One-shot de Pokémon - Azul.

Tema en 'Fanfics Terminados Pokémon' iniciado por Salem, 24 Diciembre 2014.

  1.  
    Salem

    Salem Vieja sabrosa

    Cáncer
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    Escritora
    Título:
    Azul.
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3925
    Escrito hecho para la actividad: "Pokémon Reality". ¡Espero que sea de su agrado!
    Ya saben: críticas, comentarios, muchos likes (?), todo se acepta. :D


    Azul.


    Miré los edificios y me quedé perdida en mis pensamientos por unos cuantos minutos, hasta que sentí mis manos temblar ante el frío tacto del metal y por el cansancio. Era una señal de que mi cuerpo ya no soportaba estar más parada, sujetándome de esa forma. Por más que mi condición me exigiera estar en reposo, yo no quería volver a la condenada cama. No me importaba para nada estar así, podía soportar el dolor, pero sabía que a la larga terminaría tendida en el suelo y que algún médico entraría para levantarme y regañarme, y luego llevarme a aquel mueble condenado.

    Observé con detenimiento el atardecer, tan mágico y bello que me eclipsaba completamente. Cuando miraba aquel urbano paisaje me preguntaba qué se sentiría volver a ser joven y saludable, recorrer con alegría aquellas infinitas calles que la ciudad de Buenos Aires te brindaba. Aunque mis pensamientos eran sólo anhelos de vieja, eran deseos que jamás se cumplirían.

    Seguí observando y suspirando por poder vivir un poco más. El cáncer me consumía como fuego a un bosque. Era desgarrador. Ya me había visto en el espejo, y lo que alguna vez fue una abuelita saludable, ahora era un cadáver. Me odiaba tanto, odiaba el dolor y la tristeza que les producía a mis familiares verme en ese estado.

    Sentí la puerta de mi habitación abrirse. No me giré, es más, mi dolor de articulaciones era tan grande que ni siquiera podía girarme. Tendría que pedir ayuda.

    –¿Parada otra vez? – La voz grave y tranquilizante del doctor me hizo saber que esta vez no me diría nada por estar parada en vez de acostada, haciendo reposo. Avanzó hacia mí, sus pasos haciendo eco en el piso. Su mano se posó en mi hombro huesudo, cálida, haciéndome sentir reconfortada–. Sabes bien que deberías estar durmiendo y descansando, Azul, no es bueno para tu salud. Mañana hay quimioterapia y tendrás que estar preparada para…

    –¿Para qué? Vamos, Samuel, tú sabes que ni las quimioterapias me salvarán. Moriré dentro de poco–susurré con una media sonrisa. ¿Pesimismo? No, yo era realista; esta era mi situación y no podía escapar de ella.

    –Azul, no seas así. Con este tratamiento podrías extender tu esperanza de vida, ¿acaso no quieres eso? ¿No quieres vivir? – Preguntó.

    Sí, quería vivir, como cualquier persona en este mundo. El problema era que ya no tenía fuerzas para seguir adelante. Si tal vez, sólo tal vez las quimioterapias ayudaran y el cáncer terminara vencido, ¿qué quedaría de mí? Sólo un cuerpo maltrecho, débil y esquelético que no me serviría ni para subir las escaleras. Yo no quería eso, tampoco quería agobiar a mis hijos obligándoles a cuidar de una vieja maltrecha y desgarbada. Ya había vivido sesenta y tres años y les estaba entorpeciendo el futuro a mis familiares. ¿Acaso quería torturarles aún más?

    Sentí que su mano apretaba mi hombro, insistente.

    –Está bien–murmuró. Pude notar tristeza en su voz, la cual se sentía pesada–. Si eso es lo que quieres…

    –Es lo que quiero y deseo–le respondí. Oí sus pasos alejarse rápidamente. Cerré los ojos y traté de no imaginarme su cara de desaprobación. Le estaba confiriendo una gran carga, él sería quien informara a mi familia de mi decisión de morir. Lo haría bien, yo sabía. No evitaría la amargura que sentirían mis hijos pero por lo menos suavizaría el dolor.

