Asuras. El secreto de los Sabios Introducción Esta es mi segunda historia en mi nuevo universo construido, en realidad no espero ser muy original ya que planeo emplear elementos de Starwars, Gundam y Evangelion y la Visión de Escaflowne. Esta es una continuación de una pequeña introducción que escribí llamada Asuras, La masacre de Ambabod, cuyos capítulos volveré a colgar aquí con algunas modificaciones.
La quietud después de la tormenta. La lluvia caía sin descanso mientras un joven oficial observaba el campo de batalla, tendría a lo sumo unos quince años, pero su posición social le permitía tener un rango en el ejército cuando este era convocado completamente y no había suficiente personal de oficiales para comandarlo. A los jóvenes como él se les encomendaba el rango más bajo de un oficial comisionado, el recientemente creado rango de Teniente. La verdad es que no sabía demasiado de la vida castrense, él era después de todo un habitante de ciudad, un joven educado bajo normas y leyes que dictaminaban que era malo matar a otras personas. Apenas unas semanas atrás estaba sentado con sus amigos y su novia hablando de lo difíciles que eran las clases en el recientemente construido Colegio de Ingenieros de Calsedonia. Los tenientes debían encargarse de que los campesinos y trabajadores de bajo rango obedecieran las órdenes de los superiores e informar sobre brotes de indisciplina y motines. Muchos tenían desdén, púes debían vivir muy cerca de las tropas, aguantando la mala higiene y los humanos olores de un grupo de hombres en movimiento sin letrinas. La mayoría sin embargo aceptaba su misión con entusiasmo, queriendo aprender de los Sargentos, guerreros de bajo nivel social, pero con una enorme experiencia en el campo de batalla, eran hombres recios a quienes los oficiales con mayor éxito siempre apreciaban escuchar. Los tenientes servían bajo el mando de un Capitán, un oficial comisionado realmente entrenado para la guerra, y estos a su vez obedecían las órdenes del General de campo. Al menos eso era lo que decían siempre en el cuartel de entrenamiento. El muchacho repasaba todo esto mientras observaba a su capitán y varios de los soldados bajo su mando, llenos de flechas o con hachas en la espalda, algunos con la cabeza abierta, otros con la barriga destripada, todos habían muerto para que el sobreviviera. Lo mismo podía decirse de otros jóvenes de la nobleza, pero no todos. Algunos habían abandonado a sus hombres, y estos en represalia los habían matado antes de volver a la batalla. ¿Qué había sucedido? Nada fuera de lo ordinario, se enfrentaban al ejército invasor de un rico Sátrapa de las tierras occidentales que buscando fama, fortuna y gloria había guiado su ejército al rico valle de Calsedonia para apoderarse de su riqueza y de sus fuentes de minerales preciosos. Al principio se les había dicho que el ejército invasor era pequeño y que podrían expulsarlo con facilidad, la alegría, la confianza e incluso las ansias de aventura hinchaban los pechos de muchos jóvenes que ahora se encontraban en el suelo, con su sangre lavada por la lluvia, lo cual creaba un denso fango sanguinolento, muchos futuros cercenados, muchos sueños aniquilados. La batalla había durado más bien poco, como unas dos horas, dos horas que habían parecido dos centurias. La mente del muchacho repasaba cada movimiento, cada impacto en el escudo, cada golpe de espada exitoso, cada falla al avanzar, cada una de las espaldas que se interpusieron entre una muerte segura y un sacrificio voluntario. El joven había sobrevivido, estaba envuelto en la sangre de enemigos y de amigos, su acero tenía la sangre de algunos de los soldados que había logrado herir, y sin embargo sentía que más personas se habían sacrificado que las que él había derrotado. ¿Desconocidos? No realmente, durante los días de la marcha, muchos de los otros que yacían desorbitados en medio del fango le habían sonreído, se habían inclinado ante él, le habían servido con amabilidad y entusiasmo, le habían dado consejos sobre las mujeres, sobre los negocios, sobre el mando y sobre la vida, había jugado a los dados con ellos y también a las cartas, se habían reído a la luz de las estrellas y también habían peleado por pequeñeces. El joven no sabía realmente como había terminado la batalla hasta que se encontró prácticamente solo, sus soldados sobrevivientes se encontraban sentados llorando a sus amigos caídos, mientras que más allá del vado del rio Weiis aún se levantaban los estandartes del grueso del ejército del Satrapa Ahmad ibn Majid de Larsaren un noble del Imperio de Azjeden. Las unidades comandadas por nobles terratenientes rurales eran las que mejor habían soportado la batalla, ya que estos jóvenes habían recibido una apropiada educación militar desde que eran niños, algunos habían visto algunas escaramuzas al tratarse de muchachos que provenían de regiones de las fronteras del norte, que siempre debían vérselas con incursiones de bandidos y barbaros. –¿Mi señor Marco Galesi? –dijo un soldado mensajero hacia Marco sacándolo de su ensimismamiento –los oficiales en el centro de la formación convocan a una reunión para elegir un nuevo general. Marco tardó un momento en responder, pues su mente repasaba todos los detales de aquella nefasta batalla, los sonidos de las trompetas y los gritos de arrojo, los estertores de la muerte, el olor a orina y eses que se hacían comunes antes, durante y después del combate, y la textura del suelo bañado por la sangre, aquel lodo ferroso de olor particular. –¿Que sucedió con el general? –preguntó Marco con un extraño semblante impasible, como si se tratara de un veterano de mil batallas. –El general y los altos oficiales escaparon del campo justo antes de la batalla –contestó el soldado –el mando de la batalla fue asumido instintivamente por los capitanes y tenientes de campo como vuestra merced, pero algunos de ellos también escaparon, otros lo intentaron. Marco suspiró con vergüenza. –Imperdonable – dijo Marco limpiándose una mancha de sangre que le bajaba por la ceja, al principio pensó que era la sangre de alguien más, pero un instante después notó que era una herida superficial en su ceja derecha, un golpe de espada que no había visto y que no podía recordar, pero que pudo penetrar en el duro bronce de su yelmo con una facilidad pavorosa –levántate soldado, veo por tu armadura y tus armas que eres un soldado de profesión, un verdadero soldado, yo solo soy una figura decorativa en todo este infierno. Marco hacía referencia a la armadura de lino prensado y refuerzos de bronce de Zebile, el bronce más finamente forjado de todo el mundo conocido, así como por las grebas y el yelmo, un equipo muy costoso que solo se daba a los soldados de profesión, y que los nobles debían pagarse ellos mismos, así que los soldados provenientes de una leva por lo general no poseían. –Mi señor, ¿Qué debo decirles a los capitanes? –preguntó el soldado. –Iré después de que los hombres sobrevivientes de mi unidad se hallan reagrupado –dijo Marco quitándose el yelmo. Su rostro no tenía ninguna seña particular a parte de tener una tez de color intermedia típica de los habitantes del valle, su cabello rosado y sus ojos azul oscuro lo agrupaban en la raza de los alanos, hombres con una talla diversa pero con una actitud hacia la vida marcada siempre por la alegría –también cremaremos a nuestros aliados y enemigos, por su cabello y ojos puedo ver que son alanos igual que nosotros. –Como ordene mi señor –dijo el soldado retirándose. “Dioses” pensó Marco mientras observaba el oscuro cielo del campo de batalla “siento que toda esta situación va más allá de mis capacidades actuales, ¿saldremos vivos de esto” luego, observando el campamento principal de los enemigos “no lo creo, esta batalla nos dejó casi muertos, y solo era la vanguardia, sus tropas más débiles y menos valiosas supongo, además ¿Qué son esos barcos? ¿Cómo es que dos barcos pueden flotar sobre el suelo?” –¡Hombres! –gritó Marco levantando su espada –ya es tiempo de dejar de llorar, recuerden las enseñanzas de la Diosa, muestren sus respetos a sus camaradas, pues observen que los buitres ya comienzan a arremolinarse sobre nuestros hermanos, enciendan las piras –luego, tomando un poco de aire continuó –también para los soldados enemigos, muestren el respeto que se debe a los enemigos que pelean con valor, de frente a frente y oren porque en el otro mundo se conviertan en nuestros hermanos de armas. Los hombres no vitorearon sus órdenes como era usual, pero obedecieron sin dudar, o sin quejarse. El mismo Marco ayudó a separar varios de los cuerpos, en buscar leña para las piras comunitarias. En preparar los cuerpos en una disposición menos humillante. Su armadura de lino prensado ya no era blanca, sino roja o rosácea su capa antes perfumada, ahora emitía el olor de la humanidad doliente y precaria. Sus botas antes brillantes, se encontraban cubiertas por lodo sanguinolento. Y al fin cuando el humo de las piras se elevaba a los cielos, los cuernos de la convocatoria hacían resonar todo el campo de batalla. Marco pudo ver que a todo lo largo de la línea de batalla se levantaban piras, por lo que otros oficiales debían estar haciendo lo mismo, era hora de hablar son sus camaradas y decidir qué hacer con el enemigo que yacía detrás del vado, y que aun mostraba sus colmillos para una ronda más de muerte y destrucción. –Espero de Dorian y Albano estén bien –dijo Marco en un susurro leve –amigos, espero que estén bien.
Los recuerdos de un soldado, parte I. –Su señoría – dijo uno de los cirujanos del campamento a un joven teniente –tendrá que usar unas vendas, pero su ojo no ha salido las timado, si desea podemos llamar a una Shiromadoshi para que no le quede ninguna cicatriz. El oficial era un muchacho alto y de complexión delgada que había visitado el lugar debido a al golpe de un hacha, la cuchilla había penetrado la placa superior de la visera, hundiéndose como un cuchillo caliente en la mantequilla, cortándole la ceja y el parpado. El joven no se había vendado, pero a diferencia de otros oficiales jóvenes, no venía gritando de dolor o preguntando si su ojo se salvaría. Al ingresar preguntó si había algún cirujano que no estuviera atendiendo a alguien herido de gravedad e incluso se sentó esperar un rato. –Si mi ojo izquierdo está bien es algo innecesario, que las magas blancas ayuden a quien verdaderamente está en peligro de muerte, a este paso necesitaremos todos los soldados que sean posibles –respondió el oficial mientras hacía la señal de que se apurara con la venda –tengo que reportarme a una reunión de oficiales y solo tenemos el tiempo que tarden los diferentes escuadrones en cremar a sus muertos. –Como usted ordene su excelencia. Mientras el cirujano procedía a limpiar la herida, el joven se sumergió en su meditación, trataba de recordar la etapa de su vida más pacífica. Su nombre era Dorian, Dorian de de Coritios, su padre era un noble de bajo nivel cuya única riqueza era un pequeño feudo fronterizo que siempre tenía problemas con bandidos procedentes de las bárbaras del norte. Era una situación complicada, la mayoría del país de Calsedonia era muy pacifico, la frontera oriental estaba protegida naturalmente por las escarpadas murallas de la cordillera de Lisaquia, al sur estaba el gran bosque de Sinbani y más allá el gran reino de Zebile, con la civilización más avanzada del mundo conocido. Al suroriente se encontraba el desierto de Lars, mientras que al oriente y nororiente dos gigantescas fortalezas mantenían las tierras seguras de invasores esporádicos. Al norte otra serie de montañas escarpadas, la cordillera de Sordes, protegían la frontera. Las tierras en las que había crecido Dorian se encontraban en un valle angosto que separaba la punta norte de la cordillera de Lisaquia con el extremo oriental de la cordillera de Sordes, se trataba de un pasillo natural en el que debía haberse formado una gran fortaleza defensiva, pero lamentablemente lo más cercano a eso era la fortaleza de las minas de Coezzone, pero las tropas apostadas allí no protegían las tierras de cultivo de Coritios, ellas únicamente resguardaban la salida de minerales preciosos administrados por oficiales del reino de Zebile. Como consecuencia, por generaciones los señores de Coritios habían aprendido a defenderse por ellos mismos, aunque en otras ocasiones los ejércitos profesionales de la capital generalmente liderados por comandantes o generales de la familia Galesi atravesaban la región para realizar campañas punitivas en el norte y en el este. Dorian creció con una constante lucha contra barbaros y bandidos, a los 10 años vio su primera escaramuza junto con los caballeros de su padre, y a los trece años derribó a su primer enemigo con una flecha en el cuello. A los quince años tuvo su primera pelea real cuerpo a cuerpo, saliendo herido en su mano derecha. Su padre horrorizado lo envió a la capital para estudiar. Su vida bajo el mando de su padre no fue particularmente feliz, su madre murió poco después de nacer y Dorian tuvo la sensación de que su padre lo culpaba de ello. Su educación fue estricta, a veces con un trato mucho más estricto que el que tenían que enfrentar los esclavos y sirvientes libertos. Tal vez la única vez que Dorian observó a su padre preocupado fue durante los tres días que tuvo que pasar en cama debido a la fiebre causada por la herida de su mano, aunque de otro modo su traslado a la capital lo recibió como una especie de destierro por ser incapaz de afrontar la recia vida de un noble de fronteras. Al llegar a la capital debió a afrontar un examen de aptitudes básicas, siendo aceptado en la Escuela de Ingenieros, en la división de armamento de contacto. Desde pequeño Dorian había tenido la afición de ver y practicar el arte de la forja de herramientas de cultivo y de espadas, así que poseía un conocimiento artesanal, adicionalmente su padre le había pagado algunos tutores para educarlo en artes un poco más abstractas. De ese modo, al pasar un año Dorian se había convertido en un estudiante aventajado y con dos amigos. Dorian jampas supo porque, o a qué hora dos personas terminaron hablando con él de forma tan constante, tal vez se trataba que hacían grupo en cada uno de los seminarios, o porque evitaban que él se metiera en problemas con otros es pudientes. La fisonomía de Dorian era más bien flacuchenta, lo cual de daba una apariencia de debilidad, por lo que algunos compañeros intentaban acosarlo, la última vez el acosador había terminado con sus brazos fracturados, la mandíbula rota y una rotula descuadrada. Casi lo expulsan por ello. Sin embargo, después de que conoció a Albano, un joven hijo de comerciantes la cosa cambió. Albano era una mole de grasa de dos metros que ocultaba otra mole de músculos, todo rodeado con una enorme sonrisa y unos ojos rasgados. Su cabello rosáceo oscuro y su piel clara revelaban una ascendencia mixta de una familia de las montañas del norte con personas del valle. Albano alejaba a los acosadores, así que gracias a Albano Dorian no había tenido que meterse en problemas. Junto a Albano, Dorian conoció a una chica llamada Tatiana, era extremadamente hermosa, y ella no dudaba en coquetearle, pero Dorian parecía no estar interesado en una relación amorosa, en su mente solo estaba la idea de demostrarle a su padre que podía convertirse en un hombre de honor, después de eso, podría dedicarse al asunto de las faldas. Un día Dorian recibió una carta, su padre le solicitaba tomar bajo su ala y proteger al hijo menor de la familia Galesi que había sido aceptado en la Escuela de Ingenieros, la familia de Dorian dependía de los favores de la familia Galesi para que les enviaran regularmente tropas a la frontera y disminuir la tensión que generaban las tribus bárbaras que iban y venían por la frontera. Dorian estaba algo molesto aquel día. –Ser niñera no es tan malo –dijo Albano en aquella ocasión. –¿Y porque no le ayudas tú al bebe? –repuso Albano. –Si lo hiciera ¿quién cuidaría a los acosadores de tus hábiles manos? –preguntó Albano abrazando a su compañero. –Suéltame gordo, esa salsa deja un olor repugnante –dijo Dorian cerrando los ojos con algo de asco. La reacción de Albano fue reírse. –Eso sucede cuando se enfría, supongo que debo alterar la mezcla –dijo Albano chupándose los dedos –además también pierde algo de sabor cuando se enfría . –Yo puedo ayudar al crio –dijo Tatiana sonriendo –pero debes asegurarme que sea un chico lindo, porque si se trata de un bastardo arrogante déjame decirte que te tocará a ti solito. Dorian suspiró con algo de molestia. –Te lo encomiendo entonces tata –dijo Dorian –deseo apostar que el chico te gustará, asegúrate de que no se meta en problemas, si pasados unos días y su actitud es chocante –Dorian hizo crujir sus nudillos –deberé enseñarle respeto personalmente.
Los recuerdos de un soldado, parte II. Dos jóvenes caminaban por el pasillo de la universidad, una muchacha y o muchacho. La muchacha era algo mayor, su cabello lacio y rosáceo se encontraba atado por una trenza mientras que sus agudos ojos azules miraban un trozo de papel. –¿Así que eres hijo de los Galesi? –dijo ella sorprendida –jamás pensé que tendría el honor de guiar a alguien como tú. –Los héroes son mi padre y mi hermano –dijo el joven con tono cortés, tenía un tono de cabello similar, pero su piel era un poco más clara –tu solo llámame Marco, ¿entendido señorita Tatiana? Entonces ella se detuvo y le tocó el hombro. –Deja el señorita –dijo ella aparentemente enojada –mi tía le gustaba que la llamaran así y aún lo es, ¿entiendes a lo que me refiero? Su voz era un poco más grave y amenazante, por lo que Marco tuvo que disculparse con una sonrisa nerviosa y algunas venias. –Llámame Tata como todos –dijo Tatiana guiñándole el ojo –y si quieres disculparte tendrás que gastarme un jugo de uvas en el parque de la terraza, ¡se puede tener una vista increíble de la ciudad desde ese lugar! Marco dejó caer un vaso con jugo de naranjas en el piso debido a la emoción, jamás había sido invitado por una muchacha de ese modo ya que en la mansión de su familia no había muchachas de su edad. Solo instructores de todo, instructor de matemáticas, instructor de derecho, instructor de alquimia, instructor de mecánica, instructor de esgrima, instructor de gimnasia. –Joven –dijo un conserje que se aproximó con un trapero, era un hombre de complexión media y un cabello más oscuro, probablemente un inmigrante de Zebile que trataba de encontrar un mejor futuro en el reino de Calsedonia –joven, ¿necesita ayuda? Marco salió de su ensimismamiento y se disculpó con el conserje, pero cuando se hizo a un lado fue arrollado por una muchacha que iba corriendo, el terminó en el suelo, solo para ver que ella continuaba su camino a toda marcha. Se trataba de una muchacha que corría en medio del gran pasillo lleno de estudiantes, se encontraba vestida por una bata larga de color blanco que la delataba como investigadora experta de la universidad. Su cabello rosa ondulado se agitaba al aire a medida que avanzaba a todo ritmo, mientras sostenía un periódico en sus manos. –¿Qué le pasará a la profesora Magdalena? –se preguntó Tata. –¿La conoces? –preguntó Marco. –Ella es una de las investigadoras principales del programa magitek de la universidad –contestó Tata –hace un par de semanas que trabajo con ella, generalmente es despreocupada y muy atenta, debe ser algo muy grave lo que le debe estar pasando como para correr como loca. Marco se levantó con la ayuda de Tata. –Bueno, creo que te debo un jugo. Unos meses después… El Colegio de Ingenieros de Calzioni en la mañana, que visión, jóvenes nobles o ricos “no necesariamente ambas cosas a la vez” caminando de aquí para allá con libros costosos y mochilas pesadas donde llevaban todo tipo de instrumentos para escribir, trazar y calcular. Las muchachas habían sido admitidas en las universidades de Zebile desde el principio, por lo que en el Colegio de Ingenieros de Calzioni, al estar basada en el sistema zebiliano, se había mantenido esta tradición. Ver a muchachas jóvenes y hermosas era una de las actividades preferidas de Marco y sus amigos, el corpulento Albano y el estilizado Dorian. –¿Cuál crees que es la chica más sensual de toda del colegio? –preguntó Albano mientras se comía varios pasteles de carne de pollo aderezados con una salsa agridulce de su propia factura. –¿Podrías dejar de hacer eso? –repuso Dorian cerrando un libro de matemáticas avanzadas –el olor de esa cosa afecta mi delicada nariz. –Todo afecta tu delicada nariz Dorian –contestó Albano saltando de una pequeña mesa de concreto para sentarse al lado de su antipático compañero, luego lo abrazó y le señaló el trasero de una joven de primer año –no me digas que no te gusta –Dorian simplemente apartó la mirada con el rostro enrojecido, pero se posó en una mujer que caminaba por uno de los pasillos, su bata blanca y la etiqueta de su bien formado pecho revelaban que se trataba de una profesora investigadora. –¿La Profesora Magdalena? –repuso Marco percatándose del objeto de las atenciones de Dorian, luego sonriendo maliciosamente continuó –jamás la había visto en esos términos, ya saben, con lo histérica que es en clase. Albano se levantó poniendo su mano derecha en su frente para que la luz del Sol no opacara la silueta de la joven maestra. –Es verdad – dijo Albano dándole un leve codazo a su compañero –tienes buen gusto a pesar de ser tan flacuchento. –Ya dejen esas obscenidades –contestó Dorian –ni siquiera los conserjes de clase baja se comportante forma tan ruin, me parece una falta de respeto con la señorita Pirlo. En ese momento llegó Tatiana, –¿Que hacen ustedes? –preguntó ella tomando de la mano a Marco, luego mirando de forma molesta a Dorian continuó –¡espero que no le estés enseñando cosas pervertidas a Marco! –luego ella observó a Albano, quien tenía en su boca al menos otros tres pasteles de carne de pollo aderezados con su salsa –esto también va para ti gordito. –No soy gordo –contestó Albano tragándose sus bocados –es solo que tengo los huesitos grandes. –¿Qué haces aquí Tata? –preguntó Dorian levantándose –¿que no estabas involucradas en el proyecto con la profesora Argeda y la profesora Pirlo? –Me dejó ir la profe Argeda, es muy buena y muy inteligente–repuso Tatiana –parece que por fin ha terminado el sistema de control de movimientos miniaturizado. Será un gran avance para el transporte de mercancías, tan solo imaginen el potencial para las personas y comerciantes más humildes, podremos crear navíos pequeños y baratos que levitan sobre los caminos, muchos se verán beneficiados. –¿También podrían hacer Asuras más rápidos? –preguntó Marco –solo imaginen un titán de combate que pueda flotar y desplazarse con rapidez . Tatiana cambió su expresión de un momento a otro, había trabajado tanto en aquel proyecto durante casi un año que nunca había notado aquella aplicación. –Eso sería imposible –contesto Albano mientras le agregaba más salsa agridulce a un pastel de carne de res –nosotros no producimos Asuras, aunque creo que si podríamos venderles esa tecnología a los de Zebile por una buena suma en metálico y tal vez algo más de respeto. Tatiana lo miró con cara de pocos amigos. –Es inevitable que terminen introduciendo “eso” en las armas de combate –continuó Dorian levantándose mientras observaba su reloj de bolsillo, una pieza de oro exquisitamente labrado con el símbolo de su familia, un par de perros de caza –no deberías alarmarte tanto por eso Tata. –Los hombres solo piensan en la guerra –dijo ella soltando la mano de Marco y sometiéndolo a la frialdad de la indiferencia. –No exactamente –contestó Albano lazándole una mirada a Marco, ambos trataron de no reír. –¿Y yo que hice? –preguntó Marco alarmado por la actitud de Tatiana. –Mejor no preguntes –contestó Dorian despidiéndose de forma un poco indiferente. –Tata es una pacifista –contestó Albano –Ya veo –dijo Marco –mi hermano también lo es, escribe poesía sobre eso. –¿Le va bien? –preguntó Albano. –Mi padre dice que es un tonto ebrio –dijo Marco mientras sacaba un pequeño libro azul de poesía –esto me lo regaló hace una semana –dicho esto se lo entregó a Albano. –Hey, hay una sección de poemas románticos –dijo Albano revisando el texto con gran avidez –no sabía que le podías decir eso a una señorita, y eso, esto está bueno, María podría caer con este, jujui esto es imaginativo –La boca de Albano salivaba al leer el texto con expectativas poco santas. Cuando Tatiana vio el libro se sonrojó. –¿Es el nuevo libro del maestro Edward? ¿Tú su familar? –preguntó Tatiana arrebatando el libro de las manos de Albano. –¡Hey! –dijo Albano. –Pues se trata de mi hermano Falco –contestó Marco señalándose a si mismo –mi papa no le gustó cuando abandonó el ejército, así que mi hermano cambia su nombre cuando escribe sus obras. Tatiana vio el libro y volvió a cambiar de actitud, su sonrisa regresó, y eso para Marco era como pasar de un día gris y frio a un amanecer cálido y fresco. –¡Qué LINDO! –dijo tata con sus ojos brillantes abiertos como un par de platos –tienes que presentarme a tu hermano algún día –luego, después de leer unos cuantos –léeme este. Marco se sonrojó, a diferencia de su hermano, la poseía no era algo que disfrutara particularmente. En ese momento uno de los alumnos de tercero llegó exhausto. Nadie lo notó excepto Marco, su rostro estaba pálido y las gotas de sudor frio atravesaban su frente. El joven se irguió tomando la bocanada de aire más grande de toda su vida, para luego emitir el sonido más potente que sus músculos y cuerdas bucales le permitían. –¡Guerra! ¡Nos invaden! –dijo el muchacho. Fue como si hubieran conjurado un hechizo de espacio-tiempo, todos quedaron paralizados como si se tratara de una pintura en tres dimensiones, cada uno se quedó observando al joven. Se podía escuchar el sonido de los pájaros sobrevolando, y el de las hojas de los arboles siendo mecidas pacíficamente por el viento del otoño. –La Fortaleza de los Grandes Lagos en el oeste ha caído en solo un día y el poblado de Coritios en la frontera del norte ha sido quemado hasta los cimientos –continuó el muchacho. Los hombres y algunas mujeres se arremolinaron ante el mensajero llenado el are de preguntas, de comentarios y de un murmullo que crecía en fuerza y temores. En todas las plazas de descanso, en todos los pasillos y en todas las aulas llegaban alumnos de tercer año anunciando la extrema situación. –¿Cómo han podido penetrar tan rápido en una fortaleza? –se preguntaba Tata –Solo existe una forma –dijo Marco con una mirada fiera –deben haber sido Asuras, los de Zebile deben habernos traicionado. Los tres jóvenes avanzaron por los pasillos para encontrarse con Dorian, querían acompañarlo en aquel momento tan terrible, era evidente que el gobernador y su familia debían haber sido los primeros en ser asesinados por aquel ejército sin nombre. Encontraron a Dorian hablando con un sargento del ejército, parecía ser parte de la infantería pesada debido a que portaba una coraza de bronce y lino prensado con una capa gris que ocultaba el resto del atuendo. Marco se aproximó a Dorian con expresión taciturna. –Hoy a medio día debemos presentarnos en la plaza principal del colegio todos los hombres en capacidad de portar las armas –dijo Dorian, su voz no temblaba, su expresión inalterada y su rostro enfocado no mostraban el mas mínimo grado de tristeza –si deseas apoyarme en mi dolor entonces espero que seas mi hermano de armas. Marco bajó la cabeza mientras que Tatiana trataba de tomarla, pero solo agarró el aire, Marco avanzó al lado de Dorian. –Supongo que es nuestro deber. –Hey, si puedes construir un Asura que flote sería bastante útil –dijo Albano entregándole una pequeña libreta de anotaciones a Tatiana, se trataba de su libro de recetas. –Pero esto es tu tesoro –dijo Tata. –Sí, pero a donde vamos no creo que la use mucho –dijo Albano –si puedes perfeccionarlas te lo agradecería mucho.
