Explícito Caótico [Colección | Multi rol]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Yugen, 24 Agosto 2021.

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  1.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

    Piscis
    Miembro desde:
    25 Mayo 2013
    Mensajes:
    5,616
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    Caótico [Colección | Multi rol]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    1872
    Holi, holi, cuanto tiempo (?)
    Últimamente ando creativa y volví a releer algunos roles así que me nació nuevamente la inspiración por crear cositas. Como sé que esto va a ser un mess enorme lo quiero meter todo en el mismo sitio y así me ahorro hacer temas de más. Principalmente esto van a ser fics sobre mis ships—yuri en su mayoría— y algunas otras cosas que a efectos prácticos pueden ser perfectamente canon.

    A pesar del prefijo no todos los escritos van a ser explícitos ni mucho menos pero dada la normativa, si algún capítulo es explícito todo el tema debe de llevar el prefijo así que ahí está.


    I - Red [DMW | Connie x Alice


    Título: Red
    Rol: Deadman Wonderland
    Personajes: Connie Dubois y Alice Dumont.
    Género: Romance. JAJAJA nope.
    Advertencias: PWP. El siguiente escrito contiene escenas de sexo lésbico, BDSM, asfixia erótica y demás kinks.

    La relación de estas dos chicas siempre ha sido súper enfermiza hasta el punto donde me cuestiono mi propia sanidad. Nada más que decir, esta mierda es rarísima y puede resultar desagradable de leer.

    Enjoy (?)




    I. Red

    Amaba esos momentos.

    Esos en los que el colibrí la miraba con ojos llenos de total y absoluto terror. Eran esos instantes, tan efímeros, en los que el flamenco presionaba su mano aún más. Y más. Hasta que sus uñas pintadas de morado se le clavaban en la piel de la garganta y los labios del colibrí empezaban a tornarse desvaídos y amoratados.

    Eran esos instantes en los que el flamenco, sibilino, la miraba desde arriba presionando su cuello contra el colchón con su garra helada y sonreía torcida y ampliamente.

    —Ah—soltaba con un tono extrañamente dulce y amanerado, ominoso— qué imagen tan espléndida.

    El colibrí jadeaba por aire. Su voz se tornaba áspera, ronca por la falta de oxígeno. Los pulmones le ardían. Manotearía el aire si sus manos no estuvieran atadas al cabezal de la cama.

    ¿Por qué? se preguntaba una parte de sí misma, esa que era un animal bribón e impetuoso. ¿Por qué luchaba? ¿Era el instinto de supervivencia acaso?

    Era en esos momentos, transcurridos unos lánguidos y eternos segundos, en los que el flamenco contra todo pronóstico la soltaba. Aflojaba el agarre gélido de su mano y le permitía a su tráquea recuperar el oxígeno. Antes de que la luz abandonase su mirada, antes de que sus pulmones colapsasen la soltaba lenta y metódicamente y observaba con deleite las marcas que habían dejado sus uñas en la piel.

    Eran tan hermosas.

    Al flamenco le encantaban. Era como el más puro lienzo que terminaba siempre ennegreciendo y manchando de sus colores predilectos. Su favorito de todos era el rojo.

    Especialmente el de su tonto e inocente colibrí.

    Recorría las pequeñas heridas rojizas con sus ojos oscurecidos por un deseo enfermizo. Disfrutaba tanto, tanto... eso.

    Era una sensación próxima a un éxtasis desconocido para la mayoría de mortales en ese extraño y encantador mundo.

    El colibrí tosía y su mirada desenfocada buscaba sus ojos en la semioscuridad, entre las luces cambiantes del parque.

    No eran necesarias la palabras.

    Nunca lo eran.

    Volvía a robarle el oxígeno. La besaba y la mordía como si genuinamente quisiera comérsela. La devoraba como un animal salvaje, le mordía los labios hasta que la piel frágil se quebraba bajo sus incisivos y después lamía la sangre de forma mecánica y sin prisas. Disfrutándolo. El sabor del óxido parecía revitalizarla.

