Baño de chicas

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 23 Noviembre 2020.

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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master yes, and?

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    Obvio noté que Emi se ruborizó y eso, pero tampoco le concedí mayor relevancia. Me hizo reparar, de todas formas, por un instante en lo que estábamos haciendo. Lo repasé todo en busca de algún fallo, algo que pudiera corregir que quizá estuviera molestándole, aunque no encontré nada. A lo sumo acabé en los recuerdos del sábado. La ida al cine, los tragos del Krait, nuestro paseo por Kabukicho y... el parque.

    Una risa baja vibró en mi pecho al oírla y asentí.

    Same~

    Nos quedamos un buen rato así, había incluso cerrado los ojos sin darme cuenta, y los abrí de repente cuando Emily volvió a hablar. Alcé las cejas y me separé suavemente de ella, sin soltarle las manos.

    —Joder, sí. Bueno, ven a casa bien temprano y nos echamos una masterclass con unos videos de YouTube. También podemos ver alguna peli o algo, ya sabes. Día de chicas~

    Le guiñé un ojo, sonriente, y la jalé hacia la salida del baño que se nos iba a hacer tarde para las clases.

    Había una parte de mí que estaba jodidamente cansada, toda aquella energía me la había sacado vete a saber de dónde para dársela a Emily, para agradecerle y transmitirle al menos una brizna de lo que ella me había dado. Quería ser su fogata, así fuera cinco minutos.

    Ya podría echarme una siesta en la enfermería.
     
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    Me aparecí en la escuela con una precaución estúpida, como si todos quienes me rodeaban supieran precisamente que ayer me había ausentado y las razones precedentes. Era una tontería, claro, y por eso tomé aire y seguí caminando como si nada. Había logrado convencer a mamá de que estaba bien, no hacía falta que me acompañara a la escuela, además hacer eso le atrasaría terriblemente. El año pasado seguro habría usado todo como una gran excusa para ausentarme el tiempo que me diera la gana, pero en el Sakura había hecho amigos y bueno, digamos que ellos eran la razón que me había empujado fuera de la cama esa mañana.

    Aunque salir a la calle aún me diera un poco de miedo.

    Entre toda la tontería se me habían desordenado bastante las neuronas, lo suficiente para olvidar la carta que le había dejado a Altan en su casillero el lunes. Eso fue, claro, al menos hasta que ingresé al edificio y el recuerdo me llovió encima de repente. Me tensé, viendo en todas direcciones, y el impulso de vete a saber qué clase de pánico me arrojó directo a mi casillero. Lo estaba abriendo con la cabeza dirigida en una dirección totalmente diferente, llena de ruido, llena de sombras, y entonces lo vi. El sobre encima de la caja de daifukus encima de mis zapatos. Giré el cuello varias veces, como intentando confirmar si eso estaba allí desde ayer u hoy, pero no tardé demasiado en tomarlo. Primero fue el sobre, era oscuro y me recordó a los de la mascarada. Noté que llevaba algo adentro, algo con relieve, quería decir, y me cambié los zapatos a velocidad para agarrar también los daifukus y meterme al baño. Podría haberme esperado o subir a la clase, pero honestamente no lo razoné mucho.

    El cerebro se me reactivó una vez estuve sentada dentro de uno de los cubículos, como si todo lo demás lo hubiera hecho en automático. Tomé aire, repasando la textura del sobre con los dedos, y entonces lo abrí. Había dejado la caja en mi regazo. Lo primero que saqué era la mierda con relieve, pues porque me mataba la curiosidad. Mis dedos toparon con la textura de una cadena y la pellizqué, jalando hasta que el anillo apareció. Quedó meciéndose suavemente en el aire, frente a mis ojos, y no tardé ni dos segundos en reconocerlo. Vamos, si seguro me conocía todos sus anillos ya al dedillo, sólo que hasta ahora no lo pensaba. Deposité la alhaja en la palma de mi mano y, otra vez, repasé sus contornos. El mundo seguía en completo, absoluto silencio, ni siquiera oía mi propia respiración. Entonces dejé eso también en mi regazo, regresé al sobre y desdoblé la carta.

    Un sonido, limpio y claro, brotó de todas partes.

    Era su voz.

    Sonaba en mi cabeza como si lo tuviera allí enfrente, diciéndome las cosas importantes con su cara de poker de toda la vida. Como siempre hacía, quería decir, porque a Al no se le daba muy bien eso de hablar de sus sentimientos. Se las apañaba mejor preguntándome cómo estaba, esperándome, enviándome stickers de gatitos o rodeándome con sus brazos. Lo encontraba en sus ojos, incluso, en los pozos negros donde creía reconocer destellos azulados, como si las estrellas bajaran del cielo para chapotear en la superficie de un océano de petróleo. Su cariño estaba en todas partes, bien lo sabía yo, ¿pero hablar de eso?

    Dios, cariño, se te da fatal.

    Por el contenido de la carta pude deducir que estaba en mi casillero desde ayer, y ya la emoción que se me había atorado en la garganta se abrió paso para empañarme los ojos. Apenas la iba empezando y ahí estaba, moqueando como imbécil, pero fue imposible de otra manera.

    Fuego nacido de la madera quemada.

    ¿Sierema? ¿Qué mierda es eso?

    Anna: 0.5, ¿huh? Ya vas a ver.

    El torpedo en el culo, los juguitos y el ataque de asma.

    Dos semanas, en efecto. Pedazo de estúpidos.

    Tenemos una máquina en el centro del pecho.

    Su abuelo y su papá.

    ¿Otra vez con migraña, cielo?

