Baño de chicas (Primera planta)

Tema en 'Primera planta' iniciado por Yugen, 3 Diciembre 2020.

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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Los baños de chicas del Sakura Gakkuen. Son amplios, con cubículos cerrados y lavabos con espejo. El pequeño ventanuco del fondo permite la entrada de luz natural.

    [​IMG]

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    Gigi Blanche

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    You're dislocated, don't be like that
    And you smile when you dive in like you're never coming back
    So hold my body, hold my breath
    See your face when I black out
    I'm never coming back
    Anna dark mode.png

    Creo que siempre esperaré cosas de los demás, aunque me empeñe en negarlo. No siempre nos movemos dentro de la absoluta honestidad, de hecho casi nunca le arrojamos luz blanca a nuestras acciones, a nuestras palabras e intenciones. O quizá sea yo la retorcida, quién sabe. No podía achacarle la volatilidad de mi carácter al fuego que cargaba dentro, porque cuando las llamas se asfixiaban y el agua las barría, dejando un insignificante, grisáceo puñado de brasas y cenizas, seguía siendo la misma. Igual de errática, igual de contradictoria y egoísta. Sólo que a oscuras.

    El incendio podía destruirme pero pese a todo me iluminaba lo suficiente el camino para elegir.

    Sin él, no hacía más que andar a tientas.

    ¿Y qué ocurría tras acostumbrarse a esa oscuridad, tras asimilarla? Todo desaparecía. El mundo perdía su forma, sus sabores, colores y sonidos. Perdía su música, la luz del sol, la alegría de un niño pequeño y el rocío de la mañana bajo los pies descalzos. Perdía la calidez de un amor tierno, del café humeante de mamá, de amanecer con Berta pegada a mis piernas. Vaya, lo perdía todo.

    Eventualmente, hasta el miedo desaparecía.

    Pero aún no era el caso, y por eso seguía esperando cosas de los demás. Sólo tuve que cruzar el pasillo para alcanzar la puerta del baño y la cerré con la espalda, a cámara lenta. Oí mi respiración, el silencio y el eco entre las paredes de azulejo. Vi la luz colándose por el ventanuco pegado al techo, bañando los lavabos y cubículos de una bruma pálida, y vi mis manos. No podía dejar de mirarlas.

    Arrastré los pies hasta un grifo y presioné el botón para recibir jabón líquido. La disrupción del chorro de agua me obligó a pestañear, se coló entre mis hendijas y revolvió el ruido blanco con la fuerza de un tornado. El primer contacto fue frío, casi helado, y lo forcé sobre mi cuerpo. El estómago me dio un vuelco y empecé a fregar.

    Fregar.

    Fregar.

    Fregar.

    Hasta quemarme la piel, hasta forzar sobre mí la chispa de fuego y ser capaz de barrer la oscuridad. No sé en qué momento comencé a sollozar, como un animalillo herido.

    Fregar.

    Fregar.

    Fregar.

    Busqué más jabón de un golpe seco y su aroma me inundó las fosas nasales, aunque no era suficiente para quitarme de encima el hedor a sangre fresca y vieja, a cigarros, gasolina, metal y caños de escape. Presioné y presioné y presioné el botón, el líquido era de un anaranjado oscuro. El agua se pegó a los bordes de mi ropa y el lavabo se tiñó de rojo, cada vez más y más cerca del borde. Las cañerías debían estar tapadas y el chorro era demasiado intrusivo, golpeaba con fuerza. Pero no dolía ni amorataba.

    Fregar.

    Fregar.

    Fregar.

    Dolía, ¿no? Aún me balanceaba peligrosamente entre ambos mundos, sobre el vacío, y dolía muchísimo. Altan había dicho que ser trapecista me pegaba, era una loca de mierda y lo sabía, como si sólo consiguiera sentirme viva al borde de la muerte. Siempre jalando la cuerda, siempre oscilando e incluso así, nunca era mi sangre.

    Nunca,

    nunca

    nunca era mi sangre.

    Mis manos ya estaban más que limpias, claro, y aunque las lágrimas no corrieran seguí sollozando cuando alcancé el grifo y lo apreté fuertemente, como si buscara frenar el flujo de agua estrangulándolo. Con maña. Recién entonces vi mi reflejo y hacerlo me arrancó una sonrisa tiesa, pálida, casi repugnante. No había nada.

    No veía nada.

    Alcé el puño, lo seguí a través del espejo y lo presioné sin fuerza contra el cristal. Las gotitas manchadas de rojo, como agua de acuarela, discurrieron por mi muñeca y las oí repiquetear en la pequeña laguna del lavabo. Observé la imagen con una intensidad estúpida pero sin el menor esbozo de emoción, como si presenciara el comportamiento de una hormiga o como si la jodida manía de una hiena me hubiera arrebatado mi fuego. Separé el puño del espejo suavemente y volví a impactarlo, sin fuerza. Y otra, y otra vez.

    Era una protesta inerme.

    Eran las lágrimas que no caían.

    No tenía forma de enterarme sobre la maldición de los Middel, esa que Bleke no conseguía sacarse de la cabeza, pero de haberlo sabido probablemente habría encontrado las similitudes. Ahí estaba la oscura, fría y eterna calma de quien ya ha asumido que está condenado, que resistirse es fútil. Que sólo queda habituarse a la oscuridad hasta que ya no de miedo.

    Hasta que la apatía sea el único bote salvavidas en medio del océano.

    Bajé el puño no por nada en particular, le permití relajarse y deslizarse sobre la superficie del espejo hasta que la punta de mis dedos regresó a la laguna roja. ¿Quizás había intentado acoplarme a Kurosawa? ¿O simplemente ya nos habíamos sincronizado? Tampoco tenía idea de sus cualidades de ave lira, que en definitiva bastante se parecían a las máscaras que moldeaba para camuflarme entre diferentes animales. Insistí en mi reflejo pero aún nada había allí.

    Nada en absoluto.

    Deslicé la mirada hacia el agua, era hasta estético si lo analizaba con frialdad. Llevé ambas manos atrás, ahora limpias, ahora mojadas, para sujetarme el cabello con una liga. Me jaló un poco y fue casi reconfortante. Luego rodeé los bordes del lavabo con los dedos, presioné y la sangre desapareció de ellos.

    Cerré los ojos,

    tomé aire,

    y me hundí en la sangre de alguien más.

    Fear of the water.

    El cielo sin estrellas fue lo último que divisé antes de hundirme.

    Un negro absoluto, la boca de lobo, cerniéndose por sobre los brazos invisibles que me succionaron con la fuerza de un tornado.

    Me arrastraron hasta el fondo de mi propia mierda.

    Y todo desapareció.

    No respiro.

    No oía nada.

    No respiro.

    No veía nada.

    No respiro.

    Sólo era yo y mis errores.

    Apagón.

    Salí de golpe, boqueando por aire, y las rodillas se vencieron bajo mi peso. Me derribé y dejé caer la frente sobre el cuello del lavabo. La cerámica estaba fría y sollocé con fuerza, la saliva se me atoró en la garganta, pero no pude llorar. El eco regresó, el repiqueteo de las gotas también, que se deslizaron por mis pestañas y me empañaron con frío, bruma y silencio. ¿Qué pretendía? No lo sé, ¿deshacer la oscuridad? ¿Buscaba quemarme? ¿Ahogarme? ¿Quería sentir algo en absoluto?

    Estábamos condenados, y quizá prefiriera asfixiarme en mi propio veneno, en la sangre de alguien más, antes de ser un maldito peón.

    Me incorporé, no sé cómo ni cuándo, pero lo hice y volví a alcanzar el grifo para limpiarme la cara de los restos de agua roja. Me había empapado el flequillo y me daba igual. Observé la laguna, luego mi reflejo, y los parchones de oscuridad navegaron aquí y allá.

    No.

    Nada.

    Como fuera, retrocedí hasta dar con el soporte de un divisor y me sequé las manos en la falda antes de agarrar el móvil. Me llevó unos segundos organizar las ideas pero fue curiosamente fácil. Primero, Konoe.

    Eh, Suzu, hoy no regresaste a la enfermería 08:27
    Está todo bien? 08:27

    Luego, Kohaku.

    Oye 08:27
    Te pediré algo extraño y tiene que quedar aquí, vale? 08:27
    Hoy fíjate de almorzar con Al, por favor 08:28
    Creo que le hará bien tu compañía 08:28

    Aún esperaba cosas de la gente, y una gran parte de mí había deseado que Al me detuviera antes de abandonar la enfermería. Pero no lo hizo y estaba bien, porque lo había apartado a consciencia, lo había arrojado junto a sus princesas y siempre era yo, al final del día, la que se echaba las desgracias encima. Lo había apartado porque estaba aterrada y no habría soportado que fuera él quien me apartase primero.