    Una enfermera entró y volvió a regañarme por estar parada. Me tomó de un brazo y me guio lentamente hacia mi cama. Allí me ayudó a recostarme, levantando mis piernas para ponerlas sobre la cama y arropándome como si yo fuese una niña pequeña. Dejó mi andador cerca de mí, pero no lo suficiente para alcanzarlo y volverme a levantar. Ésa era la enfermera mala, Leticia, no me daba mañas; era estricta y abnegada a su trabajo. A mí me parecía perfecto que fuese de esa forma, pero cuando estás por morir de lo que menos tienes ganas es de que alguien te de órdenes y te de sermones.

    La enfermera se fue, dejándome envuelta en un silencio atroz. Lo peor era que me dolía la cabeza, no podía girarla o sino me mareaba, y los intermitentes dolores seguían azotando mi cuerpo. Mi vista quedó clavada en el techo y poco a poco sucumbí al cansancio. Cerré los ojos y me sumí en un profundo sueño.

    En mi mente yo era joven otra vez, llena de vida. Caminaba por verdes praderas, jugueteando con mariposas y recogiendo flores silvestres. Mis piernas eran fuertes, mis pulmones saludables y mi corazón latía desbocado. Un viento alborotaba mis cabellos marrones y me elevaba poco a poco hacia un brillante cielo azulado. Un aroma delicioso invadía mi nariz: flores, olor a lluvia, pasto recién cortado. Miré hacia el horizonte y vi un enorme bosque. Algo me llamaba, ¡tenía que ir hacia allí! Con mis brazos remaba en el aire, tratando de avanzar pero no podía.

    Y entonces algo me sacudió.

    Sentí una mano tocar la mía y acariciarla; a los lejos se escuchaban murmullos y pasos apresurados. Quise abrir mis ojos pero los sentía más pesados que nunca. Abrí levemente mi boca pero no pude articular sonido alguno. La mano que me acariciaba subió hasta mi cabeza y palpó mi frente. Era una mano suave, podía sentirlo, de mujer tal vez.

    –Azul… Azul… todavía no es tu momento–una voz lejana me hablaba llena de amargura.

    De repente, punzadas.

    Mi brazo comenzó a sentir un hormigueo extraño para luego pasar a un dolor que hubiera hecho chillar como cerdo a cualquiera. Mi cabeza palpitaba y por más que tuviese los ojos cerrados me mareaba. Me dolía el sólo acto de respirar. Un enorme cansancio me volvió a envolver y decidí nadar otra vez en las profundas aguas de mi subconsciente.

    No recuerdo que soñé.

    Al despertar, pude abrir los ojos como si nada, y aquel mal momento que había pasado era otro recuerdo más en mi largo historial de cáncer. Al levantar los párpados me encontré con mi hija, sentada. Tenía el negro cabello enmarañado y sus ojos surcados por profundas ojeras.

    –Silvia–murmuré. Ella giró rápidamente la vista y se levantó rápidamente para darme un pequeño y sincero abrazo.

    –Mamá, ¡qué noche nos has hecho pasar! – Dijo sollozando. Podía adivinar que estaba preocupada, pero una nota de alivio se denotaba en su voz. Me miró con una enorme sonrisa–. Anoche… tuviste un ataque. Nos sorprendió que no despertaras gritando como comúnmente pasa, y eso nos asustó.

    –Debe ser que estoy mejorando, ¿eh? – Le comenté débilmente. Me dolía el cuerpo como si hubiese corrido una maratón. Así que un ataque… De alguna manera me las había arreglado para no gritar de dolor; supuse que había estado demasiado dormida.

    Silvia me miró. Sus ojos echaban chispas. De un momento a otro había pasado de mujer preocupada a mujer enojada. Abrió la boca para decir algo pero entonces la puerta de la habitación se abrió y entró Samuel, apurado.

    –Buenos días, Silvia–saludó cordialmente con una sonrisa en el rostro. Me miró con los ojos entrecerrados–. Y tú, Azul, ¿cómo has amanecido? Las enfermeras me contaron que tuviste un ataque.

    –Siento que me arrasó un camión–murmuré.

    –Y eso te pasa por quedarte parada cuando bien sabes que deberías estar reposando–sentenció.

