John McBlack era un activo y atractivo joven de veinte años, que estudiaba con mucho entusiasmo para llegar a convertirse algún día en un exitoso fotógrafo, cuando conoció a Cindy Kensington, una joven de su edad que estudiaba modelaje. ¡Qué pareja serían esos dos! Los McBlack eran fotógrafos reconocidos mundialmente por muchos tipos de trabajos desde generaciones atrás, pero sus más exitosas sesiones fotográficas eran las que involucraban modelos, hombres y mujeres, del más alto prestigio. John y Cindy se habían conocido por accidente en una cafetería que representaba un punto de reunión crucial para los alumnos de ambas universidades. Se habían aproximado a la barra para ordenar al mismo tiempo, y John le dijo que no había problema si ella ordenaba primero (porque lo habían educado para ser respetuoso, caballeroso y con modales). Cindy entonces lo reconoció como el hijo único de los McBlack y tuvieron una pequeña conversación sobre asuntos triviales antes de reunirse con sus amigos en lados opuestos de la cafetería. Cuando ambos vuelven a sus respectivas casas y mencionan su encuentro como algo cotidiano, a sus padres las parece extraordinario y comienzan los líos. Los señores McBlack y los señores Kensington ya eran amigos y socios además, pero empezaron a reunirse más seguido y a volverse más unidos debido a que aseguraban que sus hijos habían conectado tras un encuentro cotidiano en una cafetería. Pasaron de las reuniones de ambas familias a citas obligatorias. Cindy había decidido no verlo como si estuviera saliendo con John, como sus padres deseaban, sino que se estaban conociendo mejor y haciéndose más amigos. De cualquier manera les daba gusto, porque nunca les llevaba la contraria a sus padres y no veía por qué hacerlo en ese caso. Ellos nunca le dirían que hiciera algo si fuese a hacer algo malo. Así que ella manejó las cosas con optimismo. John, en cambio, ya no sabía qué trucos sacarse de debajo de la manga para escaparse de las cada vez más y más frecuentes citas obligatorias. Lo que más repetía y repetía era que, en esa época de su vida, todo lo que le importaba era concentrarse en sus estudios y en las oportunidades de trabajo que se le presentaban. Quería asistir a citas de sesiones fotográficas que se asemejaran a cómo trabajaría en el futuro, no a citas románticas con una chica por la que ni siquiera se sentía atraído. Cindy era bastante atractiva a pesar de no ser una típica modelo rubia de ojos azules. Por el contrario, su cabello corto y ondulado era marrón al igual que sus ojos, y su tez ligeramente pálida en conjunto encantaba a quienes elegían la ropa que debía modelar en pasarelas y comerciales. Entones, en su trabajo de Cupido, los padres de John y Cindy arreglaron una cita de trabajo en la que John le hiciera una sesión fotográfica con temática otoñal. Y sí, John apreció de una manera increíble la gracia de Cindy delante de su cámara fotográfica. Pero fuera de eso… Nada. Cuando ya han pasado seis meses del encuentro en la cafetería, John empieza a darse cuenta de lo entretenida que está la prensa con el supuesto “romance” que había entre él y Cindy. Los apellidos McBlack y Kensington estaban, más que nunca, en boca de todos. Y John se enfureció al sentirse todavía más manipulado de lo que se había sentido con el paso de los meses. Por otra parte, Cindy empezó a preocuparse del estado de ánimo de John, quien cada vez intentaba menos ocultar sus sentimientos más que negativos respecto a toda aquella situación. La pobre chica se había conformado con intentar ser su amiga y no lo había logrado. Sus padres también le exigían (aunque a su modo y no como los McBlack a John) y ella ya no sabía qué hacer. Mientras a Cindy la iban orillando poco a poco, tanto sus padres como sus propios sentimientos, a volverse loca respecto a cómo veía a John, el chico tenía bastante claro que no la veía a ella como una novia. Así que sus padres decidieron mejor ignorar sus sentimientos y presionarlo a un extremo increíble. Después