Cascabeles Ding, ding… suenan los cascabeles al chocar con el viento. Corría por la calle, recorriendo las tiendas: ventanas rotas, autos detenidos, puertas tumbadas; buscando el regalo perfecto de navidad, mientras silbaba una dulce canción y mi fiel amigo: Osford, me acompañaba. Cheque las tiendas de conveniencia, buscando algo de comida; mi perro jalaba mi chaqueta, yo le empujaba un poco para que me dejara seguir buscando. Se me hubiera antojado un rico pavo, pero hace mucho que no veía eso por estos lugares, y tampoco es que supiera prepararlo, así que seguí buscando: frutas en almíbar, jamón enlatado, agua; eso fue todo lo que logré encontrar y que inmediatamente guardé en mi mochila. — Osford… —le dije al pequeño, viendo que no dejaba de jalar— …anda, que aún no acabo de buscar —le empujé suavemente. — Grrr… —él seguía jalando, rompiendo mi chamarra, más de lo que ya estaba. — Mmm… —me giré, para ver un cuerpo levantándose detrás del mostrador— ¡Ah! Si todavía hay alguien aquí —dije mientras tomaba en mis manos mi viejo bate de beisbol, ese con el que papá me había enseñado a sacar una pelota del campo, no hace muchos años. — ¡Argh! —se escuchaba el quejido del pobre hombre. Un hombre alto, gordo, su piel se veía pálida -casi azul- y su barba se estaba despegando de su rostro junto a su piel. Quise ver sus ojos, uno de ellos no era más que una cuenca vacía mientras que el otro estaba todavía, colgando de su rostro. — Vaya… no sabía que aún había gente aquí —lentamente nos acercamos uno al otro. Él venía a mí, tambaleante; por alguna razón le faltaba la mitad de una pierna y la otra parecía estar completamente torcida. — Agh… crak… —los sonidos que hacía me estaban empezando a parecer de mal gusto. — Bueno… —tome un poco de aire mientras levantaba el bate sobre mi cabeza y una sonrisa se formaba en mi rostro— ¿Sabes mi amor? Pórtate bien… —empecé a cantar suavemente la canción que cada año mis padres cantaban junto al árbol de navidad— no debes llorar, ya sabes por qué… — Urgh… —él se acercó un poco más, y apenas estuvo delante de mí, moví el bate estrepitosamente. — ¡Santa Claus, llegó a la ciudad! —terminé de cantar mientras el bate se estrellaba contra todo su rostro, haciendo que él cayera al suelo y el ojo que le quedaba rodara por el mismo. Ding, ding… suenan los cascabeles al chocar con un cadáver. Una y otra, mis manos se mueven arriba y abajo mientras golpeo con todas mis fuerzas, aprieto mis dientes para no gritar, y Osford le muerde las piernas, destrozando la poca carne que aún tenga en ellas. Al terminar, veo su cabeza abierta, y lo poco de su cerebro desparramado en el suelo, veo a mi amigo lamer la sangre que queda, y yo me siento un rato junto al cadáver, jadeando. Esto no debería ser así, pero éste era el mundo en que nos habíamos convertido. — Mira, amor… —hace un año, todo era distinto— ¿Te gusta? —una chamarra roja, con un cascabel en cada manga. — ¡Es hermosa! —grité mientras les abrazaba: papá, mamá. Esa fue la última vez que estuvimos juntos los tres, ese hermoso 24 de diciembre que el caos se empezó a esparcir en este lugar. Aún lo recuerdo, como si hubiera sido ayer, cuando papá y mamá atrancaron la puerta, como los vidrios fueron despedazados y “personas” entraban a la casa, mi madre gritaba mientras me abrazaba y mi padre tomó lo primero que hayo para defendernos. Mamá tomó un cuchillo y me dio mi bate, me agarro de la mano y me obligó a salir con ella por la puerta trasera, dejando atrás a papá. Aún recuerdo la desesperación que sentía, como suplicaba que no le dejáramos atrás, pero ambos dijeron que era la mejor