    –Eres un joven muy malhumorado–le contesté–. Simplemente quería ver un poco el paisaje que me ofrece la ventana de esta habitación. Es la única cosa buena que tiene.

    –¡Mamá! – Silvia, escandalizada palmeó mi mano.

    –Déjela–dijo Samuel divertido–. En fin, enseguida vendrá una enfermera a traerle su medicamento. Espero que acepte tomarlo.

    –Obviamente lo hará–. Silvia me miró enojada. Samuel asintió y se dio media vuelta para irse, pero antes mi hija lo detuvo–. Doctor… ¿podemos discutir el tema de antes? Ahora que mi madre se encuentra en condiciones me gustaría que nos sacáramos este problema de encima.

    –¿Qué problema? – Tosí un poco y la observé. ¿De qué hablaba?

    –No quieres seguir con tus quimioterapias, eso es un problema–. Silvia se levantó con los brazos cruzados y se colocó al lado de Samuel. Miré a mi doctor. ¿Acaso ya le había informado a mi familia lo que quería?, ¿tan pronto?

    –Les has dicho–afirmé.

    –Era lo correcto; mejor tarde que nunca–. Samuel se acercó compungido–. Azul, creo que debes pensar bien las cosas. Si fueses una paciente mayor, quizás ya de unos setenta años, entendería tus deseos de no continuar con este tratamiento, ¡pero piénsalo bien! No eres tan vieja, todavía puedes salir adelante. Piensa en tus nietos, tendrás la oportunidad de verlos crecer y acompañarlos.

    –Samuel, ya hablé de esto conti…

    Pum.

    Algo había golpeado la ventana. Silvia y Samuel se miraron extrañados y voltearon a ver los vidrios. Mi doctor se acercó y abrió el ventanal. Un frío aire inundó la habitación; extraño, pues estábamos por entrar en verano. Miré a Silvia, la cual se había acercado a Samuel. Cuando éste se dio vuelta, su rostro demostraba sorpresa; llevaba algo en la mano y lo sostenía con cuidado.

    –¿Q-qué es? – Pregunté.

    Se acercó y me mostró un artefacto redondo como pelota de tenis, casi del mismo tamaño. Parecía de plástico pero no lo era; una mitad era roja y la otra blanca y en el medio había un botón. Levanté mi vista y miré a Samuel. Estaba tan desconcertado como yo.

    –¿Qué es? – Repetí.

    –No tengo idea–murmuró él. Lo pasó de una mano a otra–. Es livianísimo.

    –¿No habrá caído del piso de arriba? – Preguntó Silvia señalando hacia el techo. Su ceño estaba fruncido y miraba aquel extraño objeto como si de un ovni se tratara.

    –Imposible–dijo mi doctor–. En el piso de arriba está el área donde guardamos los medicamentes, o colchas para las camas; apenas tiene ventilación.

    –¿Entonces de dónde vino? – Pregunté yo.

    Pero como por arte de magia, la puerta de la habitación se abrió. Un joven alto, de cabello negro y ojos almendrados entró con el pelo revuelto y la respiración agitada. Era mi nieto, Nicolás. Nos miró a todos y rio como loco.

    –No saben lo que ocurre afuera–pronunció y quebró el silencio que reinaba.

    Se acercó a Silvia y la abrazó, para luego saludar al doctor y por último llegar hasta mí. Me dedicó un tierno beso en la frente y acarició mi calva. Comentó que me parecía a Britney Spears y reí. Mi niño siempre había sabido cómo sacar una sonrisa de mí aún en los tiempos más difíciles.

    –¿Y bien?, ¿qué ocurre fuera? – Silvia lo miró expectante.

    –Yo… no sé cómo explicarlo. Si se los dijera me considerarían locos–. Pasó una mano por su cabello y lo revolvió–. Cuando salí de casa noté algo raro, no era en el aire o algo que me pasase a mí, sino cuando miré al cielo. Estaba demasiado despejado, como si estuviésemos en verano, cuando en realidad nos encontramos en invierno–. Hizo una pausa y prosiguió–. Tomé el bus para venir hasta aquí, pero el tránsito estaba demorado. El bus paró por un buen rato y entonces ocurrió–. Nos miró a todos y metió una mano al bolsillo de su chaqueta–. El vidrio de mi ventana estalló por un fuerte impacto y esto me golpeó la cabeza–sacó su mano y dejó ver una esfera idéntica a la que tenía Samuel.

