Anhelo y Frustración [Advanceshipper]

Anhelo y Frustración [Advanceshipper]

Hola, tenía mucho tiempo sin aparecerme por aquí, o más bien por todo CemZoo. He regresado momentaneamente, y no sé si voy a tardar demasiado tiempo en desaparecer de nuevo. Esta vez les traigo el fic que utilicé para el duelo de grupos contra el equipo de Sakura y Syaoran. El género que me tocó fue la tragedia. Ojalá les guste.
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Anhelo y Frustración.​

Una ligera y plateada llovizna atravesaba el cielo oscuro, y se enroscaba en torno a las torres de vigilancia de Ciudad Lilycove. El faro principal brindaba su destellante luz hacia la playa, donde cientos de oficiales registraban la salida de navíos cargados, a pesar de las inclemencias del clima.

May suspiró pesadamente y luego volvió su vista hacia la ventana de aquella solitaria habitación. Las gotas de lluvia resbalaban por el cristal, como si estuvieran enfrascadas en una extraña carrera, para probar cuál de ellas era más veloz y tardaba menos tiempo en recorrer de lado a lado el vidrio. Se deslizó voluntariamente por la fría pared, sintiendo una helada corriente adueñarse de su cuerpo. Sus ojos se volvieron acuosos en cuanto alcanzó el suelo, y el utilizar sus pálidas manos para detener las lágrimas prometidas no fue suficiente.

-¿Por qué?- susurró débilmente, al tiempo que sentía toda la debilidad del mundo invadirla.

¿Es que acaso ella no podía ser feliz? ¿Tenía que vivir desgracia tras desgracia por el resto de su vida? Desde muy pequeña, cuando vivía en Ciudad Petalburgo se le había augurado un futuro interesante como coordinadora pokémon, mas esa predicción la veía cada vez más lejos de cumplirse. Se desanudó con sumo cuidado la pañoleta roja que llevaba en la cabeza y observó entre lágrimas la pokebola blanca a lo largo de la tela, que estaba suavemente manchada con tierra. Recordó con tristeza el día de su décimo cumpleaños, quizá el más deprimente e infeliz de toda su vida.

Flashback…

Los globos y serpentinas rojas se entrelazaban entre los frondosos árboles del jardín, que estaba situado entre los terrenos del gimnasio y la casa de la familia Balance, en Ciudad Petalburgo. May alzó la vista, aunque bien sabía que era inútil hacerlo: tenía los ojos vendados. Caroline, su madre, le daba tantas vueltas sobre su eje que temía el hecho de que su estómago se volviera, y la comida que había probado minutos antes saliera volando por los aires.

-Adelante May.

Obedeció a su progenitora, que acababa de detenerla frente a lo que ella supuso, era la piñata de Beautifly que le habían regalado en su fiesta de cumpleaños. Aprisionó aún con más fuerza el palo que sostenía entre sus blancas manos, y descargó un fuerte golpe contra aquella mariposa de papel periódico. Algunos dulces salieron volando, podía oír los gritos enloquecidos de los niños que se lanzaban al suelo para atraparlos. Satisfecha, se quitó la venda de los ojos, pero descubrió con horror que aquellos gritos no tenían nada que ver con la semi destruida piñata. Por lo menos una veintena de hombres que estaban vestidos con pantalones anchos de color negro, así como suéteres amplios con capuchas rojas observaban atentamente a cada uno de los invitados de aquella fiesta. Sus rudos cuerpos cerraban la entrada del lugar mediante una formación en fila, y enfrente de ellos, un par de decenas de Houndoom mantenían posición de guardia. May observó a su padre, que tenía el semblante contraído, mientras que su madre intentaba sujetarle el brazo izquierdo, y lo miraba con cierta preocupación, misma que se reflejaba en sus ojos.

-¿Qué es lo que quieren?- gritó Norman, a quien parecía ser el líder de aquella comitiva.

El sujeto, que estaba observando al líder del gimnasio con una sonrisa irónica en los labios, hizo un ademán con los dedos, para llamar a uno de sus súbditos. Susurró apenas unas vagas instrucciones, o eso creyó May. Inmediatamente después, los Houndoom se lanzaron sobre las personas, sin siquiera un poco de compasión, sin siquiera detenerse al escuchar los horribles gritos de sus víctimas. May retrocedió unos cuantos pasos, aquello era demasiado para su frágil mente.

El sonido de una pokebola abrirse la hizo volver la atención hacia su padre. Vigoroth, el pokémon que había admirado desde pequeña se enfrascaba en una ardua lucha contra uno de los Houndooms enemigos. Las fieras garras del mandril arañaban con fuerza, pero el repetido elipse de fuego que utilizaba su rival solía dejarlo más de una vez en el suelo. Escuchó a Norman gritar su nombre, mientras protegía a su esposa del ataque de un par de Houndooms. Levantó la vista hacia el líder de aquel grupo, pero más tarde se daría cuenta de que aquello era un grave error.