    Cómo amaba romper a su pequeño pajarito desvalido. Era tan ingenuo, tan inocente. Tan frágil. Con su mente en órbita y su psique hecha pedazos el colibrí era una presa perfecta para el sádico flamenco. Era curioso porque... los flamencos no eran aves de presa. Pero cuando la sostenía allí, bajo sus garras, bien podría mimetizarse con la imagen del más fiero de los halcones.

    No era como si un colibrí tuviese mucho que hacer al respecto.

    —Alice—la llamaba con la voz jadeante y entrecortada.

    La vulnerabilidad y sumisión en la voz agitada del colibrí dilataba sus pupilas. Qué hermoso sonaba su nombre pronunciado con tal desesperación.

    Entonces se humedecía los labios con la lengua y sonreía. Lentamente llevaba sus manos a las mejillas ajenas y la acariciaba con un cariño ridículo, totalmente anticlimático.

    Era mecánico como los movimientos de una muñeca de cuerda. Fríos y sin alma. Genuinamente lo parecía. Con sus ademanes refinados y aristocráticos Alice Dumont era completamente anacrónica. ¿De qué siglo había salido? ¿De qué pesadilla quizás?

    —Eres la muñeca que más me gusta, Corianne.

    El único ojo visible del colibrí parecía vibrar. Su ojo sano, ese que no había sido mancillado y arrancado impunemente. Ese que al menos de momento se mantenía invicto.

    El flamenco llevaba pues las manos por los delicados costados de su cuerpo. Hacía mucho que la ropa había dejado de ser un impedimento. Estaba allí, atada al cabezal de la cama y completamente desnuda. Las luces del parque se colaban por las ventanas y la iluminaban brevemente por algunos segundos.

    Lenguas de fuego que le rozaban la piel.

    El flamenco contenía un jadeo próximo al éxtasis y la arañaba con las uñas. Bajaba por sus costillas una a una, por el vientre—que se tensaba y encogía bajo su tacto anticipándose y expectante—y seguía por sus muslos provocando ligeras descargas eléctricas por el cuerpo trémulo de la joven.

    Sus respuestas nunca eran claras, nunca le respondía de forma honesta. No le interesaba. Aquello no tenía mayor sentido para ella.

    Dominar. Controlar. Poseer.

    Devorar.

    Lo necesitaba. Podía perfilar su verdadera devoción en esas acciones erráticas. Ambas lo necesitaban... solo que el ingenuo colibrí no era consciente en esos momentos.

    Oh no.

    De hecho controlar no podía importarle menos. Parecía vibrar y su piel ardía cuando el sádico flamenco miraba de esa forma. Que alguien tan especial, tan etéreo, la mirase con tal deseo en los ojos lograba arrancarle escalofríos. Pobre pequeño pajarillo ingenuo e inocente que no sentía merecerlo.

    —Ah, yo—

    Un quejido brusco cortó de raíz sus palabras. El flamenco le había mordido el cuello presionando sus dientes sobre la piel frágil hasta que ardió. Ella se removió contra las ataduras de sus manos y arqueó la espalda azotada por esa discrepante mezcla de sensaciones. Las cadenas chirriaron contra el cabezal.

    Empezaba a acostumbrarse a esa dualidad entre dolor y placer que solía otorgarle esas noches solitarias. En medio del juego de luces del parque y sus danzantes rojas el cuerpo desnudo de Connie parecía brillar. Se tensaba, arqueaba, temblaba y estremecía. Sus senos tersos, las curvas sinuosas, el cabello rubio suelto y enmarañado disperso sobre el colchón de agua.

    Qué hermoso cuadro pintaba con sus propias manos. Qué bella pintura de acuarelas.

    Roja, por supuesto.