La infancia del gigante Las lámparas de hidranium eran una invención de los ingenieros de Zebile, se trataba de pequeñas esferas del tamaño de los huevos de un pez que contenían una solución diluida de una extraña sustancia que emite luz y calor que llamaban hidranium. Cuando las piedras son calentadas levemente emiten una cantidad de luz bastante alta. En las grandes ciudades de Zebile se emplean para iluminar las calles, pero en los quirófanos se empleaban lámparas algo más potentes para iluminar los cuerpos de los enfermos. La medicina del campo de batalla se asemejaba al combate ya que los cirujanos que empleaban medios físicos hacían equipos con magos blancos que empleaban hechizos de regeneración para apoyar sus labores. Los magos blancos podía menguar el dolor, aliviar los síntomas, reducir el daño de las lesiones, paralizar el curso de algunas infecciones y los más hábiles podían regenerar los tejidos fuertemente lesionados e inluso con indicios de gangrena. A estos últimos se les daba el nombre de Shiromadoshi. Los Shiromadoshi eran hechiceros expertos en las artes de sanar las heridas causadas por golpes, cortes o impactos, cualquier cosa que lastimara el cuerpo de forma mecánica, no eran buenos curando las enfermedades causadas por otras razones ya que en realidad solo podían paliar los síntomas, con el tiempo las causas subyacentes de las enfermedades avanzaban al punto en que la magia blanca era incapaz de curar el mal lo bastante rápido. La palabra Shiromadoshi hacia parte de una lengua antigua que quería decir mago blanco. Un grupo de médicos se arremolinaban en torno a un muchacho que había recibido graves heridas después de una ardua batalla. –¡Corte transversal de una espada alana! –decía la enfermera mientras pasaban el cuerpo agonizante de la camilla a la cama de cirugía, lo cual no era fácil, a pesar de que su rostro revelaba una gran juventud, tal vez ni siquiera había llegado a sus veintes, su cuerpo era una colosal mole de grasa y músculo. Las espadas Alanas eran famosas por su elaboración burda y porque los alanos de las regiones poco desarrolladas las untaban de excrementos humanos y de otras inmundicias justo antes de ingresar a la batalla, haciendo que aun los cortes más insignificantes se infectaran con facilidad. –Ha perdido mucha sangre –dijo el doctor, quitadle la armadura y que vengan al menos tres Shiromadoshi, si vamos a coser a este tipo ¡necesitaremos que permanezca lo más estable posible! El sueño de la muerte era algo extraño, el joven no era capaz de concentrar su pensamiento en nada realmente, a veces abría los ojos y notaba a un grupo de personas que se movían y gritaban como locos en cámara lenta, pero no podía escuchar nada, aunque si podía sentir. A su alrededor había tres mujeres vestidas con mantos blancos, sus manos unidas frente a su pecho emitían una luz divina, era cálida, como el amor de una mujer, luego sus ojos se cerraban por el cansancio. Imágenes iban y venían en su mente entre cada etapa de sueño y vigilia febril, imágenes de su infancia. Su nombre era Albano, era el hijo sobreviviente de una familia de mercaderes que se había vuelto opulenta recientemente, aunque evidentemente no había sido fácil. Sus tres hermanos mayores habían muerto con el paso de los años, ya fuera por enfermedades que iban y venían comúnmente en las rutas de comercio, ya fuera por emboscadas de bandidos, o por peleas en tabernas bajo los efectos del licor destilado en barriles de cedro de Catra. Sin embargo todo cambió cuando el reino de Calsedonia aceptó una alianza con el reino de Zebile, a cambio de enviar minerales raros desde las minas de Coezzone, el reino de Zebile comenzó a proporcionar tecnología, apoyo logístico e incluso tropas en algunas regiones conflictivas. Albano aun recordaba el día en que vio su primera parada militar zebiliana. Los hombres marchaban con gran opulencia en la gran calzada principal. Primero avanzaban hombres cubiertos por una armadura muy gruesa, la llamaban armadura total de placas, su brillo era semejante a la plata, pero era más duro y flexible que el hierro de los meteoros. Estaban armados con un escudo rectangular con una jema roja semejante un rubí, engarzada en el frente del escudo parecía un detalle opulento, pero se trataba de una defensa contra los ataques mágicos, así como por unas lanzas de tamaño medio. En el muslo derecho portaban una espada corta. Detrás de ello avanzaban otros hombres más numerosos, estos no portaban ni armaduras ligeras de cuero, no llevaban escudos. Sus armas eran unas extrañas lanzas gruesas con una cuchilla delgada. A demás tenían una pieza cilíndrica en medio que conectaba a una estructura mecánica en la base. El padre de Albano le explicó que se trataba de un arma mágica, un arma que imitaba las artes de los magos. El mecanismo conjuraba un hechizo de forma automática y era disparado a gran velocidad, su alcance era de unos 100 metros. El proyectil de plasma podía penetrar en la mayoría de las armaduras y escudos fritando los órganos internos. Estos guerreros eran llamados tiradores, y no se esperaba de ellos que tuvieran que combatir cuerpo a cuerpo, su equipo se enfocaba en la movilidad, por lo que llevaban botas de fina factura, impermeables y duraderas, casacas de color rojo cubiertas por una capa impermeable, con el símbolo de Zebile en el hombro derecho, una estrella con doce barras de luz rodeada por dos titanes sosteniendo dos martillos cruzados. Pero lo que más sorprendió a Albano fue sin duda el gigante de metal. Una mole de casi diez metros con forma humanoide, estaba cubierto por una armadura de placas de la cabeza a los pies. La base de aquellas botas colosales estaba cubierta por un extraño material negro semejante al cuero, pero al mismo tiempo más voluminoso y resistente, el cual evitaba que las placas de la armadura abrieran sendas grietas en la calle. Lo que en realidad sorprendía a Albano era que aquel gigante metálico no se hundiera en su propio peso, a pesar de que evidentemente desplazaba un enorme volumen de aire, lo cual lo rodeaba de fuertes vientos. Cuando observó el casco notó que la región de la visera estaba oscura, como si hubiera un negror sin nombre, y en medio de ese negror había una luz roja, con un brillo mortecino que se movía de aquí para allá, como si analizara la situación, como si fuera un monóculo que podía moverse desde un lado para el otro sin que el casco tuviera que virar. En sus colosales manos portaba una barra de metal plateado con una serie de grabados e inscripciones que terminaba en un enorme tambor de plomo con punta, era el martillo Dwakin ”destructor de fortalezas”. En el hombro derecho de aquella máquina podía verse el símbolo de Zebile una estrella don doce barras de luz, mientras que en el izquierdo podría verse otro escudo, se trataba de la hoja de un Fico, un árbol de laurel que crecía en los bosques de las montañas de Aburle en Zebile. La hoja se encontraba en el centro de un escudo circular sobre un par de cadenas cruzadas. Aquella noche el joven Albano y su familia fueron invitados al banquete del señor de aquel poblado, allí vieron el séquito de los comandantes de Zebile. Albano se encontraba vestido con sus ropas de ceremonia, y estaba algo aburrido, desde hacía algunos años se había aficionado al deporte del pancracio, siendo especialista en las técnicas de puñetazos, la verdad para Albano sería preferible estar entrenando dándole puñetazos a un árbol que en aquella frivolidad. Las ropas de los zebilianos eran raras y en cierto sentido, ostentosas. Lo más raro para Albano eran esos ridículos pantalones blancos ajustados, se preguntaba si los testículos no quedaban algo ajustados con esas cosas, mientras se sentía aliviado de vestir su falda con amplitud de espacio. –No puedo creer que esa gente que se viste de forma tan ridícula pudieran construir esa cosa –dijo Albano mientras admiraba la majestuosidad del gigante de metal que se encontraba de rodillas en uno de los patios de la hacienda, su espalda estaba abierta y de ella aparecía una especie de esfera cristalina. –¿Que cree que está mirando? –dijo una voz femenina con un marcado acento zebiliano, el cual se caracterizaba por unos fuertes sonidos guturales. Albano se tomó su tiempo en responder, después de todo en su clan, la única persona autorizada para levantarle la voz era su padre o su maestro de pancracio. Albano se irguió mostrando su gran mole, para luego girar y ubicar la fuente de aquella aguda y risible voz, que tan molesta se escuchaba. Se trataba de una muchacha, una muchacha con un atuendo semejante a la de los hombres, con la diferencia que la cazaca se extendía hasta los muslos, cubriendo su cintura que estaba igualmente cubierta por aquellos ridículos pantalones ajustados. Sus hombros estaban ataviados con charreteras, lo cual revelaba su estatus como una oficial de Zebile. “Una mujer guerrera” pensó Albano, aunque extraña la idea no era insólita, después de todo, su madre había tenido que empuñar las armas en momentos de dificultad en varias emboscadas, la pregunta real era “¿Qué dificultad ha hecho que los zebilianos tengan que hacer pelear a sus mujeres? Por muy avanzados que sean tienen unas costumbres muy bárbaras” –Los sirvientes no deberían quedarse viendo a un Asura con tanta ligereza –dijo la muchacha parándose casi de puntitas, y aun así su rostro apenas si le daba al pecho de Albano, su rostro era hermoso, pero su actitud chocante, olía bien, pero en serio que sus palabras ofendían. Albano siempre se tomaba su tiempo para actuar, sacó un pastel de carne de los que le preparaba su madre y comenzó a comer. Eso irritó aún más a la oficial zebiliana, quien lo hizo arrojar con una bofetada a sus manos, aunque dado la solidez y el tamaño de las manos de Albano, fue ella quien terminó son sus palmas enrojecidas. –¡Como te atreves sirviente! –gritó ella. Entonces apareció un muchacho de unos veinte años, también vestido como oficial, pero encima de sus charreteras llevaba una insignia, parecía ser alguien de mayor rango. –¿Que sucede? –preguntó el oficial. –Deberías hacer que tu mujer no hable de mas –dijo Albano sacando otro pastel de carne. “¿De dónde los saca?” se preguntó la muchacha. –Este burdo sirviente se ha comportado de ¡forma irrespetuosa! –dijo la muchacha –¡demando mi derecho a disciplinarlo inmediatamente! Al decir esto, Albano y el joven oficial se miraron a los ojos mutuamente.
Duelo La arena de duelo de pancracio, se trataba de un círculo lleno de arena y enmarcado por un montículo de tierra negra. En su interior se ubicaban tradicionalmente dos guerreros desnudos que combatían entre sí. Existían diversas técnicas las cuales se dividían dependiendo de la parte del cuerpo en la que se especializaban, de este modo había especialistas en puños, codos, rodillas, patadas, y abrazos de sumisión. La victoria de decidía por inconsciencia, imposibilidad para levantarse después de contar hasta 20 unidades, rendirse ante una sumisión, tocar el montículo de tierra negra o salir de su perímetro. No había reglas de conducta y se permitían los golpes bajos, aunque los jóvenes sin herederos se les permitían usar conchas para proteger sus testículos. Con la influencia de las normas morales de Zebile los practicantes de pancracio evitaban estar desnudos, algunas veces, especialmente en las regiones del sur de Calsedonia, cercanos al bosque de Sinbani que representaba la frontera con el reino de Zebile. Todas las grandes haciendas tenían una arena de pancracio, y el anfitrión de Albano no tenía una que fuera la excepción, de hecho podría decirse que era todo lo contrario. El patio de la arena de pancracio era el más amplio de todo el lugar, el círculo era grande y bien cuidado, la arena era blanca y fina, traída de las costas occidentales al reino de Zebile. Alrededor de la arena se disponían varias tarimas dispuestas circularmente donde podían sentarse los espectadores y los mozos que regulaban las apuestas, cuyo nivel de legalidad variaba de poblado en poblado. Los dos jóvenes se presentaron con pantalones cortos que llegaban a la cintura y que estaban bien sujetos a la cintura para evitar algún accidente durante las sumisiones. La mole de Albano era impresionante, aunque su grasa corporal hacía que el espectador no pudiera vislumbrar su potente musculatura. Por el contrario su oponente era un muchacho más bien delgado y bajo a pesar de ser 5 años mayor, su masa muscular aunque tonificada no era especialmente alta, aunque al no poseer mucha grasa se marcaba de forma delicada en su cuerpo. La mirada de los dos se cruzó del mismo modo que durante la fiesta cuando se estableció el reto. –Mi nombre es Alexandre Aurios de Mesopotamos segundo hijo del conde de Aburle –dijo el joven extendiendo la mano a Albano de forma cordial, aunque no se lo esperaba, Albano respondió el saludo. El choque de manos de ambos fue firme, pero no era agresivo –yo soy Albano Emesi. Dicho esto el par de contrincantes se alejó dos pasos cada uno y asumieron la postura de combate. Alexandre realmente se dedicó a imitar la postura de Albano ya que parecía no tener claras las costumbres marciales del pancracio de Calsedonia. Cuando se escuchó el tintineo de la campana Albano aceleró a una velocidad bastante alta para una persona de su tamaño y corpulencia, sin embargo sus tres golpes rectos fueron fácilmente evadidos o desviados por Alexandre. Cuando Albano retrocedió sintió un zumbido en su cabeza, mientras que evadió un gancho derecho. Su mirada se concentró directamente en las extremidades de su contrincante, hasta que una sensación tibia cruzó por su frente. Se trataba de un hilillo de sangre, su ceja había sido cortada con un puñetazo que ni siquiera había sentido. Albano se dio cuenta que Alexandre había lanzado dos golpes realmente. Albano era un genio en el combate con las manos, y sabía calcular milimétricamente la fuerza que podía ejercer un hombre con solo mirar sus brazos y el modo en que las vibraciones se desplazaban por su estómago, en caso de tener grandes cantidades de grasa. “¿De dónde viene tanta fuerza?” se preguntó Albano al mismo tiempo que su gancho de derecha era detenido en el aire por Alexandre sin que este se moviera un ápice, luego este le tomó por el brazo, mientras que giraba con su cuerpo. La espalda de Alexandre golpeó el pecho de Albano, al mismo tiempo que con una zancadilla desestabilizaba al gigante. En un instante Albano vió como el mundo a su alrededor giraba bruscamente mientras que una tremenda fuerza lo jalaba del brazo, para terminar chocando de espalda contra la arena. El impacto aunque amortiguado fue violento, levantando grandes cantidades de polvo al aire. Albano observó la situación con poco crédito, se limpió la sangre de la cara y se reincorporó. Al mismo tiempo, la muchacha que había iniciado el pleito saltaba de alegría, pero Alexandre la miró a los ojos con frialdad callándola de forma inmediata. Albano estaba molesto, no era una ira de odio, se trataba de una molestia que lo invadía de vez en cuando, en momentos en que enfrentaba contrincantes más fuertes que él. Aquella ira le había proporcionado grandes victorias en el pasado, pero a medida que su cuerpo fue creciendo ninguno de sus hermanos, primos o sirvientes pudo suponer un reto lo bastante grande como para hacerlo experimentar tal sensación. “¿Que es esta sensación?” pensó Alexandre al ver que Albano se aproximaba hacia el como si fuera un toro bravo, esta vez el joven noble extendió sus dos brazos y se puso en una pose altamente defensiva. El impacto de Albano golpeó de plano las palmas de las manos de Alexnadre, pero a pesar de eso su cuerpo cambió de posición, sus manos se abrieron de par en par y tuvo que retroceder unos cuantos pasos, luego otros cuatro golpes de menor fuerza impactaron en su costado y en su mandíbula. Alexandre dio otros dos pasos hasta terminar sentado en la arena justo antes de tocar el círculo que significaría su derrota. La potencia de los cuatro golpes era alta, pero disminuyó paulatinamente, si bien el primero había sido colosal, y el segundo le había roto una costilla, el tercero apenas le estaba generando un hematoma, finalmente el golpe de la mandíbula era bastante débil, aun para los estándares de alguien tan grande. Albano estaba agotado, no podía creer que su contrincante se levantara con una costilla fracturada, y posiblemente con las articulaciones de las manos y los antebrazos bastante azotadas. Ese era su ataque más potente, con el cual había logrado derrotar a un bandido a la edad de 12 años. –Eres un genio –dijo Alexandre mientras pasaba su mano izquierda sobre la costilla que sentía fracturada –encanto interno numero 5: anestesia. Dicho esto último Albano pudo sentir como si una corriente de aire emergiera del cuerpo de Alexandre, de hecho pudo notar como la presión creó un movimiento muy leve en la arena como si se tratara de las ondas de un impacto invisible. –Encanto interno numero 9: triple potencia en fuerza –dijo Alexandre mientras avanzaba sobre Albano, su primer golpe fue evadido por el gigante, pero solo había sido un engaño, Alexandre giró en el aire como un trompo para lanzar una patada contra el rostro de Albano, este se protegió con sus brazos, pero el impacto fue tan alto que su cuerpo resultó desplazado por la arena para luego caer de espaldas, Albano también resultó sentado en la arena, pero en un descuido su mano derecha tocó el borde del circulo de combate, y al hacer esto el árbitro del encuentro marcó el fin. Todos los asistentes aplaudieron aquella demostración de fuerza. Alexandre no se regodeó en su victoria, se acercó a su gigante contendiente y le extendió la mano para ayudarlo a levantarse. –La oficial que le ofendió hace unas horas será disciplinada adecuadamente, le doy mi palabra de honor –dijo Alexandre de forma afable –es solo que había escuchado varias historias de su formidable fuerza de algunos de nuestros comensales y de su señor padre, así que quise constatarlo personalmente –luego Alexandre giró su rostro para ver a la muchacha –la pataleta Iriana fue particularmente útil –luego regresando su atención a Albano, Alexandre hizo una venia profunda que en Zebile se empleaba para designar la vergüenza traída a líder por sus hijos o subordinados. –No hay problema –contestó Albano sonriendo alegremente – hacia mucho que no peleaba con todo, supongo que para hacerme más fuerte debo viajar a Zebile. –Para hacerlo deberás ser reconocido académicamente –dijo Alexandre –nuestras naciones tienen un programa para entrenamiento de oficiales, pero solo aceptamos aquellos con un alto nivel educativo y un carácter leal. La cara de Albano se entristeció un poco, Alexandre lo observó y dijo. –Escribiré una recomendación para que vuestra merced pueda ir a una escuela adecuada –dijo Alexandre –espero que con eso podamos intercambiar golpes nuevamente algún día. Eso sería interesante –contestó Albano. Días más tarde Albano le preguntó a un comerciante que viajaba regularmente a Zebile sobre lo que había sucedido en el combate. –Te aseguro que su cuerpo no debería ser tan fuerte –dijo Albano mientras tomaba una cerveza después de haber cargado unos bultos de trigo y cedas en varios lagartos de transporte pesado. Criaturas colosales del tamaño de una carrera, pero extremadamente cobardes. –Es el camino interno de la magia, los zebilianos tienen una escuela altamente especializada en ella y lo llaman La Verdadera Destreza –contestó el anciano –en Zebile la magia ofensiva como los conjuros de fuego y las maldiciones están prohibidas, pero sus sabios encontraron una forma de hacer que la energía divina que reside en nuestro interior haga más fuerte el cuerpo, pueden hacer que sus órganos internos funcionen como se desee con el conjuro adecuado. De este modo una joven doncella de menos de la edad de merecer puede ser más fuerte que cuatro muchachos grandes y vigorosos como usted. Todos los caballeros aprenden los caminos de La Verdadera Destreza y se dice que son más fuertes que 10 hombres, que rompen rocas con facilidad y vuelan por los cielos con sus saltos. Albano cerró los ojos pensando, para luego mirar las palmas de sus manos. –Desearía tener ese poder –susurró Albano.
