Cada caricia desprendía leves fragmentos de aprecio, conllevados de cristalinas gotas que se resbalaban por sus rostros, y un abstracto suspiro que disminuía su estancia cada vez más, en aquel vacío lugar. Donde solo la respiración de estos dos seres se escuchaba, y el deseo de que el tiempo se parece, que se mantuviera estático como un lago en otoño. La temperatura corporal de ambos disminuía; antes de sucumbir frente a la muerte, entrelazaron sus manos, sellando el destino que decidieron vivir. Y así aquel lugar tan silencioso se volvió un callejón oscuro y ruidoso, donde las esperanzas mueren y solo viven las luces que se encuentran en la cúspide de aquel gran mar.