Historia larga Amor se paga con Amor

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Autumn May, 8 Abril 2016.

  1.  
    Autumn May

    Autumn May Entusiasta

    Tauro
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    Escritora
    Título:
    Amor se paga con Amor
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    37
     
    Palabras:
    157
    Sinopsis



    Cassandra Albright, es una joven mujer, de clase trabajadora. Amable, y bondadosa, verá la antipatía en un hombre, su marido. Un marido que no le presta la atención suficiente. Un hombre que, siempre ha tenido todo y salido con mujeres de clase alta. Y, cree que su esposa no le llegaría nunca a los talones a alguna de las mujeres con las que una vez él ha salido, por ejemplo: su ex pareja.

    Keith Astrof, no sabe que lo más importante es el amor, y que Cassandra, aunque él la ignore, haría lo que fuera por él. El amor en Keith surge inesperadamente, y eso le hará replantearse si todo ese tiempo estaba equivocado en no amarla o reprimirse, solo por el ambiente que lo rodeaba.

    Negocios, problemas con familiares, juegos de apuesta, dudas, y sobre todo el amor, que juega un papel principal en ésta historia, se entremezclarán en ésta nueva novela de romance.
     
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  2.  
    The unknown user

    The unknown user Iniciado

    Acuario
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    Vaya toda una trama complicada con personajes interesantes...espero poder leerla pronto =)
     
  3.  
    Autumn May

    Autumn May Entusiasta

    Tauro
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    Muchas gracias por haberte agradado la sinopsis.
     
  4.  
    Autumn May

    Autumn May Entusiasta

    Tauro
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    Amor se paga con Amor
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    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    37
     
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    Capítulo 1
    La triste Princesa

    Cassandra se había casado con uno de los hombres más ricos de todo Estados Unidos, pero no era feliz en su matrimonio. Su marido no le prestaba la atención que quería de él, siempre preocupándose por sus negocios, y ella siempre era la última persona a quién le dirigía la palabra. Era terrible, y era muy horrible también. Se había casado muy joven también, apenas tenía la mayoría de edad legalmente, y ya estaba casada con él. Vivía en una enorme casa con mucama, pero no se sentía a gusto en la misma. Tenía siempre todo a su disposición. Nada estaba pasado por alto en la casa en donde vivían. Y cada día que pasaba, más sola se sentía en aquella fortaleza ostentosa y fría.

    Ahora recordaba el día que su padre quiso que se casara con él.

    El padre de ella trabajaba para su marido, pero sabía bien lo codicioso que era y el objetivo que tenía en mente, el que ella terminara casada con aquel hombre de negocios. Ni su familia, ni mucho menos ella, eran de una clase alta renombrada, para nada lo eran, solamente eran de una clase intermedia, que oscila más en lo común y corriente que en la opulencia y riquezas. Su familia era de una clase trabajadora simple y sencilla, y su padre siempre había aspirado a más, y ciertas cosas o la mayoría de ellas no las compartía en lo absoluto.

    ***​

    Rememoró el día que lo había visto.

    Había conocido a su marido un año atrás por pura casualidad, había ido de visita a la empresa a llevarle unas cosas que se había olvidado su padre, y cuando una recepcionista muy amable la dejó pasar, subió al piso donde el papá trabajaba. Esperó por más de quince minutos en el pasillo con la carpeta llena de papeles que necesitaba. Todavía recordaba el primer encuentro, tan casual, tan normal e inocente, tan bonito, pero aún así, recién ahora se había percatado lo distante que había sido con ella.

    —¿Buscas a alguien? —le preguntó alguien a sus espaldas.
    —Oh, lo siento, sí, necesito entregarle ésta carpeta con papeles al señor Albright.
    —¿Eres la chica de los recados? —le pregunta y ella se puso roja de la vergüenza.
    —No señor, soy su hija, y se ha olvidado esto en la casa.
    —¿Quieres que se lo entregue?
    —Por favor, si sería tan amable, se lo agradecería mucho.
    —Señor Astrof, los empresarios ya han llegado para la reunión.
    —Diles que aguarden un segundo, Vivian.
    —Sí, señor.

    Dos secretarias, pasaron por su lado entre risas y murmullos por lo bajo mientras la miraban de reojo. Le entregó la carpeta en sus manos, y se lo agradeció nuevamente.

    —Gracias otra vez señor, buen día.
    —De nada, igualmente para ti.

    Dió media vuelta y salió definitivamente de aquella gran empresa.

    ***​

    Su sirvienta, desde hacía rato la estaba llamando, para preguntarle algo, y ella, aún estaba absorta en sus memorias.

    —Señora Astrof, señora Astrof… Cassandra.
    —¿Qué? —le preguntó a Corina, la sirvienta.
    —¿Se encuentra bien, señora?
    —Sí, Corina, lo siento, por un momento me he quedado pensando en algunas cosas.
    —Señora, con todo respeto, casi siempre se queda por minutos vagando y posando sus ojos en algún punto imaginario y eso es casi todos los días.
    —Lo siento, ¿necesitas algo?
    —¿Almorzará ahora o espera al señor?
    —Lo voy a esperar, Corina.
    —Está bien, con su permiso.
    —Corina…
    —¿Sí, señora?
    —Perdón que sea así de indiscreta, pero… ¿no te cansas de servir a las personas?
    —Me gusta mucho mi trabajo, el señor es muy considerado conmigo, y recibo más de lo que me correspondería de sueldo, aún así, las cosas que hago, las hago con amor, y porque les tengo mucho aprecio a la familia.
    —¿Puedo ayudarte en algo? Por favor.
    —Lo siento querida, no puedo dejar que me ayude.
    —Por favor Corina, necesito hacer algo para distraerme, en serio, lo necesito.
    —Vaya de compras.
    —No tengo a nadie quién me acompañe.
    —Llame a la hermana del señor, incluso a su suegra.
    —No quiero molestarlas.
    —Hágame caso señora, no puede estar todos los días así.
    —De acuerdo, lo pensaré bien luego del almuerzo, gracias.
    —De nada señora, con su permiso.
    —Ve —le dijo y esta última se fue hacia la enorme cocina.

    Un rato después, Keith abrió la puerta principal de aquella inmensa casa, y la cerró detrás de él. Cassandra se acercó a él, y le habló.

    —Hola, buenos días.
    —Buenas.
    —¿Almuerzas ya o prefieres tomarte algo primero?
    —He venido a almorzar solamente, no a perder el tiempo.
    —Está bien, le avisaré a Corina que ya prepare el almuerzo.
    —¿No lo ha hecho todavía?
    —Sí, es decir, la mesa hay que ponerla.
    —Sí, sí, bueno, apúrate que no tengo todo el día mujer.

    Ella fue casi corriendo a la cocina para avisarle a Corina, que preparara la mesa. A pesar de las protestas efectuadas por ella, la joven la ayudó en preparar la mesa. Diez minutos después, estaban almorzando en la sala del comedor familiar.

    —No quiero verte en la cocina con la servidumbre, Cassandra, miles de veces te lo he repetido.
    —No le hago mal a nadie, por lo menos puedo charlar con ella.
    —Nada de charlas, simplemente un trato cordial y eso es todo, quisiera saber cuándo será el día en que te entre algo en esa cabeza de chorlito que tienes —le respondió y ella automáticamente agacho la cabeza.
    —No me hables como si fuera una estúpida.
    —Tonta eres y jamás te esforzarás por verte adulta y comportarte en una fiesta social.

    Ella intentó cambiarle el tema, porque no le gustaba nada cuando le hablaba de aquella forma tan autoritaria y dominante.

    —¿Quieres ir al cine hoy a la tarde?
    —No puedo, y los siguientes días tampoco podré, y mucho menos contigo.

    —Lo entiendo.
    —No, no lo entiendes en lo absoluto, no me he casado contigo porque quise.
    —De acuerdo, es suficiente.
    —La verdad duele querida, y es de la única manera que entiendas que no eres el tipo de mujer que habría escogido para ser mi esposa.

    Corina había entrado apenas dijo aquellas últimas palabras, y quedaron en silencio. Retiró los platos de comida, y los reemplazó por dos de suculento postre. Se retiró y él volvió a hablarle atentamente.

    —Solamente me he casado contigo porque tu padre me había dicho que eras muy callada y ubicada en todo, no se ha equivocado, no te has quejado una sola vez, y eso mismo es lo que quería en una esposa, callada la boca y ubicada y correcta en todos sus modales, no me gustan las cotorras que jamás se saben callar en alguna reunión, aburres pero lo puedo tolerar, y esto te lo he repetido miles de veces también, Cassandra, y tú ni siquiera prestas atención a las cosas que te digo nunca.
    —Keith, por favor —le dijo sujetando su mano que tenía sobre la mesa—, si pasaríamos un poquito de tiempo juntos no te sería tan insulsa y aburrida —le volvió a decir y él quitó bruscamente su mano de su agarre.
    —¿Qué tienes tú que las demás mujeres no tengan? Cuando te compares con las demás, quizá ahí sí podremos hablar y acercarnos —le dijo rotundamente y al levantarse de la silla, salió de la casa para irse a la empresa nuevamente.

    Y como una gran estúpida estaba averiguando por Internet modales de señoritas. Y más tarde, llamando a la casa de los padres de su marido. Y como siempre, la atendió su perfecta sirvienta.

    —Hola, buen día, Tina, ¿cómo estás?
    —Hola, buen día, bien, ¿y usted señora?
    —Bien también, gracias. ¿Se encuentra la señora?
    —No, ella ha salido con su marido, pero aquí se encuentra Pamela.
    —De acuerdo, ¿serías tan amable de pasármela? Por favor.
    —Claro que sí, hasta pronto señora.
    —Hasta pronto, Tina.
    —Hola, Cassie, ¿cómo estás?
    —Hola, Pam, todo bien, ¿y tú?
    —Todo bien también, dime.
    —¿Quieres ir conmigo al cine?
    —¿Ahora?
    —Sí, o más tarde si tú quieres.
    —Ahora estaba pensando en estudiar un poco, pero, ¿qué te parece si a las cinco te paso a buscar y nos vamos?
    —Me parece bien, gracias, Pame.
    —De nada, Cassie, hasta luego entonces.
    —Hasta más tarde.

    Ambas cortaron las llamadas. Pamela, tenía su misma edad, y a pesar de ser una niña rica, no la hacía sentir diferente. En cambio su hermano, sí. Siempre y cada vez que podía la hacía sentir inferior a él y a su círculo estrecho de amistades, sobretodo las femeninas.

    Sus padres eran un encanto y amor. Toda su familia lo era, pero Keith, era demasiado materialista y se fijaba en todas las cosas que estaban mal a su entender y todas las cosas que ella hacia mal o muy mal.

    Alrededor de las cuatro, Cassandra fue a darse una ducha. Era pleno invierno, y para calentarse, había aprovechado en bañarse. Pantalón de cuero negro, un suéter negro con una rosa impresa, botas verdes, un saco de piel fucsia, bolso negro y un par de aros fucsias, bien sencillos. Pelo suelto, y perfumada, y su maquillaje muy simple. Delineado negro por dentro de los ojos, máscara de pestañas, y un brillo labial rosa fuerte.

    Una vez que estuvo lista, salió de la habitación que compartía con su marido, y bajó las escaleras. Entró a la cocina, y se quedó charlando con Corina. Era la única que le prestaba atención, ella y solamente ella.

    —Voy a salir con Pamela.
    —Está bien señora, tendría que salir más y no quedarse siempre adentro.
    —No me gusta mucho salir y menos salir de compras.
    —¿Por qué no? Todas las chicas de su edad les encantan salir a divertirse y comprar ropa y zapatos.
    —No soy una chica partidaria a esas cosas Corina, creo que apenas me has conocido, supiste cómo era en verdad, ¿no?
    —Sí, sé cómo era, y sé cómo es ahora señora, siempre tan atenta a los demás y conmigo también, es muy encantadora.
    —Agradezco tu halago hacia mí, Corina, pero no todas las personas opinan lo mismo, ¿ha sido siempre así?
    —¿Quién? ¿El señor?
    —Sí, el señor.
    —No, no siempre fue así.
    —Entonces ya sé quién fue la que le cambió el humor y el carácter al señor.
    —No tiene porqué culparse señora.
    —Por favor, llámame Cassandra.
    —Es la señora de la casa, me es prohibido tutearla.
    —No soy nadie aquí, no imparto ordenes aquí y ni en ninguna otra parte, soy un cero a la izquierda para Keith.
    —No diga eso señora, si el señor se casó con usted fue por algo, el señor busca bien una esposa, no se mezclaría con cualquiera.
    —Disiento contigo, Corina, lamentablemente el señor se casó conmigo por… —le decía y antes de poder terminar de contestarle el porqué se había casado con ella, Keith llegó a la casa.
    —Vaya —le dijo y no tuvo más remedio que salir de la cocina para recibir a su esposo.
    —Hola, Keith, ¿cómo estás?
    —Hola, bien, ¿adónde te vas?
    —Salgo con tu hermana.
    —¿Dónde?
    —Al cine.
    —Supongo que vuelves temprano.
    —No lo sé.
    —¿Piensas comer fuera?
    —No lo sé, ¿por qué?
    —Porque una mujer casada no sale hasta tan altas horas de la noche, y menos sin su marido, para que lo sepas desde ahora, te lo digo y espero que lo tengas presente siempre, Cassandra.

    Unos minutos después llegó su hermana, y antes de que ella le abriera la puerta, Keith la sujetó fuertemente del brazo, y fue Corina quién abrió la puerta principal.

    —Hola, Cori, ¿cómo estás?
    —Hola, señorita Astrof, bien, ¿y usted?
    —Bien también, hola, Cassandra, hola, Keith.
    —Hola —le dijeron ambos al mismo tiempo.
    —¿Cómo están?
    —Bien, ¿y tú? —volvieron a preguntarle juntos otra vez.
    —Bien también, ¿nos vamos ya?
    —Sí.
    —No la traigas tan tarde, Pamela.

    Cassandra, se había callado poniendo una línea recta en su boca cuando sintió que se dirigía a ella como una simple mascota doméstica. Y se mordió bien la lengua por no contestarle algo de lo que luego se terminaría arrepintiendo. Pamela, saludó a su hermano, y ella a pesar de su reticencia y todo, le terminó dando un beso en la comisura de la boca a su marido. La joven salió casi a las corridas para no ser reprendida por él nuevamente.

    Subieron al auto, y su cuñada condujo rumbo al centro comercial.

    Luego de la película, se sentaron en un restaurante por la calle principal.

    —¿Tienes hora?
    —Las diez.
    —Ya tendría que estar volviendo, Pamela.
    —Tranquila, no pasa nada, relájate Cassie y disfruta.

    A pesar de todo, se divertía y mucho con ella. Se reía, y charlaba, y era la verdadera Cassandra. La chica alegre y espontánea, la chica vivaz, y divertida, sin complejos, sin problemas, sin sentirse inferior a otras personas.

    Y cuando volvió aquella noche, luego de unas tres horas o más a la casa, volvió a ser la falsa Cassandra.

    —Llegas tarde, estás fuera del horario que te dije anteriormente.
    —He ido con tu hermana, ella me trajo hasta aquí.
    —Aun así, te saliste del horario que te había dicho, ¿por qué carajo no me obedeces cuando te digo las cosas?
    —Si te hago o no caso para ti es lo mismo que nada —le dijo y fue a subir las escaleras.
    —No he terminado contigo todavía —le dijo sujetando su brazo fuertemente.
    —Me lastimas, Keith —le dijo y dejó de apretar el brazo.
    —No voy a tolerarte más una desobediencia de tu parte hacia mí, cuando te digo las cosas, las haces mujer, de lo contrario me conocerás bien en verdad, ¿está claro?
    —Sí, está claro, Keith.
    —Perfecto entonces, mañana hay una cena de negocios.
    —No vienes a cenar entonces.
    —Pues se supone que es una cena de negocios, por lo tanto no, aun así, vienes conmigo, porque las parejas de los demás irán a cenar también.

    ***​

    Al día siguiente, se vistió formalmente. Luego de darse una ducha de agua caliente, salió del baño, se secó y se puso un conjunto de encaje negro. Salió del baño con una bata de seda fucsia, y eligió la ropa que se iría a poner para la cena.

    Mientras elegía, entró Keith también a la habitación, y fue sin decirle absolutamente nada al baño a ducharse también. Unos quince o quizás veinte minutos después, ya estaba con un bóxer. Entró al vestidor de su parte, y lo único que separaba del suyo con el de la joven eran dos columnas de yeso torneadas.

    —Ponte un vestido negro.
    —No me gusta mucho el negro.
    —Pero es lo más formal que hay, es cena de negocios, no un concurso de vestimentas de colores exagerados y ridículos.
    —Está bien entonces.

    Y así, se eligió un vestido al cuerpo, negro, con los brazos transparentes en tela negra también, y lunares del mismo color asemejando un plastificado en todo el vestido. Aros al tono con rojo y dorado, una cartera de mano roja, un anillo con los mismos colores, y un par de zapatos con pulsera y puntera negra, suela roja y transparente el resto de ambos zapatos. Un maquillaje muy natural, porque en realidad se iba a maquillar la boca roja, pero no iba a soportar a Keith que le dijera varias cosas desagradables.

    Cassandra, se vistió dentro del vestidor, Keith también se estaba vistiendo allí y de vez en cuando, echaba unas miraditas de reojo sobre ella. Cuando se puso el vestido, y los zapatos ya calzados, él se acercó a su espalda y subió el cierre del vestido. Ella, se sorprendió.

    —Gracias.
    —De nada.

    Se puso los accesorios y luego la cartera. El pelo lo tenía ya seco por el secador de pelo, y volvió a acomodárselo de todas maneras.

    Ella, lo esperó sentada en el diván que tenía a los pies de la cama matrimonial.

    Apenas se terminó de vestir y acomodarse todo, salieron de la habitación, no sin antes tomar un abrigo grueso por el frío invernal y lo puso sobre su antebrazo. Él, tenía puesto un sobretodo de pana negra.

    La joven se puso el abrigo negro, lo abotonó, y salieron de la casa.

    Subieron al auto y fueron rumbo al restaurante Spago, de Beverly Hills.
     
  5.  
    Autumn May

    Autumn May Entusiasta

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    Título:
    Amor se paga con Amor
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    Drama
    Total de capítulos:
    37
     
    Palabras:
    3481
    Capítulo 2
    Un padre interesado

    El matrimonio Astrof, llegó a los veinte minutos al restaurante. Encontrándose con todos los que estaban en la cena de negocios.

    —Hola, al fin llegan, los estábamos esperando —les dijo uno de los hombres que estaba invitado a la cena.
    —Había un poco de tráfico —le dijo su marido.
    —Vamos a beber algo antes de cenar —les volvió a decir el mismo hombre.

    Pasaron a un bar, había muy poca gente, pero era muy fino y caro también, servían bebidas y trago alcohólicos. Y bocaditos para que las bebidas con alcohol no cayeran mal al estómago.

    Cassandra no estaba acostumbrada a beber alcohol, en realidad, jamás bebía, no le gustaba, pero aquella noche decidió probar el Martini de manzana verde. Aunque primero se comió varios bocaditos. Estaban riquísimos, y entre escuchar las charlas ridículas de aquellas mujeres que solamente un par de veces había visto en su vida, prefería comerse algo mientras probaba la bebida alcohólica.

    Le había gustado y muchísimo. El gusto era ácido pero muy dulce también. Y el color de un verde tan vivo que le había llamado la atención al instante.

    Por cortesía, escuchaba los comentarios de aquellas mujeres, y acotaba alguna que otra cosa por respeto también. Ellas no le prestaban mucha atención tampoco. Y la joven menos a ellas, esa era la verdad. Una de ellas cinco, clavaba sus ojos en Keith, se hacía la disimulada, porque creía que nadie la estaba mirando. Era novia de uno de los cuatro que estaba hablando con su marido.

    Una de ellas le preguntó algo a Cassandra, y parpadeó un par de veces para volver a mirarla, ya que estaba pensando en otra cosa.

    —Perdóname, sinceramente no te he escuchado, ¿me decías algo?
    —No te preocupes, te estaba preguntando, ¿qué te parece la nueva colección de Zuhair Murad?
    —Sinceramente no he podido verla.
    —Deberías de verla, presentará su nueva colección, en el hotel Hyatt de la ciudad, éste sábado a la noche, ¿por qué no vienes?
    —Quizá sí.
    —En la semana te llamaré a la casa, y acordaremos todo, ¿te parece bien?
    —Sí, seguro, gracias.
    —De nada.

    Un rato más charlaron, algunas cosas a ella le daban risa, y otras le parecían realmente ridículas, hablaban de moda, viajes, zapatos, accesorios, carteras y toda clase de lujos que la joven no estaba acostumbrada a tener. Tenía una buena posición social gracias a que estaba casada con Keith, pero ella no disponía de su dinero.

    Lo cierto era que, antes de casarse con él, le hizo firmar un contrato pre-nupcial. En donde figuraba que todas las posesiones y dinero, seguirían siendo suyas, aunque se casaba con ella. Y la joven mujer había estado de acuerdo, por el simple hecho de haberse casado enamorado de su marido.

    Pasaron al restaurante, en donde ya tenían una mesa redonda para diez personas. Se sentaron y ella se sentó al lado derecho de Keith.

    La cena fue muy amena, y la charla también. Salieron del restaurante a las tres horas de haber llegado. Los hombres charlaron y discutieron de negocios, y las mujeres, incluyéndola, de cosas superficiales, a Cassandra, algunas le cayeron bien, y otras no tanto.

    ***​

    Dos días después, en la cena, la joven le comentó la invitación al desfile en el hotel Hyatt de la ciudad.

    —Teresa me ha invitado a un desfile, ésta tarde me llamó.
    —¿Cuándo y a qué hora?
    —Este sábado a las seis de la tarde, ¿puedo ir?
    —¿Quiénes irán al desfile?
    —Sinceramente no lo sé, pero calculo que las mujeres que estuvieron en la cena de negocios, si me dejas ir, les diré a tu hermana y a tu madre si quieren venir.
    —De acuerdo, pero apenas termine, te vuelves a la casa, ya lo sabes bien, nada de ir a comer afuera, y ni a beber algo, ¿lo has entendido bien?
    —Sí, Keith, lo he entendido bien, y gracias.
    —De nada.

    Terminaron de comer, y él se levantó de la silla y salió de la sala del comedor, dejándola como todas las noches a solas. Y como era de esperarse de ella siempre, acomodó, lavó, secó y guardó todo.

    Su vida matrimonial era un desastre, cada uno hacia lo suyo. Él por su parte, y ella por la suya. Él, en sus negocios, y ella sola dentro de la inmensa casa en Beverly Hills. Se sentía como la princesa del cuento sin un príncipe amoroso, cariñoso, y dulce.

    Un día después, el padre de ella llegó a la casa. Se lo veía realmente desesperado.

    —Papá, ¿qué haces aquí?
    —Hija, tengo que hablar contigo.
    —¿Quieres tomar algo?
    —No, solamente quiero hablarte.

    Cuando su padre quería hablarle a solas, era por algo. Y ya la cabeza de ella estaba pensando más de la cuenta en deducir lo que estaba tramando e insinuándole.

    —Necesito dinero.
    —¿Para qué? —le preguntó y Corina estaba atenta contra una de las paredes de la cocina escuchándolos.
    —Porque debo pagar algo que adeudo.
    —¿Cuánto?
    —Diez mil dólares.
    —¡¿Qué?! ¿Cómo es que tienes que pagar una deuda tan cara, papá? ¿Qué has hecho?
    —He sacado varios préstamos y créditos, me metí en un negocio que no ha ido del todo bien, y ahora me están apretando con que tengo que pagarles el dinero que pedí en su momento, Cassandra.
    —No te daré dinero papá.
    —Soy tu padre.
    —Y yo tu hija, y no te lo daré, primero porque no dispongo del mismo, y segundo no quiero dártelo.
    —Tu marido es multimillonario.
    —¿Y qué con eso? No se lo pediré aunque me daría dinero, y ni tampoco te lo daré, no soy pedigüeña.
    —¿No me ayudarás?
    —No, no creo que te hayas metido en ningún negocio, solamente creo que tienes un serio problema con los juegos de azar papá, no es la primera vez que haces esto, y para que lo sepas, cuando me casé con Keith, firmé un contrato pre-nupcial, el cuál yo también estuve de acuerdo, por lo tanto quiere decir que en ese contrato figuraba que aunque esté casada con él, yo no soy rica.

    Un segundo después, Corina la estaba ayudando a levantarse del piso. Su padre la había golpeado fuertemente. Ella cayó contra la pequeña mesa redonda al lado del sillón de cuero de color crema, y con la caída rompió un jarrón caro en dorado a la hoja.

    —Váyase de aquí, señor.
    —Eres solamente una estúpida, no sirves para nada —le dijo, dio media vuelta y salió de la casa pegando un portazo.
    —¿Se encuentra bien, señora Astrof?
    —Sí, Corina, no te preocupes por mí, ve a seguir con lo que habías dejado.
    —Señora, está sangrando, venga conmigo —le dijo ayudándola a caminar erguida.
    —Jamás pensé que me iría a golpear.
    —Jamás tendrían que levantarle la mano.
    —Corina, por favor, nunca se lo cuentes a Keith.
    —¿Por qué no?
    —Porque no quiero que se entere, mi padre trabaja en una de sus empresas, y no quiero que se ventilen rumores de deudas que mi padre tiene que pagar, es vergonzoso.
    —Aun así, tendría que saber que la ha golpeado.
    —No, eso es lo peor del asunto Corina, no quiero que se lo digas, por favor, no lo hagas.
    —De acuerdo, señora, no se lo diré.
    —Gracias, te lo agradezco muchísimo, y gracias por ayudarme también —le dijo mientras se limpiaba la herida de la boca.
    —De nada, señora, estoy para servirle —le respondió mientras le colocaba un poco de algodón con alcohol.
    —Ay, duele.
    —Lo sé.

    Cassandra, intentó levantarse de la silla, y lo hizo con dificultad, le dolía bastante el costado derecho, y luego, ayudó a Corina a juntar los pedazos de porcelana del jarrón.

    Keith llegó apenas terminaban de tirar todo a la basura.

    —Hola —le dijo apenas salió de la cocina.
    —Hola, ¿qué le ha pasado al jarrón de la mesa? —le preguntó arqueando su ceja derecha.
    —Se me ha caído.
    —No hago dinero para que tú rompas las cosas y yo tengo que comprarlas luego, como siempre, me decepcionas, Cassandra.
    —Lo siento, no volverá a ocurrir.
    —Eso espero.