La Gran ciudad del lago Meses antes de la batalla del vado de Weiss… Esta es la gran ciudad de Calzioni capital del reino de Calsedonia, hogar de amantes, poetas y principalmente artesanos de la buena comida, así era esta ciudad antes de que las llamas de la guerra tocaran sus grandes muros. Estos hombres se enorgullecen de tener una buena vida y de ofrecer a todos los recién llegados la libertad de adorar a cualquier dios que deseen, mientras que no se impongan sus creencias a los demás. A pesar de esto no son bien vistos por otros países, especialmente por su principal aliado en el sur, el reino de Zebile. Esto se debe a que sus comerciantes tienden a enredar con palabras locuaces y a realizar de este modo negocios ventajosos a expensas de sus interlocutores, avaros, perniciosos, libidinosos, pervertidos y hasta narizones, esa era la consigna en todo el continente de Ignas. Las gentes que vivían en aquellos valles eran alanos, una raza indígena de las montañas al norte del valle de Calsedonia. Los Alanos puros se caracterizan por un tono de cabello rosáceo claro y ojos azules claros, con tonos de piel pálidos hacia las montañas y bastante oscuros en las regiones cercanas al desierto de Lars. Su cultura variaba mucho, los alanos se distinguían en tres grupos culturales diferentes, las tribus nómadas del norte que iban y venían aletaoriamente y que en ocaciones se unian en hordas colosales que intentaban invadir el valle de Calsedonia de vez en cuando. Eran religiosos fervientes del dios Butan, señor de la vida y de la muerte. El segundo grupo eran tribus belicosas sedentarias, generalmente agrupadas en torno a señores de la guerra, solían vivir paupérrimamente en guerras infinitas por pequeños territorios. La situación había sido la misma en las regiones de Melos, Calsedonia y Larisa hasta que en el año de 820 con el apoyo de la reina emperatriz del reino de Zebile la familia de señores de la guerra del valle fértil de Calsedonia subyugaron a sus vecinos en Melos en el occidente y de Larisa en el sur, fundando la dinastía de la familia Pirlo, y al reino de Calsedonia. Su cultura cambió rápido mezclando la prosperidad técnica que Zebile proporcionaba y un cambio cultural, pronto la deidad más importante fue Freya, diosa de la agricultura y la guerra defensiva, así su actitud cultural cambió para oponerse a sus vecinos menos prósperos. Calzinoi era una ciudad estado originalmente, la base de los señores de la guerra de la familia Pirlo, estaba construida a un lado del enorme lago de Weiss de donde se obtenía una buena pesca, así como algunos crustáceos de agua dulce muy apetecidos en la cocina fina. Alrededor había una campiña bastante fértil que proporcionaba trigo, oliva y especialmente uvas para el vino. En primavera y verano podían cazarse liebres y patos con facilidad. La ciudad en sí había derruido sus murallas cuando firmaron un tratado de alianza con el reino de Zebile en el sur, pero con el asedio de los bárbaros en el año 850, el segundo de Zebile hizo un regalo a la ciudad, la construcción de la muralla más alta conocida por los Alanos, empleando titanes de metal como operarios. Esto demostró al mundo que los Asuras, las grandes armas de Zebile podían crear fortalezas colosales en cortos periodos de tiempo y derruirlas del mismo modo. La muralla era colosal en altura y grosor, por lo que aunque las hordas podían movilizarse rápido, lo único que lograban era arañar las murallas lo cual permitía que los ejércitos aliados de Zebile y Calsedonia los masacraran en sus intentos de escape al norte. Durante la misma era fueron construidas otras dos murallas hacia el occidente con las mismas artes y aboyo zebiliano, pero la frontera norte permaneció expuesta, de modo que los hombres de Calsedonia tuvieran que mantenerse preparados y entrenados para la guerra, Zebile no quería un aliado débil. La ciudad estaba dividida en varios distritos separados por una cuadricula organizada en base a un sistema de tuberías de agua potable y de aguas negras. El centro de la ciudad tenía edificios imponentes, así como una recientemente creada Universidad. Las Universidades habían sido creadas en el reino de Zebile hacía 60 años para entrenar ingenieros y magos para el desarrollo de nuevas tecnologías. El Colegio de Ingenieros de Calzioni tenía unos tres años de fundada y allí enseñaban algunos nobles que habían recibido instrucción en el reino de Zebile. El corazón de la ciudad era el puerto y la gran plaza que conectaba a este con la puerta principal ubicada en el extremo opuesto de la ciudad. Se trataba de una calzada con cinco vías, dos para comerciantes en las aceras, tres para carromatos, y todo enmarcado en grandes edificios de almacenamiento. En aquella gran calle se encontraba un hombre joven, su apariencia era de estar a inicio de sus veintes, portaba un manto económico de color oliva bastante derruido en las puntas debido al viento de las montañas, así como botas de viaje con zuelas a punto de romperse, parecía casi un pordiosero de no ser porque llevaba un caballo más bien bonito con una brida fina, además no tenía aliento a alcohol. Sus ojos azul oscuro y cabello púrpura oscuro revelaban que se trataba de un viajero del reino de Zebile de clase baja miembro de la raza besiana de los valles al sur del bosque de Sinbani, tal vez un campesino que escapó de su familia para no seguir trabajando para el señor feudal o un soldado desertor, la verdad no interesaba demasiado, todos eran libres de ir a Calzioni e iniciar una nueva vida, ese era uno de los acuerdos del tratado de paz. Aunque el tono de piel de aquel hombre había sido alguna vez claro, ahora era muy oscuro debido al Sol de las montañas y sus vientos gélidos. Su piel a demás mostraba algunas escoriaciones de combate. Todas estas señales lo habrían llevado a ser un paria en cualquiera de las ciudades de Zebile, sin embargo en las grandes calzadas de Calzioni no era más que cualquier otro mestizo con rasgos combinados y una apariencia poco amigable, la verdad era que a cada instante se encontraba gente más sospechosa que el mismo, pero con un temperamento jovial y amable. Los muros de la ciudad eran bonitos, pero algunas calles tenían garabatos pintados de toda clase, los cuales representaban en algunos casos los territorios de algunas cofradías de artesanos. Su estómago ya empezaba a protestar por la falta de ingesta cuando un dulce aroma a tomates llegó a su olfato, la verdad el viajero no supo a qué hora había atado su famélico corcel al lado de una extraña tienda, se trataba de un restaurante público, con precios bastante económicos. Luego revisando su patética bolsa de dinero, se dio cuenta que sus tres monedas de cobre con el rostro del viejo rey de Zebile eran suficientes para comer casi cualquier cosa en el menú. –Quero esa torta de carne –dijo el viajero con un acento gutural casi astringente, pero entendible en el idioma de los alanos. El dueño del local respondió mientras se llevaba la mano a su rosáceo bigote –lo llamamos pizza señor. –Como sea –contestó el extranjero de forma seca mientras observaba a las muchachas de la ciudad. Las personas que iban y venían parecían despreocupadas, lo cual sin duda resultaba extraño teniendo en cuenta la situación de guerras continuas en las montañas al este y la intervención militar de Zebile. –¿No han tenido problemas con inmigrantes? –preguntó el hombre mientras probaba un poco de vino rebajado con agua. –No mi señor –contestó el tendero mientras se limpiaba las manos con una toalla –aparentemente el ejército mantiene a raya a los invasores de las montañas, según sabemos solo han tratado de invadirnos, no de colonizar nuestras tierras. Luego los dos conversaron de la situación de la ciudad, la riqueza proveniente por el comercio de oro, plata y un mineral extraño llamado autunita extraídos de las enormes minas de Coezzone al nororiente del reino, justo en las fronteras con las tierras bárbaras del norte y el este, donde otros pueblos de origen alano aún no se habían asentado civilizadamente. En toda la ciudad se notaba la influencia cultural y tecnológica del reino de Zebile, calzadas amplias con desagües internos, lámparas de gemas lumínicas de hidranium que se encendían por las noches gracias a un cableado que transfería energía mágica a los cristales. Máquinas de vapor por doquier que ayudaban a las pequeñas industrias locales, así como papel barato con el cual se escribían periódicos. En todas las paredes habían textos de periódico invitando a unirse a las fuerzas expedicionarias de alianza con Zebile para pacificar a los bárbaros de las montañas y detener la guerra civil que había durado centurias, y de ese modo asegurar la paz cerca de las minas de Coezzone. Los muchachos de doce o catorce años se amontonaban con mirada ilusionada al ver los dibujos de los Asuras, las míticas armas de los caballeros de Zebule, estructuras semejantes a las de un humano gigante capaz de destruir las puertas de cualquier fortaleza. El hombre caminó junto con su caballo hasta que se encontró con un edificio gigantes, con murallas gruesas y amplias almenas, para todos los propósitos prácticos podría funcionar como una fortaleza, y de hecho así lo era, ya que fue diseñada por zebilianos y construida por los asuras, el viajero pudo notar que el grosor de los muros y el material del que estaban hechos habían sido preparados específicamente para enfrentarse a un ataque de gigantes. A pesar de esto el edificio no era otra cosa que la gran Colegio de Ingenieros. Más allá se encontraba el palacio del monarca, la única estructura que era más grande que la universidad, sin embargo estaba diseñado más como un edificio de lujo, con amplios ventanales y exquisitos adornos, colores vivos y bellas esculturas de hadas, ángeles y ninfas que a su vez servían como sistemas de irrigación para fuentes y jardines. Los jardines se distribuían alrededor del palacio y de la universidad, dando al centro de la ciudad un aire vivo, verde y fresco. –Es una ciudad interesante –dijo el viajero mirando al cielo.
El señor de occidente La bandera del clan de sátrapas de Larsaren era un león marino de color negro que aullaba a una media luna sobre un fondo rojo. Inicialmente eran una familia de comerciantes aventureros que con un pequeño ejército mercenario tomaron control sobre la mitad occidental de la península de Dolios al norte del mar de Cetus, el cual lo separaba del imperio de Azjeden; y a varios días al occidente del reino de Calsedonia, ambos separados por tierras de bárbaros e indómitos Alanos que valoraban más la libertad de poder matarse entre sí en guerras intestinas que la paz de un gobierno extranjero. El puerto que fundaron les permitió hacerse con el comercio del norte del continente de Ignas y a su vez crear más barcos y adquirir más tropas. Por generaciones tuvieron que lidiar con piratas y corsarios enviados desde los reinos de Zebile y Calsedonia, pero cuando un joven sátrapa llegó al poder la situación cambió mucho. Un líder militar nato, excelente marinero, jinete audaz y comerciante austo lideró una operación que terminó con la invasión simultánea de cinco provincias que habían sido gobernadas por Señores de la Guerra imbuidos en guerras civiles perpetuas. Un enorme ejército aguardaba a las murallas de la ciudad de Melantio, la fortaleza más importante al oriente de la península de Dolios y paradójicamente los socios comerciales más fieles de los sátrapas de Larseren por al menos tres generaciones, ahora veían como el imperio con el cual habían hecho tantos tratos se encontraba en sus puertas demandando su sumisión absoluta. Los señores de Larseren jamás habían gustado de aquellos pueblos indígenas que los miraban de forma tan petulante a pesar de que ninguno de ellos dominaba la totalidad de una región o provincia. Y la situación era bastante mala, frente a ellos se levantaba un ejército de 50000 efectivos, excelentemente apertrechado, pues contaba con al menos el doble de hombres para traer alimento, respuestos para las armas y las máquinas de asedio, alimentos, prostitutas, juglares y sacerdotes y cirujanos para mantener alta la moral de las tropas y en general, todo lo necesario para que una masa humana se encuentre contenta haciendo su trabajo de forma profesional. El ejército del Sátrapa Ahmad ibn Majid de Larsaren consistía en 25000 mercenarios de infantería de línea reclutados a lo largo de las montañas de Dolios, todos estaban armados con una cota de malla de hierro barato, escudos de madera y hachas de batalla o espadas cortas de bronce, muchas estaban melladas debido a que heran herencias familiares. Algunos pocos llevaban cascos o grebas, y solo los capitanes tenían todo el equipo completo y en perfectas condiciones, de una estirpe particularmente vigorosa de la raza de los Alanos, sus cabelleras rosadas y largas trenzas contrastaban con cuerpos robustos y bien entrenados. También había 1000 jinetes ligeros nativos de las llanuras del imperio, gallardos con armaduras nuevas de bronce y mantos escarlata, escudos brillantes y yelmos masivos. Cerca de 4000 miembros del ejército regular de Azjeden se encontraban resguardando al sátrapa, se trataba de la legendaria infantería Dailam equipados con cotas de malla de acero zebiliano, escudos pesados, arcos de largo alcance, yelmos masivos de acero, grebas y botas de campaña. De todas estas fuerzas, las más importantes eran 20000 hombres de la infantería ligera y de propósitos múltiples de Larseren, básicamente se trataba de un ejército privado del sátrapa, regularmente no estaban tan bien armados como otras unidades provenientes del imperio, pero eran igualmente profesionales debido a que desde los quince años lo único que hacían era entrenarse para la guerra en diversas situaciones. Eran capaces de operar como arqueros, portadores de jabalina o en este caso infantería de asedio, muchos de ellos tenían habilidades en carpintería en diversos y organizados grupos de procesamiento, esto les permitía convertir un bosque en máquinas de asedio en menos de tres semanas. –Su señoría –dijo el general Yased –las máquinas se encuentran armadas y operativas. –Excelente –contestó Ahmad mientras leía un informe sobre la situación alrededor del mar de Cetus –parece que la situación ya se ha resuelto completamente a nuestro alrededor –luego se levantó y dijo –quiero que envíen mensajeros a todas neutras colonias, deberán enviar hombres frescos de todas las aldeas bajo nuestra jurisdicción al norte de los bosques de Sinbani hacia el puerto de Soleta en la provincia de Inmerum, así como todo el equipo militar necesario. Mientras que todas las provincias al norte de Soleta deberán agrupar lo necesario en el puerto de Ubaeas en la nueva provincia de Skopelos, tiene tres meses. Los mensajeros asintieron y salieron raudos como el viento. –Ahora –continuó Ahmad saliendo de la tienda de campaña –es hora de resolver el fútil intento de estos advenedizos que han estado jugando con mis ancestros por décadas, se acabó el jueguito de usureros maliciosos. Los melantianos pensaban originalmente que las máquinas de asedio no eran más que una pantomima, juguetes decorativos sin ningún valor mecánico, adicionalmente sus murallas estaban cubiertas con granizo rojo que las hacía invulnerables a los hechizos de fuego de los cada vez más decadentes y menos empleados magos de batalla. Todo duró hasta que Ahmad se presentó en la línea del frente y dio la orden para la primera oleada. Cuando las rocas comenzaron a martillar las murallas y el pánico se apoderó de la ciudad. La oleada terminó rápido junto con un mensaje. –Ríndanse o serán aplastados – dijo el mensajero al último Señor de la Guerra de la provincia de Dolios, su barba blanca y las múltiples cicatrices y escoriaciones mostraban una vida llena de tragedias. Pero en menos de un mes había visto como todos sus rivales, rivales que sus padres y los padres de sus padres habían tenido, estaban aplastados bajo las botas negras y las banderas rojas del imperio de los marineros. No podía soportar la idea de rendirse, era después de todo el último Señor de la Guerra de Dolios. La cabeza del mensajero en una charola de plata fue la respuesta que recibió Ahmed por su propuesta. –¿Y cuál fue la expresión del señor Ahmed? –preguntó un soldado caminando unas semanas después en el puerto de Ubeas a un oficial superior mientras un millar de barcos cruzaban la ruta comercial llevando en lugar de riquezas herramientas de muerte. Hombres rfeclutados a las buenas o a las malas, armas ligeras y pesadas. –Él dijo y cito “maldición, dos semanas más” –contestó el oficial –aunque la verdad es que fue en la mitad de eso, previamente su señoría había preparado espías tras las murallas. La masacre fue aplastante, hombres, mujeres, esclavos, incluso los animales de granja. Únicamente los bebes de brazos y los niños que aún no sabían hablar fueron perdonados y enviados al centro del imperio para ser preparados como una nueva unidad militar. –Esos fueron solo Señores de la Guerra –dijo el soldado apoyándose en su lanza –pero lo que el señor Ahmed desea ahora es invadir las tierras de los jinetes de gigantes de hierro. –Bueno –contestó el oficial –entre más grandes más duro caen. –Nunca has visto un gigante de hierro, ¿cierto? –preguntó un soldado dailamita que se aproximaba en aquel momento, su piel castaña y sus trenzas rojas le hacían sobresalir entre aquella masa de mestizos o de incivilizados alanos. –¿Que tienen? –preguntó el oficial. –Los besianos les denominan Asuras o dioses de la guerra –dijo el dailamita sentándose y sacando su pipa, mientras preparaba algunas hojitas molidas de tabaco continuó –una vez mi unidad fue enviada como parte del séquito de un noble a la capital del reino de Zebile, y los vimos. Créanme cuando les digo que si nos vamos a enfrentar contra esas cosas seremos hombres muertos en un santiamén, sin importar que los superemos en número cien contra uno. –¿Tienes miedo anciano? –preguntó el oficial, mientras que el dailamita fumaba su pipa con tranquilidad. –Niños –dijo el dailamita mientras llamaba a una mesera del lugar –por alguna razón yo soy viejo. Por décadas he visto como valentones como ustedes mueren en innumerables campos de batalla. Dicho esto el anciano ordenó una sopa de legumbres local para el y sus compañeros que ingresaban en aquel momento. Los dailamitas eran los mejores solsados del mundo, y por tal todos les bridaban respeto o les demostraban miedo. Sin embargo no fueron los dailamitas quienes habpían ejecutado la masacre en la ciudad de Melantio, quienes lo habían hecho eran las tropas auxiliares de tribus alanas vecinas. –No existe espada más cruel que la de tu hermano o ti vecino –susurró Ahmad mientras observaba el nuevo mapa del imperio, mapa que él, y solo él había ayudado a expandir en más de 100 años, su abuelo estaría orgulloso. –¿En serio deseas tomar el reino de Calsedonia? –preguntó el general Yased, quien estaba disfrutando de un vaso de cocoa caliente, se trataba de un fruto dulce proveniente de los bosques de Sinbani. –No –contestó Ahmad –nuestro objetivo es capturar a un alquimista que escapó hace unos cuantos años de la fábrica de armamento de Larseren, hace unos años mis informantes lo ubicaron en aquella ciudad. –¿Arriesgarás una guerra basta por un hombre? –preguntó el general. –Los secretos de los sabios valen más que la vida de miles de hombres –contestó Ahmad mientras se acercaba al general, ambos estaban enfrascados en una partida de ajedrez. Ahmad tomó su reina y realizó un movimiento peligroso en territorio de Yased. –Es un movimiento audaz –dijo el viejo general. –Lo sé –contestó Ahmad –después de todo, mis ejércitos son la reina en el tablero de ajedrez del imperio de Azjeden.
Los ojos de la emperatriz He aquí el alto trono imperial, en el reposa la mujer que tuvo en sus manos la autoridad de reunificar la federación de Besshidi bajo un puño de hierro, pero en su lugar decidió dar un paso a un lado, su camino lo decidió un día hace muchísimos años, un día en que se dio cuenta que, aquel que lucha contra un monstruo puede convertirse en uno. A través de los años de la gran guerra civil de la federación, ella fue proclamada Emperatriz con todos los poderes, pero eso solo duró un día, su decisión fue dividir su poder político en varios reyes, uno de ellos su hijo, guardando para ella misma únicamente la autoridad religiosa, y por lo tanto el potencial de unificar los reinos bajo una causa común. Frente a la Emperatriz se encuentra su hijo, el rey Felipe de Zebile, un hombre astuto cuyos descendientes han encontrado camino a través de matrimonios en las casas reales de todos los reinos de la antigua Besshidi, algunos lo llaman padre de reyes, y en consecuencia, su propia madre es más comúnmente llamada la Emperatriz Madre. Ahora con 75 años y una vista empobrecida, el anciano rey avanza por los pasillos del otrora palacio de los condes de Abu. En el trono se encuentra su madre, la Emperatriz, guardiana de lo sagrado y de los designios de los dioses, la emperatriz vestía con varios ropajes de seda, oro y plata, su rostro se encontraba velado por una máscara de plata sin abertura alguna, perecía una placa de metal liso que reflejaba casi toda la luz en un brillo puro y argentino, mientras que su cabello estaba oculto por un velo de seda blanca orlado de plata. Se encontraba sentada en un nicho de almohadas de seda rellenas con plumas de ganso y a su alrededor había cuatro Maestres de Guardias Reales, los mejores guerreros de todo el reino de Zebile. El rey Felipe por su parte era un hombre arrugado, con una barba larga y blanca, y una calva en la corona de la cabeza pero con una melena larga que le llegaba hasta la espalda que le salía exclusivamente de los últimos folículos pilosos activos en la nuca. No vestía armadura, sino más bien un traje de seda holgado y ligero, como el de los banqueros y burócratas. –Estoy seguro que sabes la razón de mi visita madre –dijo el rey Felipe arrodillándose. La emperatriz suspiro y con un gesto mandó que trajeran una mesa y comida para el rey. –Lo he visto –dijo la emperatriz –ha llegado el día que tanto había temido, el día en que mi más grande creación se convertiría en aquello a lo cual una vez combatí. Te pareces demasiado a tu tío Rim, ambos se concentran demasiado en la riqueza y en el poder. –Ese es el deber de los reyes –contestó el rey mientras cortaba un trozo tierno de carne de cerdo marinado con salsas de la región. –La riqueza y el poder son medios que nos permiten un fin, no el fin en sí mismo –contestó la Emperatriz –ya deberías saber cuál es ese fin. –Madre, estamos jugando un juego peligroso –contestó el rey mientras masticaba –jugamos contra individuos amorales que harán lo que sea para destruirnos. Ahora sabemos que nuestro mayor secreto ha sido robado y tú con tus inmensos poderes ¡no fuiste capaz de verlo! –Es cierto –contestó la emperatriz, aunque su tono no revelaba el más mínimo temor –por tal razón te libero hoy de tu juramento, a partir de hoy podrás realizar cualquier acción que creas conveniente. Era evidente que el rey estaba complacido. –Pero hay una condición –dijo la emperatriz. –¿Cuál es madre? –Mis guardianes ayudarán en tus conflictos –dijo ella –pero no estarán sometidos a la autoridad de tus generales. –Desde que sus acciones sean por el bien de nuestro país –contestó el rey mientras seguía comiendo –no tengo objeciones. Todos saben que no existen guerreros mejor preparados, tus maestres tendrán autoridad de generales, y tus agentes de comandantes, incluso los escuderos tendrán la autoridad de un capitán, ¿te parece así? La reino asintió con un gesto. –Sin embargo hay un detalle –contestó la emperatriz –lo que tus espías te informan es una verdad a medias. Es cierto que otros países han dado muestras de alcanzar a crear nuestras armas, pero por lo que me han informado mis agentes, ellos lo han logrado por sí mismos. –Eso significa que tenemos mucho que hacer madre –contestó el rey limpiándose el rostro, luego se aproximó a su madre y la besó en la mano, para luego retirarse. Trapear, escurrir, trapear, secar, pulir, encerar, brillar, pulir acción tras acción crean un tedio y una desazón difíciles de evadir. Allí se encontraba el gran viajero besiano, como conserje en una gran edificación, de alguna forma le habían entregado el trabajo de limpieza en el Colegio de Ingenieros de Calzioni. Normalmente ya hubiera terminado, pero aquel día había llegado tarde. Camino al trabajo, el inmigrante besiano tuvo que pasar por una parte del barrio no muy bueno, los rumores decían que un grupo de jóvenes que se autodenominaban los Puros Calsedonios iban y venían apaleando inmigrantes frisios, lisaquianos y gaspianos, todos ellos pueblos que habitaban la cordillera de Lisaquia en la frontera oriental del reino de Calsedonia. Lo problemático es que tanto unos como otros pertenecían a la raza de los alanos, por lo que sus rosáceas cabelleras no indicaban demasiado, especialmente debido a que el mestizaje con los pueblos de las montañas siempre había sido común, incluso familias de mercaderes ricos tenían familiares en las montañas. A pesar de esto, los Puros Calsedonias opinaban que todo aquel con la piel muy blanca, ojos especialmente claros y un cabello rosa mucho más claro que lo común era un impuro. Aunque despreciaban a los impuros en general, su odio se enfocaba en aquellos con acento de las montañas de lisaquia, y aquellos que a pesar de no tener acento eran ricos. El besiano avanzo por un pasillo hecho por dos altos edificios, era bastante angosto, pero permitía evadir un rodeo especialmente largo entre las enrevesadas callejuelas de la parte vieja de la ciudad, para poder llegar con prontitud al Colegio de Ingenieros. Entonces vio a un grupo de tres hombres de tez morena y una cabellera rosa bastante oscura pero recortada casi hasta el cuero cabelludo, rodear a una mujer joven. Ellos vestían con ropas típicas de los granjeros de Calsedonia, una un manto largo que cubría los hombros y bajaba por el cuerpo hasta las rodillas atado en la cintura por una correa de cuero. En su hombro derecho llevaban un manto de lana hirsuta que empleaban para protegerse de la intemperie, fuera la lluvia o las tormentas de arena que azotaban de vez en cuando en las regiones sureñas del reino. Por su parte la mujer vestía un traje largo y negro que era cubierto por un delantal blanco, Su cabellera era de un rosa muy claro y su piel blanca como el mármol, lo cual hacía resaltar unas rojas mejillas. En sus manos sostenía un maletín de cuero fino con adornos en oro. –¿Que trae a una impura por los barrios de estos humildes ciudadanos? –preguntó uno de los hombres –¿que no sabes que estas calles solo las pueden cruzar los puros? La mujer estaba aterrada, tanto que levantaba el maletín de forma que prácticamente ocultaba su rostro. Uno de los hombres se le acercó aún más. –Los impuros deben pagar una cuota –dijo –es una suma simbólica, que representa la sumisión de los invasores a nuestras leyes y costumbres. Luego otro se le aproximó por un flanco y le intentó acariciar el busto, pero la muchacha retrocedió con rapidez. –No temas –dijo aquel atacante lascivo –si tuvieras en tu vientre a un puro, entonces no tendrás que pagar nada. Entonces los hombres notaron que alguien se aproximaba, por el color de su cabello se podía saber que se trataba de un besiano, un extranjero del sur, más allá de los bosques de Sinbani. A pesar de ser de un país lejano, los besianos teian buena fama entre las gentes de la ciudad, muchos venían a invertir y crear empresas, pero otros los veían como agentes de un imperio extranjero que los estaban conquistando poco a poco. –¿Qué hace un besiano por estos lugares? –dijo el líder de los acosadores –pensé que ustedes solo vivían para beber buen vino calsedonio en las grandes casas de los ricos. –Bueno, también existimos humildes y trabajadores –contestó el hombre besiano –llegué a esta ciudad hace unos cuantos meses sin nada, y me han acogido muy bien. La verdad todas las personas que he conocido son amables y respetables, no creí en verdad que pudieran existir ratas, pero ¡felicidades!, ustedes me han demostrado que hasta en las mejores familias siempre existe una oveja negra. Los hombres sacaron palos y un cuchillo, pero entonces ocurrió algo extraño. La mujer sintió como si su pecho resoplara como el de un corcel de batalla, era una sensación de valentía, de hecho si en frente de ella se encontrara un gran oso negro, de sentirse así ella no dudaría en enfrentarlo. Esa sensación emergía de aquel extraño, como si se tratara de un vínculo invisible, era como si el valor mismo fuera como agua que él le daba sin que nadie viera. Por el contrario, los acosadores comenzaron a caminar hacia atrás, temblaban, y sudaban frío. Entonces dieron media vuelta y salieron corriendo. –Gracias –dijo la mujer. –¿Gracias porque? –contestó el besiano que pasaba a su lado sin inmutarse –no hice nada más que insultarlos. Más bien diría ¿Qué hace una muchacha tan frágil en un barrio tan feo? –Mi nombre es Clara –dijo la muchacha –soy una criada de la familia Argeada, en estos momentos me encuentro al servicio de la señorita Anais, ella trabaja en el Colegio de Ingenieros, pero esta mañana se le olvidó esta maleta, por eso vine a traérsela, pero creo que las calles de la ciudad son peligrosas a estas horas. La verdad no sé cómo pedirle esto (…), pero me gustaría que me ayudara a entregarle esto a mi señora, sé que es muy importante. El hombre caminó unos pasos como si no escuchara nada, pero luego se detuvo, parecía debatirse en sus pensamientos. –Si es un camino peligroso deberías venir armada –contestó el hombre con una mirada ruda, aunque esta solo se mantuvo por un instante –esa sería la respuesta de Elsa. Mira, la verdad no me gusta eso de ser “el caballero de brillante armadura” y esas cosas, pero da el caso que yo trabajo en el Colegio de Ingenieros, así que supongo que si vamos para el mismo sitio, puedo acompañarla sin mayor problema. La muchacha hizo una reverencia respetuosa con la cual manifestaba su agradecimiento. –Por cierto, puedes llamarme Argus –dijo el besiano antes de iniciar la marcha. Los dos hablaron bastante de camino al colegio de Ingenieros. A Argus le sorprendió lo poco cuidadosa que era Clara, al parecer hacía alusión a su nombre. Sin que ella se diera cuenta realmente de las repercusiones, le habló a Argus de los trabajos “importantísimos” que llevaba a cabo su ama, al parecer estaban trabajando en “estatuas gigantes de metal” o algo parecido, ya que Clara había visto algunos bocetos en la habitación de su señora. Argus por el contrario era mucho más hábil para esconder sus pensamientos, y pasó de ser percibido como un campesino medio ignorante que había viajado al norte para encontrar fortuna. –Es aquí –dijo Argus –más allá de las puertas podrás buscar con los guardias a tu señora, yo por otra parte debo reportarme a mis labores. –¡Hey! tu –dijo una de las doncellas que estudiaban en el colegio. –Señorita Tatiana –dijo Argus con gran respeto. –Ya amonesté a tu jefe por lo del otro día –dijo Tatiana –me parece una falta de respeto que justo después de que terminaras de trapear el piso, pasaran esos idiotas del club de juego de pelota todos embarrados, la verdad no les costaba nada buscar una ruta alterna. –No debió molestarse señorita –contestó Argus haciendo una reverencia –es mi trabajo. –Trabajo o no, todos merecemos respeto –contestó Tatiana. –Como sea –contestó Argus un poco apenado, luego cambiando hábilmente el tema de conversación continuó–Señorita, creo que esta persona busca a la profesora Argeada. Carla se inclinó con una profunda reverencia. –Bien –dijo Tatiana ofreciéndole una barra de chocolate a la empleada –puedes llamarme Tata, aunque este tonto aun no lo entiende. Si deseas ver a la profesora Anais deberás seguirme, y procura no hablar con nadie yo no te indique, muchos de los de aquí son abusivos que creen que la riqueza y los nombres de sus familias pueden pasar por encima de las personas. Luego Tatiana tomó de la mano a Carla, haciendo que esta se sonrojara de la vergüenza y la jaló por el pasillo mientras que se despedía de Argus. –Así que fabrican gigantes de metal –susurró Argus para sí mismo mientras saludaba a las dos muchachas que caminaban por el pasillo de la entrada principal.
