Cautiva.

Tema en 'Relatos' iniciado por Briel, 9 Julio 2014.

  1.  
    Briel

    Briel Iniciado

    Virgo
    Miembro desde:
    9 Julio 2014
    Mensajes:
    6
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    Cautiva.
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2302
    (Santocieloesperoestarhaciendoestobien).

    Quería publicar algo ahora que por fin me he decidido a FFL y me pareció que este era el más correcto. Tiene un par de meses que lo hice, pero apenas me decido a compartirlo. Largo, sí. Pero a quien se tome la molestia de leerlo, muchas gracias, de antemano.



    Cautiva.

    Mis ojos están vendados.
    Mis ojos deben llevar vendados al menos una semana.

    Francamente no lo sé. He perdido completamente la noción del tiempo desde que estoy aquí, en un lugar que más o menos conozco por otros sentidos que no son la vista, pero que no tengo interés en conocer porque dudo mucho que me agrade. Estoy casi segura de que es una habitación, pero quizá sólo sea un baño mal construido, carente de bastantes cosas indispensables para serlo, o un closet demasiado grande... ¿Qué más da? Lo único que he notado es que no hay ventanas, porque a través de la venda podría distinguir al menos una tenue luz colándose por los vidrios. Quizá sí haya alguna ventana, pero me quieren privar hasta del conocimiento de eso y está tan obstruida como mi visión.

    Sí, quizá llevo aquí una semana. Era martes cuando sucedió lo que ya no me gustaría recordar pero que recuerdo casi todo el tiempo; porque ahora que lo único que hago es estar sentada en el suelo de una habitación polvorienta con una bombilla semi-iluminada que apenas percibo a través de la venda, tiempo es una de las pocas cosas que me sobran.

    Trato nuevamente de frotar mis muñecas con mis manos, o con lo que sea sólo para mitigar un poco la dolorosa sensación de estar atada con lo que parece ser un pedazo de cuerda vieja y raída. Porque a veces cuando te abandonan a la soledad de tus pensamientos, les da por alejarse de esta realidad tan deprimente para indagarse sobre el material con el que están atadas tus muñecas. Creo que están sangrando de nuevo, así que dejo de moverlas, he comprobado que seguirme agitando mientras trato de que pare sólo tiene el efecto contrario.

    En estos últimos días no he parado de recordarme que sólo soy una miserable y escuálida chica que ha terminado en un destino demasiado cruel. Hace rato que dejé de cuestionarme el por qué, ya que no hacía más que sentirme más desdichada. Quisiera hacer algo al respecto, como todas esas personas que protagonizan libros y películas, y que siempre escapan del peligro y hacen algo por progresar en cada situación en que se encuentran. Es algo que yo no puedo, ni podré hacer porque, casi siempre, cuando te has enfrentado a lo que yo he tenido que soportar en estos días, te vuelves realista, así que sé que intentar algo es peor que un suicidio... La verdad es que un suicidio suena ahora como una opción cómoda y agradable.

    He recurrido a cosas, que hace un tiempo me habrían parecido patéticas, para matar el tiempo. Lo que sea mientras me aleje de mis deprimentes pensamientos.

    Me gustaría cantar una canción, recuerdo que eso siempre me sube el ánimo, o lo hacía hace una semana, ahora parecen tiempos tan remotos. Siempre me ha gustado mucho cantar, pero la última vez que lo intenté las cosas no salieron realmente bien, todavía recuerdo el metálico sabor y el frío tacto de la sangre en mi boca, escurriendo por mi barbilla... Definitivamente no me conviene volver a cantar.

    Recito en mi cabeza un poema, un poema que ahora me parece vago porque nunca me lo aprendí bien pero, ¿qué más da?. Nadie lo oye porque lo recito sólo para mí y al fin de cuentas me estoy volviendo loca o estoy a punto de morir y creo que a los locos y a los condenados se les debe conceder lo que pidan. ¿Cómo se le dirá a la loca que ha sido condenada a vivir con su locura y ahogarse en ella? Ojalá pudiera estar en su lugar, porque así sería yo misma quien atara la soga a mi cuello. Pero no lo soy. Creo que he sido condenada a sólo tragarme la sangre que segregue mi cuerpo hasta que sea demasiada y sucumba a que se atore en mi garganta.

    La muerte suena bien. Siempre trato de evitar estos pensamientos porque siempre he tratado de ser una persona optimista y la verdad es que me gustaría seguirlo intentando. Pero no hay nadie que narre el relato de este momento ni lo habrá nunca, porque morirá conmigo y nadie jamás lo sabrá. No habrá quien diga "Su espíritu no se doblegó por más veces que intentaron quebrarla", por ello creo que da igual si dejo que me quiebren o no.