    Aquella noche fue normal y tranquila, como siempre, sin hablar en la cena, y dejándola sola luego de la misma, para acomodar y lavar todas las cosas.

    A la mañana siguiente, se despertó un poco más tarde que él. Le dolía y muchísimo el costado. La joven, salió de la cama, y entró al baño, levantó la musculosa del pijama de raso verde manzana, y miró en el espejo el costado. Tenía un enorme hematoma. Y la boca, la tenía algo hinchada y amoratada, producto del fuerte golpe que le había dado su padre.

    Mientras ella se estaba preparando lentamente, abajo, en la sala del comedor, Corina le servía el desayuno a su jefe.

    —Señor, ¿puedo comentarle algo?
    —Lo que quieras, Corina.
    —La señora me ha pedido por favor que no se lo contara, pero me es imposible callarme algo que presencié.
    —¿Qué ha pasado, Corina? —le preguntó alarmado, pensando lo peor de su esposa.
    —Tranquilo, señor, su esposa jamás lo engañaría con ningún hombre, no es esa clase de mujer en lo absoluto, esto es otra cosa, ayer por la tarde, un rato antes que usted volviera a la casa, estuvo su suegro.
    —¿Qué quería?
    —Dinero, y su hija se lo negó, le dijo que no tenía dinero, y que tampoco era rica porque firmó un contrato pre-nupcial.
    —¿Por qué quería el dinero?
    —Porque tiene deudas que pagar, y una muy grande de diez mil dólares, la señora cree que juega en apuestas de casino, ya que no es la primera vez que se encuentra de esa manera él, un tanto, digamos apretado de bolsillo.
    —Ella se lo negó, ¿y luego, qué pasó?
    —Terminó golpeando a Cassandra, por eso mismo usted cuando llegó vio que no estaba más el jarrón en la pequeña mesa redonda al lado del sillón principal de la sala de estar, cayó encima de la mesa, tiene un fuerte golpe en el costado derecho, y partida su boca también, ella me pidió por favor que no se lo cuente, pero algo así no puedo dejarlo pasar y contárselo señor Astrof.
    —Muchísimas gracias por habérmelo contado, Corina.
    —De nada, señor, por la manera en cómo la hizo caer, dudo que no se haya fisurado una costilla.
    —Gracias.
    —De nada, señor —le dijo y ella ya estaba bajando las escaleras—, ¿más café?
    —Sí, por favor, gracias.
    —De nada.
    —Buen día —les dijo sentándose al lado izquierdo de Keith.
    —Buen día —le dijeron los dos al unísono.
    —¿Cómo están?
    —Bien —respondieron los dos.
    —¿Y tú? —le preguntó Corina.
    —Bien también, gracias.
    —¿Café con leche?
    —Sí, por favor, gracias.
    —De nada.

    La joven mujer se sostenía el costado mientras desayunaba. Y en ningún momento se quejó. En la boca, se puso un poco de base de maquillaje fijada con polvo volátil para que no se notara el moretón.

    Keith, aquella mañana estaba un poco más accesible que los anteriores días, y le preguntó algo que la sorprendió rotundamente.

    —Tengo pensado hacer una mascarada para mi cumpleaños, ¿te gustaría organizar la fiesta?
    —¿Me lo dices en serio?
    —Sí, puedes decirle a mi madre y hermana para que te ayuden sí quieres.
    —Sí, sí, claro, les pediré ayuda, porque jamás he hecho una fiesta.
    —Ya sabes cómo quiero que salga.
    —Sí, perfecta.
    —Así es.

    A la noche de ese mismo día, apenas terminó de ponerse el pijama, ella volvió a mirarse el golpe, se estaba formando una mancha demasiado morada, estaba aún en el vestidor, ya casi pronta para irse a dormir, cuando se percató que tenía a Keith detrás suyo, mirando atentamente aquel moretón, automáticamente bajó la musculosa del pijama.

    —Es impresionante ese golpe, déjame verlo.
    —Es un simple golpe Keith, nada más.
    —Tienes la zona inflamada, y es posible que tengas una costilla fisurada, no puedes estar así sin que te la vea alguien.
    —Ya se me pasará.
    —Corina me contó todo, ¿cuándo pensabas contármelo?
    —Nunca.
    —¿Por qué?
    —Es obvio, ¿no? Jamás me hablas, ¿por qué debería de contártelo? Y le pedí por favor que no te lo dijera, veo que faltó a mi palabra.
    —Corina se preocupa por ti.
    —Menos tú —le declaró molesta, y ardida y él se quedó perplejo.
    —Será mejor que vayamos a un hospital para que te vean ese asqueroso golpe.
    —No, y si voy, será sin ti —le respondió cortante y directa.
    —Obedéceme —siseó.

    Se quedó callada, y se le aguaron los ojos. Se sujetaba fuertemente el costado porque le dolía terriblemente. Y con su otra mano intentaba apretar los lagrimales con los dedos para no llorar frente a él.

    —Ya nos vamos a que te revisen ese golpe, y deja de llevarme la contra mujer —le chilló exasperado por demás.
    —Está bien.

    Con dificultad se puso ropa cómoda, y tomó un abrigo del vestidor, y él hizo lo mismo también. Varios minutos después, estaban en la sala de espera. Había un montón de gente, ella quería volverse a la casa, pero Keith la sujetó de su muñeca, para retenerla. Se sentaron, y esperaron su turno. Más de tres horas esperaron en la sala, y cuando fue el turno de ellos, entraron los dos. La médica se quedó perpleja al ver a Keith. Sí, su marido era muy atractivo, sexy y por demás masculino. Y tenía que lidiar con eso siempre que una mujer lo miraba. Cassandra, carraspeó, y la doctora volvió del trance.

    Cuando le contó lo que le había pasado, no le creyó mucho, y miró de mala manera al hombre que tenía con ella. Directamente lo fulminó con su mirada.

    —No la he golpeado, si lo hubiera hecho no sería tan estúpido de traerla a un hospital.
    —Creo que tienes razón —le dijo su esposa.
    —Primero que nada, te sacarás unas placas, y me las traes, no creo que tengas fisuras en las costillas, más bien creo que tienes la zona desgarrada, pero quiero estar segura igualmente.
    —De acuerdo, gracias.
    —De nada.

    Media hora después, la joven le estaba dando las placas sacadas en el mismo lugar.

    —No tienes fisuras, es un desgarro, te daré una pomada, te la pondrás a partir de ahora mismo, desinflama la zona y la alivia, luego te vendaré, quítate el suéter, por favor —le dijo y ella enrojeció de la vergüenza de estar semi desnuda frente a él.
    —Prefiero mantener el suéter.
    —¿Acaso es tu amigo?
    —No, es mi marido.
    —Entonces no hay ningún problema, quítatelo por favor, me dejarás trabajar mejor a mí sin que tengas puesto el suéter.
    —Está bien.

    La joven mujer terminó quitándose el pulover, y lo dejo sobre la camilla a su lado. La médica hizo su trabajo tranquilamente, y sin apuros, y ella cada vez estaba más roja de la vergüenza. Keith se había sentado frente a ellas dos. Y mientras ella trabajaba, le iba diciendo cada cuántas horas debía de pasarse la pomada y ponerse el vendaje.

    También, le dio unos antiinflamatorios que a su vez eran analgésicos. Y que no hiciera esfuerzos de ningún tipo que se le pareciera, incluyendo el sexo.

    Más roja se había puesto con aquella palabra, Keith y Cassandra no tenían sexo. Y ni siquiera besos mutuos.

    Este se había quedado mirando atentamente la curva de su cintura mientras la doctora le pasaba la pomada.

    Una vez hecho esto último, la doctora le pidió que sujetara el inicio del vendaje sobre el torso y así, comenzó a pasarlo por alrededor suyo.

    —Si no puedes sola, pídele a tu marido que te ayude con la venda, ¿de acuerdo?
    —De acuerdo, doctora.

    Apenas terminó de sujetarla con cintas adhesivas, ella se apuró en colocarse el suéter nuevamente, y en el apuro de volvérselo a poner, se quejó del dolor.

    —Te dije que no hicieras las cosas a las apuradas.
    —Perdón.
    —Tranquila, que te ayude tu marido, para eso están también, para ayudarse mutuamente.
    —Sí —emitió apenas en un susurro.

    Keith, la ayudó a ponerse el suéter, y a bajarse de la camilla, en la cuál estaba sentada todavía. Le dio dinero, por haberla ayudado mucho y ella a pesar de no quererlo, lo aceptó al final de todo.

    Una vez dentro del auto, su esposa, le agradeció el haberla llevado a la guardia.

    —Jamás podré pagarte lo que has hecho por mí ésta noche, Keith.
    —No ha sido nada.
    —Para mí lo ha sido —le terminó de decir y miró el reloj digital del tablero de su auto deportivo—, son las cuatro de la madrugada ya, y tú tienes que levantarte tan temprano, lo siento en serio, no ha sido mi intención hacerte perder sueño, por eso era mejor que hubiera ido mañana mientras tú estabas en el trabajo.
    —Ya olvídalo, Cassandra, no ha pasado nada, no es la primera vez que me acuesto tarde y me levanto temprano por la mañana.
    —De acuerdo entonces, Keith.

    Unas casi cinco horas después, ya estaban desayunando, con el reposo del sueño y la pomada, el dolor le había calmado un poco.

    Les dio los buenos días a Keith y a Corina, y ellos dos se lo devolvieron también. Y luego se sentó en el lugar de siempre.

    —¿Cómo te encuentras?
    —Bien, gracias —le respondió apenas terminó de sorprenderla—, ¿y tú?
    —De nada, bien también, adormilado —le respondió y ella se puso toda colorada de la vergüenza de aquel momento incómodo que le hizo pasar Keith.
    —En serio, perdóname.
    —Oye, no te lo he dicho para que me vuelvas a pedir perdón, ¿está claro?
    —Sí —le dijo y volvió a ruborizarse y a bajar la vista al plato que tenía frente a sus ojos.
    —¿Te vestirás luego del desayuno?
    —Sí.
    —Entonces te ayudaré a vestirte.
    —Puede ayudarme Corina.
    —¿Vamos a discutir sobre esto?
    —Está bien.
    —¿Te has cambiado la venda y puesto la pomada?
    —No.
    —Te ayudaré también.
    —Bueno.

    Desayunaron muy tranquilos y en silencio, casi nunca le dirigía la palabra y no era la excepción en que estaba lastimada y golpeada ferozmente por su padre. Keith no sentía amor por ella y no lo culpaba en lo absoluto, se casó solamente porque Cassandra era recatada y simple, una mujer que no lo iba a enfrentar jamás si le alzaba la voz y que era callada y tímida cuando iban a eventos sociales, una mujer que no le iba a causar problemas de ningún tipo que se le pareciera.

    —Mañana hay cena familiar.
    —Está bien, aprovecharé en decirle a Pam si quiere venir el sábado y contarles a las dos sobre tu fiesta de cumpleaños.
    —De acuerdo, termina el desayuno.
    —Sí, ¿cómo quisieras tu fiesta?
    —Sorpréndeme.
    —¿Cómo?
    —Idéala, quiero ver cuán buena eres armando una gran fiesta, solo espero lo mejor Cassandra, ya lo sabes.
    —Sí, Keith, siempre has querido lo mejor.
    —Lástima que en todos los ámbitos no puedes tener lo mejor de lo mejor —le dijo él, tirándole una indirecta por ella en realidad.

    Cassandra, no respondió, solo se limitó a beber de su taza de café con leche y crema líquida. Sus palabras eran cuchillos que se clavaban más a fondo en su ser. Para él, no era lo mejor de lo mejor, ni siquiera calificaba para la categoría de buena mercancía, con respecto a lo físico y personal.

    Su barbilla apenas tembló y sus ojos se aguaron segundos también. Para cuando volvió a parpadear un par de veces más, ya sus palabras no le afectaban tanto como al principio, y vio que Keith ya había terminado su desayuno completamente.

    Luego del desayuno, subieron a la habitación, entraron, y entró con ella al vestidor. Se eligió la ropa que se iría a poner. Un jeans blanco, un suéter beige tramado, un par de zapatos con punta, y un par de aros.

    La ayudó a ponerse el pantalón, una vez que se sacó el short del pijama de seda de color verde esmeralda. Se puso detrás de ella, y pasó sus fuertes manos por sus caderas hasta llegar a la pretina del jeans blanco. Lo abotonó y subió el cierre del mismo. Se quedó quieta y emitió un suspiro entrecortado cuando sintió la respiración y el aliento de él, en su cuello y oído. Se dio vuelta para mirarlo, y casi rozaron sus bocas.

    —Lo siento, no fue a propósito.
    —Descuida, ponte de frente para poder ponerte el suéter.
    —De acuerdo, Keith —le dijo y así lo hizo—, ¿cuántas personas tienes pensado invitar a tu fiesta de cumpleaños?
    —Unas cuatrocientas personas, así qué, fíjate tú el listado de quiénes podrían ser esos invitados a la fiesta.
    —Por favor, no me dejes a la deriva con esto, aunque sea, dime quiénes serán y del resto nos encargaremos las tres —le dijo y se sorprendió por su respuesta hacia él.
    —Está bien, para ésta noche te tendré la lista hecha de todos los invitados a la fiesta.
    —Me parece bien, gracias —le dijo, y le sonrió, sonrisa que él le correspondió también.
     
  6.  
    Autumn May

    Autumn May Entusiasta

    Tauro
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    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Amor se paga con Amor
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    37
     
    Palabras:
    2241
    Capítulo 3
    Sospechas

    Tiempo después, Keith ya se había ido al trabajo, y Cassandra se quedó espiando por la ventana del jardín trasero como todas las mañanas.

    Corina, le alcanzó una taza de té caliente para tomarse la pastilla analgésica para el dolor.

    —¿Por qué no sale, señora? Se ha vestido tan bonita que es una lástima que no salga a pasear.
    —Gracias por el halago, Corina, pero en serio no tengo ganas de salir, y menos con el dolor que tengo en el costado, es punzante.
    —Entonces debería descansar más.
    —No tengo sueño.
    —Aunque no duerma, debe descansar para poder recuperarse más rápido de ese tremendo golpe.
    —Creo que iré al estudio de Keith para poder comenzar a realizar su fiesta de cumpleaños.
    —Está bien, señora.

    Caminó despacio hacia el estudio, y una vez que entró, cerró la puerta a sus espaldas. Se sentó en la silla giratoria, y buscó papeles y un bolígrafo. Mientras tanto, se fijó en Internet para chusmear acerca del servicio de catering y todas las demás cosas que le serían de utilidad para la fiesta de cumpleaños número treinta y tres. Cassandra, suponía que tenía una vaga idea de lo que realmente tenía pensado hacer, y solo esperaba que a él le agradara todo.

    Llamó por teléfono al catering que habían contratado para su casamiento, y cuando se comunicó con ellos, les explicó más o menos lo que tenía pensado hacer, y la cantidad de personas que estarían invitadas también.

    Unos minutos después, cortó la llamada, y sorpresivamente la sesión de Keith de su Mensajería Instantánea, se inició automáticamente.

    Sabía y muy bien que estaba mal hurgar los correos ajenos, pero verdaderamente el correo electrónico de Keith le intrigaba. No estaba para nada bien lo que estaba a punto de hacer, pero aun así no le importaba mucho chusmear sus mensajes electrónicos. Porque sinceramente en algún punto sospechaba que Keith la estaba engañando con alguien más. Sus negaciones hacia ella, sus faltas de consideración con la joven, su malhumor, y todo él, la odiaban profundamente.

    Abrió sin pensárselo dos veces su bandeja de entrada. Todos los mensajes estaban ya leídos y respondidos. Y el le que llamó verdaderamente la atención fue el de una mujer llamada Margot Mellian, y de inmediato lo terminó abriendo. Era una simple nota, preguntándole a él si estaba bien que salieran a almorzar el día jueves, es decir hoy, alrededor del medio día en La Scala Beverly Hills. Y estaba más que segura que Keith había aceptado.

    Cerró su bandeja de entrada, y su sesión también. Y se fijó la dirección de aquel restaurante en Internet. La anotó en un papel, y se lo guardó en el bolsillo trasero. Eran las diez y dieciséis de la mañana, por lo que vio en la barra de tareas del escritorio de su laptop, y llamó de inmediato a una agencia de taxis.

    No le quedaba muy lejos pero tampoco estaba cerca del centro de Beverly Hills. Apagó la laptop y salió de su estudio. Cerró la puerta detrás de ella y como pudo, subió las escaleras. Tomó una cartera a juego, y un abrigo, metió lo necesario dentro del bolso, y esperó a que el taxi la viniera a buscar.

    Dio un respingo de escalofrío cuando intentó ponerse el abrigo. Corina, la ayudó cuando la vio en dificultades.

    —¿Saldrá?
    —Sí, Corina.
    —¿Le aviso al señor que ha salido?
    —No, volveré en cuanto pueda.
    —Está bien señora.
    —Hasta luego, Corina —le dijo y le dio un beso en su mejilla.
    —Hasta luego, señora —le dijo sorprendiéndose por el beso.

    Cassandra, salió de la casa, entró al taxi y le dio al señor la dirección que sacó del bolsillo trasero. Casi doce menos cinco llegó al lugar que le había dado. Le pagó al taxista, y bajó apenas le dio el vuelto. Éste se fue y ella se quedó mirando las vidrieras de las tiendas cercanas ahí. Era un día frío de invierno, el viento era glacial y estaba por demás nublado el cielo, listo para abrir la cortina de lluvia.

    Divisó de refilón un exuberante pelo platinado entrar al restaurante, se acercó sigilosamente al lugar para ver a través de la ventana. Era toda curvas, alta, piernas torneadas, bien vestida, muy elegante y sofisticada, y por demás femenina, sus uñas bien cuidadas, y una sonrisa de impacto. Pelo largo, lacio y rubio platinado, ojos vivaces de color marrón, un buen trasero, y un par de pechos que cualquier hombre mataría por tocarlos. Sus tacos eran asesinos y estilizaban mucho más sus piernas. Cuando ella llegó a su encuentro, Keith se levantó de la silla en donde estaba sentado desde hacía minutos atrás, la saludó en la mejilla y le corrió la silla en donde ella se iba a sentar. Keith, jamás le había corrido una silla para que Cassandra pudiera sentarse, jamás tuvo un gesto dulce y de caballero hacia ella. Se le volvieron a aguar los ojos cuando vio aquella escena, parecían dos enamorados. Y en algún punto, era masoquista por querer ver lo que siempre había sospechado de él. Llegó a sentirse como una intrusa, espiando a escondidas a una pareja.

    Se dio vuelta, y caminó para alejarse de aquel restaurante. Decidió entrar a una librería, y revolver la tienda. Le encantaban los libros, eran su pasatiempo favorito, amaba las historias románticas históricas y las de vampiros también. Pero no tenía el dinero suficiente como para poder comprarse dos libros que le habían llamado la atención por demás. Dejó los libros, y salió del establecimiento. Y mientras caminaba por las calles del centro de Beverly Hills, decidió entrar a una imprenta, para ya encargar las tarjetas de cumpleaños.

    Eligió una muy masculina, tarjeta que habría elegido Keith si estaría con ella. Estaba contenta con su elección de la misma, y por el momento encargó cien.

    Le entregó una seña al dependiente, y le hizo una factura a su nombre para poder retirar las tarjetas cuando estuvieran ya listas.

    Una vez que salió de allí, siguió caminando, pasó tiendas de moda, y de muchos diseñadores, hasta ver en uno de los tantos escaparates un hermoso vestido. Parecía una niña mirando fijamente una muñeca preciada. Y cuando vio el precio, se horrorizó. Era anhelar algo que jamás iba a tener consigo. Era como anhelar al hombre que estaba almorzando con otra mujer, sabiendo que jamás iba a ser suyo enteramente.

    Tomó un taxi, y volvió a la casa. Llegó a la hora y media, Corina, la ayudó a quitarse el abrigo y se lo agradeció.

    —Iré a recostarme un rato.
    —Está bien señora, ¿quiere que la ayude?
    —No, Corina, muchas gracias, creo que podré sola.
    —De acuerdo entonces, si necesita algo, solamente gríteme.
    —Está bien —le dijo riéndole sutilmente.

    Una vez que se acostó en la cama matrimonial de su lado, lloró en silencio, se quedó profundamente dormida con lágrimas rezagadas en los ojos.

    Se despertó sobresaltada, y al sentarse en la cama, el costado le dio un tirón para avisarle que todavía se sentía resentido del fuerte golpe. Se lo sujetó fuertemente, y apretó los dientes para no proliferar un grito desgarrador. Se bajó de la cama. Y como pudo, caminó hacia fuera de la habitación. Sus zapatos se los había dejado puestos, ya que iban a ser un suplicio a la hora de quitárselos y volverlos a poner.

    Bajó las escaleras de a poco y vio el reloj de pared en la cocina que marcaba las cuatro y media de la tarde.

    —He dormido un montón.
    —Casi justo para la merienda señora.
    —¿Keith ha llegado?
    —No todavía, ¿se encuentra bien?
    —Sí, solo duele el costado.
    —Hora de la pomada, ¿verdad?
    —Sí, iré a ponérmela junto con la venda.
    —De acuerdo, vaya tranquila mientras comienzo a preparar la merienda.
    —Está bien —le dijo sonriéndole y ella correspondió a su sonrisa también.

    Mientras preparaba todo para ponerse la pomada una vez más sobre el golpe morado y luego la venda, Keith llegó a la casa. Preguntó por ella, y subió las escaleras que conducían a las habitaciones, la principal que era la de ellos.

    Estaba terminando de ponerse la pomada, cuando se abre la puerta de la recámara y entra su marido. Entra al vestidor de su parte, y comienza a desvestirse y a ponerse otra ropa.

    Por su parte, ella estira la venda completamente, y comienza a intentar enroscarla alrededor de su torso y cintura, pero le estaba siendo casi imposible hacerlo todo ella misma.

    —¿Keith?
    —¿Qué?
    —¿Te molesta sí me ayudas a vendarme?
    —La verdad es que sí, me da fastidio ser tu enfermero.
    —Lo siento, tendré más cuidado la próxima vez —le dijo apenada y ruborizándose completamente.
    —Eso espero yo también.
    —Gracias.

    Se puso el suéter nuevamente muy despacio, y salió de la habitación. Merendaron tranquilamente, y le comentó que había encargado las tarjetas de su cumpleaños.

    —¿A cuál imprenta fuiste?
    —A la del centro de Beverly Hills, el lunes las tienen, he encargado solamente cien por ahora, porque no sé todavía el listado de tus invitados.
    —Encarga cien más, porque serán doscientos amigos, y el resto es familia.
    —Está bien.

    Cinco horas después, Keith la llamó a su estudio.

    —¿Me llamabas?
    —Sí, cierra la puerta —le dijo y le obedeció.
    —¿Qué pasa?
    —¿Por casualidad has estado aquí?
    —Sí, para ver lo de tu fiesta, busqué unos papeles en blanco y un bolígrafo.
    —¿Y la laptop?
    —Sí, tenía que buscar en Internet algunas cosas.
    —Es la primera y la última vez que entras sin permiso, no quiero que estés aquí, ¿me has entendido perfectamente, Cassandra?
    —Sí, Keith.
    —No quiero más manos tocando cosas ajenas, y si necesitas ver más cosas en Internet, te las arreglas como puedes, pero aquí no entras más mujer.
    —Está bien, lo he entendido, ¿necesitas algo más?
    —No, y ya vete de aquí.
    —Sí.

    A la noche, le dio la lista completa de sus invitados a la fiesta de cumpleaños.

    Un día después, estaban vistiéndose para la cena familiar en la casa de los padres de su marido.

    Una vez que él salió del baño todo duchado, y con una diminuta toalla en su cintura, Cassandra estaba terminando de vendarse toda su cintura nuevamente.

    —¿Has visto que sin ayuda mía has podido vendarte sola?
    —Sí, no ha sido tan difícil —le dijo agachando la cabeza mientras terminaba de ponerle cinta adhesiva al final de la venda.
    —Cambiando de tema, quiero suponer que la fiesta la harás la misma semana que cae mi cumpleaños, ¿verdad?
    —Sí, así es, ya he puesto la fecha exacta en las tarjetas de invitación.
    —Perfecto entonces, a veces se te prende la lamparita —le dijo burlonamente.

    Contéstale, no te quedes callada tonta —se decía ella misma.

    —No todas las personas son tan inteligentes cómo tú.

    ¡Toma eso idiota! —gritó por dentro, Cassandra.

    Simplemente se quedó enmudecido, y no le dijo más nada. Solamente se dedicó a vestirse tranquilamente.

    La joven también comenzó a vestirse cuando terminó de contestarle aquellas palabras de mala manera y ardida por demás.

    Cassandra, se puso un pantalón blanco, con un cinturón rojo y negro, un par de stilettos rojos, una blusa roja, con una especie de faja del mismo color que la blusa, un par de aros cortos, y un bolso en blanco y negro.

    Se peinó, se dejó el pelo suelto, y bien acomodado, después de habérselo secado con el secador de pelo, y por último se perfumó con un spray de frutas. Era de pera con un toque de baya. Sin maquillaje, en lo absoluto, y se puso un abrigo negro encima, para aplacar el frío invernal del exterior.

    Una hora después, ya estaban en la casa de sus padres y hermana. Mientras cenaban, charlaban también. Keith, siempre la dejaba de lado, no le importaba, en cambio su madre y hermana eran un encanto con ella. El problema era que no sabía si lo hacían por obligación en tratarla bien, o porque en verdad lo sentían así.

