Asesino de un asesino.

Esta historia ya la había pensado hace mucho tiempo y ayer me dio por escribirla. Ahora que ya la pulí un poco (hice que tuviera exactamente 500 palabras OwO), puedo presentarla:

Asesino de un asesino.​

La lluvia caía con fuerza en todo el callejón y el muchacho sostenía su arma con firmeza. Pero no sólo él estaba allí, había alguien más: Un chico moreno y de cabello negro, cuyas facciones confirmaban su historial criminal, estaba atado en un rincón sollozando descontroladamente.

―¿Quién eres?, ¿Por qué quieres matarme? ―decía.

―¿Es que no te acuerdas de mí, compadre? Los vicios te han hecho olvidar a las personas ―señaló el otro, mientras salía de las sombras para dejar ver su tez pálida y ojerosa, y su largo cabello negro mojado.

La tenue luz de la luna destellaba sobre sus ojos, había ansiado la venganza durante los últimos cuatro años.

―¿T-tú?, ¿Qué fue lo que te hice? Si eras mi amigo… ―balbuceó.

―Exacto: “era”, tiempo pasado, del verbo ya no. Asesinaste a las personas más valiosas para mí ―explicó furioso apuntando el arma a la frente del otro muchacho.

―¿No te parece que ya recibí mi castigo? Estuve cuatro años en prisión ―masculló, intentando zafarse de las ataduras.

―No, no me parece que lo hayas recibido. Dime tú: ¿Cómo se perdona a alguien que asesinó a un ser querido sólo inducido por un vicio? ―inquirió, mientras ponía su dedo en el gatillo.

―¡No!, ¡por favor!, ¡imagina como se sentirá mi madre!, ¡¿qué será de mis hermanos?!, ¡ten piedad! ―suplicó el criminal.

El muchacho que estaba de pie se agachó, aún apuntándole con el arma y susurró a su lado:

―¿Piedad? Me sorprende que conozcas esa palabra: ¿Acaso tú fuiste piadoso cuando mataste a mi hermano menor hace cuatro años?, ¿paso por tu mente la idea de que mi madre moriría de un paro cardíaco ante la noticia? O aún más simple: ¿Te detuviste por un instante a pensar en algo que no fuera dinero para tus drogas?―su voz sonaba neutral, pero cada una de sus palabras era tan filosa como un puñal de acero.

―¡Te lo imploro Tom!, ¡por lo que más quieras!

―Los traidores me dicen Tomás, Ritchie ―le aclaró, con un desprecio palpable ―. Y lo que más quería ya está muerto.

―¡No quiero morir!

―¡Ellos tampoco querían morir, y aún así tú los mataste!―rugió.

Al fin iba a vengarse de aquel que le había arrebatado todo. Cuatro años solo en el mundo, deseando vengarse de aquel que mató a su hermano pequeño para robarle. Cuatro años esperando para darle un escarmiento al que le causó un paro cardíaco a su madre.

Sin decir una palabra más, oprimió el gatillo. Hubo un relámpago y Tom esbozó una sonrisa de satisfacción al ver el cuerpo inerte, chorreando sangre por un lado de su frente.

“Sólo mata aquel que está preparado para morir” ―pensó, apuntando la pistola a su propia garganta ―. “Ojalá que te vea en el infierno antiguo compadre, para así volverte a matar yo”.

Hubo otra detonación y el cuerpo de Tom cayó al suelo con indiferencia mientras la sangre chorreaba de su garganta.

Su último pensamiento:​

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“Lo siento mucho mamá, ojalá algún día tú y mi hermano me perdonen por no reunirme con ustedes en el cielo”.​