    Soy una coraza rota. O me gustaría serlo. Creo que así no sentiría todo lo que siento ahora. No sentiría hambre, cansancio, dolor en cada maldita parte del cuerpo y frío, mucho frío, quizá provocado porque las heridas de las muñecas, de las rodillas y de los brazos han perdido demasiada sangre o porque estoy en un cuarto vacío con un muy deprimente hedor a humedad que no hace más que ahuyentar las esperanzas cada vez que amagan con acercarse.

    Las corrientes de aire son heladoras, porque llegan de algún punto detrás de mi espalda. Se cuelan por debajo de mi camiseta, que a estas alturas está ya húmeda y con un olor todavía más horrible que el del lugar. Me da la sensación de que está hecha jirones en algún punto al centro, pero no podría decirlo con certeza. Recuerdo el cinturón golpeando, casi puedo jurar que tengo todavía la hebilla marcada en el centro de la espalda porque aún la siento en carne viva. Ni siquiera recuerdo por qué recibí ese golpe.

    El dolor de la mejilla también es difícil de llevar. Quizá no debí morderla tan fuerte, quizá debí morder otra cosa. Pero cuando tienes atados los brazos y las piernas, y sientes tu torso y todo tu cuerpo mucho más pesado de lo que nunca ha sido, no se puede hacer mucho más que morderse el interior de las mejillas, la lengua y los labios. Lo peor de todo es que no creo que mordiendo mi lengua permanentemente, pueda acabar con mi ahora agónica vida. Sería una salida demasiado fácil, y si fuera posible seguramente estaría amordazada, porque me quieren viva, lo sé. Y también sé que viene lo peor... Prefiero no pensar en eso.

    Tengo hambre. Llevo una semana alimentándome con lo que seguramente son sobras de algún pésimo restaurante. Viene una persona que jamás ha dicho algo en todo el tiempo que llevo aquí y que ha venido trece veces a meter comida en mi boca. Las primeras dos le rogué por más, las siguientes tres intenté no dejarle meter nada porque inanición era una muerte mucho más digna. Era una muerte por la que la gente diría "No se doblegó". Pero la sexta vez vino con otra persona y entonces tuve que comer sintiendo metal muy pesado empujándose contra mi sien, escuchando amenazas acompañadas de muchas más palabras malsonantes de las que he oído en mi vida. Fue atemorizador y mucho más terrible de lo que podía haber imaginado antes de esto. Las siguientes siete veces he comido sin chistar la asquerosa carne casi putrefacta que la persona del principio me trae, sólo porque no quiero volver a sentir esa presencia podrida cerca de mí. Soy bastante ilusa porque esa presencia podrida le pertenece a mi captor y tarde o temprano reclamará lo que no ha reclamado en esta semana y seré un ser más podrido que él, si cabe.

    Quizá debería estar agradecida de que aún no lo haya hecho, eso sí acabaría por romperme, eso me quebraría como ninguna otra cosa... Pero dije que prefería no pensarlo y es cierto.

    Es curioso cómo el estar privada de la visión permite prestarle atención a muchas cosas que no necesitan verse, porque escucho cómo gira la perilla de la puerta. No voy a moverme, porque sea quien sea hará lo que deba hacer y en este momento prefiero no mostrar ningún sentimiento. La puerta se abre con mucha suavidad y sé que es hora de comer, porque son las pisadas suaves las que se aproximan a mí, no las estridentes y pesadas zancadas que vienen siempre con el arma.

    Se acerca y me levanta el rostro. Nunca había hecho eso, así que me desconcierta mucho más de lo que debería. Por un momento es casi reconfortante esa mano en mi barbilla, es suave, o al menos es más suave que la mano que azota un cinturón contra mi espalda y me golpea cuando canto. Sí, es un gesto tan humano que casi me hace volver a sentir que estoy viva. Pero es tan efímero que parece que sólo fue un flashazo de esperanza que mi imaginación maquinó para hacerme más difícil la despedida a la vida como la conozco. Mas sé que no lo fue cuando se acerca la cuchara. No, esta vez es un tenedor. Abro la boca permitiéndole el acceso y luego mastico. Me he acostumbrado ya al sabor a sangre de los primeros bocados antes de que se vaya todo el que tengo acumulado en la boca. Pero está bien, es casi mejor el sabor de la sangre. O eso creo.