    Cobarde de mierda.

    Regresé el aparato al bolsillo, despegué la espalda del cubículo y me sequé un poco la cara con las mangas de la camisa antes de dirigirme hacia la salida. En los puños aún se notaba, si prestaba atención, el vaho difuso de lo que jamás debería manchar un maldito uniforme escolar. Al cruzar la puerta arrastré la liga por mi cabello y la cascada carbón se meció a un ritmo inusitadamente calmo, templado, apacible.

    Neutro.

    Grisáceo.

    Muerto.

    desde ya agradezco a las almas que se hayan comido este pedazo de meltdown bíblico *sips tea y les da muchos besitos*
     
    Última edición: 4 Diciembre 2020
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    Kaisa Morinachi

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    El primer llamado le llegó como ruido blanco, pero el segundo fue tan claro que no solo lo sintió atravesar sus oídos, también su corazón, costillas y pecho. La voz de Yukie, aquella chica con la que a ratos se reflejaba, se había dado paso a través de los murmullos de la gente.

    A través de su timidez, inseguridades y ansiedad.

    Aquello le sacó los primeros hipidos, intentando detenerlos de inmediato, justo antes de echar a correr por los pasillos. Sólo veía el suelo, con suerte esquivaba a los que tenía en frente, habrá chocado con unos dos y recibió un grito a causa de ello, uno que no logró procesar. Sus pasos veloces, a pesar de que era nula para el ejercicio, avanzaron hasta el primer piso, sin siquiera detenerse cuando abrió la puerta del baño de golpe.

    Otra vez ese ceño fruncido, esa furia impostada. No pareció importarle las miradas extrañadas de las dos chicas adentro, se direccionó rápida al penúltimo cubículo y azotó nuevamente la puerta, escondiéndose dentro. Sus facciones no demoraron en perder cualquier rastro de ira, dando paso a la impotencia y pena, mientras gimoteaba aferrada al pestillo de la puerta sin poder contener los movimientos involuntarios del llanto. Se quedó unos segundos ahí, de pie, con quejidos aún bajos y la mano desocupada empuñada, sintiendo su pecho subir y bajar arrítmico. Se limpió un par de lágrimas con la izquierda, cerrando al fin el pestillo y dejándose caer sin cuidado sobre el retrete.

    Sus manos apretaron con fuerzas sus rodillas, mientras que los quejidos y gimoteos se transformaban en verdaderos sollozos, cada vez más sonoros. Cuando escuchó el primer monosílabo fuerte alzó la cabeza al techo un momento, sintiendo las lágrimas escurrir rápidas por su perfil, para luego subir los pies a la taza y hacerse bolita ahí arriba, a pesar de que su tamaño se lo dificultara. La puerta de entrada sonó, apenas fue consciente que las otras dos chicas ya se habían marchado, haciendo la vista gorda ante los problemas de desconocidos, como solía pasar en su anterior escuela, comprobando que el Sakura no era una excepción a la regla.

    Lloró, jadeó, se quejó y hasta masculló un par de cosas, liberando toda la energía que tenía contenida, quién sabe por cuanto tiempo. Y es que ahí radicaba el problema, en esos mismos instantes su cabeza estaba en blanco, incapaz de procesar algo. Sólo convulsionaba, se desahogaba, como hace tantos meses que no hacía, como si todas las penas de la última estación fueran liberadas a la vez.

    La separación de sus padres, el cambio de hogar, las nuevas responsabilidades.

    El miedo de no enterarse de nada, la impotencia por no poder hacer algo, la frustración cada vez que fallaba.

    Hasta ella llegó a pensar que cada día se volvía más alegre y pacífico, pero otra vez su mundo parecía estar echo de naipes, vulnerable al más pequeño estímulo. Tan solo una ilusión. Siguió llorando, bajando a ratos de intensidad, solo para volver con más fuerza al sentir el dolor. Por ser una miedosa, dependiente y débil, sin nada a destacar. Sólo estaba, comía, dormía, disfrutaba de un par de partidas y con suerte procuraba no repetir año.

    Una carga que lo único que sabía hacer era preocupar a los demás.

    Soltó un suspiro tembloroso, tras pasar unos cuantos minutos liberando el revoltijo de emociones, respirando con profundidad, agotada. La cabeza le palpitaba, sentía su cuerpo caliente y aún así la invadía un sentimiento frío. Tensó los labios, mientras la bruma de emociones daban un estrecho espacio para sus pensamientos.

    Para intentar razonar qué diablos había pasado. Apegó aún más las piernas a su pecho, entornando los ojos.

    Había sido injusta, ¿no? Todo empezó debido a que el condenado chico lobo no se había aparecido, y a pesar de que Shiori no lo externalizó, de alguna forma había sentido su preocupación. Puede que ni siquiera siendo consciente, como si ya sintiera por costumbre que Shiori, quien siempre cuidaba de ella tratándola como mucho amor, iba a preocuparse de sobremanera al no encontrar a su chico, quién pudo haber faltado o atrasado por cualquier motivo, como haberse enfermado por la lluvia del día de ayer o no alcanzar el transporte.
    En la cabeza de Nagi era imposible que entrara la verdadera causa.

    Y luego siguió la herida, aquella que se le hacía tan irreal que llegó a dudar de las palabras de su amiga. Había dudado de Shiori, aquella a la que veía incapaz de mentir, al menos hasta que confirmó su relación con Hiroki.

    Sintió la boca amarga de solo pensarlo, como el solo hecho de que tuvieran una relación había encendido todas sus alertas, aquellas que ni siquiera tenía cuando Natsume vivió el caos en silencio. Aquellas que nacieron con ese caos.

    Escondió la cabeza entre sus piernas y torso, volviendo a un sollozo bajo otra vez, arrepentida y sumamente avergonzada por haber descargado sus miedos y frustraciones con quien le había brindado más calidez y protección en esos últimos meses.

    Tan miserable era que aún en esos momentos había tenido la esperanza, el deseo, de que la chica hubiera ido en su búsqueda, pero pasaron más de siete minutos y no llegó.

    Y otra vez se preocupaba, porque era incapaz de imaginar que la chica se hubiera pasado por alto toda su actitud, que hubiera optado por no hacer nada. Pues al final, ella lo hacía todo.

    ¿Desde cuándo te escondes como yo, Shiori?
     
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    Yugen

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    Se había dejado arrastrar casi por instinto. Nagi había dicho que iría al baño pero en su situación bien podría haber sido una excusa y haber ido a cualquier otro lugar de la academia. Estaba notablemente crispada y tensa. Había comido casi atragantándose y en cierta forma había logrado verse reflejada en ella. La ansiedad y la angustia eran las misma pero ambas reaccionaban de forma distinta a las mismas circunstancias.

    Eran muy similares a su propia manera.

    Sin embargo, sin tener claro si aquella suposición era cierta o no lo primero que hizo fue revisar los baños. El de la planta baja fue el primero. Nada más entrar y aunque los cristales habían sido recogidos y las gotas de sangre limpiadas, se percató de que había sucedido algo.

    —¡Ah!

    Se le escapó una exclamación ahogada.

    Uno de los espejos estaba roto. Era como si alguien en un ataque de ira repentina lo hubiese golpeado hasta destrozarlo. A su mente acudió sin permiso la imagen de la venda en la mano de Kurosawa. Un presentimiento extraño le sacudió el cuerpo. ¿Era posible siquiera? Shiori era tan cálida, tan maternal. Parecía incapaz de algo semejante. Comprobó el espejo con ojos desencajados, conmocionada. Tal vez solo estaba haciendo suposiciones precipitadas. Fuera cual fuese el caso, Nagi no estaba allí. Había llamado a cada uno de los cubículos sin obtener respuesta.

    Todos estaban vacíos.

    Sintió aquella sensación angustiante acrecentarse y apretar su pecho. Deseaba tanto que estuviera bien, que no le hubiera pasado nada malo. Pero no tendía a lo optimismo y en la mayoría de casos su mente, hiperactiva de por sí, parecía incapaz de callarse al lanzar todo tipo de escenarios nefastos. Sin darse cuenta sus pasos habían terminado acelerando y cuando subió al primer piso e ingresó en el baño prácticamente estaba corriendo. No había nadie más. Ninguna alumna se encontraba dentro en aquellos momentos. Nadie que pudiese mirarla con compasión o cuestionarle.

