Arctos

Tema en 'Relatos' iniciado por BelAhome, 16 Junio 2009.

  1.  
    BelAhome

    BelAhome Usuario común

    Aries
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    Arctos

    No pude contener las ganas así que aquí está mi pequeño retoño (creo tiendo a personificar a mis escritos).
    Esta historia la presente en el concurso "One-shot sangrientos" y como esperaba no fue lo suficientemente sanguinario pero tiene su toque. No soy de escribir historias originales pero no lo hice tan mal, estoy orgullosa de él :)
    Espero lo disfruten y por favor hagan sus críticas.



    Arctos


    Un minúsculo haz de luz se colaba por el espacio existente entre la puerta y el piso iluminando el lugar. Por momentos, fugaces sombras pasaban del otro lado dotando de tinieblas aquel cuarto durante escasos segundos. Conforme transcurría el tiempo, si es que lo hacía, las pisadas aumentaban en velocidad y cantidad junto al murmullo que las acompañaba.
    A pesar de que sus ojos sólo podían ver negrura sabía donde se encontraba. Todas las paredes y el techo eran de piedra mientras que una reja dividía su ahora permanente habitación. No era difícil adivinar que se hallaba debajo de las mazmorras, en los confines de aquel lugar. Si la decoración no estaba dotada de buen gusto y calidez, menos podía esperar de sus acompañantes. El hedor producto de la descomposición de sus cuerpos penetraba hasta su alma, cualquier persona hubiera muerto a causa de las enfermedades que éstos podían propiciar, pero él no, sólo volvían más penosa su agonía. Sabía perfectamente que no llegaría a convertirse en uno de ellos, aunque eso fuera lo que ahora más anhelaba.
    De repente la poca luz que lo acompañaba se apagó por completo, en seguida reconoció quien se encontraba del otro lado de su celda. La puerta se abrió de golpe y los dos guardias que custodiaban su estancia dieron paso a una mujer.
    Una joven con ropas de color rojo y una capa que cubría su cabeza entró sin titubeos y llena de seguridad. Llevaba entre sus manos una bandeja con alimentos que sólo servía para indicar que otro día había pasado, era inútil alimentarlo. En cuanto la puerta de madera se cerró detrás de su figura toda su firmeza la abandonó al igual que la claridad desapareció tal como entró.
    Llegó hasta la reja y se arrodilló ante él en una profunda reverencia, sin mirarlo a los ojos, no era digna de hacerlo. Al otro lado, el prisionero que la observaba sentado sólo inclinó la cabeza aceptando sus respetos. Ella acercó la bandeja y la traspasó por el espacio entre los barrotes y la piedra.
    — Será mejor que coma, mi señor. — dijo en un tono apenas audible.
    — ¿Por qué sigues viniendo? Sabes que yo no me alimento. — contestó el condenado.
    La mujer dudó unos segundos antes de dar su respuesta.
    — Porque siento que al hacerlo tal vez logre extirpar mi culpa.
    La voz al otro lado guardó un profundo silencio. Al cabo de unos minutos habló.
    — Me gustaría ver tu rostro, pero aunque descubras tu cabeza sería inútil. — un pensamiento atravesó su mente — ¿Podrías iluminar mi celda?
    Ella asintió ante su pedido. Levantó su mano derecha e inmediatamente una pequeña bola de fuego apareció a pocos milímetros sobre su palma, con un rápido movimiento la dirigió a una antorcha que colgaba en la pared detrás del cautivo. De las tinieblas, la figura de un lobo blanco apareció. Ella ocultó con más esfuerzo su cara.
    La bestia observó su alrededor con detalle, deteniéndose en aquello que por tanto tiempo había olido y sentido pero jamás visto. Huesos de cuerpos mutilados yacían esparcidos por el suelo, algunos denotando el tiempo que guardaban allí otros aún con carne pudriéndose en ellos. Si para un humano la pestilencia era insoportable para su sensible olfato era aún mayor. Volvió a mirar a su acompañante.
    — Quisiera ver tu rostro. — repitió.
    La mujer volvió a dudar, sabía cual era el límite impuesto.
    — No se me permite, mi señor.
    — Las limitaciones que tienen los que alguna vez me rindieron homenaje son extrañas. Sé cual es tu nombre y tú bien sabes que no te haré daño.
    Arrodillada ante el lobo se irguió y tomó entre sus dedos el broche dorado que sostenía la capa, con movimientos torpes lo desprendió dejando caer la prenda. Él miró con atención a la muchacha de cabellos castaños y ojos de color rojo fuego. En la base del cuello, debajo de la línea de los hombros, divisó el símbolo que lo aprisionaba, el mismo que ahora él tenía en su pecho.
    No le fue necesario preguntar que observaba, sabía que miraba su marca. En un acto reflejo la acarició a la vez que bajó la vista, la culpa se volvió insoportable.
    — Eres la muchacha que estaba en el bosque aquel día, aquella que selló mi poder con este símbolo, mi propio símbolo, y me aprisionó en mi forma animal totalmente vulnerable. Ahora no soy más que un simple lobo, uno más de entre miles.
    — Lo siento mucho — dijo mientras sus ojos se llenaban de lágrimas — Yo… me arrepiento tanto — ya no pudo contener el llanto — Mi deber siempre fue servirle y lo traicioné.
    — No debes llorar Lumière. Mi destino fue decidido hace mucho tiempo, no hay razón para entristecerse.
    — Si siempre lo supo ¿Por qué dejó que esto pasara?
    — Porque es necesario que suceda de esta forma, sólo así todo terminará.
    — ¿Qué quiere decir?
    — La muerte no es algo que pueda evitarse para siempre, aquellos que muriendo antes de mí son muestra de ello. En el instante en que cierre los ojos por la mano de la persona que debía rendirme homenaje tu raza abandonará esta tierra. La vida inmortal no es eterna cuando para obtenerla matas a los dioses. No existe salvación para tu pueblo, sacerdotisa. Cuando el último dios muera el cielo llorará sangre.
    Ante esa revelación Lumière volvió a reverenciarse entre lágrimas.
    — Te ruego perdones a tu servidora y toda esta gente, no saben lo que hacen. Hace mucho tiempo que la cordura abandonó sus mentes.
    — Fuimos sus protectores y a cambio obtuvimos odio y dolor, el momento de perdonar ha concluido.
    Los ojos del lobo brillaron y el fuego que iluminaba la celda se apagó.
    — Será mejor que te marches Lumière.
    La sacerdotisa obedeció la orden y se alejó llevándose la bandeja consigo. En cuanto la puerta se cerró y la oscuridad recuperó su lugar arrebatado el lobo se recostó a la espera de su destino.