    Violinista. No, no lo sabía.

    ¿Un mini Al intentando tocar el violín? Ay, por favor.

    Artista.

    Una suerte de epifanía.

    Eres el corazón de mi máquina.
    No era un llanto violento ni abrumador, no buscaba ahogarme o robarse hasta mi última pizca de energía. Las lágrimas sólo fluían, fluían y fluían sin demandar ni exigir más que el simple espacio para brotar, deslizarse y caer. Me empañaban un poco la vista de vez en cuando, tenía que parpadear con ganas para seguir leyendo, y sentí una paz tan inmensa en el corazón que sólo pude cerrar los ojos y arrimar las hojas a mi pecho, presionándolas. No con fuerza, pero sí firmeza. Me incliné ligeramente hacia adelante, sentí mis propios latidos abrirse paso a través de la ropa, a través del papel, de sus palabras, y sollocé en voz baja. No tenía idea que él había hecho algo muy parecido con mi carta.

    Era eso, ese maldito corazón.

    Estaba dispuesta a arrancármelo del pecho si hacía falta.

    Si era lo que él necesitaba.

    Me quedé allí unos cuantos segundos, inmóvil, con su voz aún rebotando entre los huecos. Tintando el silencio. Al final abrí los ojos, encontrándome la caja de daifukus, y la abrí para darle un mordisco a uno. El sabor a durazno me inundó la boca y volví a llorar con ganas, tapándome el rostro con el antebrazo. Ni siquiera sabía lo que sentía, no exactamente, sólo que era emoción pura y sentí la necesidad repentina, abrumadora, de verlo. Tuve el impulso de enviarle un mensaje para pedirle que me esperara en alguna parte, mi mano de hecho se dirigió a mi bolsillo, pero me detuve a medio camino y chasqueé la lengua.

    Mierda, cierto.

    Doblé la carta con cuidado y la regresé a su sobre, la cadenita con el anillo me la guardé en el bolsillo y encastré la tapa de la caja antes de salir del cubículo. Dejé las cosas al borde del lavabo, me sequé un poco las lágrimas y dudé, dudé muchísimo al notar que me había corrido un poco la base. El cerebro no me daba para tantas precauciones y encima me había dejado el maquillaje en casa, creyendo que no iría a necesitarlo. Que este idiota no me haría llorar como cría a las ocho de la mañana. Me acerqué al espejo, corriéndome el flequillo para que no hiciera sombra, y me repasé la piel con la yema de los dedos. Se la notaba ligeramente morada en el pómulo y la sien del lado derecho, pero tampoco planeaba ocultarle lo que había pasado, ¿verdad? Es decir, eventualmente se enteraría. Más si ya me había escrito al móvil o algo.

    Dios, me había dejado todo eso en el casillero y seguía sin saber nada de mí. ¿Y si pensaba que no me había gustado?

    Necesitaba hacérselo saber, joder, y eso fue lo que ganó en la balanza. Me solté el cabello de la coleta y lo acomodé sobre mis hombros, cosa de que al menos tapara la sien, y salí del baño en dirección a los casilleros. A ver si lograba dar con él antes de que subiera a su clase o algo.


    pedazo de tocho que era absolutamente necesario, si me preguntan

    ahora wa postear en los casilleros *nyooom* no sabía honestamente si Anna iba a buscarlo o no, pero no pude controlarla
     
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado fifteen k. gakkouer

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    No supe definir en qué momento había pasado de estar en el patio a acabar rodeada de los cubículos del baño, pero para cuando me quise dar cuenta de ello, me pareció que ya había pasado un buen rato dentro de la estancia. Vi a Kashya plantada justo delante de mí, lo que me permitió procesar parte de lo que había sucedido, y pestañeé un par de veces mientras terminaba de enfocar mi atención, pretendiendo imponerme una sonrisa en cuanto tuve la oportunidad.

    —Estoy bien —le solté, algo atropellada, a pesar de que la chica en ningún momento me preguntó nada.

    Estaba mintiendo, también, y eso que sabía que no había manera de colarle una mentira de ese estilo a alguien como Kashya. Siguió sin decir nada, cosa que no me sorprendió en lo más mínimo, y, tras un par de segundos más, finalmente me permití soltar un suspiro pesado mientras hacía desaparecer la sonrisa. Objetivamente hablando no estaba nada bien, pero era completamente estúpido, porque no tenía derecho a sentirme así y lo sabía mejor que nadie.

    >>Dios, soy patética... —murmuré derrotada, llevándome las manos al rostro.

    No me esperé en lo más mínimo notar como unos brazos me rodeaban y, a pesar de lo obvio, mucho menos esperé que la persona que me estuviera abrazando en esos momentos fuera Kashya; ella, que era quizás la persona más analítica que podía conocer, estaba apelando a su lado más sentimental (en su extremo, posiblemente) para intentar consolarme, y a mí, por supuesto, no me quedó más que corresponderle al abrazo.

    Era estúpido, porque procuraba no darle importancia a mis propios sentimientos para corresponder a lo que los demás podían esperar de mí, pero eso no había evitado que siguiera sintiéndolo todo con una intensidad absurda. Me había pasado con Katrina, con Joey, con Kohaku e incluso con Anna, y ahora no tenía ni idea de qué hacer con el embrollo que tenía clavado en el pecho.

    Porque había visto a Kohaku besar a Sugawara, irse con otra chica pelirroja también, había visto a Anna bailar con Altan, y no tenía derecho a sentirme celosa por nada, pero lo hacía constantemente.

    Y nunca dejaba de doler.
     
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