    Alice la arañaba, le azotaba la piel y la mordía. Luego la besaba, la recorría con la lengua y volvía a clavarle las uñas, con saña, con sus ojos oscurecidos brillando con un placer demencial.

    No era distinto esa noche.

    Soltó una risa extrañamente ronca, vibrante, cuando hundió los dedos entre los pliegues calientes y húmedos de la intimidad ajena. El colibrí tembló bajo su tacto, gimió y tiró inconscientemente de las cadenas que ataban sus muñecas. El aire le silbó entre los dientes apretados.

    Joder.

    Y aunque sabía que no tenía el derecho lo pedía de todas formas con la esperanza de que fuese misericorde.

    —Alice—suplicaba—. Por favor.

    Pero nunca lo era.

    Adoraba ver al pequeño colibrí tembloroso, trémulo, con el cuerpo perlado de sudor y ansioso por liberar la tensión que le contraía los músculos.

    Lo amaba tanto.

    En ese momento apartaba la mano y ella gemía de forma lastimera. Su ansiedad la hacía batallar nuevamente contra las cadenas de sus muñecas, rebelde, a pesar de que sabía que no tenía el derecho.

    Entonces Alice se desnudaba frente a ella. Desataba la cinta de su cabello morado y lo dejaba caer suelto sobre sus hombros en suaves bucles. Luego desataba lentamente cada uno de los lazos de su vestido de corte victoriano. Las delicadas cintas negras silbaban al deslizarse de la prenda. Connie la observaba como quien observa algún tipo de dios, con ojos vibrantes y hambrientos.

    Le aterraba pero la enloquecía. Le repugnaba pero la enardecía. Todo era extrañamente dicotómico cuando se trataba de ella. La fascinaba y la abstraía como lo haría la luz de una farola a una polilla perdida en la noche. Desde el momento preciso en que la vio, en que se perdió en su voz dulce y en cada uno de sus gestos.

    Era... ciertamente ridículo.

    Cuando Alice terminaba de desvestirse y su piel enfermizamente pálida quedaba completamente al descubierto volvía a llevar la mano al cuello de Connie y presionaba. Se humedecía los labios, deleitándose, y presionaba, apretaba como si quisiera deshacer la piel bajo sus dedos.

    —Por favor qué, me pregunto—decía con la misma voz melosa, con una inocencia que no le correspondía.

    Era demencial.

    Connie jadeaba, volvía a tirar de las cadenas, arqueaba la espalda y tironeaba como un animal atrapado por un cepo. Cuando el flamenco la soltaba otra vez el resto de su cuerpo ardía aún más que su garganta.

    Su paciencia tendía a agotarse con damasiada facilidad.

    Ya no era el dulce colibrí porque el animal bribón e impetuoso aguardaba siempre para protegerlo y resguardarlo de las garras de los flamencos sádicos y los halcones. Siempre, siempre... encontraba el camino de regreso a casa.

    Y eso era en definitiva lo que el sádico flamenco había estado esperando.

    Connie apretaba más los dientes en una sonrisa desquiciada. Su mirada no mostraba ni miedo, ni deseo, ni fascinación. Ya no. Era un plano vacío de emociones.

    —Fóllame de una vez—gruñía y tiraba nuevamente de sus cadenas— puta enferma de mierda.

    Y era en ese momento, ese preciso instante, en que la sonrisa cínica en los labios de Alice se ampliaba. Connie ya no la miraba como un animal perdido. Ya no había inocencia ni ingenuidad. Había furia, fiereza y obstinación. Esa era la otra cara, la que tan ansiosamente había estado esperando ver aparecer.

    Casi como un perro meneando el rabo.

    La respuesta era siempre la misma.

    —Bienvenida.

    Se deslizaba pues de la cama y abría un cajón de la mesita para sacar una pequeña llave plateada. Entonces abría las cadenas.