    –¡Doctor! – Exclamó Silvia parándose de repente–. ¡Es como la que golpeó nuestra ventana!

    –¡Sí, mira! – Samuel le mostró a Nicolás la misma esfera que él tenía.

    Nico nos miró consternado y prosiguió–. Eso no es todo, cuando esta esfera rompió la ventana… escuchamos un rugido–. Hizo una pausa y nos miró–. Esto no lo vi sólo yo, sino que fueron veintisiete personas más que pueden atestiguar esto… Había un dragón.

    –¡¿Qué?! – Samuel casi gritó para luego soltar una carcajada–. Por favor, Nicolás, los dragones son sólo una invención de lunáticos; nunca existieron. Lo más parecido que tenemos a ellos son los dinosaurios o los dragones chinos, pero nada más–. Posó una mano sobre el hombro de Nico–. Creo que tú y esas personas alucinaron o fueron víctimas de una broma.

    –¿Una broma? –Nicolás se acercó al televisor y lo prendió. Comenzó a cambiar canales y lo dejó en el noticiero de las siete–. Miren esto.

    … Cada vez más y más reportes a la policía sobre estos “animales mutantes” colapsan a las empresas telefónicas. Avistamientos de extraños seres voladores son furor en las redes sociales, además de la presencia de esferas de procedencia misteriosa que aparecen en lugares inhóspitos o en medio de una carretera–la periodista que hablaba tenía cierto nerviosismo en su voz–. Nadie sabe qué son ni de dónde vienen; los excéntricos afirman que son un proyecto secreto del gobierno relacionado con la experimentación en animales. He aquí algunas imágenes que hemos recopilado para ustedes–. El rostro de la mujer desapareció para dar lugar a cuatro imágenes. La primera era una fotografía que le habían hecho al cielo, donde podía verse un par de inmensas alas y un cuerpo gigantesco. La segunda era en algún lugar de la selva, dos enormes ojos miran entre unas hojas, y se podía divisar perfectamente la curvatura de una pata junto con una cola que más que cola, parecía un pino. ¿Qué demonios era todo eso?

    –Nicolás… ¿qué…? – No pude terminar la frase, miré al doctor y él estaba igual que yo: shockeado.

    –¿Esto es mundial? – Preguntó Silvia llevándose una mano al pecho–. ¿Serán los extraterrestres que tanto predecía History Channel? – Se le humedecieron los ojos.

    –No lo sé, mamá, pero puedo buscarlo–.Nicolás sacó su celular y empezó a teclear, buscando–. Aquí encontré unas noticias, es casi lo mismo que acá; los mismos avistamientos, la misma situación con el tema de las condenadas esferas. Al parecer es mundial. ¡Y miren! – Nos mostró su celular– Esto es una imagen tomada durante una tormenta de nieve en un centro de investigación de la Antártida.

    Era una imagen un tanto difusa; se podía apreciar que la nieve azotaba con ferocidad el lugar, y entre esa tormenta se podía divisar una figura casi humana… flotando. Un aura celeste la rodeaba, como si fuese un ángel. Observé que la tormenta surgía de su cuerpo, como si ella la creara. ¿Qué clase de monstruos eran estas cosas?

    –Entonces no mentías–susurró Samuel mirando consternado a mi nieto.

    Y al terminar de hablar, ocurrió lo inesperado. Un gran y poderoso rugido se extendió por todo el hospital. Mis huesos se helaron y sentí que me congelaba. Samuel y Nicolás se dieron vuelta justo en el momento en que las ventanas explotaban y las murallas se convertían en escombros. Sentí el agudo grito de Silvia en la lejanía y al momento mis pulmones comenzaron a llenarse polvo. La cama se tambaleó y con un sonoro ruido se cayó de costado. Terminé en el suelo, acostada y enredad en cables. Tosí y traté de buscar a mi familia y doctor con la mirada, pero veía todo oscuro; la densa nube de polvo me impedía ver con claridad.

