One-shot de Naruto - Chocolate

Chocolate​

—¡Cállate, Boruto!

La chica había lanzado por los aires al rubio de un golpe, ajustándose las gafas después de ello. Ese muchacho le desesperaba demasiado, llevándola al límite de su escasa paciencia. Debido a que sus riñas eran constantes, comenzaba a acostumbrarse a los comentarios sarcásticos del Uzumaki; sin embargo, el burlarse sobre su entrega de chocolates le había hecho enojar de sobremanera.

—Eres muy tonto, Boruto —Chōchō comía el chocolate que ella le había dado, recogiendo con interés el perdido por el chico.

—No deberías tomar lo que no es tuyo, gordita.

Un dibujo materializado de Inojin recuperó la barra de chocolate, devolviéndosela a su dueño. Shikadai ya ayudaba a Boruto a levantarse, y el Yamanaka ya estaba también a su lado.

—Sarada, creo que te has excedido un poco.

—Más le vale a Boruto cuidar más lo que dice, como también debería aprender a ser un poco más agradecido. No es que como que yo le haya querido dar algo.

La Uchiha dio vuelta sobre sus talones y se alejó de ahí, rezando internamente por que el Nara no le contradijera.

—¡Entonces no me des nada la próxima vez!

La voz de Boruto le resonó en la cabeza mientras se alejaba corriendo, después de lanzar un par de shurikens con furia sin intención de causar un daño grave.

Corrió y corrió, con la luz del atardecer desvaneciéndose en el ya oscuro cielo, dejando muy por detrás a su amiga leal, buscando alejarse tanto como sus pies le permitieran de Boruto Uzumaki.

Los edificios y calles a su alrededor estaban decorados con motivo de la celebración romántica que le había traído un gran dolor de cabeza. Varias mujeres salían de diversas tiendas, cargadas de bolsas repletas de obsequios. Quería estar sola, apartada de todo aquel bullicio que le atormentaba.

Llegó a la Roca Hokage, en donde trepó y tomó asiento para recuperarse. Sentía cómo el coraje le provocaba un nudo en la garganta en cuanto vio el familiar rostro del Séptimo, preguntándose como padre e hijo podían ser tan diferentes.

Recordó el cómo su madre le había dicho que Naruto apreciaba la amistad más que nada en el mundo, y que era importante que ella buscara tener una buena relación con el hijo del mejor amigo de sus padres. Vaya consejo.

No es que hubiera tenido mucha opción en comprar un chocolate para aquel que la hacía enojar tan seguido, pues cumplir con la giri-choko era importante para ella. Aun así, se había tomado el tiempo de conseguir una tomo-choko, pensando en que Boruto podría ser considerado su amigo, ya que después de todo, eran compañeros de equipo.

—¿Por qué un chocolate?

La aparición repentina de Mitsuki la tomó desprevenida, haciéndole perder el equilibrio y estar a punto de caer desde las alturas.

—Mitsuki, me asustaste.

El muchacho no emitió una disculpa, sino que la miraba con curiosidad con aquellos ojos amarillos que lo caracterizaban. Sintió como el rubor aparecía en sus mejillas, sin ser capaz de explicar del todo la tradición de aquel día.

—¿Por qué todas las chicas me regalaron todos esos dulces hoy? No es como que les agrade —preguntaba y analizaba la situación con serenidad, hablando del tema como si fuese algo ordinario. —Sarada, ¿por qué lo hiciste tú? ¿por qué el tuyo era diferente?

La Uchiha se vio contrariada ante la transparencia de Mitsuki, al igual que por su falta de conocimiento sobre el tema. Entrelazó los dedos nerviosamente, sin saber muy bien qué responder.

—Mmm… verás, es San Valentín. Es un día en particular en el que… las chicas debemos regalar un chocolate a todos los chicos, sin importar qué tan cercanos sean. Es por lo que todas nosotras les dimos algo a cada uno de ustedes.

Su compañero se quedó callado un momento, digiriendo la información. Rebuscó en sus ropas y sacó un pequeño saco, del que extrajo una barra singularmente decorada con un papel azul como sus cabellos.

—En ese caso, ten uno también.

Le tendió el chocolate con indiferencia, pero ella se puso más nerviosa de lo que por lo general se sentía cuando Mitsuki se aproximaba mucho. Intentó rechazar la oferta de la manera menos ruda posible.

—No, no, Mitsuki. No puedo aceptarlo. Alguien más te lo ha dado, además de que los chicos no regalan nada a cambio el día de hoy. —Los orbes amarillentos la examinaron inquisitivos, por lo que prosiguió—: En un mes podrás hacerlo, ya sabes, por el Día Blanco.

