Explícito Cena de navidad

Tema en 'Relatos' iniciado por Bettle Red, 24 Noviembre 2022.

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    Bettle Red

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    Escritora
    Título:
    Cena de navidad
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Horror
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    800
    La vieja puerta de aluminio se abrió, emitiendo un rechinido desesperante.

    El hombre robusto; de cabello y barba blancos, entró cargado con dos enormes bolsas de plástico. Era Diciembre y había decidido ir a visitar a sus hijos, hacía mucho tiempo que no los veía, tanto que incluso ya tenía nietos. Era un hombre solitario que, sabía, estaba viviendo sus últimos días y cansado de esperar decidió ir personalmente a la casa de cada uno de ellos para invitarlos a la cena de navidad regresando a su casa con todo lo necesario para un gran banquete.

    La casa era pequeña y vieja, el aroma de los recuerdos se mezclaba con el olor a naftalina produciendo un perfume que hacía sentir melancolía. Todo estaba perfectamente ordenado y limpio, una casa que tenía vida propia, una vida tan larga como la del anciano.

    El hombre se dirigió a la cocina y colocó las bolsas sobre el fregadero. Tenía todo lo necesario para un festín, sacó un pedazo de carne que lucía fresco; aún tenía ese tono rosado y ese particular brillo de estar vivo hasta hace poco. Tomó varios trozos mas y los fue picando cuidadosamente con su cuchillo, separando el exceso de grasa y uno que otro pellejo y cartílago que no aportaba nada de sabor. Las piezas aún brotaban sangre pero él se encargó de enjuagarlas.

    Se dio la vuelta y extendió su mano para abrir el refrigerador, cogió un par de cebollas, unos cuantos jitomates y unas pocas papas cambray que lavó y cortó; las cebollas en julianas, el jitomate en cuadros medianos y las papas a la mitad.

    Preparó cada platillo con devoción, se tomó el tiempo necesario para emplatarlos de manera perfecta, añadió pequeños detalles: una pizca de sal por aquí y unas hojas de laurel por allá.

    Cuando la comida estuvo lista se quitó el delantal y se lo restregó por el rostro, la sangre de la carne aún estaba lo suficientemente fresca como para dejar una sombra rojiza en toda su cara, tomó las bolsas en las que había cargado la carne y tiró sobre él el contenido restante: el líquido viscoso le escurría por todo el cuerpo, la sangre ya estaba coagulada en su mayoría por lo que varios bloques de la misma se quedaron atascados en su cabello, cejas y barba. Hurgó en el bote de la basura donde había desechado todas las sobras y zambulló su cabeza, lo primero que entró en su boca fueron los dedos de un pie; los masticó de manera salvaje, triturando los huesos junto con la carne produciendo un sonido de crocancia que hacía eco en la inmaculada casa. Su cara estaba tan llena de restos de comida que parecía la de un bebé que estaba aprendiendo a comer por su cuenta, de su boca salía un jugo marrón como resultado de la sangre y el líquido de las verduras al ser cortadas. Cuando no pudo alcanzar el fondo del bote solo con la cabeza usó sus manos para raspar hasta el último residuo; su mano logró tomar unos cuantos ojos que observó por unos segundos pues le traían recuerdos, como el de aquel día que se abrieron y lo observaron por primera vez; todos sus hijos habían heredado los hermosos ojos cafés de su madre, los atascó en su boca como si fueran chocolates y un fino chorro de líquido incoloro salió de sus labios.

    En cierto momento vomitó todo lo que había ingerido pero, sin ningún rastro de asco, lo sorbió con el mismo afán con que se degusta un buen vino.

    La vieja puerta de aluminio se abrió nuevamente y nuevamente rechinó: sus nietos habían llegado a la cena que les había preparado con esmero y sin chistar comenzaron a devorar cada plato de comida, su hambre era feroz y cada vez comían de manera más errática produciendo los mismos sonidos que un perro callejero cuando se le tira un pedazo de comida. Peleaban unos con otros por la carne, mordiendo y arañándose entre ellos.

    El anciano se sentó a la cabecera de la mesa y contempló el espectáculo mientras cucarachas y moscas salían de su boca y oídos para devorarlo lentamente. Los niños al percatarse de ello se acercaron al abuelo y le tajaron pedazos de piel con sus pequeños y filosos dientes.

    El ruido de las mordidas y de los jugos de la comida resonaban en cada rincón. Los pequeños niños terminaron de devorar al abuelo, royendo incluso sus huesos y cuando no había mas que comer comenzaron a comerse a sí mismos; dedo por dedo, clavando sus dientitos en sus regordetas piernas, sacándose los ojos y arrancándose los cachetes.

    Al finalizar la noche la puerta de aluminio nuevamente se abrió y nuevamente rechinó, de la casa salieron enormes y rechonchas cucarachas.
     
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