    –¡Silvia! ¡Nicolás! ¡Samuel! – Grité desaforadamente. Mis labios estaban resecos y sentía que uno de los aparatos que usaban para controlar mi salud estaba oprimiendo mi espalda.

    Nadie vino a socorrerme.

    Con las pocas fuerzas que tenía traté de arrastrarme hacia la salida; me raspé los codos y pequeñas piedras se incrustaban en mis rodillas. Mi bata se había roto y sentía que algo goteaba por mi cara. No quise tocar. Vi mi andador parado, como si me estuviese esperando. Lo tomé y me levanté con esfuerzo; sudando conseguí pararme y enderezarme y dar unos cuántos pasos tambaleantes. Giré la cabeza y vi algo que quizás me hubiese gustado pasar por alto. Donde habían estado las ventanas había un enorme hueco. Escombros caían por un precipicio artificial creado por ese extraño choque. ¿Qué había sido todo aquello?

    –¡Abuela!

    Sentí una voz y miré hacia una esquina. Allí estaba Nicolás, sentado con Silvia en brazos. Tenía la cara llena de tierra y un camino de lágrimas recorría sus mejillas. Sostenía a mi hija con cuidado. Traté de avanzar lo más rápido que pude hacia ellos y cuando llegué encontré que Silvia estaba desmayada.

    –¡Nicolás! ¿Qué ha pasado? ¿qué ha sido todo eso? – Murmuré.

    –No lo sé… ¿y el doctor? Mamá está herida y… dios, esto es un caos–. Frustrado miró hacia todos lados, buscando con la mirada a Samuel.

    –¿Habrá sido un ataque terrorista? –Pregunté mirando hacia el hueco gigante. A lo lejos podía oír sirenas.

    –No lo creo… –dijo Nico acariciando con cuidado a Silvia–. La puerta está atrancada con un escombro, no podemos salir a menos que sea por ese agujero–señaló con la mano.

    Nos quedamos en silencio hasta que oímos dos potentes rugidos. Asustados, miramos hacia nuestra izquierda y, si pensé que Nicolás estaba loco, me equivoqué. Surcando el cielo con increíble velocidad, un extraño dragón celeste rugía y lanzaba potentes llamaradas al edificio. Eso era lo que había impactado en el hospital. El dragón era enorme y extraño, no poseía escamas pero tenía extrañas protuberancias rojas. Y… ¿dónde se había visto un dragón celeste, por dios santo? Ni en la literatura medieval uno podía encontrar cosas así.

    Entonces, algo tapó la poca luz que entraba. Una cosa parecida a algodón se posó entre los escombros. Era del mismo color que el dragón anterior pero tenía un pelaje esponjoso y un pico de ave. Se giró y nos miró durante unos momentos. Mi corazón galopaba a mil y de reojo observé a Nicolás que estaba tan pasmado como yo. ¿Qué eran aquellos monstruos?, ¿de dónde venían?

    El ave se acercó a nosotros, al parecer sin intención de dañarnos. Bajó la cabeza y con el pico empujó el extraño objeto que había golpeado nuestra ventana hacia mis pies. Miré asombrada, ¿qué se suponía que debía hacer?

    –Creo que quiere que lo tomes, abu–susurró Nico el cual miraba con atención al ave o lo que fuese.

    Asentí y me agaché lentamente, con un gesto de dolor; mi columna parecía no querer cooperar. Con esfuerzo lo logré. Tomé la esfera entre mis manos y miré al ser que parecía estar esperando algo de mí. Lanzó un grito, no como el rugido que habíamos escuchado antes, sino más suave y dulce, casi como un canto.

    –No comprendo qué quiere–dije en voz alta. Miré el objeto en mis manos, ¿debía abrirlo? Traté de hacerlo como quien abre un frasco de mermelada.

    –Creo que debes presionar el botón–. Nicolás había dejado a Silvia en un costado, tapada con su abrigo y se había levantado. Estaba a mi lado y con tomó la bola y apretó el botón que estaba en el medio.

