitud, un grupo de radicales cuyas aspiraciones eran acabar con el caos reinante y reinstaurar el orden social dio un golpe de Estado y se hizo con las riendas del poder, iniciando un periodo de represión social, política y religiosa que todavía se mantenía dos años después. La religión se prohibió en todos sus aspectos, al parecer para evitar que surgiesen nuevas sectas religiosas o que se expandiesen las ya existentes. Numerosas iglesias fueron demolidas, quedando en pie solamente algunas de las más importantes, que se mantuvieron indemnes porque quisieron conservarlas como patrimonio artístico, pero se mantenía el control absoluto sobre lo que se les iba a decir a los visitantes acerca de ellas. Nadie podía hablar de Dios; incluso mentarlo estaba prohibido y castigado por la ley. Gran cantidad de Biblias y otros libros religiosos fueron incinerados. Algunos se pudieron salvar gracias a gente que arriesgó sus vidas al esconderlos en sus casas. Los registros eran concienzudos, y si se arrestaba a alguien, este era llevado a una institución especial, donde se le sometía a toda clase de torturas psicológicas, hasta que moría o regresaba como un zombi, privado de voluntad. El nuevo Estado hacía una llamada al Vitalismo; se debían recuperar valores como la vida, la fuerza, el poder... Las obras de Nietzsche eran citadas continuamente en las conferencias que se emitían por televisión, pero seguro que el propio Nietzsche se horrorizaría al ver como eran interpretadas sus doctrinas filosóficas.

    En cuanto a la sociedad, se inició una campaña de exterminio de indigentes, tan sutil que casi nadie se dio cuenta. Fueron acabando con ellos uno a uno, mediante un proceso largo y continuo. Existían grupos de mercenarios contratados por el Gobierno, que cada noche atrapaban a uno o dos mendigos, los asesinaban, y los llevaban fuera de la ciudad, a una especie de fosa común situada tras una alambrada con un cartel colgado en la puerta metálica que prohibía el paso a toda persona sin autorización advirtiendo que los vigilantes tenían permiso para matar a cualquier intruso, y allí arrojaban sus cuerpos desprovistos de vida.

    En la política ocurría algo parecido, pero de forma más descarada y cruel. Los grandes líderes de los diferentes partidos fueron salvajemente asesinados, tanto en conferencias públicas como en sus casas y vehículos, y aunque se prometió descubrir a los “terroristas” que habían cometido semejante barbarie, la policía recibió órdenes de no mover un solo músculo. Dentro del propio Gobierno se hablaba de Razón de Estado, que equivale más o menos a la tapadera de algún suceso indigno, mas esto no importaba demasiado a los funcionarios, ya que todos pertenecían a la misma facción.

    Se había hecho tarde. Carlos apagó el televisor y se acostó, pensando que quizás la situación no era tan terrible como la de otros países, donde la gente se moría de hambre, y se mataban entre ellos por algo que llevar a la boca.

    Despertó sobresaltado, empapado en sudor. Había tenido una pesadilla. Se veía a sí mismo encerrado tras unos barrotes metálicos; prisionero, pero sin saber por qué. Aquella imagen todavía rondaba por su mente. ¿Era solamente un simple sueño?. Llevaba más de dos años sufriendo esos embates mentales casi a diario, como si fueran una premonición de algún lúgubre suceso, como si quisiera advertirle de que el futuro no le deparaba precisamente nada bueno.

    Se resignó. Tenía que ir al instituto. La tonificante lluvia de la ducha lo relajó un poco. Después se arregló. Su ondulado pelo leñoso parecía querer gastarle bromas pesadas, pues no era capaz de arreglárselo. Tras una dura y laboriosa batalla a base de agua, gomina y varias pasadas de peine logró por fin adecentarse. Acto seguido desayunó con una celeridad increíble y salió a toda velocidad hacia el instituto.

