Septiembre 17, 2015 Cordial saludo, señor Rilke. Espero no importunarlo con esta pequeña y humilde misiva que me he tomado el atrevimiento de escribir y enviarle. Sepa usted que es la primera vez que escribo una carta, por lo que pido de antemano me disculpe si la presente resulta estar mal laborada. La razón que me ha traído hasta aquí es pedirle consejo para afrontar una situación que me agobia desde hace tiempo. Sé que usted podrá ayudarme, puesto que se relaciona con un tema del que es buen conocedor: la escritura. Al haber leído la correspondencia que antaño intercambió con aquel joven poeta y plantearme seriamente las palabras allí dichas, temo que he de responderle la triste conclusión a la que he llegado: me creo capaz de vivir sin escribir. ¡Ay, desdichada de mí! A pesar de mi gusto por la literatura y mi deleite por las creaciones en tinta, no siento más que profunda frustración llegada la hora de plasmar mis propios mundos, pensamientos e ideas en las blancas hojas. Cada párrafo en el que trabajo se convierte en el más formidable rival y me impide continuar la empresa hasta haberle derrotado. Y las letras, transformadas en afiladas y bellas armas, no dejan de atormentarme. Esto me causa gran fatiga y termino cediendo al nulo progreso. Sin embargo, admito que una profunda satisfacción me embarga una vez culminada la batalla si en ella consigo la victoria. ¿Cuántas horas no he pasado postrada en mi solitario lecho mientras mantengo permanente duelo con la máquina ubicada frente a mí? Prefiero el horario nocturno, que trae consigo el silencio virgen y la agradable calma, para realizar cualquier escrito destinado a hacerse. El cansancio anula casi todos mis sentidos, por lo que puedo trabajar con mayor celeridad y logro bajar la escala de concentración en que mi mente busca imperfecciones en cada línea. Le suplico, señor Rilke, que me diga cómo dejar de ver a mis creaciones cual mortales enemigas durante el proceso de formación. ¿Qué consejo daría usted a una escritora novel, si se permite siquiera reconocerme como tal, que se ve obstaculizada por sí misma? Agradezco el tiempo que ha invertido en esta lectura y le deseo lo mejor en su vida. Se despide atentamente, Elena McDowell
Me gusta bastante, puesto que refleja muy bien lo que sucede cuando escribimos. Me pasa por periodos que siento que no tengo fuerzas para la batalla. Ahora mismo me enfrento a pequeños enemigos, quizás más habilidosos que los grandes, pero por mucho menos fuertes y, como me considero hábil también, creo poder hacerles frente de mejor manera. Me ha gustado bastante y me extraña no haber leído de ti antes. Te seguiré más de cerca.
Es terrible cuando el escritor se enfrenta a dicha situación. Está muy bien plasmada esa sensación de fatalidad que arrebata al que escribe, en particular los que son como esta escritora que siempre buscan los errores para mejorarlos, pero no parecen estar contentos porque luego buscan errores en la mejora que se hizo. Sentí por un instante su desaliento, pero también su deseo de continuar aunque diga que se cree capaz de vivir sin escribir. Me gustó.