One-shot Cerdo viejo [Mao y Kenzaburo|SamuraiSenso]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Kaisa Morinachi, 24 Julio 2020.

  1.  
    Kaisa Morinachi

    Kaisa Morinachi Crazy goat

    Tauro
    Miembro desde:
    20 Julio 2015
    Mensajes:
    6,296
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    Cerdo viejo [Mao y Kenzaburo|SamuraiSenso]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Amistad
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1764
    El personaje de Kenzaburo pertenece a rapuma .


    Cerdo viejo


    Se encontraban cenando en el único y gran local del pueblo, unas semanas antes de que Mao le ofreciera bifurcar caminos. Había pescado y té en la mesa, abundante; lo habían pagado entre ambos. Mientras Mao se encargaba de separar con sumo cuidado la carne de las espinas, hablaba tal cotorra, mientras su maestro comía con calma, con cuido aunque no lo pareciera.

    —¿No ha pensado... en domiciliarse? —preguntó con espontaneidad, lento, sin dejar de ser directo. Con esa voz algo cansada, pero firme de todas maneras. Mao abrió los ojos para mirarlo fijamente, deteniendo su quehacer con el pescado, ceño fruncido. El risueño ambiente se tornó tenso, sutilmente tenso.

    —¿Qué dices, Kenzo? —preguntó arqueando una ceja, claramente molesta. Necesitaba especificaciones, y Kenzaburo no sabía bien como darlas, no si era Mao su receptora.

    —Bueno... —exclamó, mientras dejaba de comer un momento y erguía, siempre con lentitud, la espalda; destensándose, mientras pensaba en que palabras usar. No era malo hablando, tenía bastante conocimientos lingüísticos, pero... ¿cómo debía tratar a Mao? Acostumbrado a lidiar constantemente con gente peligrosa, era consciente de que no podía ser igual que siempre con la niña—. Tengo entendido que las mujeres... piensan en formar familia y todo eso, ¿no? —hablaba con tranquilidad, con la misma expresión estoica de siempre, a pesar del la furia que irradiaba la pequeña—; ¿cómo piensas lograrlo, si no te asientas en algún lugar?

    Un incomodo silencio para ambos. Mao cerró los ojos, agachando levemente la cabeza, mientras tomaba con elegancia los palillos, reposando las manos sobre la mesa. Su postura era tan bella como estoica; la de Kenzaburo transmitía cierto peligro, era la de un samurai listo para atacar en cualquier momento aunque no lo pareciera, pues era un experimentado. El contraste entre ambos se notaba, pero ahí estaban; conviviendo en una misma mesa pequeña.

    La chiquilla se estaba esforzando en contener sus ganas de gritarle, no por que le desagradara la idea de domiciliarse, pues esa idea le era bastante idílica; por eso mismo, imposible. Al pedirle Kenzo que se quedara en un solo lugar, también le estaba diciendo que no siguiera sus pasos, que se mantuviera lejos de los Taira.

    —Los hombres son unos cerdos, Kenzaburo —contestó al final, con notable odio en su voz, pero hablaba con suavidad. Intercambiaron miradas, donde Kenzo la sostuvo con la misma indiferencia que mantenía ya por inercia, y a la niña solo se le asentaba más el ceño fruncido, haciendo una mueca de desagrado con sus labios cada vez más visible, como si estuviera en cámara lenta.

    Ah, también se estaba sonrojando.

    —¡Ahrg! —gruñó cerrando los ojos con fuerza, y empezó a comer con rapidez el pescado, atracándose en el proceso. Tosió un poco, para después tragar casi la mitad de su té, el cual estaba algo caliente, pero poco le importó.

    En ese pequeño lapso de tiempo, la mirada del ronin se apaciguó, manteniendo los labios en una linea firme. Tal vez nunca nadie habría visto ese atisbo de compasión o cariño en su mirada, Mao no sería la primera. La pequeña soltó un suspiro, tras calmarse de la comilona.

    —Di-digo... —volvió a mirar a Kenzaburo, notablemente nerviosa y avergonzada, tratando de mantener con pocos resultados el estoicismo de antes—. Tú no, Kenzo... Tú no eres un cerdo... e-eres... —intercalaba miradas entre el pescado y su maestro, tratando de buscar las palabras. Y aunque el mayor parecía tener el mismo rostro amargado por siempre, la situación le estaba causando tanta gracia, que por dentro reía a carcajadas; ¿con qué excusa saldría ahora Masuyo?