    Al llegar estuvo charlando unos instantes con Eva, compañera de clase y una de sus mejores amigas. Su mirada, despierta, vivaz e inteligente parecía expresarlo todo. Era una muchacha alegre a la que Carlos quería de una manera muy especial, tanto que se desvivía por hacerla feliz; pero nunca le había expresado personalmente sus sentimientos, aunque suponía que ella ya lo sabía. Su relación no iba más allá de la amistad, mas Carlos se sentía unido a ella por lazos invisibles pero poderosos. Cuando Eva estaba alegre Carlos era feliz, y cuando se entristecía a Carlos le afectaba sobremanera. Se podía decir que eran dos cuerpos que compartían una misma alma.

    Las clases se hacían cada vez más tediosas, monótonas y aburridas. Desde que el nuevo Gobierno modificó los sistemas de educación era como si todo funcionase mediante automatismos. A Carlos el nuevo sistema le parecía arcaico y desfasado. Nada de religión y muy poco de filosofía, exaltación patriótica para todos los gustos y trato entre maestros y alumnos absolutamente nulo. Tener que aguantar todos los días el mismo sermón se convertía en un suplicio insufrible, que además se reflejaba en las calificaciones de todos los alumnos, que habían descendido considerablemente. Los especialistas y pedagogos afirmaban que todo era cuestión de adaptarse al nuevo cambio, y entonces la situación se normalizaría.

    El timbre que indicaba el final de las clases sonó, salvando a Carlos de una cierta crisis de angustia. El horror se había acabado. Carlos recogió los libros y salió apresurado hacia su casa. Al llegar decidió realizar un poco de ejercicio, puesto que se había propuesto adelgazar y no practicaba ningún deporte. Así que subió por las escaleras en vez de utilizar el ascensor, medio de transporte muy recurrido por los cómodos vecinos del edificio. Llegó extenuado. La próxima vez que tratara de subir nueve plantas tendría la previsión de avisar a una ambulancia por si sufría un infarto durante el trayecto.

    Ya en casa se preparó la comida, que tomó con frugalidad, a pesar de que la caminata le había abierto el apetito. Tenía toda la tarde por delante. Resultaba práctico dar clases sólo por la mañana; así, el tiempo perdido en tonterías era escaso, y con algo de organización se podía conseguir más tiempo libre. Carlos trató de realizar las tareas pendientes de clase, bastante desganado. Cuando terminó cogió el libro de la mesilla donde lo había dejado la noche anterior, se recostó sobre el sofá del salón, y continuó leyendo aquellas páginas cargadas de misterios:

    ... y recuerda, querido lector, que cuando te halles preso de los sentimientos, no habrá nada que te pueda liberar, hasta que acabes por adaptarte con resignación a sus crueles designios. Tales entes son poseedores de un poder que supera a la propia imaginación humana, y ten por seguro que cuando ataquen no contarás con medio alguno para protegerte de ellos...

    Semejante advertencia llamó la atención de Carlos que, a decir verdad, se encontraba ligeramente asustado. ¿Tendría algo que ver con los sueños que continuamente le asaltaban?. Carlos solía fantasear con las casualidades que depara la vida cotidiana. Pensaba que una serie de coincidencias seguidas tenían algún significado especial; un aviso o una premonición, quien sabe, y su interpretación de aquel texto lo mantenía profundamente intrigado. Su mente daba vueltas constantemente. No podía concentrarse en la lectura. Miró su reloj. Las nueve y cuarto. Comió algo ligero, pues su estómago no estaba para guerras, e intentó conciliar el sueño, pero sus pensamientos no se apartaban de aquellas últimas líneas, recordándole una y otra vez sus pesadillas. Finalmente, presa del agotamiento, se durmió.

    El siguiente día fue un calco del anterior, y así pasaron dos semanas, con la diferencia de que las pesadillas sólo se materializaban mientras estaba despierto, y el tiempo de sueño era cada vez más escaso. Pasó de dormir ocho horas diarias a dormir cinco a duras penas. Un día se despertó con la sensación de que iba a ocurrir algo, lo cual no le agradó en absoluto.

