Entendía el concepto de las versiones de nosotros que existían frente a los demás, me gustaba verlas como prototipos o características aisladas que tendían a potenciarse o diluirse dependiendo la otra persona; dependiendo sus expectativas, deseos y experiencias pasadas. Con todo, me gustaba creer que si juntábamos esa pila de versiones aparentemente incompletas acabaríamos consiguiendo un reflejo nítido de quienes éramos. Habría amor en algunas, rencor en otras, miedo, celos, enfado, admiración. Entendía, otra vez, que no fuera sencillo lidiar con eso y en especial para Cayden, quien parecía empeñado en buscar espejos. —Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros —murmuré, era una frase que había leído alguna vez en internet y desde entonces se ciñó a mi mente—. Imagino que topar con uno de tus reflejos desagradables, y que eso de pronto pase a cada rato, no debe ser gracioso. Pero no te están recordando quién eres, sólo están insistiendo sobre una de tus muchas verdades. Te apellidas Dunn, sí, pero no eres sólo eso. Además, el día que lo aceptes, Cay, dejará de pesar. Sabía que probablemente ya lo supiera, pero oírlo de vez en cuando tampoco sobraba. Llevaba un tiempo viéndolo y no creía que estuviera siendo capaz de escapar de las espirales donde acababa atorado desde... ¿desde siempre? Desde que nos habíamos reencontrado, al menos, y desde allí podía asumir. El gatillo podían ser diferentes eventos, pero todos acababan detonando las mismas minas. Era intenso y voluble como Anna, las heridas les dolían mucho y les costaba encontrar la salida de los laberintos. Me preocupaba un poco que se empeñara en hacerse daño por verdades que escapaban a su control, que insistiera, insistiera e insistiera allí. También sabía que era su proceso, que duraría lo que necesitara durar. Me agradeció por contárselo, esbocé una sonrisa suave y me incliné. Le corrí el cabello de la frente y deposité un beso allí, permaneciendo unos breves segundos sobre su piel antes de retroceder. Si me preocupaba decírselo era precisamente por esto, pero engañarlo o hacerme el loco no contribuía a nada. Al final del día entendía que cada quien era su propia persona y había un límite en el poder que teníamos sobre los demás. —¿Sólo es eso? —indagué, en voz baja, y le sonreí con cierto aire conciliador—. Te conozco un poco, Cay Cay, y esta clase de cosas suelen serte molestas o irritantes, pero no te dejan... atrofiado, como dijiste.
Me había quedado haciéndole mimos en el cabello porque me distraía, pero también porque quería y al pobre diablo de por sí no lo dejaba quieto un segundo, estaba visto desde que nos reencontramos. En cierta manera sabía que me tranquilizaba al hacerlo, también a él, así que no tenía por qué pensarlo tanto. No tenía que abrir grietas que nos separaran ni nada parecido, por más miedo que tuviera. Escuché lo que me dijo, sonó a frase de internet que ve uno a las dos de la tarde scrolleando y luego no se olvida, pero lo dejé explicarse mientras yo mismo le daba vueltas a la oración en la cabeza. Siguió sobre sus ideas, me recordó que no era solo un apellido y que cuando lo aceptara dejaría de pesar; no dudaba de la verdad de eso, pero llevarlo a la práctica costaba un huevo y medio. Me quedaba atascado cada media hora como un idiota a pesar de que intentaba no hacerlo. Estaba todavía dando vueltas en esas nociones y lo complicado que parecía pasar del decir al hacer cuando sentí que me apartó el pelo para dejarme el beso en la frente. Se quedó allí unos segundos, mis ojos acabaron en alguna parte de su cuello y pecho, y cuando retrocedió me le quedé mirando como un imbécil apenas encontré sus ojos de nuevo. Lo observé por si tenía que encontrar alguna anomalía, buscando más cosas fuera de lugar, pero también lo miré solo con liso y llano cariño. Como siempre, vaya. —No se valen las trampas esas de leernos la mente, ¿sabes? —repliqué sin una pizca de molestia como si no fuese yo el mismo que dijo que no le creyó el mensaje donde ponía que estaba bien—. Apaga la mononeurona, cloudy baby. La mano que había mantenido distraída en su cabello acunó su mejilla y con ese punto de contacto afianzado me estiré para dejarle un beso en la otra. Le di otro exactamente en el mismo lugar y finalmente retrocedí bajando la mano de su mejilla para descansarla en su hombro. Aprovechando los movimientos nos aparté del medio punto muerto donde estábamos, apoyé la espalda en la pared junto a la puerta y lo arrastré conmigo, aunque volví a distraer las manos en su uniforme sin objetivo más que ese. Quizás solo insistía en tocarlo para no olvidar que estaba allí. —No sé explicar muy bien el resto. La verdad es que venía aquí a esconderme un rato —confesé con bastante calma y ninguna de las dos cosas era mentira. Estaba la conversación con Arata, el favor del club sketchy, Sonnen en la mierda por su desastre con Anna, la niña volviendo y alegrándose por unas galletas tiesas, lo de Hubert igual o más confundido que yo, lo de Ilana, el tablón de la desgracia, Lombardi con su “se nota la peste que llevas encima” y la confesión en casa, no necesariamente en este orden, y seguro olvidaba más cosas—. Es como que usé demasiadas emociones en todas direcciones, por cosas buenas y malas, así que acabé confundido yo solo o muy cansado, desde que solté los trapos en la azotea estaba sintiendo todo con demasiada intensidad. Puede que haya sido un cretino con más personas, bueno, lo fui. ¿Crees que me acepten una carta de disculpas comunitaria? "A quien corresponda, perdón por la escena, mi neurona estaba conectada en el enchufe incorrecto. Puede cobrar una póliza por daño emocional en los próximos quince días". Solté el aire por la nariz, volví a sus hombros y lo zarandeé muy suavecito. —This wasn’t about me —reclamé en voz baja, aunque me dio algo de risa y busqué sus ojos—. ¿Cómo te sientes ahora?
