Esta historia la escribí principalmente para un concurso de San Valentín que patrocinaba una página llamada Ecos de la distancia. Además, y tal y como indico en el enlace siguiente (en donde, aparte de esa página, publiqué), fue una experiencia agradable. Es más, actualmente estoy escribiendo para una antología que tiene pensado hacer XD Enlaces: Tales of Sora: Cosas que uno olvida amar “COSAS QUE UNO OLVIDA AMAR” KIRINO SORA | Ecos de la distancia Cosas que uno olvida amar Según su madre, no había llegado solo al mundo; hubo alguien, una niña, que estuvo junto a él antes de nacer siquiera. Tendrían la misma edad y quizás hasta un aspecto similar de haberse dado el caso. Desgraciadamente, a aquella quien iba a convertirse en su hermana se le detuvo la respiración antes de que tuviera la oportunidad de ver la luz; y, por supuesto, de que él, su hermano, llegase a conocerla en persona, en el exterior. No habría podido, de todas formas. Ni siquiera era capaz de decir si tenía los ojos abiertos o cerrados. Sí, estaba completamente ciego. Y, sin embargo, veía. No hay por qué molestarse en preguntar cómo, puesto que la respuesta ni la conocía ni podía proporcionársela nadie. Solamente estaba ahí, sentía que estaba a su lado. Lo único que sabía con certeza era que lo que le sucedía era cosa de su hermana. Unos lo consideraban una locura; otros, una sensibilidad que solo los gemelos y los mellizos eran capaces de compartir; y una pequeña minoría creía que se trataba de esa unión que se forma cuando alguien especialmente cercano a ti muere. Él no podía estar más de acuerdo con todas y cada una de ellas. Era incapaz de hacer algunas cosas, por supuesto: debía de coger el bastón cada vez que salía y no podía reconocer a sus padres a menos que los oyese o tocase, como haría cualquier ciego. No obstante, fuera cual fuese la actividad que realizase, tenía el presentimiento de que ella lo apoyaba en eso. Guiaba al viento para que los sonidos llegasen claros a él, le describía el paisaje a través del tacto, el olfato y el oído; y, de vez en cuando, le llevaba a la mente imágenes y palabras que, a pesar de no haberlas visto jamás, era capaz de imaginarlas gracias a sus explicaciones en forma de sensaciones. Podía olerla, escucharla, tocarla y sentirla, a pesar de que no tenía ni aroma, ni voz ni cuerpo. Eso era porque ella lo era todo: era el aire, el agua, el calor, la tierra... Ella se había convertido en parte del mundo que vivía y no veía. Un mundo que, de no haber sido por su ceguera, por su hermana, no habría sido capaz de percibir. Puede que sean ilusiones lo que tenga en la cabeza, que no sea realmente tal y como lo está imaginando; pero, en comparación con otras personas, sentía que había presenciado y amado más cosas que nadie. No tuvo permitido ceñirse a un único sentido para identificar su alrededor, fue necesario estar pendiente en todo momento. Y por medio de sus otros sentidos, aprendió a amar a aquello que estuvo siempre ahí, ayudando, pero que ningún otro pareció notarlo todavía, olvidándolo. Y aún seguía amándolo. Amaba al mundo que lo había estado guiado durante toda su vida. Aunque no faltaba mucho para que prescindiese de esa ayuda; iba a marcharse dentro de poco. Entonces el ciego pidió un deseo: poder reunirse con su hermana y pertenecer al mundo que amaba y del que se estaba a punto de despedir. Después, solo silencio. Su corazón había dejado de latir.