Su hermano Max, a quien ella creía ausente en la celebración soltó un grito cuando su padre cayó al suelo, cubierto de sangre y con los ojos velados. Un Houndoom lo había mordido en el cuello y era bien conocido por todos que aquellos pokémon poseían un veneno letal en su hocico. Las lágrimas comenzaron a emanar de sus ojos. Nunca, durante su corta pero agradable vida había pensado siquiera en la idea de que su padre muriera. Él era invencible, o por lo menos para ella.

Caroline se arrodilló frente al cuerpo de su esposo, pero no pasó mucho tiempo hasta que otro Houndoom la atacara. Su cuerpo inerte cayó encima de su marido, y mientras moría, lo hacía también toda esperanza y sueño de May.

-Traigan a los niños- ordenó el líder de aquellos asesinos. Por primera vez emitía palabra alguna. Su voz era grave y áspera, incluso ligeramente fría- Mi señor Maxie estará muy complacido.

Un par de soldados sujetaron a May y a su hermano de ambos brazos. El pequeño Max, de tan solo ocho años de edad lloraba sin control mientras veía los cadáveres de sus padres caídos. May sintió un horrible nudo en la garganta. La vida como la conocía había terminado.

Flashback…

Recordaba perfectamente los años venideros. Ella y su hermano habían sido reclutados como soldados dentro del problemático equipo Magma, uno de los dos grupos que atemorizaban completamente a la región de Hoenn. Al principio, Maxie (el líder de aquella organización criminal) había convenido con May que Max quedara fuera de cualquier peligro, o dicho de otra manera, que no fuera enviado a “misiones”, sin embargo, Maxie no se destacaba precisamente por la lealtad a su palabra. Mientras May regresaba de un altercado contra el equipo Aqua, Max fue vendido al equipo Galaxy, uno de sus aliados que operaba en la lejana región de Shinou. Y ello había dejado completamente sola a May.

Alzó la vista hacia la ventana y se levantó del suelo, donde reposaba hasta hacía unos minutos. Caminó lentamente recuperando su antigua frialdad, aquella que había cultivado cuidadosamente desde los doce años, y que había roto ese día, en un momento de debilidad. Observó a través del cristal como la lluvia seguía cayendo, ahora con más fuerza. Abajo, en la playa, parecía haber un gran alboroto. Sonrió maliciosamente, ese montón de incompetentes no sospechaban siquiera que ella estaba en el faro. Hurgó entre los bolsillos de su falda roja y sacó aquel preciado objeto que la había llevado hasta Lilycove aquella noche: la orbe azul. La leyenda contaba que aquel que poseyera dicha esfera, podría despertar al temido (y legendario) pokémon Groudon, rey supremo de la porción continental. Sinceramente, a ella le importaba poco aquel titán, pero Maxie estaba completamente decidido a dominarlo, y como fiel sirviente que era, ella tenía que obedecer, prescindiendo de las débiles excusas.

Guardó el orbe, y de pronto su cuerpo reaccionó solo, adoptando una posición de defensa. Ya no estaba tan segura en aquel refugio, una especie de sexto sentido se lo decía.

-¡Te ordeno que abras la puerta en este momento!- gritó una voz, que oscilaba entre el tono grave y agudo, voz propia de un adolescente en pleno desarrollo.

May sintió el vello de su piel erizarse, era él. Era la única brillante luz en aquel mundo de oscuridad que se cernía sobre sus hombros, era la única fuente de protección y cariño que había experimentado desde la muerte de sus padres, era la única persona que podía dominarla con tan solo un beso. Era Ash Ketchum.

¿Y ella? Ella era una tonta por pensar de esa manera.

-Sé perfectamente que estas ahí. No intentes ocultarte, estas rodeada- continuó diciendo aquella voz.

Dio un par de pasos hacia atrás. Contuvo la respiración mientras su mente volvía en el tiempo hasta el lugar donde había comenzado todo, donde había conocido a esa persona que, aunque le infundía cierta esperanza, al mismo tiempo le recordaba que la perfección en la vida era algo demasiado lejano (y hasta imposible de alcanzar) para ella.

Flashback…
El cepillo azul era suavemente deslizado sobre el cabello castaño de May, dibujando trayectorias lineales en el con sus cerdas de plástico. Una suave y blanca mano guiaba los movimientos de aquel cepillo, para asegurarse completamente de que la cabellera luciera brillante y hermosa.