    Como las chicas de su otra escuela.

    "Inuoe-san da lástima ¿verdad? Pobrecita~"

    Voces condescendientes, casi cínicas. No mostraban ninguna preocupación real.

    Un sollozo ahogado rasgó el silencio casi opresivo. Fue suficiente. El pensamiento le rayó la mente y el nudo en su garganta apretó.

    Y apretó.

    Y...

    —¿Watanabe-san?—preguntó conmocionada tras dar dos golpecitos contra la puerta de uno de los cubículos. Retrocedió un paso—. Soy... soy Inuoe-san. ¿Te encuentras bien?

    Vaya pregunta ridícula.
     
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    Kaisa Morinachi

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    Nagi Watanabe

    Las energías con las que había logrado llegar al baño menguaron, al punto de que los sollozos ahora eran mucho más bajos, aún amargos, y las lágrimas escurrían con más lentitud. Apoyaba la frente en sus rodillas, fijando sus piernas que atraía a su pecho con las últimas fuerzas que le quedaban, como si así fuera a lograr achicarse hasta desaparecer.

    Vaya contradicción, ¿no? Deseando que Shiori la encontrara tanto como deseaba hacerse invisible, ligera; como la brisa que estaba presente, pero no hacía bailar a la flores, ni sacudir las olas. Ni ayudar a los pájaros en su vuelo, dejando que el calor del verano lo derritiera todo.

    Nagi,
    凪,
    calma.
    Aún se cuestionaba, sin respuestas, por qué su madre había elegido ese nombre.


    Dio un respingo al escuchar la voz de Yukie, afianzando el agarre a sus piernas, conteniendo el aire en su interior al apretar los dientes.

    ¿Qué haces aquí, Inuoe?

    Su corazón latía con fuerza, ¿miedo? No, vergüenza, absoluta vergüenza con el remordimiento carcomiéndola por dentro. Yukie no merece ver esto, nadie merece ver esto. No demoró en volver a sus hipidos, quejidos, y sollozos inclusive aun más bajos, enfada consigo por no haberse podido controlar y terminar provocando esa conmoción en Inuoe.

    Por haber direccionado sus malos sentimientos a Kurosawa, aunque haya sido por unos pocos momentos.

    —Lo... lo siento —masculló con la voz rota, nasal, con un tono algo más grave que el normal—. A-arruiné el almuerzo.

    Respiraba agitada, intentando limpiar con desespero sus lágrimas, pero estas no dejaban de fluír, haciéndolo imposible.

    Igual de imposible que desear un abrazo y evaporarse a la vez.

    Pa quién le interese.
    "Calma es el registro de vientos menores a 1 km/h en tierra o menos de una milla náutica/hora (un nudo) en el mar, o la ausencia de todo movimiento perceptible del aire, siempre según la escala de Beaufort."
     
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    Aguardó en silencio una respuesta con el corazón en la garganta. Cuando finalmente llegó, el nudo se tensó.

    —¡No... no arruinaste nada, Watanabe-san!—la voz le salió con algo más de fuerza y urgencia de lo que pretendía. Su cuerpo se tensó al darse cuenta de que quizás había sonado demasiado desesperada y acortó el paso hasta acercarse a la puerta. No la iba a abrir pero de alguna forma necesitaba acercarse, sentirse cercana para hablar con ella. Transmitirle su apoyo a través de aquella distancia—. Te sentiste mal ¿verdad? A cualquiera puede pasarle. Kurosawa-senpai estaba actuando extraña. Yo también lo noté.

    Si debía ser honesta, de todos los presentes en la mesa, Nagi parecía ser la más cercana a Shiori. Parecía profesar por ella una profunda admiración. O quizás, y solo quizás, sus sentimientos se asemejasen algo más a los propios con Satoko.

    Buscando algo más de cercanía apoyó la palma de la mano contra la puerta. Su cuerpo también se presionó. Probablemente era algo impropio, pero en ese momento no le importó. Necesitaba crear un puente entre sus corazones.

    >>Podemos almorzar mañana, pasado y el siguiente del siguiente—dijo sin dudas, sin titubeos en un murmullo. Negó con la cabeza y el largo cabello esmeralda siguió el movimiento—. Esto no cambia nada, Watanabe-san. De verdad que no.
     
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    Kaisa Morinachi

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    Volvió a abrazar sus piernas, encogiéndose e hipiando despacio cuando escuchó el gritillo de Inuoe, notando como se acercó a la puerta. Sería imposible que la abriera de todos modos, estaba con el pasillo puesto. Las primeras palabras que soltó le supieron amargas, volviendo a generar un nudo en su garganta, las sentía como una mentira misericordiosa. En cambio, las segundas le llegaron como una verdad pesada, alborotándole de nuevo el corazón.

    Hasta Inuoe notó que Kurosawa estaba rara, y aunque Nagi fue incapaz de verlo, entenderlo, parecía que cada fibra de su ser lo sintió. Había sido mero instinto.

    Por un momento fue más silenciosa, sorbiendo de vez en cuando con la nariz, aunque algunas lágrimas seguían cayendo con lentitud. Le daba miedo enfrentarla, pero una parte de ella quería ir a encontrarse con Shiori y... no sabía, ¿disculparse?, ¿indagar en que le pasaba?, ¿tal vez abrazarla?

    ¿Todas?, ¿quedarse en un profundo silencio incómodo? La voz de Inuoe volvió a llegar, firme, suave como siempre, en un murmullo. Se coló sin problemas tanto por la puerta como por su cabeza, llegando a sorprenderla. Soltó otro hipido, abrazada a sus piernas, sintiendo sus ojos ardientes nuevamente cristalizados. Las palabras de Inuoe le sonaron sinceras, en verdad deseaba que el asunto no cambiara nada, pero no sabía cuándo sería capaz de volver a verles a la cara sin avergonzarse, por lo que no supo qué contestarle.

    En realidad estaba cerca de pedirle que se marchara, a pesar de ser consciente de todo el esfuerzo que la chica ponía en estar ahí, y solo otro preocupación contuvo aquella petición.

    —¿Dónde está Kurosawa-senpai? —soltó despacio, agotada, con la frente apoyada en sus rodillas.
     
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    Yukie Inuoe

    La voz de Watanabe le llegó ahogada, amortiguada. A pesar de sus intentos no parecía estar haciendo gran cosa por calmar y consolar a Nagi. No se le daba particularmente bien. Era retraída, un manojo de intensa ansiedad, tímida y torpe. La pregunta fue inesperada.

    Kurosawa-senpai.

    ¿Por qué no viniste a buscarla?


    Agachó la mirada. Repentinamente se preguntó si haber dejado a Shiori sola había sido o no una buena idea. No sabía de qué se trataba pero tampoco parecía sentirse bien. Era como... si hubiera perdido sus colores. Como si una sombra negra le hubiera arrebatado la calidez, la templanza, la sonrisa. No podía reconocer a la maternal presidenta del club de cocina en esa sombra difusa, apática y plana.

    —Se marchó—murmuró y la culpa se filtró en su voz sin que pudiera evitarlo. Fue un hilo de voz frágil. Arrastró los dedos por la superficie de la puerta hasta cerrarlos en un puño—. Poco después de que lo hicieras. Ella... se disculpó y dejó la mesa. N-no... no sé dónde fue. Lo siento.

    Había visto las vendas en su mano y el espejo roto del baño de la planta baja. Solo era necesario unir las piezas. Y si así había sido, si realmente Shiori había destrozado el espejo... no podía evitar esa voz insidiosa en su cabeza, esa que activaba uno de sus instintos más primarios. Todas las alarmas se prendían de golpe.

    Mera supervivencia.

    Si debía ser honesta le daba miedo. Terror. Sintió los ojos arderle tras los párpados ahora cerrados, el nudo en su garganta amenazando con ahogarla.

    Estúpida. Eres tan estúpida.

    Inútil.

    >>Lo siento, soy un desastre—musitó y su respiración se aceleró. Aquello le venía grande—. Debería haber ido tras ella. T-tal vez Shirai-kun... Él también notó que algo no estaba bien...
     
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    Kaisa Morinachi

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    Al escuchar la voz de Yukie más débil, con esa lastima impregnada y el nerviosismo ganándole terreno, volvió a aferrarse con fuerza a sus piernas entrecerrando los ojos, frunciendo el ceño con la mezcla de preocupación y pena.

    ¿Kurosawa se habrá tenido que disculpar por ella también? Lo siento, soy un desastre, aquellas palabras le transmitieron un sabor amargo, logrando tensar aún más sus facciones que se balanceaban entre la pena y preocupación. ¿Qué Shirai igual lo notó? Había que ver, como todas las trémulas hojas de otoño estaban siendo alertadas por el humo.