    —Estoy organizando la fiesta de cumpleaños de Keith, él me lo pidió.
    —¿Has hecho algo ya? —le preguntó su madre.
    —Sí, pregunté en el mismo catering de cuando nos casamos, y ya fui a imprimir las invitaciones, recién el lunes tienen listas las cien, pero mañana seguramente volveré a encargarles cien más.
    —Está bien.
    —¿Quieres que te acompañemos?
    —Yo no tengo ningún problema en que me acompañen, al contrario.
    —¿Ya tienes pensada la temática de su fiesta? —le preguntó su hermana.
    —Su cumpleaños es en invierno, así qué, había pensado en armar todo en ese ambiente, aún así, él me dijo que quería una mascarada.
    —Me gusta —comentaron las dos.
    —A mí me da igual.
    —¿No te gustan las fiestas temáticas? —le preguntó su cuñada.
    —Nunca he ido a una.
    —¿Nunca?
    —Nunca, antes que me olvide, mañana hay un desfile, me invitó una de las esposas de los amigos de Keith, en el hotel Hyatt.
    —¿El de Zuhair Murad? —preguntó Pamela.
    —Sí, ese mismo.
    —Yo no puedo ir, pero ve tú, Pamela.
    —¿A qué hora es?
    —A las seis, me dijo Miriam que me pasaba a buscar.
    —Entonces, voy hasta tu casa y de ahí nos vamos, es más, dile que no te pase a buscar, yo te paso a buscar mañana y de ahí vamos al hotel y listo.
    —Está bien entonces, pero igual mañana vienen conmigo a la imprenta, ¿no?
    —Sí, mañana iremos contigo, querida —le dijo su madre.
     
  7.  
    Autumn May

    Autumn May Entusiasta

    Tauro
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    Drama
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    2406
    Capítulo 4
    Desfile, salida y temor al engaño



    El sábado por la mañana, Cassie llamó a Miriam, para decirle que iría con su cuñada y que se encontraban allí. Estuvo de acuerdo, y luego cortó la llamada. Una vez que terminó de desayunar, subió al cuarto para vestirse, pero antes fue a pasarse nuevamente la pomada, y de paso se tomó la pastilla analgésica.

    Durante la mañana y parte del mediodía se la pasó con su suegra y cuñada. Almorzaron juntas, y la pasó bastante bien. La hacían sentir cómoda entre ellas dos.

    Por la tarde, alrededor de las cinco comenzó a vestirse para el desfile.

    Un conjunto de ropa interior negra de encaje, unas medias de nylon hasta los muslos en color negro también, un vestido corto con flecos en el ruedo en negro y nude, de mangas largas, que intentó subirse el cierre como pudo, pero le fue imposible. Se calzó un par de zapatos nude con dorado, y tomó una cartera color piel y un abrigo negro con cuello de piel. Un par de aros en dorado y negro. Y por último, se maquilló de manera natural, máscara de pestañas, boca con brillo transparente y un delineado por dentro de sus ojos muy finito en negro. Se perfumó con el spray de frutas y salió de la habitación.

    Corina la ayudó a subirse el cierre del vestido, ya que se lo había pedido apenas había bajado de la recámara. Fue hacia el estudio de Keith, y tocó a su puerta antes de entrar. Le dijo que pasara y entró.

    —¿Necesitas algo?
    —Ehm… sí.
    —Habla entonces, no te quedes callada.
    —No sé si luego del desfile tu hermana querrá ir a tomar o a comer algo, y sinceramente me es muy difícil pedirte dinero.
    —Pero me lo has acabado de pedir.
    —Sí, lo siento, pero si seguiría trabajando no te estaría pidiendo dinero.
    —Sabes bien que las mujeres de mi familia no trabajan y ni tampoco lo hacen las mujeres de mis amigos, así qué, tú tampoco volverás a trabajar, te he hecho un beneficio.

    Pero Margot sí trabaja, ¿verdad? —pensó Cassie por dentro.

    —No le veo el beneficio, a mí me perjudicaste —le dijo, él arqueó su negra ceja y se quedó callado.
    —Toma, doscientos dólares, si te sobra me lo devuelves, y espero que así sea, no me gusta que derroches el dinero.

    Nunca me has dado dinero —volvió a pensar.

    —Sí, lo entiendo y gracias.
    —De nada, ahora vete de aquí.

    Cassandra, se fue de allí. Siempre la echaba como una perrita sin hogar. Se puso el abrigo con ayuda de Corina, y pronto la pasó a buscar Pamela. Saludó con un beso en la mejilla a la sirvienta, y una vez que se pusó la cartera en su hombro, salió de la casa, y al bajar las escaleras entró a su precioso auto coupé.

    El desfile había estado fabuloso, los vestidos eran increíbles. Y luego de aquello, se fueron a un restaurante a comer algo. Casssandra no podía dejar de pensar en el nombre de aquella mujer, le intrigaba como pocas veces le intrigaba algo, y tenía miedo de que las sospechas fueran ciertas. La única que posiblemente podía ayudarla en aquel momento, era su cuñada.

    —¿Conoces a Margot?
    —¿Margot Mellian?
    —Sí, esa misma.
    —Pues, era una ex novia de Keith.
    —Está en la lista de los invitados.
    —¿Y qué quieres hacer?
    —¿No invitarla? Sería lo más lógico, ¿no?
    —Keith se disgustará con nosotras.
    —No me pienso aguantar a ninguna de sus ex.
    —¿Y tú cómo sabes de ella? —le preguntó y Cassie, se puso roja de la vergüenza.
    —He hurgado su correo electrónico, sé que hice muy mal, pero su sesión se abrió automáticamente y no pude contenerme, para cuando me arrepentí de todo ya estaba viéndolos almorzar juntos en La Scala Beverly Hills.
    —¿Piensas que te engaña con ella?
    —Creo que ayer lo confirmé.
    —¿Crees que mi hermano es esa clase de hombres?
    —Es un hombre como cualquier otro, por más que sea tu hermano, Pamela, no me quiere, ni siquiera me habla, no puedo culparlo por querer irse con otra mujer.
    —No creo que Keith sea de esos hombres.
    —Compara a Margot, conmigo, y verás muchas diferencias, Pamela.
    —La verdad es que a mí, Margot jamás me gustó para Keith.
    —Margot es muy fina y sofisticada, tiene todo lo que es una verdadera mujer de alta alcurnia, y yo no soy nada, solamente una chica de clase media trabajadora.
    —Eso no tiene nada que ver Cassandra, Colin no se casó porque se le antojó casarse de buenas a primeras.
    —¿Sabes el porqué se casó conmigo? Porque se pensó que iba a ser la típica esposa rica que no acota nada en reuniones y que no se queja por nada, solamente para poder exhibirme como un trofeo delante de los demás, para más nada, siempre me dice lo que tengo que hacer y yo no soy así, no me deja ser la verdadera Cassandra.
    —¿Por qué no se lo dices?
    —Estás loca si piensas que se lo voy a decir.
    —Keith no es un ogro.
    —Pues para mí lo es, y mucho.
    —¿Intentó golpearte o algo?
    —No, no creo que se atreva a tanto.
    —¿Entonces, cuál es el problema?
    —No me trata como una esposa para él, no me quiere como su esposa, esa es la verdad.
    —Plántate frente a él y díselo, no puedes estar así y él tampoco, a ninguno de los dos les hace bien esto.
    —El se acuesta con su ex, él sí está bien.
    —Ay Cassandra, no te hagas ideas de más, puede que te equivoques.
    —Tú y tus padres son las únicas personas que me tratan bien, y para serte sincera, no sé si lo hacen por obligación o porque lo sienten en verdad así.
    —Somos ricos pero no malas personas, Cassie, tenemos un estilo de vida diferente sí, pero no somos frívolos.
    —Tu hermano lo es conmigo.
    —En verdad no sé lo que pasa entre ustedes dos, ni mis papás tampoco, pero no te consideramos de baja calaña, al contrario, nos pareces una chica muy sensata y que si te casaste con él no fue por su dinero sino porque estás enamorada de él, Cassandra.
    —Keith jamás me querrá, esa es la verdad, jamás me aceptará como su esposa, jamás aceptará mi clase social.
    —No pienses en esas cosas Cassie, no te hacen bien, vamos, ánimos, verás que todo se solucionará —le dijo abrazándola por el cuello para reconfortarla.

    Se quedó charlando un poco más con su cuñada, y posteriormente la dejó en la casa alrededor de las once de la noche en punto.

    Una semana después, entre la organización de la fiesta de Keith, y que fue a retirar las invitaciones, se pasaron volando varios días más, y a finales del mes de Enero, paseando su hermana por Rodeo Drive, a unas cuatro calles del centro, vio a su hermano almorzar con su ex novia, en el restaurante La Scala Beverly Hills.

    Entró al lugar como un tornado, y se le puso frente a ellos dos. De brazos cruzados, y levantando y subiendo su pie intranquila. Mató con la mirada a Margot y a su hermano le clavó el puñal, literalmente.

    —¿Qué se supone que estás haciendo aquí? —le preguntó su hermana ardida por demás.
    —No es lo que estás pensando, Pamela.
    —¿Ah, no? ¿Entonces, qué es? Y será mejor que tú te vayas de aquí —le dijo de mala manera a Margot, la cuál ésta se quedó perpleja del asombro.
    —No me trates así, Pam.
    —Pam una mierda, Margot, bastante te tuve que aguantar cuando salías con mi hermano, ahora quiero que te vayas de aquí.
    —Será mejor que me vaya de aquí Keith, nos estamos hablando.
    —Espera un poco Margot, Pamela, no tienes ningún derecho en venir aquí y acusarme de algo.
    —¿Sabe Cassandra que tú estás aquí con tu ex pareja mientras ella se queda encerrada en la casa?
    —No, y será mejor que se mantenga así, ya sabes perfectamente cómo de paranoica se pone esa mujer.
    —¿Y por qué no puede enterarse? Al fin y al cabo tú mismo me acabas de decir que no es lo que parece o, ¿me estoy equivocando querido hermanito? —le preguntó con sarcasmo.
    —Yo me voy de aquí, no permitiré que una mocosa me falte el respeto.
    —El respeto, tú misma te lo estás faltando al aceptar almuerzos de un hombre casado, querida —le dijo enojadísima.

    Margot, se levantó de la silla, tomó su cartera y sin decir más nada, salió disparada del restaurante. Pamela, se sentó frente a él, mirándolo de muy mala manera, y esperando que su hermano le diga algo al respecto de lo que ella había visto.

    —¿Me lo dirás o tendré que sacar mis propias conclusiones? Y te aseguro que no son nada buenas.
    —Eres muy persistente, ¿lo sabías?
    —Supongo que sí, lo sabía, ahora dime y no te vayas de tema, Keith.
    —He ido a almorzar unas cuántas veces con ella, nada más.
    —¿Te acostaste con ella?
    —No.
    —¿Lo harías?
    —Tampoco.
    —¿Por qué? Ya que no quieres a Cassandra, ¿cuál sería el problema de engañarla?
    —Porque no está bien, estoy casado con ella, no puedo engañarla, y para que lo sepas desde ahora, Margot hoy mismo se me insinuó y la he rechazado.
    —¿Te arrepientes?
    —No.
    —¿Por qué no? No quieres a tu esposa, para ti sería una aventura como las que solías tener antes de casarte.
    —No es lo mismo, Pamela, ahora estoy casado.
    —Pero no quieres a Cassandra, y si no la quieres, no le hagas perder el tiempo, pídele el divorcio y todo se habrá acabado, tú sales con Margot, aunque no nos guste, y ella podrá conocer a otro hombre.
    —No me divorciaré de ella.
    —¿Por qué no? Eso que haces está muy mal, Keith, quieres salir con otra mujer, pero no dejas que Cassie sea feliz.
    —¿Cassandra sabe de esto?
    —No, y no se lo contaré si eso te preocupa.
    —Prefiero que no lo sepa.
    —¿Por qué se pondrá paranoica?
    —No, jamás se puso paranoica, no puedo quejarme en lo absoluto, jamás se me quejó, y ni tampoco me hizo desaires frente a los demás.
    —Me lo suponía, no es de esas chicas que se viven quejando por algo que no les gusta en lo absoluto, solamente creo que a ti no te gusta que Cassandra sea de clase media trabajadora, eso es todo, lo que no entiendo es porqué te molesta tanto que lo sea.
    —Ya sabes, el que dirán.
    —¿El qué dirán? ¿Keith, me estás bromeando? Desde que contrajiste matrimonio con ella que todo el mundo sabe que ella era de una clase social media trabajadora, tú eres el único que se queja por saber que Cassandra no es rica como tú, te refugias en una mujer como Margot que te ha hecho muchísimo daño, tanto sentimental como económicamente, y sigues viéndola, eres un cobarde por no ponerte los pantalones como te corresponde, Cassie cree que jamás la aceptarás por ser de clase media, eso me lo dijo la noche del desfile.
    —Su familia es una pedigüeña e interesada.
    —Su familia, ella no.
    —Me pidió dinero para ir el sábado a comer contigo, si es que iban después del desfile a comer o beber algo.
    —¿Tú le has abierto una cuenta bancaria?
    —No.
    —Ahí tienes entonces, ¿qué piensas hacer al respecto de todo esto, Keith?
    —No lo sé Pam, tengo miedo.
    —¿De qué?
    —De que me quiera solamente por el dinero.
    —Se casó contigo por algo, ¿no te lo has puesto a pensar?
    —Le hice firmar un contrato pre-nupcial, ella estuvo de acuerdo.
    —Con más razón entonces, ponte a pensar Keith, piensa porqué aún cuando haya firmado el contrato quiso casarse contigo, no es tan difícil, hermano.
    —¿Tú crees? ¿Tú crees que, Cassandra se casó conmigo porque me quiere?
    —¿Si no por qué otra cosa se habría casado contigo? Cassandra tiene todas las de perder, si se pelea contigo, vuelve como estaba antes de que te casaras con ella, ¿o no?
    —Sí, claro.
    —Pues entonces ahí mismo tienes la respuesta tan ansiada por ti, Cassandra se casó contigo porque te ama, es así de sencillo, sin vueltas, a propósito, invítame a almorzar mientras que charlamos de ti y Cassandra.
    —¿Quieres que te invite a almorzar?
    —Así es, a tu hermana, madre, y esposa puedes invitarlas a almorzar, pero no a tu ex pareja.
    —Eres terrible, Pamela.
    —Así y todo me quieres.

    Ella almorzó mientras charlaban sobre él y su cuñada. Keith le contó a su hermana, lo que Corina, le contó sobre lo que le hizo el suegro a su hija cuando no quiso darle dinero para pagar unas deudas de juegos de azar.

    ***​

    Un día de la semana siguiente, Cassandra necesitaba decirle algo a Keith, algo que no quería postergarlo por más tiempo del necesario, ya que ni él iba a ceder, y ella tampoco iba a aguantar sus aventuras con Margot.

    —¿Puedo pasar? —le preguntó después de golpear a la puerta de su despacho.
    —Sí, dime.
    —Necesito hablar contigo de algo.
    —¿De qué me quieres hablar? Siéntate frente a mí —le respondió y ella se sentó.
    —Lo he venido pensando desde hace mucho tiempo atrás, y si bien lo estuve postergando, no creo que se pueda extender más.
    —¿De qué me estás hablando, Cassandra?
    —Quiero el divorcio —le dijo de una sola vez, sin vueltas, y él le arqueó una de sus cejas bien negras.
    —¿Estás segura? ¿Por qué no lo piensas mejor?
    —Sí, estoy muy segura, no tengo porqué pensarlo tanto.
    —Si te divorcias de mí, pierdes todo, no te daré nada de dinero, recuerdas lo que firmaste antes de casarte conmigo, ¿verdad?
    —Sí, me acuerdo muy bien lo que he firmado, y no me importa nada, no me importa volver a estar como antes, por lo menos ocupaba mi tiempo en algo, aquí no me siento cómoda, y me aburro constantemente.
    —Prefiero que esperemos luego de mi fiesta de cumpleaños, ¿puede ser?
    —Está bien, no hay problema con eso.
    —Perfecto entonces.
    —Solo que no quiero posponerlo tanto, eso es todo, en lo posible un par de días después de tu fiesta, me gustaría, si es que tienes un poco de tiempo para mí, charlar todo, para poder comenzar a tramitar el divorcio.
    —Está bien.
    —Bueno, te dejaré tranquilo con lo que estabas siguiendo, hasta luego.
     
  8.  
    Autumn May

    Autumn May Entusiasta

    Tauro
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    18 Abril 2013
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    Amor se paga con Amor
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    37
     
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    Capítulo 5
    Cena en familia, y conversación inesperada



    Los días iban pasando, y con los mismos, la organización de su fiesta de cumpleaños. Keith no había visto nada de la decoración, ni de ninguna otra cosa más. Las invitaciones ya se habían mandado con anticipación. Y solo restaba esperar el día de su cumpleaños.

    El día de su cumpleaños llegó y consigo un día tormentoso y con mucha nieve, especial para un rico chocolate caliente frente a la chimenea de leña natural. Había caído de jueves su día, y el fin de semana se realizaría la fiesta.

    Corina, estaba preparando chocolate caliente, y Cassandra fue a golpearle la puerta de su estudio por si quería una taza de chocolate caliente.

    —Pasa.
    —Perdón, quería saber, ¿si querías una taza de chocolate caliente?
    —De acuerdo, ¿porqué no?
    —Está bien, enseguida te la traigo.
    —Bueno —le dijo, y volvió a cerrar la puerta de su despacho.

    Un rato después, Cassandra, volvió a golpearle la puerta. Le dijo que pasara, y así lo hizo. Le dejó en una bandeja tamaño mediana, una taza de humeante chocolate, y unas galletitas dulces caseras, junto con una servilleta de tela.

    Keith tomó una galleta del plato, y se llevó una entera a la boca. La masticó varias veces y luego la tragó.

    —¿Quién las hizo?
    —Yo —le dijo en un susurro ininteligible.
    —¿Quién?
    —Yo —le volvió a decir con voz más alta.
    —Están riquísimas —le dijo y ella lo miró perpleja.
    —Gracias.
    —De nada.
    —Te dejaré tranquilo.
    —De acuerdo, no te olvides de la cena de ésta noche.
    —No lo haré —continuó diciéndole y salió de su estudio cerrando la puerta a sus espaldas.

    Un tiempo más tarde, la joven mujer volvió a entrar al despacho.

    —Lo siento por la interrupción, feliz cumpleaños —le expresó apoyando una pequeña caja con un envoltorio de regalo sobre su escritorio.
    —Muchas gracias, Cassandra.
    —De nada, Keith, ahora sí, volveré a lo que estaba haciendo.
    —Quédate, abriré el regalo.
    —Está bien —le dijo y él comenzó a abrir el regalo.
    —¿Cartier?
    —Sí.
    —¿Gemelos?
    —Sí, con tus iniciales.
    —Ya los veo, ¿por qué?
    —Porque es tu cumpleaños.
    —Sí, pero seguramente te costaron una fortuna.
    —Una pequeña fortuna, no he sacado nada de tu dinero, si a eso te refieres, tenía guardado algo de dinero, bastante, y preferí reservarlo para tu regalo.
    —No te entiendo realmente, primero, días atrás me pides el divorcio, y ahora, ¿me regalas esto?
    —No quiero que cambie nada entre nosotros, Keith, tu cumpleaños y lo que te he regalado no hace la diferencia en lo absoluto.
    —¿Por qué no? —le preguntó, y la dejó boquiabierta.

    Antes de poder contestarle, sonó el teléfono, y de inmediato atendió. Cassandra, aprovechó en salir de allí y cerrar la puerta detrás de ella. Por la noche, luego de estar metido casi toda la tarde en su despacho, atendiendo mitad la empresa desde su casa y mitad las llamadas telefónicas, mensajes de texto, correos electrónicos, y mensajes instantáneos por su cumpleaños, era momento de vestirse para la cena en uno de los restaurantes más finos de Beverly Hills, llamado Villa Blanca.

    La joven, cuando pudo, sin ser vista por su marido, investigó cómo se vería el restaurante por dentro, lo que había visto desbordaba opulencia. Solamente iban a estar sus padres y hermana. Era una cena muy íntima nada más. La prefería, antes que saber que iría a estar la tal Margot.

    Salió del despacho, mientras que Keith se daba una ducha, y de inmediato subió las escaleras para entrar al dormitorio. Sin decirse nada, apenas él salió del baño, ella tomó sus cosas y entró a ducharse también.

    Él se había elegido un traje negro, y camisa gris oscura, sin corbata. Medias negras y zapatos gris topo. Se veía por demás masculino el muy cretino. Era ya de por sí muy masculino, y las demás mujeres se lo comían con los ojos.

    Se puso un poco de gel en su pelo para despeinárselo más y por último se puso perfume. Se colocó los gemelos que le había regalado y a continuación el reloj pulsera en su muñeca izquierda. Tomó un abrigo de pana gruesa en color negro con grandes y anchas solapas, y se lo puso encima, junto con una bufanda negra, gris oscura y gris más clara también. En todo lo que duró su vestir, Cassandra, quién ya había salido de la ducha y tenía aún la bata puesta, se lo quedó mirando embobada. Pero antes que se diera cuenta de aquello, decidió comenzar a vestirse también.

    Eligió la ropa interior, en un conjunto gris perla de seda, sin encajes y cubierto.

    Un pantalón con su chaqueta a juego, en color gris perla también, ajustada al cuerpo la chaqueta y el pantalón algo suelto, la chaqueta tenía dos ganchos por delante. El escote, dejaba ver con sutileza el satén del sostén. Un par de zapatos con plataformas y taco aguja plateados, un collar dorado, junto con un anillo dorado también y combinado, se eligió una cartera chica de mano dorada también en imitación cocodrilo. Un par de aros en celeste grisáceo con piedritas incrustadas. Y más nada. Se secó el pelo con el secador una vez que terminó de cepillárselo. Se lo dejó suelto, pero se colocó una hebilla para tenerlo mitad suelto y mitad recogido. Se maquilló muy natural, solamente un poco de brillo transparente, un delineado delicado y bien finito por dentro de los ojos en negro, y mucha máscara de pestañas. Por último se perfumó con el desodorante de frutas, y para no sentir frío, se eligió un abrigo de pana gris oscura y piel ecológica alrededor del cuello.

    Alrededor de las ocho y algo de la noche llegaron al restaurante. Era más fino y sofisticado de lo que se veía por Internet, y se quedó a mitad de camino al ver lo que ya se veía por fuera, lo que tenía por dentro.

    —¿Entrarás conmigo? —le preguntó y ella se ruborizó por completo.
    —Sí, lo siento —le dijo y ambos entraron al hall del establecimiento.
    —Buenas noches, ¿tienen mesa?
    —Buenas noches —le contestaron ambos.
    —Sí, una reserva a nombre de Keith Astrof —le dijo él.
    —Por aquí por favor, ya han llegado tres personas, había reservado en la parte privada del lugar.
    —Así es —le dijo escuetamente a la chica.

    Antes de llegar al sector privado y alejado de los demás comensales, una voz de mujer interrumpió su caminata al lugar que Keith había reservado.

    Él se dio vuelta, y su esposa también. Para volver a ver a Margot y sus curvas peligrosas.

    —Feliz cumpleaños, Keith.
    —Muchas gracias —le dijo.
    —De nada, ¿vienes a festejarlo?
    —Sí, una simple cena familiar.
    —El sábado es la gran fiesta, ¿verdad?
    —Sí, creo que ya conoces a mi esposa, Cassandra.
    —Encantada —le dijo por amabilidad extendiendo la mano, pero Margot jamás se la estrechó.
    —Yo he venido con unas amigas a cenar —le siguió la conversación sin parar un segundo para verla y saludarla.
    —Si nos disculpas, estamos atrasados en la cena.
    —Oh, sí, de acuerdo, no hay problema, nos vemos pronto, hasta luego.
    —Hasta luego —ambos le dijeron.

    Detrás de una gran cortina blanca y dorada, estaban sus padres y su hermana. Los saludaron y a él le dijeron nuevamente feliz cumpleaños. Le entregaron los regalos, y luego se sentaron en las sillas correspondientes. Él a la cabecera de la mesa, y la joven mujer frente a su cuñada y al lado tenía a su suegra.

    Transcurrida la cena, Pamela veía a Cassandra, con cara rara. Le preguntó entre dientes qué le pasaba, pero ella le negó con la cabeza para que dejara de preguntarle delante de sus padres y menos delante de su hermano.

    Cassie, giró la cabeza en dirección a Keith, y vio que la estaba mirando, apenas le sonrió sutilmente, y él le sonrió en retribución. Su hermana, luego le preguntó qué había decidido ponerse para el sábado.

    —Todavía no lo sé, veré luego.
    —¿Acaso no te has comprado nada todavía?
    —No, por eso te digo que luego veré qué me pondré.
    —Ese vestido que vimos en el desfile era precioso.
    —¿Cuál de todos? —le preguntó porque en verdad le habían encantado todos.
    —Ese plateado con tul.
    —Ese era increíble.
    —Te quedaría perfecto.
    —Demasiado caro, nada caro va conmigo.
    —Ay por favor no empieces otra vez, Cassandra.
    —Es lo que pienso —le dijo levantando los hombros en señal de indiferencia.
    —¿Y le has regalado algo a Keith?
    —Sí, un par de gemelos, los tiene puestos.
    —Keith, déjame ver tus gemelos, por favor —le pidió su hermana—, son hermosos, y muy sencillos —le dijo mientras los miraba.
    —Lo son.
    —Y como buen marido que estoy segura que eres, tendrías que darle un beso —le dijo Pamela a él, clavando sus ojos en los de ella.
    —Frente a mis padres y tú, no me es cómodo darle besos.
    —Y a mí menos —le respondió de repente.
    —Oh, vamos, en su casamiento tuvieron que darse varios besos frente a todos los demás invitados, un besito ahora no pasa nada, estamos en familia, somos tres personas junto con ustedes dos nada más —les dijo su hermana, y él se levantó de la silla para acercarse a su esposa.
    —Será mejor que nos demos un beso, si no, tendremos a mi hermana atosigándonos durante toda la noche hasta irnos de aquí.
    —No te excedas —le dijo entre dientes, y en cuanto se había dado cuenta ya le daba el beso en sus labios.

    A la hora de su pastel de cumpleaños, le cantaron el feliz cumpleaños, y ella volvió a darle un beso en sus labios.

    Un tiempo más tarde, salieron del restaurante alrededor de las diez de la noche. En la puerta del restaurante, volvieron a encontrarse a Margot, al parecer, esperando un taxi.

    —Hola, Allison.
    —Buenas noches, Margot —le dijo seria, la madre de Colin.
    —Hola, Sean.
    —Buenas noches —le contestó escuetamente su padre a ella.
    —¿Qué haces aquí, Margot? —le preguntó Pamela.
    —Vine a cenar con unas amigas.
    —Oh, qué casualidad, que en el mismo restaurante que estamos nosotros, ¿no? —le dijo sarcásticamente y Cassandra, la miró sorprendida por la audacia que tuvo en decirle aquellas palabras.
    —Decidieron venir aquí, ¿qué otra cosa podía haber hecho? ¿Ya se van?
    —Sí —le dijo Keith.
    —Nosotros ya nos vamos, Keith —le dijo su madre—, nos vemos el sábado —le dijo saludándolo con un beso en su mejilla.
    —Nos vemos pronto, mamá.
    —Cualquier cosa, si necesitas algo para el sábado, nada más tienes que llamarme, ¿de acuerdo, Cassandra? —le dijo apenas terminó de saludarla.
    —Sí, Allison, y gracias.
    —De nada.