Miedo y preparación. Tatiana guió a la sirvienta por algunos pasillos hasta que llegar a la zona de oficinas mientras cuchicheaban cosas de mujeres, normalmente a aquella sección no podían acceder los estudiantes de primer año o de segundo, pero ella tenía un permiso especial ya que en el pasado había realizado algunos proyectos con las profesoras Anaís y Magdalena, todo relacionado a máquinas capaces de levitar. Una vez terminada la discusión y que la sirvienta se retiró, Tatiana increpó a la profesora Magdalena que llegaba en aquel momento tomándose un jugo de frutas especialmente mezclado para la tensión y el estrés. –Maestra –dijo Tatiana a Magdalena –esta mañana la vi muy preocupada corriendo por el pasillo, no me saludo –y dirigiéndose a Anaís continuó –incluso hizo tropezar a un chico lindo de primer año con el que estaba hablando, y eso afectó mucho su confianza. –Para ti todos son lindos –contestó Magdalena con un tono seco que no era común en ella, y luego se retiró. –¿Que dije? –preguntó Tatiana. –Magda está preocupada por su familia –contestó Anaís. –¿Preocupada? ¿No se supone que son familiares de la casa real? –preguntó Tatiana –la única forma en que ellos pudieran estar preocupados es en caso de una guerra. –Son cosas de nobles –contestó Anaís tratando de desviar el tema. Anaís era una joven de unos 25 años de edad, no era muy alta y sus formas aunque gráciles eran más bien delgadas, su cabello le llegaba hasta los hombros y tenía un color lavanda con mechones oscuros y claros, su piel era medianamente castaña pero no tanto y sus ojos eran de un intenso tono azul celeste, lo cual la hacía resaltar en medio de la mayoría de profesores y estudiantes del Colegio de Ingenieros. Se trataba de una mestiza hija de un caballero de la corte de Calsedonia y la hija de un comerciante influyente del reino de Zebile, por lo que durante muchos años vivió y estudió allí. Por su parte Magdalena era una descendiente de la casa real de Pirlo, los gobernantes del reino de Calsedonia, aunque no gozaba de ningún título formalizado. Su cabello era de un rosado intenso que caía en bucles sobre su pecho hasta la altura de su bien formado busto y hasta la cintura sobre la espalda. Varios mechones enroscados caían sobre su frente y sus mejillas enmarcando un rostro ovalado con unos ojos azul oscuro y unos labios rojos. Con unas piernas largas y buenas curvas era el sueño amoroso de los alumnos, profesores y en general de casi cualquier integrante del género masculino que la veía. Sin embargo su temperamento era algo chocante y parecía llevarse bien únicamente con Anais. Anaís enredó hábilmente bajo montañas de tareas y reuniones a Tatiana para ocultar la razón de la enorme preocupación de Magdalena. Sin embargo, mientras asignaba funciones su mente no podía dejar de regresar a los acontecimientos de aquella mañana. –Anais! –gritó Magdalenta a Anaís de improviso, mientras que esta se encontraba discutiendo con un alumno – ¡es la guerra! Anais observó a su compañera mientras se llevaba un mecho de cabello algo más purpúreo que el de su compañera o alumnos hacia su oreja derecha, luego observó a su amiga más detenidamente mientras hacía un gesto para que el alumno se retirara de inmediato. Aunque normalmente jovial, el rostro de Anaís se tornó taciturno. Las noticias no podían ser más que nefastas, según informantes de varios marinos mercantes de la familia real, el Sátrapa Ahmad ibn Majid de Larsaren mejor conocido como el Rey Marino había enviado una flota de mercenarios a atacar diversos puertos independientes a lo largo de las costas del mar de Cetus. Algunos puertos sucumbieron sin mucha pelea y otros fueron aniquilados, pero el resultado fue el mismo en todas partes, ahora el reino de Azjeden dominaba al menos cinco provincias más, lo cual lo convertía en el poder hegemónico en las aguas de Cetus, su control sobre las rutas de comercio marino ahora eran absolutas. Magdalena le entregó a Anaís una carta escrita con puño y letra de uno de aquellos capitanes de trieras mercantes. Anais se puso inmediatamente unos lentes para leer con mayor cuidado. –¿Dos meses? ¿Dos meses sin que nadie lo supiera?–dijo ella alarmada – Magda eso significa que pronto puede haber una guerra abierta contra el imperio de Azjeden. –Tú crees que nos podrán “eso” para la lucha? –preguntó Magda Anaís bajó su rostro y puso sus manos sobre su cabello como intentando calmarse. –Accedí a trabajar con el profesor Lorenzo bajo la promesa de que solo construiríamos un prototipo para prueba de tecnologías –dijo Anaís –el objetivo era aplicarlos al uso civil, pero con esto no sé qué va a pasar. –Lo más probable –continuó Anais levantándose mientras miraba por la ventana de su oficina hacia el occidente donde se encontraba el lago de Weiss y más allá la provincia imperial de Inmerum. Debemos terminarlo antes de que los ejércitos de Azjeden marchen sobre esta ciudad –dijo Magdalena –de lo contrario habremos destruido el propósito completo de nuestra investigación. Anais caminaba de un lugar a otro de aquella estrecha oficia atiborrada de hojas de pergamino y papiro, así como de cristales brillantes que generaban imágenes flotantes, como si se tratara de los espejismos de un desierto. –No trabajé para crear un arma –dijo Anaís. –Es nuestra única esperanza –contestó Magda –debemos empezar a construir un sistema de armamento rápido. –Te dije que no trabajé para crear un arma –repuso Anaís molesta –acepté colaborar en este proyecto por la financiación y porque me aceptaron mis aportes sin importar mi apellido, ¡no vine aquí para crear un arma! –Has visto alguna vez una ciudad que ha sucumbido ante el sitio de un ejército de bárbaros? –Preguntó Magdalena –yo sí, una vez mi tío me permitió verlo, y me dijo que “esperaba que nuestro trabajo aquí nos permitiera evitar ese destino”. Los bárbaros quemaron, saquearon y mataron a todos los hombres, mujeres mayores, niños, bebés y hasta a los animales de granja, mientras que a las mujeres como tú o como yo las abusaron una y otra vez para luego venderlas como esclavas en las tierras del norte. No estamos haciendo un arma para enriquecernos, hacemos un arma para defendernos y sobrevivir. Anaís asintió a regañadientes. Despues de que Tatiana se retiró de la oficina Anaís se retiró de la oficina con gran prisa. Avanzaron por uno de los pacillos hasta encontrarse con un portón de metal que rara vez se abría, se trataba de una tecnología nueva importada de Zebile a la cual llamaban ascensor. Anaís sacó una extraña llave de oro sólido y accionó el mecanismo. En aquel momento llegó Magdalena mas calmada. –Ya hablé con los muchachos de la bodega –dijo Magdalena –parece que podrán reunir el suficiente plomo para crear un martillo. –Los martillos son armas de asedio –contestó Anaís pensando en voz alta –si vamos a diseñar un sistema de armamento deberíamos saber primero en que consiste la principal fuerza de los invasores. Mientras que el par de maestras ingresaba, en el fondo Argus las observaba de lejos, sin ser notado por su puesto, pero con sus hábiles ojos captando todos los detalles. –Que tienes en mente? –preguntó Magdalena. –¿No te has preguntado, ¿Cuál es la razón de que el imperio esté invadiendo tan fácilmente tantas ciudades fortificadas? –dijo Anaís. Magdalena miró a su compañera sin saber que responder, mientras que el ascensor las bajaba varios niveles bajo tierra. El Colegio de Ingenieros era solo la fachada, la mayor parte del volumen de la construcción se encerraba bajo tierra, y se trataba de la Armería Real de Calsedonia. –Si la fuerza principal del enemigo son fortalezas, la mejor arma para un Asura es un martillo para crear brechas en puertas y murallas, aplastar fortificaciones y destruir túneles de escape; si la fuerza principal del enemigo es la infantería, la mejor arma es una guadaña, pero ¿y si la fuerza militar del enemigo es otro Asura? –No digas tonterías –contestó Magdalena –solo los de Zebile tienen Asuras. –Y en que hemos estado trabajando nosotras? –dijo Anaís –si este pequeño reino tiene la tecnología, no sería correctoi asumir que otros la tienen ya? A demás, ¿Qué sabemos realmente del jefe del proyecto? Apareció de la nada hace unos años, ¿no crees que aprendió cosas en otros lugares? –¿A qué quieres llegar? –Nada –dijo Anaís –es solo un ejercicio mental, yo no vine a crear armas, así que te dejo a ti el trabajo.
La leyenda de los doce Asuras Unas horas más tarde aquella noche… –¡No entiendo por qué no funciona! –dijo Anais arrojando sus lentes bifocales sobre el mesón, estaban hechos de un cristal especial que no se rompía con facilidad, al igual que la montura. Ella misma había diseñado ambos materiales cuando estudió en una de las universidades del reino de Zebile años atrás. –Al menos se eleva –repuso Magdalena soltando su moña, dejando caer su rosáceo cabello hasta la espalda, ya era un poco más de media noche y las alarmas lejanas de una invasión había hecho que los miembros del ejército que financiaban su investigación se pusieran quisquillosos con los avances. Tan solo una hora después de que ellas iniciaran su jornada nocturna les llegó un mensajero directamente del rey solicitándoles tener lista la “nueva arma” lo antes posible. Frente a ellas se encontraba una estructura humanoide de casi diez metros. Sus formas estaban enmarcadas por unas placas de un nuevo metal muy ligero, el cual cubría un marco estructural formado por críoaluminio y otras aleaciones, el críoaluminio había sido importado desde Zebile mediante contactos de muy dudosa reputación, pero las placas de la armadura eran un material nuevo ideado por Anaís, las placas eran muy ligeras, pero resistentes a las flechas, las balistas y el aceite hirviendo. La placa y el marco creaban la forma de un guerrero cubierto desde la punta de los pies hasta la punta de la cabeza con una brillante armadura metálica. Era gigantesco, de casi siete metros y medio hasta la punta de lo que parecía ser el casco. El casco tenía un cristal verdusco semi-opaco que permitía ver su interior, el cual, salvo por una estructura extraña con forma de tubo con una punta cristalina, como si se tratara de un telescopio extraño, parecía estar hueco. De hecho, el marco no estaba conectado a ningún pistón o polea, lo único que tenía era una serie de uniones y articulaciones que permitirían su movimiento, pero aparte de eso se trataba de una estructura hueca. Sin embargo esa era su apariencia cuando estaba inactivo. –De nada nos sirve que un titán flote sin moverse –contestó Anais al ver como la máquina en la que trabajaba mostraba una especie de simulación –sería una piñata de aluminio gigantesca a la espera que un martillo de hierro y plomo lo partiera en dos. Magdalena se levantó y fue a la cafetera, una máquina inventada en Calsedonia para fabricar una extraña bebida reservada para la nobleza, se decía que los magos la consumía para hacerse más poderosos, y los sabios para aumentar su intelecto, aunque para ser sinceros era bastante amarga y tocaba adicionarle bastante azúcar. –Quieres un poco –dijo Magdalena sirviéndose la amarga y negra bebida, ya que a ella le gustaba sin azúcar. –Sabes que no me gustan los brebajes de los bárbaros cabeza de sangre –contestó Anais levantándose mientras observaba la cámara principal de la máquina que tenían al frente. Cuando Anaís cerró los ojos recordó nuevamente la última vez que lo había visto activo, pudo ver el rostro cadavérico y muscular del espectro de un gigante de las montañas y los bosques profundos, cuyo espíritu y fuerza había sido dominado por el poder de la alquimia de los Condes de Abu y que les había permitido convertirse en los reyes de Zebile. Entonces su mente entró en un micro sueño más amable, recordó una vez cuando era niña, una vez en que su padre le había contado la historia de los doce titanes de Abu y de la caída del Gran Imperio de los Archimagos. Anais estaba muy cansada y sin saberlo, aun estando de pie empezó a recitar aquella leyenda. “Después de la creación del mundo, algunas personas fueron bendecidas por los dioses con el don de la magia, estas personas son conocidos como magos, individuos capaces de mandar sobre los elementos de la naturaleza, el fuego, el agua, el aire y la tierra. Unos pocos entre ellos cultivaron las artes y las enseñanzas de los dioses convirtiéndose en magos maestros y eventualmente en los archimagos. Los archimagos vieron que los humanos peleaban entre sí por fracciones de tierra y decidieron poner fin a esto, crearon un imperio gigantesco que iba desde el gran desierto oriental de Alalgar al este, hasta el valle de Besshidi en el norte, y desde las costas del continente de Ignas y Drakonis en el este, hasta el valle de Abu en el oeste. Un imperio de quince provincias al cual llamaron la Federación de Besshidi, un imperio en el cual los nobles locales fueron condenados a servir a la paz por medio de una maldición impuesta a través de un arma, la cual a cambio les concedía poderes extraordinarios. Cuando un Conde combatía a favor de la federación, las armas les concedían inmunidad contra la magia de las naciones rivales, pero cuando se revelaban los archimagos activaban una maldición que los mataba al instante. Eso acabó con las guerras intestinas entre Señores de la Guerra y trajo una era de paz y prosperidad, los campos se hicieron productivos y los caminos se hicieron más seguros y rápidos.” “Con los años los archimagos se corrompieron, ya no pensaban en los preceptos de los dioses sino en enriquecerse más allá de lo necesario y esclavizaron al pueblo a través de los condes locales. Solo los condes de Abu se revelaron, con su ingenio crearon armas y por tres generaciones mantuvieron sus planes en secreto esperando. Los archimagos se hicieron codiciosos hasta que solo una de ellos se mantuvo pura y fiel a las leyes de los dioses. Ella se enamoró del hijo del último conde de Abu, pero este fue asesinado por los demás archimagos. Como represalia ella, terminó la última arma de los condes de Abu, los titanes de batalla, los dioses de la destrucción, los Asuras.” “El condado de Abu y sus aliados reclutaron a doce caballeros que controlaron a los doce titanes que pudieron ser fabricados antes de que la federación realizara una invasión masiva desde múltiples flancos, empleando una alianza con el imperio occidental de Azheden. Los doce Titanes y un ejército de diez mil soldados de élite marcharon sobre la capital del imperio de los archimagos y los aplastaron en un solo día. Hasta aquel entonces destruir una ciudad era una labor que requería meses, sino es que años, por lo que cuando la noticia se extendió, nadie quiso enemistarse con la nueva condesa de Abu, así que le juraron lealtad y la nombraron Emperatriz.” “La nueva Emperatriz decidió dividir su nuevo territorio en varios estados en lugar de asumir su control temiendo convertirse en algo similar a sus antepasados, aunque aún en la actualidad todos la llaman la Emperatriz Madre de Reyes. Los reinos se comprometieron a nunca hacerse la guerra, y sus disputas serían resueltas por la emperatriz y sus enviados, pero aparte de eso todos podrían gobernarse como desearan.” Anais se entristeció, de algún modo la forma en que su padre le narraba esa historia hacía ver a los Asuras como armaduras gigantes que vestían gallardos caballeros, en aquella época no tenía idea que para su funcionamiento era necesario esclavizar el alma de demonios guardianes de los altos bosques conocidos como humbabas. Los Humbabas tenían un tamaño promedio de ocho metros, poseían un cuerpo muscular y un solo ojo en sus frentes, que brillaba cuando se encontraban molestos. Su resistencia a la magia hacía que aun los archimagos no pudieran derrotarlos con facilidad. Dicha resistencia a la magia los convertía en tanques inmune a los hechizos más destructivos posibles, así que incluso un piloto mediocre podía aplastar al archimago más poderoso, viejo y sabio posible. Magdalena la sacó de su ensoñación ofreciéndole un poco de ese brebaje amargo y caliente, cuyo solo aroma fue capaz de sacarla de aquella fantasía creada por su agotamiento. Anais se negó categóricamente a beberlo y decidió ir al baño para mojarse el rostro.
La maldición de los dioses Un conserje besiano se encontraba en una de las plazoletas elevadas de la universidad, tenía el palo de un trapero agarrado como si se tratara de una espada y la movía como tal, era como si estuviera entrenando. Anais no esperaba ver eso, después de todo había subido a aquella terraza después de ir al baño esperando hallar una solución para su problema en la soledad de la noche y de la gran imagen de la ciudad de Calzioni. Entonces, cuando aquel conserje de una tierra extranjera dio su último paso, Anais pudo sentir como una corriente de aire fresco y tibio emergía de su cuerpo, lo suficiente como para agitar su bata de laboratorio y su cabello. Entonces el conserje notó la presencia de la muchacha, pero no se inmutó. –Mi señora, no sabía que estuviera aquí –dijo el conserje inclinándose con respeto y luego recogiendo la base del trapero para enroscarlo nuevamente a la barra de madera. –Espera un momento –dijo Anais con amabilidad –tu eres un mago besiano, ¿no es así? El conserje miró a la muchacha a sus ojos azules, y luego inclinó la cabeza, su mirada se posó sobre aquella ciudad iluminada por la energía del Sol y del vapor. –Los verdaderos magos son los que pueden convertir la luz del Sol y el poder del vapor en energía para una ciudad mi señora –contestó el joven conserje mientras admiraba aquella ciudad –yo solo soy alguien que ha recibido la maldición de los dioses. Después de que el Imperio de los Archimagos callera, los niños que nacían con el don de la magia eran destruidos en todos los reinos que fueron liberados, nadie quería ser gobernado un mago nuevamente, por lo menos uno que no fuera la Emperatriz Madre, en el único lugar donde encontraron refugio fue paradójicamente en el reino creado por el Condado de Abu, el reino de Zebile. Sin embargo muchos jóvenes con poderes innatos no se sentían a gusto bajo la autoridad de la Emperatriz Madre y decidían escapar a otros reinos, por lo que era común encontrarlos como miembros de circos errantes en el reino de Calsedonia o en los territorios barbáricos del norte. –Ya veo, no te gusta hablar de eso –dijo ella. –Es solo que no quiero que me definan por la capacidad de crear brizas de aire que no sirven para nada, eso es todo –contestó el conserje. –¿Cómo te llamas? –preguntó ella acercándose. –Me llamo Argus –dijo el conserje –no tengo familia ni hogar, por lo que no tengo más nombres. –Ya veo –dijo ella mirándolo a los ojos –déjame decirte que gracias a ti se me ha ocurrido una idea para solucionar uno de mis más grandes problemas. Mi jefe me ha presionado últimamente y he estado muy preocupada. Argus la miró haciendo cara de no saber muy bien de lo que ella estaba hablando. –Si lo que pienso funciona –continuó ella –deseo invitarte a tomar algo ¿Qué te parece? Argus se cruzó de brazos pensativo –no creo que sea apropiado para alguien de su alcurnia andar por allí para acá con un hombre sin patria ni familia como yo, pero si me da a elegir, me gustaría tomar un café, es una bebida muy costosa, pero me gusta bastante. Anais trató de mantener su rostro sonriente, mientras evitaba hacer una expresión de asco. –Que sea café entonces. Un hombre encapuchado había observado toda la situación, de hecho había echado un vistazo al laboratorio de Anais, se encontraba parado sobre una de las torres más altas. La capucha que ocultaba parcialmente su rostro solo dejaba ver una máscara negra y opaca que ocultaba por completo su identidad, la máscara era completamente lisa, por lo que podría esperarse que el espía estuviera ciego, pero movía su rostro analizando su alrededor como si pudiera ver claramente. Su cuerpo estaba protegido por una armadura de cuero negro muy ligero, un pantalón de campaña, botas de combate y unas manoplas que se extendían hasta el codo. En su cinturón tenía una espada larga con un rubí engarzado en la cruz de la guarda. El hombre enmascarado no atacó y simplemente se dedicó a escaparse sin que nadie lo viera. Se escabulló hábilmente en medio de las sombras y se ocultó en medio de los ebrios que caminaban en las calles iluminadas por la luz creada por los hombres. Rápidamente se despojó de su máscara, aunque el juego de luces y sombras que creaban los postes que iluminaban la calle, la lluvia y el diseño de la capota impedían verle el rostro, solo su mentón podía verse con claridad. Un hombre anciano esperaba tomando un poco de vino al calor de una fogata, hacía algo de frío debido a vientos gélidos que venían de las montañas del este, pero aun así esperaba. –Señor Alberto, ya he regresado con la encomienda –dijo el hombre vestido de negro – he obtenido información relevante y confirmado sus sospechas. En el interior del colegio de ingenieros se encuentran fabricando armas, pero no cualquier arma, están creando Titanes de Combate como los nuestros. El anciano se llevó la mano al rostro, se trataba del embajador de Zebile en Calsedonia, un hombre astuto que siempre había pensado que el reino debía expandirse y controlar las regiones vecinas. Sin embargo, había tenido que pasar los últimos años de su vida siendo el embajador ante aquella gente que se había demostrado traicionera. –No entiendo cómo han podido poner sus inferiores manos en las más altas creaciones de nuestros alquimistas, debe haber algún traidor en nuestras filas –dijo Alberto –debemos destruir el lugar inmediatamente, Conde Marcelo, espero que usted y “Pelión”, así como los demás miembros de su unidad estén preparados. Si es necesario destruir la ciudad deberemos hacerlo para garantizar la seguridad de Zebile. El hombre de negro se quitó la capota revelando su identidad, se trataba del guardia de Alberto y futuro embajador. También era el comandante de una unidad de Titanes que habían sido enviados desde Zebile como una demostración de buena voluntad. –Se supone que hemos venido como guardianes de la ciudad de Calzioni –respondió Marcelo algo pensativo –pero usted tiene razón, es imperativo que… En ese instante ambos sintieron una tercer presencia, se trataba de un hombre con una capa semejante a la de Marcelo, y al igual que el empleaba una máscara lisa sin orificios que no permitía ver ni siquiera sus ojos. Marcelo desenfundó su espada y atacó de inmediato, pero sus embates fueron repelidos de forma inhumana por aquel extraño, las espadas tintinearon liberando chispas cual flamas en medio de la habitación, los choces iluminaban, mientras que las sombras de los guerreros se proyectaban en los rincones más oscuros, a los cuales la luz de la chimenea no alcanzaba a llegar. –¡Alto Marcelo! –dijo Alberto –¿es que no reconoces a uno de los Guardias de la Emperatriz? Levantar un arma contra ellos es casi el equivalente de ¡atacar a un miembro de la familia real! Marcelo retrocedió, pero se sentía incómodo. –Es hábil señor Conde de Ibeg, pero aún le hace falta madurar un poco –dicho esto el hombre sacó una marca con el sello de la emperatriz. –Mi señor embajador, la emperatriz se disculpa con usted por no haberlo informado de mi llegada –dijo el hombre enmascarado –he estado vigilando el Colegio de Ingenieros los últimos dos meces, informándole a la emperatriz de forma permanente. Su alteza imperial le felicita por su perspicacia, pero le solicita que no realice ningún acto imprudente. Mientras el guardián decía esto, el embajador Alberto terminaba la carta diciendo el título del caballero presente, “Los Ojos de la Emperatriz”, uno de los guardias más fuertes bajo su mando. –¿Porque su alteza impide que protejamos nuestro país? –preguntó Marcelo enfundando su espada. –Su alteza no desea un baño de sangre innecesario –dijo el guardia –para eso me ha enviado aquí, si yo fallara en mi misión entonces su majestad imperial me ha dicho que el reino de Calsedonia será destruido del mapa, y que de la ciudad de Calzioni no quedará más que el recuerdo. –¿Nos pide que no hagamos nada? –preguntó el embajador. –Prepárese para una invasión de bárbaros y examinen sus armas –dice su majestad imperial –ya que sospecha que el titán almacenado bajo tierra en el Colegio de Ingenieros de esta noble ciudad no es el único que ha sido construido fuera de las fronteras de Zebile. Dicho esto el guardia desapareció en las sombras, mientras que la carta se consumió en una flama azul muy fría que no quemó la mano del embajador.