    Habían pasado varios días cuando aquella visita tuvo lugar. El sueño de la bestia blanca fue interrumpido por el sonar de las pisadas que se acercaban. Al cabo de un momento la puerta de madera se abrió y todas las antorchas de la celda se encendieron. Frente a los barrotes un hombre con ropas color rojo se paró para observarlo.
    Aquel humano llevaba puesto una túnica fina de igual color que el de su gente. Sin embargo, la capa, de un color blanco reluciente, lo diferenciaba en jerarquía y poder al igual que el medallón que colgaba de su cuello donde relucía el símbolo sagrado de su linaje. Su gran porte hacía difícil calcular su edad, pero era seguro que llevaba un gran tiempo como rey de esa tierra. Su rostro reflejaba astucia y sus ojos, fríos y calculadores, examinaban con detalle al encarcelado.
    — ¿Por qué esa cara Arctos? — preguntó con tono desagradable el visitante — Podría pensar que no estás cómodo con nuestras atenciones.
    — Veo que no has aprendido modales Nidet. Creo recordar que alguna vez te arrodillaste ante mí y llegaste a llamarme Señor — El semblante del lobo también era calculador.
    — No hay que vivir en el pasado.
    — ¿Tienes idea de las consecuencias del acto que cometerás? No lograrás tu propósito.
    Al oír aquellas palabras el humano perdió cualquier esbozo de razón.
    — ¡Tu que sabes! — gritó a todo pulmón — ¡Este día será el último en que viva bajo tal condición! ¡El mundo se arrodillará ante mí y mi poder! ¡Todos aclamarán por el hombre que logró la inmortalidad!
    Una carcajada siniestra resonó entre las paredes de piedra.
    — Seré conocido como “Nidet, el inmortal” o mejor aún “Nidet, el asesino de dioses”.
    Los ojos se le desencajaron mientras se recargaba en los barrotes.
    — No sabes lo que haces, el odio y la avaricia consumieron tu alma.
    — Eso mismo dijeron los demás y cada uno pereció ante mi. Me hubiera gustado que suplicaran por sus vidas, escuchar sus gritos de clemencia, pero no tuve el placer. Claro, los dioses no ruegan.
    — ¿Tienes idea de lo que ocurrirá luego de que muera? ¿Qué pasará cuando el último dios deje de existir?
    La bestia intentaba en vano devolverle la cordura al humano.
    — Enviaste a mi propia sacerdotisa para que me capturara. A la mujer nacida con el propósito de brindar su vida al dios que debía servir, honrando la unión del protector y sus protegidos.
    — ¿Qué es lo que te molesta Arctos? ¿Morir o que sea ella quien también lo haga? Creo recordar que siempre supieron lo que sucedería y fue su propia decisión no interferir. Cada dios y su sacerdotisa deben tener el mismo final, sería muy torpe de mi parte si no acabara con ellas, las únicas con la fuerza para detenerme. Aunque ya no tengo mucho de que preocuparme, tu poder fue sellado y Lumière no cuenta con el suficiente como para enfrentarme.
    El rey se separó de los hierros y se paró a mitad del calabozo.
    — Será mejor que te prepares, dentro de poco será tu momento de gloria — dijo con ironía.
    — La vida inmortal no es eterna cuando para obtenerla matas a los dioses. Cuando el último dios muera el cielo llorará sangre — los ojos del lobo blanco resplandecieron — Si continúas con esta locura no habrá perdón.
    Nidet se encaminó hasta la puerta de madera sin oírlo. Antes de salir se volvió y le dedicó una reverencia al lobo blanco mientras le decía con sorna:
    — ¡Señor Arctos, dios protector de la tierra, ruego tenga una placentera estadía en esta confortable celda!