de bastante rato, en el cumpleaños número 21 de Cindy, que iba después que el de John, los McBlack organizaron una fiesta impresionante, con varias amistades de ambas familias invitadas, junto con algunos amigos de los chicos, que ya no eran tan chicos. Pensarían que se trataba de una inofensiva fiesta en honor a su hija, pero era mucho más. A la hora de la cena, los McBlack se pusieron de pie y el hombre dio un brindis al que John no puso atención, pero escuchó claramente la última parte. —… nuestro hijo John le propuso matrimonio a la cumpleañera esta mañana y ahora están comprometidos— dijo haciendo que las cejas de John subieran hasta el cielo y los ojos se le abrieran como platos. —Que no los engañe la sorpresa en sus rostros; igual que ustedes, no esperaban que esta fiesta fuese en honor a eso además del cumpleaños de Cindy— añadió. Cindy también estaba sorprendida, claro, aunque no exactamente igual que él. De igual manera, ambos querían llevarse a sus padres a donde pudieran darles una explicación, pero no se los permitieron. Los obligaron a sonreír y como mínimo a asentir con la cabeza ante las felicitaciones de los invitados. Y cuando se acabó la fiesta y se quedaron solos, John y Cindy hablaron con sus respectivos padres. Los Kensington, en un principio, también se mostraron sorprendidos, y después acabaron por “convencerla” de que ella y John eran la pareja perfecta. Mientras tanto, el padre de John lo abofeteó en la cara. —Ya ha pasado casi un año, John— decía el hombre. —¿Cómo puedes ser tan necio? —¡¿Cómo puedes TÚ ser tan necio?!— gritaba John. —Tú lo has dicho, más de un año, y Cindy no me atrae como mujer. Ni siquiera como amiga en realidad. —Eres bien insensato, además. No estás pensando en tu familia, tu apellido, tu carrera, tu futuro. —Ni siquiera estás intentando hacerlo parecer como algo bueno para mí. No puedes evitar mencionar que tengo que procurar a la familia antes que nada. —Bueno, tu familia es la que te paga los estudios, cámaras profesionales y demás. Y si se te ocurre pensar que puedes ir y hacerlo por tu cuenta, dejando en ridículo a tu familia y a la familia Kensington además, me aseguraré de que no haya modo de que triunfes como fotógrafo. John estaba mudo, incrédulo, furioso. Fue entonces cuando Cindy se acercó a los McBlack para pedirles amablemente que le permitieran hablar con John a solas, a pesar de que no sabía qué era lo que iba a decirle. Le sonrieron y aceptaron, yendo hacia donde estaban los Kensington. —John…— lo llamó Cindy, parada a sus espaldas. John estaba recargado contra una pared, emocionalmente exhausto. Suspiró y la volteó a ver con una sonrisa cansada. —Por favor, Cindy. No vayas a intentar pretender que comprendes lo que estoy sintiendo. —No voy a hacer eso— dijo con seriedad. —Es probable que en realidad no pueda comprenderlo con exactitud— sonrió. —Porque… Pienso que no sería tan malo ¿sabes? —¿A qué te refieres? —Mantendríamos a nuestros padres felices y lejos de nosotros para cumplir nuestros sueños. —¿Estás diciendo que estás absolutamente bien con la idea?— preguntó frustrado. —Bueno— ella suspiró. —No sabes cuánto me hubiera gustado que me permitieran enamorarme de verdad, y casarme por eso. Por amor, no por conveniencia financiera o social. Como si no fuera capaz de hacerme de mi propia reputación social, aún si me casara con… Un vendedor de mercado, o un mesero, o un cajero. —Al menos en algo estamos de acuerdo— dijo viéndola ya con una sonrisa más tranquila y sincera. —Nuestros padres creen que somos unos incompetentes que echaremos nues-- su reputación a la basura. Creen que porque ellos se conformaron con los matrimonios arreglados, igual que nuestros abuelos, bisabuelos y demás, nos va a funcionar. —Como si no hubiera grandes artistas solteros— dijo ella riendo. —Y cirujanos, y empresarios, y deportistas. John estaba más relajado. Se detuvo a darse cuenta de que él era bastante exagerado a la hora de expresar su descontento: Que Cindy lo comprendía y aún