La leva de Calsedonia La corte real se encontraba completamente alarmada, aunque se habían enterado de la noticia hacía más de un mes. De un modo o de otro todos habían intentado omitir las noticias que sucedían más allá de las costas occidentales, como si nunca fueran a tocar a sus puertas, nobles, militares, incluso la casa real se hacían los de la vista gorda, después de todo se trataba de bárbaros matando bárbaros, ¿Qué importancia podían tener? La situación no se había vuelto tensa hasta que el embajador de Zebile había pedido aclaraciones al rey Andreas sobre su posición al respecto de los movimientos del imperio de Azheden. El embajador era Alberto de Abu, un bastardo de la aristocracia que había llegado a un alto rango gracias al apoyo de la Emperatriz Madre. Era un hombre duro, inflexible, pero con una inteligencia aguda y penetrante, aunque algo desconfiado. –Estaremos preparados para apoyar a nuestros aliados de Zebile en cualquier situación, si nosotros nos unimos podremos crear un frente común y amplio contra las ambiciones del imperio –dijo el rey Andreas, un hombre viejo, más viejo de lo que debería debido al peso de la corona, con arrugas profundas y un cabello lleno de canas. Su contraparte el embajador Alberto no se veía muy convencido de sus palabras, pero las aceptó con una venia profunda. Su humildad era más falsa que una moneda de cuero, había pasado los últimos diez años siendo el verdadero dirigente de la región de Calsedonia, diez años en los cuales un rey sentado en un trono no había sido nada más que una marioneta, debido al terror de seres gigantes de metal capaces de penetrar en las murallas de cualquier ciudad o fortaleza. Zebile era quien estaba al mando, pero no había sido un mal mando, de hecho Alberto trataba de evitar intervenir demasiado en las decisiones del estado. Finalizada la reunión el embajador Alberto habló con su principal guardaespaldas, uno de los caballeros más distinguidos de la corte de Zebile entrenado en las artes mortales del Camino Interno de la Mágia, el Conde de Ibeg. –Temo por el reino –dijo el embajador –estos insensatos pueden tener una manada de lobos en sus jardines, y aun así no estar preparados para el combate. ¿Hay alguna noticia nueva sobre el emisario imperial? –Si –contestó el conde Marcelo –el emisario dice que debe estar preparada una ruta de escape para la unidad que se está construyendo en el interior del Colegio de Ingenieros. –¿Entonces el objetivo de su alteza era “eso”? –Dijo el embajador Alberto pensativo –jamás pensé que una imitación pudiera tener algo de importancia. Cuando la noticia de la invasión se extendió por la ciudad todos ingresaron en pánico, pero afortunadamente los oficiales del rey cabalgaron por las calles reclutando a todos los hombres capaces de portar armas. Los artesanos y trabajadores fueron convocados a las plazas, mientras que los nobles fueron reunidos en las escuelas y en el Colegio de Ingenieros. Los hombres de la universidad sin importar que fueran estudiantes o profesores, técnicos o barrenderos, cocineros o investigadores, todos estaban en filas perfectas en la gran plaza central. Frente a ellos se encontraba el general del reino, el Gran Duque de Larisa el Gran Gordio “la muralla de norte”. Durante su juventud se había destacado al realizar invasiones punitivas contra las tribus salvajes del norte y del este, pero la mayor parte de su carrera como oficial comandante había sido la de resguardar la frontera del norte, la única con verdadera actividad en el campo de batalla. Era un hombre gordo pero muscular, alto y feo, muy feo, realmente feo, “en realidad su fealdad era indescriptible”, pero al mismo tiempo increíblemente carismático, su voz profunda envolvía con una confianza casi que religiosa, y sus ojos oscurecidos aunque aún azules reflejaban un enorme conocimiento de las tácticas del combate, de hecho su carisma le permitía ganar el favor de una que otra viuda rica de vez en cuando. –Nobles y vasallos –comenzó el general –se cierne sobre nuestra gran civilización la peor de todas las amenazas posible, la invasión del imperio de Azjeden –al decir esto se escucharon varios murmullos. –¡Es imposible! –dijeron unos. –Emplearon Asuras –dijeron otros –¡deben ser los zebilianos disfrazados! –¡Los Titanes de metal solo son conducidos por los caballeros de Zebile! –dijeron los últimos. Gordio levantó los brazos para calmar a la multitud. –Sé muy bien que la sorpresa es grande, pero el símbolo de la Luna Llena en una bandera roja ondea ahora mismo sobre la Fortaleza de los Lagos –dijo el general –nuestros informes indican que los Asuras empleados en la conquista son lentos y solo sirven para atacar fortalezas, no para batallas campales, eso quiere decir que ellos aún no han dominado todas las artes de nuestros aliados –luego mirando hacia el sur –ya hemos enviado mensajeros, estoy seguro que el rey de Felipe de Zebile percibirá esta agresión como un gran peligro, pero los refuerzos no estarán aquí a tiempo, debemos enfrentar la primera oleada por nosotros mismos y demostrarles a los zebilianos que no somos un grupo de comerciantes indefensos, ¡debemos demostrarles el poder de la sangre de los guerreros Alanos! ¡Nuestra Sangre! Todos los hombres vitorearon, todos menos un conserje besiano que observaba todo de modo frio y calculador. Era evidente que sería reclutado, lo cual le resultaba realmente inconveniente, pero no tenía otra opción. –Seré franco con todos ustedes señores –continuó el general –no tenemos opción alguna de plantear una defensa efectiva ante un asedio debido a los Asuras que han construidos los hombres del sátrapa, así que solo nos queda una carta por jugar, ensamblaremos el ejército con todos los hombres a los cuales les podamos dar un arma, defendemos nuestros hogares señores –luego miró a los jóvenes –ustedes son la élite de nuestra sociedad y deberán asumir el roles de mando que se les sean asignados, cada uno de ustedes contará con el apoyo de un suboficial con experiencia, pero dependerá de la nobleza de los corazones de cada uno de ustedes para mantener los espíritus de nuestros hombres en la batalla que se aproxima. El ejército invasor aún se encuentra acampando en la fortaleza de los Lagos, lo cual nos dará al menos una semana para prepararnos. ¡A la Guerra! ¡Viva Calsedonia! ¡Viva en Rey! –¡Viva el Rey! –gritaron los jóvenes con el pecho hinchado de un espíritu patriótico. Lucio observaba la situación en la fila periférica, evidentemente ellos servirían en la batalla también como soldados rasos, lo cual sería bastante inconveniente. –Noooo, ¿y ahora que voy a hacer con Tata? –dijo Marco en voz alta. –Que, crees que va a quedar alguno de notros para robarte a tu novia? –respondió Dorian, mientras que Albano no hacía más que reírse a un lado –el ejército de defensa al completo es literalmente completo, todos los hombres en edad de tener hijos van a ir a combatir mi amigo. “Quinto día del octavo mes del año 876 Después de la Creación del Mundo. El ejército de calcedonia espera en la ribera norte del rio Weiss, uno de los afluentes del lago del mismo nombre en cuyas orillas se levanta la ciudad de Calzioni. El rio nace en las cordilleras de Lisaquia y cae en vertiginosas cascadas separando el valle de Calsedonia al norte, del valle interno de los ríos de Weiis y Ambabod. Hacia el este los dos ríos desembocan en dos lagos internos, al norte el lago de Weiss y al sur el lago de Newvelle. Justo en medio de los dos lagos se alzaba la fortaleza de los Lagos, una estructura creada durante la unificación del reino para enfrentar las invasiones de barbaros desde el este y desde el sur, pero jamás estuvo pensado para repeler a un ejército bien entrenado y mucho menos que contara con armas tan avanzadas como los Asuras. Su comandante era Ahmad ibn Majid de Larsaren, un gobernante local con un poder militar tan grande que algunos decían que podía operar de forma independiente de las órdenes del emperador de Azjeden. Después de la toma, se apertrechó en la fortaleza por varias semanas hasta que decidió acercarse al sur del rio Weiss, pues era la única ruta directa a la ciudad de Calzioni. Pero por varios días no ha movilizado sus fuerzas. Firma, Anandas Pirlo Sumo sacerdote de Freya y escriba del ejercito de Calsedonia” El rey Andreas se encontraba sumamente preocupado, pero al mismo tiempo poseía una gran confianza. Sus generales le informaban que su ejército crecía todos los días y que el campamento se hacía más fuerte, pero la verdad era que Ahmed también contaba con eso, todos los días llegaban refuerzos desde los puertos Inmerum, el sátrapa de Larseren controlaba el mar y aunque se encontraba en territorio enemigo no tenía hambre y sus tropas no anhelaban un hogar inexistente. –Desde aquí no se ven tan amenazantes –dijo Marco, estaba enfundado en una armadura bastante costosa, un casco de bronce, una armadura de lino prensado con refuerzos de bronce que cubrían una cota de mallas de manga corta. Su brazo derecho estaba protegido por guanteletes de cuero y tres placas largas de bronce. Sus piernas estaban protegidas por una cota de malla de bronce debajo de la falda de lino de color azul lavanda. Mientras que sus tobillos estaban protegidos por un par de grabas de bronce. El bronce por cierto, era fabricado en Zebile y sus propiedades eran tan buenas que superaban a algunas armas de hierro meteórico, era costoso pero no en extremo, permitiendo que tanto los nobles como los soldados profesionales pudieran costear sus precios. –15.000 barbaros Alanos en la vanguardia, 5.000 dailamitas de elite como guardias. 5.000 jinetes Azjedianos pesados y 15.000 de infantería pesada Larsariana, 3 vimanas clase Anzu y al menos 2000 esclavos de apoyo –dijo Dorian abrazándose a una lanza de combate mientras observaba la situación al otro lado del rio. –Tienes buena vista –dijo Marco quien no podía distinguir aquella información de aquel revuelto de razas y humos de campamento a lo lejos. –Mi padre me enseñó a evaluar una situación rápidamente –contestó Dorian con un rostro taciturno. –Tenemos más del doble de ellos, y eso que es solo la mitad del ejército, ¿porque estas tan preocupado? –respondió Marco –es posible que el ejército del norte ya halla destruido al destacamento que atacó la hacienda de tu padre. –¿70.000 campesinos? Si los pusieras al lado de un bárbaro alano no podrías distinguirlos excepto porque los nuestros tienen más barriga y menos brazo, de nuestro ejército solo vale la pena los 10.000 que componen la infantería profesional que se supone nosotros los nobles debemos comandar, no tenemos caballería, Asuras o Vimanas, y la única razón por la que sus vimanas no han venido a aplastarnos es gracias al sistema de generación de campo gravitacional que nos regalaron los embajadores de Zebile como muestra de buena voluntad. Hemos creado un perímetro de varios quilómetros que casi llega hasta las cordilleras en el este, pero igualmente el comandante enemigo podría ordenar a sus vimanas rodearlas. Hablar con Marco sobre tácticas y estrategias era una pérdida de tiempo, Dorian notó como los ojos de Marco se tornaban blancos ante aquella exposición de términos ininteligibles. Dorian paró su perorata y puso su mano derecha sobre el hombro izquierdo de su amigo. –¿Y qué deberíamos hacer? –preguntó Marco. –La verdad es que no lo sé –contestó Dorian bajando la cabeza –tal vez lo mejor sea seguir esperando hasta que nuestros supuestos aliados de Zebile decidan mostrar la cara mientras que reunimos más hombres para la defensa, de lo contrario sería mejor que… –¿Nos rindiéramos y nos pasáramos al bando del invasor? –preguntó Marco. –Si yo fuera el general –contestó Dorian observando el campamento del general –eso es lo que haría sin dudar. –¿Y tu padre? ¿Y tú venganza? –¡La venganza es irrelevante cuando la vida de tus conciudadanos está al borde de la destrucción! –susurró Dorian con amargura, luego mirando a su amigo a los ojos continuó –solo mantente vivo, no hagas cosas innecesarias, escucha al sargento bajo tu mando, obedécele pues él sabe cómo sobrevivir a esto. Dicho esto Dorian se puso su casco, tomó un caballo y se dirigió hacia su unidad. Marco se sentó en su roca mientras que sus soldados se arremolinaban alrededor, formando una línea de batalla compacta. El sargento de su unidad combatiría a su lado, así lo había decidido el capitán, se trataba de un hombre maduro, pero que Marco había conocido cuando era niño, pues en una que otra fiesta lo había visto, era el padre de Almena una de sus amigas de la infancia más queridas. El padre de Almena se llamaba Próximo Alquios, era jefe de una familia subordinada a los Galesi, por lo que había tomado bajo su tutela a Marco. Para muchos nobles esto hubiera sido bueno, pero Marco sabía que los tratos más flexibles en un entrenamiento ya de por sí apresurado podrían ser una sentencia de muerte, por eso Próximo decidió mantener al muchacho en la última fila, el sería el encargado de soplar el cuerno de retirada si el embate resultaba malo. Incluso, a última hora, la unidad de Próximo fue enviada a la tercera línea de batalla por órdenes directas del general, todos estaban aliviados de tener a un niño rico y de una familia tan influyente entre sus comandantes, de ese modo no tendrían que combatir en el frente. Entonces se escucharon los cuernos de batalla, las trompetas de la victoria y los tambores de la marcha, el objetivo era que la línea dejara muy poco espacio entre la primera línea y la rivera del rio, de modo que los invasores tuvieran que atascarse más de lo necesario en el vado, lo cual les complicaría el avance. El tambor se mantuvo en una cadencia lenta, todos sabían que debían avanzar una vez que el ritmo cambiara, pero en lugar de eso, el tambor se detuvo. El campo de batalla se sumió en un incómodo silencio a medida que los estandartes del sátrapa avanzaban. ¿Qué estaba esperando el general?
La batalla del Vado de Weiss La batalla del vado de Weiss habpia sido un desastre para el bando Calsedonia debido a que jamás se dio la orden de avanzar. El plan en sí era bueno, detener a los enemigos en el vado y esperar a que el frio del rio diezmara sus fuerzas, pero la orden para ponerse en posición jamás fue dada formalmente. En el ala izquierda de la formación se dio una carnicería, los campesinos se encontraban estupefactos al ver a los bárbaros avanzar, y no es que se tratara de una raza diferente, aunque a sus ojos si lo parecían, simplemente era el hecho de que se enfrentaban profesionales de la guerra contra principiantes que estaban allí por órdenes de los dueños de las tierras de labranza. Lo único que evitó la desbandada fue que un capitán decidió omitir la espera de la orden, por lo que el ala derecha de la formación logró repeler a los bárbaros y envolverlos. La batalla se prolongó unas cuantas horas mientras que los bárbaros eran consumidos por una masa de muertos en vida. En su arrogancia jamás pensaron que un conjunto de débiles y cobardes pudieran hacerles daño, pero de alguna forma los números superiores concedieron una ventaja a largo plazo. En parte se debió a que los capitanes y tenientes del ala derecha tenían más experiencia y pudieron relevar constantemente las unidades en el frente de modo que el terror de la batalla no los dejaba exhaustos emocionalmente, muy por el contrario de lo que sucedía en la izquierda, donde al final del combate, ya no había líneas, lo que había era duelos individuales en los que los bárbaros poseían todas las ventajas físicas. Cuando lograron desbandar o matar a la mayoría de enemigos pensaron haber ganado, pero entonces se dieron cuenta que la mitad de sus hombres habian caído a la derecha, y decidieron retirarse. El Sátrapa Ahmad no los recibió amablemente, cuando los mercenarios Alanos atravesaron el vado y emprendieron la caminata a la planicie donde se suponía que se encontraba su ejército, fueron recibidos por una lluvia de dardos y por las picas de la disciplinada infantería dailamita. La batalla sin embargo no fue sencilla, los barbaros combatieron hasta la muerte, llevándose a varios sondados calsedonios antes de morir. El ala izquierda fue la que más sufrió, con algunas unidades aniquiladas o que incluso fueron sometidas a la desbandada. ¿Qué había sucedido? Había muchos rumores de que el general y sus ayudantes principales habían escapado antes de la batalla, lo cual fue un duro golpe para la moral de las tropas. Marco llegó en un caballo al campamento central, se apeó y buscó al guardia más cercano. –¿Quién es el anfitrión? –preguntó Marco. –Mi señor, ¿se encuentra usted bien? –dijo el soldado al ver la herida de Marco. –Ya me la lavé con un poco de vino puro –contestó Marco tratando de reenfocar la conversación. El soldado entendió rápidamente y señalo la tienda de la reunión de los generales. –El teniente Dorian de Coritos, el Capitán Falco Galesi y el Capitán Luis Pirlo –dijo el guardia –todos los tenientes y capitanes sobrevivientes han sido convocados. Marco reconoció el nombre de su hermano, ¿Por qué no se habían enterado que él también estaba en aquel ejercito? Su madre no le había dicho nada en ninguna carta y tampoco lo había visto en las reuniones de oficiales. –Los Azjedianos podrían atacar en cualquier momento –dijo Marco un poco incómodo. –No mi señor –contestó el soldado –después de la desbandada de los bárbaros Alanos han enviado un mensajero, parece que el comandante enemigo desea parlamentar. Los capitanes del ejército, algunos eran profesionales, mientras que otros eran reclutados junto con las levas de la plebe según la necesidad. Marco conocía a la mayoría de aquellos oficiales conscriptos, algunos eran sus profesores en el Colegio de Ingenieros, pero en realidad no había tenido tiempo de ser presentado con los oficiales comisionados, por lo que se sorprendió cuando en la tienda no vio a ninguno. –Hermano –dijo Marco sorprendido, frente a él se encontraba Falco Galesi, el gran poeta, lo que no muchos sabían es que había hecho carrera por algunos años como oficial comisionado de las tropas permanentes del norte –yo pensé que… –Peleamos por nuestras tierras ahora hermano, por nuestras familias –contestó Falco abrazándolo efusivamente –por nuestra madre y nuestras hermanas, por nuestro padre y nuestro hermanito, no para imponer injustamente nuestras leyes a las tribus pacificas del norte, por eso regresé al combate. –¿Los hermanos ya terminaron? –dijo Dorian ingresando con otros capitanes, todos conscriptos que habían sobrevivido a la batalla gracias a los sacrificios de sus tropas y a su propio orgullo, orgullo que les había impedido salir corriendo. –¿Dónde está Albano? –preguntó Marco con temor. –Al gordo le sacaron el dedo meñique de la mano izquierda –contestó Dorian con una expresión algo frívola, supongo que ya no se sacará la cera de los oídos como acostumbraba. –¡Hey! –protestó Marco. –Perdón –contestó Dorian mientras organizaba la reunión –también le abrió la cabeza a un comandante enemigo, proeza que ninguno de los presentes, excepto por tu experimentado hermano, hemos podido hacer –luego dirigiéndose a Falco continuó con una mirada profunda y seria –por cierto, el teniente Albano Emesi le envía su agradecimiento por salvarle el resto de la mano capitán Falco, también nos envía el mensaje de que postula al capitán Falco Galesi como nuestro nuevo comandante en jefe, yo también. Falco lo miró de regreso, luego cerró los ojos pensativo –Solo nos cruzamos en el campo de batalla, en verdad su amigo merece ser elogiado como uno de los héroes de esta batalla, pero lo perdí de vista en el fragor del combate, espero que no haya sufrido ninguna otra lesión. –En cualquier caso –continuó Dorian –debemos elegir un nuevo comandante en jefe y un nuevo estado mayor. Inmediatamente se levantaron murmullos, Marco le preguntó a otro de los capitanes, a quien reconoció como su profesor de matemáticas, el profesor Lorenzo de Lars, un hombre de unos 40 años y una expresión inflexible. –Los rumores dicen que los comandantes superiores nos abandonaron, por eso debemos elegir un nuevo comandante supremo –dijo el profesor Lorenzo. –Para comenzar señores –dijo Falco tratando de calmar los murmullos –nuestros comandantes no escaparon, fueron asesinados por un grupo élite enemigo que se infiltró en la tienda del estado mayor. Yo también estuve allí a punto de morir, pero por suerte unos soldados me ayudaron a escapar con vida. No tuve tiempo de decirle a nadie debido a que la batalla ya había comenzado y solo los capitanes del ala derecha aceptaron mis órdenes sobre la marcha. Casi pierdo a mi hermano por eso, pues el combatió con fiereza en el ala izquierda y trae las marcas en su rostro ara probarlo. Marco bajó la mirada, en aquel momento aquella cicatriz le traía más vergüenza que otra cosa. –Sus artes son semejantes a las de los cabaleros de Zebile –dijo Luis Pirlo, el hijo del general caído –magos y guerreros al mismo tiempo. El problema es que también tenemos infiltrados en las filas, el rumor de expandió más rápido que la peste en todas las filas. –No sacaremos nada con discutir aquí –dijo Marco –al menos sabemos que nuestros comandantes no nos abandonaron. –Si –dijo Dorian –pero nuestras tropas no lo saben y no lo creerían, el rumor ya se ha extendido demasiado. –¿Que haremos? –preguntó Lorenzo. –Elijamos un nuevo comandante –dijo Dorian –yo postulo al Capitán Falco. De todos nosotros es el oficial con mayor experiencia y logros, además de ser quien evitó que el ala derecha se sumiera en el caos como planeaba en enemigo. Todos los capitanes sobrevivientes y los pocos tenientes que habían ingresado apoyaron la moción. –¿Que propone comandante? –dijo Luis. Dorian cerró los ojos. –Empalen las cabezas y expónganlas frente a los hombres –dijo Falco –que sepan que cualquier desertor sufrirá la misma suerte. Marco estuvo a punto de protestar, pero Luís le tomó del brazo. –El espíritu de los hombres pende de un hilo –dijo Luís. –Pero no es justo –contestó Marco. –El general comandante de esta misión era mi padre –contestó Luís –a nadie le duele más que a mí que tengamos que profanar su cadáver, pero es necesario para mantener la legitimidad de nuestro mando ante la plebe. Sabes muy bien que ningún soldado obedece órdenes de un comandante sin legitimidad, si la perdemos todos morimos. Marco se tragó sus palabras junto con su saliva. –Yo iré a parlamentar –dijo Falco –Marco y Dorian irán conmigo, los demás preparen las tropas para cualquier situación emergente. Todos saludaron y se dirigieron a sus puestos. –Y algo mas –repuso Falco –Si algo llegara a sucederme, todos deben estar preparados para cerrar líneas sobre el vado sin necesidad que se dé una orden general, puede que sea más caótico, pero es preferible a quedarse paralizados nuevamente. Tatiana se encontraba sentada en una silla mientras observaba hacia el sur, las tierras bajas donde se encontraban los valles cultivables al lado de los dos grandes lagos, allí en las vastas planicies todos los hombres que había amado de una u otra forma se encontraban peleando por el futuro de su ciudad y de su país. En aquel instante recordó a Albano, cuando lo conoció tenían como 13 años y a ella le tocó enseñarle a leer, escribir, sumar, restar, hablar en público e incluso a cocinar. Al principio eso le molestó mucho, al ver aquel gigante pensó que se trataba más de un matón barbárico, pero con el tiempo se dio cuenta que era una persona increíblemente inteligente, en solo un año aprendió todo lo que ella sabía e incluso la sobrepasó en su aptitud matemática, aunque la gran pasión del gigante fue sin duda la cocina, habilidad en la que paradójicamente ella aun lo superaba ampliamente. Luego recordó a Dorian, tan estirado y arrogante al principio, y aunque nuca aprendió a mantener una relación con sensibilidad, si podía decirse que era la persona más leal que pudiera conocer, de él aprendió muchas cosas, pero en especial el deseo por horrar a sus padres, no como una imposición social, sino como un deseo que emerge desde lo más profundo del corazón. Finalmente su mente repasó el rostro de aquel muchacho, Marco, parecía más un osito de peluche, un bebe tierno que un hombre, ¿Cómo era posible que pudiese estar enfundado en metal y armado hasta los dientes para ir al combate? Su corazón estaba inmerso en la angustia. En aquel momento apareció la profesora Magdalena, aunque se trataba de una mujer indudablemente bella, se notaba que tenía exceso de trabajo, debido a su postura encorvada, su cabello desarreglado y unas ojeras evidentes. –Eres la única alumna que aun viene –dijo Magdalena sorprendida –la mayoría de las mujeres ricas y otros tantos han abandonado la ciudad, se dice que Zebile ha subyugado los barbaros de las montañas del este, y que el nuevo señor de la fortaleza de Ambabod está recibiendo a nuestra gente allí. –¿Ya lo sabía maestra –contestó Tatiana –la mayoría de mi familia ya se ha marchado. –¿Entonces que haces aquí? –preguntó Magdalena. –Este es mi verdadero hogar –contesto Tatiana. –¿Y tu padre? ¿Tu madre? ¿Tus hermanos y hermanas? –Mi padre murió hace unos seis meses – contestó Tatiana triste –aunque el no era verdaderamente mi padre, el me adoptó de niña debido a que no había podido concebir hijos. A mi madrastra no le gusté mucho, pero respetó la decisión de papá. Sin embargo con el muerto, este lugar se había convertido en mi verdadero hogar, y mis amigos eran mis hermanos, mi verdadera familia. No tiene sentido escapar al lado de una desconocida que siempre me ha detestado. Magdalena bajó la cabeza. –Pronto estas murallas serán sitiadas –dijo Magdalena –El ejército del norte ha sido barrido en un solo día, y aun no sabemos nada del ejército del sur. –Lo sé –contestó Tatiana quien guardaba para sí la esperanza de que el ejército del sur, aquel en el cual todos sus amigos habían sido enviados hubiera logrado su misión, para cuando ellos llegaran ella debía tener lista una nueva arma para ayudarles –pero también sé que la esperanza de nuestra ciudad se encuentra en los niveles inferiores de esta escuela, ¿me equivoco? Magdalena intentó evadir la mirada. –Es una posibilidad –contestó Magdalena después de un rato. –Una posibilidad por la que ustedes se juegan la vida –contestó Tatiana –sé que puedo ayudar. –Sin duda tu proyecto del semestre pasado te califica –contestó Magdalena –pero debes estar segura que podríamos estarnos jugando la vida, si alguien relacionado con Zebile se entera de lo que tenemos aquí antes de tiempo, aunque sobrevivamos a esta invasión, tendremos que dar cuenta de otra muy pronto, y esta vez serán nuestros amigos quienes tocaran a la puerta de nuestra ciudad armados con gigantes de metal. –Maestra, respóndame una pregunta –dijo Tatiana – ¿lo que está allí puede ayudar a los hombres que están peleando? –Ese es el propósito de todos los sabios de nuestro reino –contestó Magdalena –ha sido nuestro secreto los últimos cuatro años. –Entonces permítame conocer el secreto de los sabios –contestó Tatiana –permítame ayudarla en lo que pueda, aunque sea poco. Sígueme entonces.
