Baño de chicos (3° piso)

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 3 Diciembre 2020.

  1.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master sixteen k. gakkouer

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    Entendía el concepto de las versiones de nosotros que existían frente a los demás, me gustaba verlas como prototipos o características aisladas que tendían a potenciarse o diluirse dependiendo la otra persona; dependiendo sus expectativas, deseos y experiencias pasadas. Con todo, me gustaba creer que si juntábamos esa pila de versiones aparentemente incompletas acabaríamos consiguiendo un reflejo nítido de quienes éramos. Habría amor en algunas, rencor en otras, miedo, celos, enfado, admiración. Entendía, otra vez, que no fuera sencillo lidiar con eso y en especial para Cayden, quien parecía empeñado en buscar espejos.

    —Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros —murmuré, era una frase que había leído alguna vez en internet y desde entonces se ciñó a mi mente—. Imagino que topar con uno de tus reflejos desagradables, y que eso de pronto pase a cada rato, no debe ser gracioso. Pero no te están recordando quién eres, sólo están insistiendo sobre una de tus muchas verdades. Te apellidas Dunn, sí, pero no eres sólo eso. Además, el día que lo aceptes, Cay, dejará de pesar.

    Sabía que probablemente ya lo supiera, pero oírlo de vez en cuando tampoco sobraba. Llevaba un tiempo viéndolo y no creía que estuviera siendo capaz de escapar de las espirales donde acababa atorado desde... ¿desde siempre? Desde que nos habíamos reencontrado, al menos, y desde allí podía asumir. El gatillo podían ser diferentes eventos, pero todos acababan detonando las mismas minas. Era intenso y voluble como Anna, las heridas les dolían mucho y les costaba encontrar la salida de los laberintos. Me preocupaba un poco que se empeñara en hacerse daño por verdades que escapaban a su control, que insistiera, insistiera e insistiera allí.

    También sabía que era su proceso, que duraría lo que necesitara durar.

    Me agradeció por contárselo, esbocé una sonrisa suave y me incliné. Le corrí el cabello de la frente y deposité un beso allí, permaneciendo unos breves segundos sobre su piel antes de retroceder. Si me preocupaba decírselo era precisamente por esto, pero engañarlo o hacerme el loco no contribuía a nada. Al final del día entendía que cada quien era su propia persona y había un límite en el poder que teníamos sobre los demás.

    —¿Sólo es eso? —indagué, en voz baja, y le sonreí con cierto aire conciliador—. Te conozco un poco, Cay Cay, y esta clase de cosas suelen serte molestas o irritantes, pero no te dejan... atrofiado, como dijiste.
     
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    Me había quedado haciéndole mimos en el cabello porque me distraía, pero también porque quería y al pobre diablo de por sí no lo dejaba quieto un segundo, estaba visto desde que nos reencontramos. En cierta manera sabía que me tranquilizaba al hacerlo, también a él, así que no tenía por qué pensarlo tanto. No tenía que abrir grietas que nos separaran ni nada parecido, por más miedo que tuviera.

    Escuché lo que me dijo, sonó a frase de internet que ve uno a las dos de la tarde scrolleando y luego no se olvida, pero lo dejé explicarse mientras yo mismo le daba vueltas a la oración en la cabeza. Siguió sobre sus ideas, me recordó que no era solo un apellido y que cuando lo aceptara dejaría de pesar; no dudaba de la verdad de eso, pero llevarlo a la práctica costaba un huevo y medio. Me quedaba atascado cada media hora como un idiota a pesar de que intentaba no hacerlo.

    Estaba todavía dando vueltas en esas nociones y lo complicado que parecía pasar del decir al hacer cuando sentí que me apartó el pelo para dejarme el beso en la frente. Se quedó allí unos segundos, mis ojos acabaron en alguna parte de su cuello y pecho, y cuando retrocedió me le quedé mirando como un imbécil apenas encontré sus ojos de nuevo. Lo observé por si tenía que encontrar alguna anomalía, buscando más cosas fuera de lugar, pero también lo miré solo con liso y llano cariño. Como siempre, vaya.

    —No se valen las trampas esas de leernos la mente, ¿sabes? —repliqué sin una pizca de molestia como si no fuese yo el mismo que dijo que no le creyó el mensaje donde ponía que estaba bien—. Apaga la mononeurona, cloudy baby.