decisión. — Mmm… —Osford lame mis lagrimas mientras empiezo a sonreír. — ¡Oh! Perdón, ¿Te preocupé? —le dijo mientras me levanto y me limpio el polvo del pantalón— sólo recordaba la navidad de hace un año, fue una linda navidad —apenas digo esto, Osfor empieza a ladrar alegremente mientras menea la cola. — Y es verdad, ésta es la primera navidad que pasarás con nosotras —le sonrío mientras acaricio su cabeza. Salgo del lugar con las provisiones, caminando lentamente, los cascabeles de la chamarra suenan apenas el aire les roza. Ese sonido me gusta, me recuerda a lo hermoso que solía ser el mundo, me hace imaginar que todas las casas que me rodean ahora, que todas calles en las que camino ahora, no son un despojo de la vida humana. Lo veo, claro que puedo verlo, las calles repletas de autos, las casas y edificios con hermosas luces navideñas, los hombres vestidos de Santa Claus en cada calle, la música navideña y mis padres tomándome de la mano. Por un momento me siento segura, por un momento mi corazón deja de acelerarse y siento que vuelvo a ser una niña, pero ¿cuánto puede durar esa ilusión? Todo se desvanece frente a mí, veo todo volver a lo que realmente es y muerdo mis labios, aguantando las ganas de llorar, aguantando las ganas de gritar. Miro al cielo y veo la nieve caer, veo como el paisaje se vuelve blanco y solitario, lejos de lo que solía ser. Golpeo un poco mis mejillas mientras vuelvo a la realidad, mi realidad, porque no sirve de nada llorar, ¿Verdad? — Mañana es navidad… —tratando de volver en mí, tomo el bate de beisbol y lo atoro a mi mochila, froto mis manos para darles calor y las guardo en los bolsillos de mi chamarra mientras sigo caminando. Ding, ding… suenan los cascabeles cuando empiezo a caminar. Osford se mueve a mi alrededor, tomando lo que encuentra para dármelo a lanzar y empezar a jugar con él: es divertido. Así seguimos avanzando, buscando lugar por lugar lo que pueda ser el regalo perfecto para mi mamá. — Tengo miedo, ¡Mamá! —ella me tapó la boca mientras nos escondíamos en una farmacia, mis lágrimas recorrían sus manos que se hacían espacio para sellar mis labios. — Rain… silencio —musitó mientras por las rendijas, formadas por las maderas que sellaban las ventanas, miraba hacia afuera. Se veían las siluetas de esos seres caminando lentamente, se veía como se acercaban y se alejaban. Recuerdo haber cerrado los ojos, sintiendo el temblor de mi madre, rogando que todo fuera una simple pesadilla, pero no todo podía ser tan fácil. ¿Qué eran esas cosas, qué provocaba todo esto, volveríamos a tener la misma vida? Fueron preguntas que me hice al inicio de éste catástrofe, pero a estas alturas había perdido su relevancia. Mamá me había dicho que no tenía sentido que me preguntara eso, que ella iba a estar conmigo todo este tiempo, así que le creí. En el proceso conocimos muchas otras personas que estaban en la misma situación que nosotras, lo cual fue un alivio, ya que teníamos mucha gente con quien hablar. Aunque eso duró poco… — ¡Oh! Una bicicleta… —la veo entre los escombros, vieja y oxidada; el manubrio se ve un poco torcido, los frenos se sentían duros y la cadena parecía no estar aceitada desde hace mucho tiempo— …está un poco mal —digo dudosa mientras me empiezo a subir en ella— pero no me puedo poner exigente —Osford ladra. Ding, ding… suenan los cascabeles cuando empiezo a pedalear. Empiezo a hacerlo con esfuerzo, para lograr moverme un poco más rápido que cuando estaba corriendo; Osford me sigue, jadeando y sacando su lengua, parece estar muy contento, y de alguna forma verlo me reanima. Me hace recordar el día que lo