    Su padre, la saludó apenas terminó con su hijo, y luego le siguió su hermana menor.

    —Nosotros nos vamos a tomar algo por ahí —les dijo Keith y su esposa arqueó su ceja de forma sorpresiva.
    —Hacen bien, unas copas de más, quién sabe donde terminan —les dijo Pamela, y su cuñada se puso roja de la vergüenza.
    —¿Podrías llevarme hasta mi casa? —le preguntó Margot a Keith.
    —¿Acaso no pediste un taxi?
    —Sí, pero no ha venido todavía.
    —Nosotros nos vamos para otro lado, no queda de paso tu casa —le dijo él sin vueltas.
    —Pero…
    —Pero nada Margot, espera tu taxi, siempre llegan, algunas veces tarde pero llegan igualmente —le dijo y al instante se estaba estacionando uno de ellos—, justo que hablamos de un taxi, ahí lo tienes —le dijo, y a Cassie la sujetó del codo, para hacerle bajar los dos escalones bajos de la entrada principal y caminar hacia el auto.

    Entraron a su auto, se pusieron el cinturón de seguridad, y encendió el motor.

    Condujo hasta un bar en donde se servían cócteles, y aperitivos, junto con comida para acompañar las diferentes bebidas alcohólicas.

    El lugar se llamaba Nic’s Beverly Hills. Estacionó sobre el cordón de la vereda. Se bajaron del auto, y entraron al establecimiento. Se sentaron apenas encontraron un rincón alejado. Había pocas personas, ella supuso porque era día de semana y tarde también. Era muy colorido, le gustaba y mucho. La chica les trajo las cartas y decidieron al momento qué beber. Él, una caipirinhia, y ella, volvió a pedir el mismo trago que había pedido en Spago, un martini de manzana verde.

    —Es lindo, colorido, me gusta.
    —¿Más cómoda que en Villa Blanca?
    —Sí —le dijo poniéndose toda colorada.
    —Tienes que saber que en donde me manejo, esto es así, habrá muchos lugares que desbordan riquezas, pero no por ver tantas de esas cosas te tienes que sentir menos que otras personas —le dijo y ella se sorprendió.
    —Tú me haces sentir así —le dijo porque no pudo contenerse más.
    —Lo sé, ¿sigues con la idea del divorcio?
    —Sí, y creí que querías hablar de eso, luego de tu fiesta de cumpleaños.
    —Hoy, el domingo o el lunes, es lo mismo, ¿por qué?
    —¿Por qué, qué?
    —¿Por qué tienes ganas de divorciarte?
    —¿No es obvio? ¿O quieres que te enumere las de cosas que veo y me callo?
    —Si te divorcias, nada te corresponderá, ya te lo aclaré antes.
    —No es el dinero, Keith, aquí estamos hablando de tú y yo, somos incompatibles, tú no te despegarás de tus modales, y yo tampoco, tú no aceptarás nunca la manera en cómo soy, y sabes muy bien a lo que me estoy refiriendo, no necesitas que te lo diga.

    La mesera volvió con sus tragos, y algo de comida, y se retiró nuevamente. Ellos volvieron a la charla interrumpida anteriormente.

    —Creo que estás equivocada.
    —¿En qué estoy equivocada si es que puedo saberlo?
    —En todo.
    —¿En qué? Sé más específico, por favor. Porque yo sí sé las de cosas enumeradas que tengo con respecto a ti, y no te gustarán en lo absoluto, te casaste conmigo porque creíste que no iba a decir nada, solamente acompañarte a eventos sociales sin hablar y sin quejarme de nada, te casaste conmigo porque mi padre te comentó lo que era, alguien callada y sin buscar problemas de ningún tipo, resumiendo, querías un trofeo, algo inanimado que te acompañe a todas partes, y yo no soy así, lo lamento pero no soy de callarme y no hacer cosas, me siento una inútil sin hacer nada, no quiero eso para mí, no me siento cómoda, no soy feliz, no me dejas hacer nada y si lo hago te enojas conmigo, no sé quedarme quieta esperando a que pasen las horas.
    —Y yo no quiero que trabajes, no está bien eso, si me casé es porque quiero mantener a mi esposa.
    —No, Keith, querías un trofeo para exhibirlo, nada más que eso querías tú.
    —No, no entiendes.
    —Sí, lo entiendo, tú escúchame a mi primero, no quiero que me interrumpas, no quiero desaires, porque tus desaires, malas contestaciones e indirectas me afectan, tus padres y hermana me tratan muy bien, pero tú, no, jamás aceptarás mi clase media trabajadora, jamás lo harás, y yo no quiero vivir así, no quiero hacer algo y dudar si luego me gritarás o terminarás golpeándome, ¿algunas vez te pusiste en mi lugar y pensaste por un momento de la manera en cómo me sentía cada vez que hacia algo y estaba a la expectativa por si en algún momento me gritabas o te enfurecías conmigo? No estoy tranquila, me siento incómoda e insegura.
    —No tienes porqué sentirte así.
    —Habla el hombre que me hace sentir así cada vez que vuelve del trabajo o se queda dentro de su casa —le confesó y este se quedó perplejo del asombro.
    —¿Acaso tienes miedo que te llegue a golpear?
    —No creo que seas el primero en que golpee a su esposa, pero sí, de eso tengo miedo, cada vez que a tu parecer hago algo mal, es un grito más que me aguanto y es un miedo más esperando el golpe.
    —Jamás te golpearía, Cassandra, jamás caería tan bajo como tu padre —le dijo sujetando la mano de la joven que tenía sobre la mesa y ella, la sacó de inmediato de su contacto.
    —Es cuento viejo el que me golpee, ya estoy acostumbrada a sus golpes, siempre lo ha hecho, cada vez que no quería darle dinero ahorrado mío para pagar sus deudas de juego de azar.
    —¿Y tu madre?
    —Mamá me curaba las heridas, ¿por qué Corina te lo contó? Le había pedido por favor que no lo hiciera.
    —Porque no te vio bien.
    —Tú tampoco me veías bien, sin embargo no te importó.
    —Te llevé al hospital.
    —Hablo en general.
    —¿Tenías buena paga en el trabajo que tenías? —le preguntó queriendo saber y queriendo sacar un tema de conversación.
    —Sí, podía mantener a mi familia y solventar gastos propios, sé que el sueldo de mi papá es realmente bueno, pero si sigue jugando no habrá dinero que le alcance para pagar sus deudas de juego y no es la primera vez que me pide, y yo me le niego, lo peor de todo era que sacaba a escondidas, mi dinero ahorrado para pagarlas, mamá es ama de casa, y mis dos hermanos, la más grande está desempleada, y el más chico recién comienza jardín de infantes.
    —Demasiado chico.
    —Así es —le dijo bebiendo un sorbo de su martini de manzana verde.
    —Algo sabía sobre tu familia, pero no tanto como ahora me lo cuentas.
    —Pues ya lo sabes ahora, y las diferencias entre tu familia y la mía, y entre nosotros dos son abismales, no encajamos —le dijo y ambos bebieron un sorbo de sus bebidas alcohólicas, y se quedaron muy callados.
    —¿Quieres irte ya?
    —Sí tú quieres sí.
    —Prefiero quedarme más tiempo.
    —Está bien entonces.
    —Dijiste que tu hermana está desempleada.
    —Sí.
    —¿Sabe hacer algo?
    —Trabajaba como secretaria en un estudio jurídico.
    —¿Por qué renunció? Hay buen sueldo en esos lugares.
    —Lo sé, y no renunció, la echaron.
    —¿Por qué?
    —No lo sé.
    —¿Quieres que la tenga a prueba por un mes?
    —Haz lo que a ti te parezca.
    —Es tu hermana.
    —Es tu empresa, ¿y por qué habrías de ayudar a mi familia? Casi ni los conoces.
    —Conozco a tu padre, no da problemas, eso está fuera de discusión, lo que no veo bien y no me gusta es que golpee a su hija, y le pida dinero, le pago bastante bien como para pedirte dinero.
    —Ni siquiera sabes la cantidad de dinero que adeuda.
    —Pero me lo puedo imaginar.
    —No, no te lo imaginas en lo absoluto, es una cifra de cuatro ceros, cifra que la juntaba en casi cinco meses.
    —¿Cuánto ganabas?
    —Dos mil dólares al mes.
    —Tu padre debe diez mil dólares entonces —le dijo rotundamente y ella se ruborizó por completo de la vergüenza ajena que le daba frente a él.
    —Sí —le dijo agachando la mirada a la copa de martini.
    —Oye, no tienes porqué avergonzarte tú de las cosas que él hace, Cassandra.
    —Pero es mi padre.
    —Aún así, a él le tendría que dar vergüenza pedirle dinero a su hija para pagar deudas de juego, y sobretodo le tendría que dar vergüenza el golpear a su hija porque ella se negó a darle el dinero.
    —Supongo que sí, Keith.
    —Hagamos una cosa, llama mañana sin falta a tu hermana, y dile que quiero que se presente el lunes a las diez de la mañana en la empresa, ¿puede ser?
    —El lunes quiero hablar sobre nuestro divorcio y tampoco quiero mezclar las cosas.
    —No las vas a mezclar, simplemente, si tu hermana está de acuerdo, será una empleada más de la empresa, ¿de acuerdo?
    —De acuerdo, y gracias desde ya.
    —Ella me lo va a tener que agradecer a mí y no tú por ella, Cassandra.
    —Lo sé, pero aún así, no tienes porqué emplear a alguien de mi familia, sé que está mi padre en tu empresa, pero eso era algo que fue mucho antes de habernos conocido.
    —No importa, haz eso y luego veremos como va ella.
    —Está bien.
    —Y sobre nuestro divorcio, lo podemos hablar el mismo lunes, o el domingo, si tú quieres.

    Entre los tragos de ambos, la comida que les habían traído y la charla un tanto amena, que era la primera que tenía con él tan fluida, se hizo la una y media de la madrugada. Keith, pagó la cuenta, le dejó propina a la chica, y se levantaron de los asientos. Ella, volvió a ponerse el abrigo de pana y piel en el cuello, se lo abrochó, y se ató el cinturón a la cintura. Él, hizo lo mismo, y luego salieron del bar. Volvieron a su casa alrededor de las dos de la mañana.

    El viernes a la mañana temprano, la joven, llamó a la casa de sus padres. Atendió su hermana mayor, y le comentó sobre el trabajo que le había ofrecido Keith. Una vez que cortó la llamada, volvió al comedor para terminar de desayunar.

    —¿Y bien?
    —Dijo que irá el lunes a la diez allí.
    —Excelente, solo te aclaro, la mantendré un mes a prueba, sin goce de sueldo, si veo que no presta atención y me da problemas, como la metí, la saco definitivamente de la empresa.
    —Sí, no tienes que explicarme lo que harás con ella, es mi hermana, pero es tu empresa, haces y deshaces lo que a ti te venga en gana, Keith.
    —Perfecto entonces.

    Terminó de desayunar, y él se fue a la empresa, ella se quedó acomodando las cosas junto con Corina.

    Mientras Cassie se vestía, Keith aprovechó en llamar a su hermana.

    —Hola, Pam, ¿cómo estás?
    —Hola, Keith, todo bien, ¿y tú?
    —Todo bien también, recién salgo de casa para el trabajo.
    —¿Cómo la pasaron anoche después de la cena?
    —Sinceramente no lo sé, hemos charlado mucho, lo cierto es que Cassandra sigue con el tema del divorcio.
    —¿En serio?
    —Sí, en serio, en fin, solo te llamaba para decirte si puedes ir con ella a Rodeo, y asegúrate que se compre un vestido para mañana a la noche.
    —¿Le sugeriste ir de compras conmigo o ella te lo pidió?
    —Yo no se lo sugerí, y ella menos abrirá la boca para comentarme que quiere ir de compras, sabes bien cómo es Cassandra.
    —Tú, de un principio le prohibiste que comprara cosas.
    —Qué directa.
    —Es la verdad y no lo puedes negar.
    —Y no te lo negaré.
    —Esto que haces ahora, ¿por qué es?
    —Porque no quiero divorciarme de ella.
    —Al fin lo dices hermano, de acuerdo, iré a tu casa y la sacaré de compras y me aseguraré que se lleve consigo un bonito vestido.
    —Perfecto entonces, nos vemos pronto.
    —Nos vemos hermano, besos.
    —Besos a ti también, Pame.

    Ambos cortaron la llamada, y él aceleró la marcha para irse a la empresa familiar.
     
  9.  
    Autumn May

    Autumn May Entusiasta

    Tauro
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    18 Abril 2013
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    Amor se paga con Amor
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    Capítulo 6
    Día de chicas, vestido soñado

    Tocaron el timbre a la hora en que Keith se había ido, y ella abrió la puerta principal. Era su cuñada.

    —Hola, Cassie ¿cómo estás?
    —Hola, Pam, bien ¿y tú?
    —Bien también ¿estás ocupada?
    —No.
    —Hola, Cori ¿cómo estás?
    —Hola, señorita Astrof, bien ¿y usted?
    —Bien también —le dijo y Corina volvió a la cocina— ¿vamos de compras?
    —No lo creo, ve tú sola.
    —Por favor, necesito vestido nuevo para mañana, por favor, dime que sí.
    —Sabes bien que no me gustan las compras, y menos gastar dinero que no es mío.
    —Acompáñame ¿sí?
    —¿Esto es obra de tu hermano?
    —No, para nada —le mintió y Cassandra entrecerró los ojos para escrutarla más y mejor.
    —De acuerdo, iré contigo, espérame que busco el abrigo y una cartera.
    —Está bien.

    Mientras su cuñada subía las escaleras, Pamela, aprovechó en mandarle un mensaje a su hermano.

    Vendrá conmigo.
    Muy bien.
    Pero hay un pequeño problema ¿cómo la persuado para que se compre el vestido?
    Anoche escuché de su boca que le gustaba uno plateado.
    Sí, el que vio en el desfile del diseñador Zuhair Murad.
    Fíjate una de sus tiendas.
    En Rodeo no hay ninguna tienda suya.
    ¿Entonces en dónde?
    La única tienda de aquí que tiene su ropa es Neiman Marcus.
    Entonces vayan ahí y fíjate cómo convencerla de que se lo compre.
    Yo si sería tú, se lo compraría yo. Creo que ese detalle significará algo para ella, si tú se lo compras por ella, y te digo más, Cassandra no se comprará nada, y lo sabes bien a eso mismo hermano.
    Creo que tienes toda la razón, entonces, ve a pasear con ella, y yo me encargaré del vestido suyo.
    Me parece una buena idea, besos.
    Besos.

    —Lista.
    —Muy bien ¿nos vamos entonces?
    —De acuerdo, Pame.

    Cassandra, se abrigó bien, y saludaron a Corina de un beso en su mejilla, y ambas salieron de la casa.

    Corina, les dijo que se divirtieran mucho, y ella cerró la puerta a sus espaldas.

    Llegaron a Rodeo a la media hora de haber salido de la casa. Miraron vidrieras, hasta llegar a la tienda Neiman Marcus, entraron y las atendió una dependienta.

    —Buenos días —les dijo.
    —Buenos días —le dijeron ambas al mismo tiempo.
    —¿Las puedo ayudar en algo?
    —Quería ver vestidos de noche —le dijo Pamela.
    —Por aquí entonces —le dijo y ambas la siguieron—, toda ésta sección son de vestidos de noche, puedes elegir el que quieras y probártelo.
    —Estaba buscando alguno de la marca Theia.
    —Aquí entonces —le contestó y le desplegó una parte del perchero enorme que tenía la tienda, con varios modelos de aquel diseñador.
    —¿Crees que blanco quedará bien? —le preguntó a Cassie.
    —Yo creo que sí, no es un casamiento, y será ambientado a lo invernal, quedarás como una reina, y si te gusta el color, pruébatelo si quieres.
    —Este me gusta, es muy sencillo, pero muy bonito.
    —Lo es, es precioso, pruébatelo, anda.
    —De acuerdo, iré a probármelo —le dijo y la señorita que atendía la llevó a los vestidores.

    Una vez metida allí dentro, la joven mujer chusmeaba algunos vestidos también. Y mientras tanto, Pamela, le mandaba un mensaje a Keith.

    No hay nada de Zuhair Murad en Neiman Marcus.
    Haz que te digan en dónde puedo conseguir su ropa, por favor.
    De acuerdo hermano.

    Apenas se lo terminó de probar, salió del probador para dejárselo ver puesto.

    —Es hermoso, y te queda perfecto al cuerpo —le dijo Cassie, tocándolo—, la tela es preciosa.
    —Organza pura.
    —Preciosa ¿te gusta cómo te queda?
    —Sí, mucho, creo que me llevaré éste.
    —De acuerdo, señorita ¿en efectivo o con tarjeta?
    —Con tarjeta.
    —Muy bien.

    Dejó que se cambiara de ropa tranquilamente, y su cuñada la esperó dentro de la tienda, le pasó el vestido y se lo llevó a la chica que las había atendido. Ella se encargó de envolverlo prolijamente bien, y meterlo dentro de una caja con papel de seda, y luego lo puso dentro de una bolsa con el nombre de la tienda.

    Pamela, llegó al mostrador y sacó su tarjeta de crédito, una Black. Y cuando la muchacha vio el precio en la caja registradora, se horrorizó.

    —¿En dos cuotas, o en tres?
    —En dos cuotas.
    —Muy bien —le dijo.

    Hizo todo el proceso, ella luego firmó, y puso sus datos personales. Salieron de allí a los cinco minutos más o menos.

    Mientras caminaban por las calles de Rodeo Drive, Pamela, volvió a mandarle un mensaje a su hermano.

    Acabamos de salir de Neiman Marcus.
    Ok.
    Vamos a almorzar por ahí, Cassie no lo sabe todavía, ahora se lo diré.
    Está bien.
    ¿Te quieres unir al almuerzo?
    De acuerdo ¿en dónde van a estar?
    La Salsa.
    Ok, calculo que en unos veinte minutos estaré por ahí.
    Genial. ¡Te esperamos!  <3.

    De acuerdo hermana, nos vemos luego.

    —¿Con quién hablas?
    —Una compañera de La Universidad —le volvió a mentir.
    —Ah, está bien.
    —¿Vamos a almorzar?
    —Tendría que volver, de seguro Keith querrá que esté ya en la casa.
    —Por favor, vayamos a comer algo.
    —Está bien.
    —¿Has probado la comida mexicana alguna vez?
    —No.
    —Te encantará, tengo ganas de comer tacos, los hay picantes y suaves, pero prefiero los suaves, los picantes queman mucho la boca y lengua.
    —De seguro que sí —le respondió mientras ella se abrazaba a su brazo e iban caminando hacia el restaurante mexicano.

    Se sentaron apenas entraron, y les dieron una mesa para cuatro personas, ya que no había disponibilidad para las que estaba de a dos sillas.

    Vieron el menú, y mientras decidían qué pedir para comer, alguien más se sentó al lado de Cassandra.

    Se lo quedó mirando perpleja del asombro, y él le sonrió.

    —Al fin llegas, pensándolo mejor, yo creo que me iré, tengo cosas que hacer —les dijo Pamela y se levantó de la silla.
    —No, por favor, no te vayas —le dijo su cuñada en súplica.
    —Tranquila, mi hermano no te morderá, a no ser que eso es lo que estás buscando de él, nos vemos mañana, Cassie —le contestó, con una enorme sonrisa.
    —Nos vemos mañana, Pame, saludos a tus papás.
    —Se los daré de tu parte —le dijo dándole un beso en la mejilla y otro beso a su hermano en su mejilla también.

    Ella salió del restaurante junto con su bolsa, y ellos dos se quedaron completamente solos.

    —Hola.
    —Hola —le dijo muy tímida.
    —¿Cómo estás?
    —Bien ¿y tú?
    —Bien también.
    —Supongo que Pamela te avisó en dónde estábamos ¿verdad?
    —Verdad.
    —Creí que irías para la casa.
    —No, Pame me mandó un mensaje y me dijo que iban a almorzar, y decidí venir para aquí ¿sorprendida?
    —Sí, bastante.
    —¿Te compraste algo?
    —No, nada, tengo que comprar los antifaces, digo, si es que quieres que te elija uno a ti también, a no ser que ya tengas el tuyo comprado desde hace rato.
    —No, no lo tengo comprado, luego de almorzar podemos ir a comprarlos juntos ¿te parece bien eso o no?
    —Eso creo, tú tienes que volver a la empresa igual.
    —Puedo ausentarme un par de horas, luego tengo que volver para una reunión con el tesorero y la administración.
    —Está bien.
    —¿Qué pedirás?
    —Tacos suaves.
    —Me uno también yo a los tacos suaves.
    —Está bien —le respondió y él le hizo señas a la chica que las estaba atendiendo a su hermana y a ella.
    —¿Ya han decidido qué comerán?
    —Sí, ocho tacos con carne suave, y para beber dos gaseosas.
    —Muy bien, enseguida llegan —le dijo a él tomando las cartas del menú en su mano.
    —Gracias —le contestaron ambos.
    —¿Por qué ahora vienes a dónde estoy yo?
    —Porque tengo ganas, quiero conversar contigo.
    —Antes no querías ni acercarte a mí, y para serte sincera, es la primera vez que te tengo tan cerca de mí.
    —¿Eso es bueno, no crees?
    —No lo sé, lo único que sé es que desde que te dije que quería el divorcio cambiaste conmigo.
    —¿Y eso mismo es lo que te parece extraño a ti, verdad?
    —Sí, y mucho —le dijo y llegaron los tacos con las gaseosas también.
    —Buen provecho.
    —Gracias —le volvieron a decir otra vez.
    —Se ven muy bien, ya me ha dado hambre —le comentó Cassy.
    —Me parece bien, come tranquila.

    Luego del rico almuerzo, fueron a comprar los antifaces. Aquel viernes, Cassie, la pasó bastante bien con él. La dejó en la casa luego de comprar los antifaces, y él volvió a la empresa familiar. Por la tarde, alrededor de las seis, él, llegó a su casa. Se cambió de ropa y bajó nuevamente hacia la cocina.

    —¿Prefieres cenar ya o meriendas?
    —Prefiero cenar ya, me he atrasado, la reunión de hoy se extendió más de lo que pensé.
    —No importa, enseguida le diré a Corina que preparé la cena.
    —De acuerdo, oye.
    —¿Qué?
    —¿Mañana quieres que te ayude con algo de la decoración?
    —No, Keith, el cumpleañero no hace nada, tu madre, tu hermana y yo nos encargaremos de todo.
    —No he visto nada de la decoración.
    —Eso es porque tengo todo escondido.
    —¿En dónde? Siento curiosidad.
    —Ya lo sabrás, mejor dicho, ya lo verás todo, no seas impaciente.
    —Está bien, tengo que conformarme con la incógnita.
    —Así es.

    Cenaron muy tranquilos, charlaron de cosas superficiales y sin importancia, y antes de ir a dormir, él le pidió a Cassandra que fuera luego al despacho. Ella se sorprendió cuando le pidió aquello, ya que su marido, no era de pedirle nada, y menos algo de ella. Una vez que terminó de lavar y guardar todo, se secó las manos en el trapo de cocina, apagó las luces y se encaminó hacia el estudio.

    Tragó saliva y golpeó a la puerta, él le dijo que pasara. Ella cerró la puerta, y miró lo que él llevaba en las manos. Un tablero de ajedrez.

    —¿Te gusta el ajedrez?
    —No es de mi agrado, pero solía jugarlo de vez en cuando.
    —¿Juegas conmigo?
    —Supongo que no haría mal a nadie.
    —Siéntate, entonces.
    —¿Qué color quieres?
    —Las blancas.
    —La pureza —comentó y ella lo miró frunciendo el ceño, sin acotarle nada—. Empieza la dama. Veremos si la reina puede derribar al rey.
    —¿Me crees poco inteligente?
    —Para nada. A veces tengo miedo que puedas llegar a ser demasiado astuta y dejes de lado la ingenuidad.
    —Eso sería un gran problema para ti.
    —Es posible, pero te prefiero ingenua.
    —Creo que me prefieres imbécil que es diferente.
    —Jamás te creí imbécil como tú te lo estás diciendo ahora.
    —Lo pensaste en su momento seguramente.
    —Tampoco. Una cosa es ser ingenua y otra muy diferente es ser imbécil. Me gusta que seas ingenua.
    —¿Por qué? Oh, claro, ya me olvidaba, para manejarme a tu antojo —le dijo ella y él se levantó de la silla.

    Caminó hacia ella, para sorprenderla por detrás.

    —No, para seducirte —le respondió, susurrándole al oído y acariciando sus brazos y ella sintiendo su piel erizarse.
    —No quiero que me seduzcas, tuviste un montón de tiempo para hacerlo, no vengas ahora a intentar seducirme, no es como tú siempre quieres, yo no quiero, solo quiero que me des el divorcio. No nos ata nada, ni siquiera un hijo, y si así fuera, no te ataría a mí. No soy como las demás mujeres que con tal de quedarse con el marido los retienen con un hijo, me sé valer por mí misma, no necesito de ti, y solo espero que me des el divorcio.

    Cassandra salió sin mirar atrás, y cerró la puerta a sus espaldas, su marido quedó dolido por la respuesta y tiró de manera brusca el tablero con las piezas de ajedrez contra el escritorio.

    Ella pronto se puso el camisón y se metió dentro de la cama, antes de cubrirse con la sábana y cobertor, él entró al cuarto para desvestirse y meterse en la cama también.

    —Buenas noches —le dijo ella, y le dio la espalda.
    —Buenas noches —le respondió, y aunque ella no le dijo nada, él aprovechó en pasar su brazo por su cintura, pegarse por detrás a su cuerpo, y dormir de aquella manera los dos.

