Cayendo

Tema en 'Relatos' iniciado por Purrsephone, 19 Julio 2012.

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    Purrsephone

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    Cayendo
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    Drama
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    Cayendo

    Ahora que lo pienso, él me mintió cuando era una tonta infante. En este momento, lo sé, sí que lo sé. Aunque, seamos sinceros ¿Cuántas cosas de las que te dicen en tu vida son ciertas? Pero, tampoco hay una verdad única. No hay nada certero, sólo que vives. Yo estaba cansada de los ajetreos de la vida, de pretextos estúpidos que se suponen que deben llenar el asqueroso vacío que te genera el crecer.

    Antes de lanzarme, recordé las palabras con sabor a mentira de mi padre, “si la persona si arroja de un edificio no siente dolor al caer, pues previamente a llegar al piso ya está muerta”. Supuestamente ya en mi gloriosa caída debía estar perfectamente muerta y alejada de un mundo que en pocas palabras, me apestaba. Pero sé que todo eso fue un embuste de mi progenitor, ¿Qué iba a saber él sobre la muerte si nunca eligió esto? ¿Acaso escuchó un mito tonto que calmaba a las familias de los suicidantes? En fin, mis pensamientos durante mi caída libre eran la viva prueba de que la muerte llegaba al chocar contra el suelo o al esperar un poco después de que tal acontecimiento ocurriera.

    Bueno, ya no importaba, iba a morir de todas formas. Sin embargo el tiempo se hizo lento de la nada. Recuerdos que consideré muertos se pasearon delante de mis ojos recordándome hitos que marcaron mi existencia.

    Vi un día domingo de paseo en que mi padre me había puesto un vestido y unos horribles zapatitos de charol para luego llevarme sobre sus amplios hombros. Estaba tan orgulloso y preocupado de que su nenita lo apreciara. Yo, ya por aquel entonces tenía instintos suicidas y con mi vestido le tapaba el rostro a mi progenitor para que se cayese conmigo. Nunca nos caímos, porque siempre me protegió.

    No pude evitar reírme mientras esa memoria pasaba y la gravedad me atraía al piso.
    Miré las nubes tranquilamente y la figura ausente de mi madre apareció burlesca ante mí. Otro recuerdo, esta vez uno poco agradable. Gritaba una y otra vez que nunca sería digna de la familia. Obvio, la oveja negra siempre recae en la figura de alguien y ese ente era yo. ¿Quién será la próxima oveja negra? Porque esa mujer tan descontrolada como siempre necesita gritarle a alguien.

    Otra carcajada más, esta vez porque fue la necesidad de hacerla enojar lo que me llevó a elegir el camino de los vicios. Nadie me obligó, sólo quise enojar a la mujer que me parió, que gritara más y que quizás Dios me premiase con su eterno silencio. Pero madre, te gané otra vez, porque moriré y tu asquerosos gruñidos por mí no serán oídos.
    Sigo cayendo.

    Soy extrañamente feliz. Pienso en todas las veces que con mi hermana hacíamos limonada y nos quedaba con un sabor tan agrio que nos vimos en la obligación de tomárnosla, sonreír para luego decir lo maravillosamente buena que nos había quedado. Pobre de mi pequeña, la dejo sola. Conociéndola sé que me insultará un tiempo por lo egoísta que soy.

    El tiempo se volvió rápido, ¡Oh no! Ya no podré recordar más. Mi respiración se acabó. Las cosas negras se han vuelto. Mi historia por fin acabó.
     
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