    Dejó salir un suspiro tembloroso con el corazón agitado y luego limpió sus lágrimas. En sumo silencio se despegó del retrete, levantándose tensa, con los puños cerrados aunque no apretados. Inhaló y exhaló profundo, sintiendo un par de gotas más recorrerle el perfil, entonces desencajó el pestillo y abrió la puerta hacia dentro con lentitud.

    Chirrió lastimera quedando entre abierta, dejando ver poco más de la mitad de su silueta. Cabizbaja, con el pelo un poco alborotado y el rostro enrojecido al igual que sus ojos. Seria, aún con el conjunto de sentimientos desbordándose a la vez, pero lograba destacar su seriedad de alguna forma.

    —No tienes que disculparte, Inuoe-san —soltó con voz apagada, aún afectada por el llanto, mientras apretaba el borde de la puerta con fuerza. Otro silencio, tratando de acostumbrarse al palpitar de su corazón, buscando con qué justificar lo anterior, aún con ojos húmedos—Seguro... Kurosawa había preferido que vinieras a buscarme —soltó despacio, con la pena filtrándose con facilidad y logrando contraer sus facciones guiadas por esta.

    Inhaló profundo y suspiró con fuerza. Le dirigió una mirada lastimera a Inuoe que ni un segundo habrá durado, desviándola de inmediato.

    Gracias por venir, pero era incapaz de decirlo. Su corazón no dejaba de latir con fuerza. Sorbió con la nariz un par de veces, limpiándose los ojos con el antebrazo. Volvió a mirar de reojo a Yukie, cabizbaja y con claro nerviosismo penoso.

    >>Crees... ¿crees qué puedas decirle a los demás... que no voy a volver? —murmuró, tensando después los labios para desviar su vista al suelo, con el temor creciendo de a poco. Otro suspiro—, necesito encontrar a Kurosawa, así que... por favor, regresa.

    Se quedó ahí, mirando el suelo, la conexión entre un cubículo y el otro, con las manos aún aferradas a la puerta y agarrando con suavidad el labio inferior entre sus dientes. El corazón no dejaría de latir con fuerza.

    Intenta disfrutar el almuerzo, aunque sea mucho pedir con el desastre que dejé.
     
    Última edición: 11 Diciembre 2020
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Yukie Inuoe

    Se sentía tan frustrada consigo misma. Tal vez era cierto todo lo que habían dicho esas chicas de ella. Tal vez si era penosa y daba lástima. Tal vez simplemente era demasiado torpe y tonta. Aquellas acusaciones insidiosas se le había clavado en lo más profundo del pecho y como un veneno ácido habían corroído y empozoñado su seguridad en sí misma.

    No sentía estar haciendo grandes avances con Watanabe de modo que aquello tampoco ayudaba demasiado. Había apoyado la frente contra la puerta y el flequillo esmeralda se aplastó contra la superficie. En comparación con sus mejillas estaba helada pero no le importó. Los ojos le ardían con mayor fuerza tras los párpados y el nudo en su garganta solo parecía acrecentarse. ¿Para qué había ido tras Nagi? ¿Le estaba ayudando en algo? ¿O quizás solo estaba empeorando la situación?

    Debería haber ido alguien más capaz.

    Escuchó el click que hizo el pestillo al ser saltado y abrió los ojos de súbito dando un nuevo paso atrás cuando la puerta se abrió. Chirrió ligera y la figura de Nagi, recortada contra la sombra de la puerta, se dibujó casi en su totalidad.

    Se veía tan desmejorada, tan rota. Su rostro estaba enrojecido por el llanto al igual que sus ojos, se había opacado el avellana de los mismos y podía notar el surco de las lágrimas. Además de algunas otras rebeldes que aún no había secado.

    El corazón se le contrajo en un puño. Y apretó aún más.

    —Wata... nabe-san—musitó en un hilo de voz.

    Toda la seguridad que había logrado reunir pareció esfumarse en el instante en que se abrió la puerta. Nagi la miró por un segundo, seria, pero quizás lo que iba a decir era demasiado vergonzoso o tal vez su seguridad se tambaleó al mencionarlo. Pronto apartó la vista.

    "¿Crees... crees que puedes decirle a los demás... que no voy a volver?"

    La golpeó con inusitada fuerza. Fue tan inesperado que por unos segundos eternos no logró reaccionar. Quedó paralizada, estática. El nudo en su garganta apretó aún más casi asfixiándola y tuvo que pestañear rápidamente para contener el impulso de derramar lágrimas. El labio le tembló.

    Había ido a ayudar. No podía romper desconsolada.

    >>Yo... s-sí. L-lo diré—asintió con un hilo de voz, derrotada y la miró por debajo del flequillo recto. Cerrando los ojos con fuerza y tras hacer una rápida y torpe inclinación salió apresuradamente del baño.— ¡Lo siento mucho Watanabe-san!

    ¿Por qué se estaba disculpando? ¿Porque sentía que no la había ayudado en lo absoluto? ¿Porque confiaba en poder consolarla? ¿Porque Shirai iba a cuestionarle y Rachel y Satoko confirmarían que algo no estaba bien?

    Sus pasos se alejaron rápidamente por el pasillo.

    Tal vez era un poco de todo.
     
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    Kaisa Morinachi

    Kaisa Morinachi Crazy goat

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    Nagi Watanabe

    Fue incapaz de volver a dirigirle la mirada a Yukie, a pesar de que volvía a disculparse con clara debilidad en su voz, aún cuando le dijo que no tenía por qué hacerlo. Se quedó aferrada a la puerta, con el aire contenido y los ojos cristalizados, otra vez reflejando la frustración en sus facciones. ¿Había sido su culpa que Inuoe perdiera la poca seguridad que logró transmitir? Dándole la carga de que la disculpara con los otros, había que ver lo egoísta y cobarde que podía llegar a ser.

    Tragó grueso al escuchar la puerta del lugar volver a cerrarse, quedándose sola otra vez. Se estampó contra la pared del cubículo, hipeando y sorbiendo con la nariz, limpiándose las lágrimas que aguantó desde que abrió el cerrojo. Y ahí se quedó otro rato, ya sin molestarse en encerrarse, tan solo desahogándose hasta que ya no quedaran lágrimas que derramar.

    Le tomó más tiempo de lo esperado, como si tuviera un condenado mar adentro que no dejaba de rebalsarse, y una vez se creyó lista de dirigió a los lavabos. Al reflejarse sus facciones expresaron la frustración que se provocaba, sin dejar de lado la constante pena que sentía. No se quedó demasiado tiempo observando el espejo y procedió a lavarse la cara con abundante agua, estaba fría a pesar del calor que hacía afuera, y aún tras lavarlo todo su rostro seguía enrojecido, sería imposible ocultar el hecho de que había llorado bastante. Se ordeno el cabello sacando de su rostro las hebras extraviadas, logrando apreciar con claridad su semblante cada vez más preocupado.

    Sentía el corazón latiéndole con fuerza y los nervios subiendo a su garganta, solo por el temor a dialogar con Kurosawa, pues a pesar de lo mucho que la quisiese, ese día parecía imposible poder conectar con ella. Soltó un suspiro pesado, aferrándose con ambas manos al lavabo y con la vista clavada en el suelo. Tenía miedo, pero si quería empezar a enfrentarlo no tenía muchas opciones, mínimo tenía que disculparse con Shiori.

    Entonces, algo más decidida, metió las manos en sus bolsillos y procedió a salir del baño, aún cabizbaja y con el corazón alborotado. La idea de mandarle un mensaje estuvo lejos de pasarse por su cabeza.
     
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    Kaisa Morinachi

    Kaisa Morinachi Crazy goat

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    Mis sentidos estaban dividido en tres sectores; yo, los otros y Sasha, así que a pesar de que con suerte le dirigí un par de miradas de reojo, pues bueno, su presencia estaba más presente de lo que yo misma desearía nunca. Vamos, como me pasaba siempre con todos. ¿Tenía miedo? Ni idea, pero sus acciones y reacciones estaban lejos de ser las de alguien confiado, murmuraba, usaba movimientos sutiles, precavidos. Podía ser todo lo valiente que quisiera, pero su cuerpo la delataba; pelear o huir, se estaba preparando para eso como sí no lo notara, tal vez por que ella misma no tenía idea. Y lo sentí, una risa en alguna parte ante la idea, por lo que fruncí el ceño molesta y casi suelto un gruñido, pero se quedó en una mueca de labios mientras avanzaba con las manos en los bolsillos del pantaloncillo.