Su primera respuesta fue una queja y la sonrisa me entrecerró los ojos, solté también el aire en una risa nasal. Supuse que ambos nos sentíamos un poco mejor, ¿no? Al menos quise creerlo. Me acunó la mejilla, parpadeé con lentitud y arrimé el rostro en dicha dirección, envolviendo su mano con la mía. Respiré hondo y cerré los ojos al recibir también sus besos, intentando aferrarme a esas sensaciones para dejar aparcado el miedo. Me dejé arrastrar, ya de paso, él descansó la espalda en la pared y nuestros pies acabaron intercalados. Me hizo cierta gracia que volviera a entretener las manos en mi uniforme, como si fuese un acto inconsciente que lo ayudaba a hilar sus ideas. No dije nada, claro, y lo escuché; al parecer su lista era demasiado larga para recapitularla exitosamente y pensé, me pregunté más bien, por qué siempre parecía tan propenso a meterse en los líos. Dijo haber usado demasiado sus emociones y también ¿confesó? haber sido un cretino con ciertas personas. Todo era extremadamente ambiguo y abstracto, y supuse que no tenía ganas de contarme lo que le había pasado. Estaba bien, nadie lo obligaba. —Ya aprenderás a regularte, eres aún muy joven —vaticiné, como si fuese todo un anciano experimentado. La tontería me arrancó una risa breve y estaba en esas cuando me zarandeó, acentuando brevemente el sonido. A ver, sí, que esto no era sobre él, ¿pero a quién le llovían los dramas encima? Solté el aire por la nariz, relajando el cuerpo, y regresé a sus ojos con una sonrisa cálida. —Me siento mejor, ya sabes, hablar contigo ayuda a poner las cosas en perspectiva —lo molesté sin malicia real y aflojé el peso en su dirección, aprovechando que a él lo sostenía la pared; básicamente me apoyé sobre su cuerpo y descansé la frente en su hombro—. Me siento mejor —repetí, en un susurro—. Gracias, Cay Cay.
Más que enlistar los embrollos que presenciaba por mí mismo o por aproximación quería darles un significado real, algo que no estaba logrando, todo estaba muy apelmazado, de allí que confesara que no sabía cómo explicarlo. También era cierto que no creía que debiera darle tanta importancia ahora mismo, no porque quisiera ocultárselo o restarle peso, solo creía que había tiempos para ciertas cosas. Sobre todo las que no tenía demasiado claras, aunque quizás la respuesta más sencilla fuese la correcta. Solo estaba asustado, como siempre. Del apellido, la sangre maldita y la supuesta neutralidad de estas paredes, de la gente desapareciendo y las emociones intensas. Quizás no fuese todo tan complicado como me lo parecía, pero también era cierto que con Ko podía descansar. El torbellino se detenía un rato, podía tomar oxígeno y funcionar mejor, con algo de claridad mental tal vez pudiera llegar a una conclusión más nítida. Puede que no estuviéramos en nuestro mejor potencial, pero creía que nos sentíamos un poco mejor y ya eso era algo. Cuando acuné su mejilla envolvió mi mano con la suya, había respirado hondo y cerrado los ojos, lo que dio la sensación de que se enfocaba en eso quizás para batear el resto de sensaciones. Conocía lo suficiente el miedo para saber que no desaparecía, solo se apagaba o se pausaba y había que lidiar con él así, en esa intermitencia, por eso si podía distraerlo al menos unos minutos era una pequeña ganancia. El recordatorio de que no dejaría que le pasara nada. —Ah, disculpe usted, señor Ishikawa. ¿Quiere una silla? ¿No le duele la espalda? —solté apenas un instante antes de zarandearlo, molestándolo por hablar como si fuese un viejo—. ¿La rodilla, tal vez? Nunca se me había ocurrido que tenía cierto imán para el desastre, me metía en embrollos con regularidad suficiente para cuestionar mi proceso de toma de decisiones, pero no había mucho que hacerle. Como no se me daba muy bien eso de solo aceptar lo que el mundo me daba, como me revolvía tanto incluso si no le pedía nada a nadie, suponía que quizás era una suerte de karma extraño. —En perspectiva dice, hablando con el intensito —señalé junto a una risa floja, él dejó ir el peso en mi dirección apoyándose sobre mí y lo envolví entre mis brazos de nuevo, su frente descansó en mi hombro—. Aquí estoy, Ko, aquí estoy. Aquí estaré siempre que me lo permitas y necesites, para lo que sea. Así es como funciona bien, ¿no? Cuando tú te quedas conmigo y yo me quedo contigo, así que no hay nada que agradecer. Subí una mano, la hundí con cuidado en el cabello de su nuca y lo acaricié suavemente. El pelito de nube me hizo cosquillas en el dorso de la mano. —Si quieres ir a otro lado te acompaño, ¿sí? Y si solo quieres quedarte aquí, nos quedamos. Yo te cuido —dije en voz baja, sin detener la caricia—. Puedo monologar si quieres, que se me da mejor de lo que parece, o puedes contarme si algo más te preocupa.
Cay se acompasó a mi broma y me molestó al respecto, arrancándome una risa liviana; sabía que había parecido un anciano. En casa también me molestaban al respecto, como si llevara atorada en el cuerpo una sabiduría heredada a través de las generaciones. Quizás así fuera, quién sabe. Seguía siendo un niño con sus líos y sus miedos, pero también creía comprender ciertas cosas de una forma diferente a la que solía ver. Asentí, divertido. —Por favor. Ya sabes lo que la humedad le hace a estos pobres huesos —complementé, aún con la risa colada en la voz, y la broma se evaporó en el aire. Acabé apoyando la frente en su hombro, mucho más tranquilo que antes, y me desinflé los pulmones al sentir que me abrazaba. Habló, lo escuché, acarició mi cabello y fui murmurando sonidos afirmativos conforme era necesario. Al final, cuando me presentó las opciones a mano, solté una risa floja. Mis brazos, hasta ahora en peso muerto, envolvieron su cintura y lo atrajeron a mí, despegándolo de la pared. Me quedé así un par de segundos, manteniendo firme el abrazo, hasta que lo liberé poco a poco y retrocedí para mirarlo. —Huele a... baño aquí —anoté, arrugando ligeramente la nariz, y sonreí—. No sé, había pensado regresar a mi clase ya, prefiero no rondar mucho los pasillos. ¿Quieres venir? La pregunta la hice un par de segundos después y medio de repente, al caer en cuenta de que quizá no interpretara mis palabras. A veces se me quedaba a medio camino la conexión entre lo que pensaba y lo que verbalizaba. —Creo que tengo unas galletitas de chocolate en la mochila —agregué, junto a una risa liviana. Había más preocupaciones apiladas, lo sabía, pero no me sentía cómodo ni me parecía correcto compartirlas con él. Contarle lo ocurrido con Emily implicaría llegar al evento central del incidente y, viendo cómo había afectado a la chica, prefería no tentar a la suerte. Con Cay me había liado, al fin y al cabo, y comenzaba a preguntarme hasta qué punto tenía derecho de revolver tanto mis amistades.
