Caminante nocturno

Tema en 'Relatos' iniciado por Anatema, 2 Octubre 2011.

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    Anatema

    Anatema Iniciado

    Escorpión
    Miembro desde:
    24 Septiembre 2011
    Mensajes:
    30
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Caminante nocturno
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1023
    Un hombre caminando solo en la calle. Un milagro en sí mismo ya que la avenida estaba plagada de mortales. A veces le gusta deambular sin rumbo en medio de la noche. Rodearse de otros para los que la vida aún era un tesoro valioso, caminantes rápidos apresurando el paso asía su propia muerte.

    Vestido de negro, como la mayoría de los malditos, traje hecho a la medida, telas caras para cubrir sus carencias. Hay que recordar el gusto por vestir de lujo a los cuerpos muertos. El pensamiento arranco de su perfecto rostro una amarga sonrisa.

    Los cambios en el mundo se daban tan rápido, que a veces sentía que lo mareaban. Su inventó favorito era sin duda la electricidad, increíble invento ese, la luz del día sin sus molestos efectos. También tenía cierta fascinación por el cine, sus películas favoritas eran aquellas donde los amaneceres fulguraban en la pantalla, aunque fuera por unos segundos.

    Un escaparate bellamente decorado, un altar al consumo desmedido, llamó su atención. Unos maniquíes quietos, hermosos como los de su propia raza, como ellos inertes, congelados en el tiempo. Las personas caminaban apresurados, pero siempre evitando cualquier contacto con el hombre, algo del antiguo instinto de conservación les advertía que era peligroso.

    Dejándose llevar por sus sombríos pensamientos se quedó quieto, hermoso como una estatua de alabastro, peligroso como el ángel de la muerte. El cabello negro, corto hasta los hombros, sus ojos negros penetrantes, el rostro hermoso como el de una estatura griega, pero sin expresión.

    Una brisa cargada de pequeñas gotitas de agua anunciaba lluvia en la ciudad. Los grandes edificios que tocaban el cielo, parecían clamar misericordia semejando antiguos condenados. Las personas como hormigas, también sentían el cambio en el clima y apresuraron el paso buscando refugio. En unos momentos un sinfín de paraguas se abrirían, un mar de hongos negros deslizándose por la avenida.

    Sintió una presencia, aún más vieja que él. Se presentó de pronto al lado suyo, a veces le parecía increíble que los mortales no notaran esas cosas extrañas que ocurrían justo bajo sus narices. Sin mirarlo supo quién era, siguió observando los maniquíes, la ropa que los cubría, su propia imagen en el vidrio del escaparate. El hombre al lado suyo, un espectro de cabello blanco largo hasta la cintura, ojos dorados y alto como un roble. Demasiado hermoso para ser hombre.

    -¿Qué te hace visitar a un viejo amigo?- Pregunto Dante dándosela vuelta para mirarlo a los ojos.

    -¿Amigo?- Una risa amarga salió de su garganta del visitante. –Ahora me llamas así…

    Dante recostó su cuerpo a la vidriera, no le gustaba darle la espalda, con él nunca se sabía si venía como apoyo o ejecutor. No era que apreciara mucho su existencia, pero las viejas costumbres eran difíciles de dejar.
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    -Necesito un favor.- Hablo el ángel de cabello blanco con una sonrisa autosuficiente que dejaba claro que decir “no” no era opción.

    Algunas personas que pasaban junto a ellos se atrevían a mirarlos, durante un breve momento, casi parecían tentados a acercarse. El Oráculo se vestía con mezclilla y cuero negro. En apariencia solo era un chico universitario de veinticinco años a lo sumo, no la extraña criatura inmortal de la que nadie estaba seguro de qué o quién era.

    -¿Por qué tengo el presentimiento de que no tengo derecho a escoger?- Habló Dante tratando de parecer relajado.

    -Y yo que pensaba que me obedecías por lo bien que te caigo…- Luego haciendo un gesto hacia la avenida.- Caminemos, no me gusta estar en un solo lugar durante tanto tiempo.

    Era característico del Oráculo, siempre desconfiado, incapaz de bajar nunca la guardia. Nadie sabía de él más que el hecho de que no era alguien a quién te gustara tener de enemigo.

    Dos hombres caminaban tranquilos, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. La lluvia que amenazaba por fin cumplió su promesa. El cielo se abrió dejando caer una buena cantidad de agua empapándolos hasta los huesos.

    -¿Y bien?-Se exaspero Dante apartando unos mechones negros mojados que se le pegaban a la frente.- No tengo intensión de convertirme en piedra esperando que me dictes sentencia.

    Por un momento el Oráculo pareció incomodo, casi culpable. Eso solo hizo que Dante se pusiera a la defensiva. Hay que dejar claro que el hecho de que alguien lograra hacerle eso a Dante después de sus varios siglos de haber recibido el beso de la muerte, era algo digno de tomarse en cuenta.

    -Ya que lo pides.- Habló el Oráculo haciendo un gesto con los hombros que trataba de restarle importancia a sus palabras.- Necesito que protejas a un pequeño aquelarre.

    Si una bomba atómica hubiera explotado en medio de la ciudad cubriéndolos de fuego y polvo habría dejado menos perplejo a Dante.

    -¿Qué?- Fue lo único que pudo decir. Se había parado en seco, el agua chorreaba sobre él como si se tratara de una figura de piedra.

    -Lo que escuchaste.- Insistió el Oráculo arrugando el ceño.- Tienes que proteger un pequeño aquelarre.

    -Te escuche. – Trato de dominar su genio Dante, con un gesto de fastidio peino su cabello con los dedos.- ¡Diablos!... ¿Qué trato hiciste?... ¿Por qué entregarme en bandeja de plata a esas criaturas?. Sabes lo que esa raza le hace a la mía. Prefiero pararme al sol de medio día que ayudar a esos humanos que se creen juez y parte.

    La risa del Oráculo lo tomó por sorpresa.

    -No te lo tomes tan apecho. Este aquelarre es… podría describirse… algo así como renegados. Los Fierazza le tienen precio a su cabeza… Y ya sabes lo que dicen. El enemigo de mi enemigo es mi amigo.

    Dante no estaba para nada convencido de eso. El tenía buenos motivos para no querer acercarse a los problemas entre facciones. Si se trataba de buscar inocentes nadie lo era, así de simple. ¡Qué todos se fueran al infierno!... Pero con el Oráculo nada era sencillo, nunca. El había dado su palabra y ahora tendría que, una vez más, honrarla.
     
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