así era capaz de mantenerse al margen. —Cindy… te admiro, y a la vez te tengo lástima por ser sumisa con tus padres, a pesar de que te sientes igual de retenida que yo— dijo John sonriendo, ignorando por completo que el rostro de Cindy se había llenado de tristeza y confusión con sus palabras. —En parte desearía poder hacer felices a mis padres siendo su marioneta, pero en mayor parte quiero ser libre— dijo y alzó la mirada para verla a los ojos, sin dejar de sonreír, lo que la dejó helada. —No te ofendas, pero no quiero casarme contigo. Y fue entonces cuando algún mecanismo dentro de Cindy la volteó de cabeza. No, Cindy no era ninguna chica superficial, ni era ninguna idiota, pero si era una lenta y una sumisa de sus padres. Y ahora se había vuelto una idiota, sumisa, rechazada que ahora sacaba sentimientos que no sabía que tenía de lo más profundo de su ser. Esa misma noche ya no le dijo nada a John, pero sí a sus padres; y ellos a los padres de John; y ellos a John. Traicionado: Así fue como John se sintió. Cindy se sintió iluminada; como si una revelación inigualable le hubiera llegado en el momento más absurdo. Casi un año había pasado desde que Cindy y John eran novios sin tratarse ni llamarse como tales. Casi un año desde que se conocían y no se habían besado ni una sola vez. Casi un año desde que muy apenas eran amigos con unos cuantos intereses en común, generalmente relacionados con sus profesiones. Y justo cuando John le dijo que no quería casarse con ella, ella comprendió que quería casarse con él. Idiota, sumisa, rechazada y doblemente idiota. Los Kensington y los McBlack redoblaron tanto sus esfuerzos por hacerlos ver como la pareja perfecta ante el país entero que llegaron al extremo de drogar (por medio de “medicinas”) a John para que pudiera mostrarse de lo más feliz al lado de Cindy. Y ella estaba perfectamente bien con eso. Y John ahora era la marioneta de cinco personas en lugar de dos. Para él, Cindy era ahora la que le había arrancado por completo las alas y la posibilidad de ser libre. Y John se lo hizo saber cada que no estaba drogado. Incluso planeando la boda forzada. —¿Sabes, John?— le decía ella con toda la paciencia del mundo. —Si no te casaban conmigo, te iban a casar con alguien más que tú no quisieras. ¿Realmente quieres pasar otro año en un noviazgo forzado, hasta llegar de nuevo al punto de un matrimonio forzado, siendo que a mí ya me conoces? —Te conozco— le respondía él con una mirada que la habría matado de ser un arma. —O al menos creí que te conocía. Creí, durante ese año, que me comprenderías. Y cuando hablamos después de la fiesta de compromiso, creí más que nunca que ya me comprendías. Y me agradabas. “Me agradabas”. Esas dos palabras se repitieron en la mente de Cindy por meses. Pero no pudo verlo como algo negativo, sino todo lo contrario. Había llegado a pensar que se había equivocado en pensar que en aquel año había logrado establecer cierta conexión con John, pero ahora sabía que estaba en lo correcto. Ignorando completamente que esa microscópica conexión la había roto al haberla encontrado. Entonces, llegó el día de la boda, y John estaba exageradamente “feliz”. Y duró así 24 horas. Incluso en la noche de bodas. Pero a la mañana siguiente se sentía física y emocionalmente asqueado, tanto como por lo que sus padres le habían hecho al llegar al punto de drogarlo, como por lo que Cindy le había hecho meses atrás al traicionarlo, y por lo que él había hecho con ella en su noche bodas estando prácticamente inconsciente. Y ese solo fue el comienzo de su sufrimiento. Y sus verdugos algún día pagarían ese precio. …..…..…..…..…..…..…..…..…..…..…..…..…..…..