One-shot de Inuyasha - Con las alas rotas

Tema en 'Inuyasha, Ranma y Rinne' iniciado por ElisaAckles, 19 Noviembre 2012.

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    ElisaAckles

    ElisaAckles Iniciado

    Virgo
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    11 Enero 2011
    Mensajes:
    30
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Con las alas rotas
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Amistad
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2761
    Los personajes que aparecen en esta historia son propiedad de Rumiko Takahashi y los utilizo sin ninguna intención de lucro.
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    Con las alas rotas
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    —¿Quieres un poco más de comida, arroz?—. Cuestionó la primera hija de Soun Tendo.

    Las dos se hallaban sentadas alrededor de la mesa de tipo occidental, labrada en fina madera y hecha traer especialmente por su padre para que Akane se sintiera más cómoda.

    —No, muchas gracias, Kasumi. El desayuno estuvo delicioso, pero ya no tengo tiempo de comer nada más —Replicó la hermosa mujer de cabellos azulados. Sus manos empujaron los tazones vacíos de comida al centro de la mesa—. Papá me dijo que un joven vendría para una entrevista de trabajo y tengo que estar lista cuando él llegue.

    —Pienso que no es una buena idea —La mayor notó la serenidad del mar en los ojos marrones de su hermana, sin embargo, sabía lo mucho que estas decisiones la afectaban—. Sería mejor que nuestro padre fuese quien se encargara de todos los asuntos relacionados con el Dojo.

    —Kasumi, no te preocupes, por favor. Hace mucho que asimilé el hecho de que necesitamos… que mi papá necesita ayuda que yo no puedo darle —. Su voz se fue debilitando, pero el garbo de su cabeza en alto, y su espalda rígida, le hacían creer que seguía teniendo su dignidad en alto—. Me duele, pero es lo que necesitamos y no puedo ser tan egoísta.

    —Cielos, Akane, si no hubiera tenido esa ocurrencia, nada de esto nos estaría pasando—. Suspiró. Bajó un poco la cabeza y sus cabellos castaños cubrieron la sobriedad de sus también castaños ojos.

    —Kasumi, te prohíbo hablar así —Acotó la peliazul, mordiéndose el labio para tocar el tema de la forma más superficial posible. No podía reprocharle nada a ella, pero odiaba provocar lástima en las personas, principalmente, en su familia—. No tiene sentido lamentarnos. Nadie tuvo la culpa, y yo jamás podría molestarme contigo.

    —Yo lo sé, pero, me gustaría poder hacer algo más por ti —Subrayó nostálgica—. Quisiera ser capaz de devolverte tu sonrisa.

    —¿Qué tal un enorme pay de manzana?—. Le sonrió la muchacha ex artemarcialista, buscando cambiar rotundamente la conversación.

    Instantes después, unos golpes se escucharon en la entrada principal y ambas voltearon al mismo tiempo hacia el corredor principal.

    —¿Crees que sea el joven que mencionaste? —Kasumi, se puso de pie y acomodó la parte de su mandil que se había desajustado al sentarse—. Ha llegado muy temprano.

    —Creo que sí… er… ¿Puedes hacerlo pasar al despacho, por favor?... y-yo, tengo que ir… a, esto…—. Akane también se retiró de la mesa, y se vio un poco insegura ante la pronta llegada del nuevo prospecto. Su rostro se debatía entre la emoción y el nerviosismo.

    Ese día, la muchacha de cabellos índigo vestía más casual que de costumbre: blusa rosa viejo de mangas tres cuartos, pantalones oscuros y unas botas de pana en color camello.

    —Estás perfecta, pero, anda, yo le digo que vas en unos momentos—. Le tranquilizó la castaña.

    —Gracias, hermana —Sus mejillas adquirieron un color carmesí y casi se dio la vuelta de inmediato— Aunque no creas que lo hago por él ¡Qué va!—. No quería ser vista en ese penoso estado.

    —Akane…

    —¿Sí?—. Sus manos se despegaron de las ruedas de su silla especial y se detuvo a escuchar a Kasumi, ladeando un poco la cabeza.

    —Espero que tú y ese muchacho puedan ser buenos amigos.

    —Por supuesto —Kasumi observó la determinación en los ojos de su hermana cada vez que hablaba de artes marciales y sus labios formaron una agradable sonrisa; aquello iría bien—. Si su vida es el combate, creo que podremos serlo.

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    El despacho de la familia Tendo se hallaba fuera de la casa principal, muy cerca del área en donde se erigía el edificio dedicado a la práctica de las artes marciales.

