Botín inesperado

Este escrito es parte de la primera iniciativa L.E.A.F

Cielos azules el mar encrespado, la brisa marina penetraba por sus fosas nasales mientras se impregnaba de ella volviéndose uno, sonreía altanero se balanceaba al ritmo de la marea entre el Sable Tornado la embarcación más temida de aquellos tiempos, él y su tripulación de bucaneros eran símbolos de miedo y temor de los siete mares, John Hawkins el tiburón negro era el pirata más despiadado de todos y su arribo a un puerto significaba la perdición del mismo.

— ¡Suelten las amarras y anclen en el puerto! ¡Silent Cross será nuestro para esta noche! —prorrumpió levantando su sable mientras tomando una de las cuerdas que colgaban del mastil de balanceaba hacia el puerto.

Apenas caía embistió a un desprevenido oficial que se había quedado paralizado al verlos llegar, otro de ellos desesperado lanzó un torpe floreo que el con cierta gracia y burla esquivo y el desgraciado terminó lleno de bruces por el muelle en un grito ahogado.

Tarde sonaron las alarmas, el Sable tornado era demasiado rápido que cualquiera de sus embarcaciones y su tripulación tenía la fama de ser espectros por su sobrenatural sigilo, cuando las tropas llegaron a enfrentarlos ya estaban en la mitad de los edificios despojando a la mayoría de sus pertenencias a la población aterrorizándolos e intimidándolos.

El tiburón negro tenía esa fama por que por su apariencia parca, su aspecto sombrío y sus ojos penetrantes, su sola presencia causaba un temor por completo convincente. Parte de la política de él era no matar, por una parte no le veía necesidad y por otra “los muertos estando muertos no se les puede sacar nada más” afirmaba. Aunque nadie en los pueblos asediados lo sabía así, todo el halo misterioso y oscuro que rodeaba su leyenda le había dotado aspectos mucho más tenebrosos.

—Capitán ya tenemos todo lo que se le puede sacar a este lastimero pueblucho. —dijo el maestre Crow esbozando una grotesca sonrisa con sus dientes de plata.

—No, no todo—respondió el capitán observando con cierto brillo en los ojos presionando su espada en su puño. —puedo oler fortuna en el castillo del gobernador que se asoma en aquella colina…

Apenas unos minutos más tarde la mucama corría horrorizada mientras de un rollizo pirata y otro con pelos de punta y la nariz perforada se abrían paso por la entrada. En dueño de la casa, la silueta imponente del tiburón negro riendo mientrasempujaba a su familia partir por el pasaje secreto que les serviría para evacuar en casi de un peligro inminente.

—Martina, querida toma a las niñas y no mires atrás no quiero que nada les ocurra —les indicó Black Osmet el alcalde tensando su rostro barbado.

La mujer la miró con ojos llorosos aproximando a sus pequeñas desconcertada.

El temerario pirata estaba ya tan próximo a ellos mirándolos mientras arrojaba por las escaleras a uno de sus guardias personales.

—Mi querido señor—pronunció John burlona reverencia— solo vengo a despojarlo de sus muy excesivos vienes que yo muy bondadosamente vengo a librarle, entréguelos —amenazó con su espada—insisto…

El alcalde temblando señaló una de sus habitaciones y con un gesto dos de sus subordinados sacaron entre otras cosas un enorme cofre de roble labrado.

Jack Hawkins sostenía entre sus manos con esmero acariciándolo codicioso.

De la misma manera que había arribado partieron, el pueblo de Silent Cross quedó temeroso y con profunda tristeza, ahora miserable.

Entre un banquete y ron, se festejaba en Sable tornado riendo, vitoreando y gritando, regodeando con su botín obtenido, galeones, ropajes y joyas. Pero luego de esto, en silencio, ante la sombría sonrisa del tiburón negro estaba su cofre de la alcaldía, su tesoro personal.

Relamiéndose los labios sintió un hormigueo en sus manos mientras sus ojos crispaban levantando la tapa luego de quitar el candado que lo resguardaba.

—Mi tesoro…—musitó.

La tapa cayó hacia atrás y se levantó para asomarse en interior.

—¡Feeeeeeeeeeeeoooooooo! —exclamó la voz de una chiquilla.

Algo saltó del interior del cofre y golpeó con fuerza con un candelabro pegándole en la cabeza al pirata noqueándolo y saliendo corriendo.

Tenía los ojos grandes de color avellana, el pelo rojo y pecas en sus mejillas, tendría unos seis años de edad.

A kilómetros de allí la señora Osment madre de la pequeña polizonte hecha un llanto de lágrimas caía desmayada mientras susurraba.

—Como no pude percatarme que mi pequeña Suzette…como puede olvidarla.

Los hilos del destino frecuentemente se movían de manera curiosa, en esta ocasión habían unido a una pequeña y a un bucanero, marcando la vida de este para siempre, pero, eso es una historia que no pertenece contar.