    Cállate
    de una puta vez.
    Estamos ocupadas.
    En el lapsus me desaté el cabello, luego solté un suspiro pesado, amplio y limpio, pero lejos de estar abatido, era más bien hastío. "Los desinfectantes están en la enfermería, no tenemos más opción" pensé y moví los labios sutilmente mientras lo hacia, sin saber siquiera sí llegué a murmurar algo, dudaba que con el ruido ambiente se escuchara siquiera. Solo le dirigí un par de miradas de reojo mientras subíamos, ni idea de lo que pensaría, pero en esos momentos la que se adaptaba a sus tiempos era yo; incluso sí caminaba un poco por delante de ella.

    El dolor; era raro, a ratos me dolía y tenía que entrecerrar algún ojo, apretar los dientes. A ratos lo sentía, pero no reaccionaba para nada. Y las que sobraban, simplemente no entendía nada. Llegamos a la enfermería y antes de que partiera me brindó una sonrisa, yo ya estaba erguida lo más que podía, pero ante el gesto de ella ladeé un poco la cabeza; mis piernas estaban en una v invertida, la pose perfecta para no caer sí te empujan. Mi mirada se entornó y sin siquiera quererlo una mirada amplia, pero aún así suave, adornó mis labios.

    —Okey —solté con voz grave, pero limpia. Y en cuanto pasó por la puerta quedé mirando la entrada cerrada, paulatina y rápidamente mi rostro volvió a una seriedad absoluta, no lo veía, pero lo sentía como sí de una vibración se tratara...

    Vibraciones...
    ¿Así veía yo?
    ¿Cómo los murciélagos?

    Que rara.

    En cuanto volvió como que quise sonreírle otra vez, pero fue sencillamente imposible, mi rostro era demasiado rígido, a pesar de que era capaz de visualizar mi expresión en extremo relajada. Casi como una muñeca a la que no le quisieron poner una cara feliz.

    ¿Eso era?
    ¿Una muñeca?
    La seguí hasta los baños, con calma, lento; ahora iba a mi propio ritmo, lejos de rápido, pero no ha un paso que la hiciera perder su tiempo. Seguí cualquier indicación y me terminé por sentar en un retrete. Sin pensarlo mucho me incliné hacia atrás hasta que mi cabeza topó con la pared o lo que fuera, encorvándome de paso para no perder el equilibrio.

    No le quité en ningún momento la vista de encima en cuanto quedamos cara a cara; no estaba haciendo una expresión amenazante, solo apática...
    Y otra vez una risilla a lo lejos.
    Te dije que te callaras.

    La cosa es que, seguramente, una cara inexpresiva daba el doble de miedo que una iracunda, ¿no?
    Y ahora te callas, eh.
    ¿Celosa?

    Solté un quejido pequeño en cuanto empezó a sanar las heridas, no perdía detalle en lo que hacía. Inhalé hondo y solté imperceptible por la nariz, tres veces lo repetí y luego tomé una gran bocanada de aire, suspirando de manera sonora y limpia, destensando todo mi cuerpo.

    —Sasha —hablé con mi tono apagado, y en cuento nuestro ojos conectaron desvíe la mirada y parte de un rostro al costado; no quería ver a ningún humano al momento de decir lo que diría, solo necesitaba su atención y ya la tenía—. Tengo un par de cosas que aclarar, Sasha, y no serán todas, porque eres prácticamente una desconocida, ¿de acuerdo?

    La miré de reojo, con la cabeza en dirección a mi lado izquierdo, cuando nuestras vistas conectaron volví a observar algún punto muerto delante mío.

    >>Okey, escúchame bien, porque lo diré una vez —seguí hablando con calma y monotonía, una voz casi arrulladora, robótica, pero humana. Plana, irrelevante, incambiable, continua.
    Abuuurridaaa.

    Silencio,
    te lo dije.
    Por favor.

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    Solté un suspiro pesado, hastiada.
    —Pues bueno, Sasha. Ya lo notaste, ¿no? No tienes ni un pelo de idiota, ¿verdad? —entonces viré mi cabeza, hasta encararla mientras hacia su trabajo, o me mirara, lo que se le diera la gana—. Normal, mundano, común no son descripciones que encajen conmigo—. La sonrisa volvió a aparecer, amplia y aterciopelada, con los ojos que gritaban peligro entornándose—. Pero sí hay una palabra que pega conmigo, Sasha, es "Natural": Instintivo.

    Volví a mi seriedad absoluta, irguiendo mi espalda como correspondía, solté un leve quejido a ojos cerrados en el proceso, aún con las manos dentro de los bolsillos. Dios, estaba taaan tensa, que mierda más grande. Entonces, con la lentitud que rozaba la pereza de cada una de mis acciones, me incliné sin mover nada de la caderas hacia abajo; me acerqué al punto de casi tocar su frente, pero no hice ningún contacto físico, puede y que nuestros cabellos fueran los únicos en interactuar.

    El cabello era una extensión nerviosa, ¿no?
    Ya la sentía sonreír otra vez.

    >>Supervivencia, Sasha —solté absolutamente gélida; la voz fría, los ojos vacíos. Luego sonreí con sutileza otra vez, entorné la mirada y supongo que el peligro en mis pupilas desapareció, pero no por ello volvió la calidez. Al contrario, la calidez era lo peligroso—. Eso soy, eso seré por un buen tiempo, así que cuídate, ¿vale?

    Volví a retroceder, reposando la cabeza en la pared, volviendo a encorvarme; la sonrisa desapareció paulatinamente, esta vez sí que de manera lenta, casi como sí yo misma fuera una película en ese estado.

    "Margarita no necesita que la defiendan"
    Idiota
    No digas eso, no lo digas así.

    Mascullé enfadada, gruñí un poco, cerré los ojos y suspiré pesadamente.

    —Yo suelo estar bien por mi cuenta, no alegre, pero bien, ¿vale? —solté tosca, la rabia de la idiota estaba filtrándose.

    Y ahí me quedé, con los ojos cerrados. Esperé una respuesta en silencio y la verdad...

    Solo quería dormirme de una puta vez.


    Gigi Blanche (・∀・)
     
    Última edición: 25 Enero 2021
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    La chica me obedeció sin siquiera abrir la boca. Parecía un robot, una muñeca, un maniquí, incluso, pero otra vez: no iba a juzgarla. Qué sé yo, no la conocía. La dejé ser, lo cierto era que no me preocupaba lo necesario para inmiscuirme en cuestiones más profundas o relevantes por fuera de los raspones en sus rodillas.

    Me volví hacia ella cuando se acomodó encima del retrete y me arrodillé para comenzar a tratar sus heridas. Arrugué la tela en un puño húmedo y comencé a quitarle la tierra pegada con acercamientos cuidadosos e incluso entrenados, teniendo cuidado de evitar las zonas más laceradas. Igual un poco le dolió, eso era inevitable. Me había abocado a mi tarea cuando la oí llamando a mi nombre, murmuré un "¿hmm?" bastante vago pero al notar que no empezaba a hablar acabé por alzar la mirada. Ella la evitó de inmediato, pero la activó.

    Seriously...

    Soltó la lengua y yo me tragué un suspiro, reanudando mi tarea. Si total no iba a mirarme daba igual, ¿no? Le presté mi oído y seguí limpiando sus rodillas con un cuidado ridículo. No tenía idea adónde pretendía llegar, sólo sé que lucía raro y cada vez más raro, y mi entrecejo se fue frunciendo progresivamente.

    Ya lo notaste, ¿no?

    ¿Notar qué, cariño?

    No tienes ni un pelo de idiota, ¿verdad?

    Bueno, muchas gracias, pero ¿a qué viene tanta agresividad?

    Sentí su mirada sobre mí y se la correspondí, de todos modos ya no me apetecía del todo seguir limpiando sus jodidas heridas. Arrugué la tela en mi puño y descansé ambas manos en mi regazo, aún de cuclillas. No tenía idea qué estaba pasando ni de dónde venía el rollo, pero un escalofrío me sacudió suavemente la espalda y tragué saliva, quedándome quieta cuando se inclinó lo suficiente hasta casi unir nuestras frentes. No moví mis ojos de los suyos ni un segundo. Una parte de mí seguía en piloto automático desde que le pregunté si le dolían los raspones, como si no me diera el tiempo para procesar qué ocurría con Margarita y sus cambios de ánimo.

    ¿Ánimo? Menudo eufemismo.