Me respondió la tontería de la silla, que yo sabía lo que la humedad le hacía a sus pobres huesos y todo el melodrama. Se me escapó una risa por la nariz, ni modo, y aunque la broma se disipó de la misma manera que había surgido murmuré una última cosa solo porque fue más fuerte que yo. —Sure, grandpa. El caso fue que lo volví a abrazar, hablé y me escuchó, como siempre. Mucho de lo que le decía a Ko era tan obvio como que el sol brillaba y daba calor, pero a veces los recordatorios no venían mal, sobre todo luego del tropiezo ese tan horrible del principio y viendo nuestras personalidades en general. Por eso él tenía que recordarme que estaba allí y yo que podía buscarme si me necesitaba; eran recordatorios en ambas direcciones porque al final del día nos conocíamos el uno al otro y esa era la única verdad. Le solté las opciones después del mini discurso, a él se le aflojó una risa y me rodeó la cintura, pegándome a él a la vez que me separaba de la pared. Apenas lo sentí afiancé un poco el abrazo también aunque ya era firme de por sí y lo estrujé con mucho cariño, como si fuese un niño pequeño o algo así. Solo lo dejé ir cuando percibí sus intenciones de soltarme, apuntó que olía a baño y volví a reír por lo bajo. Acabó por decidirse a volver a la clase, aunque al final preguntó un poco de la nada si quería ir con él, como si hubiese conectado neuronas de repente. Ofreció las galletas también como si hiciera falta el soborno y la cosa me hizo la debida cuota de gracia. Sonreí, pues porque me puso suavecito, estiré las manos hacia él, acuné su rostro por vete a saber cuánta vez ya y me incliné en su dirección. Le planté un beso en la frente y otro en la punta de la nariz antes de regresarle su espacio, momento que aproveché para volver a doblarme la manga de la camisa con la que le había limpiado el rostro. —Ko-chan y galletitas. Suena a combinación ganadora, ¿no crees? Aunque también suena a soborno —dije mientras hacía eso, tranquilo—. Voy contigo, claro. Puede que me oliera que habían más cosas dando vueltas, como él asumía que había más dándome vueltas a mí, pero si algo era cierto era que tampoco le sacaba las cosas con cuchara. No me gustaba obligarlo a nada, aceptaba lo que me brindara y lo que no, en su defecto siempre podía solo acompañarlo y ya, pues sabía que en este espacio conjunto tan siquiera podía sentirse tranquilo un rato. Era un privilegio que me pertenecía. Quizás su decisión de no contar el otro embrollo fuese, de hecho, inteligente en cierta medida. Hasta ahora había demostrado poder desconectarme de mí mismo a tiempo para evitar proyectar demasiado miedo hacia los otros, para sostenerlos aunque fuese solo estando allí y parloteando. Con Hubert con sus cacaos mentales, el salto de la torre y el intercambio, y ahora que había reseteado la cabeza para detener a Kohaku antes de que se me fuese a la mierda, porque de hecho ya el miedo se me había querido escapar del contenedor, pero no sabía hasta dónde llegaban los límites de esa capacidad. Al final del día seguía siendo un mocoso que no tenía muy claro lo que hacía. En cualquier caso, al separarme de Ko giré el cuerpo hacia la salida, corté la distancia y al estirar la mano para abrir un poco la puerta los ecos me rebotaron en el cuerpo. ¿Qué pasaba en el exterior donde ya no poseía control alguno? No había manera de saberlo, ni siquiera sabía si podía realmente comportarme, pero debía hacerlo. Tomé aire, lo solté con algo de fuerza y estiré la otra mano hacia Kohaku, sujeté la suya para acercarlo a mí y luego arrastré el contacto para enredarme a su brazo, dedicándole una sonrisa. No poseíamos control alguno sobre el mundo, pero no iba a dejarlo solo. Contenido oculto i had to
Contenido oculto: porque puedo obvio (? Había seguido dándole vueltas a lo que había estado por pasar en la sala de música, ayer le había contestado con un sticker de gato a Anna los mensajes de temprano y luego la cabeza me había seguido girando como helicóptero. No sabía muy bien qué hacer con la posibilidad o cómo, ni idea, ¿admitir que lo había querido? No había pretendido trastocar los límites y había terminado haciéndolo de todas maneras. Encima el clima era una porquería, llevaba lloviendo sin parar desde la madrugada y aquí en el culo del mundo el diluvio seguía. Cuando la campana sonó todo lo que supe era que necesitaba fumarme un cigarro y punto, así que me despedí de Jez y fui a los baños. Percibí el olor de la hierba y un segundo antes de que me metiera a uno de los cubículos, Dunn salió del último y me miró sin verme en realidad, lo había notado salir de clase minutos antes del campanazo y no le di importancia. Entré al cuadrante del que salió, escarbé en el bolsillo y suspiré al no encontrar el mechero. —¿Me prestas fuego, Cayden? —pregunté al escuchar que se lavaba las manos. No me contestó, terminó lo que hacía y entonces se materializó en la puerta extendiéndome un encendedor de ruedilla fucsia neón. El objeto me activó un engranaje olvidado en la memoria. —La primera vez que te hablé tenías uno igual —murmuré viendo el objeto, él insistió para que lo tomara. —Me gustan y así se desaparecen con menos frecuencia, excepto si se los presto a chicas. La respuesta fue plana, se me quedó mirando, así que encendí el cigarro para regresarle el mechero y fumé a velocidad, sentí el humo embotarme la cabeza. El cachorro guardó el encendedor casi con pereza, regresó sobre sus pasos y lo oí toser, con los pulmones cocinados, digamos que conocía bien el sonido. Podía aparentar ser un niño corriente en la escuela, pero se metía bastante humo, de la clase que fuese. —You good? —pregunté antes de que se fuera, incluso a sabiendas de que podría desbocarlo. —¿Cómo sigue todo con Anna? Ni siquiera disimuló el desvío de tema, solo hizo la pregunta y yo me rasqué la cabeza con la mano libre. No estábamos mal, no me lo parecía, pero las cosas seguían siendo un lío y eso iba a negarlo en realidad. Lo que no me quedó claro fue si preguntaba por el favor de mierda que había pedido en Taitō o porque quería saber, aunque fuese indirectamente, cómo estaba ella. Otro día habría pensado que la segunda, ahora no estaba demasiado seguro. —Se hace lo que se puede —respondí luego de darle una calada al cigarro y dudé, dudé un huevo y medio, ¿pero con quién iba a hablarlo si no? Arata era un cabrón—. Yo… el otro día almorzamos juntos, creo que jodí los límites. Dime que estoy loco, pero estuvo por besarme y ya no entiendo nada. —Lucky you —contestó, sarcástico que dio gusto, y me pareció notar que apoyaba la cadera en los lavamanos—. ¿Y? —¿Cómo que y? ¿Eres idiota? Se supone que trazamos un límite. —¿Estarías quemando neuronas si no quisieras el beso? Vamos, si