    A la mañana del sábado, alrededor de las siete de la mañana, llegaron las decoraciones, bajaron las cosas de un camión, y Cassandra los dirigió al interior de la casa, para poner todas las cosas en un rincón. Había arreglos florales, candelabros de acrílico y otros de plata. A la media hora llegaron los de la mantelería y vajillas, que trajeron consigo mesas, sillas y cubre sillas también. Una vez que llegaron las demás cosas que faltaban, llamó por teléfono a la casa de su suegra. Y le dijeron que en un rato llegaban en la casa las dos.

    A medida que las horas pasaban, su madre, su hermana y Cassandra, aprovecharon en comenzar a acomodar todo. Pusieron las mesas ubicadas en el esquema que había ella, dibujado con anterioridad, y mientras tanto, Allison acomodaba los manteles en las mesas y los caminos también, Pamela ubicaba los candelabros de acrílico y los demás de plata también. Cassandra, mientras ponía los centros de mesa de floreros de acrílicos transparentes con un bouquet de flores blancas, cremas en lo alto de cada florero. Caían ramas con pequeñas flores y así comenzó a poner los posaplatos, los platos, servilletas de tela, utensilios, y la carta del menú sobre cada plato ubicados estratégicamente, junto con las copas de cristal. Alrededor de cada florero había pequeños bouquet de flores blancas y velas flotantes. Las sillas estaban cubiertas hasta el piso en blanco con un moño negro, como bien estaban los manteles en negro con los caminos en blanco.

    Con su madre, hermana y ella pusieron los cuadrados de pisos en blanco y negro, al estilo tablero de ajedrez, sobre el piso original de la sala principal.

    Había floreros de pie de la altura de los candelabros en cada rincón de la sala principal de su casa de Beverly Hills. En la galería del jardín trasero, decidió poner los sillones blancos, algunos eran individuales y otros largos, con mesas blancas bajas, en el medio de los sillones, adornadas con velas flotantes y bouquet de flores blancas, y para que no pasara el frío a través del jardín, la familia de su marido, la ayudó en colgar del techo de la galería una tela blanca semitransparente hasta el piso. Y en cada columna de la galería, pusieron los floreros de pie con flores en cantidades exageradísimas, y candelabros de igual manera y forma. A todo esto, se hicieron las diez de la mañana. Keith, bajó las escaleras y se quedó impresionado por todo lo que había en la sala principal de su casa. Terminó de bajarlas, y como no vio a Cassandra allí, fue a la cocina, en donde se encontró con Corina y las personas del Catering que había contratado. Corina le dijo que su esposa, su madre y su hermana estaban en la galería.

    —Buenos días —les dijo.
    —Buenos días —le dijeron las tres al unísono.
    —¿Qué es todo esto?
    —Tu fiesta de cumpleaños —le dijo Cassie—, y necesito que me ayudes en colgar unas arañas que alquilé también.
    —Está bien ¿dónde están?
    —En la sala, dentro de unas enormes cajas.

    Se subió a una escalera muy alta, y se sostenía fuertemente de las barandas, le fueron muy pesadas cuando las tuvo que colgar del techo de la sala. Pero eso era lo último que restaba de toda la decoración. Terminó de colgar la última araña, y bajó las escaleras.

    —Eso es todo, muchas gracias.
    —De nada ¿no hay más nada para colgar?
    —No, ya todo se hizo.
    —De acuerdo, tengo que salir ahora.
    —Está bien, ve tranquilo, creo que me dormiré un rato más.
    —Está bien entonces, nos vemos luego.

    Una vez que su suegra y cuñada se fueron, a pesar de ella insistirles en que se quedaran a almorzar, se fueron a su casa, y la joven aprovechó en ir a recostarse un par de horas más. Era un sábado muy inusual, era la primera vez que organizaba una fiesta del tamaño de cuatrocientas personas. Y solo esperaba que Keith diera el visto bueno con respecto a todo.

    Keith, volvió a la casa después de tres horas. Ella, se despertó sobresaltada y desorientada. Miró el reloj y eran las cuatro de la tarde.

    Salió de la habitación, y bajó la escalera principal. En la cocina estaban las personas del Catering junto con Corina.

    —El señor está en su estudio.
    —Gracias, Corina.
    —De nada señora.
    —Pasa —le dijo cuando escuchó unos golpes en la puerta.
    —¿Creí que no habías venido todavía?
    —Hace apenas media hora llegué, ¿has comido algo?
    —No, les dije a tu madre y hermana si querían quedarse a almorzar, pero no quisieron, así que, decidí ir a recostarme un rato, pero se me pasó el horario de la siesta.
    —Yo no he almorzado nada tampoco
    —Creí que lo habías hecho cuando te fuiste.
    —¿Y dejarte sola mientras yo me iba a almorzar por ahí?
    —No es la primera vez que lo haces —le dijo directa, y él se removió incómodamente en su silla giratoria.
    —¿Quieres que vayamos a almorzar algo o a merendar?
    —Si quieres saltamos el almuerzo y vamos a merendar.
    —¿La cafetería que está cerca del parque?
    —Está bien.

    Un rato después ya estaban dentro de su auto, rumbo a una cercana cafetería en Rodeo Drive. Estacionó en el estacionamiento del lugar, y luego se bajaron ambos para caminar hacia el interior del café.

    Se sentaron y una de las chicas los atendió, les dio las cartas del menú, y los dejó tranquilos para que decidieran.

    —¿Qué pedirás?
    —Un latte con un muffin de arándanos.
    —¿Un latte con vainilla y caramel?
    —Sí ¿y tú qué pedirás?
    —Un latte pero de chocolate, y un pudín de zanahoria.
    —Suenan bien.
    —Sí, el pudín de zanahoria es riquísimo.
    —Nunca lo he probado.

    Él, se acercó al mostrador y pidió los pedidos. Apenas los pidió, volvió a sentarse frente a ella, y volvió a hablarle.

    —A las nueve comenzarán a llegar los invitados ¿verdad?
    —Sí, a las nueve, tu familia quizá antes.
    —Está bien, habrá que vestirse relativamente más temprano.
    —Creo que sí.
    —¿Has conocido algún lugar?
    —¿Algún lugar?
    —Claro, ciudad o país.
    —No, nada, lo único nuevo ha sido Beverly Hills.
    —El cambio ha sido tremendo ¿verdad?
    —Sí, mucho, tú conoces otros lugares ¿verdad?
    —Sí, muchos, he tenido la posibilidad de ir a conocer muchas ciudades y países.
    —Qué bueno.
    —Iré a ver los pedidos si ya están.
    —Está bien.

    Quince minutos después, volvió a sentarse y empezaron a merendar muy tranquilos.

    —¿Quieres probar el pudín de zanahoria?
    —Si no tienes problema, está bien —le dijo y le dio la mitad—, un pedacito estaba bien.
    —Come.
    —Entonces, déjame darte la mitad de mi muffin de arándanos.
    —No, come tranquila, no tienes que darme la mitad.
    —Por favor, insisto, por lo menos tú y yo comemos dos cosas diferentes y no algo igual.
    —Bueno, está bien, Cassandra.

    Alrededor de las seis de la tarde volvieron a la casa. Él, volvió al estudio para terminar las cosas que había dejado antes de irse a merendar, y ella, subió a la habitación para ver si comenzaba de a poco a prepararse. Fue al baño y buscó algunos esmaltes que tenía. Acetona y algodón, y empezó a pintarse las uñas. Se las terminó pintando de plateado ya que estaba pensando en ponerse algún vestido largo que había visto por el vestido.

    Luego de hacérselas secar muy bien, decidió ir a ducharse. Ya eran las siete de la tarde cuando salió de la ducha, envuelta en una toalla grande y larga, y otra como turbante en su cabeza. Justo cuando salía del baño, entró Keith a la habitación.

    —¿Recién duchada?
    —Sí.
    —¿Ya sabes lo que te pondrás?
    —He visto en el vestidor un vestido recto plateado, creo que será ese el que me ponga para ésta noche.
    —Está bien.
    —¿Y tú?
    —Tengo un traje sin estrenar negro, seguramente ese será el que me ponga también.
    —De acuerdo, me parece bien.

    Mientras él también se duchaba, ella aprovechó en cepillarse el pelo y secárselo. Terminó y empezó a ver de qué manera se lo arreglaba. Todo recogido o suelto, o semirecogido, y prefería lo último. Se puso varias hebillas invisibles y algunas más tenían piedritas en forma de copo de nieve.

    Keith, ya estaba vestido, se veía como el muñeco del pastel de bodas. Y faltaba media hora para que los invitados llegaran, Cassie, ya estaba dudando si bajar o no.

    —Creo que, creo que me quedaré aquí.
    —¿Por qué?
    —Porque sí, porque no quiero bajar.
    —Por favor, Cassandra, tienes que bajar.
    —No puedo, no lo haré bien.
    —No es una competencia, es mi fiesta de cumpleaños, y tú la organizaste.
    —Eso no tiene nada que ver, Keith.
    —Sí, tiene que ver, hazme caso y baja, tienes que estar en la fiesta también, y no es para que me hagas quedar bien frente a los demás, si te importo aunque sea un poco, bajarás.

    Se fue de la recámara, y a ella la dejó perpleja del asombro por su respuesta tan directa y sincera. Se eligió un conjunto de ropa interior de encaje blanco, con el corpiño sin breteles, y se calzó un par de medias de nylon blancas hasta los muslos, con una hermosa puntilla de encaje blanco también.

    Tenía todo lo caro y exclusivo que alguien podría llegar a imaginar, pero le faltaba el amor de un solo hombre, su marido.

    Fue hacia el vestidor, encendió las luces principales, y allí lo vio. El vestido más hermoso que podría haber soñado jamás. El mismo vestido que había visto en el desfile de Zuhair Murad. Era un Zuhair Murad.

    Tenía un cartelito que decía Úsame, por favor. Y la manera en cómo había interpretado aquel mensaje, fue con tristeza, la hizo sentir en parte, que iba a abandonar a Keith.

    Intentó despejarse, y se calzó el par de zapatos que estaban debajo del vestido colgado contra la puerta del clóset, y luego, descolgó el vestido de su percha. Era precioso por demás, era de tul y bordado en plata. Abrió el gancho y bajó el cierre, que estaban por detrás. Se lo puso por arriba de la cabeza, y terminó subiendo el cierre hasta la mitad, alguien más terminó de subirle el cierre y engancharle el vestido. Ella se dio vuelta y vio frente a ella a Pamela.

    —Creí que no irías a vestirte, te ves increíble, Cassie.
    —Muchas gracias.
    —¿Me dejas que te maquille un poco?
    —Está bien, pero muy sutil, no me gusta el maquillaje cargado.
    —Bueno, de acuerdo.

    Mientras que ella la maquillaba, Cassandra se colocaba un par de aros. Y el anillo de compromiso. No tenía ninguna otra joya más, no quería recargarse tanto ya que el vestido de por sí era cargado.

    —Me alegra ver que mi hermano pudo conseguir el vestido.
    —Este vestido cuesta una fortuna, no se justifica un vestido tan caro para una fiesta de cumpleaños.
    —No empieces con tus complejos en cuanto a ropa cara.
    —Es la verdad, Pamela, yo no hice nada para tener este vestido y ni menos la vida económica que llevo.
    —Y yo tampoco, solamente nací en el ceno de una familia adinerada, listo.
    —No entiendes, yo soy de afuera
    —Te casaste con mi hermano.
    —Es diferente, yo soy de afuera, me integré a ustedes, pero no soy adinerada.
    —Creo que te equivocas, Cassandra.
    —Y yo creo que no.
    —Está bien, quién en tu contra, fíjate en el espejo si así te gusta.
    —Ok —le dijo y se levantó de la silla y para ir frente al espejo—, sí, me gusta mucho, gracias.
    —De nada, en fin, bajaré, y tú bajarás.
    —Sí, lo sé —le dijo, ella se fue, y la joven tomó el antifaz y se lo colocó.

    Se puso el desodorante de frutas, salió de la habitación, y caminó hacia la baranda de la escalinata de la sala principal.

    Bajó los escalones, y Keith la estaba esperando en el final de la escalera. Le extendió su mano, y ella se la sujetó con la suya.

    —Gracias por el vestido.
    —No fue nada, te ves preciosa.
    —Gracias, Keith.

    La joven, saludó a su familia. Y unos minutos después, comenzaron a llegar los invitados.

    Las mesas estaban alrededor de la pista de baile improvisada. Los comentarios de la decoración de los invitados eran halagadores. Y eso, a ella le levantó un poco los ánimos. Se sentaron en la mesa principal, y allí comenzó la cena.

    —¿Vamos a bailar?
    —¿Estás loco?
    —En lo absoluto, vamos a bailar, por favor.
    —Está bien, Keith —le dijo y la sujetó de la mano para llevarla a la pista de baile.

    No había nadie en la pista, excepto ellos dos.

    —Esto es ridículo.
    —No lo creo ¿por qué lo crees?
    —No me hagas hablar, parece nuestra boda.
    —¿Quieres casarte otra vez?
    —No te haría pasar otra vez por lo mismo —le dijo ella, y él arqueó su negra ceja.

    La condujo al centro de la pista de baile, y allí comenzaron a bailar un lento de la década del ochenta, llamado Careless Whisper.

    La tomó de la cintura, sujetó la mano de la joven. Y ella posó su mano en el fuerte hombro de él.

    Él, le dio varias vueltas alrededor de la pista, y la inclinó hacia atrás manteniéndola frente a él. Ella, se rio por su osadía, y volvió a abrazarla por su cintura para seguir bailando el lento con ella. Los dos se miraban penetrantemente, sin decirse nada, pero quizá diciéndose todo con la mirada. Hubo un momento en que Cassie, creyó que su marido, la desnudaba con su mirada, y sus mejillas se tiñeron de un rosa más fuerte que el habitual en ella.

    Apenas terminó la canción, empezó otro tema más movido, como para que las demás personas se sumen a la pista de baile.

    Los mozos iban y venían, la gente se divertía, y ella aprovechó, en ir hacia la galería, para sentarse en uno de los sillones y ver si podía despejarse la mente después de aquel baile.
     
  10.  
    Autumn May

    Autumn May Entusiasta

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    Escritora
    Título:
    Amor se paga con Amor
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    37
     
    Palabras:
    1023
    Capítulo 7
    Declaraciones

    Keith la vio sentada en el sillón, solitaria como siempre solía estar todos los días dentro de la inmensa casa.

    —Estás aquí, por un momento te perdí de vista.
    —Hay tanta gente que creí que no me ibas a ver entre la multitud.
    —Con ese vestido llamas demasiado la atención.
    —Me pierdo con el decorado.
    —Si eso fue una indirecta, te aseguro que no me agradó, Cassandra.
    —Deberían de agradarte, estás acostumbrado a tratarme así.

    Él se quedó mudo del asombro, por ser tan directa a él, pasaron varios segundos para que él vuelva a hablarle, ésta vez de una manera poco habitual en él. Al parecer quería representar el papel del hombre casado, pero preguntándole cosas en tercera persona.

    —¿Es feliz en su matrimonio, señora Astrof? —le preguntó y a ella de inmediato se le pusieron los vellos de los brazos de punta.
    —Supongo que sí, ¿por qué?
    —Su rostro dice todo lo contrario, no creo que sea feliz en él.
    —Entonces no, no lo soy, no soy feliz en mi matrimonio.
    —¿Por qué no?
    —Porque mi marido no me presta atención.
    —Quizá le presta atención y usted no se da cuenta, que es diferente.
    —Jamás me prestó atención, para mi marido solamente soy un adorno más en su adquisición de materiales.
    —No creo que sea tan así.
    —No soy rica, él sí, y no acepta que sea de clase media, y sobre todo, de clase trabajadora, muy diferente a la suya.
    —Su marido también era de clase media trabajadora, con los años se fue haciendo una fortuna, pero siempre ha trabajado también él.
    —La cuestión es que él es un gran empresario y yo solía ser una empleada de McDonald’s, y terminé siendo una esposa rica, riqueza que me vino de arriba sin esforzarme en nada que se le parezca, y eso no es justo.
    —¿Y qué piensa hacer al respecto?
    —Le he pedido el divorcio.
    —¿Y cómo se lo tomó él?
    —Creo que está de acuerdo en divorciarse de mí.
    —¿Eso cree usted?
    —Sí, eso creo yo, por lo menos creo o supongo que volverá con su ex novia.
    —¿Quién es ella?
    —No lo sé, solo sé que se llama Margot Mellian, la he visto tres veces con ésta noche.
    —¿Tres veces? —le preguntó y ella se ruborizó de la vergüenza.
    —Bueno, sí, la primera vez en un restaurante con mi marido al mediodía.
    —¿Cómo descubrió eso?
    —No haga que se lo diga.
    —¿Acaso ha estado husmeando las cosas de su marido?
    —Sí, un poco.
    —Eso está muy mal señora Astrof —le dijo tocando la punta de su nariz con su dedo índice.
    —Sí, lo sé, sé que está muy mal lo que he hecho pero sospechaba de mi marido.
    —¿Le ha dado motivos para que sospeche de él?
    —Supongo que no, no lo sé en verdad. Jamás quiso salir conmigo, las veces que le preguntaba si quería salir, me decía que no. La mayoría de los mediodías venía a almorzar a la casa, y cuando no lo hacía, lo comenzaba a sospechar, es decir, comenzaba a sospechar que me estaba engañando con otra mujer.
    —¿Y al ver su encuentro con aquella mujer confirmó lo que estaba sospechando?
    —Eso creo, tenía un trato muy diferente al que a mí me daba, daba la sensación de dos enamorados y yo era la intrusa espiándolos a escondidas, jamás fue caballero conmigo, y fue como si me hubiera caído un balde de agua helada cuando vi con mis propios ojos la manera en cómo le corría él, la silla a ella para que se sentara cómodamente frente a él, lo único que quería de éste matrimonio era ser tratada bien por mi marido, más nada.
    —Keith, es hora del pastel —le dijo su madre rompiendo el momento en mil pedazos.
    —Ahí vamos, mamá —le dijo—. No hemos terminado aún —le respondió a Cassie, mirándola penetrantemente a los ojos.

    Alrededor de las doce de la noche, todos se quitaron los antifaces. Hubo más baile, el cual duró hasta casi las tres de la madrugada. Y luego, cada invitado se fue yendo a su casa.

    Los padres y hermanos de Cassandra, y sus padres y su hermana se fueron luego. Dejándolos solos a los dos, los del servicio de catering, se habían ido desde hacía una hora y pico atrás.

    —Supuse que te encontraría aquí, iré a dormir.
    —¿Por qué tan temprano?
    —Son las tres de la mañana.
    —Quédate un rato más aquí conmigo —le dijo palmeando el lado vacío del sillón.
    —¿Qué quieres?
    —Estás muy linda, eres hermosa Cassandra, qué tarde me he dado cuenta de lo preciosa que eres.
    —Keith, estás borracho.
    —Solo un poquito —le contestó riéndose traviesamente.
    —Vamos a dormir —le dijo, intentando persuadirlo.
    —No tengo sueño, me gustaría que sigamos con la conversación que dejamos.
    —¿Qué?
    —Lo que escuchaste, estoy ebrio pero no tanto como para no saber que tenemos algo pendiente —le respondió acercándose a su rostro.
    —Es mejor que vayamos a dormir, tú lo necesitas.
    —No nos iremos a dormir hasta que hablemos —le expresó y ella tragó saliva.
    —Sé que no fue correcto hacer lo que hice, te pido perdón, no volverá a ocurrir. Sé que no te gusta que te revise las cosas, no fue a propósito.
    —Pero lo hiciste.
    —No puedes culparme de nada, sospechaba de ti, tú hubieras hecho lo mismo.
    —No, porque no te amo —le respondió con seriedad.

    Cassandra, sin decirle absolutamente más nada, se levantó del sillón y caminó hacia el interior de la sala. Su marido, se levanta, la toma de la muñeca y la gira para darle un beso en los labios.

    —Me gustas cuando te enojas conmigo —le confesó, estando a milímetros de su rostro.
    —No voy a esperar que me quieras, no mendigaré más por tu amor. Solo quiero que me des el divorcio.

    Keith, quedó desconcertado, y sin palabras al escuchar aquella declaración por su esposa. La vio alejarse rumbo a las escaleras, apretó los puños de la impotencia que sentía en aquel momento, porque con unas simples palabras, Cassandra lo había amedrentado, y echado la verdad en la cara.
     
  11.  
    Autumn May

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    Título:
    Amor se paga con Amor
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    37
     
    Palabras:
    2675
    Capítulo 8
    Divorcio en puerta

    El domingo no hubo miras en discutir sobre su divorcio, tampoco, Cassie quería sacar a colación lo que había pasado entre los dos apenas se habían ido todos, el sábado por la madrugada. El lunes fue un día rutinario, su hermana mayor se presentó en la empresa de Keith, su esposo. La tomó a prueba durante un mes sin goce de sueldo, ella lo aceptó, y ese mismo día comenzó a trabajar. Mientras él estaba en el trabajo, ella decidió llamarlo a su teléfono móvil. Por lo que no quería dejar pasar la semana.

    —Hola, Keith, perdóname que te moleste.
    —Hola, Cassandra ¿qué pasa?
    —Te llamo para decirte que no quiero esperar tanto tiempo con el divorcio.
    —¿Estás muy apurada?
    —Diría que sí.
    —Está bien, déjame llamar al abogado y te aviso luego.
    —Está bien, y gracias.
    —De nada —le dijo y cortó la llamada.

    Un rato después llamaron a la casa.

    —Cassandra.
    —Sí, dime.
    —Mañana se pueden firmar los papeles.
    —¿Tan rápido?
    —¿Acaso tú no estabas apurada que no querías que pase de ésta semana?
    —Sí, sí, es verdad, está bien ¿y a qué hora?
    —A las tres dijo que podía, anota la dirección.
    —De acuerdo, supongo que te presentarás ¿verdad?
    —Así es.
    —Perfecto entonces, ya anoté la dirección.

    Al día siguiente, había sido todo muy normal entre los dos, el desayuno, y el almuerzo también, volvió a irse a su empresa, y ella aprovechó en vestirse. Se dió una ducha de agua bien caliente, muy rápido, y luego de secarse, se vistió tranquilamente.

    Se puso un conjunto de ropa interior marrón chocolate, de encaje y satén, con breteles en el sostén. Medias de nylon marrón chocolate también hasta los muslos con puntilla de encaje al final de cada una.

    Un pantalón leopardo, camisa grande de seda marrón chocolate también, metida de adentro del pantalón y se la aflojó, con los dos primeros botones desabrochados. Un par de botas de taco alto, con piel en el empeine y hasta los tobillos. Un par de aros largos, una cartera haciendo juego, y maquillada muy natural y sutil. Su pelo mitad recogido, y el desodorante de frutas. Se puso un abrigo marrón claro y salió de la habitación.

    Ella saludó a Corina, y salió de la casa con un taxi que la estaba esperando. Le dio la dirección que le había dicho, y comenzó a ponerse más nerviosa e intranquila más de lo normal. Llegó cinco minutos antes de las tres de la tarde, y la recibió el abogado de la familia de su esposo. Keith, no había llegado todavía. Se sentó una vez que se dieron la mano y lo esperó. Y lo esperó. Y lo esperó.

    —Son las tres y media, él no vendrá —le dijo pero para que el abogado lo escuchara también.
    —Perdón por la tardanza, estaba en una junta —les dijo a ambos y él se sentó al lado de ella.
    —Si ambos tienen alguna duda, pueden volver a releer los puntos acordados en los papeles.
    —Creo que no hace ninguna falta —le contestó Cassandra—. Solo dígame dónde debo firmar.
    —En las líneas debajo de cada hoja.

    Cassandra sin titubeos, firmó cada hoja con su firma y aclaración, quería desligarse de él, quería correr de aquel matrimonio, y cuanto antes mejor. En la última firma, se sintió completamente libre al fin.

    Dejó sobre el escritorio el bolígrafo, y se levantó de la silla.

    —Gracias por todo —le dijo al abogado, estrechando su mano—, iré a tu casa para juntar mis cosas —le expresó a su ex marido mientras lo miraba a los ojos.
    —Puedes hacerlo tranquila.
    —Prefiero que antes de mañana esté todo lo mío sacado de tu casa.
    —Puedes llevarte todo lo que quieras.
    —No, nada de lo que está ahí es mío, Keith. Tengo muy pocas cosas allí, esas mismas recogeré y me iré.
    —¿Dónde vivirás? —le preguntó preocupado.
    —No te preocupes por mí. No lo has hecho antes, ahora no quiero que te sientas inquieto por saber en dónde viviré. Me las arreglaré, como siempre lo hice, de todas maneras, volveré a la casa de mis padres. Buenas tardes —les dijo a ambos y se retiró del estudio del abogado.

    Dentro del estudio, ambos hombres se quedaron charlando como si nada hubiera pasado.

    —Gracias.
    —Ni siquiera me las des, no puedo estar haciendo esta clase de cosas, Keith.
    —El pago que te di bien valió la pena. Puedes tomarte esas merecidas vacaciones con tu esposa.
    —Tú deberías hacer lo mismo.
    —Lamentablemente, estoy divorciado de ella ya —le respondió y se rio a carcajadas.

    Cassie, había acabado de llegar a la casa, en donde abrazó a Corina, sintiéndose feliz y muy contenta.

    —Acabo de divorciarme de Keith.
    —¿Está segura de lo que hizo?
    —Claro que sí, nunca me sentí tan feliz en mi vida —le respondió con una sonrisa—. Vamos Corina, podrás visitarme cuando quieras en la casa de mis padres.
    —No es por eso por lo que estoy así.
    —¿Entonces por qué es?
    —Si lo abandona, yo dejaré de trabajar, el señor me contrató solo porque se casó.
    —Keith ni siquiera sabe hacerse una taza de café, no creo que te despida. Y no creo que ninguna otra persona te contrate, eres demasiado atenta y amable como para que otras personas no te empleen.
    —No es ese el motivo principal.
    —¿Entonces, cuál es, Corina?
    —He dicho que jamás lo iba a decir, pero esta situación me supera. Porque si te vas, es posible que yo deje de ver a mi hijo.

    Cassandra, frunciendo el ceño, mirándola con suma atención y algo confusa, le habló nuevamente.

    —¿Qué?
    —El señor es mi hijo.
    —¿Eres su madre y te ha puesto como su sirvienta? —le preguntó la joven con horror.
    —No, él no lo sabe. Jamás se lo dijeron sus padres.
    —¿Por qué no?
    —Yo no lo quise. Llegué a la familia Astrof, porque necesitaba un trabajo, ya estaba embarazada, y en aquel tiempo, no tenía ni siquiera para comer.
    —Cuéntame, mientras te ayudo a prepararnos un té.