    El jardín estaba tapizado de vivos colores primaverales; el verde cubría la mayor parte de la tierra alrededor de la vivienda, y las flores crecían entre las piedras que bordeaban el estanque y en pequeños racimos distribuidos a cada tanto.

    Por instrucciones de la amable chica que lo dirigió desde la entrada hasta ese lugar en especial, ahora se encontraba dando vueltas mientras miraba reconocimientos, fotografías y trofeos, esparcidos a la orilla de toda la habitación. Los colores y la decoración eran minimalistas, y la ausencia de muebles, muy notoria; salvo el escritorio y algunas sillas, el resto eran anaqueles y vitrinas donde las victorias de la familia se hallaban grabadas en dichos reconocimientos.

    —Hola, buenas tardes —Saludó Akane, entrando tan rápido, que causó un rebote de sorpresa en el muchacho de cabellera negra y ojos azul grisáceos que le esperaba—. Perdón por haberte hecho esperar.

    Se sobrepuso rápido de la impresión y volteó para encontrarse con la dueña de aquella voz tan agradable. Por las referencias que le dio Soun Tendo, el padre de ella, sabía que contaba con treinta y dos años, pero por su manera de vestir tan fresca y juvenil, además de la mirada tierna que expedían sus ojos, le hacían parecer casi tan joven como él.

    Ranma, en ese momento, se hallaba mirando uno de los primeros reconocimientos de Soun Tendo, que por la fecha, debía ser de hace más de cuarenta años.

    —Ho-hola—. Tartamudeó el varón. Su cuerpo se quedó estático, varado en impresión, sin saber si debía esperar a que ella pasara a su escritorio, saludarla o dejar que fuera ella quien le extendiera la mano primero.

    La reacción fue otra que no se le llegó a ocurrir; su insistente mirada, la incomodó.

    —¿Qué tanto me ves? —Inquirió ella, sonando menos hostil de lo que sus ojos comunicaban—. ¿No habías visto a alguien más con mi condición?

    —No… no es eso —Se defendió— en las clases de reha —muérdete la lengua, Saotome, se dijo para sí. Casi había metido las patas en su primera conversación—. Errr… sólo me sorprendió que no fuera el Señor Tendo quien me recibiera.

    —Mi padre ha salido a una comida de negocios con un amigo, pero si puedes mostrarme algunos de tus logros en regla, yo puedo atenderte. A él podrás verle esta misma tarde… Por favor, sígueme y toma asiento.

    Ranma obedeció calladamente las instrucciones de ella, caminando tranquilamente mientras esta se posicionaba tras su escritorio de madera rojiza, decorado con algunas figuras de caballos y algunos papeles enfilados. El ojiazul tomó asiento en una de las sillas labradas de la misma madera que la mesa, estas de un color más oscuro, casi de un tinto negruzco.

    —¡Vaya! Tu lista de reconocimientos es muy buena —Se emocionó la chica de ojos marrones al mirar constancias de estudio con respetables maestros de diversos países— A mi padre le dará mucho gusto trabajar contigo—. Se alegró en voz alta.

    —Empecé cuando era un niño —El ojiazul no perdió momento para auto enorgullecerse—. Y quiero ser el mejor.

    —Sé lo que sientes —Akane cerró la carpeta de color verdoso y la dejó caer sobre su escritorio—. Hace algunos años, yo también tenía el mismo deseo. Ojalá que tú sí puedas lograrlo.

    —Aún es muy joven, ¿es que ya se dio por vencida?—. Preguntó, extrañado de ese nivel de conformismo.

    —Yo no —Resopló con amargura—. Pero la naturaleza tiene una forma muy cruel para demostrarte que no puedes ir contra su voluntad, por más que quieras… Eres muy curioso, mejor dime, ¿qué es lo que te atrajo para querer trabajar en nuestro Dojo?

    Ranma sonrió débilmente.

    —Me interesa su estilo de combate libre. Mi padre conoció al suyo hace muchos años, y me ha dicho que puedo mejorar muchísimo bajo su enseñanza.

    —Oh, así que le conocen —Akane llegó a entusiasmarse con la idea. Desde que su madre muriera, quince años atrás, su padre se había vuelto casi un ermitaño. Tal vez encontrarse con un viejo amigo le haría volver a ser quien era—. Le dará mucho gusto saber que tendrá bajo su tutela a alguien de mucha estima.

    —No es para tanto—. Se sonrojó el muchacho. Bajando un poco la barbilla.

    —Lo es… Saotome, Ranma, ¿cierto?

    —¿Eh?

