Caronte (grecia)

El río tortuoso y fantasmal mecía su pequeña barca oscura adornada tétricamente por cientos de vestigios espectrales de un antiguo existir, acunada como el viento arrastra una pluma, dejándose empujar día tras día en aquel arroyo de muerte dispuesto a cumplir el trabajo maldito que eones atrás se le había impuesto, lento y taciturno transportaba a las ánimas al Tártaro donde yacerían por siempre.
Ante el inicio de su ruta, aquel día surgía entre la niebla una nueva silueta, otro ser que había abandonado el mundo mortal y había cedido ante el control de Atropos una de las diosas del destino. Indiferente y frívolo se acercó a esta sin hablar, inclinadose cedió su mano para ayudarla a abordar recibiendo las dos monedas de bronce que se le ofrecían como pago para poder cruzar.

— ¿Dónde me encuentro? — Sollozó la doncella mientras tomaba la mano del transportador de almas.

El espectro la observó y en ese momento quedó prendado de su belleza, a pesar de su condición mortal aun contenían brillo sus ojos y rubor sus mejillas, era algo que jamás había visto, en el lugar donde se encontraba alguna vez su corazón se emitió un leve movimiento que si no fuera por que ya hace tanto tiempo había ocurrido habría jurado que era un latido, la muchacha lo observaba fijamente y no con miedo o repulsión si no como indagando, intentando averiguar que había más allá de esa mirada negra y austera.

— Has muerto — Susurró el remero fantasma y comenzó su viaje.

La chica se mantenía acurrucada entre los pliegues de su vestido en el fondo de la lancha estremecida por las manos espirituales que arañaban el navío.

— No te harán daño — Exclamó secamente el barquero— Supongo que solo imploran compañía, la mayoría ha olvidado quiénes son y se sienten solos, es algo difícil de explicar.

La chica solo observó por segundos y bajó la mirada.

— ¿Eso me pasará a mí? — Preguntó la damisela.

El barquero asentó con la cabeza.

— Tal vez sería bueno olvidar…— Sollozó la chica. — y ¿Tu te sientes solo?

Aquella pregunta provocó en él una extraña sensación, hacía tiempo todo era tan fútil e inclemente para él que había olvidado como era sentir, pero estaba casi seguro que esa emoción casi vaga que profesaba era piedad. La observó por primera vez a los ojos y no pudo evitar apreciar la tristeza que la embriagaba poco a poco y aquellas marcas en sus muñecas y entonces lo entendió, entendió lo que había ocurrido con ella, comprendió el porque de su deseo de olvidar.

— No lo sé — Respondió el navegante fantasma, pues realmente no estaba seguro ahora de lo que sentía.

— Yo sí, por eso… pues tomé este camino — Exclamó en forma de susurro mientras se acercaba a él.
Entre aquel manantial de ánimas navegaron por un tiempo que les pareció interminable, narrando aquella joven aquellas memorias abatidas de la vida que no volvería, lloró y se lamento como jamás en su vida lo había hecho, pues las cadenas de tantos perjuicios le impidieron por tanto tiempo hacerlo y con cada lágrima como lluvia bendita fue reblandeciendo el corazón de Caronte que comprendió que su esencia era la misma, su historia había sido escrita con la misma tinta en extremos opuestos de un papel, pues esos encadenamientos lo habían hundido hasta la condición en la que ahora yacía, su humanidad reaparecía y aún que su apariencia era la misma había cambiado en su interior.

Próximos a su destino Caronte dejó a un lado su remo y dejó que fuesen arrastrados por la corriente, la mujer aun lloraba, cuando él se aproximo a ella y con su dedo recogió una de sus lagrimas, ella lo observó y el esbozó algo que parecía una leve sonrisa, por breves segundos las miradas oscura y miel se unieron y aquellas almas cada una de luz y oscuridad se palparon por momentos.

La barca arribó a las orillas del Tartaro, aquel mausoleo y última morada, él tendió su mano nuevamente y ella en esta ocasión dudó en aceptarla, se postró en la orilla de la barca y ella se dispuso a descender, extenuó su pie afuera en la funesta playa esperando algún tipo de indicación, pero él solo permaneció cabizbajo.

— Me preguntaste si me sentía solo— murmuró— si me siento así.

La chica pudo ver como una lágrima recorría la mejilla del barquero.

— Pero ya no quisiera que fuera así, ni que tu lo estuvieras— Concluyó.

El mito narra que Caronte era el barquero del Hades, el encargado de guiar las sombras errantes de los difuntos recientes de un lado a otro del río Aqueronte si tenían un óbolo para pagar el viaje, Se cuenta que una sola anima no llego al otro lado pues desde aquel momento yace junto él.