—¿Qué es el Día Blanco?

Cada vez era más difícil explicarle la cuestión a Mitsuki. Sabía que no era de Konoha, pero nunca hubiera imaginado que en la Aldea Oculta del Sonido no tenían festividades tan comunes.

—Una excusa tonta para gastar en cosas que ni si quiera comerás o utilizarás.

La familiar voz le causó escalofríos a Sarada, pues, a pesar de sus intentos de escabullirse, la había encontrado.

—Boruto.

—No le tomes mucha importancia a todo esto, Mitsuki —el rubio caminó hasta ellos, colocándose en medio del par. —Sólo son regalos tontos sin valor. No es que haya sentimientos de verdad de por medio —finalizó, encogiéndose de hombros.

Sarada apretó el puño con impotencia, queriendo golpear a Boruto nuevamente. Respiró profundo e intentó relajarse, devolviéndole una cucharada de su propia medicina.

—Creí que la amistad era importante para ti. Toda esta dinámica representa eso, precisamente. ¿Estás insinuando que no te importa en lo absoluto?

—¡Ja! Esto sólo es mercadotecnia, Sarada. La amistad no debería medirse en si recibes un chocolate diferente a los demás.

—En ese caso, ¡te hubiera dado el más simple de todos!

Se levantó de un salto, poniéndose frente a él. Había una chispa retadora entre ambos, debatiendo, por primera vez, sobre un tema en el que por lo general tenían la postura contraria.

—Hacen buena pareja.

Otra vez sintió como la sangre le hervía, cubriéndole toda la cara. Ese comentario lo escuchaba más seguido de lo deseado. Boruto se apartó un poco, mirándola avergonzado.

>>Son buenos amigos, ¿no? Por eso su chocolate era especial.

Ambos lo miraron con perplejidad. Acto seguido, se observaron mutuamente. Aunque Boruto la sacaba de sus casillas, tenía que reconocer que, muy en el fondo, había empezado a tomarle cariño. Pero no quería hacer público aquel sentir.

—Fue porque somos compañeros de equipo. El tuyo es como el de él.

—Te lo dije Mitsuki, la amistad no se mide por un chocolate.

El chico serpiente se puso en pie, cambiando la barra de envoltura azul por otra con cobertura de cerezos. Era la que Sarada le había dado. Rompió la cubierta y dejó a la vista la golosina marrón, la cual partió en tres pedazos iguales.

—Sarada, me agradas —dicho esto, le dio una de las porciones. —Boruto, tú eres mi sol —soltó otra pieza en las palmas del Uzumaki, y lo restante, se lo zampó de un bocado.

—Mitsuki, pero es tuyo…

La genin se interrumpió cuando él negó con la cabeza enérgicamente.

—Somos amigos. Estamos en el mismo equipo. Compartimos lo que tenemos.

Sarada murmuró su nombre, sin poder expresar palabra ante aquella sensación cálida que sentía en el pecho.

—Así que entendiste a lo que me refería, ¿eh, Mitsuki?

La Uchiha observó como Boruto daba un mordisco felizmente, viéndola igualmente de reojo.

>>Si mi chocolate es como este, entonces diste en el clavo.

—Boruto…

—Sarada. —Los orbes azules la miraban intensamente, pasando a una expresión afable. —Lo siento si te hice sentir mal hace un rato. No es que tenga un problema contigo, sino con la festividad en sí.

El chico dirigió la mirada hacia las luces de la aldea que decoraban el escenario debajo de ellos. Muy en el fondo, supuso que todo el drama era ocasionado por algún otro malentendido entre su compañero y el padre de éste.

Abrió la palma de la mano, con el trozo chocolatoso tentándola.

—Boruto, ¿tienes más?

El aludido dejó escapar una risita y de un sentón se colocó junto a Mitsuki y sacó su colección de presentes.

—¡Hey, Sarada! ¿Quieres o no?

Levantó la mirada y se encontró con dos manos diferentes tendiéndole más chocolate. No debía tomarlos, pero…

>>Qué va, no deberías rechazar algo cuando se te ofrece.

Vio cómo una chispa juguetona brillaba en los ojos del muchacho, por lo que no pudo evitar sonreír. Ganando espacio entre ellos, volvió a colgar los pies desde la cabeza de piedra en la que se hallaban. Tomó los dulces y probó el primero.

¡Pero qué delicia!

Les agradeció enormemente a ambos desde el fondo de su corazón aquel gesto. Pero claro que nunca se los diría.

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