Hikari sonreía mientras terminaba su “trabajo” aunque en realidad, para ella peinar a su amiga era más bien una satisfacción. El hecho de que, a sus quince años, en vez de tener una fiesta de celebración para ser presentada en sociedad tuviera una misión de robar pokemons en Ciudad Lavaridge no era ninguna excusa para no lucir bella.

-Ya casi termino- dijo, mientras anudaba la pañoleta blanca que le había comprado- ¡Ya está! ¡Estás preciosa!- gritó enérgicamente.

May se acercó al espejo. Su reflejo le devolvía un rostro juvenil, un rostro de una jovencita casi lista para entrar en la edad adulta. Bajó un poco la vista y observó que el vestido camisero de color blanco se le ceñía perfectamente al cuerpo, resaltando su pequeña cintura. Sus labios se curvaron en una sonrisa, pero inmediatamente esta fue borrada al recordar a su hermano Max. Otro cumpleaños sin él… ¿Dónde podría estar?

-¡Tenemos que irnos May!- gritó ásperamente la voz de un hombre, desde el exterior de la habitación donde ambas chicas se encontraban.

-Suerte…- susurro Hikari- y feliz cumpleaños número quince…- May asintió y le regaló una sonrisa a su amiga.

Giró la perilla de la puerta y salió de la habitación. No era solo un hombre quien la esperaba, sino todo un escuadrón completo de miembros del equipo. Aquella iba a ser una misión muy importante, pero no sospechaba siquiera el hecho de que marcaría su vida. Subió las escaleras rumbo a la superficie, pues la base del equipo Magma estaba bajo tierra. Los demás la seguían de cerca.

-Espero su regreso antes de la media noche- Maxie, el líder del equipo se encontraba frente a ellos.

May omitió la frase de su jefe y siguió adelante para subirse al helicóptero que los aguardaba a ella y a su comitiva. Mantuvo una dura expresión mientras duraba el viaje, completamente segura de que sus compañeros escrutarían cada detalle de ella. No le importaba. Después de todo, ella no pertenecía a aquel mundo, no le debía lealtad a ninguno de sus compañeros, salvo a Hikari, ¿Por qué debía importarles lo que pensaran?

Al llegar a Ciudad Lavaridge bajó primero, causando la molestia de una aduladora del subjefe del equipo. La fulminó con la mirada mientras la chica gritoneaba, y después de unos minutos, había ganado la disputa. Sí, así. Sin siquiera actuar, sin siquiera hablar. Casi todos en el equipo temían a su carácter frío y despiadado y era necesario que todos le siguieran temiendo. Su corazón estaba helado por las desgracias sufridas en su vida, y, aunque no lo merecieran, el mundo entero iba a pagar por ello.
Se deslizó junto con un pequeño grupo, grácil y silenciosamente por los tejados inclinados de la Ciudad de Lavaridge. Aquella podía parecer la más ardua de las tareas, pero con su experiencia, era similar a dar un tranquilo paseo por el parque. Llegó a su destino, bajó de un salto del techo y sus compañeros la siguieron. Un marco de oro, suavemente adornado con el símbolo del fuego se presentaba ante sus ojos. Esa era su meta, el gimnasio Lavaridge, perteneciente a Flannery. Liberó a su hermoso, pero feroz Quilava frente a la puerta del edificio. Ordenó un ataque “rueda de fuego” y velozmente, el pokémon se deslizó envuelto en llamas por el suelo, y después embistió la puerta, despedazando la madera por completo. Penetró en la habitación junto con sus compañeros.

-Salgan de ahí ¡Rápido!- el comunicador que tenía en su oído emitía órdenes directas del subjefe del equipo, Tabhita.

-¿Qué sucede?- preguntó en voz baja. Regresó a Quilava a su pokebola y preparó una linterna para observar mejor en la oscuridad de la noche.

-No sé como lo lograron, pero el escuadrón policial de Lilycove está llegando en estos momentos a la entrada del Gimnasio, alguien le informó sobre el asalto de esta noche- fue la respuesta de Tabhita. Su voz se mostraba, por primera vez en años, nerviosa.

-No le tengo miedo a ese estúpido montón de incompetentes- replicó May, sujetándose el comunicador.

Sin embargo, ella era la más valiente de su comitiva. Al volverse hacia los lados, el resto de sus compañeros de equipo habían desaparecido. Decidió que ella no se daría por vencida tan fácilmente. Avanzó hasta una de las puertas del gimnasio y antes de abrirla preparó pokebolas maestras. Si los pokémon de Flannery estaban del otro lado, ella los capturaría. Abrió de golpe el pasaje a la otra habitación, pero lo que encontró ahí no era precisamente lo que pensaba robar aquella noche.