    La mano que había mantenido distraída en su cabello acunó su mejilla y con ese punto de contacto afianzado me estiré para dejarle un beso en la otra. Le di otro exactamente en el mismo lugar y finalmente retrocedí bajando la mano de su mejilla para descansarla en su hombro. Aprovechando los movimientos nos aparté del medio punto muerto donde estábamos, apoyé la espalda en la pared junto a la puerta y lo arrastré conmigo, aunque volví a distraer las manos en su uniforme sin objetivo más que ese. Quizás solo insistía en tocarlo para no olvidar que estaba allí.

    —No sé explicar muy bien el resto. La verdad es que venía aquí a esconderme un rato —confesé con bastante calma y ninguna de las dos cosas era mentira. Estaba la conversación con Arata, el favor del club sketchy, Sonnen en la mierda por su desastre con Anna, la niña volviendo y alegrándose por unas galletas tiesas, lo de Hubert igual o más confundido que yo, lo de Ilana, el tablón de la desgracia, Lombardi con su “se nota la peste que llevas encima” y la confesión en casa, no necesariamente en este orden, y seguro olvidaba más cosas—. Es como que usé demasiadas emociones en todas direcciones, por cosas buenas y malas, así que acabé confundido yo solo o muy cansado, desde que solté los trapos en la azotea estaba sintiendo todo con demasiada intensidad. Puede que haya sido un cretino con más personas, bueno, lo fui. ¿Crees que me acepten una carta de disculpas comunitaria? "A quien corresponda, perdón por la escena, mi neurona estaba conectada en el enchufe incorrecto. Puede cobrar una póliza por daño emocional en los próximos quince días".

    Solté el aire por la nariz, volví a sus hombros y lo zarandeé muy suavecito.

    This wasn’t about me —reclamé en voz baja, aunque me dio algo de risa y busqué sus ojos—. ¿Cómo te sientes ahora?
     
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    Gigi Blanche

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    Su primera respuesta fue una queja y la sonrisa me entrecerró los ojos, solté también el aire en una risa nasal. Supuse que ambos nos sentíamos un poco mejor, ¿no? Al menos quise creerlo. Me acunó la mejilla, parpadeé con lentitud y arrimé el rostro en dicha dirección, envolviendo su mano con la mía. Respiré hondo y cerré los ojos al recibir también sus besos, intentando aferrarme a esas sensaciones para dejar aparcado el miedo. Me dejé arrastrar, ya de paso, él descansó la espalda en la pared y nuestros pies acabaron intercalados.

    Me hizo cierta gracia que volviera a entretener las manos en mi uniforme, como si fuese un acto inconsciente que lo ayudaba a hilar sus ideas. No dije nada, claro, y lo escuché; al parecer su lista era demasiado larga para recapitularla exitosamente y pensé, me pregunté más bien, por qué siempre parecía tan propenso a meterse en los líos. Dijo haber usado demasiado sus emociones y también ¿confesó? haber sido un cretino con ciertas personas. Todo era extremadamente ambiguo y abstracto, y supuse que no tenía ganas de contarme lo que le había pasado. Estaba bien, nadie lo obligaba.

    —Ya aprenderás a regularte, eres aún muy joven —vaticiné, como si fuese todo un anciano experimentado.

    La tontería me arrancó una risa breve y estaba en esas cuando me zarandeó, acentuando brevemente el sonido. A ver, sí, que esto no era sobre él, ¿pero a quién le llovían los dramas encima? Solté el aire por la nariz, relajando el cuerpo, y regresé a sus ojos con una sonrisa cálida.

    —Me siento mejor, ya sabes, hablar contigo ayuda a poner las cosas en perspectiva —lo molesté sin malicia real y aflojé el peso en su dirección, aprovechando que a él lo sostenía la pared; básicamente me apoyé sobre su cuerpo y descansé la frente en su hombro—. Me siento mejor —repetí, en un susurro—. Gracias, Cay Cay.
     
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    Zireael

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    Más que enlistar los embrollos que presenciaba por mí mismo o por aproximación quería darles un significado real, algo que no estaba logrando, todo estaba muy apelmazado, de allí que confesara que no sabía cómo explicarlo. También era cierto que no creía que debiera darle tanta importancia ahora mismo, no porque quisiera ocultárselo o restarle peso, solo creía que había tiempos para ciertas cosas. Sobre todo las que no tenía demasiado claras, aunque quizás la respuesta más sencilla fuese la correcta.