Diálogos de guerra Los generales de Calsedonia se encontraban reunidos observando un mapa de la región Gordio se encontraba muy confiado debido a su fuerte posición. El rio Weiss atravesaba el valle de oriente a occidente, y aunque daba vida a los cultivos nadie se atrevía a bañarse en sus gélidas aguas, estas no se calentaban con facilidad incluso después de recorrer quilómetros desde las montañas de la cordillera de Lisaquia. Anticipándose a la situación, todos los puentes desde las cordilleras hasta el lago de Weiss habían sido destruidos, por lo que el único punto de paso era el vado cercano al lago. Las aguas del rio Weiss alcanzaban una profundidad máxima de un metro, y este era bastante grueso, con algunas plantas leñosas que podían funcionar como trampas naturales. Pero cuando llovía fuertemente en las montañas de la cordillera del este, el vado se convertía en un enorme brazo del lago, desbordándose y haciendo sus aguas aún más gélidas. Sus aguas podían permanecer altas durante meses, y era difícil de cruzar. –El frío del rio adormirá sus piernas y brazos, los más débiles se pondrán azules antes de que la batalla inicie –dijo Gordio unas horas antes de la batalla, mientras repasaba con los oficiales de alto rango y con los mensajeros el plan de batalla–eso nos permitirá eliminar la vanguardia enemiga y con suerte forzar al invasor a pactar. Falco se encontraba a la diesta del general, había llegado unas horas antes enviado directamente desde la capital, su presencia fue convocada directamente por el rey de Calsedonia debido a su inmenso carisma sobre las tropas. Su presencia en el campo de batalla sería fundamental. –¿Que opina usted general Falco? –dijo Gordio. –Es una buena táctica –contestó Falco –aunque el general está de más, hace tiempo que no pertenezco al ejército, en estos momentos soy un soldado más que pelea por proteger su casa. –El rey en persona le ha dado el rango –dijo Gordio. –Cuando hay muchos generales, la utilidad del ejército disminuye –contestó Falco –quien está al mando es usted su señoría, tráteme como un capitán normal. En ese momento ingresaron al lugar tres hombres encapotados, todos vestían con cuero negro desde los pies hasta la cabeza, sus guantes eran gruesos y poseían placas metálicas en los nudillos. –¿Quiénes son estos? –preguntó uno de los comandantes de sección. Falco sintió algo extraño de aquellos individuos. –Mi señor hay que escapar inmediatamente y reunirnos con la guardia –dijo Falco tomando a Gordio del brazo, pero este no lo permitió. –¿Qué sucede? ¿acaso se ha vuelto un cobarde? –dijo Gordio intrigado por aquella situación. Cuando Gordio volvió a poner su atención en los hombres de negro vio como la cabeza de su amigo volaba por los aires, mientras que todos los comandantes de sección sacaban sus espadas. Gordio quiso atacar, pero Falco lo cogió nuevamente del brazo y con una enorme fuerza lo arrastró, mientras rompía el paño de la tienda de campaña. Falco no sabía explicarlo, pero sentía una enorme presión que era emitida por aquellos hombres, era una presión asfixiante, semejante a la que emitían algunos guerreros provenientes del reino de Zebile. Al salir de la tienda de campaña Falco sintió que el peso que jalaba se hacía más ligero, y al voltear su mirada pudo ver que ahora solo estaba arrastrando un brazo desprendido. Uno de los hombres de negro había logrado matar al general. Falco sacó su espada y se preparó para el combate, mientras que los otros dos hombres de negro emergían de la tienda de campaña, y detrás de ellos solo quedaba una masacre. –¡Nos atacan! –dijo alguien en el fondo, en una colina a unos cuantos metros de distancia, donde se suponía se encontraba ubicada la empalizada que separaba la sección de altos oficiales del resto del ejército. Los nobles de Calsedonia eran muy paranoicos y preferían mantenerse aislados de la plebe, esta práctica no les traía muchas simpatías por parte de las tropas. El último hombre en salir del campamento fue el que atacó a Falco, su velocidad era tremenda, en un parpadeo apareció en su flanco, listo para realizar el golpe mortal, sin embargo Falco era un buen guerrero, aun cuando no fuera alguien con habilidades inhumanas, evadió el golpe de espada, pero no pudo evitar una patada que le golpeó justo en la cien. El impacto lo hizo girar en el aire y caer de bruces contra el lodo y el pasto. Su cabeza palpitaba, pero perdió por un instante la capacidad de escuchar, solo podía ver las botas negras de sus enemigos. Quiso ponerse de pie, pero no logró, su cuerpo simplemente no le obedecía. En aquel momento pensó en su familia, y en todas aquellas personas que había amado, en sus compatriotas y en su amada. Entonces vio que los hombres de negro se ponían activos, movimientos rápidos y potentes que rasgaban el suelo y hacían temblar la tierra, mientras rodeaban a alguien que poseía las botas de campaña de un soldado raso calsedonio. ¿Quién podría ser? ¿Quién podría pelear a un nivel inhumano? Pero a pesar de sus preguntas, su cuerpo estaba agotado, y un pesado sueño le sumió en la oscuridad. Cuando Falco recobró la conciencia estaba rodeado de soldados de la guardia externa, al parecer los hombres de negro habían matado a una gran cantidad de guardias. Los tres asesinos se encontraban muertos a su alrededor. –¿Quién los derrotó? – preguntó Falco, pero ninguno de los guardias sabía que responder –pensamos que había sido usted señor. Falco sabía que se trataba de alguien con botas de campaña como las que se les da a los soldados de clase baja. –¿Quiénes son ellos? –preguntó Falco. –Parecen mestizos, pero no tienen tatuajes o marcas como los clanes –dijo uno de los guardias, su cabello rojizo claro, y su piel está oscurecida por el sol, debe tratarse de mercenarios. –No son mercenarios cualquiera –contestó Falco –sus habilidades son solo comparables con los caballeros que dominan “La Verdadera Destreza”. –¡Han destruido los tambores maestros! –dijo uno de los guardias –no tenemos forma de enviar las órdenes y la vanguardia enemiga ya está avanzando! Falco envió mensajeros a todos los capitanes en el frente, mientras que el mismo se dirigió al frente. –¿No sabes quién pudo haberte salvado hermano? –preguntó Marco. –No lo sé, solo le vi las botas –dijo Marco mientras se aproximaban al vado, la rivera aún estaba repleta de muertos, muchos de ellos eran bárbaros Alanos congelados por aquellas gélidas aguas, mientras que los buitres hacían su agosto. –Parece que nuestro oponente ha venido solo como prometió –repuso Dorian señalando una enorme masa que se aproximaba, era como un dios de la muerte que caminaba cadenciosamente mientras que los cadáveres y los buitres se movía a su alrededor ignorándolo. Ahmad atravesó el vado montado en un enorme caballo negro, a pesar del olor de la muerte no se inmutó, parecía estar acostumbrado a ese tipo de vistas, pero su expresión no era arrogante, de alguna forma su rostro revelaba una sensación de profunda melancolía. Su armadura no era nada del otro mundo, un plaquín de escamas de hierro semejante al de los soldados de infantería que lo resguardaban, únicamente su capa escarlata con bordes de oro lo señalaba como una figura regia. –Usted dijo que podríamos presentarnos con dos guardias –dijo Falco. –Bueno, sé que estoy tratando con hombres de honor –dijo Ahmad con un acento marcadamente occidental –estamos aquí en un acuerdo neutral para hablar, así que consideré que no era necesario traer a mis guardias. Por otra parte si muero aquí, mi ejército se dispersará por tus tierras permanentemente trayendo muerte, pobreza y desolación. Esa masa de gente obedece mi voluntad, y mi voluntad me trae aquí por algo muy puntual, si obtengo eso que deseo me marcharé más rápido de lo que piensas. –¿Cuáles son sus términos? –preguntó Falco de forma directa. Ahmad miró al soldado desde lo alto y se tocó la barbilla. –Si le dijera que quiero una pequeña cosita en su capital y alguas piedritas de sus minas en el norte a cambio de paz permanente ¿Qué me diría? –Las rocas me importan un bledo –contestó Falco –pero jamás admitiría que un invasor tocara el suelo de mi ciudad, de hecho que su ejército pise el suelo de mi país ya es ofensivo. –Sí, esperaba eso –contestó Ahmad de forma afable mientras daba un vistazo al campo de batalla, por los cadáveres podía verse que la fisonomía de la gente de calsedonia era diferente de la de los mercenarios que había contratado, aun cuando se los consideraba de una misma raza. Los Calsedonios eran más bajos y muchos no tenían un físico prominente, aun cuando eran más, individualmente se trataba de soldados más débiles ¿Cómo habían podido vencer? –pero necesito “eso”, y no me marcharé hasta obtenerlo. Sin embargo el conflicto armado puede ser una solución anticipada, de hecho ya se lo había dicho a su rey y comandantes, pero nunca respondieron a mis cartas o emisarios. Incluso me devolvieron algunos embajadores con la cabeza separada de sus cuerpos. Espero que ustedes puedan dialogar más. –¿Qué es lo que quiere en nuestra ciudad? –preguntó Marco. –¿Ustedes dos son familiares o algo así? –preguntó Ahmad. –Es mi hermano menor –dijo Falco. –Sí, bueno ambos van directo al grano y se parecen bastante, debe ser un honor y bendición poder confiar en tus hermanos, sin embargo es una bendición que lamentablemente nosotros no tenemos –contestó Ahmad sonriendo–a mi pueblo le gusta más la laboriosidad de las palabras, ya saben, para romper el hielo y conocerse mejor –Ahmad notó que Dorian estaba a punto de perder la paciencia debido a su charla – En cuanto a la pregunta me temo que no puedo decir que es lo que deseo de vuestra ciudad, pero podemos negociar. Ustedes están al mando de ejército ahora, ¿no es verdad? Tú tienes autoridad general incluso para destronar a un rey que nombró a un general cobarde. Dorian abrió los ojos como un par de platos, no podían refutar las palabras de Ahmad sin que echaran a bajo la cuartada para mantener la moral del ejército. –Si el general no se presenta en el frente de batalla solo le queda tomar su propia vida o que sus súbditos lo hagan, es esa la ley de vuestra patria, ¿no es así? –preguntó Ahmad. –Cuál es tu punto –dijo Falco con una mirada seria. –Yo no entraré en la ciudad, pero tú si –dijo Ahmad –tráeme lo que necesito y apoyaré tus ambiciones, además de un buen incentivo en metálico, que podría ser el peso de las armas de tu ejército en oro. También te nombraré como uno de mis generales, un ejército de mercenarios protegerá a tu pueblo, de esta forma tus hermanos y súbditos no tendrán que morir de forma absurda. Marco se sorprendió ante tal oferta. –Y no me salgan con lo de ser esclavos y blablablá, a mí no me interesa imponer mis costumbres a las de ustedes, apóyenme y les dejaré tranquilos –continuó Ahmad –a demás actualmente ustedes son esclavos de los reyes del Zebile ¿me equivoco? Marco observó al este mientras que Ahmad desencadenaba su elocuente discurso, las montañas eran envueltas por remolinos negros y relámpagos que iluminaban aquellos siniestros picos. –¿Podría darnos hasta mañana para tomar una decisión? –dijo Marco, Dorian lo miró a los ojos con un poco de fastidio, pero Ahmad no respondió. Falco suspiró un poco. Los dos hermanos se miraron con el rabillo de los ojos, Falco no quería ceder, pero la expresión de Marco era segura, de hecho nunca había visto a su hermano tan seguro en toda su vida. –¿Podría darnos hasta mañana’ –dijo Falco confirmando formalmente la petición. –Bien –dijo Ahmad –hasta mañana entonces, pero si tres horas después del alba no he recibido una respuesta, asumiré que desean la ruina de su pueblo. Dicho esto ambos se retiraron. La lluvia comenzaba a caer más fuerte a cada instante. –No estarán pensando realmente en aceptar, ¿o sí? –preguntó Dorian. –Tú lo dijiste antes de la batalla –dijo Marco, a lo que Dorian respondió deteniéndolo con el hombro. Marco pensó que Dorian lo iba a reprender, pero en lugar de ello se encontró con su sonrisa. –Aprendes rápido, niño –dijo Dorian –pero yo no me refería a que tuviéramos de rendirnos. –¿A quién le dices niño? –repuso Marco –solo eres un año mayor que yo. A demás quien conoce mejor este lugar soy yo, solía pasar las vacaciones de verano en una hacienda de la familia de mi abuela cerca de este lugar. Aun no nos hemos rendido. Aquella noche fue marcada por una tormenta torrencial, llovía tanto que los soldados debían despojarse de sus armaduras debido al peso que adquirían al mojarse. A la mañana siguiente el rio había experimentado una crecida subida que a su vez dejó completamente anegado el campamento de los invasores. Durante la noche las tropas de Calsedonia habían retrocedido a tierras altas en completo silencio y oscuridad. Ahmad observaba la situación desde una tienda improvisada a unos quilómetros al sur del rio con una cara completamente lozana y hasta alegre. Entonces llegó un mensajero. –Una paloma mensajera señor –dijo el hombre –el ejército del norte ha tomado la mina de Coezzone y en estos momentos está poniendo un cerco a la ciudad de Calzioni. –Bien –dijo Ahmad –mantén un silencio completo, ellos ya tienen sus órdenes. –¿Que haremos con los soldados de enemigos? –preguntó el general Yased. –Envíales un regalo de reyes cuando este conflicto termine si es que logran sobrevivir –dijo Ahmad –especialmente para el hermano menor, me ha sorprendido su dominio sobre el campo de batalla, definitivamente necesitaré hombres como el en el futuro. El general no entendía las palabras del sátrapa. –No hemos venido aqupi para derrotarlos –dijo Ahmad –que preparen todo, nos marchamos a Larseren, ¡nuestra labor aquí ya está cumplida! Ahora todo depende del general Salandi.
La carrera contra el tiempo Un soldado se encuentra agotado, su cuerpo cubierto de sangre revela que había visto las peores partes de la batalla. Su escudo mellado era su única protección contra los dardos, las espadas y la intemperie, pero ahora con aquel clima lluvioso le servía de muy poco. Lo único que amainaba el frio era una capa impermeable “en teoría” aunque bastante barata, que había logrado obtener de los despojos de los bárbaros alanos. No se había afeitado en unos cuantos días por lo que su rostro parecía algo demacrado. El nuevo general del ejército había ordenado parchar de regreso a la ciudad de Calzioni, pero las marchas forzadas no estaban funcionando, además podía notarse cierto nerviosismo, ya que los oficiales de la nobleza se habían reunido en el centro de la formación en marcha, parecía que estaban discutiendo algo muy importante. Después de unas horas, unos oficiales comenzaron a pasar revista por cada una de las unidades. –¿Qué crees que estén buscando besiano? –preguntó uno de los compañeros de aquel soldado, se trataba de Argus, él había sido reclutado por el ejército ya que habitaba la ciudad y por lo tanto también era su obligación defenderla. –Parece que están reclutando hombres –contestó Argus mientras hacia un esfuerzo para que su mirada pudiera penetrar en la niebla que provocaba la lluvia. –¡Oficial en el área! –gritó el teniente de la unidad, entonces todos los compañeros y el propio Argus pararon. Frente a ellos se encontraba el nuevo general, el gran señor Falco Galesi, “Salvador de los ejércitos de Calsedonia”. Desde la victoria en el vado, todos los soldados habían empezado a escuchar el rumor de que él había tomado el mando del ejército durante la huida de los generales, permitiendo combatir a los enemigos. En su caballo y gracias al penacho del casco Falco parecía más alto de lo que en verdad era, estaba cubierto por una capa fina que se pegaba a la armadura de lino debajo. Luego habló con el teniente de la unidad. –Ustedes son la unidad 65 –comenzó diciendo Falco –según los reportes, sirvieron bajo mis órdenes en el ala derecha de la batalla, viendo lo peor del frente y aun así fueron la unidad que recibió la menor cantidad de bajas en todo el ejército presente. Por tal razón yo los saludo. Todos los presenten vitorearon el nombre de Falco, este los dejó celebrar un instante y luego como si se tratara del dios de las tormentas los tranquilizó con un gesto. –Me gustaría saber si en la batalla alguien fue salvado de morir –dijo Falco. Todos se miraron las caras, de cierta manera pensaban que era lo más común, los soldados de las mismas unidades debían protegerse los unos a los otros. –Por favor levanten la mano quienes hayan sido salvados en medio del fragor del combate –dijo Falco. Más de la mitad levantó la mano. –¿Podrían señalar la persona que les salvó la vida si es que la recuerdan? –preguntó Falco. Entonces uno por uno, todos los hombres señalaron a un solo hombre, uno con una contextura para nada sobresaliente, con un escudo mellado, una barba rala y una mirada despistada, uno con un comportamiento infantil y un temperamento tolerante, tanto que muchos solían acosarlo con malos chistes y bromas pesadas. Era aquel a quien llamaban El Besiano. Falco hizo que los soldados de la unidad 65 se separaran, dejando a Argus solo. –Eres un gran héroe –dijo Falco –pero parece que nadie lo ha notado, salvaste a muchos y no has tomado el crédito respectivo. –Salvar a otros es lo más común en el combate –respondió Argus. –No, no lo es –contestó Falco mirándolo a los ojos, su expresión podía leerse entre líneas “puedes engañar a los demás, pero no a mí” –los reclutas son abrumados por el pánico y pelean solo por su propia existencia, son muy pocos los que piensan en salvar a otros, y se requiere de una destreza y experiencia enormes para poder realizar ese deseo en una batalla tan caótica y tantas veces. En otras palabras, se necesita experiencia y talento. Argus se quedó callado, era evidente que las palabras de falco cargaban un significado oculto, y que se trataba de un hombre con una inteligencia aguda. –Como sea –dijo Falco más para sí mismo que para Argus y los demás–a diferencia de estos hombres yo no puedo señalar al soldado que salvó mi vida justo antes del combate, espero encontrarlo algún día –luego dirigiéndose al teniente encargado –él también te salvó la vida, ¿no es así? El teniente recordó entonces que en medio del combate fue flanqueado por tres barbaros de casi dos metros, todos portando hachas de batalla, el pánico se había apoderado de el por lo que tuvo que bajar la cabeza un instante, esperando el golpe mortal, pero este nunca llegó. Cuando abrió los ojos las tres cabezas se encontraban rodando en el suelo. –Es probable –contestó el teniente –pero no sé si haya sido el soldado Argus. –Seré claro –continuó Falco sin indagar más al respecto –Calzioni, la capital está siendo sitiada en estos momentos, y aun cuando tenemos 50.000 efectivos, nos movemos muy lentamente. He decidido formar un batallón de 5.000, los mejores. Argus y tres hombres más que el oficial al mando de esta unidad elija, se reportarán en el frente de la marcha, deben ser los hombres más resistentes y valientes entre ustedes. –Y algo más –dijo Falco sin mirar a las tropas –el soldado Argus deberá resentarse directamente en mi campamento a la hora de la reunión de oficiales. Todos asintieron mientras que Falco jalaba el estribo y emprendía la marcha a la siguiente sección. Marco se encontraba molesto con Dorian pues le había ocultado la verdadera situación de Albano. Si, se había roto el dedo meñique, pero también le habían atravesado el pecho con una espada. A pesar de que los magos blancos le habían salvado la vida y ya se encontraba estable, recuperándose en una de las carretas de la caravana, Marco no podía ocultar la rabia que sentía no haber podido acompañar a su amigo en aquella situación. Dorian sin embargo no le daba mucha atención a aquella situación, el niño le perdonaría tarde o temprano, lo más urgente ahora era poder llegar a Calzioni lo antes posible. Una paloma mensajera había llegado con noticias urgentes. Un ejército de bárbaros Alanos se había apoderado de las minas de Coezzone y ahora estaban sitiando la ciudad de Calzinoi. Según el informe, los bárbaros habían decapitado a los comandantes azhedianos y ahora actuaban por su cuenta y riegos, como una horda, pero una horda con armas avanzadas, al parecer se habían apoderado de los Asuras creados en Azheden. Según el informe avanzaban barriendo todo a su paso, por suerte eran pocos los civiles que aún permanecían en el valle al norte de la ciudad de Calzioni. Falco decidió crear una vanguardia con los mejores guerreros del ejército y enviarlos como fuerza de choque. Pero a la fecha solo habían escogido 3.000 soldados aproximadamente. La fecha límite era el anochecer, pues a esa hora partirían a defender su patria. A los soldados de la vanguardia se les dio una armadura de dotación, y algunos mulos para cargar las armaduras y armas. Debieron abandonar algunas carretas allí en el camino, ya que Falco esperaba que las tropas de asalto llegaran a las murallas sin tener que cargar el peso de sus armas. La ayuda de los mulos aceleraría su recorrido. –¿Cuantos tenemos? –preguntó Dorian a Marco. Marco miró a Dorian con cara de pocos amigos y respondió –aproximadamente 4.000 hombres de infantería, unos 1.000 mulos y algunos jinetes. –Partiremos con esos –repuso el Capitán Lorenzo Admeguer, tal vez el oficial con más experiencia de todo el ejército, además de ser profesor de matemáticas y mecánica aplicada. –Profesor Lorenzo, es peligroso ir sin la fuerza necesaria –repuso Dorian. –La ciudad no durará ni siquiera una semana en pie –contestó Admeguer –según las palomas mensajeras que han llegado hace poco, los bárbaros se han hecho con el control de tres Asuras creados por el imperio, y con ellos podrán abrir las puertas en menos de un día. Es probable que cuando lleguemos las murallas ya estén abajo y la batalla se haya convertido en una refriega calle por calle. Marco apretó los puños, Tatiana le había dicho antes de partir que no se marcharía de la ciudad al igual que la mayor parte de la población. –Partamos de inmediato entonces –repuso Marco. –Es la primera vez que lo veo tan seguro señor Galesi –dijo Lorenzo, luego dirigiéndose a Dorian el profesor Lorenzo continuó –yo Lorenzo Admeguer Capitán comandante del batallón de asalto doy la orden de partida. Dorian y Marco realizaron el saludo militar y se dirigieron a su correspondiente sección. Las tropas selectas y los preparativos de Falco rindieron sus frutos, caminaron dos días y dos noches sin descanso, avanzando lo que les hubiera tardado casi cinco con el ejército completo, al inicio de la tercera noche se ordenó el descanso, se encontraban a medio día de camino de la ciudad, pero el profesor Lorenzo procuró acampar en una zona en la que era imposible apreciar la ciudad lo las columnas de humo negro que se levantaban más allá. Durmieron unas cuatro horas cuando mucho, cuando los oficiales comenzaron a pasar por cada una de las secciones, la orden era vestir las armas y las armaduras y prepararse para la última jornada. Reiniciaron la marcha con las estrellas aun en lo alto, y al llegar a las colinas pudieron ver en el fondo la ciudad. Normalmente Calzioni brillaba con luz propia en medio de la oscuridad, como si se tratara de una joya con varias gemas ubicadas de forma precisa, pero ahora aquellas luces estaban reemplazadas por parches ígneos aquí y allá, mientras que la mayoría de la ciudad estaba sumida en la penumbra. Lorenzo había enviado exploradores, y conocía perfectamente el terreno, por lo que pudo ubicar a sus guerreros justo detrás del campamento enemigo. Cuando lo invadieron mascararon a la mayoría de los defensores, pero no quedaba allí nadie realmente importante. Al parecer el comando central de los bárbaros ya había ingresado a la ciudad. Cuando Dorian vio el arco principal de la ciudad se quitó el casco sin dar crédito a lo que veía. Allí se encontraban las ruinas de la gran puerta, un par de moles de madera, bronce y hierro que ningún ariete había podido vencer o rasguñar. En uno de los bordes se encontraba un Asura azhediano, era la primera vez que Dorian veía uno tan cerca. Era una mole de metal de color verde oliva, varias partes de su armadura se encontraban hendidas, como si hubieran sido golpeadas por un colosal martillo. En el fondo el viento traía los murmurantes aullidos de la batalla que se libraba en las calles. A pesar de su preocupación, Marco había mejorado en unos cuantos días su enfoque en la batalla, aun no era lo bastante bueno para derrotar a un alano en singular combate, pero por lo menos podía mantenerse en combate lo suficiente como para que otros pudieran asestar el golpe final. De todos los soldados que su hermano había puesto a su disposición “que eran los mejores del ejército” destacaba aquel extranjero al cual llamaban el besiano. El combatía con singular eficiencia, de hecho eso creaba una ironía, su estilo de combate no era llamativo, no emitía gruñidos ni insultaba a sus oponentes, para aquel hombre matar parecía más el acto mecánico de un carnicero, sin odio, sin tristeza, sin temor, sin ira. Esta frialdad casi profesional contrastaba con Dirionazo, algunos lo catalogaban como el guerrero más fuerte de toda Calsedonia, se parecía a Albano, una mole de músculos y grasa, que gruñía como un oso, de hecho se asemejaba más a los bárbaros alanos que a los calsedonios. Algunos murmuraban que se trataba de un asesino serial en su pueblo natal, y que lo salvaron de ser ejecutado porque el mismo día en que iban a cumplir su sentencia fue reclutado junto con los hombres de la aldea. A diferencia de Argus, Dirionazo mataba por placer. También se encontraba Andreas, el realmente odiaba a los alanos bárbaros ya que una noche hcaía varios años una incursión mató a toda su familia. Los odiaba tanto que había aprendido varios de sus dialectos solo para que ellos pudieran entender sus insultos y maldiciones antes de matarlos. Andreas era delgado y rápido, prefería las dagas y los cuchillos para matar, ya fuera arrojándolos, o mejor aún, acuchillando por la espalda, ese toque personal era su preferido. “El será su escudero personal, y estos tus guerreros” recordaba Marco las palabras de su hermano antes de partir “escucha sus palabras y no te separes de él, sé que eres fuerte, pero no eres un soldado aun hermanito, además es el más normal de todos los hombres que hemos reclutado, muchos de ellos eran asesinos en sus aldeas”. Marco se preguntaba porque su hermano depositaba tanta confianza en un extranjero sin familia ni pasado reconocible. Marco llegó poco después al límite del campamento, se sentía igual que en la batalla, un peso muerto, un adorno, un inútil, pero entonces recordó unas palabras de Argus “si logras mantenerte vivo por ti mismo, no eres una carga para nosotros”. Marco observó el muro de la ciudad y a su amigo Dorian allí. –Si hubiera estado preocupado con Albano tal vez no se me habría venido a la cabeza la creciente del rio –dijo Marco –entiendo que no me dijiste de sus heridas para que pudiera enfocarme en la situación. –Bueno, supongo que eso vale por unas disculpas –contestó Dorian recostándose sobre su lanza, debido al ajetreo no la había podido limpiar, y la sangre ya que había pegado a su asta, lo cual la impregnaba con el ferroso olor de la sangre.