vas a mentirte con tal descaro al menos ponle algo de esfuerzo. Invéntate algo mejor. —Pero- —Oh God forbid you say you wanted a kiss. What a crime. —De nuevo el sarcasmo, ahora revuelto con molestia. Bueno, eso me dejaba con dos cabrones—. Si lo querías pues que le den a los límites, ¿qué vas a perder si ya todo se te fue a la mierda de por sí? No estoy diciendo que la beses, obvio, digo que seas sincero, si pasó ella debe haberse comido la cabeza ya un rato. Razón no le faltaba, en eso se parecían de por sí. En su defecto, estaba siendo demasiado respondón y cualquiera podía verlo. —¿Otra vez desquitándote? Ya deja de buscar problemas- Suspiró de forma audible, harto, y entonces alguien más entró. No pude ver quién era porque la silueta se quedó congelada, en silencio, pero no hizo falta tampoco. Dunn reaccionó como si le hubieran quitado el bozal y metido una descarga eléctrica, el tono de su voz se dobló hacia la furia de inmediato. —No te atrevas a dirigirme la palabra. Lamento no haberte buscado y me arrepiento de no haber hecho nada, pero ya está. Aquí se acaba —escupió sin siquiera darle tiempo a decir nada—. No me hables a no ser que sea una cosa de vida o muerte. Siempre fuimos una mala combinación, pero últimamente es peor que nunca. Ya no te soporto, estoy cansado de hacer esta mierda, cansado de ti y de mí. Shimizu de nuevo, ¿no? Parecían una pareja con treinta años de casados, cada dos semanas estaban discutiendo por algo. Que la hostia que se comió en el parque, algo de Sasha, lo que Shimizu decía o hacía, lo que Cayden no, que Dios, María y José, ¿ahora qué pasaba con estos estúpidos? Gastaban más energía peleándose entre sí que en el resto de sus problemas. Uno con su viejo muerto y el otro con... con solo él sabría qué, como siempre. Además, ¿qué hacía yo comiéndome la ruptura de los maridos en vivo y a todo color? —Olviden también que la reunión de las Catacumbas pasó. Es un despropósito, ninguno de los tres sirve para nada ahora mismo, así que es mejor que cada uno siga con sus cosas. No les corresponde ya, he decidido quemar sus deudas por el bien de la integridad de todos. Renunció antes de empezar. Me asomé por la puerta del cubículo, Arata se había quedado de pie apenas unos pasos más allá de la entrada y habría jurado que estaba pálido. Cayden me arrojó el mechero apenas detectó que estaba en el área de alcance luego de habernos hablado a ambos, por suerte pude apañarlo, y se fue pisando con fuerza; al pasar junto a Arata pretendió alejarse de él tanto como el espacio se lo permitió, como si tuviera la peste y se la fuese a contagiar. El espectáculo me había dejado estaqueado en mi lugar, medio alcancé a estirar la mano para tirar las cenizas del tabaco al sanitario y le di una última calada profunda antes de usar la colilla para encender el siguiente cigarro. Caminé hacia Shimizu, se lo ofrecí y él lo tomó antes de desaparecer hacia el cubículo del fondo, no hice preguntas, no me ofrecí a quedarme con él ni pretendí ir detrás de Cayden, solo me largué con intenciones de comer algo y ver qué hacía con mis propios asuntos. Estos dos algún día acabarían matándose entre sí, incluso si ninguno quería traicionar al otro. No me apetecía ver los resultados, honestamente. Contenido oculto relleno puro y duro porque mis dados habían dicho Al + Cay hace varios días, pero lo postergué. Sumé a Arata porque no le puedo dar un segundo de paz (? dejo a Arata ahí tirado once again, memeo
La lluvia repiqueteaba con fuerza contra las ventanas conforme avanzaba por el pasillo, era un acompañamiento continuo y casi adormecedor que me había hecho la mañana bastante difícil. Qué ganas de estar metido en la cama con una taza de té, de verdad... Viré para ingresar al baño masculino mientras silbaba una canción en voz baja y me detuve un segundo, tanto mis movimientos como el sonido, al notar que la puerta del último cubículo estaba cerrada. Conservando las manos en los bolsillos, reanudé la melodía y me agaché con discreción para husmear los pies de quien estuviera dentro. ¿Por qué? Pues no estaba muy seguro, ¿me había pintado y ya? Mi objetivo había sido ese cubículo, cabía destacar, quizá... ¿ver sus pies me daría una pista de cuánto tardaría? En cualquier caso, me pareció reconocerlos. Otra vez, no sabía muy bien cómo. Sonreí, aún silbando, y con movimientos extremadamente silenciosos me colé en el cubículo de al lado. Me subí al retrete, alcancé el divisor con ambas manos y me puse en puntitas de pie, llegando a apoyar la barbilla en el borde superior de la placa. —Akkun —lo saludé desde allí arriba, muy risueño—. ¿Cómo estás?
En mi defensa, yo solo quería fumar y no podía salir a la maldita azotea, no estaba en mis planes encontrarme a ninguno de los dos aquí y menos a Cay. Recibí la bofeteada mental apenas verlo, luego no me dejó hablar y se me ocurrió, tal vez, que los dos estábamos siendo demasiado exagerados, que había otras maneras de solucionar esto. Las había, sí, pero yo había lanzado todas las soluciones sensatas por la borda, como un gato que tira los adornos de las repisas. Lo dejé irse, me evitó como si fuese a pegarle una infección, y Sonnen me alcanzó un cigarro encendido que recibí sin decirle una palabra, así desapareció con el mechero de Cayden como si nada. El cuervo no iba a preguntar, porque también debía estar harto de terminar siempre entre nuestros problemas de una manera u otra, y de todas formas no creía tener ganas de ponerme a contarle todo el embrollo. Me encerré en el cubículo, apoyé la espalda en uno de los laterales y me limité a fumar pues era a lo que había venido de por sí. Fue la melodía, ni siquiera fueron los pasos ajenos, pero digamos que tuve una corazonada de quién entrado luego de que Malhumorado Uno y Dos se fueran y algo se me atascó en el pecho. Obviamente fingí demencia encerrado en el cuadrante, al menos tanto como pude. Se había metido al otro cubículo, noté la sombra y alcé las cejas al ver el movimiento que no me dio pistas de lo que hacía hasta que la cabeza celeste se asomó por arriba, apoyando la barbilla en la división. Mantuve la expresión de incredulidad, le di una calada al cigarro y elegí el camino de siempre, el de hacerme el imbécil. Lo que había soltado el otro día lo involucraba directamente e incluso antes de eso, bueno, a Ko no le había dicho nada del desastre del viejo muerto, ¿para qué? —Reflexivo, supongo. Llevo algunas horas preguntándome qué hacemos en clase cuando deberíamos estar en casa durmiendo, ¿reunirías firmas conmigo para que nos dejen ir? —contesté soltando una tontería de inmediato y repasé sus facciones antes de permitirme una sonrisa—. ¿Tienes la costumbre de husmear en los baños ocupados, Ko-chan?