    Solo estaba asustado, como siempre. Del apellido, la sangre maldita y la supuesta neutralidad de estas paredes, de la gente desapareciendo y las emociones intensas. Quizás no fuese todo tan complicado como me lo parecía, pero también era cierto que con Ko podía descansar. El torbellino se detenía un rato, podía tomar oxígeno y funcionar mejor, con algo de claridad mental tal vez pudiera llegar a una conclusión más nítida.

    Puede que no estuviéramos en nuestro mejor potencial, pero creía que nos sentíamos un poco mejor y ya eso era algo. Cuando acuné su mejilla envolvió mi mano con la suya, había respirado hondo y cerrado los ojos, lo que dio la sensación de que se enfocaba en eso quizás para batear el resto de sensaciones. Conocía lo suficiente el miedo para saber que no desaparecía, solo se apagaba o se pausaba y había que lidiar con él así, en esa intermitencia, por eso si podía distraerlo al menos unos minutos era una pequeña ganancia.

    El recordatorio de que no dejaría que le pasara nada.

    —Ah, disculpe usted, señor Ishikawa. ¿Quiere una silla? ¿No le duele la espalda? —solté apenas un instante antes de zarandearlo, molestándolo por hablar como si fuese un viejo—. ¿La rodilla, tal vez?

    Nunca se me había ocurrido que tenía cierto imán para el desastre, me metía en embrollos con regularidad suficiente para cuestionar mi proceso de toma de decisiones, pero no había mucho que hacerle. Como no se me daba muy bien eso de solo aceptar lo que el mundo me daba, como me revolvía tanto incluso si no le pedía nada a nadie, suponía que quizás era una suerte de karma extraño.

    —En perspectiva dice, hablando con el intensito —señalé junto a una risa floja, él dejó ir el peso en mi dirección apoyándose sobre mí y lo envolví entre mis brazos de nuevo, su frente descansó en mi hombro—. Aquí estoy, Ko, aquí estoy. Aquí estaré siempre que me lo permitas y necesites, para lo que sea. Así es como funciona bien, ¿no? Cuando tú te quedas conmigo y yo me quedo contigo, así que no hay nada que agradecer.

    Subí una mano, la hundí con cuidado en el cabello de su nuca y lo acaricié suavemente. El pelito de nube me hizo cosquillas en el dorso de la mano.

    —Si quieres ir a otro lado te acompaño, ¿sí? Y si solo quieres quedarte aquí, nos quedamos. Yo te cuido —dije en voz baja, sin detener la caricia—. Puedo monologar si quieres, que se me da mejor de lo que parece, o puedes contarme si algo más te preocupa.
     
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    Cay se acompasó a mi broma y me molestó al respecto, arrancándome una risa liviana; sabía que había parecido un anciano. En casa también me molestaban al respecto, como si llevara atorada en el cuerpo una sabiduría heredada a través de las generaciones. Quizás así fuera, quién sabe. Seguía siendo un niño con sus líos y sus miedos, pero también creía comprender ciertas cosas de una forma diferente a la que solía ver.

    Asentí, divertido.

    —Por favor. Ya sabes lo que la humedad le hace a estos pobres huesos —complementé, aún con la risa colada en la voz, y la broma se evaporó en el aire.

    Acabé apoyando la frente en su hombro, mucho más tranquilo que antes, y me desinflé los pulmones al sentir que me abrazaba. Habló, lo escuché, acarició mi cabello y fui murmurando sonidos afirmativos conforme era necesario. Al final, cuando me presentó las opciones a mano, solté una risa floja. Mis brazos, hasta ahora en peso muerto, envolvieron su cintura y lo atrajeron a mí, despegándolo de la pared. Me quedé así un par de segundos, manteniendo firme el abrazo, hasta que lo liberé poco a poco y retrocedí para mirarlo.

    —Huele a... baño aquí —anoté, arrugando ligeramente la nariz, y sonreí—. No sé, había pensado regresar a mi clase ya, prefiero no rondar mucho los pasillos. ¿Quieres venir?

    La pregunta la hice un par de segundos después y medio de repente, al caer en cuenta de que quizá no interpretara mis palabras. A veces se me quedaba a medio camino la conexión entre lo que pensaba y lo que verbalizaba.

    —Creo que tengo unas galletitas de chocolate en la mochila —agregué, junto a una risa liviana.