El asedio de Calzioni, duelo de titanes. Muchos describen que estar en el interior de un Titán de Batalla es como estar en una tina de baño con agua fresca, sin embargo allí acaban las diferencias. A pesar de la enorme cantidad de botones, palancas y teclados, el piloto aún debe poder controlar algunas funciones básicas con el pensamiento, y sincronizarse con la máquina es muy estresante. Muchos de ellos describen la sensación, como si se tratara de un ruido que impide pensar con rapidez y claridad, lo cual convierte los movimientos de los titanes en algo relativamente torpe. De hecho la claridad de pensamiento se nubla tanto que algunos dicen que es como si la personalidad cambiara, un caballero honorable en tierra puede convertirse en un psicópata sediento de sangre en el interior de la cabina. A pesar de esto, los mejores pilotos se caracterizan por acostumbrarse a aquel dolor y lograr realizar acciones muy bien calculadas. Marcelo observaba la situación desde su titán personal llamado A/D-13b Asura Pelión, una máquina humanoide con una única cámara que resplandecía con un brillo blanco intenso al interior de un casco cerrado. Con 12.2 metros de altura no era lo bastante grande como para ver por la muralla que era mucho más alta, en lugar de ello se habían puesto una serie de cámaras auxiliares sobre el muro que se conectaban al Asura por medio de un cable, era algo bastante ingenioso, pero que los defensores calsedonios no parecían entender del todo. Marcelo había sido comisionado como comandante de la defensa de la ciudad, aunque se trataba de un extranjero el rey Andreas confiaba en que el piloto de un Asura pudiera incrementar la confianza de los pocos hombres de armas que habían permanecido en la ciudad. Marcelo parecía casi indignado con la torpeza de las copias creadas por el imperio de Azheden, pero aun así no hacía más que pensar en cómo aquellos bárbaros de cabeza roja habían logrado robar la sagrada arma de Zebile. En Zebile había crecido el rumor, siempre negado por la familia real, de que los Titanes de Batalla o Asuras habían sido entregados por los mismos dioses a la casa real de Sin Naram, y estos a su vez otorgaban esta bendición a los condes y caballeros locales. Las máquinas que empleaba aquel ejército de bárbaros Alanos habían sido transportada en un crucero de tierra, una nave que podía flotar sobre el suelo, aunque se movía a una velocidad muy lenta. Cuando Marcelo enfocó en los símbolos del hombro de uno de aquellos torpes armatostes encontró símbolos equivalentes a la expresión ADM-05 Djinn. –Parece que los llamaremos Djinn –dijo Marcelo mientras los canales de comunicación se encontraban abiertos. Pelión estaba conectado por cables a la estación de comando móvil los cuales salían de una placa móvil localizada debajo de lo que sería la nuca, muchos hijos mimados de casas nobles se habían reunido allí, posiblemente esperando que el ejército Alano no pudiera atravesar la muralla, después de todo no era la primera vez que una horda llegaba a los muros solo para rasguñarlos y retirarse en menos de un día. Marcelo los despreciaba profundamente, para el no eran más que los cobardes que se habían ocultado cuando sus hermanos, padres, y demás familiares habían partido a enfrentar al enemigo en campo abierto. A pesar de lo burdos los Djinn parecían poseer las características básicas de los Titanes de Batalla creados en Zebile, sus placas metálicas los hacían inmunes a los dardos, y los proyectiles de catapulta más livianos. Del mismo modo, la magia de ataque proyectada en grupos no parecía afectar sus cascos. “Los magos de combate, desterrados de los territorios besianos, tontos que se aferran a artes que ya no sirven en la actualidad” pensaba Marcelo mientras observaba a sus enemigos. La cámara secundaria transmitía imágenes borrosas en blanco y negro, pero algunos puntos de referencia como postes y trampas de arena le permitían estimar las dimensiones de sus enemigos. –10 metros hasta la cresta, pero se nota que son mucho más pesados y difíciles de maniobrar –dijo Marcelo por la radio así como para el registro de la caja negra–que quede para el registro como Djinn. Que todas las unidades apostadas en los muros se retiren inmediatamente a las fortalezas del colegio de ingenieros y del Palacio real. Cuando Marcelo dio esta orden todos quedaron estupefactos. –Señor –dijo un oficial al otro lado de la radio –aún nos quedan las catapultas pesadas. –No servirán de nada –contestó Marcelo –son demasiado lentas para prepararse, y cuando las hayamos empleado el enemigo ya habrá hecho una brecha en la muralla en tres puntos diferentes. Retírense ahora mientras los contengo. –Mi señor, ¿porque no salimos y los atacamos? –preguntó Mirna, una capitán de segunda clase que hacía parte de su unidad. Ella piloteaba un A-13 Asura, una máquina cosméticamente semejante a Pelión, pero con menor potencia de impacto. Los dos se comunicaban a través de cables muy largos que conectaban regiones lejanas de la ciudad. –Tres contra dos en campo abierto es una táctica que no se aconseja en un duelo –contestó Marcelo sentado de forma bastante apática en su silla de cabina, su postura no era la más elegante, pero igual no lo veía nadie. Sus piernas se encontraban cruzadas sobre el panel de control como si se tratara de una hamaca, mientras que su mejilla izquierda descasaba sobre su puño. Vestía con el traje de gala de los oficiales de Zebile, con una casaca roja oscura con bordes de oro, botones de plata y charreteras de oro. Mirna era una oficial de confianza, pero era demasiado impulsiva y elitista. Y al estar en su Asura esas características solo aumentaban a sus peores formas. –Mi señor, ¡parece que las tropas han decidido ignorar sus órdenes! –dijo Mirna. –Déjalo estar –contestó Marcelo –a este paso al menos el 80% de las fuerzas podrán regresar con seguridad a las fortalezas interiores. Los nobles de Calzinoi decidieron lanzar las catapultas pesadas, aquellas que lanzaban proyectiles tan pesados que ser afirmaba que podían averiar a un titán, incluso los oficiales zebilianos no se atrevían a negarlo. La catapulta sin embargo era un tremendo incordio, ya que requería de varios magos creando una barrera de estabilización para que el marco de la catapulta no se desplomara con el peso del proyectil. Preparar la colosal esfera de hierro y plomo tampoco era sencillo, a demás solo podía ser disparada cuando el titan enemigo estuviera extremadamente cerca del muro. –Los ayudantes determinaron el punto de ataque –dijo Marcelo a Mirna –procura ubicarte a un lado del muro y atacar por la espalda, que sea un golpe limpio. Mirna se ofendió ante tal orden. –¡Mi señor! –contestó Mirna –eso no es honorable, debemos enfrentar a nuestros enemigos de frente. Mientras decía esto, Marcelo observaba como uno de los proyectiles pesados impactaba de plano en uno de aquellos titanes sin que le hiciera el menor rasguño gracias a un enorme escudo protector. Marcelo sabía muy bien lo que aquellos proyectiles podían hacerle a un Titán de Batalla tipo Asura. –¡Hay algo que no está bien! –contestó Marcelo –debemos enfrentar a nuestros enemigos con precaución, esta no es una arena de duelo entre caballeros, ¡es la guerra! Mirna no refunfuñó, simplemente cortó los cables de comunicación y movilizó su unidad basada en las señales del equipo de técnicos que se encontraba sobre el muro con vaderas de guía. Marcelo hizo lo propio, cortando comunicaciones con el resto de las tropas. Estaba preocupado, sabía muy bien las consecuencias del curso de acción, pero reconocía para sí mismo no poseer el suficiente carisma, lo único que podía hacer era lo que él y su unidad podían realizar de forma individual. Tres Djinns golpearon con fuerza los muros de Calzioni, dos de ellos directamente en las murallas, y el tercero en el portón principal. La unidad de Marcelo llamada Pelión se posicionó contra el muro interno, con su martillo de batalla listo para realizar un golpe mortal, mientras el rítmico azote del muro avanzaba del otro lado, no podía dejar de pensar en Mirna, ella había desobedecido sus órdenes, su unidad se encontraba de frente al muro, esperando combatir contra el enemigo embistiéndolo una vez la muralla se desplomara. Golpe tras golpe la muralla comenzó a fragmentarse, muchos soldados aún permanecían en sus posiciones, lo cual era risible, los muros caerían tarde o temprano. Marcelo puso su mano en la palanca de cambios de potencia, mientras sentía las vibraciones del motor principal, las agujas de los múltiples indicadores de la consola de mando se encontraban en sus mínimos, mientras que la consola de ilusiones que le permitía observar todo lo que era capturado por la cámara principal se fijaba en la calle principal, en donde su atacante debería posicionarse al ingresar a la ciudad. En realidad todo su plan dependía de que el enemigo fuera imprudente e ingresara con su máquina cuando la muralla cediera a los golpes del colosal martillo de asedio. Si su enemigo era prudente y simplemente se quedaba quieto para permitir que la infantería ingresara todo sería inútil, Pelión podría aplastar a algunos soldados, pero los bárbaros al igual que las hormigas se colarían por el orificio. Se trataba de una apuesta. Después de casi una hora de espera, el muro cedió, al igual que la puerta principal. Tal como Marcelo esperaba, el titán enemigo se precipitó a ingresar, lo cual le permitió asestar un golpe directo con su martillo de combate en la región lumbar de la máquina enemiga, justo donde se almacena la cabina del piloto. El Djinn se detuvo de inmediato y se precipitó al suelo haciendo un estruendo inferior al que se esperaría, como si se tratara de un cascarón vacío. Cuando Marcelo puso su atención en Mirna, vio con horror como su ataque había sido repelido, el Djinn era más pesado al atacar de frente, y como si se tratara de un juguete el Asura fue empujado de modo tal que quedó indefenso, para luego recibir un violento impacto con el martillo de batalla justo en el pecho. El impacto quebró el sistema de energía del motor hacia el brazo izquierdo, por lo que este se desplomó, mientras que el titán de Mirna daba algunos pasos hacia atrás sin desplomarse. En la cabina Mirna veía como varios de los indicadores estaban en rojos, había una fuga de vapor, y una cascada de chispas le quemaba el hombro derecho, mientras luces rojas y alarmas se encendían de forma alterante, pero aun así ella se mantenía firme en los controles, lo único que la mantenía con esperanzas era que el brazo que sostenía su única arma aún estaba operacional y que la cámara principal aun le permitía percibir a su oponente. Ella misma estaba herida, el impacto y las vibraciones le habían sacudido violentamente por lo que su cuello le dolía enormemente, tenía una pierna rota, quemaduras en su espalda y su frente sangraba profusamente. Marcelo movió la palanca de cambios al nivel tres, lo cual desviaba la mayor parte de energía a la cintura de la máquina para iniciar la aceleración. Por lo general los Asuras hacían esto para embestir las puertas con fuerza y abrir brechas en los muros de un solo impacto, el hecho de que las unidades enemigas no hubieran empleado eso implicaba que eran demasiado pesados para correr. La poderosa máquina de Marcelo atravesaba con facilidad las casas y los edificios sin hacerse más lenta, pero aun así no pudo evitar ver como si se tratara de una cámara lenta como Mirna bajaba las armas, era la primera vez en su vida que veía a un caballero de Zebile rendirse ante la muerte inminente. El enemigo golpeó una segunda vez el pecho de su máquina penetrando de plano la placa del blindaje hasta aplastar la cabina ubicada en la región dorsal. Marcelo gritó enojado al mismo tiempo que Pelión parecía hacerse más rápido, a tal punto que impactó con la fuerza de una montaña al enemigo, y es que a pesar de ser muchísimo más pesado retrocedió mientras que al mismo tiempo perdía su escudo y su martillo de batalla. Marcelo no era un tonto, su segundo ataque lo realizó flanqueando al enemigo aprovechando el lapso de tiempo necesario para estabilizar su postura después de un impacto. Cuando el piloto enemigo trató de ver al frente no vio nada, y tampoco sintió nada. Pelión se encontraba en sus siete en punto con su martillo de batalla incrustado en la espalda, aplastando de forma perfecta la cabina enemiga. Cuando los sensores detectaron al tercer Asura que ingresaba en aquel momento por la puerta principal las alarmas de la cabina se encendieron como un árbol de navidad. “Inestabilidad emocional” pensó Marcelo “jamás pensé que me sucedería a mí”. Las placas de ventilación de Pelión se abrieron al máximo liberando una enorme cantidad de vapor caliente, era como ver una hoya pitadora gritando al máximo. Los controles respondían lento, por lo que Marcelo tuvo que cambiar a la potencia básica. El objetivo de Marcelo era destruir al último Asura, de esa forma las tropas de infantería tendrían una oportunidad de defenderse tras los muros de las dos fortalezas interiores, el palacio real y el colegio de ingenieros. El problema era que cada vez que Marcelo intentaba cambiar al segundo nivel de potencia la máquina parecía ahogarse y el motor detenerse. Con la potencia basal la máquina podía moverse bien, pero especialmente los sensores funcionaban a su máxima plenitud, pero era imposible que los brazos desarrollaran la suficiente potencia para lanzar un golpe con el martillo de batalla. La unidad enemiga se puso frente a él, protegida por su colosal escudo. Marcelo se quedó quieto, sabía que poseía la ventaja psicológica y de experiencia, solo era cuestión de sincronizarse adecuadamente. Tiempo, observación, un mal cálculo, un movimiento sutil, cuando el Djinn atacó, Pelión evadió el golpe por muy poco, tanto que parte de su placa frontal fue despedazada, pero sin afectar la maquinaria del motor, solo para que Marcelo girara mientras movía la palanca de cambios directo al tercer nivel. La máquina hizo un sonido agudo, como si una bestia gritara de dolor ante un esfuerzo que le costaría la vida. El golpe del martillo de batalla fue directo, aplastando la cabina enemiga, pero al mismo tiempo causó una explosión en el motor. La cabina de Marcelo se apagó, y al mismo tiempo el sintió como si una fuerza extraña se tragaba su energía dejándolo completamente agotado mientras la pantalla se apagaba lentamente mientras mostraba a un ejército de bárbaros correr como hormigas por las calles de Calzioni. La ciudad había caído y él no podía mover un solo dedo. Posteriormente vio como la puerta de la cabina era abierta mientras se escuchaban gritos fuera, probablemente moriría desollado, lamentablemente no tenía fuerzas ni para tomar su propia vida. Calzioni cayó ante el rey de los barbaros Alanos llamado Yancai “señor de muchas montañas” gobernante las regiones de Dalsidia y Alania, quien además había sido nombrado como general en el ejercido del Sátrapa Ahmad para liderar la invasión por el norte.
Batalla en las calles –Nadie dijo que sería fácil –dijo Marco mientras se preparaban a embestir, los bárbaros se encontraban dispersos saqueando la ciudad, por lo que solo permanecían dos fuerzas importantes, la primera había tomado control del palacio real, pero la segunda aún se encontraba sitiando el Colegio de Ingenieros, el cual había sido construido como una fortaleza. El choque de los mejores guerreros de Calsedonia fue devastador. Lorenzo se percató de las habilidades de varios de sus soldados y los organizó como líderes de columna. Dorian y su lanza devastadora, era calculador pudiendo asestar golpes mortales en medio de los escudos con precisión milimétrica mientras permanecía a una distancia segura. Dirionazo el asesino abría cabezas con sus hachas de batalla, y a pesar que recibir cortes en sus hombros y brazos su poder no disminuía. Andreas “el puñal” se escabullía en las grietas de la formación enemiga asesinando a los comandantes de columna enemigos. Marco lideraba a los hombres con una habilidad casi soñada, había crecido como líder de campo con muy pocas batallas y ahora era capaz de emplear a soldados débiles como extensiones de sí mismo convirtiéndolo en uno de los comandantes de columna más importantes, y solo era opacado por la increíble potencia de Argus. Argus no se cansaba, podía asestar golpes precisos como Dorian, aplastar escudos como Dirionazo, infiltrarse en las brechas para acabar con comandantes enemigos como Andreas, y comandar a sus tropas como Marco, todo a un mayor nivel. Cuando las tropas seguían a espaldas de Argus sentían un aura que los llenaba de fuerza, una autoridad etérea, un valor singular, era como seguir al dios de la guerra, o como caminar en un lugar oscuro de la mano de un padre protector. Rápidamente los soldados alanos fueron acorralados contra los muros del Colegio de Ingenieros, lo cual permitió que los arqueros en las almenas masacraran a las tropas de retaguardia con arcos, rocas y aceite hirviendo. Los 5000 de Admaguer ingresaron siendo vitoreados como héroes, solo para ver con horror como en el otro lado del muro del Colegio se había organizado casi todo el ejército enemigo, al parecer la escaramuza había hecho que las tropas dispersas se reunieran a finalizar el trabajo. –Ya están ingresando a los patios –dijo uno de los capitanes –tenemos muy pocos hombres para defender esta plaza. –¿Dónde están las mujeres? –preguntó Marco. El comandante miró a Marco con impresión, la presencia de los investigadores era un alto secreto. –Nuestra misión es proteger el hangar subterráneo –dijo el capitán residente –diríjanse a la sección de ingeniería militar B y asegúrense de que los bárbaros no se enteren de lo que allí sucede. Admaguer organizó a sus hombres para interceptar la invasión, pero eran mareas de bárbaros quienes ingresaban por los muros. Los comandantes de sección junto con un destacamento se dirigieron al lugar, asignado. –Debemos pararlos aquí –dijo Argus. Marco asintió y lo dejó al mando de la mitad de las tropas que sumaban unos 50 soldados. Mientras que él y los comandantes de columna prosiguieron a los hangares. Los asesores se encontraban clausurados por lo que debieron ser guiados por uno de los capitanes residentes por un corredor de escaleras altamente secreto. Argus organizó a sus hombres de forma perfecta, pero en un instante una lluvia de fuego cayó sobre ellos, ninguno portaba equipo para soportar hechizos de campo, por lo que perecieron incinerados muy lentamente. Algunos aún se encontraban agonizando cuando una mujer emergió entre los vapores del incendio, vestía con una capa negra y un cetro que terminaba en una calavera, seguida de una centena de bárbaros. –Qué débiles, son como trozos de leña que esperan ser encendidos –decía ella en medio de una risa maniática. –Mi señora Mardia –dijo uno de los soldados –nuestra misión es asegurar el área para la salida de los huéspedes de su señoría. Mardia miró al soldado con algo de fastidio. –ya lo sé, ya lo sé –contestó ella con un tono exasperado –sigan a los que ingresaron, pero asegúrense de no enfadar a Mugeur, e los freirá si lo molestan demasiado. Los soldados asintieron y avanzaron. Cuando dieron unos pasos en medio de los vapores se escuchó un sonido hueco, como cuando un cuerpo cae al suelo. Mardia conocía muy bien ese sonido, por lo que levantó el cetro. –Rain Of Fire –gritó ella y acto seguido una lluvia de fuego concentrada impactó nuevamente el lugar levantando una columna aún más grande de humo. Luego ordenó a más de sus hombres avanzar, pero nuevamente se escuchó el sonido de múltiples cuerpos caer al suelo. Mardia esperó a que el vapor se disipara. Frente a ella se encontraba al comandante de columna que había quedado, su cuerpo mostraba signos de quemaduras leves, pero nada grave, su espada estaba desenfundada y su mirada penetrante atravesaba el espíritu de Mardia. –¡Fire Ball! – gritó Mardia con todas sus fuerzas lo cual resultó en la formación de una gran esfera de plasma que avanzó sobre Argus, pero este simplemente cortó de un tajo el hechizo, el cual se convirtió en un vapor cerúleo que se desvaneció en el aire. Mardia dio un paso hacia atrás, sabía perfectamente contra quien estaba peleando, lo que no entendía era porque se encontraba alguien de semejante rango frente a ella. –Tu no deberías estar aquí –dijo Mardia, pero no encontró respuesta de su contendiente, parecía como si el guerrero se encontrara en una especie de transe, ya que sus ojos se encontraban completamente en blanco. De un momento a otro el guerrero levantó la mano y del interior de una de las materas grandes, donde crecía un arbusto de decoración emergió una espada larga de hoja ancha, en su curz se encontraba engarzado un cristal rojo. Un fijo correaje de oro y plata rodeaba de forma elegante la funda, aun cuando se encontraba marchada con tierra. El guerrero arrojó su espada de dotación y puso sus manos que aquel místico artefacto. –Mis disculpas mi señora –dijo Argus volviendo en si –solo estaba teniendo una leve charla con mi señora. Mardia se descontroló completamente, comenzó a conjurar mientras que varios tatuajes alrededor de s cuerpo se encendían con un halo fluorescente de color azul. –Fire Rain Deca – gritó Mardia mientras apuntaba con su centro al cielo, y acto seguido una lluvia de fuego diez veces más potente impactó sobre Argus y el edificio tras el. –¡Lo logramos! –dijo Anais mientras observaba los datos en la pantalla de ilusiones. –El sistema de armamento está terminado también –repuso Magdalena quien se encontraba completamente agitada, su cabello estaba revuelto y su rostro cubierto de grasa. –Solo falta poner a funcionar un núcleo y elegir un piloto –adicionó Tatiana serrando uno de los paneles del motor. Entonces fueron aplaudidas por un hombre, se trataba de un anciano de unos 75 años, estaba vestido con un traje de viaje, botas de campaña y una capa de lana hirsuta impermeabilizada. –No esperaba menos de ustedes mis queridas genios –dijo el anciano mientras una tos no muy sana se apoderaba de sus pulmones. Luego de recuperarse continuó –asumo que la información para su fabricación se encuentra segura en un cristal de resguardo. Anais sacó un cristal octaédrico de color azul claro sonriendo. –Si señor –dijo Anais sonriendo –ahora solo falta el núcleo de poder. Al decir esto Anais miró a una caja negra que contenía 3 esferas de un metal opaco. –Maestro Daisoni es urgente convocar a los hombres –dijo Tatiana –debemos probar cuál de ellos puede tolerar la presión mental, si lo logramos podremos ahuyentar a los soldados enemigos rápidamente. –¿Así lo crees querida? –preguntó Daisoni. –Yo creé estos núcleos para poder fabricar los prototipos de un titán de un tipo completamente diferente y ustedes de me han dado más de lo que esperaba, Anais creó un sistema que le permitirá ser más rápido, Magdalena le ha dado una nueva arma con la que jamás habría soñado y tú has afinado el motor a una eficiencia impresionante, pero siendo realistas es solo un modelo experimental. ¿Creen acaso que no hay titanes afuera? –¿A qué se refiere? –preguntó Tatiana caminando lentamente hacia una de las mesas donde se encontraban algunas herramientas, entre ellas algunas cuchillas bastante afiladas. –Los bárbaros alanos han conseguido sus propios titanes de la mano del sátrapa Ahmad –dijo Daisoni –jamás pensé que lograran que mi viejo diseño lograra caminar siquiera, pero también han logrado abrir el muro y derrotar a los titanes zebilianos apostados en la defensa. –Lucen sorprendidas anciano –dijo un hombre vestido de negro que apareció de la nada, su rostro estaba cubierto por una barba rala y mal afeitada de tono rojizo, mientras que en todos sus dedos había anillos con jemas preciosas. –Como dije antes, jamás habría logrado todo esto yo solo, pero con su ayuda podremos crear una nueva generación de soldados de metal para un nuevo tipo de guerra –dijo Daisoni. –Traidor –repuso Magdalena. –¿Traidor? –dijo Daisoni sonriendo –ese concepto no se aplica con migo señorita, el contrato que hice con tu tío era fabricarle una máquina de combate y ese término ya está cumplido, jamás prometí guardar los secretos de fabricación. –Anciano –dijo el hombre –en mi experiencia es mejor hablar menos y matar más –luego mirando a Tatiana señaló con su dedo índice a Tatiana, pero luego cambió su blanco –Plasma arrow –dicho esto una aguja de plasma ardiente se proyectó de la punta de sus dedos, esta viajó a gran velocidad atravesando el pecho de Magdalena. El impacto fue limpio ya que la aguja emergió por su espalda y al impactar con el muro explotó violentamente, lo suficiente como para empujar a magdalena casi a sus pies. Luego señaló a Tatiana nuevamente. –Plasma arrow.