    >>¡Un viejo, Kenzo!, ¡eso eres! —. El "viejo" enarcó una ceja ante el resultado—. Un hombre viejo, huraño y... ¡Arisco!, co-como... ¡un perro sarnoso! —había alzado del todo la voz por los nervios, mientras lo apuntaba con los palillos; su maestro podía notar como estos tiritaban, aunque casi imperceptiblemente. Era sorprendente como en un par de meses la niña había aprendido a controlar considerablemente sus temblores en momentos de tensión, era buena aprendiz... ¿o ya tenía experiencia de antes? No le interesaba mucho el origen, en realidad.

    —¿Eso era un alago? —respondió con una pregunta, manteniendo la monotonía. Mao agachó la mirada.

    —No... —murmuró—. Solo... solo quería decir que... no eres como los otros —contestó, con la vista fija en el pescado humeante y muerto. El maestro notó la angustia en la voz de Mao, esa que sabía hacer pasar por furia o altanería. Hablaba en serio.

    Y sabía perfectamente quienes eran "los otros".

    En el silencio sepulcral que se formó, Kenzaburo extendió su mano hasta topar con la cabeza de Masuyo. La niña se encogió al sentir la mano, era pesada, pero lo más amigable que podía sentir últimamente; que se permitía sentir. Los ojos se le nublaban, y su parpados se tensaban en una mirada cortante, si no fuera que sus cejas no trasmitían lo mismo.

    —Perdón —susurró con la voz quebrada, casi inaudible.

    —Tú no te tienes que disculparte con nadie, Mao —respondió, sin perder el estoicismo que había adquirido con los años. Sin sonreír, pero tampoco en una mueca triste.

    A Masuyo le recorrieron las lágrimas por las mejillas, totalmente rojas. Su cabeza dolía por la tensión de su frente, y sus labios se mantenían tensos para evitar gimotear, pero ambos sabían que sería inevitable. Kenzaburo le apartó el plato y la taza del frente, acercándolos a la propia. Mao cruzó sus brazos sobre la mesa despejada y escondió la cabeza entre estos. Recién en ese momento se permitió llorar, empezando apenas audible, pero fue en crescendo. Kenzaburo no emitió más palabras, y solo se encargó de acariciar, con toda la suavidad que le era posible, el cabello de Mao.

    —¿To... Todo bien, señor? —preguntó la mesera, que se había acercado a comprobar lo que ocurría; al ver como la situación llamó la atención de unos cuantos presentes. Miradas reprochadoras o desconfiadas, a esas horas de la tarde de seguro no había ningún compasivo, más allá de los dueños del local.

    Kenzaburo la miro de reojo, su seriedad había aumentado considerablemente. Ahora que Mao estaba llorando, y no riendo, toda la actitud del hombre le sugería al resto que no se les ocurriera acercarse; aún más de la impresión que de por si daba, la mesera se estaba esforzando más de lo habitual en no perder los estribos, con una niña llorando y otro tipo con ojos de asesino.

    El ronin, tras un par de segundos de atravesar con la mirada a la mujer, devolvió su atención a la niña que tenía en frente. Al parecer, se había percatado de que llamó la atención, porque volvió a sollozar, evitando hacer demasiado ruido.

    —¿Tienen Dorayaki?

    —S-si.

    —Tráigame un par —contestó, con el mismo tono de voz que usó durante todo el almuerzo.

    Kenzaburo nunca compraba dulces, pero... Era Mao, una niña, a los niños le gustaban los dulces... ¿no? Aunque Mao nunca le pidió uno... aunque la niña pocas veces pedía cosas.

    En cuanto trajeron los dulces, Mao ya se había calmado, aunque no había alzado la vista. Los de los alrededores pensarían que dormía, pero Kenzaburo sabía que no; se había acostumbrado, y puede que amoldado, a la presencia de la niña. Podía identificar sus sentimientos con fácilidad, aunque le costaba entender los motivos o detonantes.