-¿Buscabas algo?- le preguntó un joven de cabello azabache y ojos de igual tonalidad. Ella lo conocía bien, aunque fuese solo por relatos de Maxie. Era el entrenador más joven del mundo en realizar su sueño de ser maestro pokémon. Ash Ketchum, o “Comandante Ketchum” pues ahora formaba parte del escuadrón especial de policía de Lilycove.

Intentó cerrar la puerta pero Ash no se lo permitió. Se dio la vuelta y un Pikachu le cerraba el paso. Bufó desesperada. ¿Era aquella la captura de May Balance, hábil soldado del Equipo Magma? No, no podía resignarse. Observó los ojos del entrenador, y sintió flaquear sus fuerzas, había algo en él que llamaba su atención…

Una cuerda cayó desde el techo hasta sus manos, produciendo un sonido siseante al deslizarse por el aire. May se sujetó con fuerza. Le lanzó un beso a Ash, a modo de burla y luego fue elevada por uno de sus compañeros hasta el techo. Las aspas del helicóptero resonaron en cada muro del gimnasio mientras tomaba altura, ella sonrió con satisfacción. No había capturado un solo pokémon aquella noche, y seguro Maxie estaría enfadado por ello, pero, en su “fiesta” de quince años, alguien había capturado ya su corazón.

Flashback…

A ese primer encuentro le habían seguido otros, cada uno más confuso y peligroso que el anterior. Eventualmente, May había ido desarrollando ese primer sentimiento de flechazo por el ex entrenador de Paleta, y, a juzgar por las apariencias, él también se sentía atraído por ella. Dos años respaldaban ya aquel amor entre los jóvenes enemigos, pero, aunque se amaban con todas sus fuerzas, pertenecían a mundos distintos y eso creaba entre ellos una barrera imposible de pasar. Ash tenía un futuro, una vida por delante, y el relacionarse con May solo lo llevaría al fracaso, a ser perseguido por la justicia. En cambio, ella llevaba a cuestas un sufrimiento casi infinito, y se sentía obligada a descargar su ira sobre el mundo. Pero su objetivo principal, por sobre todas las cosas, era encontrar a su hermano. No, definitivamente aquella relación no tenía posibilidad de lograrse.

Apartó sus pensamientos al escuchar el sonido de un cuerpo impactándose contra la madera de la puerta. Estaba a punto de abrirla. Sin hacer ruido, retrocedió unos pasos y luego liberó a su Shuppet. Ordenó un ataque de tinieblas contra el cristal, y cuando sus perseguidores entraron en la habitación, una lluvia de fragmentos de vidrio los obligó a refugiarse detrás de algunos objetos para evitar ser cortados. Era su oportunidad.

Ash decidió no dejarse detener por aquel débil obstáculo que se presentaba en su camino. La amaba, era cierto, pero ¿Era un acto de amor dejarla en manos de aquel equipo? Si continuaba como criminal, probablemente moriría en alguna escaramuza que se produjera en su ausencia. En cambio, si la llevaba a prisión, podría lograr que ella se readaptase, y una vez libre, la haría su esposa. Todo dependía de él, tenía trazado un plan de vida perfecto. Solo faltaban los minúsculos detalles…

Buscó con la mirada a la joven que ejercía presencia permanente en sus pensamientos, se encontraba sonriéndole casi completamente empapada por la lluvia, de pie en el poco espacio de concreto que conectaba la ventana y el vacío. Un movimiento en falso y caería. La altura del faro (que era el edificio más alto de Lilycove) no era precisamente un lugar del cual uno pudiera caerse y salir ileso.

-Te quiero- escuchó Ash aquella frase, salir de los labios de la mujer que tanto amaba- pero ya no puedo…lo siento…

El joven sintió que su corazón se helaba, no era posible ¿O sí? Observó unas cristalinas lágrimas escapar del rostro de May, ella misma era tan bella.

-Busca a mi hermano Max…Galaxy…Shinou- dijo ella entrecortadamente. Ya no podía más. ¿Para que mentir? Aunque Ash fuese su único camino de luz, de esperanza, ella ya estaba perdida. Sus esfuerzos para reintegrarse serían en vano, su alma se había agrietado tanto que ya no tenía compostura. Regresó a Shuppet a su pokebola, se dio la vuelta, abrió los brazos y se lanzó hacia el suelo. Hacia la muerte. Aquella que iba a despojarla de toda tristeza, de toda ira, de todo sentimiento.

-¡¡¡¡¡¡¡¡NO!!!!!!!!!- el grito de Ash resonó entre toda la Ciudad de Lilycove mientras que desaparecía cualquier rastro de vida de aquella chica que algún día pudo ser una gran coordinadora, y su esposa.

FIN. ​