    Ambas entraron a la cocina, y Corina, le contó toda la verdad.

    —Como dije antes, no tenía para comer y estando embarazada era un riesgo enorme. Los padres adoptivos de Keith, me dieron un puesto de trabajo, el de su mucama, y la señora se hacía cargo de pagar todo lo que necesitaba para mi embarazado.
    —¿No me digas que a cambio les diste al niño?
    —No. La pareja en ese momento no podía tener hijos, y hacía cinco años que lo habían intentado sin ningún resultado favorable. Y como yo no podía cuidarlo, decidí por cuenta propia que lo mejor era darle una buena vida a mi hijo.
    —Corina... —la nombró Cassie, sintiendo sus ojos vidriosos.
    —La señora Allison, estaba muy contenta de poder criarlo como propio, y yo me conformaba con que él fuera feliz. La pareja es demasiado buena para ser verdad, porque casi nunca dejan en el mismo techo a la madre biológica con el bebé. Y la señora fue muy buena conmigo, me dejó permanecer en el trabajo, y dejó que me quedara para verlo crecer.
    —Eso es lo más maravilloso que escuché en mi vida, Corina. Nadie hace algo así.
    —Lo sé. Por eso le estoy totalmente agradecida a ella y a su marido. Cuando Keith se casó contigo, Allison sabía bien que su hijo iba a necesitar una sirvienta, y no dudó en ofrecerme este puesto. Ella sabe que lo adoro, y que quiero pasar tiempo con él, y sin titubeos lo hizo.
    —Yo hablaré con él, para que te sigas quedando aquí, dejando al margen lo que me has contado.
    —Gracias, Cassandra. Eres una mujer estupenda, es una lástima que Keith no lo vea de esa manera.
    —Keith jamás me amó. Y yo no quiero seguir peleando por él. No vale la pena, y yo me haré más daño. Reniega de mi estatus social, yo no le veo el problema, pero las amistades que tiene y el entorno en el cuál se maneja, me hacen sentir incómoda y prefiero evitar todo eso.
    —Has conocido a Margot.
    —La perfecta Margot, sí.
    —Mucho antes de conocerte y casarse contigo, ella fue su pareja.
    —Sí, lo sabía.
    —¿Qué crees que pasó entre ellos para que se pelearan?
    —No lo sé, pero por lo visto se llevan bastante bien.
    —Margot es escrupulosa, y haría cualquier cosa por colarse nuevamente en los pantalones de Keith. Lo cierto, es que ella lo avergonzó en público y le hizo creer que estaba embarazada.
    —¿Qué clase de cosa hizo en público?
    —No se comportó como era de esperarse, se comportó siendo poco señorita —le confesó pero Cassie la miró con confusión, frunciendo el ceño.
    —No te entiendo.
    —Hizo desastres en público, se emborrachó, dijo barbaridades, se rio de manera poco femenina, y se comportó como una vulgar. Y lo último fue el engaño del embarazo. Como discutieron, ella para no separarse de él, le inventó que estaba embarazada.
    —¿Y luego qué pasó?
    —Él se enteró de todo, y rompió con ella por definitiva. Margot, no es rica, es una simple mujer como tú, no tiene propiedades ni nada que a un hombre le pueda llamar la atención materialmente. Yo creo que por eso mismo, Keith se comporta así contigo, por miedo a pasar por lo mismo nuevamente. Y no se da cuenta de lo equivocado que está. Eres incomparable con Margot.
    —Te agradezco mucho lo que me dices, Corina.

    Las dos mujeres, se quedaron un rato más tomando una taza de té, mientras el dueño de la casa no estaba, y luego Cassie aprovechó en empacar sus pocas pertenencias, para irse antes de que él volviera a la casa.

    Lo cierto, era que, la joven ya estaba teniendo algunas dudas con respecto a los papeles del divorcio que había firmado, porque si se acababa de enterar que posiblemente él se comportaba así con ella, por miedo a pasar por lo mismo, cabía una remota posibilidad que ella le demostrara que no era igual a Margot. Pero no quería volver con él, no quería ser tratada mal, solo quería cariño y esperaba encontrarlo en otro hombre.

    Terminó de juntar sus cosas, y bajar las escaleras. Saludó con un fuerte abrazo y un beso a Corina, y abrió la puerta cuando se encontró con el rostro de su ex marido.

    —¿Ya te vas?
    —Así es. Ya que te veo, quiero preguntarte algo.
    —¿Quieres ir al estudio?
    —No, no quiero perder tanto tiempo. Solo quería saber qué harás con Corina.
    —Lo que ella quiera hacer, se supone que estaba porque tú estabas aquí también, pero ahora que nos divorciamos, tenía pensado despedirla, o que vuelva con mis padres.
    —Tus padres ya tienen a Tina, y Corina necesita el trabajo. No seas tan soberbio, y trágate el orgullo por un momento —le contestó con total soltura y él se la quedó mirando con atención.
    —Está bien, la dejaré aquí.
    —Te lo agradezco mucho. Bueno, eso era lo que tenía que decirte, ahora sí, me voy.
    —¿Quieres que...
    —No, no lo hagas ahora. Espero que seas feliz y encuentres a alguien que te quiera y que la quieras también. Merece que sea feliz, por lo menos es lo que yo esperaba de este matrimonio.

    Cassie salió de la casa, donde ya la estaba esperando un taxi, para llevarla a la casa de sus padres, una zona muy alejada de donde estaba. Cuando el taxista la dejó frente a la casa, luego de pagarle, le abrió la puerta su hermana mayor.

    —¿Qué haces aquí? —le preguntó intrigada mientras cerraba la puerta a sus espaldas.
    —Vengo a vivir otra vez aquí, o por lo menos hasta que consiga nuevamente empleo, y pueda solventarme los gastos.
    —¿Y Keith?
    —En su casa. Nos acabamos de divorciar.
    —¿Estás loca?
    —No. Ya no aguantaba más el matrimonio que tenía con él.
    —Tenías todo lo que una mujer con dos dedos de frente puede querer.
    —Sí, Brigitte, tenía de todo, pero lamentablemente no tenía el amor de mi marido y estaba cansada de esperar algo que nunca iba a llegar.
    —Con todo el dinero que tiene, no necesitas nada de amor —le respondió con sinceridad y prefirió no responderle—. ¿Dónde piensas instalarte?
    —En mi antigua habitación, a no ser que esté ocupada.
    —No, sigue estando como la dejaste.
    —Bueno ¿cómo te está yendo en el nuevo trabajo?
    —Bastante bien, salvo por algunas idiotas que me tienen de punto.
    —Por favor, no hagas nada fuera de lugar, estás trabajando en la empresa de mi ex marido, y por lo menos deja que los demás se lleven una buena impresión de nosotros.
    —Sí, hermanita —le contestó apretando con cariño fingido una de sus mejillas y al darse vuelta para seguir su camino, su hermana revolea los ojos.
    —¿Los demás?
    —Salieron.
    —¿Adónde?
    —No pregunté.

    Brigitte salió de la casa, y Cassandra aprovechó en instalarse nuevamente en su vieja habitación.

    Los días en que la joven se quedó en la casa de su familia, fueron un caos. Jamás se iba a imaginar que fuera de aquella manera. Su padre cada vez que volvía de trabajar, se ausentaba de la casa para volver luego de varias horas, destilando alcohol y humo de cigarrillo y aunque las discusiones estaban siempre presentes entre sus padres, la figura paterna nunca quería entrar en razones. Y aunque tenía muchas ganas de enfrentarlo, prefería no llevarse un mal trago como la última vez que había ido a la casa de Keith para pedirle dinero.

    Cassie, había conseguido trabajo en una tienda de trajes de hombre. Luego de haber tirado curriculum en varios negocios, el único que se había interesado por ella había sido aquel local de ropa masculina. Tenía que conseguir dinero, y pronto, si no quería verse atada por definitiva con su familia. Porque sabía que tarde o temprano, su padre, iba a pedirle el poco dinero que le estaba quedando, para pagar sus deudas de juego.

    Hacía solo dos semanas que estaba trabajando en aquella distinguida tienda, cuando un hombre con traje entró para comprarse una camisa.

    —Hola —le dijo todo sonrisas—, buenas tardes.
    —Hola, buenas tardes, señor. ¿En qué puedo ayudarlo? —le preguntó ella con amabilidad.
    —Estaba buscando camisas en colores claros.
    —Si me sigue, le muestro.
    —Será un placer —le respondió volviendo a sonreírle.

    De aquella manera, ambos pasaron media hora más o menos, en donde él, al parecer no se decidía por una de las tantas camisas de color claro que le había mostrado.

    —Creo que me llevaré las tres.
    —De acuerdo.
    —¿O tú qué me sugieres? ¿Cuál me regalarías? —le preguntó, mirándola a los ojos —. ¿Gris?
    —Así es.
    —¿Por qué?
    —Es rubio, de ojos miel, llamará más la atención. Los colores oscuros le sientan muy bien a las personas de pelo claro.
    —¿Acaso está flirteando conmigo, señorita?
    —Lo menos que busco es flirtear con el cliente. Solo le sugiero lo que más le convendría, y obviamente, llevarse el producto.
    —Bien, me has convencido. Me llevaré la gris.
    —Perfecto ¿cómo lo pagará? ¿En efectivo o con tarjeta?
    —En efectivo.
    —De acuerdo, gracias por su compra, señor.
    —Fue un placer.

    Luego de que el hombre pagara por su camisa, y se retirara de la tienda, la joven aprovechó en volver a acomodar las camisas en su lugar de origen. La cajera se acercó a Cassie, y le habló.

    —Creo que le has gustado mucho, me dijo que te diera esto —le contestó, dándole una tarjeta personal con su número.
    —¿Qué se ha creído ese tipo? ¿Que estoy desesperada por un hombre o qué? Estoy bien sola.
    —No, solo que le gustaste, ¿acaso no puede gustar de ti?
    —Sí. Pero que me diera su tarjeta personal, es de imprudente. Y si cree que lo llamaré está muy equivocado.
    —Que llames a un hombre porque él te dio su número telefónico, no significa que seas fácil, ni mucho menos.
    —Tengo mis dudas al respecto. Pero como sea, no lo llamaré.
    —Bueno, como tú prefieras.

    La joven mujer, luego de horas de trabajo, volvió a su casa.
     
  12.  
    Autumn May

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    Título:
    Amor se paga con Amor
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    37
     
    Palabras:
    1817
    Capítulo 9
    ¿Denuncia?

    Dos meses habían pasado desde que Cassie se divorció de su marido. Y desde hacía muy pocas semanas atrás, estaba rearmando su vida amorosa con Anton, el hombre que le entregó su número telefónico aquel día en donde él compró la camisa. Era muy atento y caballero con ella, y estaba feliz, pero su felicidad no estaba completa porque a pesar de todo, seguía enamorada de su ex marido.

    Él fue quién la invitó a salir cuando volvió a la tienda en busca de una nueva corbata. Y desde aquel día, estaban intentando tener algo.

    En Beverly Hills, Keith, recibió a un amigo de la infancia en su despacho de la empresa, y entre charlas, tocaron el tema del divorcio y Cassandra.

    —El otro día, vi a tu ex esposa.
    —¿Sí? ¿Dónde?
    —En el centro comercial. Cerca de aquí.
    —¿Qué estaba haciendo?
    —¿Por qué lo quieres saber?
    —Porque me interesa.
    —Estaba tomada de la mano de un hombre, y al parecer se la veía muy feliz.
    —¿En serio?
    —Sí, se reía y se veía resplandeciente.
    —Conmigo jamás se rio.
    —Tú nunca quisiste tener nada con ella, que es diferente, Keith. ¿Por qué te importa tanto, ahora?
    —Porque me equivoqué del error que cometí. Y porque tarde o temprano volverá a mí.
    —¿A qué te refieres? —le preguntó muy curioso su amigo y mirándolo con atención.
    —Estoy muy seguro que en estos momentos, Cassandra, está teniendo una gran sorpresa de mi parte.
    —No te sigo.
    —En pocos minutos lo sabrás.

    Por otra parte, Cassandra, no daba crédito a lo que estaba leyendo, aquellos papeles que su ex marido le hizo llegar no podían ser verdad. Y antes de irritarse sola, prefirió hacerlo frente a Keith. De inmediato tomó un taxi para dejarla minutos luego, frente a la empresa del dichoso de su ex esposo. Una vez dentro de la compañía, subió al piso donde se encontraba, y abrió las puertas con furia contenida.

    —Te dije que iba a venir enseguida —le contestó a su amigo, mientras sonreía.
    —¿¡Qué son estos papeles!? —le gritó furiosa.
    —Hola ¿cómo estás?
    —Deja la amabilidad de lado, Keith. No te queda bien. Solo dime, qué son estos papeles —le dijo golpeándolos contra su escritorio.
    —Ya sabes lo que son, es una denuncia.
    —¿Por adulterio? ¿De qué adulterio me estás hablando?
    —Del que me estás haciendo ¿o me equivoco? Sé que sales con alguien.
    —Y eso no te da derecho a nada para enviarme algo así.
    —¿Crees que no? Me estás engañando.
    —No digas estupideces. Nos divorciamos, no puedes hacerme esos planteos.
    —¿Eso crees? ¿Que nos divorciamos?
    —Firmamos los papeles.
    —Falsos. Y hasta donde sabía, tú y yo, seguimos casados.
    —Estás inventando. No puedes hacer una cosa así.
    —Pero la he hecho. Te guste o no, seguimos casados.
    —No puedes verme feliz ¿verdad?
    —Tu felicidad me pertenece. Tu felicidad está junto a mí.
    —Eres un egoísta. Jamás te importé. Si no me dejas, voy a denunciarte por acoso, y por haberme hecho firmar papeles falsos, no creo que a tu abogado le convenga y a ti tampoco. Me siento mareada —dijo poniendo la mano sobre su frente.
    —¿Te sientes bien? —le preguntó, Keith.
    —No me toques —le gritó, echándose atrás—. No te atrevas a tocarme porque te aseguro que te denuncio por violación —volvió a gritarle, y él abrió los ojos con desmesura.
    —Será mejor que me vaya —dijo en un segundo plano el amigo de Keith y cerró la puerta a sus espaldas.
    —¿Por qué lo hiciste? No tienes ningún derecho en hacerme esto. Quiero ser feliz, es lo único que pido —le respondió secándose las lágrimas—. Con Anton, estoy muy bien, solo quiero a alguien que me quiera y estoy intentando olvidarte. Me hiciste mucho mal, Keith. ¿Cómo le digo a mi pareja que aún sigo casada? Te mereces quedarte solo, y todo mi odio. Lo que me has hecho es imperdonable.

    Antes de que alguno de los dos siguiera hablando, alguien golpeó a la puerta, y entró. Era Brigitte.

    —¿Cassandra? ¿Qué haces aquí?
    —No te interesa, Brigitte —le contestó, tomó los papeles del escritorio, y se retiró del despacho.
    —¿Qué pasó? —le preguntó a Keith.
    —Como te dijo tu hermana, no te interesa. ¿Qué necesitas? —le preguntó secamente.
    —Que me firmes estos papeles —le dijo, entregándoselos—. La verdad, es que no sé lo que le has visto a mi hermana, pero por si quieres saberlo, yo soy mucho más mujer que ella —le dijo, insinuante y provocadora, y él levantó la vista del papel.
    —¿Quieres que te despida, Brigitte? Porque si eso es lo que buscas, con todo gusto lo hago.

    Ella, tomó los papeles ya firmados, y se retiró de la oficina a las apuradas. Él, se reclinó contra el respaldo del sillón, y echó la cabeza hacia atrás. Sonrió al saber que todo estaba yendo de maravillas, como lo había planeado.

    La joven, tomó otro taxi, donde la llevaría a la casa que su ex marido tenía en esa zona. Para hablar con una de las únicas personas que verdaderamente la entendía, Corina. Apenas la mujer de mediana edad abrió la puerta, ella se abrazó a su cuello, llorando a mares.

    —¿Cassandra? ¿Qué haces aquí? —le preguntó, dejando de lado la formalidad.
    —Quiero hablar contigo, por favor —le respondió con los ojos llenos de lágrimas.
    —¿Ha pasado algo?
    —Keith, me hizo firmar un divorcio falso. Sigo casada con él.

    Corina la hizo pasar al interior de la casa, para prepararle un humeante té y de paso, charlar tranquilas. Y pronto, Cassie, le estaba contando todo lo que había sucedido, más que estaba saliendo con alguien.

    —No sé cómo le diré a Anton que no puedo salir más con él. Eso me tiene muy preocupada.
    —Puedes omitirle el que sigues casada.
    —¿Y qué le digo? —la miró con preocupación.
    —Puedes decirle que aún tienes recuerdos de tu ex marido, y que por el momento es mejor dejar las cosas como están.
    —Es posible, prefiero decirle eso, antes que decirle que sigo casada con él. Creo que me iré, no quiero que me encuentre aquí. Gracias por todo, Corina —le dijo, dándole un beso en su mejilla, y saliendo de la casa.

    Volvió a su casa, mucho antes de que Keith llegara a la suya. Aquel mismo día, por la noche, tenía una salida con Anton, y ni siquiera se había vestido.

    —Cassie ¿por qué no te has cambiado de ropa? —le preguntó frunciendo el ceño.
    —Anton, necesito decirte algo. Estas semanas fueron muy lindas contigo, pero a pesar de todo, aún sigo recordando a Keith, y es preferible que nos distanciemos, tú no te mereces esto que te estoy haciendo, y es mejor para ambos que dejemos las cosas como están, tú te mereces a una mujer que te ame por sobre todas las cosas, y yo me resignaré a no poder tener algo con alguien, porque todavía sigo queriendo a mi ex marido.
    —Creí que por lo menos me querías.
    —Y te quiero, eres un gran hombre, pero no puedo quererte más que como amigo, sé que nos hemos besado, pero...
    —Pero no es lo mismo. Lo sé.

    Cassandra, recordó las escasas veces en que su marido la había besado, escasas veces en las cuáles siempre sentía nervios y mariposas en la boca de su estómago, algo que con Anton no sentía.

    —Lo siento mucho, Anton. De veras, perdóname.
    —Gracias por decírmelo —le dijo besando su mano—. Solo me gustaría que sigamos en contacto.
    —Sí, lo haremos —le contestó sonriéndole.

    Ella, terminó por darle un beso en la mejilla al hombre, y él se retiró de su casa. La joven al verlo irse con su auto, entra al interior de la casa, sube las escaleras y se adentra en su recámara.

    Acabo de romper con Anton, ¿estás conforme? —le envió un mensaje de texto a su marido.
    Me parece bien, prepárate, te pasaré a buscar ahora mismo —le envió.
    No acordamos nada, así qué, no lo harás —le terminó de escribir.
    Claro que sí lo haré —le escribió.
    Eres insufrible —le contestó.
    En diez minutos quiero que salgas de la casa con tus cosas —le volvió a enviar.
    Me llevará más de diez minutos sacar todo —le escribió.
    Haz lo posible por ser puntual —le texteó.

    Metió el teléfono móvil dentro de su cartera y comenzó a preparar las cosas. No podía creer lo que estaba haciendo una vez más, volver con él solo porque en verdad jamás se había divorciado de él. Y para no llevar las cosas a un juicio que estaba segura perdería, prefirió esperar a que la pasara a buscar.

    —¿Qué haces con esas cosas? —le preguntó su padre.
    —Me voy. Vuelvo a Beverly Hills.
    —¿Acaso no te divorciaste de tu marido?
    —Sí, pero lamentablemente quedarme aquí es un completo caos, y le pedí que me llevara a alguna otra parte.
    —Brigitte me contó que habías ido hoy a la empresa.
    —Tenía que arreglar unos asuntos con mi ex. Y no te metas en lo que no te importa.
    —Sigo siendo el dueño de la casa, y me tienes que contar las cosas.
    —No asuntos míos. Deje de respetarte cuando me golpeaste por no querer darte dinero para pagar las deudas.
    —Siempre te he golpeado, no es la primera vez que lo hago porque no me das dinero.
    —Esta vez fue diferente, y si me disculpas prefiero salir de aquí —le contestó seria y salió de la casa, esperando fuera a su esposo.

    Solo unos pocos minutos después, la pasó a buscar su marido. Metió el bolso en la parte trasera y ella se metió en el asiento del acompañante.

    Ninguno de los dos habló dentro del auto, y para Cassandra era lo mejor.

    —¿Cómo lo tomó tu familia?
    —Ni siquiera me hables.
    —Sabes muy bien que jamás te firmaré el divorcio —le contestó aferrando sus manos en el volante.
    —Lo que no entiendes es que quiero ser feliz, y tú lo único que me hiciste fue hacerme daño. Siempre me lo has hecho. No quiero seguir más casada contigo.
    —¿Por qué no?
    —¿Encima me lo preguntas? Ya te di la respuesta. No quieras tener siempre la razón, no quieras que todos giren a tu alrededor.

    Aparcó el auto en una zona solitaria, y con poca luz, solo para volver a hablarle de lo que tenía pensado hacer.

    —Hagamos una cosa.
    —¿Qué quieres ahora?
    —Te confieso que siempre me has gustado, y no tienes idea lo que me cuesta entender que tú no eres como las demás mujeres que se me acercaban a mí, por dinero.
    —Eres un imbécil.
    —Sí, lo sé, no es novedad, quiero pagar la deuda de tu padre.
    —No tienes porqué, y estás completamente loco si lo quieres hacer.
    —Yo la pago, pero tú tendrás que darme algo a cambio.
    —¿Qué quieres de mí?
    —La noche de bodas.
     
  13.  
    Autumn May

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    Título:
    Amor se paga con Amor
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    Drama
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    Capítulo 10
    Sinceras palabras

    Cassandra, lo miró perpleja y confusa. Había pensado que había escuchado mal, pero aquellas declaraciones eran inconfundibles.

    —Te has vuelto completamente loco.
    —En lo absoluto, es así de simple, pago la deuda y tú me das la noche de bodas.
    —Eso es chantaje.
    —Eso es algo por lo que he estado esperando por muchísimo tiempo, Cassandra, no me puedes negar la noche de bodas.
    —Pero no por querer pagarle a mi padre la deuda, no puedes hacer eso y si lo haces jamás me quedaré contigo, es más, no quiero quedarme contigo, Keith.
    —¿Por qué no?
    —Porque me tratas como si no valdría nada para ti —le confesó y él se quedó atónito.
    —¿Eso piensas?
    —Desde que contraje matrimonio contigo.
    —No creí que pensabas eso de mí.
    —Cómo no pensarlo, si reiteradas veces, me hiciste sentir vulgar, poca cosa, e inútil.
    —Siempre he vivido de apariencias, y por las cosas que pensaban los de mi entorno, jamás dejé que mis sentimientos formaran parte de mi vida. Y cuando salí con Margot, fue lo que me llevó a cerrarme por completo.
    —Y yo pagué las consecuencias.
    —Sí. Lamentablemente sí.
    —Reconozco que mi familia es de terror, y tienen miles de defectos, sobre todo mi padre. Pero jamás quisiste conocerme en verdad. Solo nos casamos por mi padre, y tú te llevaste una impresión errónea de mí. Porque sí contesto, y sí hago cosas. No puedo quedarme sentada a que los demás hagan las cosas por mí, o esperar a que pasen las horas. Y sí, solía trabajar, porque me sentía útil. Desde que nos casamos, que nadie sabe sobre mi familia, o sí, pero no como son en verdad. Y sé que sería terrible para ti, si supieran que son disfuncionales, y mi padre podría llegar a manchar el buen nombre de tu empresa.
    —Podría, pero yo no quise porque prefería que se mantuvieran las cosas en bajo perfil. Y con respecto a lo que siento por ti, ya no negaré lo que siento, me he reprimido por muchos meses y es hora de que todo fluya entre los dos.
    —Si intentas pagar esa deuda, te aseguro que te abandono, no puedes mezclar las cosas, no de esa manera. Si lo haces, creeré que solo me usaste para que termine acostándome contigo.
    —Eres mi esposa.
    —Y como tal, creo yo, que merezco respeto. Un respeto que dejaste al margen desde que nos casamos hasta estos últimos meses. Puedo no tener clase ni posición, pero me considero digna, y respetable. Y no creo que la mayoría de las esposas de tus amigos puedan decir lo mismo, empezando por Margot.
    —Tú caíste bajo también, saliendo con ese tal Anton.
    —Ni se te ocurra decirme algo así, tú me tendiste una trampa, haciéndome firmar un divorcio falso —le gritó, golpeándole el brazo con su puño cerrado, y él terminó riéndose.

    Él, mientras continuaba riéndose por lo bajo, encendió el motor y emprendieron nuevamente el rumbo hacia Beverly Hills. Ella, se sentó cómodamente en el asiento, y se puso de costado, dándole la espalda. Solo quería relajarse, y aplacar las lágrimas que intentaban salir con facilidad.

    Pronto llegaron a la casa. En donde Cassie, salió del auto apenas lo estacionó, y retiró el bolso que traía consigo.

    —Luego ven al estudio, necesito hablar contigo.
    —¿Acaso en el auto no nos dijimos todo?
    —No. Por eso quiero que vengas. Acomódate tranquila, y después baja.

    La joven subió las escaleras ante la mirada atenta de su marido, y una vez que cerró la puerta, quiso darse una ducha. Cuando ya estaba metida dentro de la ducha, se dio cuenta de lo tranquila y relajada que estaba sintiéndose. Una tranquilidad que no tenía en su propia casa con la familia. Y en parte, agradeció por estar otra vez en la casa de Keith.

    Con parsimonia se secó y se vistió, poniéndose algo cómodo. Luego bajó las escaleras, y entró al despacho de su marido. Él, le pidió que se sentara para que pudiera escucharlo con atención.