    Había más preocupaciones apiladas, lo sabía, pero no me sentía cómodo ni me parecía correcto compartirlas con él. Contarle lo ocurrido con Emily implicaría llegar al evento central del incidente y, viendo cómo había afectado a la chica, prefería no tentar a la suerte. Con Cay me había liado, al fin y al cabo, y comenzaba a preguntarme hasta qué punto tenía derecho de revolver tanto mis amistades.
     
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    Me respondió la tontería de la silla, que yo sabía lo que la humedad le hacía a sus pobres huesos y todo el melodrama. Se me escapó una risa por la nariz, ni modo, y aunque la broma se disipó de la misma manera que había surgido murmuré una última cosa solo porque fue más fuerte que yo.

    Sure, grandpa.

    El caso fue que lo volví a abrazar, hablé y me escuchó, como siempre. Mucho de lo que le decía a Ko era tan obvio como que el sol brillaba y daba calor, pero a veces los recordatorios no venían mal, sobre todo luego del tropiezo ese tan horrible del principio y viendo nuestras personalidades en general. Por eso él tenía que recordarme que estaba allí y yo que podía buscarme si me necesitaba; eran recordatorios en ambas direcciones porque al final del día nos conocíamos el uno al otro y esa era la única verdad.

    Le solté las opciones después del mini discurso, a él se le aflojó una risa y me rodeó la cintura, pegándome a él a la vez que me separaba de la pared. Apenas lo sentí afiancé un poco el abrazo también aunque ya era firme de por sí y lo estrujé con mucho cariño, como si fuese un niño pequeño o algo así. Solo lo dejé ir cuando percibí sus intenciones de soltarme, apuntó que olía a baño y volví a reír por lo bajo. Acabó por decidirse a volver a la clase, aunque al final preguntó un poco de la nada si quería ir con él, como si hubiese conectado neuronas de repente. Ofreció las galletas también como si hiciera falta el soborno y la cosa me hizo la debida cuota de gracia.

    Sonreí, pues porque me puso suavecito, estiré las manos hacia él, acuné su rostro por vete a saber cuánta vez ya y me incliné en su dirección. Le planté un beso en la frente y otro en la punta de la nariz antes de regresarle su espacio, momento que aproveché para volver a doblarme la manga de la camisa con la que le había limpiado el rostro.

    —Ko-chan y galletitas. Suena a combinación ganadora, ¿no crees? Aunque también suena a soborno —dije mientras hacía eso, tranquilo—. Voy contigo, claro.

    Puede que me oliera que habían más cosas dando vueltas, como él asumía que había más dándome vueltas a mí, pero si algo era cierto era que tampoco le sacaba las cosas con cuchara. No me gustaba obligarlo a nada, aceptaba lo que me brindara y lo que no, en su defecto siempre podía solo acompañarlo y ya, pues sabía que en este espacio conjunto tan siquiera podía sentirse tranquilo un rato. Era un privilegio que me pertenecía.

    Quizás su decisión de no contar el otro embrollo fuese, de hecho, inteligente en cierta medida. Hasta ahora había demostrado poder desconectarme de mí mismo a tiempo para evitar proyectar demasiado miedo hacia los otros, para sostenerlos aunque fuese solo estando allí y parloteando. Con Hubert con sus cacaos mentales, el salto de la torre y el intercambio, y ahora que había reseteado la cabeza para detener a Kohaku antes de que se me fuese a la mierda, porque de hecho ya el miedo se me había querido escapar del contenedor, pero no sabía hasta dónde llegaban los límites de esa capacidad. Al final del día seguía siendo un mocoso que no tenía muy claro lo que hacía.

    En cualquier caso, al separarme de Ko giré el cuerpo hacia la salida, corté la distancia y al estirar la mano para abrir un poco la puerta los ecos me rebotaron en el cuerpo. ¿Qué pasaba en el exterior donde ya no poseía control alguno? No había manera de saberlo, ni siquiera sabía si podía realmente comportarme, pero debía hacerlo. Tomé aire, lo solté con algo de fuerza y estiré la otra mano hacia Kohaku, sujeté la suya para acercarlo a mí y luego arrastré el contacto para enredarme a su brazo, dedicándole una sonrisa.

    No poseíamos control alguno sobre el mundo, pero no iba a dejarlo solo.


    i had to
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