Guardia Imperial Golpear un hechizo no es algo fácil, se requiere de cierta habilidad para ver las líneas del conjuro, algunos las describen como una sutura que hace que el mana adquiera la forma deseada durante el conjuro, golpear un hechizo sin verlas es igual a un suicidio. Cuando Tatiana fue atacada, ella instintivamente tomo la cuchilla que estaba guardado e intento cortar el dardo de plasma, sin embargo cuando la cuchilla impactó el haz de plasma se disgregó en siete rallos de fuego ardiente que recorrieron su brazo abriendo su piel hasta el hueso casi en una espiral de agonía. El impacto también la empujo contra la pared. Tatiana se arrodilló atormentada por el dolor, pero sin emitir ni una sola lágrima, llanto o gemido de dolor, simplemente veía como más allá estaba aquel mago que la veía con un rostro estupefacto. –Una noble flor sin duda alguna –dijo Mugeur admirando la fuerza de voluntad de Tatiana, en su vida como mercenario se había acostumbrado a matar tan fácil a ss enemigos con aquel encantamiento que ver a una muchacha con la fuerza suficiente para hacerle frente iba más allá de sus expectativas, y la respetaba por eso –era sin duda una doncella hermosa, pero es una lástima. Marco y la tropa llegó en aquel momento, el pasillo que daba al gran hangar era amplio, por lo que Marco pudo ver con claridad cómo se encontraba Tatiana más allá, y pudo ver como con gran lentitud el brazo de Mugeur se levantaba señalando a su amada. Marco salió disparado como una flecha, sus piernas se movían como las de una gacela, y sus ojos estaban fieros como los de un león. Pero era muy tarde –Plasma Arrow – dijo Mugeur con una calma insólita, mientras que Tatiana cerraba los ojos esperando la muerte. El haz de plasma le atravesó el pecho de un tajo, y como estaba cerca de la pared, la detonación afectó completamente sus órganos internos. Murió al instante mientras el polvo y los escombros ocultaban lo peor de aquella escena. Marco se abalanzó sobre Mugeur, pero su destino no fue el mejor, el mago evadió el primer envión de la espada, mientras que con su brazo izquierdo tocaba el brazo del joven guerrero, pero no le prestó atención a él, sino a los demás soldados que venían a por el con convicción, con entereza, con la fija esperanza de los hermanos de armas que van a apoyar a uno de los suyos. Mugeur esperó, esperó con una sonrisa diabólica, esperó hasta que la esperanza de todos aumentaba, espero hasta que todos pensaron que la espada de marco alcanzaría a apuñalarle el costado. –Plasma Crusher deci – dicho esto un pequeño haz de plasma rebanó limpiamente el brazo de Marco, mientras que el resto de su cuerpo era empujado por una patada al pecho. Marco terminó en el suelo sin saber bien lo que estaba pasando, de hecho ni siquiera sentía dolor o algo, era como si su brazo aún se encontrara presente, a pesar de que en el lugar donde debería estar solo se encontraba un orificio cauterizado con un sangrado leve. Dorian puso la lanza en ristre, mientras que Andreas lanzó varios puñales. –Mystical Armor centi – Fueron las palabras de Mugeur mientras mantenía sus ojos cerrados. Las dagas golpearon su frente, pero rebotaron como si hubiera una placa de metal. Dirionazo tomó su hacha, mientras que Andreas desenfundó su espada, y avanzaron contra aquel mago. –¿Esperan que ataque a uno de ustedes para que el otro pueda vencerme? –se preguntó Mugeur en voz alta –que noble de su parte, pero completamente inútil –dicho esto Mugeur levantó sus dos brazos –¡Plasma Arrow duos! Dos Dardos de Plasma aparecieron de la palma de sus manos. Andreas fue atravesado en el cuello, siendo decapitado en el acto, mientras que Dirionazo terminó sin barriga, pero aun así no se detuvo, siguió avanzando, y de hecho ya se encontraba a una distancia bastante cercana para la batalla cuerpo a cuerpo. Mugeur alcanzó a sentir temor, un hachazo sería mortal por muy mago que fuera, pues la armadura espectral se rompería con la fuerza de aquel brazo y la dureza de aquella hacha. –¡Land rising! –gritó Mugeur casi asustando levantando una gran estalagmita del suelo empalando a Dirionazo mientras que el hachazo salía desviado. Sin embargo de las sombras de la enorme espalda de Dirionazo emergió un lancero desde el cielo, era Dorian. –duos ¡Plasma Arrow micro! plus ¡Mystical armor!– Gritó Mugeur abriendo los ojos mientras se sobreponía a la sorpresa. Dorian vio un pequeño proyectil de plasma que golpeó en su armadura, la densidad del hechizo era baja, así que no penetró su armadura, pero hizo que la velocidad de su caída disminuyera, así como la fortaleza del impacto de su lanza. La cuchilla alcanzó a penetrar en la espectral armadura conjurada de Mugeur, pero solo fue un corte superficial. A pesar de eso Dorian evadió hábilmente el contacto con las manos de Mugeur, mientras se ponía entre el hechicero y la última de las mujeres presentes en la habitación. –Deberías terminar rápido mercenario –dijo el profesor Daisoni mientras tomaba el cristal de información y la caja que contenía los núcleos de activación de los titanes de batalla –me marcharé por la salida de emergencia, al parecer tu hermana aún no ha asegurado la salida principal. –Anciano, ¿no entiendes lo divertido que es esto? –dijo Mugeur con un rostro eufórico –hace mucho tiempo que no he sido herido en batalla, hace mucho que no me sentía así de vivo. –Como sea –repuso Daisoni retirándose y diciendo unas últimas palabras sin mirar atrás –no seas arrogante. Mugeur observó a Dorian y a la mujer que estaba a sus espaldas. –¿Pretendes proteger a una mujer cuando no puedes protegerte a ti mismo? – Entonces Mugeur escuchó un sonido seco, como en de una bolsa con carne y hueso impactar con el suelo. Marco se encontraba adolorido y a punto de entrar en shock, pero al levantar la mirada observó a aquel orgulloso guerrero que lo había traído hasta aquel punto, de cierta forma el brillo opaco del bronce de las grebas y el yelmo relucía con el tono del oro, era la esperanza personificada. –¿La conoces? –preguntó Argus con el ceño fruncido y una mirada penetrante –sus rostros tienen un aura familiar –Argus había terminado su batalla en la puerta, ahora se encontraba allí para hacer frente a los invasores. Cuando Mugeur observó lo que estaba en el suelo lo reconoció como la cabeza cercenada de su hermana. –Mardia –dijo Mugeur arrodillándose en medio del dolor, durante muchos años el campo de batalla no había sido nada más que un campo de hormigas para él y su hermana, con la muerte de Mardia sintió un cambio, algo le había descompensado su natural actitud tranquila y pasiva, ira, era la primera vez que aquel sentimiento inferior se apoderaba de él y le nublaba el juicio. Solo había una solución y era la muerte de aquel que había tomado la cabeza de su amada hermana. –Debo admitir que era una persona llena de vida, y hubiera deseado encontrar una solución en la cual viviera, pero no tenía tiempo –dijo Argus. –¿Es eso una disculpa? –dijo Mugeur llenó de ira –¡Plasma Arrow! Dicho esto el dardo de plasma pareció impactar contra la coraza de Argus, pero esta se desvaneció en la nada sin que él tuviera que hacer algún gesto. Argus cerró los ojos como quien siente pena ajena –lo siento, no estaba hablando con usted mercenario. Luego Argus levantó la mirada hacia los ductos de ventilación y de alimentación de energía. –¡Baja ya! –gritó Argus, y sin esperar la respuesta pasó a un lado de Mugeur como si este no fuera la gran cosa. –Tiempo sin verla señora Argeda –dijo Argus haciendo una venia. Entonces se escuchó una risa, la risa de una mujer desde lo alto, para que luego una persona descendiera envuelta en un manto oscuro con una capucha. –Es tiempo –dijo la mujer en el interior de aquel manto a quien apenas si se le podía ver el rostro. –¿Qué sucede aquí? –preguntó Anais. –Eso deberíamos decir nosotros insolente chiquilla –dijo la mujer encapuchada, quien por el tono de la voz no era mayor de Anaís –eso que está atrás de ustedes es un juguete peligroso que no deberían tener los niños como ustedes. –¿Quién eres? –preguntó Dorian. La mujer sonrió desenfundando su espada, se trataba de una espada de una mano de hoja relativamente delgada, en la cruz de la espada se encontraba engarzada una joya roja como si fuera un adorno. –¡Plasma Arrow! Dicho esto Mugeur lanzó una flecha de plasma más grande que impacto sobre el manto de la mujer, pero esta se desvaneció en una bruma azulada sin peligro alguno. –Magos –dijo la mujer –aun no entienden su lugar, aunque no te culpo ya que no sabes a quien te enfrentas. Dorian recordó algo. –Argus escúchame con atención ya que esto puede ser el fin de Calsedonia–dijo Dorian –debemos atacarla cuanto antes. Ella es un Guardia Imperial, si escapa e informa del titán que está en este hangar es posible que en unas semanas tengamos que enfrentar una invasión de Zebile. Dorian sabía muy bien quien era esa mujer, se trataba de un Guardia Imperial, los guerreros que destruyeron a los magos del valle de los condes, los emisarios de la voluntad imperial y usuarios del arte marcial llamado “La Verdadera Destreza” que combinaba magia y espada. Se dice que nadie que ha enfrentado a un Guardia Imperial ha vivido para contarlo. Argus cerró los ojos mientras la mujer se sumía en una risa histérica, una risa histérica salpicada por una lluvia de hechizos de lanzaba Mugeur fuera de sí, hasta que uno de los anillos, uno que portaba una jema azul se rompió en el dedo meñique de la mano izquierda. Entonces el anillo se le incrustó en la piel causándole un terrible dolor. –Doloroso, ¿no es así? –dijo la mujer rosando la barbulla de Mugeur con la punta de su espada –mi maestro me contó una vez sobre los anillos de batalla, pero es la primera vez que veo a alguien empleándolos. Aburrido, esperaba algo más de un hechicero mercenario. Mugeur botaba saliva mientras que las venas se le tornaban cianóticas, sus ojos desorbitados y llorando sangre rebelaban una tremenda agonía ya que Mugeur sentía como literalmente el hechizo puesto en uno de sus cinco anillos Maxixe rebotaba drenando su energía vital, su vida se le escapaba literalmente por el dedo meñique y no podía hacer nada para evitarlo. Dorian atacó a la mujer encapotada aprovechando el momento en que ella saboreaba su victoria, pero antes de que esta tuviera que defenderse Argus lo desarmó hábilmente, con un golpe de espada le sacó a volar la lanza, reenfundó su espada y tomó la lanza como arma. Todo en un abrir y cerrar de ojos, con movimientos precisos y elegantes. –¿Qué significa esto? –preguntó Dorian La mujer se quitó la capucha, su cabello era de un tono rojizo purpúreo y sus ojos de un color caramelo demostraban un linaje mestizo –la inteligencia de estas personas no es muy alta mi señor. Dicho esto la mujer se arrodilló a los pies de Argus –Eloisa de Ibeg, Agente Comisionado por la Emperatriz, a su servicio mi señor Argus. –Tú debes ser la aprendiz de Jorge, el Segundo Guardia –dijo Argus –me ha dicho cosas buenas sobre ti. –Gracias mi señor –dijo ella –es un honor viniendo de usted, el Guardia favorito de la Emperatriz Madre, a quien todos denominan como “Los ojos de la Emperatriz”.
El trato Argus cerró los ojos por un instante suspirando, lucía estresado mientras un grupo de soldados enemigos llegaban al lugar, parecían agotados, pues muchos estaban heridos, eran alrededor de unos doce hombres. Los cinco que aún estaban en pie de lucha avanzaron contra los moribundos penando que dos hombres y dos mujeres en pie no podían enfrentarlos. Dorian por su parte sacó un cuchillo de campaña y se puso justo en medio de Argus y Anais. –Yo me encargaré de la escoria –dijo Eloisa levantándose y llevando su mano a la empuñadura de su espada, pero cuando abrió sus ojos después de un pestañeo Argus ya se encontraba frente a ella, su velocidad era imposible, ni siquiera ella que había recibido un entrenamiento superior pudo notar sus movimientos. –Según se –dijo Argus con un tono serio –su alteza te ha concedido sus propias artes de curación, ¿estoy en lo cierto? Eloisa se sonrojó como una fresa por un instante y balbuceando como una adolecente enamorada –sí, sí. Argus sacó entonces su espada y la apuntó a Magdalena y a Marco. –Pero mi señor –contestó Eloisa –las artes de su alteza no deben ser gastadas en seres inferiores como ellos. –No repetiré amablemente esa orden –contestó Argus justo después de desaparecer. Eloisa observó como en un abrir y cerrar de ojos Argus los derrotó a todos sin matarlos, brazos fracturados, rodillas astilladas y bastante sangre, pero sin muertes. Eloisa decidió obedecer. Primero tenía que ayudar a Magdalena que aún se encontraba agonizando, aunque uno de sus pulmones estaba perforado y sangraba por él, el otro aun funcionaba, aunque no le quedaba mucho tiempo de vida. –Megas Magic –dijo Eloisa activando todas sus reservas de mana –mana pool connection. Dicho esto varios círculos espectrales aparecieron en el suelo, en el techo, en las paredes y en el aire, su brillo era más intenso que el de las lámparas, por lo que Dorian tuvo que taparse los ojos. –¿Que sucede aquí? –se preguntó el. Luego Eloisa abrió sus ojos, los cuales se habían tornado de un color azul brillante muy claro. –Tissue Fast Regeneration –dijo ella poniendo sus manos justo en el pecho de Magdalena. Pasados unos instantes la carne quemada se puso de un color cerúleo, y comenzó a crecer rápidamente. Los ojos de Eloisa parecían tener que concentrarse en cada una de las fibras en crecimiento, cada vaso sanguíneo recuperado y cada nervio reconstruido. La cara de Magdalena se tornó en una mueca de dolor, mientras que sus alaridos impregnaban aquel pasillo de un aire terrorífico. Dorian intentó detenerla, pero Anais le detuvo tomándolo de la mano e indicándole con un gesto que atacar no era necesario. Cuando Eloisa terminó el pecho de Magdalena había sido recuperado completamente, sin que quedara la más mínima cicatriz, había vuelto a ser tan terso y turgente como siempre. Por respeto a su decoro Eloisa se quitó su capa y cubrió el torso expuesto de Magdalena, la cual había caído en un profundo sueño. Luego fue el tuno de Marco, él estaba consciente y su mirada penetró los ojos de Eloisa como si se tratara de un dardo. –Tu pudiste haberla salvado –dijo el en un susurro casi mudo, pero el rostro de Eloisa era impasible. –Tissue Fast Regeneration – dijo ella, y acto seguido la cicatriz cauterizada brilló con aquel característico color azul. Marco se estremeció de dolor a medida que los nervios eran reconstruidos unoa por uno. Tenemos que hablar –dijo Argus a Anais. –Su alteza imperial desea ofrecerle un trato –continuó Argus mientras observaba aquel Titán de combate –como sabe, la construcción de la máquina que se encuentra en el hangar es una declaración de guerra a Zebile, y mi presencia acá es suficiente para probar su existencia en la corte del rey. –Asumo que te enteraste de su existencia hace ya varios meses –dijo Anais mirándolo con seriedad, y con un poco de rencor al pensar que había hablado con él unos cuantos meses atrás de forma amable. –En efecto –Contestó Argus mirándola a los ojos con una sonrisa sardónica. –¿Entonces por qué no hiciste nada? –preguntó ella. –Deseábamos saber quién se encontraba detrás de la construcción de esta máquina. –El profesor Daisoni. –Tu –repuso Argus –su alteza te vio en un sueño creando una nueva arma, lo cual no es raro viniendo de una descendiente de la familia real. Tu eres descendiente de los Condes de Abu, aquellos de quienes se dice poseen las mentes creativas más brillantes de todo el mundo civilizado. –¡Yo soy de Calsedonia! –contestó Anais molesta. –Tu padre no reconoció tu nacimiento –dijo Argus –pero tu bisabuela es la Emperatriz, ella lo supo todo el tiempo, pero quiso confirmarlo de alguna forma, así que esperó al día en que tu creación estuviera lista para usarse. –¿Que te hace pensar que te dejare usarlo? –preguntó ella. –Tres razones –contestó Argus mientras que Marco comenzaba a dejar escapar los primeros alaridos de dolor, justo cuando la reconstrucción de su brazo alcanzaba el codo. –La primera –dijo Argus –hay un ejército bárbaro a las afueras que desean robar tus secretos. –La segunda –continuó el mirando a la cámara principal de la máquina –no hay nadie más en este hangar que pueda soportar la presión mental de un titán sin volverse loco. –Y la más importante –dijo Argus mirando a Anais a la cara –Hay un ejército de Zebile a las a unas cuantas horas de este lugar, si encuentran este lugar, y lo harán, tu, los nobles de la ciudad y los técnicos serán pasados por las bayonetas, y este encantador reino perderá su libertad de forma violenta. Anais se mordió los labios, mientras el último dedo de Marco era reconstruido, dejando a Eloisa completamente agotada. Sin esperarlo Marco se puso de pie empuñando la espada, Eloisa estaba sorprendida de que alguien pudiera sobreponerse al dolor de la reconstrucción de una extremidad, su fuerza de voluntad era enorme. –¡Cúrenla! –gritaba Marco fuera de sí, Anais no sabía de lo que estaba hablando, pero Dorian sí, pero no se atrevía a ver el lugar donde estaba lo que quedaba del cuerpo de Tatiana, era un charco sanguinolento después de todo, y pensar en ello casi que le provocaba lágrimas, por lo que tuvo que cerrar los ojos. Marco observó lo que quedaba de la muchacha y suspiró con tristeza. –Ella no puede traer a los muertos –dijo Argus –pero yo sí, solo debemos sacrificar las almas de los cuatro que están allá –Argus señaló a los soldados que había derrotado –y todos tus recuerdos sobre ella. –Hazlo –dijo Marco. –¡Aún no he terminado! –dijo Marco con voz molesta, como cuando a un profesor lo interrumpen cuando está dando una lección –puedo recuperar su cuerpo y su personalidad, pero su alma ya no está, se ha ido. Será como una muñeca sin sentimientos reales, eso asumiendo que no convoquemos el espíritu de algo más en el camino. En resumen, puedo traer su cuerpo de vuelta, con sus memorias, pero no será ella jamás, y puede que se convierta en algo muy malo. Marco bajó la mirada. –¿Por qué no la salvaron? – –Eso fue un lamentable error –contestó Argus con una expresión que mezclaba pesadumbre y frialdad, era casi como si fingiera el sentimiento o intentara ocultarlo. –¿Y bien? –preguntó Marco a Anais. –Aunque accediera a tu pedido –dijo ella sonriendo –el profesor se ha llevado todos los núcleos para convocar el espectro que le da vida a los titanes, sin eso solo tenemos una coraza y un motor. Argus miró a Eloisa y estiró la mano. –¿Cómo se enteró? –preguntó Eloisa. –Su alteza me lo ha comunicado –contestó Argus señalando su cabeza. Eloisa se levantó y se quitó un collar de plata que tenía una cajita en forma de esfera. Dicho esto Marco atacó Argus segado por la cólera, pero con un gesto Argus lo derribó sin siquiera tocarlo, era como si lo hubiera golpeado. Eloisa desenfundó la espada, para ella atacar a Argus era una ofensa capital, pero Argus la detuvo. –Su dolor está justificado en tu error y arrogancia –dijo Argus mientras sacaba de la caja una esfera cristalina con un brillo áureo. Cuando Anais la observó quedo blanca de la impresión –cuida de él, no lo quiero muerto, cuando regrese de limpiar este lugar te daré tu siguiente misión. –¡Esto es un núcleo original! –gritó Anais. –Es un préstamo de su alteza el príncipe Hector Lucius de Abu, su primo –contestó Argus mientras se quitaba el yelmo y la coraza. –Ya le dije que yo soy de Calsedonia. –Ya habrá tiempo para que reconozca su linaje y sus responsabilidades –contestó Argus –por el momento debe tomar una decisión. –Todos vivirán y Calsedonia será libre –contestó Anais. –Usted será enviada con su primo según las órdenes de la Emperatriz –contestó Argus –los demás vivirán libres. Anais asintió. Entonces muéstrame el poder de tu máquina. Anais tomó entonces una placa con un trozo de papel fino en el cual estaba dibujada la cámara principal de la unidad bajo el nombre código de Daisoni X. Argus le dio la vuelta y comenzó a leer a gran velocidad. –Aquí dice que es capaz de flotar y desplazarse mediante un sistema de deslizamiento –dijo Argus. –Es solo un prototipo –contestó Anais orgullosa de su propio trabajo, pero al mismo tiempo sorprendida por la velocidad de lectura Argus. –Bueno, ¡ya veremos que es capaz! –repuso Argus observando la cámara principal del Daisoni X.