    —Tu nombre —Sonrió ante el visible despiste del chico—. Yo soy Tendo Akane, mucho gusto.

    —Sip. Ranma, para servirle.

    Ambos hicieron una pequeña reverencia, todavía sentados. Ella le extendió sus documentos de vuelta y el pelinegro se levantó para alcanzarlos mejor. En ese momento, el celular del muchacho comenzó a vibrar.

    Tan poco asiduo a la tecnología y a traer un "rastreador" consigo, el joven se hizo nudos las manos, sacando casi todo objeto que traía en los bolsillos de los pantalones de su conjunto deportivo verde oscuro: celular, billetera y algunas monedas.

    Por fin miró el plateado artefacto y presionó un botón al azar, buscando contestar antes de que finalizara la llamada.

    "Ranma, ¿ha funcionado? ¿aceptó que estuvieras a cargo de su rehabilitación?... Responde, muchacho…"

    "¡Soy un idiota!" Se maldijo internamente. Cualquier excusa se negó a salir de sus labios. Su rostro adquirió una gravedad mortal mientras volteaba a ver a la única persona que no debía escuchar aquello.

    —¿Qu-qué significa esto?—. Murmuró. Su rostro sólo expresaba decepción.

    "Ranma, chico, qué esperas para contestar, ¿la convenciste?…" El altavoz siguió funcionado, y el ojiazul no pensó otro segundo más en aplastar el celular en su mano.

    Aquello tocó el colmo de Akane, quien, aún sin terminar de caer en la situación en la que se encontraba, echó su cuerpo hacia adelante para alcanzar la billetera de forro negro que Ranma dejó sobre el escritorio. Estaba bastante molesta para distinguir que aquello no era correcto.

    Ya lo sabía. Debió suponerlo.

    La credencial de estudiante de Ranma era la primera tarjeta que se observaba al abrir la cartera. Eso no era lo grave. El era… un estúpido, por prestarse a esos juegos. Su padre, "¡¿Cómo se atrevió a hacerle esto de nuevo?"

    La peliazul se tomó unos segundos para cerrar los ojos. Respiró profundamente y, al abrirlos, era una nueva persona; cualquier rastro de querer estallar de ira había menguado.

    —Lo siento, de ninguna manera podrás trabajar en este lugar con mi padre, aunque creo que eso no te importará demasiado, ¿verdad? —Habló con un timbre gélido—. Porque no es por ayudarle a él por lo que estás aquí.

    —Es-escucha, no es lo que estás pensando—. Vanamente trató de excusarse. Su cuerpo ya se hallaba sentado en el borde de la silla, dándole importancia a las palabras de ella.

    —¿Ah, no? —Que no lo reconociera, sólo causó que a su frialdad se añadiera un amigo cercano, el sarcasmo—. Entonces, ¿qué es?

    —En verdad quiero entrenar con tu padre —Siguió insistiendo. Sus falsos modales se fueron quedando relegados—. Hablé con él y prometió que me ayudaría a entrenar y a pagar mis estudios si le ayudaba con las clases… sólo eso.

    —¡Eso es mentira! ¡Dime! ¿A cambio de qué? ¿De que me saques de mi depresión? ¿Qué me cures? —Lanzó mordaz—. ¡¿Cuántos años tienes, Ranma? ¿Veinte? ¿Dieciocho?... ¡Deja de tratar de verme la cara de estúpida con tus mentiras! Cuando te encuentres con mi papá, dile qué, como se lo dije las últimas diez veces, no necesito a nadie que me ayude.

    —Pero, Akane…

    —Señorita Tendo, para ti… y ahora, hazme el favor de retirarte y de no volver a este sitio jamás.

    Se alejó de la mesa para que su silla pudiese girar, y esperó a que la puerta retumbara al ser cerrada.

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    Ranma cerró la puerta, y sólo en ese instante, Akane dejó caer sus brazos por sobre los descansabrazos de su silla de ruedas.

    Su padre iba a escucharla cuando regresara.

    "¿Por qué seguía insistiendo en algo que no iba a funcionar?"

    No fue ella quien se dio por vencida, fueron cinco doctores y más de siete rehabilitadores quienes la tomaron como caso perdido.

    Suspiró, soltando un leve lamento y observando con la mirada perdida al frente, ya que, de espaldas a su escritorio se hallaba un ventanal desde donde podía ver perfectamente el jardín y el Dojo Tendo; su vida y su pasión.

    Una pasión que sólo podía admirar desde su asiento, porque nunca podría volver a pisar la duela de ese recinto con sus propios pies.