    >>Que lengua tan desagradable tienes siempre Corianne—sin ningún tipo de contemplación tomaba una de sus manos libres y la llevaba a su propio cuello. Sus pálidas mejillas tomaban algo de color incapaz de controlar el éxtasis creciente—. ¿Por qué no la pones a trabajar en algo útil?

    Y Connie sonreía con el mismo brillo insano y demencial y la devoraba.

    Y manchaba el puro lienzo blanco de su piel de parchones rojos.
     
    Última edición: 16 Noviembre 2021
    • Zukulemtho Zukulemtho x 4
  2. Threadmarks: Letter to the past (1° parte)
     
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Escritora
    Título:
    Caótico [Colección | Multi rol]
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    1054
    Título: Letter to the past
    Rol: Gakkou Rolplay
    Personajes: Konoe Suzumiya. Menciones a Alisha.
    Advertencias: Ninguna.




    II. Letter to the past (1° parte)

    La pluma se deslizaba sin prisas por el papel trazando cuidadosamente cada kanji. En contraposición con su estado los últimos meses, envuelta en el cálido silencio de una tarde de Mayo, la joven de largo cabello oscuro sonreía suavemente. Era una sonrisa nostálgica, sin embargo. Había tristeza en su gesto.

    Aquella misiva era sumamente importante para ella pues su destinatario no era otro que alguien muy querido. Una persona que había significado mucho para ella.

    Una vieja amiga.

    Le había tomado bastante encontrar las fuerzas y el valor para escribirle. Pero finalmente allí estaba y a medida que trazaba las palabras se sentía liviana. Como si la cuerda que ella misma se había puesto en el cuello se aflojase.

    ¿Cómo estás?

    Ha pasado un buen tiempo. No he vuelto a saber nada de ti desde la última vez que hablamos en el patio. Después de eso me marché. Regresé con mis padres a Uji, Kioto. Estoy estudiando en otra academia ahora.

    Nunca te dije nada porque nuestra situación no era la mejor y no sabía cómo lo tomarías. Pensé que te daría igual. De hecho… estoy segura de que te da igual.

    Mamiya-san se me declaró poco después. Y en ese momento me di cuenta de lo pesado que puede resultar cargar los sentimientos no correspondidos de alguien. Imagino que así te sentiste cuando te hablé de como me sentía en relación a ti. Si te escribo después de tanto es porque, al fin y sin ninguna duda, puedo decir que logré superarlo.

    Ya no te amo Alisha-san.

    ¿No estás feliz?

    No sé qué hago escribiendo cartas, sé que tratándose de ti un mensaje por el móvil sería más fácil. Pero me parece tan frío e impersonal. Ya lo sabes, soy el tipo de persona tradicional que prefiere tomar tinta y plasmar sus sentimientos en papel que pulsar teclas en la pantalla de un teléfono.

    Hay tanto que decir que las palabras no abarcan. Todo lo que deseo expresarte no cabe en esta hoja de papel. Ni en dos. Ni siquiera en cien.

    Siempre fuimos mundos aparte. Era ciertamente poético. Tú representabas occidente con sus excesos, su actitud deshinibida y honesta y yo siempre representé oriente, mi Asia natal. Reservada, educada y diligente. Supongo que después de todo los opuestos no se atraen. Si dos personas son totalmente diferentes es imposible que puedan convivir juntas.

    En ese momento la joven dejó de escribir y llevó la mirada de sus ojos violeta al otro lado de la ventana. Fuera había una fuente de bambú. Recogía el agua que caiga fluyendo suavemente. Uji era todo lo que no había sido la gran ciudad. Un remanso de paz y calma.

    Allí se sentía segura. Y sin embargo en ese momento la expresión de su rostro se agrió momentáneamente, se ensombreció. Su mirada regresó a la hoja y se llevó con suavidad un mechón oscuro tras la oreja con la punta de los dedos.

    A veces te echo de menos. Extraño tu carácter resuelto, tu soltura e incluso tus insultos en inglés. Extraño pasar tiempo juntas aunque tú solo escribas por el móvil y yo esté leyendo un libro. Esos momentos donde solo estábamos las dos eran un mundo para mí.