Apenas Arata alzó la mirada, a mí la sonrisa me cerró los ojos un momento. Fue un segundo saludo silencioso, si se quiere. Estaba de pie, apoyado contra uno de los divisores, y ahora que lo pensaba quizá debiera agradecer que no había estado fumando mientras cagaba o algo. Bueno, que a mí me daba igual, probablemente se habría convertido en una anécdota graciosa. —Por supuesto —afirmé al instante que sugirió la junta de firmas. Ya me estaba cansando de mantenerme de puntillas, pero noté que sostenía su atención sobre mí y esperé a lo que sea que planeara decir. Pestañeé y sonreí ante la tontería. —Sólo si es Akkun —repliqué, otra vez, al instante, y empecé a bajarme del retrete—. Reconocí tus pies, no me preguntes cómo, y te escuché fumando, así que pensé en saludarte. Entendía que aquello de andar reflexivo podía corresponder con la estupidez de las firmas, pero creía conocerlo lo suficiente para imaginar que la primera porción de su respuesta había sido más genuina que el resto. De todas formas, probablemente no preguntaría. ¿Cuándo lo había hecho, para empezar? Y si estaba aquí molestándolo quizá fuera porque yo también prefería pensar en otras cosas. Y no, por ejemplo, en el colgante de Anna que había encontrado donde Haru. Salí de mi propio cubículo e iba a empujar la puerta del suyo, pero por la gracia me paré muy erguido y golpeé tres veces, recogiendo los brazos tras mi espalda como todo un señor inglés.
Puede que fuese injusto y egoísta, no quise pensarlo demasiado, pero al ver cómo la sonrisa le cerraba los ojos me tranquilicé un poco. Era una suerte de superpoder que este niño siempre había tenido, aunque su eterna calma pasaba por distancia en cierta medida se proyectaba y sosegaba a los demás, incluso cuando no era yo el que necesitaba calmarme ahora mismo, ni siquiera debía merecerlo. Accedió con una facilidad ridícula a la idea de las firmas, escucharlo me sacó una risa que hizo que soltara el humo que tenía en los pulmones y su respuesta a lo de husmear en baños ocupados hizo que casi se transformara en una carcajada. Entre tanto se fue bajando de donde estaba subido y la idea de que me hubiese saludado a mitad de una meada me hizo demasiada gracia, si dabía ser sincero. —Sólo si es Akkun —repetí, con la risa mezclada en la voz—. No sé si sentirme honrado o preocupado de que un día me pesques en plena cagada. No podía darme más igual, creía que a él tampoco, pero no era yo si no contestaba una idiotez con otra del calibre. Pensé que solo me abriría la puerta, pero tocó tres veces y se me escapó una risa nasal, ni siquiera lo estaba mirando, pero sincronicé las neuronas sin saberlo y me ajusté el uniforme como si estuviera preparándome para recibir al Primer Ministro. Sostuve lo que me quedaba del cigarro en los labios, carraspeé y abrí la puerta de un movimiento fluido. —Pase, buen hombre —dije al volver a tomar el cigarrillo entre los dedos y eché un vistazo en el cuadrante—. Sabrá disculpar el desorden, no esperaba visitas, pero un caballero tan distinguido como usted siempre es bienvenido.
Mientras deshacía mi propia posición, su respuesta me alcanzó desde el cubículo continuo y me estiró la sonrisa, por lo que le respondí ya saliendo al pasillo. —Da igual, dudo que vaya a haber nada que no haya visto ya. A los dos nos era absolutamente indiferente, de ahí la gracia del asunto. De ahí, también, que nuestra relación jamás cambiara. Compartíamos clase y hablábamos cada muerte de obispo, pero ninguno de los dos pretendía ni exigía nada del otro, nos aceptábamos como éramos y ya. Sabía que en parte era egoísta recostarme en esa clase de tranquilidad, puede que incluso, al final del día, sólo se tratara de consentir mis defectos. Pero también creía que no había nada de malo en ello. Que mi amistad con Arata no necesitaba ningún tipo de arreglo. Entonces, no podíamos estar tan errados, ¿verdad? Esperé a que abriera la puerta y sostuve mi actuación de caballero, aún si quise reírme al ver que él había tenido la misma idea. Me recibió con el cigarro en la boca, de ahí subí a sus ojos y le eché un vistazo a su monoambiente. Me colé dentro del espacio, apoyando la espalda en uno de los divisores. —Acogedor, aunque... —Arrugué la nariz y estiré la mano, quitándole el cigarrillo para inspeccionarlo de cerca. Le di una pitada y fruncí el ceño—. ¿Qué haces fumando estas cosas? Se me cruzó el pensamiento intrusivo de arrojárselo al retrete, pero no tendía a ser así. Se lo regresé, pues, y abrí la cajita que llevaba en el bolsillo: contenía un par de porros liados y el mechero. Saqué uno de los porros y se lo ofrecí con una sonrisa serena. —Ko-chan al rescate~ Considéralo una cortesía por invitarme a tu hermosa morada.
La risa me duró algo más al oír su respuesta, porque tenía razón, y lo dejé morir allí. Fuera de la estupidez, lo demás era...Bueno, lo que había sido siempre, ¿no? Quizás nos metieras a todos en un saco y no saliera nada bueno al final, habitábamos una distancia que parecía funcionar en cierto porcentaje, con algunos más que con otros e incluso en los que no, siempre se volvía una suerte de hábito. Consentíamos huidas, ausencias, distancias y luego pretendíamos resetearlas o las manteníamos. Y lo que funcionaba, no lo modificábamos. ¿Hasta cuándo habitaríamos esta ilusión? Ko me miró, también a mi tan lujoso cubículo y luego entró, apoyándose en una de las divisiones. Describió el lugar como acogedor, solté una risa por la nariz y ni siquiera puse resistencia cuando me quitó el cigarro, le dio una pitada y después de fruncir el ceño me preguntó qué hacía fumando estas cosas. Sí, bueno, era otro daño colateral. —Han sido semanas complicadas, mi estimado, los vicios han sufrido en consecuencia. La vida es muy triste solo con tabaco. La queja fue medio en broma, medio en serio e incluso así mi tono no varió en una dirección que indicara que pasaba la gran cosa de trasfondo. Sabía que Ko no era estúpido, de hecho se daba cuenta de muchas cosas, allí en su distancia, pero las veces que recortaba el espacio para colarse entre ciertas paredes se contaban con los dedos de una mano. Estaba bien así, de hecho, ¿qué ganábamos de meternos demasiado en las vidas ajenas? Recordaba más cosas malas que buenas, aunque quizás eso era culpa mía, no de los que me rodeaban. Acepté el tabaco de vuelta, le di una calada y estuve por sacar la cajetilla, pero noté el movimiento del niño y me quedé esperando. Noté la cajita, su contenido y se me estiró una sonrisa satisfecha, recibí el porro como si me estuviera entregando un objeto sagrado, lo elevé con una mano y me acabé el cigarro a velocidad para aventar la colilla al retrete. —Ko-chan acaba de convertirse en Ko-sama —dije, aparentemente conmovido, y saqué el encendedor para prender el porro—. Ojalá que tus buenas acciones te regresen multiplicadas. Con el pequeño incendio empezado le di una calada profunda a la hierba, prácticamente me derretí contra la otra división y al soltar el humo mis ojos se suspendieron en cualquier lugar de la silueta de Kohaku. No creía que viniera aquí para otra cosa, así que extendí el porro hacia él sin disimular la diversión. —Era tu despampanante plan de día lluvioso, ¿o vas a decirme que venías a mear y te distraje?