    En la base del templo se reunió la multitud. Miles de personas esperaban expectantes el acontecimiento histórico. Fuera por sumisión, convencimiento o incluso creencia, todos estaban allí. A lo alto de la escalinata se encontraba el altar del sacrificio y más atrás el recinto, anteriormente sólo velado a las sacerdotisas, en donde ahora esperaba el condenado.
    Luciendo las ropas más dignas el rey se dirigió ante su pueblo y frente a la reverencia que todos le brindaron comenzó a hablar:
    — ¡Gente de mi tierra! ¡Hoy es el día que tanto esperamos ver! ¡Al fin nuestro sueño será realidad!
    Un clamor resonó.
    — ¡Este día obtendremos lo que nos fue prometido! ¡Nuestros protectores, los dioses, decidieron en un acto de entera bondad brindarnos el don del que gozan! ¡Su amor hacia nuestra especie es mayor que la muerte misma y nosotros sólo podemos agradecerles aceptando su sacrificio!
    Aplausos y gritos se elevaron hasta el cielo.
    — ¡Hoy el último dios morirá y al hacerlo, una nueva era nacerá regida por el hombre inmortal! — Permaneció en silencio escuchando las aclamaciones — ¡Vean todos al último dios!
    Nidet señaló la entrada del recinto y una pequeña caravana comenzó a marchar. Varios soldados comenzaron a marchar custodiando a los dos seres que se encontraban en medio. La sacerdotisa y el lobo blanco se encaminaron hacia el altar.
    Cuando ambos estuvieron frente a él el rey volvió a dirigirse a la multitud.
    — ¡He aquí al Señor Arctos, dios protector de la tierra!
    Todos los espectadores se reverenciaron ante él. La bestia inclinó la cabeza aceptando sus respetos a pesar de lo que le esperaba.
    — ¡En su sangre fluye la inmortalidad que los dioses nos han obsequiado! ¡Al morir Arctos la muerte misma se irá con él!
    Una mujer se acercó al rey Nidet cargando en sus manos un pequeño almohadón. Él tomó lo que éste transportaba y levantó el objeto, una daga dorada resplandeció. Acto seguido se la ofreció a la sacerdotisa que se encontraba al lado del dios.
    — Sacerdotisa Lumière es tu deber tomar esta daga y clavarla en el corazón del Dios Arctos. — el rey se inclino hipócritamente ante la muchacha en un intento por demostrar respeto hacia el ritual.
    Lumière no hizo movimiento alguno, sus ojos rojos sólo observaban aquella arma mientras su corazón se comprimía. Arctos al verla acarició con su hocico la mano de la joven liberándola de sus pensamientos. Ella lo miró y luego a la daga, sin sentir el control en su mano la tomó.
    El lobo blanco subió al altar y observó al gentío. Aquellos a los que había dedicado su vida entera ahora le arrebataban lo único que tenía. Se volvió y observó a Lumière, ella permanecía con la vista clavada en el piso mientras lágrimas caían por sus mejillas.
    — Es tiempo.
    — Mi señor… lo lamento tanto. Yo no quiero…
    — Tu eres la única que puede hacerlo — la interrumpió — Tu naciste para honrar mi unión con esta raza, eres la sacerdotisa que dedicaría su vida a servirme. Ambos permaneceremos juntos hasta el final y tú debes terminarlo ahora.
    Arctos contempló aquel rostro.
    — Por favor, mírame.
    Lumière se sorprendió ante el pedido del dios pero obedeció.
    — Recuerda que sólo los que demostraron lealtad y amor hacia nosotros obtendrán la libertad y un lugar junto a los dioses.
    El lobo blanco se inclinó ante la sacerdotisa y dedicándole una reverencia en su honor dijo:
    — Sacerdotisa Lumière, yo te libero de toda culpa y te ofrezco mi perdón.
    La joven ante las palabras de su dios inclinó su cabeza en señal de respeto. Gotas cristalinas cayeron de su rostro impactando contra la piedra.
    — Es hora, joven Lumière.