    Parecía que saltaba entre persona y persona como le daba la gana.

    ¿Y a qué venía el tinte tan ominoso?

    Fuck, girl, sólo pretendía ser amable.

    Supervivencia, Sasha.

    Así que cuídate, ¿vale?

    What the hell?

    Volvió a erguirse, seguí sus movimientos y cuando finalmente dejó de hablar logré reconectar mis cables. Pestañeé, me miré las manos y me erguí con movimientos suaves, incluso cautelosos.

    Yo suelo estar bien por mi cuenta.

    —Tampoco te queda de otra, ¿o sí? —solté, ligeramente áspera, y dejé caer el paño húmedo en su regazo antes de retroceder hasta salir del cubículo. Me crucé de brazos y apoyé las caderas en un lavamanos—. ¿Qué mierda, Nieves? ¿Acabas de amenazarme o qué cojones?

    Y agradece que no di media vuelta y simplemente me fui, cielo.

    Que ganas no me faltan.
     
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    Kaisa Morinachi

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    Margarita Nieves/Mar Nieves

    Solté un gruñido bajo, que lo mantuve todo lo necesario tras cruzarme de brazos, luego de que escuchar como la chica se levantaba y tomaba distancia. Espacio, bien. Inhalé hondo y solté el aire con algo de fuerza, sin despegar los labios mientras mi dedo índice tamborileaba monótono mi brazo.

    Joder, chica, ¿en verdad tan rápido se puso nerviosa? Mira que decir mierda junto el apellido Nieves, solté un suspiro pesado, pasando por alto cualquiera de las opciones agresivas e impulsivas que pasaron con rapidez, claridad y efectividad por mi cabeza; no, no estamos acá para pelear. Esto es una disputa, una búsqueda, ¿no? De aliados. Sí, aliados, porque amigos, diablos, ¿quién querría ser mi amigo? Solo gente igual de sola y abandonada que una, claro. Y Sasha no tenía mucha pinta de ser así.

    —Hmmm —extendí meditativa, dejando de hacer cualquier mínimo movimiento, pensando en que palabras soltar, como soltarlas, cuanto rebelar. Abrí los ojos, para buscarla con la mirada. Vamos, que estaba en la cuerda floja igual que ella, pero yo tenía más decisión de sí quería o no caer y estrellarme contra el pavimento. Que horrible sentimiento—. Lo siento, Sasha, no conozco tu apellido, así que no puedo hablarte de manera menos personal —empecé por explicar eso, en medio como repuesta a que soltara ahora mi apellido. Y de nuevo sentía como sonreía la desgraciada, a pesar de que mi cara era de una apatía inamovible por ahora—, pero lamento sí te sientes tan amenaza como para creer que eso es una amenaza directa a tu persona.

    Cerré los ojos y me levanté del retrete; estiré brazos, giré el torso, estiré la espalda, destensé el cuello con movimientos circulares... La otra estaba empezando a ganar terreno, ¿no? Palabra más sofisticadas, lindas; científicas. Como sí eso fuera a dejar a la chiquilla menos nerviosa.
    Estúpida.

    Abrí los ojos, con las manos en el bolsillo de los pantaloncillos que me prestó. Mierda, la incomodidad tan solo iba e iba creciendo. Que ansiedad, dios. Ladeé la cabeza, frunciendo el ceño más por mis tonterías que por las de ellas. Solté otro suspiro suave, buscando no sonar tosca, arisca ni amenazante como ella, pero lo dicho; la pasividad y apatía no son buenas herramientas para hacerte de fiar con la gente sociable.

    —Mira, me has demostrado que piensas antes de actuar, y eso en verdad que es... no sé, valioso —dije lo último apartando la mirada, porque claro; me costaba tres mundos alagar a alguien, ¿no? Como me costaban otros cuatro conformarme con todo lo que hacia. Volví a clavar mi mirada ambivalente en ella, y no sé; cada vez me sentía más viva: El latir del corazón, el ardor de las heridas, el cansancio del cuerpo, el rubor de las mejillas, etc, etc. Las emociones y sus sentir también volvían de a poco y, vaya; que frustrante.

    >>Así que... bueno, la amenaza es en parte para ti, pero sobre todo para mí misma, Sasha, así funciono; le saco en cara a los otros, lo que bueno...— Volví a desviar la mirada a cualquier otro punto del baño—, ya sabes el resto, ¿no? Frases cliché, peleas mundanas, sentimientos comunes.

    Entonces me erguí más recta, menos desafiante y puede que incluso rozando lo formal. Ya no me sentía taaan apática, así que supongo que mi cara era más de un hastío y aburrimiento absoluto, solo para no dejar entre ver las ganas de desaparecer y esfumarme de la escuela que tenía en ese momento. Mi voz tampoco había estado alterada; calmada, monocorde, pasiva.

    —Y si, no tengo demasiadas opciones, Sasha; o me llevo mal con la gente o no me llevo, así desde los 13 y pude que incluso desde los once años— Mi gesto se arrugó en su totalidad mientras decía eso, casi como sí me diera asco, odio o qué sé yo, simplemente me dolía la cabeza. Cerré los ojos y suspiré, quedándome cabizbaja—. Son cosas que uno quiere olvidar y tal, pero bueno; soy una violenta, Sasha, como habrás podido notar.

    Se me tensó toda la cara y mi corazón latió con fuerza, ¿ahora qué? Miré los azulejos del suelo y sin siquiera pensarlo empecé a marcar un ritmo monótono y constante, algo rápido con el pie. Solté un pesado suspiro.

    -No quiero dañar a nadie.
    -No quiero que salgas lastimada.
    -Puedo dañar a alguien.
    -No quiero dañar a alguien, pues puedo dañar a alguien, y no quiero que tú... ahhhhg....

    >>Sasha, la gente violenta... no la tiene fácil, ¿vale? Solo eso. Gracias— Lo último fue prácticamente un murmullo, pero vamos, que estábamos solas en el baño, demás que lo escuchó.

    No esperé alguna respuesta y, tras recoger y colocarme el cárdigan, me encaminé a la salida.

    —Te devuelvo el pantaloncillo mañana, después de lavarlo —comenté con voz plana y solo lo suficientemente alta para que me escuchara bien, abriendo acto seguido la puerta del lugar y cerrándola con suavidad tras mi espalda.

    Vamos, Mar; que habías mejorado en tus huidas. ¿Quieres una estrellita o algo?
    Maldita estúpida.


     
    Última edición: 25 Enero 2021
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    Gigi Blanche

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    Era una huraña, ¿verdad? Vete a saber qué mierdas le habían ocurrido en la vida, Margarita era una huraña de cuidado. Ponía malas caras, bufaba, gruñía, no sabía cómo lidiar con los demás y se agobiaba. No podía decir que me sintiera identificada con esa parte, pero ¿su actitud no conseguía alejar a las personas?

    ¿Y no me la pasaba yo haciendo lo mismo? ¿Por qué no tenía amigos?

    Alejé a Daute.

    Alejé a mamá.

    ¿Estaba alejando a David y Alisha?

    Y toda la mierda de no querer un noviazgo serio, de no poner en riesgo mi trabajo, de adjudicarme la responsabilidad de sostener a la familia. Estudiar como perra, trabajar como perra, llegar a casa y hacer la cena, limpiar, lavar la ropa, darle su medicación a nana, a Danny, encerrarme en mi cuarto y seguir haciendo tarea, proyectos, saldos de cuenta, itinerarios. Vivir exhausta, con algo que hacer, un lugar al que ir, trámites que atender. Personas a las que rechazar.

    ¿No eran puras excusas?

    Vete a saber.

    El asunto es que era simpática, ¿no? Era simpática y físicamente atractiva, no necesitaba más de dos minutos para convencer a cualquiera de ser una persona relajada, easygoing y toda la mierda. Pedazo de teatro tenía montado y claro, Margarita también había caído. Imposible culparla, imposible pretender que no proyectara en mí anhelos e ideales que, honestamente, no poseía ni disfrutaba.

    Una parte de mí seguía empatizando con ella pero vamos, en verdad había conseguido tocarme los cojones. Eso sí que era un logro. La escuché en silencio, de todas formas, sin pretender interrumpirla ni demostrar alguna emoción fuerte en ningún momento. Si no había sido una amenaza ¿entonces qué? ¿Una advertencia? ¿Estaba intentando decirme que si presionaba demasiados botones luego podría arrepentirme o salir herida?

    Woah, creepy.