Seguí captando retazos bajo las bromas de Arata, aún no me decidía qué hacer con ellos y, entre tanto, le ofrecí de mi cosecha. Ya que se andaba quejando de la vida basada en tabaco, pues mejor ahorrarle la prolongación del disgusto. Al menos, la aparición del porro pareció alegrarlo genuinamente y solté una risa por la nariz ante su show. Era un imbécil, siempre lo había sido. —Te faltó hacerle el coro de ángeles —bromeé, mientras lo encendía—. Si pudiéramos multiplicar algo, ojalá el vino, ¿no? Como ese borracho, Jesús. Él se echó contra el divisor de enfrente y yo me recargué un poco más, estirando las piernas; nuestros pies quedaron medio intercalados. Aguardé en silencio a que me pasara el porro y lo acepté, dándole una pitada modesta. Su comentario me estiró una sonrisa mientras contenía el humo. —Me habías robado el cubículo sagrado, así que tuve que incurrir en medidas de fuerza mayor —argumenté, extendiéndole el cigarro, y permeé mi sonrisa de un tono inocente—. Espero que mi compañía no te moleste~
Alegrarse tanto por un porro debía ser la representación de la sencillez o la de la decadencia, quizás de ambas, pero no importaba lo suficiente si debía ser sincero. Saltaba de un problema al otro como si de repente me hubiera inventado el parkour de desastres, también se valía alegrarse por las pequeñas cosas, ¿o no? —Porque claramente aquí el único capaz de hacer un coro de ángeles eres tú, por eso no lo hice. —La cosa del borracho de Jesús me hizo reír de nuevo y me pregunté a cuántos podría uno potencialmente ofender con esa frase—. Si lo dices así suena a que el borracho eres tú, Ko-chan, además de Jesús, claro. Noté que estiraba las piernas, así que la Suite Presidencial se reducía a tener los pies intercalados, y lo observé darle la pitada al porro. Al final me dijo que le había robado el cubículo sagrado forzándolo a tomar medidas y alcé las cejas, recibiendo el porro de regreso. Me sonreí, le di otra pitada y retuve el humo sin contestar nada de momento. —Supongo que la lluvia hace que el cubículo sagrado tenga más clientes de lo usual —dije sin motivo real, luego negué con la cabeza y le regresé la hierba otra vez—. Para nada. Insisto, mi estimado caballero, en que es un placer que viniera a visitar mis aposentos. Tuve que tragarme una risa en medio de la tontería, al final siempre se me escapó y relajé algo más de peso contra la superficie a mi espalda. —Hazme una actualización de tu vida, muchacho, tenemos tiempo y humo. Sabes que no puedo estar dos minutos en silencio, ¡va contra mi naturaleza!
Solté una risilla inocente en cuanto me encasquetó la responsabilidad coral y lo dejé correr, pues no me apetecía ni era mi estilo ponerme aquí a cantar por el bien del teatro. Reflexioné su segunda declaración, u ofensa más bien, pues ¿cómo se atrevía a tratarme de borracho? A mí, el magnífico salvador de sus pulmones. Claro que estaba el hecho de que a cambio le quemaba las neuronas, pero detalles, ¿no? Uno debía elegir cómo matarse. Me di cuenta que mis pensamientos estaban siendo más contundentes y oscuros que de costumbre y sonreí, como siempre. —Quizá no tanto por mí, pero conozco a un buen puñado de desgraciados que alabarían mi poder multiplicador de alcohol —repliqué, tranquilo, y le di un golpecito a la cara interna de su tobillo para que se diera por entendido—. El único problema es que eso nos dejaría con un Judas. Un gran presagio, la verdad. En lo que él fumaba, guardé las manos en los bolsillos y apoyé la cabeza en el divisor. Exhalé por la nariz con cierta pesadez, relajando el cuerpo, y mantuve los ojos sobre él. Su respuesta me curvó una sonrisa floja en los labios y tomé el porro de regreso. —Si es tu cubículo sagrado deberías rentarlo, le sacarías buena pasta. Te lo dice un hombre de negocios. —Lo señalé con la hierba y las cejas alzadas, y recién entonces le di la pitada; retuve, exhalé, y solté una risilla ante su demanda mientras me estiraba para darle el cigarro—. Ya no sé ni desde cuándo no hablábamos, déjame ver... ¿El campamento, tal vez? Arrugué el ceño, pues era como un mes y no tenía la menor idea qué tipo de resumen hacerle. Mi vida era la misma de siempre, y los líos donde me metí... Me encontré a mí mismo pensándolo dos veces, cosa que me sorprendió, y miré a Arata. Quizá fuera porque él me habilitaba un tipo de honestidad diferente, una más cruda e incluso desinteresada. No era que no le importáramos, sólo que su vida le daba una perspectiva diferente, ¿verdad? Cuando debías preocuparte por llegar a fin de mes y poner comida en la mesa, muchos dramas emocionales se licuaban; y quizá me sintiera cómodo allí. Se asemejaba más a mí. —Estuve vendiendo, barriendo el patio, procrastinando la tarea y follando —enlisté, con una sonrisa tranquila—. Ah, estuve ocupándome bastante con el club de música. Le enseño a Anna a tocar la guitarra. También me metí en algunos líos por... mi forma de ser, supongo, pero eso no es novedad. Bueno, casi nada de lo que te dije es novedad. Mi sonrisa se amplió ligeramente y lo señalé con la barbilla. La hierba empezaba a relajarme los músculos y el cerebro, podía sentirlo. —Tu turno, Akkun.