    —No le pagaré la deuda a tu padre.
    —Te lo agradezco. Prefiero que se las rebusqué como pueda. Él se ha metido en ese meollo, y él solo tiene que salir sin pedirle dinero a terceros. Me da lástima por mi hermano, pero de los demás no tanto.
    —¿De tu madre, no?
    —¿Qué puedo hacerle? Si ella prefiere estar con él, no soy quién para llevarle la contra.
    —Eres su hija.
    —Pero ya se lo he dicho y no quiere hacerme caso.
    —En ese caso, supongo que no hay más nada que decir.
    —¿De qué querías hablarme? —le preguntó intrigada, y él rebuscó unos papeles dentro de uno de los cajones del escritorio.
    —¿Sabes lo que son estos papeles? —le preguntó, sentándose a su lado.
    —No, ¿debería saberlo? Tienes todo tan escondido frente a mis ojos, que estoy creyendo que jamás te conocí en verdad. Perdón, lo confirmo, nunca te conocí.
    —Míralos —le contestó entregándole el sobre en sus manos.
    —¿El contrato que firmé antes de casarme contigo? —le interrogó sin saber a qué quería llegar él—. No te entiendo, ¿qué pasa con el contrato?
    —¿Quieres darle una oportunidad a este matrimonio? ¿A mí, por ejemplo?
    —¿Crees que es fácil perdonarte, y hacer borrón y cuenta nueva?
    —No, está claro que no es fácil para ti, y mucho menos perdonarme por todas las cosas que te dije en su momento. Solo quiero seguir casado contigo, sin importarme, ahora sí, nada del qué dirán. Estuve mucho tiempo atento a todo lo que pasaba a mi alrededor, por las cosas que podrían llegar a decir de ti, y la verdad es que ya no quiero guiarme por esas cosas, sino, por lo que podríamos llegar a construir entre los dos.
    —Desde el momento en que me casé contigo, siempre esperé algo de ti, pero terminé resignándome. No me pidas que te perdone, o que me olvide de todo lo que pasamos, porque me costará un montón.
    —No haré nada de eso, solo quiero que te quedes conmigo, no me importa cuánto tiempo te lleve el perdonarme. Lo único que quiero es saber si te quedarás a mí lado.
    —Eres demasiado exigente con lo que me pides, no puedo asegurarte nada, ni siquiera eso que me dijiste. ¿Qué piensas hacer con el contrato?
    —Quemarlo —le confirmo, y ella abrió los ojos, perpleja del asombro.
    —¿Estás seguro lo que harás? No quiero que luego me eches en cara algo, que tenga que ver con el dinero.
    —Sé a lo que te refieres y no te preocupes por eso, no lo haré en lo absoluto. Y para que este matrimonio comience a funcionar, me gustaría abrirte una cuenta bancaria.
    —Ni sueñes que abriéndome una cuenta, llegue a perdonarte. No me guio por ese tipo de cosas.
    —Lo sé. Yo quiero abrírtela. Es un pequeño regalo.
    —¿Por lo bien que me tratas? Te lo agradezco pero no la quiero —le respondió, mientras miraba cómo él tiraba los papeles del contrato pre-nupcial al fuego del hogar del estudio.
    —En estos momentos no tenemos ningún otro matrimonio más que uno normal y corriente, sin papeles de por medio. Creo que me he quitado un peso de encima.
    —¿Por qué lo dices?
    —Porque no tengo miedo de ti, sé que jamás me vas a traicionar. Y si alguna vez lo haces, tu conciencia te pesará.
    —Veo que estás dándote cuenta que no soy Margot. Pero aún así, no me importaba que siguieras dejando el contrato, a la vez que quieres tener un matrimonio normal.
    —Y yo prefiero que no, si lo hacemos, lo hacemos bien, Cassandra.
    —¿Por qué quieres quedarte conmigo? Puedes quedarte con Margot.
    —Margot no es material para convivencia, ni mucho menos para matrimonio. Estuve con ella una vez, no pienso pasar por lo mismo, no después de todo lo que me ha hecho la muy desgraciada.
    —¿Por qué lo dices? Te sigue gustando, eso es indiscutible.
    —Lo cierto es que, Margot me insinuó para tener algo con ella. Y yo la rechacé.
    —¿Por qué?
    —¿Acaso no lo ves mujer?
    —¿Qué tengo que ver?
    —Que me enamoré de ti desde el día en que pisaste la empresa. Estoy seguro que tú también recuerdas aquel día.
    —Eso es mentira, no puede ser verdad con los desprecios tuyos que me he tenido que aguantar.
    —Sí, te he dado muchos desprecios, pero nadie me aseguraba que podrías llegar a ser como Margot —le dijo, mirando el fuego crepitar—, pero hubo algo que me hizo dar cuenta que jamás podrías ser como ella.
    —¿Qué te hizo cambiar de idea?
    —Hubo varias cosas.
    —¿Cuáles?
    —La primera: fue cuando te negaste a darle dinero a tu padre, sabiendo que no podías sacar mi dinero, aún así, creo yo, que tampoco se lo hubieras dado si no habría de por medio un contrato pre-nupcial, la segunda: fue que a pesar de todo, me organizaste la fiesta de cumpleaños.
    —Esas cosas las hubiera hecho de todas maneras, Keith, mi padre que se preocupe por no jugar al casino y tendrá dinero para llegar a fin de mes, y tu fiesta, te la habría hecho también.
    —Lo sé —le dijo, girando su cabeza para mirarla atentamente a sus ojos—, otra cosa más, es saber que no me pides nada a cambio, te conformas con lo que tienes, y eso es muy digno de verse.
    —Siempre me conformé con lo que tenía, pero no puedo negarte que hubo cosas que quería a lo largo de los años.
    —Todo el mundo quiere cosas, a veces se obtienen y otras veces no.
    —Sí, lo sé, pero yo no puedo gastarme tu dinero porque no he trabajado por él, ¿me entiendes? Yo no puedo gastarme tu dinero para cosas que yo quiero, no me siento cómoda y no lo veo bien en lo absoluto, por eso es que necesito trabajar, quiero trabajar.
    —Eso está fuera de discusión, Cassandra, no sigas con lo mismo, porque no cambiaré de parecer.
    —¿Por qué no quieres que trabaje? Es mejor para mí.
    —Porque no permitiré que mi esposa trabaje, ninguna esposa de mis amigos trabaja, y la mía tampoco lo hará.
    —No puedes seguir el mismo camino que tus amigos siguen también, sé tú mismo, Keith, ¿o será que tienes miedo que gane más que tú?
    —¿En McDonald’s? Lo dudo mucho, Cassandra.
    —Puedo buscar por otro lado, no precisamente McDonald’s, aparte, me casé contigo, sé lo que implica tu estatus social, no puedo asomar la nariz en los negocios McDonald’s.
    —Seguimos en lo mismo, no trabajarás, y punto, y no es por tener miedo de que tú ganes más que yo, es porque no te quiero fuera de la casa, no quiero que no estés aquí cuando llego a la casa, quiero una casa con calor, no una típica casa rica y fría.
    —Te agradezco la declaración, pero sigo insistiendo en querer trabajar. ¿No puedes confiar en mí? —le preguntó, esperando una respuesta—, no confías en mí.

    Cassandra se levantó del sillón y giró en sus talones para salir de allí. Si su marido no confiaba en ella, todo estaba perdido. Antes que abriera la puerta, Keith se la cerró.

    —¿Por qué no me dejas tranquila de una buena vez? No quieres divorciarte de mí, no confías en mí. ¿Para qué estoy aquí?
    —Porque en verdad te quiero, Cassandra, Margot me ha hecho mucho daño, confié en ella y me lo pagó muy feo.
    —Si me cuentas, no te sería luego tan difícil confiar en mí. Pero sé que no me lo contarás. Eres orgulloso y autosuficiente, no podrías jamás ablandarte un poco y contarme tus cosas, o tus problemas.

    La joven salió del estudio rumbo a la habitación, se le había ido el apetito y prefería irse a dormir. Se desvistió, y se puso el camisón, terminaba de bajárselo cuando su marido entró a la recámara.

    Sin articular palabra, ella se metió dentro de la cama, dándole la espalda, mientras él se desvestía también. Una vez dentro de la cama, todo quedó en silencio, solo se escuchaba el roce de los cuerpos contra las sábanas y cobertor.

    —Margot se inventó un embarazo para retenerme, cuando lo descubrí, perdí toda la confianza en una mujer. Aparte de haberme avergonzado en público, hizo lo inevitable para que yo no rompiera con ella. Pero cuando supe que todo había sido un engaño, la repudié, y me cerré a volver a confiar en una mujer. Por su culpa, tengo miedo de volver a confiar.
    —¿Qué te hizo en público?
    —Lo que cualquier mujer sin dos dedos de frente podría hacerle a un hombre.
    —¿Te engañó?
    —Coqueteó con otro hombre mientras estaba en público. Estaba ebria, y le comentó al hombre que le coqueteaba, que solo estaba conmigo por el dinero.
    —Muchas gracias por contarme lo que te ha pasado con Margot. Buenas noches —le dijo ella, y le dio la espalda.

    Keith se acercó a ella por detrás, le tocó el brazo descubierto, y se inclinó para darle un beso en la mejilla y en el costado del cuello.

    —Perdóname, Cassie.

    Nunca la había llamado por el diminutivo, y la joven quedó sorprendida, quizá, gratamente. Pero pasaría mucho tiempo, para que lo perdonara y todo fluyera con normalidad entre ellos, como el matrimonio que él quería tener con ella.

    A la mañana siguiente, la rutina había cambiado, ella estaba en la cocina, preparando el desayuno con Corina, y él esperándolo. Keith no dijo nada, solo se limitó a desayunar con tranquilidad, junto con su esposa.

    Aquel mismo día, luego de irse a trabajar su marido, ella se quedó acomodando las cosas junto con la sirvienta.

    Por la tarde, llegó a la casa un arreglo floral, con rosas rosadas, y blancas, dentro de un florero en forma de corazón, de color rosa. Era una preciosidad, y Cassie sonrió cuando lo vio, no llevaba tarjeta, por lo que supo, que había sido Anton.

    —Mira lo que me acaba de llegar, Corina, ¿no es hermoso?
    —Es precioso. ¿Quién lo manda?
    —No trae nota, estoy segura que ha sido Anton.
    —¿Sabe donde vives?
    —Lo supo cuando supuestamente me divorcié de Keith.
    —¿Crees que ha sido ese tal Anton?
    —Claro que sí, siempre me ha dado ésta clase de detalles. Sabe bien que me gustan.
    —¿No crees que es algo incómodo para Keith ver el arreglo floral de otro hombre en su propia casa?
    —Tendrá que aguantarlo. Sé que es tu hijo, pero sabes bien que conmigo no se portó para nada bien. Nunca ha sido atento y considerado conmigo.
    —Yo te entiendo Cassie, pero si quieres un consejo, trata de no darle más motivos para que se aleje más de ti.

    Cassandra terminó por poner el arreglo floral en la mesa de decoración, al lado del sillón largo de la sala. Solo para que Keith lo viera y le fastidiara mucho más. Alrededor de las cuatro y media de la tarde, él llegó a la casa.

    —Qué raro tú tan temprano.
    —Veo que te ha llegado el arreglo floral.
    —¿Perdón? —le preguntó ella, confundida.
    —El florero con las rosas, yo te las envié.
    —¿Tú?
    —Sí, yo. Seguramente creíste que había sido ese tal Anton, pero no, fui yo.

    Cassie se dio media vuelta y subió las escaleras con rumbo a la habitación. Se refugió en el único lugar donde está segura, el vestidor. Keith, subió apenas segundos después, y se acercó adónde estaba su esposa.

    —¿Por qué te refugias aquí? ¿Qué te ha venido mal ahora? ¿El regalo?
    —¿Por qué lo has hecho? —le preguntó ella.
    —Tú sabes bien porqué, te amo, esa es la verdad, esa fue la razón por la que te envié el arreglo floral, y porque hoy es San Valentín. ¿No quieres salir hoy?
    —¿Quieres salir? —le preguntó, sorprendida.
    —Sí, quiero salir contigo. Pero no voy a obligarte. Si quieres, salimos, sino, nos quedaremos adentro. Y tampoco pretendo algo con la invitación, ni siquiera que me perdones.
    —Está bien. Si quieres cenar fuera, vayamos.

    Se levantó con ayuda de él, aunque ella lo aceptó a regañadientes. Bajaron a la sala para la merienda, y luego de aquello, Corina se retiró a su casa, para dejarlos a solas. Pronto, ella subió para darse una ducha, y ponerse otra ropa.

    Una vez que terminó de vestirse, tomó un abrigo negro y la cartera, salió de la recámara y bajó las escaleras y salieron de la casa.

    —¿Quieres elegir el lugar?
    —No. Cualquier lugar está bien. No conozco nada, no puedo decirte.
    —¿Alguna vez te importó en donde te llevaba?
    —Claro que sí. Siempre. Miraba a escondidas tuyas los restaurantes en dónde teníamos que ir a cenar. Siempre me sentí fuera de lugar.
    —Como un pequeño sapo de otro pozo.
    —Tal cual —le respondió ella, y él giró la cabeza para mirar su perfil.
    —Vaya, no pensé que fuera para tanto.
    —Lo era para mí, cada vez que teníamos una cena en algún restaurante, era un suplicio tener que estar eligiendo la ropa adecuada para cada ocasión.
    —A partir de ahora te vestirás como quieras, no voy a imponerte lo que tienes que usar. ¿Está bien? —le preguntó él, y ella asintió con la cabeza.

    Keith, decidió que lo mejor era llevarla a un restaurante cómodo, y bonito, sin demasiadas pomposidades de por medio, y nada romántico. Porque pensaba que ella se iría a disgustar y antes que pasara eso, prefería evitarlo.
     
  14.  
    Autumn May

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    Amor se paga con Amor
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    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    37
     
    Palabras:
    1254
    Capítulo 11
    Cena y confesiones

    Quedaron en silencio, y Keith aprovechó en conducir con tranquilidad las calles de la ciudad. En ninguno de los restaurantes a los que habían ido, había lugar para dos personas. Y lo único que se le ocurrió fue comentarle sobre un bar que estaba en el triángulo dorado.

    —Podemos ir a un bar y grill que está en el centro.
    —Está bien.
    —No es fino, pero se come muy bien.
    —Ya sabes que no soy fina, así qué, me da igual. Prefiero eso antes que un restaurante elegante.

    Al escuchar su tono con que lo había dicho, él se tragó lo que le quería decir, y siguió conduciendo. Aparcó el auto, y se bajaron, entraron al lugar e hicieron la fila de los pedidos.

    Media hora después, estaban yendo hacia una mesa para dos personas, y antes de que ella se sentara, él dejó la bandeja sobre la mesa, y le corrió la silla. Ella, sorprendida, se sentó sin decirle nada. Apoyó la bandeja en la mesa, y una vez sentados, empezaron a comer.

    —¿Sorprendida?
    —¿De qué?
    —De haberte corrido la silla.
    —Sí, no sé porqué lo has hecho.
    —Porque me viste hacérselo a Margot.
    —¿Y creíste que iba a ser lo mismo? Te lo agradezco, pero no necesito que me corras la silla por ser caballero conmigo.
    —¿Podemos cenar tranquilos? Por favor.
    —No te dejaré pasar una, y lo sabes bien, Keith. Ya no me harás sentirme como una estúpida. Cada cosa que recuerdo, te lo haré pagar. El desprecio es lo que tú necesitas de mí.
    —Sé que no me perdonarás, y es posible que jamás lo hagas, pero no me trates así —le dijo, y ella rio.
    —¿Tú te escuchas lo que me dices? Yo, en su momento, y reiteradas veces te lo pedía también, te pedía que no me trataras mal, sin embargo, no te importó. ¿Por qué yo tendría que hacer lo contrario? Te lo estoy haciendo pagar.
    —Porque tú no eres igual a mí, eres demasiado buena, como para hacerme pagar todas las cosas que te dije. El odio y el rencor que tenía por Margot, me consumió por dentro, y me es muy difícil volver a ser el de antes.
    —No veo que te esfuerces mucho.
    —Trato, no te das una idea de lo que trato, pero no es fácil.
    —El odio es una característica en ti desde que me acuerdo. Creo que jamás te conocí en verdad.
    —Antes de Margot, no era así.
    —Yo me llevé la peor parte de ti. Sé lo despota y soberbio que puedes llegar a ser, y no tengo ánimos para lidiar nuevamente con esos adjetivos. No me merezco tus malos tratos.
    —No te merezco. Esa es la verdad —le contestó y ella se lo quedó mirando de manera sorpresiva.

    Cassandra, prefirió derivar la conversación hacia otro lado, porque le había afectado lo que le había dicho.

    —¿Por qué jamás te has acostado con Margot?
    —Principalmente, porque estoy casado, y segundo no tengo intenciones de ponerte los cuernos, ni con ella y ni con ninguna otra mujer, Cassandra, siempre te quise, me contradigo con las cosas que te decía, pero dentro de mí, siempre te amé, era así contigo porque tenía miedo de demostrarte lo que sentía y siento por ti, tuve una relación con ella hace poco más de dos años atrás, las cosas no fueron bien, ella era posesiva y por demás pretenciosa y caprichosa, siempre quería más, y había cosas que no le podía comprar y que tampoco se las iba a comprar por cómo era ella conmigo.
    —¿Por qué no?
    —Porque una relación estable no se basa en cuántas cosas el hombre le compra a la mujer, si no, en el amor mutuo que se puedan dar.
    —¿Tú diciendo esas cosas? Jamás te has abierto a mí, Keith. Me es extraño que me digas eso.
    —Ya ves que siempre hay una primera vez para todo. Y lo estoy haciendo, porque en verdad quiero estar a tu lado, siempre.
    —Te estás poniendo tan meloso, que me estás dando asco —le dijo ella, y él agachó la cabeza resignado.
    —No puedo ser el hombre que quieres que sea para ti, si tú no pones de tu parte tampoco.
    —Te tienes que ganar mi respeto, y amor. No hagas las cosas por compromiso o porque sabes que luego yo te querré nuevamente. Eso no me sirve de nada, tienes que sentir de verdad, no me interesa si haces las cosas por obligación.
    —Y no las estoy haciendo por obligación, me interesas, siempre has sido tú, fui un cobarde cuando te trataba mal, lo reconozco, pero solo quiero estar bien contigo, quiero que conozcas y veas al verdadero hombre que soy, no te pido que de un día para el otro me perdones y que hagamos borrón y cuenta nueva, solo te pido que me entiendas, y trates, si puedes, de tener conversaciones conmigo, no importa que las terminemos discutiendo, solo te pido que no sean tan crueles o humillantes como lo estás haciendo.
    —Me pides eso mismo, cuando tú no intentaste hacer nada cada vez que te pedía que no fueras de esa manera tan cruel conmigo. ¿Es muy feo, viste? Así como tú te sientes ahora, me sentía yo, cuando tú me tratabas mal —le respondió ella, mirándolo con los ojos acuosos.
    —Lo sé, ahora sé como te sentías cada vez que te humillaba. Pero sé que eres mejor persona que yo, de eso no caben dudas, solo te pido por favor, que nos tratemos bien a partir de ahora.
    —Quiero irme —le contestó ella, esquivando la respuesta de él.
    —Está bien —le dijo él.

    Cassandra sacó dinero de su cartera, y él se negó a que su esposa pagara. Ella, le agradeció la invitación, y luego se levantaron, y salieron del lugar.

    Llegaron relativamente temprano a la casa, él la hizo pasar primero al interior, y él cerró con llave la puerta de entrada. Cassie, estaba confundida, seguía amando a Keith como la primera vez que lo había conocido, y a pesar de todo, no sentía rencor por él, ni siquiera lo odiaba. Se giró en sus talones, lo miró y se abrazó a él por la cintura. Él no sabía qué hacer, ni cómo actuar.

    —Cassandra... —le emitió tragando saliva con algo de dificultad ante la reacción de ella.
    —Por favor, abrázame —le confesó, retumbando su voz contra su pecho—. Solo abrázame.

    Keith le hizo caso, y la abrazó. La estrechó fuerte en sus brazos, y le besó el cabello. Ella, ante tal gesto, lloró aún más. Unos minutos después, él la miró a los ojos, sujetándola de sus mejillas.

    —¿Te encuentras mejor? —le preguntó observándola con atención.
    —Sí —le respondió ella.

    Él, se acercó a su rostro y la besó en la frente. Ella, se sorprendió aún más, abriendo los ojos y parpadeando más de un par de veces.

    —Vayamos a dormir.
    —Está bien —le dijo ella, y él la levantó en sus brazos.

    La joven, nuevamente se sorprendió. Y recargó su mejilla contra el hombro de su marido. Keith la dejo sobre la cama, y le quitó los zapatos, la llamó, pero se dio cuenta que ella se había quedado completamente dormida. La arropó con la manta que estaba a los pies de la cama y le dio un beso en la mejilla. Él, por otro lado, se desvistió, y se unió a ella bajo la manta, acercándose a su cuerpo y así dormir con su calor.
     
  15.  
    Autumn May

    Autumn May Entusiasta

    Tauro
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    Título:
    Amor se paga con Amor
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    Drama
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    Capítulo 12
    Las cosas fluyen

    Cassie fue la primera en despertarse, se giró y contempló a su marido dormir a su lado. Intentó tocar su mejilla, apenas rozó sus yemas por la áspera mejilla, y él se removió. Ella salió de la cama y decidió ducharse, eligió lo que se iba a poner, y una vez que entró al cuarto de baño, él se estiró en la cama, para encontrar el lado de su esposa vacío.

    —¿Cassandra? —preguntó.
    —Estoy en el baño.
    —¿Tienes idea de la hora que es?
    —No he visto el reloj.

    Él miró su reloj pulsera, el cuál yacía sobre su mesa de noche.

    —Estoy llegando tarde al trabajo —dijo, se levantó de la cama, y de inmediato abrió las puertas del vestidor para comenzar a vestirse.

    Ella, salió minutos después, vestida, luego de ducharse y secarse.

    —¿Por qué estás tan apurado?
    —Son las nueve, voy a contrarreloj.
    —Te prepararé el desayuno.
    —No, no lo hagas, cuando tenga tiempo, tomaré algo por ahí.
    —Aunque sea, deja que te prepare una taza de café.
    —De acuerdo.

    Cassandra, caminó hacia la puerta.

    —Buenos días.
    —Buen día —le contestó ella.

    Salió del cuarto, y a las corridas bajó las escaleras para prepararle una taza de café a su marido antes de marcharse.

    La joven, sentía que las cosas se estaban empezando a acomodar de a poco. Y esa fue la razón principal, por la que tenía ganas de hacerle una taza de café. Su teléfono móvil sonó, miró la pantalla, y comprobó que había recibido un mensaje de texto de Anton.

    Siento molestarte tan temprano, solo quería saber si querías almorzar conmigo en el restaurante sobre la calle principal de triángulo dorado —texteó Anton.
    No quiero problemas, Anton —le escribió ella.
    No los tendrías, solo almorcemos como amigos, habíamos quedado en que sería amigos, Cassie —le volvió a escribir él.
    Lo sé, pero siento que lo estoy engañando —le envió ella.
    No estás haciendo nada malo, solo almorzarás con un amigo —le escribió Anton.
    Está bien, ¿a qué hora quieres?
    ¿Te parece bien a las doce? —le preguntó.
    De acuerdo, me parece bien —le texteó Cassie, y apagó el teléfono móvil, guardándolo en el bolsillo trasero de su pantalón.

    Cassandra escuchó a su esposo, bajar las escaleras y en el umbral de la puerta de la cocina, le ofreció la taza de café.

    —Gracias —le dijo él.
    —No hay de qué.
    —¿Tú no desayunarás?
    —No tengo hambre.
    —Buenos días, perdón por la demora, había mucho tráfico.
    —Buen día, no te preocupes, Corina, haz que Cassandra coma algo —le dijo a la sirvienta, y bebió el último sorbo de café—, gracias, no tenía idea que hicieras tan rico el café —le contestó entregándole la taza vacía en sus manos.
    —De nada, me alegro que te haya gustado —le respondió con una sonrisa.
    —Me iré, que tengas buen día —le dijo, mirándola a los ojos.
    —Gracias, tú también —le contestó ella.

    Keith se retiró de la casa, y se metió en el auto para conducir rumbo a la empresa.

    —¿Ha pasado algo? —le preguntó intrigada Corina.
    —No, ¿por qué?
    —La manera en cómo se miraron fue diferente. ¿Hicieron las paces?
    —En eso estoy con él.

    La joven no le contó nada a Corina sobre el almuerzo que tenía con su ex novio. Prefería mantenerlo en secreto, pero cuando se alistó para salir, la mujer de mediana edad, le habló.

    —¿Tengo que decirle algo a Keith?
    —No. En unas horas volveré.
    —Bueno.

    El restaurante estaba abarrotado de gente, y ella levantó más la cabeza para encontrarlo, Anton estaba sentado en una esquina, y cuando la vio en la entrada, le levantó la mano para que supiera dónde se encontraba.

    —Hola, Cassie. Me alegro mucho que hayas podido venir —le dijo él, levantándose de la silla y dándole un beso en su mejilla.
    —Hola. A mí también me alegra verte, Anton.

    Ambos se sentaron enfrentados, y almorzaron sin contratiempos. Cassy, miró su teléfono móvil, indicándole que ya eran las tres de la tarde, momento justo para irse. Y como pudo, se disculpó con Anton.

    —Anton, deberás perdonarme, pero ya es demasiado tarde, me gustó mucho haberte visto otra vez, pero tengo que irme.
    —¿Ya? ¿Tan temprano?
    —Son las tres ya. Me he quedado mucho tiempo.
    —¿Tu marido te obliga a estar a cierta hora en la casa?
    —No, Keith no sabe que he almorzado contigo, y no quiero que llegue antes que yo a la casa. Eso es todo. No te enojes conmigo, por favor.
    —No lo hago, pensé que Keith te controlaba.
    —Para nada. Volví con él por decisión propia.
    —Lo sé, me doy cuenta, te veo distinta. Solo espero que sigamos en contacto.
    —Y lo haremos, Anton. Hasta pronto —le respondió ella, dándole un beso en su mejilla, y luego se retiró dejando el dinero de su plato y bebida.

    Al salir del restaurante, tomó un taxi, dándole una dirección diferente a la casa, al taxista.

    Pocos minutos después, la dejó frente a la empresa de su marido. No sabía porqué, pero ella sentía que tenía ganas de visitarlo en su compañía. Solo quería saber más cosas de él, y de lo que trabajaba también.

    La secretaria de él la atendió con amabilidad.

    —Keith está en una junta.
    —Bueno, lo esperaré entonces —le contestó y se sentó en uno de los asientos.

    Media hora más tarde, la puerta se abrió, y salieron varias personas.

    —¿Cassandra? ¿Qué haces aquí? —le preguntó confundido, despidiendo a los clientes.
    —He venido a verte —le dijo ella, levantándose de la silla.
    —¿Hace mucho que estás esperando?
    —Como media hora.
    —¿Ocurre algo?
    —No, nada. Solo quería visitarte.
    —¿Quieres pasar? —le preguntó, y ella asintió con la cabeza.