    Ciertamente uno no iba por la vida topándose con desconocidos que le soltaran en toda la cara, a modo de carta de presentación, que eran personas violentas. La gente tendía a ocultarlo, disimularlo, expresarlo por vías indirectas o maquillarlo tanto que parecieran lo opuesto. Y Margarita era una huraña pero luego me soltaba sin titubear mierdas así. ¿Era su forma de alejar a las personas? ¿Estaba abriendo el paraguas para lavarse las manos de futuros conflictos?

    ¿Era liso y llano terror?

    Suspiré, siguiendo sus movimientos, y me encogí de hombros antes de desviar la mirada a mis propias uñas. Huh, debería quitar el esmalte y pintarlas otra vez.

    Kinda same —solté, seria y algo indiferente—. Desde que nos mudamos a Japón no he tenido amigos como tales, la verdad, y de eso ya son... ¿cinco años? Algo así.

    ¿Por qué se lo dije? Un poco me tocaba los cojones su actitud de soy peligrosa y deberías alejarte, como si se echara la puta vida autocompadeciéndose. Menuda mierda, el autocompadecimiento era una puta mierda.

    Pity yourself and life becomes an endless nightmare.

    Arrugué el ceño, viéndola dirigirse a la puerta.

    —¡Eh, Nieves! —la llamé, recogiendo el bote de desinfectante para lanzárselo por el aire—. Échate un poco y luego devuélvelo a la enfermería, ¿quieres? Y soy Pierce, by the way. Sasha Pierce.

    No moví un músculo, me la quedé viendo recostada en el lavamanos hasta que desapareció por la puerta. Volví a suspirar, esta vez más hastiada, y me pellizqué el puente de la nariz un par de segundos, cerrando los ojos con fuerza.

    Que la gente violenta no la tiene fácil, ¿eh? Menuda novedad, chica.

    ¿Y qué pretendes conseguir escribiéndote la jodida palabra en la frente?

    Levanta la cabeza, idiota, e inténtalo con más ganas.

    Ya deja de autocompadecerte, joder.
     
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    Kaisa Morinachi

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    Margarita Nieves/Mar Nieves

    Como aún andaba medio pilotada, ni idea, que la mitad de las cosas nunca las hubiera dicho en otro contexto, pues bueno; solo logré detenerme después de dar tres pasos tras salir y cerrar la puerta del baño. Me detuve en seco, como sí recién mi cabeza hubiera asimilado todo lo que había dicho la chica y, fue incontenible; una risa fresca me brotó desde lo más profundo de mi ser, una reacción que, creo, nunca la había tenido. Puede que sí con el chiquillo de los vecinos, pero esa tontería no valía casi nada ahora.

    La cosa es que me incliné y todo, tapándome el abdomen tensado mientras volvía sobre mis pasos, bajando paulatinamente el sonido que, de seguro, solo haría que Sasha Price me mirara aún con más mala cara. Abrí la puerta con ligereza y no demoré en buscar su mirada, con una mezcla de incredulidad y la sonrisa de estúpida que me quedó ante eso, como sí me riera de un mal chiste, la puesta en escena. Negué con la cabeza sin perder la sonrisa, acuclillándome con elegancia para tomar la botella de desinfectante; observé la botella en cuanto la agarre, pero una vez erguido volví a posar mis ojos en Sasha, mucho más calmada y sin rastro alguno de agresividad, puede que un deje de ternura se filtrara cuando apenas y ladeé la cabeza.

    Sostenía la botella con el brazo flexionado, casi paralelamente a la altura de mi hombro. Enarqué una ceja, inquisitiva. Y mientras hablaba, cerré los ojos, cada vez más sonriente.

    —¿Siempre tan amable y servicial, Sasha Pierce? —solté con calma, aún con la voz delatando lo mucho que me venía en gracia todo. Abrí los ojos y le sonreí, esta vez si de manera aterciopelada, mis ojos contorneándose me daban a entender que ahora sí que buscaba... no sé, ¿divertirme a costa de ella, pero que no nos termináramos matando a mordiscos y manotazos? Era un muy buen panorama, a comparación de otros desastrosos. ¿Eso se llamaba madurez, sacarnos de quicio sin querer ver sangre correr? Debía serlo, eso explicaría la barbaridad de gente inmadura que existía y por qué el mundo estaba como estaba.

    Me llevé el desinfectante al rostro, comprobando que la temperatura era templada, no como algunas botellas de agua helada y en verdad eso era una lástima.

    >>Yo no, Sasha... Pierce; soy una egoísta y tacaña de cuidado —volteé a ver a los cubículos, porque le soltaría mierdas de las cuales no me gustaba hablar, pero vamos, que con Sasha parecía posible hacerlo sin que me diera un patatús o que sé yo—, pero, tenlo en cuenta; cuando quiero a alguien, soy el doble de egoísta y tacaña, aparte de recelosa y descuidada—. La observé de reojo, sin mover mi rostro que estaban más ladeado hacia los cubículos; encarándola a medias—. También soy muuuy despiadada, malagradecida y altanera—. Me erguí como correspondía, para sonreírle a ojos cerrados con cierta pena y vergüenza— ¡Un desastre, la verdad!— Abrí mis ojos otra vez, brindándole una sonrisa tranquila—. No tengo amigos, pero hay gente a la que verdad aprecio mucho.

    Y volví a mutar, en un rostro de seriedad absoluta; oscuro, amenazante, pero nada dirigido hacia ella.

    —Sasha, he hecho estupideces muy riesgosa por quienes aprecio—. Mis manos se movieron solas, sin siquiera querer, a pesar de la angustia y pena junto a la impotencia que me causaba el recuerdo; alcé mi blusa sin que se llegara a ver el sujetador; solo el torso, el inicio de las costillas: se veía a la perfección la cicatriz que dejó la apuñalada que me dieron el año pasado. Alcé el mentón bastante, sin dejar de mirarla de reojo—. Soy una puta egoísta, pero no por eso soy una malintencionada, Sasha Price.

    Y a pesar de que lo dije con una frialdad y crudeza terribles, mientras mis ojos ardían y crepitaban amenazadores, no demoré en cambiar mis facciones a una sonriente a medida que bajaba mi blusa.

    >>Me quedaré a terminar de limpiarme las heridas—. Abrí otra vez los ojos, para brindarle una mirada en verdad agradecida, pero sonreí con cierta sorna por las estúpidas ideas de mi cabeza, alzando otra vez el mentón—. Gracias por perder tu tiempo conmigo, señorita Pierce~

    Y tras una risa más desganada y por fin sin mofarme de algo en específico, volví al cubículo en el cual había estado para seguir con mi trabajo.

     
    Última edición: 26 Enero 2021
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    La chica no tardó en reaparecer, parecía haberse estado descojonando de risa y honestamente ya no entendía nada a este punto. La miré, ya no incrédula, sino hastiada, y aunque mi expresión no cambió al oírla hablar sí sentí un chispazo de algo muy parecido a la ira propagarse por mis venas.

    ¿Siempre tan amable y servicial, Sasha Pierce?

    Si tendrás el puto coraje, niña.

    ¿Y qué con lo de llamarme ahora por mi nombre completo? ¿Era Hazel Grace? La cuestión es que me quedé en silencio pues no acostumbraba ni disfrutaba de meterme en problemas porque sí, además de siempre, siempre pensar antes de actuar, como ya ella había puntualizado. Siguió hablando de sí misma, de cosas que a estas alturas francamente ya no me interesaban, y mantuve un manto de indiferencia sobre mi rostro incluso cuando me mostró la cicatriz y todo lo demás. Lo sabía, ¿no? Era simpática y amable, estaba dispuesta a ayudar a las personas, no era ningún puto monstruo egoísta. Pero tenía mis límites.

    Y ahí estaba uno de ellos.

    Esa niña era una irreverente, era sarcástica y desagradable, y la paciencia ya se me había agotado. Tuvo hasta el descaro de seguir lanzándome toda esa ironía encima cuando literalmente no había hecho nada para provocarla o, no lo sé, activar su costado más vulnerable. ¿Que había perdido el tiempo con ella? Quizá razón no le faltara, pero mira, no necesitaba ser tan ácida como ella y echárselo en cara.

    No necesitaba hacer ese tipo de cosas para sentirme mejor conmigo misma.

    Pensé en decirle algo, pero nada que valiera la pena acudió a mi mente así que sólo suspiré, rodé los ojos y giré sobre mis talones, retirándome del baño y dejándola sola. Joder, como si tuviera tiempo y ganas de soportar mierdas así.

    Que se las agarrara con alguien más, yo ya había tenido suficiente.
     