    Su vida terminó siete años atrás, cuando un terrible accidente la dejó postrada en esa maldita silla de ruedas.

    Recordó con pesar, la tarde en que toda la familia había ido a conocer un prestigiado rancho, donde ella pretendía comprar un caballo. En aquel tiempo, Soun tenía otra casa cerca del campo, y no había nada que deseara más que poder sentirse libre, recorriendo esa interminable extensión de tierra.

    Kasumi le advirtió de lo peligroso que podían ser esos animales y su padre le seguía de cerca con sus reservas. Nabiki sólo pensaba en las ganancias que podrían obtener, teniendo un pura sangre en su propiedad, pero ella, Akane, estaba deslumbrada con la idea de tenerlo sólo como un amigo de paseo, y cuando llegaron a los establos y estuvo de frente a esos majestuosos seres, su emoción no hizo otra cosa que incrementarse a raudales.

    La muchacha esbozó una sonrisa por el recuerdo. A pesar de lo doloroso que fue el resto, recordaba con gran alegría el momento exacto en la que le fue entregado el que sería su caballo. Un ejemplar azulejo, de pelaje mayormente negro.

    "Hecho especialmente para ti" le habían dicho.

    A eso le prosiguió un paseo a trote para probar al animal. Una serpiente en el camino y un intento de que su propio caballo no lastimara a otras personas, salvo ella.

    Luego, aquello deformó en una pesadilla. Se encontró despertando poco a poco, seguía muy aturdida y su mente estaba tan ofuscada, tratando de escuchar o ver algo que le resultara familiar en aquella habitación. Imágenes inconexas de lo sucedido iban y venían. Abrir los ojos, y mantenerlos así, se estaba convirtiendo en una proeza, y cuando por fin lo consiguió, no reconoció el lugar, y tampoco tenía claro cómo había llegado allí. Intentó incorporarse un poco, pero algo estaba mal… Se sostuvo sobre sus codos y pudo ser capaz de visualizar lo que sería el mayor de sus problemas… ¡Las piernas no le respondían!

    —¡Akane, hija mía!—. No bien terminó de enfocar completamente sus pupilas, su padre se lanzó sobre ella, apretujándola en un abrazo que terminó por desconcertarla aún más.

    —¿Papá, dónde estoy?—. Su voz era un sonido ininteligible, casi como si tuviera algodones húmedos en la boca.

    —Señorita Tendo —Saludó el Doctor, quien la atendiera desde su llegada al hospital, unos días atrás—. Es una buena noticia que ya se encuentre lúcida.

    —¿Qué me sucedió?—. Preguntó temerosa. Por unos cortos segundos, se había olvidado que no podía sentir sus extremidades.

    —Me gustaría hacer algunas pruebas, antes de darle un diagnóstico final.

    —Algo grave me ha pasado —Se confirmó, tratando de minimizar la próxima y cruda respuesta del galeno—. Son… son mis piernas, ¿cierto?

    —Como le he mencionado, acaba de despertar y necesitamos realizar ciertos procedimientos, antes de arrojar un diagnóstico final —El doctor trató de escucharse lo más sereno posible, pero el análisis realmente no era optimista—. Verá. Los golpes que recibió fueron muy graves; uno de ellos le destrozó el peroné de la pierna derecha, pero se repondrá, de eso no tenemos duda. Lo que más nos preocupa, es el golpe sufrido en las vértebras de la espalda. Si la inflamación no cede, como estática ha estado hasta ahora, me temo decirle que no logrará recuperar el movimiento de sus piernas.

    "Paralítica"

    Se sintió congelada en su sitio, aún con su estúpida confianza y el buen humor de saberse despierta.

    "Paralítica"

    Luego empezó a reírse quedamente, recitando que era una excelente broma… mirando a los demás… esperando que, en algún momento, todos en aquella maldita habitación, doctores, enfermeras y su padre, comenzaran a reír junto con ella.

    Su risa se fue apagando junto con cualquier emoción.

    Pidió quedarse sola, y fue complacida. Sin embargo, ni aún así se permitió llorar, porque a través de la ventana, con las persianas corridas, le observaban sus hermanas, Nabiki y Kasumi; esta última, con la mirada más triste que le hubiese visto jamás.

    Le sonrió débilmente y los ojos marrones de ambas se quedaron fijos.

    Lo más seguro es que no volvería a caminar, y de ahora en adelante, tendría que fingir ante el resto de la familia para no infligir sentimientos de culpabilidad en ninguno de ellos, especialmente, en su hermana mayor.

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