    Pero... mi egoísmo lo hizo pedazos. Mi deseo porque me notaras acabó con todo. Nunca pude decirte lo mucho que lamento todo lo que ocurrió con nosotras. No fue culpa de nadie. Ni tuya por no poder corresponderme ni mía por enamorarme. No estábamos destinadas a ser.

    Somos demasiado diferentes.

    El sexo sin amor siempre me pareció tan frío y a ti no pero ¿cuál es el punto? ¿Un placer vacío y puramente carnal? Está bien por un momento pero ¿qué pasa cuando acaba? Incluso después de lo que pasó con Gotho sigo sin entenderlo. No estoy hecha para el mundo de sombras donde se mueve Cerbero. Nunca lo estuve.

    Nunca debí pisar el infierno. Y sorprendentemente lo hice. Lo hice y volví.

    Honestamente no he cambiado nada. Sigo siendo la misma tonta, solo que con algo más de experiencia y con una seguridad que no tenía la Konoe del pasado. Ahora sé Alisha-san.

    No sé lo que quiero... pero sé de sobra lo que no quiero. Seguir sufriendo para mí ya no es una opción. La vida es demasiado breve y hermosa para perderla así. Quiero centrarme en mis proyectos. Quiero volver a leer novelas románticas y cuidar del jardín. Quiero volver a ser yo. Esa misma yo que me arrebató mi deseo de acercarme a ti.

    Aún así no te guardo rencor y deseo de todo corazón que estés bien. Que todos tus problemas se hayan resuelto y que ya no tengas que recurrir al alcohol o a las pastillas para enmascarar tu dolor. Deseo que encuentres a alguien que te enseñe lo hermoso que puede ser el amor como nunca yo pude hacerlo.

    Deseo que seas feliz Alisha-san. Todo lo que he querido siempre ha sido la felicidad del resto. Incluso si me costaba la mía propia.

    Hasta siempre my beloved friend.


    Suzumiya

    Konoe.


    *
    *
    *



    Cuando la carta llegó a su destino dentro del sobre se encontraba una fotografía de dos jóvenes. Ambas tenían el uniforme de la academia y lucían sonrientes para la cámara. La sonrisa de la joven del cabello rubio era más amplia que la chica del cabello oscuro, que lucía tímida, algo más retraída pero indudablemente correcta. Su cabello, su uniforme... todo lucía perfecto.

    En el reverso, con una caligrafía que denotaba la facilidad de emplear el alfabeto latino para su autor podía leerse: Best friends 4ever.

    Databa del año dos mil dieciséis, Febrero, durante principios del curso. Semanas después de conocerse.
     
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    Yugen

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    Caótico [Colección | Multi rol]
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    1470
    Título: Nuevo comienzo
    Rol: Gakkou Rolplay
    Personajes: Hiroki Usui y Shiori Kurosawa.
    Advertencias: Ninguna.




    III. Letter to the past (2° parte)

    "Me ha tomado bastante tiempo escribirte. No sabía que cojones decir después de todo lo que pasó. Acababan de matar a mi puto perro, Kurosawa. Yo lo vi. Lo vi, joder. Y no pude hacer una puta mierda por salvarlo.

    Me obligaron a verlo. Me sujetaron y lo asesinaron a golpes frente a mis ojos. Luego me dieron una paliza a mí. El hijo de puta de Tomoya me apuñaló con una navaja en el estómago. No quiso matarme, lo habría hecho. No sería la primera vez que le quitaba la vida a alguien.

    Era una advertencia, joder. Las traiciones en la calle se pagan con sangre. Yo lo sabía. Llevaban tiempo buscándome.