Sabía que nadie iba a ponerse aquí a cantar en pleno baño por un porro, incluso si sí parecía un milagro, pero pues no era yo sin decir tres estupideces en una frase. Que hablando de idioteces, luego lo llamé borracho sin una pizca de vergüenza y su respuesta, junto al golpe en el tobillo, bastaron para estirarme una sonrisa y cuando dijo la mierda del Judas algo se revolvió en direcciones algo erráticas. Recordé la noche de las Catacumbas, la suerte de invocación que significó, y que había usado la misma figura. La muy arriesgada suposición de que algo escapaba a nuestros radares. Quemaré al maldito Judas. —Porque habría que ser tonto para no alabar al que te convierte el agua en vino, obvio. Quizás desde hace mucho tiempo fuéramos, de hecho, el maldito borracho de Jesús y como tales íbamos a morir. La idea me alcanzó de ninguna parte, fue como si surgiera de un rincón oscuro sin conectarse con nada y si pude fingir demencia fue, ni idea, porque en eso me había titulado. No había que usar muchas neuronas para saber que había más información discurriendo en silencio y lo de las Catacumbas era un secreto, algo que había ocurrido y fingíamos que no. Dudaba mucho que Ko supiera que al otro estúpido se le había terminado de volar la pinza hasta el espacio, aunque quizás ya daba igual. —¿Rentarlo? —reboté como si no estuviera jugando basket mental con una pelota que ni siquiera cabía en la cesta—. Hombre, lo que podría cobrar yo por esta Suite en este colegio de ricachones. Podría quedar forrado en una semana. Recibí el cigarro de nuevo, le puse atención y asentí a la mención del campamento, la mierda parecía haber sido hace una eternidad ya. Esperé, volví a fumar y al recibir la mirada de Ko me limité a dedicarle una sonrisa. No era algo de lo que estuviera orgulloso del todo, pero entendía que algunas personas se permitían cierto nivel de sinceridad distinto conmigo, porque yo mismo no le daba suficiente importancia a algunas cosas y por eso cuando pelo de nube dio su resumen no me sorprendí en absoluto que fuese tanto escueto como honesto. —La vida de un rey, según veo —bromeé porque sí, tragándome de una risa—. Imagino que habrás hecho todo lo posible por evitar barrer el patio, si todavía eres el Ko-chan que todos amamos. Bueno, ahora también eres Ko-sensei, ¿seguro que puedes enseñar? ¿Tú, el que procrastina la tarea? Todo lo dije en broma, por supuesto. En todo caso, podría haberle regresado el porro, pero decidí darle otra calada y entonces sí estiré el brazo en su dirección. Quizás no debiera estar husmeando tanto, no en vistas de la cagada que me había mandado y ahora con esta confesión de pecados a medias, pero ni modo; lo pensé unos segundos, en lo que retenía y liberaba el humo, y al final abrí la boca. —¿Ya te metiste en problemas? —tanteé sin ponerme demasiado serio. Y yo que me lo había llevado puesto por rebote y el pobre todavía no lo sabía. Dejé la pregunta suspendida, sonreí cuando me tiró la reverse card del Uno y me encogí de hombros. Su resumen de hecho también servía para mi vida, si me ponía a analizarlo, así que traté de buscar algo más. Más que un viejo muerto, quería decir. —Todos los reyes deberíamos vivir igual, ¿no crees? —solté junto a una risa, ya sentía la cabeza algo más liviana—. Deberíamos hacer un bingo Shimizu-Ishikawa para cuando nos queramos poner al día, mi actualización no suena tan distinta a la tuya. Tampoco tengo novedades, paso metido en problemas marca Shimizu, como siempre, y que seguro podría evitar siendo menos hijo de puta, pero es lo que hay. A ver... Bueno, empecé a trabajar en un bar, eso es nuevo, creo, igual puede que me despidan porque la cagué, pero lo averiguaremos pronto. Problemas del Arata del futuro, como siempre.
—Con algo tengo que respaldar mi título, ¿no? —convine, junto a una risa floja—. Ya que ahora soy "Ko-sama". No puedo decepcionar a mis feligreses. La idea de rentar el cubículo le gustó, por supuesto, pero como eso no era ninguna novedad y tampoco había aportado nada diferente me limité a asentir, dándole la razón. Yo era de la idea que hacer dinero en este mundo no era tan difícil, aunque claro, lo sostenía desde un gran privilegio. En la calle tenía que cuidar lo que decía, que comer frente a los pobres era desde desconsiderado hasta peligroso, y en definitiva ¿qué podía saber yo, un niño de santuario que vivía en Chiyoda? Quizá pensaría diferente si el dinero de la hierba tuviera que ser para alimentar a mis hermanos y no para consentirme los caprichos. Tenía la vida de un rey, después de todo. Arata llevaba razón. Solté una risilla y me encogí de hombros, alegando una inocencia que realmente no poseía. —No, no, con el patio me puse bastante diligente. Ya me cansé de que obāsan me sacuda la escoba por la cabeza. —La duda de si podía enseñar no me ofendió, pero por la gracia fingí brevemente que sí—. Me va bien, de hecho. A mí también me sorprendió, pero al parecer se me da mejor de lo que todos esperábamos. Enseñar se trata de paciencia y observación, ¿no? Para adecuarte a tu alumno y establecer un ritmo. —Lo miré un par de segundos y la sonrisa se me estiró—. No que tú hayas sabido de eso, claro~ Haber puesto a Arata a educarnos había sido una idea cuanto menos arriesgada, puede que de las más demenciales que tuvo Kaoru. Pero vaya, mal tampoco había salido. Acabamos desarrollándonos bastante bien en nuestros rubros, ¿no? Y con más o menos coscorrones, me había pegado desde las enseñanzas hasta los vicios. Dejé la insinuación suspendida en el aire y vino la pregunta del millón. No estaba seguro si la haría, verdad. Quise soltar una risa, aunque prácticamente no tuvo sonido y estiré el brazo, demandando el porro en un gesto silencioso. —Ya me metí en problemas. No pasa con frecuencia, pero siempre puede fallar, ¿no? —respondí con el mismo nivel de seriedad, fumé y entrecerré brevemente los ojos, pensando el resto de la respuesta mientras exhalaba—. Soy malo poniendo límites, Akkun. Como yo no los necesito, tiendo a olvidarme que otras personas quizá sí. Y como realmente me cuesta entenderlo, no es un error del cual aprenda a la primera... ni a la segunda... ni a la tercera. Podría haber seguido, pero el punto se entendía. Me encogí de hombros y le regresé la hierba. La tontería de los reyes me estiró una sonrisa breve y su respuesta fue incluso más vaga que la mía. Arata metido en problemas no era novedad, cierto, y precisamente por eso destacaba el hecho de que pareciera afectarle. Por lo general se la sudaba. —¿Cómo que la cagaste? —indagué, riéndome un poco—. ¿Y qué bar es?