    El aullido del lobo rasgó el cielo. Su cuerpo cayó inerte sobre el altar con la daga clavada en su corazón. El rey se acercó presuroso a observar el cadáver, al comprobar la muerte una sonrisa siniestra y desquiciada se dibujó en su semblante. En seguida ordenó a sus guardias asesinar a la mujer, quien cayó muerta por las espadas clavadas en su cuerpo.
    El rey Nidet quitó la daga del corazón del lobo y con ella cortó el cuello del animal, cuando la sangre brotó de la herida comenzó a beberla. En el momento en que sus labios tocaron el líquido divino los cielos se tiñeron de rojo y gotas de sangre empezaron a caer.
    Cuando las gotas tocaron al primer humano instantáneamente cayó al suelo sin vida. Conforme caían los cuerpos el pánico y la desesperación se hicieron dueñas del lugar. Todos comenzaron a buscar refugio inútilmente mientras los gritos no paraban de sonar.
    Desde lo alto del templo, el rey inmortal observaba desencajado la escena mientras sostenía entre sus manos la cabeza del animal. De repente profirió un grito desesperado de dolor, la sangre vuelta ácido comenzó a quemarlo desde el interior de su cuerpo.
    Para cuando la lluvia cesó miles de cadáveres yacían sobre la tierra. Las nubes dieron paso a los rayos del sol y el silencio resonó por todo el lugar. En el momento en que la primera brisa trajo consigo el soplo de vida, los sobrevivientes aparecieron de entre los muertos.


    Aquellos pocos que escogieron la libertad de morir.



     
  2.  
    Quelconque

    Quelconque Usuario popular

    Virgo
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    Pluma de
    Escritor
    Re: Arctos

    Eso me sonó tan Gaiman :rolleyes: All books have genders

    Me gustó como historia medieval (o al menos así la imaginé yo por la ambientación), muy bien narrado pues me sentí transportada a esa época, casi pude sentirme dentro de la prisión de Arctos.
    Pero he de admitir que no se ajustaba a la temática, bueno, sólo el último párrafo en el que creo que pudiste exprimir todavía más la hecatombe final para hacerlo realmente sangriento, digo, a fin de cuentas era la "venganza" de los dioses sobre los infieles, era para que la matanza fuera descrita épicamente.

    Pero no tomes mucho en cuenta esto último, sólo es dicho por la temática del concurso, porque me gusta como escribes y definitivamente te he de seguir la pista.

    Saludos.
     

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