….. John estaba teniendo un sueño increíblemente agradable. Tan agradable que su cuerpo en reposo logró expresar la felicidad falsa, que vivía al dormir, a través de una sonrisa que no había iluminado de tal manera su rostro en años. Sin embargo, al despertar la realidad lo abofeteó en la cara, borrándole la sonrisa del rostro e incluso haciéndole olvidar qué había visto en las proyecciones nocturnas de su subconsciente para sonreír así. De hecho, se preguntó si habría estado sonriendo de verdad, o si habría sido una pesadilla que lo forzara a sonreír falsamente para que no lo decapitaran, casi como en la realidad. Ahí estaba él. Despertando otra mañana más junto a su bellísima y simpática esposa. Estando a punto de celebrar cinco pocos pero exitosos años de matrimonio, aún no había conseguido enamorarse de la perfección encarnada en mujer. Peor que eso. —¡¿Por qué tienes que despreciarme de esta manera tan cruel?!— lloraba Cindy. Habían pasado cinco años y Cindy aún no lo comprendía. John no había permitido que le dieran drogas nunca más, y aceptó comportarse en público, fingiendo ser el hombre perfecto felizmente casado con la mujer perfecta. Pero su vida en casa era un infierno, porque él se negaba a sonreírle a solas. Sus padres y el público tenían lo que querían; la actuación perfecta de la pareja perfecta. —Cindy... Nunca vas a comprenderlo— le decía John, ya ni siquiera sonriendo con sarcasmo o cansancio. —Así como no lo comprendiste hace cinco años y te condenaste a ti misma a esta miserable vida. Y me arrastraste contigo. La prensa estaría impresionada si se enteraran de la falta de respeto que John le tenía a su esposa. No solo falta, sino más bien total ausencia de. Lo único que le faltaba era golpearla, pero no lo creía necesario; el abuso físico le parecía primitivo e inútil. John le negaba a Cindy toda clase de interacción comunicativa entre ellos sino tendría como resultado que él le dijera algo que la hiriera. Se negaba a escuchar sus peticiones a menos que tuvieran que ver con algo que le trajera beneficios a sí mismo. Y se negaba también a hacer más que demostrarle el afecto mejor actuado posible en público. —¿Acaso además te doy asco? — le preguntó Cindy una vez. —¿Ni siquiera por buscar tu propio placer me pondrías una mano encima en la intimidad? —No es asco… es repulsión— le contestó John, dejándola helada como siempre. —Eres muy atractiva, Cindy. Una modelo de cinco estrellas reconocida a nivel internacional. Pero eres una maldita arpía traidora…— se detuvo un segundo a chasquear la lengua contra los dientes para contener la risa. —Últimamente, además, urgida. En aquella ocasión, Cindy no había resistido el impulso de darle una bofetada, pero John la detuvo. —Más tarde tenemos una reunión con los Hamilton. ¿Qué explicación les darías, Cindy? —N-no tienes ningún derecho de humillarme de esta manera, John. —Mientras no estemos en público, no podría importarme menos qué derechos crees que tengo, o que tienes. Si viniera algún periodista, alguna otra modelo, un fotógrafo, quien sea, a levantarte falsos, aunque yo solo estoy diciendo verdades, ¿así reaccionarías? Porque si no te puedes controlar vas a haber buscado mantener tu reputación a través de mí en vano. —¡Yo no quise casarme contigo por eso! —¡No me importa en lo absoluto ninguna excusa que se te ocurra sacarme! —Yo siempre te he querido, John…— le dijo con lágrimas en los ojos. —Yo… —Te he pedido una única cosa desde que nos casamos— la interrumpió con voz seria. Cindy entonces se vio atrapada entre los deseos de llorar y los de caer rendida de rodillas a los pies de John, totalmente derrotada por sus crueles palabras, una vez más, como casi todos los días durante cinco años. —John, tú… Tú sabes que-- —No, no. Tú sabes que tu miedo a que corras el mismo riesgo que tu verdadera madre es estúpido. Nadie excepto por los Kensington y los McBlack conocía el secreto de Cindy y sus padres. Mejor dicho, Cindy y sus tíos. Cuando Cindy nació, el parto de su madre resultó sufrir más complicaciones de las que se podía esperar hasta en los peores casos de partos con dificultades. La prensa no se enteró porque quien estaba embarazada era la hermana menor de la señora Kensington; su única familia, que vivía al margen, en otro país, ya que su hermana mayor se había hecho una persona demasiado importante como