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    Kaisa Morinachi

    Kaisa Morinachi Crazy goat

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    La sonrisa se mantuvo en mi boca, tensa, y yo seguí con lo mío, ni idea como, pues estaba sumamente nublada. Oscuridad, murmullo, un ovillo negro que no deja de serpentear, sinuoso, expandiéndose por toda mi mente; huida, las cosas estaban ahí, pero se deformaban al punto en que todo se sentía como una simple daga en el centro del pecho, y podía seguir respirando con calma debido a que mi boca estaba sellada. Me saqué el cárdigan y me lo amarré a la cintura, a pesar de que sentía demasiado frío ahora, a pesar del ardor en mis mejillas. Una vez cerca de los lavabos procedí a limpiarme todo lo que pudiera los brazos, con el agua bastante a chorro la verdad; se me arrugaron las facciones ante el dolor.

    Dolor.
    Punzante.​
    Ardiente.

    Tch.

    Hice lo que pude con las rodillas y piernas, ver el short tan solo me alborotaba el corazón, ansiedad, ¿no? Limpié lo que pude, lo suficiente para no mojar el piso de una manera significante. Luego volví al cubículo donde estaban todas las cosas que trajo Sasha, procedí a sacarme cualquier rastro de tierra y demás con una gasa, de manera algo brusca. Gruñí y chasqueé bastante, con quejidos bajos cada vez que a mi garganta le diera la gana. Con suerte y mantuve la brusquedad a raya.

    Porque vamos, lo sentía.

    La ira.

    La... ¿envidia?
    El enojo.

    Rojo.
    Oscuro.
    Y profundo.

    Solté un pesado suspiro, observé más o menos de reojo el par de gasas rojizas que acumulé; sangre, fresca y brillante. No me gustaba verla, así que hice una bola y las tiré al tacho de basura. Luego miré con apatía el desinfectante y, vamos, ¿por qué demonios estaba sonriendo? Una corta risa de tan solo cuatro monosílabos brotó, suave y baja, susurrante mientras extendí la mano para poder agarrar la botella. Vertí con cuidado el liquido en una nueva gaza limpia y procedí a "desinfectar" la herida, vamos, que en realidad era muy manca para estas cosas. De todas formas, la sonrisa calma no demoró en mutar a muecas de dolor contenido en cuanto posé la combinación en las heridas.

    Más chasquidos,
    quejidos que rozaban los gruñidos,
    pero más silenciosos.
    Todo pecaba de suave.
    Ni modo, de otra forma ya estaría hecha mierda.

    Otra bola más de gasas y al tacho. Inhalé hondo, se escuchó como inflaba mi pecho y al soltar el pesado suspiro me eché hacia atrás, respaldada....

    La luz...
    me recordaba...
    un poco a la del hospital...
    Solo un poco.

     
    Última edición: 26 Enero 2021
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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
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    Do you wanna start a cult with me?
    I'm not vibrating like I oughta be.
    I need a purpose, I can't keep surfing
    through this existential misery.
    Now, we're gonna need some real estate
    but if I choose my words carefully
    think I could fool you that I'm the guru.
    Wait, how do you spell "epiphany"?
    Shiori2.png
    No esperaba grandes reacciones de Hiradaira, primero porque era posible que nunca lográramos conectar en realidad, como dos polos de imán idénticos, y segundo porque me recordaba a Altan mucho más de lo que fuese a admitir nunca, y cuando les salía del culo podían desconectar a voluntad. Arrancaban los cables, seguían a lo suyo y se iban a la mierda. Con Hiradaira Anna posiblemente desarrollara precisamente el mismo problema y la misma tortura mental que con Sonnen.

    Nunca hice nada por ellos como me forzaba por hacerlo por Dios y el diablo todos los días.

    Solo me hundí en sus trincheras, en su montaña de mierda de elefante, y seguí con mi vida.


    No era que se me fuese a ir la puta olla como la otra vez, no me le iba a ir encima buscando cagarla a hostias o asfixiarla directamente, porque para la gracia esta vez en el campo de tiro no había nadie más que yo. El problema era conmigo y si debía ser honesta, siempre me había dado un poco igual lo que me ocurriera, me daba tan igual que me había revuelto con Altan, con Hiro, recientemente con los amigos de dudosa moral de mi hermano y todo maldito desgraciado en la vida, como si amara a los renegados, los inadaptados. Como si no corriera peligro como una estúpida, como si el coletazo del golpe no se me fuese a regresar en toda la puta cara.

    ¿Y así me había atrevido a pensar que los lobos iban a dejarme tranquila?

    Qué jodido sueño de opio.

    La dejé irse y si acaso algunos segundos después me retiré yo también, dejando la línea de casilleros atrás, subí a la primera planta porque noté a Katrina con otra chica en la máquina de abajo y ganas de verle la cara a Akaisa no tenía. Estuve a nada de desviarme a la enfermería, escarbar por algún medicamento ni idea de por qué, pero al final seguí hacia los baños. Había un par de chicas dentro, pero terminaron de lavarse las manos y se fueron, momento que aproveché para caminar hasta el último cubículo y cerrar de un portazo que debió escucharse hasta afuera y aflojé la risa, fue una genuina carcajada. Rebotó en las paredes del cubículo, regresó a mí y se replicó en mi cuerpo.

    Me dejé caer sobre la tapa del baño, todavía descojonándome, y le di una patada a la puerta que hizo vibrar toda la maldita línea de cubículos, luego otra y finalmente regresé el pie al suelo, llevándome las manos al rostro mientras anclaba los codos en mis piernas. El cabello se desparramó a mi alrededor sin orden alguno como una cortina oscura y tomé aire con tal fuerza que casi me dolió el pecho.

    Tardé un par de minutos en enderezarme, pero la mala hostia no me la iba a quitar nada ni hoy ni nunca a este paso, así que saqué el móvil del bolsillo e impulsiva como siempre cuando el mundo se teñía de rojo, empecé a enviar mensajes. Altan, Arata y Cayden.

    Hey, Al, ¿cuándo pensabas contarme que te habían dejado medio muerto?
    Qué falta de confianza, de verdad. Oye, ¿qué te pondrías tú para una cita importante? Va a ser que me salió algo de última hora y estoy indecisa~


    Se me había ido la puta pinza, de verdad, porque había bastado oler el peligro para buscar a este cabrón y si se me iba mucho más capaz hasta le soltaba las cosas tan raras que andaba haciendo Hiradaira, pero no antes de atender a Shinomiya, qué va. Que seguro me jodía toda la reunión.

    Luego siguió el otro idiota, el que había dicho que iban a cuidarme y no sé que mierdas.

    Sí, claro.

    Seguro ya lo sabes, pero se les escapó un lobito de contención.
    Necesito que me cuentes algunas cosas de mi hermano, tú, no Dunn.


    Y el último de la fila, don "no preguntes de dónde, solo confía".

    Senpai, sigo esperando que me presentes al resto de amigos de Aniki~ que sepas que no se libran.
    Ah, y no te preocupes, me estoy portando maravillosamente. No me hace falta escolta.


    ¿Picando por la pura gracia? Sí, porque me di cuenta de repente que tenía un montón de piezas al alcance, que incluso podría tener más si estiraba la cuerda lo suficiente y que ya que no iba a conocer la tranquilidad pues haría lo que me saliera del coño, me arrastaría a todos al puto pozo conmigo con tal de asegurarme tan siquiera una primera línea de defensa. Si no por lo menos me aseguraba un par de imbéciles que quemaran esta puta escuela y todo Shibuya si algo me pasaba. Altan era la pieza floja en estos momentos, su lealtad ciega estaba volcada como en tres frentes, pero me valía igual.

    Me valía porque sabía que podía cargárselo todo, incluso sin mover un dedo.

    Me regresé el móvil al bolsillo, salí del cubículo otra vez y al pasar frente a los espejos con intenciones de salir hacia mi clase no fui capaz de diferenciar mi silueta de la mi hermano, de su fantasma, de su espíritu que nunca tendría más de dieciséis años, porque ni lo dejaron alcanzar el mes de su cumpleaños diecisiete.

    Yako.

    Dentro de mi círculo de fuego el kitsune negro, ya empapado con la sangre de mi yugular, estaba esperando y lo sentía. Lo sentía en el palpitar del fuego, en el olor a sangre quemada y la ira fluyendo a borbotones. Era después de todo, la maldita furia que había sentido desde que sepultamos a Kaoru.

    Y la iba a usar de una vez por todas, porque llevaba cubierta de sangre ajena desde los putos trece años.


    pedazo de relleno innecesario, pero tenía que largarlo para poder responder el resto de messes en condiciones (????
     
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