    Al sentir el olor de los Dorayaki, Mao alzó la vista, viajando de los dulces a la mirada de Kenzaburo. Seriedad, la alegría en sus ojos se había esfumado... Sintió que hizo mal en abrir la boca.

    —Si son para ti —comentó Kenzaburo, sabiendo lo que preguntaba Mao al mirarlo. A veces, la niña no comía a menos que Kenzo le dijera que podía.

    Comió en silencio, y él se comió las sobras de pescado que dejó. Siempre perdía el apetito cuando se entristecía, cosa que a Kenzaburo le preocupaba demasiado, y era la primera alerta con la que identificaba que Mao no andaba bien. Por lo menos pareció disfrutar los Dorayaki, con una expresión desoladora.

    Puede que fuera por el azúcar que, a pesar de que no le podía eliminar toda la tristeza que sentía, le transmitió una alegría nostálgica. Almuerzos... cenas familiares; Dulces, Mao sabía hacer dulces, pero no los hacía desde que conoció a Kenzaburo, porque no había tiempo para eso.

    Finalizaron de comer, pagaron lo que correspondía y se fueron caminando al Shukusha, que habían logrado costearse en aquella ocasión. Escoltados por una luna que despertaba tras las colinas a las lejanías, caminaron en silencio. Un absoluto silencio que no fue desagradable, a pesar de que Masuyo derramaba lágrimas cada tanto; no era incomodo, porque ella podía despejar su mente de preocupaciones, permitiéndose solo llorar y caminar siguiendo la sombra de Kenzo; porque en caso de cualquier ataque, o incidente, él la protegería. Confiaba en eso.

    En el viejo, y a veces, en sí misma.

    Puede que siguiendo a Kenzaburo estuviera condenada a ver la peor escoria del mundo, pero fue él quien le demostró, antes que nadie, que no todo estaba perdido. Una mano no amigable, pero firme, que la sujetaba cada vez que sentía que caería. O que la harían caer.

    Lo más probable, es que siguiendo los pasos de su maestro, terminara por sumergirse en un mundo hostil; rencoroso y turbulento, pero... donde, a pesar de todo, había piedad. Kenzaburo venía de aquel mundo endemoniado, pero se hizo a un costado de aquel pedregoso camino, solo para levantarla del suelo. De su impacto contra la realidad.

    Le demostró, con la simple acción de quedarse a su lado, que no todo lo malo lo era en su totalidad, que las cosas demasiado buenas a veces te cegaban del peligro inminente. Qué él, a pesar de ser despiadado, podía cuidar de alguien; que ella, a pesar de que solo tenía 14 años, era capaz de sentenciar la muerte de alguien.

    Que al final, todo lo malo se debía a que la oscuridad cubría la leve luz de la prosperidad, dejando un panorama desolado, solitario y oscuro.

    Aterradoramente oscuro, dónde solo parecía brillar el carmín.

    Ella no era mala por abandonar a su familia en el último momento, ni él por matar a sangre fría; tenían sus motivos, y tras aquellos motivos, un miedo abominable.

    Uno que iban a enfrentar, tarde o temprano,
    pues el destino decidió reencontrarlos

    esa primavera, en Nara.


    Masuyo lo entendía,
    y Kenzaburo se lo esperaba.​

     
    Última edición: 24 Enero 2021
    • Adorable Adorable x 3
    • Ganador Ganador x 1
  2.  
    Karl Orphen Fei D´lyra

    Karl Orphen Fei D´lyra Usuario común

    Virgo
    Miembro desde:
    18 Febrero 2007
    Mensajes:
    246
    Pluma de
    Escritor
    Qué buen capítulo Oh qué buena historia en todo caso disfruté mucho los detalles en serio este capítulo tuvo varios detalles en cuanto a sentimientos cambios de actitud el juego de miradas, la pequeña interacción con un tercero y nuevamente la luna mirándolos desde arriba el final el personaje masculino me lo imagino como hiroyuki sanada sinceramente te sigo leyendo
     
    • Fangirl Fangirl x 1

Comparte esta página

  1. This site uses cookies to help personalise content, tailor your experience and to keep you logged in if you register.
    By continuing to use this site, you are consenting to our use of cookies.
    Descartar aviso