    El objeto emitió un pitido y se abrió, con un halo de luz roja. Solté un débil ¡oh! y de la nada, en el suelo, apareció un pequeño animal ¡color verde! Parecía una pera por su forma, y tenía una larga hoja colgando de su cabeza. Miré a Nicolás y éste estaba igual de sorprendido que yo. Se agachó y tocó al pequeño quien salió corriendo hacia los pies de mi nieto y lo miró con cariño.

    –¿Cómo se llama? – Le pregunté a Nico.

    –No lo sé, capaz que lo dice en esa esfera–. Se acercó a mí y tomó el objeto. Lo giró y se detuvo un momento, leyendo–. Dice… eh… número ciento cincuenta y dos, Chikorita.

    –Su nombre es Chikorita–le dije sonriendo. Tosí brevemente y miré a Nicolás–¿Y este gigantote? –Señalé al ave.

    –No lo sé, no tengo idea de dónde habrá salido–contestó mi nieto aún embelesado con el pequeño Chikorita.

    Avancé con cuidado hacia el ser celeste y lo observé. Sus ojos reflejaban una chispa de curiosidad y supe en ese instante que no me haría daño. Alargué mi mano y toqué una de sus esponjosas alas. Era suave, parecía felpa. Froté suavemente y el animal emitió un sonido. Se agachó y echó en el suelo, y fue entonces que me percaté de su gran tamaño. Era enorme y me sentía tan inferior con él.

    –¡Abu! – El grito de Nicolás me despertó, me giré y su Chikorita tenía algo en la boca. Era una parte de otra esfera. Nico se agachó y se la quitó para luego tendérmela. Leí y decía: Número 334, Altaria.

    Miré al ave y me acerqué.

    –Creo que su nombre es Altaria–puntualicé. Me acerqué aún más al animal, pero antes de poder decir algo, éste se levantó en todo su esplendor y con su pico me tomó de mis ropas y me lanzó hacia su lomo.

    Grité asustada y Nicolás corrió hacia mí, pero era demasiado tarde, el ave abrió sus alas y corrió hacia el hueco, donde se lanzó. Cerré los ojos y traté de no pensar en lo que estaba pasando. Me aferré con fuerza al esponjoso pelaje, casi tirando de él. Me sorprendió que Altaria (si es que podía ya llamarla así) no se quejara, en vez de eso, sentí cómo batía sus alas con ímpetu y volaba más y más rápido. Me dolía la espalda a horrores y me sentía debilitada. Estaba por darme un ataque. Sollocé del dolor y me sostuve aún más contra el lomo de Altaria.

    Moriría volando.

    Pero si iba a morir allá arriba, vería mi ciudad por última vez. Lentamente abrí los ojos y me encontré con un paisaje hermoso. El cielo estaba azul claro, no habían nubes y los rayos del sol iluminaban los edificios. Volaban pájaros nunca antes vistos a mi alrededor, exclamando: ¡Pidgey! Y demás nombres extraños. Parecían felices y de vez en cuando pasaba otro gran pájaro guiando a los más pequeños. Todos tenían extrañas similitudes. Miré poco a poco hacia abajo y personas montadas a elefantes acorazados de extraños colores, los autos se habían detenido y las personas bajan de él. Se escuchaban risas y exclamaciones. Levanté la vista y en uno de los edificios más grandes del centro estaba aquel dragón que nos había atacado. Parecía solitario allí arriba, de alguna forma pacífico pero yo sabía que no lo era.

    De pronto más dolor.

    Lo inevitable estaba por llegar. Sentía que mi pecho estaba por explotar y cada vez mi respiración se volvía más y más agitada. Ya no podía sostenerme bien de Altaria. Al parecer el animal se dio cuenta de esto. Se removió inquieto y de la nada, comenzó a entonar una canción.

    Era dulce y tranquilizadora. Me sentía en paz pero el dolor no se iba, continuaba allí. Poco a poco empecé a adormilarme y cerré los ojos.

    Me dejé llevar por el viento que nos golpeaba en pleno vuelo y por aquella melodía.

    El cielo me recibía, igual que el color de mi nombre: Azul. Parecía estar esperándome, y a Altaria también. Entonces comprendí que nosotros dos éramos iguales, él no era joven, yo tampoco; por eso me había acogido y me había transportado. Porque sabía que el final estaba por llegar, el final para nosotros. Lo acaricié y sonreí por última vez.