    No, no lo es. Esta vez no lo es. No estoy hincándole los dientes a trozos mal proporcionados de carne molida que alguna vez fueron hamburguesas. Esta vez es sólido, realmente se siente bien masticarlo. Sabe a pimienta y un poco más de lo que debería a sal, pero no importa, es la comida más exquisita que ha pasado por mi boca en toda mi vida.

    ¿Quién iba a decir que probaría la gloria en un tenedor oxidado, de manos de una persona desconocida y que sabría a pollo frito con demasiado aceite?

    No puedo evitar proferir el gemido de placer que escapa de mi boca. Por un momento temo que no me permita comer más, pero acerca de nuevo el tenedor apenas termino de pasar el primer trozo y, ¡sabe tan bien!, tan condenadamente bien que creo que mis ánimos han vuelto. Creo que me siento como los protagonistas de los libros, como si supiera que lo que intente voy a lograrlo, como si pudiera salir de aquí. Por un pequeño momento lo creo y me sueño lejos, volviendo a ver la luz que ya casi no recuerdo.

    Como mejor de lo que he comido durante toda mi estancia aquí y es bueno, porque ese pollo parece no terminarse y es maravilloso. Sé que se acabó cuando me da un bocado notablemente más grande y escucho el tintineo que produce el tenedor sobre el plato de vidrio, pero no importa, porque ha sido uno de los mejores momentos de mi vida.

    Entonces le escucho hablar. Es una voz baja y un poco rasposa que sale algo estrangulada, como si, al igual que yo, llevara mucho tiempo sin haberla utilizado. Me llama por mi nombre y prefiero no saber cómo lo sabe porque la respuesta no va a gustarme, pero escucharlo así de labios de otra persona hace que ya no me sienta tan irreal y tan inexistente. No sé si será bueno volver a sentirme como un ser humano... quizá no. Debería volver a hundirme, es más fácil sobrellevar todo cuando estás hundido. No sé porque le he permitido a esa simple voz atravesar hasta la última barrera que había levantado.

    —Lo he escuchado. Lo que hará mañana. Es algo verdaderamente atroz que nadie se merece —no quiero imaginarlo, pero no lo puedo evitar, suena tan terrible el saber que es el momento, que sí sucederá eso que erróneamente creía poder evadir, que se me corta la respiración—. Voy a hacerlo me dejes o no, es lo único que está a mi alcance. Espero que hayas disfrutado la cena. Bien. Primero tú y luego yo...

    Es una mujer, suena mayor. Me he tardado tanto en notarlo porque su voz es tan gruesa que la he confundido con un hombre. Pero no sé cómo lo he hecho si era claro que sólo una mujer podía haberme preparado una cena tan buena y arriesgarse a ofrecérmela.

    Todavía trato de asimilar sus palabras cuando siento el metal apoyado en la garganta... Me está preguntando si quiero que lo haga. Y me doy cuenta de que no quiero. Comienza a temblarme la barbilla y ella debe percibirlo.

    Llevo días deseando la muerte y ahora que se me presenta, en bandeja de plata para que la tome, o quizá para reclamarme, trato desesperadamente de huir de ella. Es curioso, no hallo una palabra que califique mejor este hecho. Es curioso. Ella debe entenderlo porque no vacila en su agarre, pero tampoco intenta más. Creo que sabe que cederé porque en el fondo yo también sé que voy a hacerlo.

    Ya no quiero sentir.

    No quiero moverme. Ya ni siquiera quiero pensar porque eso sólo aumentará la agonía que está aplastándome las entrañas.

    Le digo "No me quites la venda", porque prefiero no saber nunca qué tan deprimente se verá el final de una vida corta, que fue realmente buena cuando debió serlo. Articulo "Gracias" con los labios e inclino ligeramente la cabeza hacia atrás mientras tomo una gran inhalación.

    Es una sensación extraña, la de el metal cortando tu piel. Es frío tocando sangre caliente y viscosa que siento cómo abandona mi cuerpo poco a poco, y cómo me debilita al hacerlo. El cuchillo penetra más adentro y caigo de bruces al suelo. Creo que he hecho demasiado ruido cayendo. Espero que no tanto como creo, espero que sólo sean las sensaciones exageradas de estar rozando la muerte. Y espero que ella también pueda huir.

    Exhalo.
     

Comparte esta página

  1. This site uses cookies to help personalise content, tailor your experience and to keep you logged in if you register.
    By continuing to use this site, you are consenting to our use of cookies.
    Descartar aviso