    A las once de la mañana recibió una llamada de Eva. Quedaron a las tres para tomar algo y charlar en una cafetería de la ciudad. También iría Jorge, un amigo común. Carlos se relajó y esbozó una leve sonrisa. Tal vez sus preocupaciones carecían de base. Arregló su imagen, comió y salió hacia la cafetería visiblemente emocionado. Llegó pronto. Eva y Jorge entraron juntos en el local minutos después, se sentaron junto a Carlos e iniciaron una animada conversación. Dos horas más tarde salieron a pasear. Durante el trayecto comenzaron a discutir acerca del nuevo Gobierno y del cambio que había sufrido la sociedad; las nuevas prohibiciones y obligaciones, su sentido, las actuaciones más radicales y violentas, violaciones de derechos y varios temas más. Los comentarios eran abiertos y sinceros, debido a la amistad que se profesaban. De no ser así, nadie se habría atrevido a iniciar una conversación de semejante índole, puesto que se jugaba mucho, sobre todo si se dedicaba a criticar duramente lo establecido por la ley.

    Cuando estaban tratando el aspecto religioso, Eva sorprendió a todos afirmando que era creyente y practicante. Ni Jorge ni Carlos esperaban aquel giro que tomaba la conversación, que por compromiso personal obligaba a ambos a exponer sus pensamientos. Jorge fue bastante reservado, diciendo solamente que era necesario creer en un Ser Supremo, en algo que se halla por encima del hombre mismo, pero que no practicaba la religión, sobre todo teniendo en cuenta lo peligroso que resultaba en aquellos tiempos. Carlos, por su parte, se confesó abiertamente agnóstico. No veía la necesidad de creer en un Dios, aunque no negaba su posible existencia, y mucho menos de practicar la religión, aunque no tenía prejuicios contra aquellos que no eran de sus mismas creencias. Para comprender tan dispar variedad de opiniones hay que tener en cuenta la situación personal de cada uno. Eva se había educado en uno de los más importantes colegios religiosos de la ciudad desde muy pequeña, y sus padres eran profundamente religiosos, por lo que veía normal la práctica de la religión. Jorge, aunque estudió también en un colegio religioso, seguía las indicaciones de su padre, quien le había advertido del peligro que suponía la práctica religiosa. Los padres de Carlos habían fallecido accidentalmente poco tiempo después de nacer éste. Se crió en un orfanato hasta que tuvo la suficiente edad y capacidad para administrar la herencia que sus padres le habían dejado al morir. Su educación religiosa había sido escasa y provenía en su mayor parte de los libros que leía, de los cuáles sacaba sus propias conclusiones.

    Llegaron al portal del edificio de Carlos. Se despidieron. Carlos subió a su piso. Esta vez utilizó el ascensor. No se sentía con fuerzas suficientes para iniciar otra odisea particular. Cuando llegó se dio cuenta de que todavía tenía que preparar un trabajo para presentar al instituto. Inició la tarea poniendo todo su empeño, esperando poder acabarlo a tiempo el día siguiente.

    Y así pasaron varios días, sin particulares contratiempos, hasta que Jorge dejó de asistir a las clases. Al principio parecía un hecho normal. Cualquier enfermedad que lo tuviera durante algún tiempo postrado en la cama. Pasaron tres semanas y todavía no daba señales de vida. Carlos empezó a preocuparse. Su nerviosismo se incrementó cuando a los pocos días desapareció Eva también. Aquello fue suficiente para instarlo a actuar. Fue a visitar a los padres de Jorge. Los encontró llorando, desconsolados. Allí, postrado en la cama de su habitación, estaba Jorge, pálido y demacrado, una caricatura de lo que una vez había sido, digna de ser obra maestra en un museo de los horrores.

    Se disculpó. No había podido aguantarlo. Al parecer lo detuvieron durante el transcurso de una manifestación que protestaba por la tiranía gubernamental, pidiendo que se restaurase la democracia. Fue encarcelado e interrogado. Lo obligaron a delatar a sus cómplices, y tuvo que hablarles de Eva y de sus prácticas religiosas.

    Carlos no podía culparle. Actuaban como la Inquisición durante la Edad Media. Cuando interrogaban a alguien le aplicaban severas torturas, lo que se convertía en un tormento para el interrogado, que incluso acababa por inventar delitos e inculpar a personas que no tenían nada que ver con ellos. Ya había hecho méritos suficientes aguantando durante todo aquel tiempo. Desde luego, Jorge no había seguido bien los consejos de su padre, pero así era él; impulsivo y emprendedor. Era su naturaleza.

