Ssh... escucha, ¿oyes eso? Son los versos escritos que rondan por mi cabeza, el afligido violín que danza en el lugar más recóndito de mi alma. Sigo caminando a donde me lleve la música, se forma un vacío en mi interior y empiezo a caer en espiral. Me pierdo entre las sombras de mi oscura alma y sigo cayendo. Estoy libre de preocupaciones, de cualquier cadena que me ate, sigo cayendo y cierro mis ojos. Respiro. Cayendo, cayendo en espiral. Puedo escuchar el sonido de un piano acompañar al violín. ¿Eres tú? Abro los ojos, veo una luz que me ciega. Mis pies empiezan a caminar hacia ella y por un momento pierdo el conocimiento. La música paró. Más tarde, vuelve a continuar. Solo puedo escuchar el piano. Siento que una cálida luz me retiene entre sus brazos, es una sensación agradable. No puedo evitarlo, mis ojos se vuelven a cerrar y caigo en un profundo sueño. Ahí estás tú, con tu dulce sonrisa, mirándome fijamente con tus claros ojos, esos que me cautivan. Cuando empiezo a dar unos primeros pasos hacia ti, poco a poco tu figura se va desvaneciendo. Empiezo a caminar a más velocidad, pero te vas alejando. Corro desesperadamente, pero no logro alcanzarte. El piano sigue sonando, esta vez a mayor velocidad y, cuando doy un grito ahogado nombrando tu nombre, vuelve a empezar a sonar el violín. Juntos, forman un dúo perfecto. Sin embargo, vuelvo a mi soledad. Aún sigo cayendo al pozo sin fondo de mi alma, el violín me sigue acompañando. De fondo, puedo apreciar las melodiosas notas del piano, un canto a la vida que me sigue permitiendo caer y caer, cayendo en espiral, sin lograr tocar fondo. Violín y piano, silencio. Piano y violín, ssh.