—No decepcionar a los feligreses dice —apañé junto a una risa y le di un toque en el pie con la punta del zapato—. ¿Dónde quedó la humildad, Ko-sama? Mi propia tontería me sostuvo la risa algunos segundos, pero no tardé en dejar el chiste de la humildad correr y seguimos con la conversación. Que atendía el patio con diligencia, que enseñar no se le daba mal, que enseñar era adecuarse al alumno y establecer un ritmo, que yo no sabía de eso; no me ofendía nada de lo que Ko o los demás pudieran decirme porque siempre era verdad, incluso si iba colado en una broma. Lo sabía, pero ahora me supo un poco amargo aunque me limité a reír por lo bajo. Kao, que era un loco de mierda juntando otros locos, me había puesto a la cabeza de un grupo de críos y al verlos ahora a veces me preguntaba si parte de sus errores actuales no provenían de allí también. No era tan estúpido, sabía que el tiempo que habían pasado conmigo no era tan importante como el que pasaban en sus casas, por ejemplo, o más importante que ciertas características de sus personalidades que se mostraban desde muy jóvenes, pero también había implicaciones. Les enseñé a observar y a huir. A no trazar límites y tener miedo de ir más allá. Cada uno elegía cómo matarse, mientras yo los condenaba por sus excesos, ciertos errores y demás, pero no eran diferentes a mí. Tal vez por eso o todo salía muy bien o muy mal, sin puntos intermedios, me echaba la vida lidiando con los ecos de mí mismo que encontraba en los cachorros, desde Ko, pasando por los Ootori hasta llegar a Cay. Ni siquiera debería poder juzgar a uno solo de ellos. —Me ofendes profundamente —atajé con la diversión pegada al tono—. Como sea, al menos saliste buen maestro para el tanuki. Luego quiero oír la serenata. Como fuese, hice pregunta del siglo, él me pidió el porro y se lo regresé, escuchando la respuesta que no me sorprendía ni un poco, después de todo había unido piezas en el aire desde antes de terminar aquí en el cubículo, al menos algunas de ellas. Entre que uno se ponía codicioso, otro que no disimulaba un carajo y mi habilidad para ver dónde joder a la gente, bueno, el trabajo se me hacía casi solo. Por lo que dijo y cómo, solo añadí otra posible persona al caldero y ya. —Diría que es más una certeza que una posibilidad —añadí con bastante resignación—, no que tú y yo comprendamos de certezas de todas formas. Es una cagada, no tanto para uno, sino para el resto, como siempre, pero supongo que se hace lo que se puede con las herramientas que se tienen que... No son muchas, claro. ¿Y? ¿Crees que puedes balancear el embrollo? La pregunta era necia cuando podíamos seguir infinitamente con la lista de que no aprendía ni a la cuarta, la quinta y seguir así hasta cansarnos, pero también creía que Ko era menos hijo de puta que yo. Incluso en su distancia, su falta de límites y sus cagadas, creía vislumbrar las chispas de afecto y preocupación genuinas, que se manifestaban de formas variadas. Le estaba enseñando guitarra a Hiradaira con la paciencia de un santo, me había contado de Chiasa y tantas otras cosas. No le pedí la hierba de regreso, pero él me la devolvió y solo la sostuve unos segundos, pues seguíamos aquí poniéndonos al día aunque ahora más en serio. Me llevé el cigarro a la boca, le di una pitada y se lo devolví. —Ah, un bar del lado pijo de Minato, dot&blue, Yuzu me hizo el favor de meterme. La cagada... pues tuve problemas en casa y se me salió todo de las manos. Estaba molesto y preocupado por mamá y los mocosos, el caso es que estuve bebiendo muchísimo, demasiado. Llegué a trabajar hasta el culo de alcohol y pues me mandaron a la mierda, que me limpiara antes de asomar la cara en el bar y luego veíamos qué pasaba —expliqué sin meterme en demasiados detalles—. Y por eso, en efecto, aplaudiría mucho que pudieras convertir el agua en vino. Había revivido el miedo visceral de Hikari de verme morir, le había dicho a Yuzu que se fuera a la mierda, había ofendido la memoria de Yako frente a ella y luego todo siguió cayendo en cámara lenta. Apareció la figura de Wickham, Sasha, el silencio de Cayden y quedé ciego, volviendo a joderlo todo cuando había hablado de cuidar mejor a las personas que apreciaba. —No aprendo a la primera, la segunda ni la tercera. Te sabes el cuento tan bien como yo. La risa que me permití fue algo más apagada, pero me dio lo mismo.
—Nunca fui precisamente humilde, Akkun —reconocí, riendo apenas—. Además, la humildad está sobrevalorada. ¿Qué tendrá de malo saber quién soy y cuánto puedo esperar a cambio? Obvio era broma, si de por sí me andaba criticando con el puñetero sama anexado, sólo me apeteció soltar la reflexión al aire porque... porque sí. No quería ser un mal amigo, no quería lastimar a nadie e intentaba actuar acorde, pero era complicado y de vez en cuando, cuando la frustración se apilaba, sí me daba algo de coraje. Me debatía constantemente entre aquello que se suponía debía ceder y dónde trazar el límite de mis propias demandas. ¿Por qué depositaban expectativas en mí? ¿Por qué lo hacían? ¿Estaba mal no pretenderlo? —Te toco cuando quieras —accedí, también fue una invitación y el doble sentido, por estúpido que fuera, me estiró la sonrisa a traición; no pude contenerme de agregar—: Y luego la guitarra. No me pesó que la conversación se tornara más seria, al menos no lo sentí así. Arata preguntó si podía balancear el embrollo y me encogí de hombros. —En realidad ya lo balanceé, creo, aunque tampoco fue que haya hecho la gran cosa. Básicamente me pidieron que fingiera demencia y en eso siempre me rifé, ¿no? —Carraspeé apenas, remojándome los labios—. No soy humilde, supongo, y no es mi estilo desviarme demasiado por... bueno, por nadie. —Fruncí el ceño—. Dices que es una cagada para el resto y tienes razón, pero ¿no es injusto también para nosotros? La constante sensación en la nuca de que lo que hacemos y lo que sentimos no es suficiente. Me contó del bar donde trabajaba, que la había cagado apareciéndose borracho como una cuba. Que Arata lo admitiera de ese modo me daba a entender que no se trataba de un exceso dentro de los estándares adolescentes y, tras haber alzado las cejas con cierta sorpresa, relajé el semblante. Me quedé pensando, observando la fina columna de humo del porro, y le di la pitada antes de que se apagara. Arata tenía problemas que yo jamás llegaría a comprender. La responsabilidad de sostener a sus hermanos, de llegar a fin de mes con su madre, de lidiar con la figura fantasmal de su padre. Era la clase de historias que oía con relativa frecuencia en la calle, lugar donde indiscutiblemente ostentaba una coronita. Me fundía entre las multitudes y sobrevivía a base de sonrisas, pero en el fondo sabía que no me correspondía meterme. No tenía el derecho, pues mi cuerpo no cargaba cicatrices. No las suyas, al menos. —En la repetición está la diferencia —solté de repente, me di cuenta que probablemente sonara extraño y se me coló una risa breve en la voz—. Ya no sé ni dónde lo leí. Suena contradictorio, pero no creo que lo sea del todo. En la repetición de las cagadas siempre hay una cierta diferencia, un factor que logramos atajar. El resto, lo que se desmorona una y otra vez... quizá debamos escucharlo. Quizás esa insistencia nos quiera decir algo. Que no funciona, que no es el momento, o que no tiene que ser. —Lo miré—. Si intentas correrte de las cagadas, algo habrá que se mantiene estable, ¿no? Eso también es importante. Le di otra calada a la hierba y se la extendí, para que se la acabara.