    Después fue a ver a los padres de Eva. El panorama era el mismo: tristeza, lágrimas, desesperación... pero Eva no estaba. Las esperanzas de verla se desvanecieron de pronto. Las noticias eran terribles. Habían decidido internarla en una institución para rehabilitarla, y todo por confesarse en mal momento creyente y practicante. Aquello rozaba el colmo de lo absurdo. Carlos no podía comprenderlo.

    Intentó desesperadamente entrar en la institución para visitarla y hablar con ella, pero todos los esfuerzos eran en vano. Se le prohibió el paso debido a que la presencia de un miembro del entorno familiar o personal de la paciente podría resultar nociva para su completo restablecimiento. Carlos salió del edificio deshecho, echó un último vistazo a las ventanas enrejadas y caminó cabizbajo hacia su casa.

    Se mantuvo en continuo contacto con la familia de Eva, por si llegaba alguna noticia acerca de su estado. Pasaron tres días sin que se supiera nada de ella. Al día siguiente llamaron por teléfono. Mientras escuchaba, un océano de dolor y desesperación inundó el corazón de Carlos. Eva no había podido aguantar en aquel infierno y se había cortado las venas con los muelles de un colchón. Aquello no podía ser cierto. Carlos se negaba a aceptar la evidencia, pero cada día que pasaba se iba sumiendo más en la angustia. Si hubiera hecho algo por evitarlo. Pero no podía saber lo que pasaría. La vida de Carlos era un continuo debate entre sus sentimientos, y estos lo estaban aniquilando.

    Carlos estaba sentado en su habitación, frente a la ventana abierta. La suave brisa mecía su pelo, jugando a crear figuras. Sus ojos turquesa brillaban, y tenían ya un tinte rojizo. Dos surcos recorrían sus mejillas. Todavía pensaba que habría podido hacer algo por ella, si hubiese tenido la suficiente previsión. Ahora se hallaba atrapado por sus sentimientos. Eran más fuertes que él. En un momento de lucidez su mente evocó aquellas palabras del libro que todavía descansaba sobre la mesilla. No iba a poder liberarse. Estaba doblemente encerrado. Por una parte las limitaciones que le imponía la sociedad, y por otra sus propios sentimientos. La imagen de aquella pesadilla se estrelló contra él. Ahora lo veía claro. Tenía que librarse de aquellas cadenas de alguna manera, pero no sabía como.

    Una gaviota hacía piruetas, jugando con el viento. Los ojos de Carlos se posaron sobre el animal y, tras un suspiro, exclamó:

    -¡Quién me diera ser libre y poder volar como tú!

    La gaviota miró hacia él en aquel mismo instante. Las miradas de ambos se encontraron. Parecía decirle:

    -Ven, puedes hacerlo. Sólo tienes que volar, y serás libre.

    Carlos se deslizó suavemente por la ventana, y voló; se sintió libre por unos instantes.

    El inspector se mesó la barba y se ajustó las gafas. Las prisas por el acontecimiento habían provocado que se presentase desaliñado en el lugar de los hechos, suscitando los jocosos comentarios de algunos policías. ¿Cuántos eran ya durante toda la semana?. Por lo menos siete. Se volvió hacia el cuerpo del joven, lo poco que quedaba de él. En el fondo se compadecía de ellos. ¡Pobres muchachos!. Habían nacido en una sociedad que no les correspondía, y que les había impuesto sus condiciones, privándoles de su propia condición humana. Por ello sólo les quedaba el suicidio como única alternativa para escapar de tal horror. Al fin y al cabo, despojar de vida al cuerpo no significa nada cuando se ha despojado de vida al alma.

    Y caminó hacia su coche, mientras una gaviota volaba en busca de otro joven angustiado para indicarle el camino de la liberación.
     
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    Titiritero de almas

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    Sagitario
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    Pluma de
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    Aquí me gustó tu narración,
    jajajaja se entiende todo,
    asdf me dejó intrigada ése inspector,
    Carlos y Eva que cayeron genial n-n
    espero conti jejejejeje me gustó mucho.
     
  3.  
    aguilaimperial

    aguilaimperial Iniciado

    Aries
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    por desgracia, ni esta historia es mía, ni voy a hacer conti, sry
     
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