    Me dejaron tirado en medio del callejón y me arrastré hasta el cuerpo de Ike para abrazarlo. Aún estaba caliente. Recuerdo oír sirenas y ver luces azules y rojas iluminando la pared. El olor de la sangre fresca taladrándome el cerebro. Y Luego todo se fue a negro y desperté en la cama de un hospital.

    No quería vivir Kurosawa.

    Han pasado varios meses desde entonces y… la verdad es que no quería escribirte tampoco. No quería porque sabía que si lo hacía me iba a largar a llorar como un jodido crío. Te echo de menos cada maldito segundo de mi puta existencia.

    Extraño tus ojos de fuego. Eres la hoguera que empezó a domesticar al lobo y tu cariño desinteresado que por algún capricho del destino decidió acercarse a un capullo como yo. Extraño tantas cosas… compartir el almuerzo, tus abrazos, tu forma de decirme que todo va a estar bien.

    Nunca pensé que alguien como yo pudiera conocer a alguien como tú. Tía, puta obstinada que eras. Como para decirte que no. Vivir esos días contigo es probablemente lo único bueno que me ha pasado en toda la vida.

    Han pasado meses desde entonces y espero que estés bien. Yo empecé a trabajar en otro sitio. El sueldo no es bueno pero da para vivir dignamente. Me mudé de apartamento, lo más lejos posible de Tokio y su mierda.

    Cortar por teléfono fue una porquería, lo sé. Pero no pude hacer otra cosa. Estaba muy jodido.

    Cuando salí del hospital me largué, eso lo sabes. Tenía que protegerte. Si esos hijos de puta habían matado a Ike, el otro centro de mi mundo eras tú. Si te hubiera pasado algo no me lo hubiera perdonado en la vida".

    Gruñó para sí mismo sin lograr encontrar las palabras correctas que escribir. Se pasó una mano por el pelo cenizo alborotándolo aún más y alzó la mirada al techo como buscando inspiración en él. Nunca había sido bueno con las palabras. Era un gruñón, malhablado y rebelde. Él no era una biblioteca andante como el imbécil de Sonnen.

    Pero era honesto. Y aunque sus palabras podían sonar bruscas, estaban cargadas de verdad.

    "La verdad es que te escribo para pedirte algo. Ha pasado el tiempo y creo que estoy listo, Shiori. Te contaré más el jueves a las once de la mañana en la parada de tren de Tokio. Agradecería que estuvieras ahí.

    Hiroki."

    El invierno arreciaba y esa mañana en la que se encontraron era particularmente fría. Shiori se había abrigado apropiadamente con una bufanda roja cubriéndole el cuello y serpenteando bajo las hebras negras. Sus ojos de atardecer lucían opacos y apagados.

    Hiro lo notó.

    La víbora eléctrica ya no estaba tampoco.

    —Viniste.

    Él no había cambiado demasiado. Su cabello lucía algo más largo y descuidado y probablemente parecía más que nunca un perro callejero. Pero era él. El mismo Hiroki Usui que había acogido bajo su ala.

    —Lo hice.

    Ella extendió entonces una prenda. Se trataba de un abrigo que había sido convenientemente lavado cuya capucha estaba cubierta de una suave pelusa gris que se mecía ligeramente con la brisa.

    Lo reconoció enseguida. Había llevado ese abrigo innumerables veces hasta esa noche. La realización le hizo soltar una risa sin gracia por la nariz. Le sorprendía que Shiori no se hubiese deshecho de él cuando rompieron la relación.

    —Aún lo tienes.

    —Es tuyo.

    —No tengo frío Shiori.

    Pero ella insistió. El tono de su voz se tornó más firme y extendió el brazo nuevamente.

    —Es tuyo senpai—dijo—. Cógelo.

    senpai.

    Esa era su relación entonces. Ya no eran pareja y la distancia emocional que habían intentado interponer el uno en el otro se reflejaba en el trato que tenían. Usui no iba a culparla por eso. Sabía lo apresurado que había sido todo en su momento y lo jodido que había resultado también. Aún si había sido lo mejor.