    Y así me dormí para no despertar más, pero llevándome el recuerdo de aquellos seres apacibles como increíbles en mi mente.





    -------------------------

    ¿Qué les pareció?
    Sí, ese dragón era un Salamence, no sabía cómo describirlo. xDDD Espero que les haya gustado.

     
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  2.  
    Fénix Kazeblade

    Fénix Kazeblade Creador de mundos Comentarista destacado

    Cáncer
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    A sido genial este relato, la crónica del ultimo instante de una vida, plena y feliz, apacible, caramba ¡y volando!. Que forma tan increíble de cerrar el telón. Mira que es largo pero la narrativa esta tan bien trabajada que no se siente, es simple pero descriptiva, dando a conocer un trama que es tan común en nuestro mundo pero innovadora en el mundo pokemon, llena de sentimentalismo, carisma, amistad.
    Es un relato muy completo del que muchos podrían quedar satisfecho.
    Por allí vi que solo faltó una S en una de las palabras, nada grave.

    Gracias por participar en la actividad y hasta la próxima.

    5/5

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    Última edición: 3 Enero 2015
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  3.  
    Fabian

    Fabian Adicto

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    ¡Vengo a comentar!
    Buenísimo, emotivo, una sucesión plena y asombrosa de momentos y sentimientos. Me ha gustado mucho esta historia.
    Una protagonista en ese estado, un eventualidad pesimista y un ambiente en el que la aparición los pokémon llega a ser algo fuera del lugar, pero a su vez... ¿milagroso?

    Todo lo hiciste llegar a un punto en el que no podía sentirme cómodo sin saber en qué iba a terminar la historia. Sólo noté dos o tres errores, tildes. Nada que no se pueda evitar con una revisión previa a la publicación, me suele pasar.
    Lo que más me gustó: El giro que produce la misteriosa esfera entrando por la ventana ligado a la aparición del enérgico Nicolás. Gran manera de involucrar en la historia a las criaturas pokémon, bien inesperado.

    También me agradó el hecho de que cada pokeball lleve el nombre y número del respectivo pokémon, no sé, viví esas partes como si yo mismo leyera lo que estaba grabado en la esfera de color blanco y rojo. Alucinante (*-*)

    Y el final ni qué decir, junto con el inicio, las partes más gloriosas del escrito, empapado de sentimiento, esta vez te daré un 5/5
    ¡Felicidades!
     
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  4.  
    Chesire Cat

    Chesire Cat Iniciado

    Acuario
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    Dios mío... ¡Este es uno de los mejores relatos que he leído! me quedado así O_O Buenísimo, ortografía perfecta y trama interesante y emotiva. Muy creativa, original y hermosa obra.
     
  5.  
    J.Nathan Spears

    J.Nathan Spears Adicto Comentarista Top

    Libra
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    Escritor
    ¡Impresionante! O______O

    Esta forma tan loquilla de mezclar la realidad con la ficción de Pokémon es totalmente inusual... y me encantó.

    Pobre señora Blue... estaba hecha miércoles con el cáncer, pero al menos pudo morir feliz, aunque fuese en medio del caos que causaría la primera aparición de lo que son los Pokémon.

    A todo esto, ¿La autora cree en la reencarnación? Si la respuesta es afirmativa, me gustaría ver qué onda con la próxima vida de la viejecita... seguro como una trainer poderosa :D, como en el manga... aunque entonces, no debería sufrir nada de ornitofobia, pues en su vida pasada, su último buen recuerdo sería el de estar montada en un pájaro gigante :L

    Sobre describir a Salamence, permíteme darte lo que yo hubiera puesto: "Era un dragón de escamas color Calipso, de aproximadamente un dos metros y medio de altura y unos seis metros de la cola a la cabeza, con una mirada penetrante, una ancha boca llena de colmillos, facciones atemorizantes en su cabeza y cuerpo, de color rojo, y el pecho con escamas de color gris perla". Algo así -w-

    Buena suerte y sigue escribiendo bonito xD
     

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