encontré, estaba temblando debajo de un coche, yo me acerqué a él por curiosidad, era apenas un cachorro. Recuerdo que cuando intenté agarrarlo, él me lanzó un fuerte ladrido e intentó morderme, pero al ofrecerle un poco de comida se volvió alguien dulce y tierno. Le pregunté a mamá si podíamos quedárnoslo, ella no estaba muy de acuerdo, pero no pudo hacer nada cuando nos empezó a seguir. — ¿Osford? ¿Por qué ese nombre? —preguntó mi madre mientras cose algunas blusas. — Es donde tú y papá se conocieron, ¿Verdad? —mamá me miró extrañada, por un momento su rostro se ensombreció, para luego verme con ternura. — Oxford, así se llama la universidad —ella sonríe de una forma algo triste, y sigue en su labor. — ¡Eso! —le miro, sonriendo mientras juego con el cachorro— será Osford. — Oxford… —repite mi madre y empezamos una amigable discusión. Esa noche fue muy alegre porque había llegado a nuestra familia un tercer integrante; su pelo era gris obscuro, su hocico era alargado, sus orejas estaban erguidas y permitían ver sus enormes ojos cafés. Su alargada cola se meneaba de un lado a otro cada vez nos veía y muchas veces nos ayudó en el conflicto. Y hoy, en este mundo, él era mi mejor amigo. — Osford, creo ya lo encontré —dije con orgullo: una figurilla de un ángel estaba empolvada pero aún se veían los rasgos finos de la mujer alada, su vestido blanco con orilla dorada y sus alas, talladas de forma detallada. Osford ladró. Tomé la bicicleta y la volví a montar, mis pies se empezaron a mover con torpeza debido al cansancio de haber recorrido todo ese trayecto, había sido un día difícil. Mi ropa estaba completamente sucia, la sangre de los cadáveres que había tumbado se habría impregnado a mi chamarra, y el olor me incomodaba un poco, pero no era algo que no pudiera limpiar después. Mientras Osford y yo regresábamos a casa, pudimos contemplar el cielo oscureciéndose, viendo como poco a poco las estrellas aparecían y adornaban el lugar, y esa era una de las pocas ventajas de que no hubiera luz eléctrica; aunque una gran desventaja era el peligro que en la noche acechaba, por lo que mi corazón se aceleró y empecé a pedalear más fuerte. Ding, ding… suenan los cascabeles cuando la puerta quiero abrir. Al llegar a casa, boté la bicicleta a un lado y empecé a abrir la puerta de una vieja casa, una vez adentro, atranqué la entrada con un librero que se encontraba a lado. Encendí vela por vela, pronto tendría que comprar más, ya que esa luz significaba que por fin estaba en mi hogar. Bajé las escaleras, dirigiéndome al sótano donde estaba mi madre, boté mi mochila a lado de la mesa y la vi inquieta como ya era costumbre desde hace un par de meses atrás. Me encogí de hombros y busqué un poco de agua para beber, ya que la ruta había sido excesiva para mí. — ¡Mamá, hoy fue un día increíble! —Osford que acaba de bajar, se acerca y la olfatea. — Argh… —mi mamá hace un ruido. — ¡Osford! Te he dicho muchas veces que te alejes de mamá —me acerco corriendo para ahuyentarlo— ella no es comida. — Arr… Tsk… —ella empieza a hacer más escandalo y trata de acercarse a mí de golpe, pero la esposa que tiene atada a su muñeca se lo impide. — Mamá… —le miro y trato de sonreír— …yo también me alegro de verte. Ella estaba ahí, encogida junto a la mesa con su muñeca unida a una tubería, gracias a una esposa; su cuerpo se encontraba muy delgado y su piel estaba pálida, su pelo se estaba cayendo y su boca no dejaba de babear. Al inicio había sido muy difícil aceptarlo para mí, ya no había abrazos ni besos de buenas noches, pero ella seguía siendo mi mamá y ahora era mi turno de cuidarla. — ¡Mamá! —grité