    Gruñó algo pero terminó por aceptar la prenda. Se la echó sobre los hombros y se colocó la capucha antes de hundir las manos en sus bolsillos.

    —¿Seguirás llamándome senpai a pesar de que ya no estudio en esa academia de mierda?

    Habían pasado unos ocho meses desde aquel fatídico día. Habían transcurrido lentos, casi parsimoniosos. No habían sido días fáciles para ninguno de los dos y aún tardarían en volver a sus ejes. Pero al menos estaban allí, juntos, y eso era suficiente.

    El encargado abrió la puerta y les permitió a ambos el ingreso en el recinto.

    Los ladridos no se hicieron esperar.

    En espacios delimitados por un verja se encontraban todo tipo de perros. Blancos, negros, moteados; de pelo corto o largo. Algunos curiosos por las presencias ajenas se acercaban a la verja y olisqueaban el aire o se ponían sobre dos patas y meneaban la cola. Otros, más recelosos, se apartaban y se echaban en un rincón desconfiados de la mano del hombre.

    Hiroki no lo reconocería nunca, pero no quería hacer aquello solo.

    Ella no le miró.

    —¿Estás seguro de que quieres hacer esto?

    Hiroki soltó el aire por la nariz en un suspiro pesado, áspero. Sintió como sus hombros se hundían bajo el abrigo.

    ¿Seguro? No, no estaba una mierda seguro. Pero se sentía listo para intentarlo otra vez.

    —Estoy seguro.

    ***

    —Mira, ese te está mirando.

    Era un perro adulto. Callejero, de color negro, con orejas empinadas y rectas. Parecía un lobo… pero sus ojos avellana eran los de un cachorro.

    —Ah, ese...—el encargado se sobó la nuca—. Lleva bastante aquí. Fue maltratado en el pasado y no deja que nadie lo toque, por eso lo tenemos apartado del resto. Si no cambia no habrá más remedio que sacrificarlo.

    Sacrificarlo.

    —Capullo—gruñó Hiroki bajo su aliento y se acercó a la verja ignorando las palabras de advertencia del encargado.

    Se acuclichó frente a él y el animal gruñó en un primer momento, receloso y desconfiado. Pero aquello no le importó. En su lugar acercó la mano y le permitió olerla.

    Fueron breves segundos los necesarios. El animal olió la mano, atento en todo momento. Pero no mordió ni dio muestra alguna de pretender hacerlo.

    —Tú—el encargado lo miró—. Abre la puerta.

    —¿Eh?

    —Abre la puta puerta. Quiero este.

    El salvaje. El incomprendido. El callejero de las malas pintas.

    Sí, era ese.


    Era él.

    El encargado abrió la puerta y Hiro se acuclilló frente al perro y le acarició el cuello. El animal pareció confuso en un inicio probablemente acostumbrado a un trato brusco y agresivo... pero se dejó hacer.

    Se dejó hacer con una docilidad extraña bajo las capaces manos del perro-lobo de Shibuya. Siempre había tenido gran afinidad con los perros, después de todo. Sentía un amor profundo por aquellos hermosos animales. Se identificaba con ellos.

    Y ahora se lo llevaría consigo.

    Le estaba dando la oportunidad a un perro salvaje y agresivo.

    Como ella había hecho con él.

    Shiori vio el paralelismo con una claridad absurda. Estaba allí, cristalino frente a sus ojos.

    Su voz le llegó lejana pero sonó con claridad en sus oídos e hizo eco en las paredes de su mente. Devolvió a la vida ciertos recuerdos.

    —Bienvenido a casa, Yako.

    Yako.

    Pero no mencionó nada. No pudo hacerlo.

    Porque en ese momento vio como Hiroki volvía a sonreír. Esa sonrisa amplia que mostraba los dientes; esa mueca lobuna tan característica.

    Y sus ojos eran los de un niño.
     
    Última edición: 16 Noviembre 2021
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