para verse más de una vez al año. Sin embargo, cuando su sobrina nació como bebé prematuro y su hermana menor, que se suponía iba a ser madre soltera, falleció, la señora Kensington le imploró a su esposo que declarara la prensa que estaba embarazada, aunque no fuera cierto, y lo fingió por varios meses, mientras la niña era cuidada en un hospital por un tiempo debido a que su nacimiento fue prematuro. John no le pondría una mano encima a Cindy de nuevo por todo el dinero del mundo, pero sí por un heredero. Pero ella, temerosa de correr la misma suerte que su madre biológica, se negaba a dárselo. Ese día, hasta ahí llegó la discusión. Lo que Cindy no sabía es que John no se quedaba sin buscar su propio placer como ella pensaba. Mientras ella creía que John no lo haría porque sería muy arriesgado que la prensa lo descubriera, John se las había arreglado para engañarla, varias veces, con diferentes personas, mujeres y hombres, a lo largo de sus cinco años de matrimonio. Debido a que no se sentía con la obligación de respetarla ni un poco, había pasado por su mente la idea de restregarle su adulterio en la cara; pero después de haberlo pensado mejor, decidió no probar los límites de Cindy. Así, ella seguía pensando que él era al menos un poco inteligente, mientras tanto él era lo suficientemente inteligente para engañarlos a la prensa y a ella. John tiraba las capacidades intelectuales y la integridad moral de Cindy a la basura cuando estaban juntos a solas. Mientras no la golpeara, no le parecía del todo imperdonable maltratarla psicológicamente considerando, según él, cómo lo había hecho sentir cinco años atrás que decidió que lo quería atado a ella hasta que la muerte los separe. ¿Que si había pensado en matarla? Sí, pero no tenía las agallas en realidad; además de que no se sentía lo suficientemente preparado para elaborar el crimen perfecto del que pudiera salir ileso. John, en su cabeza, había rebajado a Cindy a una persona inferior a él en todos los sentidos que pudiera imaginar; intelectual, moral, psicológico, racional, artístico incluso. Para él no era ni siquiera como aquellas compañeras de escuela que simple y sencillamente le hacían sentir indiferencia: Cindy le causaba amargura, e incluso indignación de tener que verla a diario. Dicen que tras un tiempo de añadir algún elemento, sea lugar, actividad o persona a tu vida cotidiana, tarde o temprano te familiarizas con ello; te acostumbras y llegas a tenerle afecto. Pero no podía ser el caso si John se sentía así desde hacía cinco… De hecho no, seis años si se contaba desde que se conocieron. Y probablemente serían muchos más años, porque así los había condenado Cindy, tal como John le había dicho una vez. Sus familias y sus carreras no les permitirían jamás el lujo de divorciarse. Solo la muerte podría liberarlos algún día. Ya solo era cosa de saber si se trataría del destino, que les quitara la vida en un accidente o por una enfermedad, o si serían ellos mismos, ya fuera suicidándose algunos de ellos o matando uno al otro; John al no soportar más las cadenas o Cindy al no soportar más el infinito desprecio de “el hombre al que tanto amaba”.
Wow, ambos eran marionetas de sus padres, pero comprendo a John, que se sintiera traicionado por Cindy cuando ella se empeñó en llevarlo al altar. Pobre chica, no supo ver que él no la quería a su lado de ninguna manera. Fue cuando su amor propio se sintió muy herido al decirle él francamente que no quería casarse jamás con ella, que se echó la soga al cuello, por decirlo así, pues después de la boda, el desprecio de él fue todavía mucho peor. Sufrir su injusto trato todos los días, es para que de veras la lleve a cometer una locura más, matarse o matarlo, si antes no lo hace él, pues mira que ambos sufren en un compromiso que nunca debieron echarse encima, aunque John fue obligado a ese ello. Tal vez si Cindy hubiera manejado las cosas de diferente manera, hubiera conseguido el afecto de John, creo. Gracias por entregar xD Saludos.