llorando. — ¡Demonios Rain, vete! —Osford no dejaba de ladrar hacia mi mamá, ella esposó su muñeca a la tubería. — ¡No! ¿¡Qué voy a hacer!? —lloro— ¡No puedo! ¡No quiero! —veía a mi madre con desesperación— Tal vez con alcohol… —dije mientras veía los rasguños que se encontraban en su hombro. — Rain… no digas tonterías —mi madre jadeó y empezó a escupir. — Mamá… —lloré, haciéndome bolita a una distancia prudente— …no me dejes. Desde ese día, mi madre ya no volvería a ser la misma. Al inicio fue difícil decidir qué hacer, ella me había dicho que usara mi bate, pero no es que pudiera usarlo contra ella, yo no iba a hacerlo, pero tampoco podía dejarla sola. Así que al final me he quedado con ella todo este tiempo. — Hoy encontré algunas “personas” en mi camino —dije mientras acomodaba el mantel blanco sobre aquella vieja mesa de madera. Osford se encontraba en una esquina, gimiendo. — Rag… ah… —mi mamá seguía haciendo esos ruidos, mientras desesperadamente trataba de zafarse de las esposas. Las cadenas empezaron a sonar con tanto jaloneo. — No te preocupes —sonreí— estoy bien, usé el bate como me enseñaste —la miré riendo. — ¡Grah…! —ella se vuelve a jalar. — Ya sé que piensas que aún soy una niña —decía eso mientras acomodaba la vela en medio de la mesa y la encendía— pero te recuerdo que la semana pasada cumplí once años —posteriormente saqué la comida enlatada que había recolectado, tratando de abrir las latas con una piedra. — Ah… rrr —sus ojos me miraron. — ¡Ah! Quieres tu regalo… —dije sonriente, me acerqué nuevamente a la mochila y saqué el ángel que había encontrado. Tratando de limpiarlo con la orilla de mi manga— está un poco sucio, pero es precioso, ¿Verdad mamá? — Grrr… —no importa que diga, ella sigue igual, jalándose: tratando de acercarse a mí. — Yo también me emociono mucho, mamá… —sonrío, mientras siento una lágrima empieza a caer por mis mejillas— … ¡Feliz navidad! —digo con esfuerzo. Ding, ding… suenan los cascabeles al cantar una canción, recordando a mi mamá que hoy es navidad.
Tengo que decir que el relato me gustó mucho. Me gustó desde el principio hasta el final y me fue muy ameno leerte. Pero el hecho de que la chamarra con los cascabeles fuera un regalo de sus padre. Desde un principio se nos mostró lo importante que iban a ser el sonido y en sí, los cascabeles y por ello, excelente título. Debo añadir que me gustan la interacción entre el presente y el pasado; mostrándonos la vivencia de ella al momento que nos cuentas los flashback que van acorde con lo presentado, y por eso, a mi gusto, le dio mejor sabor a la historia. Amé el hecho de que el perro se llamara Osford (por la pronunciación de ella), y no Oxford (pronunciación correcta), no sé, esa clase de pequeños datos me gustan y les presto más que la debida atención. Debo decir que al saber que la protagonista estaba en una situación de zombis y su mejor amigo era un perro, me recordó que terminaría como la película Soy Leyenda, fue mi primera impresión. Si bien cada vez que te enfocabas más y más en Rain y su madre y al final me imaginé el desenlace que tomaría la historia, no quitó la emotividad que, personalmente, me hizo sentir. La conclusión me pareció bellísima. Respecto a la ortografía y gramática, realmente no presté mucha atención pues leí en un viaje, pero si noté que confundiste mucho la narración en pasado y presente. Debes prestar más atención a esos detalles: Contenido oculto Creo que no tengo más cosas que añadir (quizá se me escapó algo que deseaba comentar), sin más que decir, me despido sin antes decirte que fue un relato muy bonito. Nos estamos leyendo.