    Ahora, Cassie, miraba con suma atención la oficina de su marido, la última vez que había entrado, no miró otra cosa más que su rostro y su cinismo, cuando le había mandado la denuncia por adulterio.

    —Tu oficina es muy grande, y muy linda.
    —Te lo agradezco, creí que la última vez la habías visto.
    —No he visto nada más que tu cara, cuando llegué por la denuncia que me habías hecho.
    —Ah, sí, lo recuerdo —le dijo él, sonriendo de manera sarcástica—. Tú no eres de venir aquí, ¿qué ha pasado en verdad?
    —No pasó nada, solo he querido visitarte. ¿Qué clase de empresa tienes, Keith? —le preguntó algo curiosa.
    —¿Qué clase de empresa tengo? ¿No sabes que hago, Cassandra?
    —Nunca me lo has dicho, y yo menos te pregunté. No quise interferir en tu trabajo. Ese velero que tienes, es precioso —le confesó mirando con fascinación el hermoso velero ubicado en el centro de la mesa de living que había en su oficina.
    —Yo lo construí, es una réplica del que tengo intenciones de construir pronto.
    —¿Construyes barcos?
    —Sí, a eso se dedica la empresa. No puedo creer que nunca lo hayas sabido.
    —Mi padre nunca me lo contó, y el tiempo que llevamos casados, tampoco lo supe, no me lo dijiste, y yo tampoco te lo pregunté para no invadir tus espacios y cosas.
    —¿Almorzaste?
    —Sí, con tu hermana —le respondió sin darse cuenta que había hablado de más.
    —¿Con Pamela? Qué raro, me ha dicho que hoy no te vio en toda la mañana y tampoco después. ¿Con quién has almorzado? —le preguntó, entrecerrando sus ojos.
    —Bueno, te lo diré, tarde o temprano lo sabrás. Fui a almorzar con Anton.
    —¿Por qué me mentiste?
    —Porque no quería que te enojaras, si sabías la verdad.
    —No me gusta que almuerces con él.
    —Lo sé, perdón por no... —intentó decirle, pero él se acercó más a ella, y ella dio un paso atrás.
    —Pero confiaré en ti. Estoy seguro que no harás nada con él —le confesó, tratando de tocar su mejilla.
    —¿No estás enojado? —le preguntó ella asombrada, y manteniendo su rostro alejado de aquella mano que intentaba tocarla.
    —No, no lo estoy, solo me lo hubieras dicho y listo. No soy tan ogro como crees que soy —le contestó, bajando la mano resignado.
    —Solías serlo.
    —Estoy intentando cambiar, por ti. Cambiando un poco el tema, estoy con una duda.
    —¿Cuál?
    —Tengo intenciones de echar a tu hermana.
    —¿Por qué?
    —Intentó varias veces seducir al presidente de la empresa.
    —Yo no tengo opinión sobre eso. Puedes hacer lo que a ti te parezca.
    —Entonces la echaré, ya lo decidí.
    —Está bien. ¿Qué intentó hacerte?
    —Todo fue con palabras, la puse en su lugar varias veces, pero no tengo intenciones de seguir teniendo una empleada de ese estilo. La empresa es seria, y no me gustan las personas que intentan seducir a la jerarquía. Hoy mismo le haré llegar a su casa la carta de despido.
    —Keith, ¿tienes problema si sigo viendo a Anton?
    —Ya te dije que aunque no me gusta mucho, te dejaré tener una amistad con él.
    —Gracias, en serio.
    —¿Nos vamos?
    —Sí. Pensé que te quedarías más tiempo.
    —No, ya había terminado lo que tenía para hacer hoy. Y estaba por irme luego de la reunión.
    —Sí, vi que han salido muchas personas.
    —Son nuevos clientes de Nueva Orleans, y están interesados en mi nuevo proyecto, y quieren que vaya a presentarlo.
    —¿Dónde?
    —Allí.
    —¿Cuándo?
    —A más tardar en dos semanas.
    —¿Y por cuánto tiempo?
    —No me lo dijeron, pero supongo que no más de tres días tendría que quedarme allí.
    —Lo siento, no medí todo lo que te he preguntado.
    —Si queremos que esto fluya, tendremos que conversar y preguntar más.
    —Supongo que lo sé, pero tampoco quiero ser esas mujeres que invaden el espacio laboral de su marido.
    —Jamás lo has hecho, y por preguntarme cosas no hace la diferencia.

    La pareja salió de la oficina, y entró al elevador. Keith, sin poder evitarlo, cuando las puertas se cerraron, él tomó la mano de ella. Cassandra miró las manos entrelazadas y no objetó nada. Pero eso no quería decir que las cosas estaban bien entre ellos dos.
     
  16.  
    Autumn May

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    Escritora
    Título:
    Amor se paga con Amor
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    37
     
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    2111
    Capítulo 13
    Pasaje de avión, y cambios en la pareja

    Una semana y media había pasado, en donde el matrimonio estaba cada día un poco mejor. Las discusiones habían cesado y las conversaciones entre ellos habían comenzado a surgir a menudo. Tres días antes de que Keith viajara a Nueva Orleans, él le dejó sobre la cama un sobre con el nombre de su esposa, antes de entrar al baño a ducharse.

    Ella, entró a la recámara para ponerse la ropa de cama, y vio el sobre con su nombre sobre su lado. Curiosa, lo tomó en sus manos, y lo abrió, abrió los ojos con desmesura al comprobar que era un pasaje de avión a Nueva Orleans.

    Keith, salió de la ducha con una corta toalla alrededor de su cintura, y ella lo miró cuando se fue acercando a la joven.

    —¿Qué es esto?
    —Tu pasaje para Nueva Orleans.
    —Creí que ibas a ir solo.
    —Para nada. Pensé llevarte conmigo.
    —¿Por qué? —le preguntó curiosa.
    —Porque quise y porque no quiero que te veas seguido con Anton —le dijo esto último en broma.
    —No seas así, Keith —le contestó ella con una sonrisa.
    —Es la verdad, acepto que tengas una amistad con él, pero no me gusta que una vez por semana almuerces o meriendes con él.
    —No te queda bien ponerte así.
    —Me matan los celos, porque sé que con él te ríes y pones buena cara, y conmigo eres lo contrario.
    —Sabes bien que tengo mis razones.
    —Razones que creo, no te pueden durar para siempre, Cassandra.

    Ella, bajó la mirada hacia el pasaje que aún sostenía entre sus manos. Y lo miró nuevamente a él.

    —¿Por qué?
    —Porque quiero que vengas conmigo. No sé por cuanto tiempo me quedaré trabajando ahí, y necesito que estés a mi lado.
    —¿Para qué me quieres cerca? No voy a poder ayudarte en nada, y no le veo el beneficio tampoco.
    —Para mí sí lo es. Cassandra, parece que ahora tú quieres esconderte de la gente —le confesó él, y ella quedó sorprendida.
    —De acuerdo, iré contigo —le dijo, poniendo un mechón de pelo detrás de su oreja, poniendo el pasaje dentro del sobre y lamiendo sus labios.

    Cassandra dejó el sobre dentro del cajón de su mesa de noche, y cuando se giró para ir hacia el vestidor, él aún seguía frente a ella.

    —¿Qué necesitas? —le preguntó intrigada.

    Keith, no le respondió, solo llevó su mano hacia el rostro de ella, para quitarle el pelo de su cara, y mirarla mejor. Ambos se miraban mutuamente, en silencio, y Cassie solo esperaba que él se dignara a decirle algo.

    No lo hizo, solo se acercó más a ella, y la joven tragó saliva con dificultad, mirándolo atentamente a sus ojos, los cuáles miraban a los suyos. Su marido acarició la mejilla, y levantó un poco la cara de su esposa. Pero, ella, antes de que él posara sus labios sobre los suyos, se separó, y se echó atrás.

    —¿Por qué, Cassandra?
    —No estoy preparada todavía.
    —No te pedía intimar conmigo, solo que me dejaras besarte.
    —No, tampoco.
    —¿Por qué?
    —Porque tú y yo no estamos del todo bien.
    —Con Anton te besabas, ¿no?
    —¿Por qué derivas la conversación hacia otra parte?
    —Porque es la verdad, te besaste con él, estoy seguro que te has acostado con él también. Estaba bien que te había enviado la denuncia por adulterio entonces.

    Keith había propasado un límite, y Cassie terminó dándole vuelta la cara.

    —No me trates de ramera porque te arrepentirás, Keith.
    —¿Me estás amenazando?
    —No. Te estoy abriendo los ojos, que es diferente. No soy Margot, ya te lo dejé bien claro, solo te digo que no me digas más una cosa así. No tengo porqué soportar tus palabras de mal hablado. Ni siquiera tú pudiste quitar mi virginidad —le contestó molesta y seca, y pasó por su lado—. Olvídate de que vaya contigo a Nueva Orleans.
    —Tú irás conmigo, quieras o no.
    —No iré, y ya ponte algo más decente.
    —¿No me digas que te da vergüenza verme así?
    —Diría que sí. Y si no me crees, allá tú.

    Cassandra se desvistió dentro del vestidor, y se puso un pijama corto. Acomodó la ropa, y luego entró a la cama. Cuando él entró a la cama, ella al seguir molesta, le da la espalda intentando dormir.

    Dos días antes del viaje, las cosas seguían tensas entre la pareja. Y ninguno de los dos iba a aflojar para tratar de remediar la situación. Ella esperaba que por lo menos él se disculpara con ella, pero él no lo hacía.

    —¿Y Corina?
    —No vendrá. La he llamado para que no venga en estos días, no sé por cuánto tiempo estaremos allí, y prefiero llamarla al regreso.
    —Me podía quedar con ella sin problemas.
    —Te dije bien claro anoche que vendrías conmigo.
    —Y yo te dije bien claro también, que no iré.
    —Cassandra, en serio, no discutamos más, porque más lo hacemos y más nos alejamos. No quiero estar enojado contigo.
    —Yo soy la que tendría que ofenderse y no tú. Anoche me humillaste nuevamente, insinuándome que me había acostado con Anton. Solo dos meses salí con él, no soy como las mujeres que tú solías frecuentar que en pocas semanas se acostaban contigo. Con Anton no he tenido más que castos besos.
    —¿Lo amabas? ¿Lo sigues amando?
    —¿Por qué lo quieres saber?
    —Solo responde.
    —Fuiste una pesadilla durante mi tiempo de soltera, y seguías siendo una pesadilla mientras salía con él.
    —Nunca me olvidaste.
    —No, nunca dejé de hacerlo. Y soy una idiota por sentirme así.
    —No eres una idiota por sentirte así. Yo soy el único que no quiere intentar ver que tengo una gran mujer a mi lado —se levantó de la silla—, me iré a trabajar —le contestó y antes que ella protestara, él le dio un beso en el cuello—. Hasta pronto.
    —Ya sal de aquí —le respondió ella molesta con él.

    Él se fue riendo, y ella se quedó sola terminando de acomodar todo. Unas horas después, él llegó a la casa, y Cassandra se sorprendió.

    —¿Qué ha pasado que viniste al mediodía? —le preguntó ella confundida.
    —Nada. ¿Vamos a almorzar?
    —¿Por qué?
    —Porque son las doce y media, y porque tengo hambre.
    —Ve solo entonces.
    —Me acompañarás y se acabó. No seas tan arisca conmigo. Almuerza conmigo como disculpas por anoche —le dijo y Cassie terminó por ablandarse.
    —De acuerdo, iré contigo. Iré a buscarme un abrigo y la cartera.
    —Está bien.

    Tiempo posterior, ambos entraron al auto, y él condujo hacia un restaurante, llegaron a la una y algo de la tarde, y se sentaron, esperando a que los atendieran.

    —¿Te decidiste para venir conmigo?
    —No, no lo haré.
    —Supuse que sí, me aceptaste el almuerzo, creí que te irías de viaje conmigo.
    —Una cosa es el almuerzo, una muy diferente es un viaje contigo, por tiempo indeterminado.
    —Tienes miedo de quedarte más tiempo conmigo, ese es tu problema. Ahora, me doy cuenta.
    —No te tengo miedo, no tengo miedo de quedarme más tiempo a solas contigo.
    —Pues entonces, ven conmigo al viaje —le desafió, y ella, tragó saliva.
    —De acuerdo, iré contigo —le respondió, sin querer dar el brazo a torcer.

    Cassandra no estaba dispuesta a perder con él, y prefirió viajar con él antes que su marido creyera que era una completa cobarde.

    Luego del almuerzo, la dejó en la casa, no sin antes decirle que comenzara a empacar todo lo necesario. Ella le asintió, y posteriormente, se bajó del auto.

    Su marido se fue, ella subió las escaleras hacia la habitación, y se dispuso a elegir la ropa para ponerla dentro de la maleta. Pero antes de hacer eso, cayó en la cuenta, que no tenía maleta. Marcó el teléfono móvil de su marido, y esperó a que la atendiera, pero se arrepintió de llamarlo, y cortó la llamada. Se dedicó a elegir la ropa de su marido y luego la suya para dejarlas sobre la mesa que tenía el vestidor. Dos horas después, Keith llegó a la casa, y se encontró con ella dentro de la cocina mientras ponía agua fresca dentro del florero que él le había regalado por el día de los enamorados.

    —¿Ya preparaste la maleta?
    —De eso quería hablarte.
    —Vi que tenía una llamada perdida tuya.
    —Y ni te dignaste a devolvérmela.
    —No me llamaste más, supuse que no era importante.
    —En fin... No tengo maleta. Nunca me compré una.
    —Vamos ahora entonces.
    —Está bien.

    Luego de que Cassandra, no se decidiera por alguna de las tantas valijas que había en la tienda, su marido terminó por comprarle una colección de maletas en color fucsia, desde la más pequeña hasta la más grande.

    Una vez que llegaron a la casa nuevamente, él bajó del auto y le bajó las maletas nuevas.

    —¿No quieres que te ayude?
    —No, puedo solo.
    —No tienes que demostrarme nada, Keith. Sé que eres fuerte, pero un poco de ayuda no te vendría mal.
    —Quiero ser un caballero contigo, eso es todo.
    —Puedes hacerlo de otra manera, y no así.
    —Cada vez que intento ser caballero contigo, tú me tiras a morder.
    —Sabes bien porqué te tiro a morder, porque haces y dices cosas que no tolero, terminas siempre diciéndome algo fuera de lugar, y termino molesta contigo.
    —Ya te he pedido disculpas.
    —Y lo sé.
    —Pero tú no me las has aceptado.
    —Ya te he perdonado.
    —No me lo dijiste antes.
    —Te lo digo ahora. Iré a empacar. Te he sacado ropa tuya también, pero no sé cuál llevarás.
    —¿Por qué la sacaste?
    —Para que después no pienses que soy una mala mujer o una desagradecida.

    Entre los dos armaron las maletas, él la suya, y ella la de ella. En la valija más grande se había puesto toda clase de ropa más los calzados, y en la más pequeña, sus productos personales, como maquillaje, accesorios, y perfumes. Alrededor de las ocho y algo de la noche, cenaron, saltando la merienda, y luego de acomodar ella todo, se fue a dormir.

    La mañana siguiente, la rutina fue la de siempre, ya ella vestida, desayunaron y él fue al trabajo. Poco antes de las doce del mediodía, su suegra y cuñada la invitaron a almorzar, ella aceptó y le avisó a su marido a través de un mensaje de texto. Eligió un abrigo y la cartera, y solo esperó a que la pasaran a buscar.

    En el almuerzo, sacaron el tema del viaje a Nueva Orleans.

    —Me parece muy bien que te hayas decidido a ir con él —le dijo su suegra—. Yo también solía ir con mi marido a sus viajes de negocios, me gustaba acompañarlo y a él le gustaba que estuviera a su lado también.
    —Me siento extraña, es la primera vez que viajaré y todo lo veo nuevo.
    —Es lógico. Pero las cosas entre ustedes cambiaron y sé que vas a disfrutar del viaje.
    —Nos está costando cambiar, sobre todo a él, pero lo veo distinto y eso me pone más tranquila.
    —Y eso es muy bueno. Por lo menos, mi hijo no te trata mal ahora.
    —No, no me está tratando mal, por eso también decidí acompañarlo, para que no vea que soy reacia al cambio en nuestro matrimonio. Lo quiero, y siempre lo amé, y por sentir eso por él, estoy dispuesta a ir con él donde me pida que vaya —les dijo a las mujeres que estaban con ella, y Cassie escuchó una voz detrás.
    —Gracias, sabía que me querías y me amabas, pero no tan así —le contestó un Keith sumamente satisfecho con escuchar aquella respuesta de los carnosos labios de su esposa.

    Cassandra, ante tal vergüenza, no supo qué hacer o qué decir, solo se limitó a quedarse callada y viendo sus uñas pintadas. Él, se sentó a su lado, y tomó la mano de ella, para luego besarla. Ella al ver el gesto tan delicado y caballero que tuvo, le sonrió.

    —Ya te pedí el almuerzo —le dijo su hermana.
    —Gracias, Pam —le dijo él.
    —No sabía que ustedes sabían que Keith vendría al almuerzo.
    —Fue una pequeña sorpresa —le contestó su suegra.
    —Ya lo creo que sí lo es —dijo la joven con una sonrisa en sus labios.

    Una vez que volvieron del almuerzo, él dejó a su esposa en la casa, pero la muchacha antes de bajarse del auto, sorprendió a Keith, con un beso en su boca.

    —¿Qué ha sido ese beso? —le preguntó él sorprendido, mientras la miraba a los ojos.
    —Significa, que estamos bien —le respondió ella, con una gran sonrisa y se bajó del auto.
     
  17.  
    Autumn May

    Autumn May Entusiasta

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    Título:
    Amor se paga con Amor
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    37
     
    Palabras:
    1391
    Capítulo 14
    Nueva Orleans, nuevos sentimientos

    La pareja estaba casi lista para tomar el avión rumbo a Nueva Orleans. El reloj marcaba recién las ocho y cuarto de la mañana y Cassie se sentía muy nerviosa. Keith la abrazó por detrás, y entrelazó sus manos con las de la joven.

    —Tienes las manos heladas.
    —Estoy un poco nerviosa.
    —Te acostumbrarás a volar.
    —Quizá.
    —El vuelo está a punto de anunciarse, será mejor ir a saludar a la familia.

    Muy pronto el vuelo de la pareja fue anunciado y se dirigieron hacia la puerta de embarque. Saludaron con la mano a los demás, y pronto entraron a la pasarela para subir al avión. El viaje fue relajante y tranquilo, sobre todo para Cassandra, quién viajaba por primera vez. El vuelo se había atrasado por casi cinco horas, y bajaron al aeropuerto alrededor de las dos menos cuarto de la tarde. Cuando recogieron sus maletas, un auto los estaba esperando a la salida del aeropuerto.

    —Bienvenido a Nueva Orleans, señor Astrof —le dijo un hombre con uniforme y abriendo la puerta trasera.
    —Gracias.
    —El señor Morris lo está esperando en el hall del hotel.
    —Acordamos recién para mañana la reunión.
    —Descuide, se hará mañana, solo quiere recibirlo.
    —De acuerdo —le dijo, y Keith hizo pasar primero a Cassie.

    Ambos entraron, y el chofer cerró la puerta.

    —Me siento una ridícula con ésta ropa. No me di cuenta antes de vestirme más decentemente.
    —Ey, Cassandra, ya basta, no te preocupes por la ropa que estás usando, nadie se fijará en tu vestimenta, sabes bien lo que se fijan los demás, dinero. Y cuanto más ceros tenga una cuenta bancaria, mejor todavía.
    —Lo entiendo, pero no pensé que nos alojaríamos en un hotel tan lujoso.
    —Cassandra, te había dicho de un principio que los negocios que mantengo conllevan ésta clase de cosas. Y no debes sentirte fuera de lugar por llevar una ropa así.
    —No me gusta estar fuera de tono contigo, no quiero hacerte pasar vergüenza.
    —Ya lo hablamos esto. No vuelvas al pasado —le contestó él, y se acercó más a ella—. ¿Qué dices si me das un beso? El chofer no ha entrado aún.

    Ella, acercó su rostro al masculino, y fue el turno de él de darle un beso. Lo hizo con cariño y ternura, algo que había carecido en los meses anteriores entre Keith y Cassandra. El beso, antes de convertirse en algo más apasionado, ella lo separó al comprobar que el chofer estaba abriendo la puerta para entrar al auto. Keith quedó conforme por la manera en cómo reaccionó su esposa ante el beso y sonrió por dentro.

    Veinticinco minutos luego, el chofer estacionó frente al hotel, Cassie aún dentro del asiento trasero, se llevó una gran sorpresa cuando vio la fachada del hotel. El Ritz-Carlton era uno de los hoteles más prestigiosos del mundo entero, trago saliva con algo de dificultad cuando miró la mano que su marido le tendía para salir del auto.

    —Cassie ¿bajarás? —le preguntó su esposo.
    —Sí, lo siento —le respondió ella, tomando su mano y bajando del auto—. Estaba viendo la entrada del hotel. Es impresionante.

    Ambos entraron al hall del hotel en donde los recibió el señor Morris, cliente de Keith.

    —Buenas tardes, señor Astrof.
    —Buenas tardes, señor. Le presento a mi esposa, Cassandra.

    Mujer y hombre estrecharon las manos, y luego de acordar nuevamente el horario, el señor Morris salió del hotel, dejándolos a solas. Una vez que hicieron el check-in, un botones los acompañó hasta la suite que Keith había reservado con antelación. Cassandra quedó subyugada con la finura y el lujo que tenía aquella habitación. La sala de estar tenía un hogar, sillones de una elegancia extrema, y las sillas estaban tapizadas con una tela a rayas verticales. El piso era de parquet, y con una alfombra en el centro de la sala donde yacía una pequeña y antigua mesa de living, donde a su alrededor tenía un largo sillón, un par de sillas rayadas y un sillón individual de color rojo profundo. Sobre el hogar había un antiguo espejo con el marco dorado antiguo. Y las cortinas denotaban la opulencia de aquella suite. El comedor, la habitación y la terraza, eran más encantadoras que la sala de estar, y Cassie se sintió como la princesa del cuento de hadas.

    —¿Y qué te parece? —le preguntó Keith, entrando a la recámara.
    —Es bellísima la suite.
    —Me alegro que te guste, la reservé pensando en ti.
    —¿Pensando en mí? Ni siquiera sabes lo que me gusta en verdad.
    —Cassie, por favor —le dijo, mirándola a los ojos—. Supuse que te gustaría, a las princesas les gustan ésta clase de cosas antiguas, por lo tanto, tú eres una princesa también.

    La joven, esquivó su mirada y pensó en las palabras que le acababa de decir. Era realmente muy caballero y Cassie no supo qué decir o hacer.

    —¿Quieres almorzar algo?
    —Prefiero darme una ducha.
    —De acuerdo. Ve a ducharte tranquila, pediré el almuerzo en la habitación.
    —Como quieras.

    Cassandra aprovechó en entrar al baño bajo la atenta mirada de su marido. Ella cerró la puerta y suspiró, se dedicó a desvestirse, y luego graduar la ducha para pronto meterse debajo del grifo. Una vez que ella salió del baño, él la estaba esperando con la mesa puesta para almorzar.

    —Qué rápido ha llegado el almuerzo.
    —Suelo tener esta clase de privilegios. Siéntate —le dijo, corriendo la silla.
    —Gracias —le contestó, sentándose frente a la mesa del comedor.
    —Pedí por ti.
    —Está bien.

    Almorzaron con tranquilidad, y charlando de cosa mundanas.

    —¿Qué quisieras hacer mañana mientras estoy en la reunión?
    —Nada, me quedaré aquí dentro.
    —¿No quieres acompañarme? Yo iré a la reunión y tú puedes caminar por el centro de la ciudad.
    —¿Haciendo qué?

    Él, tiró la servilleta de tela sobre la mesa y contestó molesto.

    —¿Por qué tienes que ser así ahora? Dijimos que íbamos a tratar de hacer las cosas bien, y que la pareja iba a funcionar, no intentes sabotearla.
    —Discúlpame, sigo sin acostumbrarme a todo esto, pero intentaré pasarlo lo mejor posible.
    —Te divertirás aquí, y si quieres conocer la ciudad, o comprarte cosas, no me opondré. Tienes que tener tus espacios, y mientras yo estoy en la reunión, tú puedes pasear y comprarte cosas. Lo que quieras hacer, Cassandra.
    —Está bien. Creo que no tengo mucho apetito. Prefiero ir a recostarme un rato.
    —Hazlo, luego iré a hacerte compañía.
    —No, no lo harás —le contestó ella con una sonrisa en los labios.
    —Sí, lo haré, no tengo dónde dormir, y por más que quieras echarme de la cama, no lo podrás hacer.

    La muchacha solo cerró los ojos, quedándose de espaldas a él, y desanudó la bata de toalla que aún mantenía puesta, para dejar que se cayera al piso y mostrarse ante su marido en un bonito conjunto de ropa interior de encaje.

    —¿Cassie? —le preguntó él, sorprendido.
    —No habrá nada, solo quiero ir de a poco, y te aseguro que me está costando horrores quedarme así frente a ti. Por eso, quiero que vayamos poco a poco. Sin presiones por tu parte.
    —Haré lo que sea para que termines de estar cómoda conmigo, y para que te convenzas que soy un hombre de palabra cuando te digo que jamás volveré a humillarte y a tratarte mal.
    —Te creo, Keith. Te creo —le respondió ella con soltura y dándose vuelta para mirarlo cara a cara.

    Cassandra fue acercándose a él, y lo abrazó por su cuello, le sonrió y él le regaló una inmensa sonrisa también. Ambos se miraron, y sin miedo, él acercó sus labios a los suaves y carnosos labios de su esposa para besarla con ternura, suavidad y mucho amor.

    —¿Aún quieres dormir?
    —Sí, Keith. Necesito descansar, el viaje me ha tenido intranquila por cinco horas, necesito dormir algo —le respondió ella, apoyando sus manos en los masculinos hombros.

    Mientras él la tomaba por la cintura, ambos entraron a la recámara, y se acostaron en la cama, por debajo de las sábanas y cobertor. Keith, se desvistió para acostarse cómodamente, y se acercó más a ella.

    Él le acarició la mejilla, y la besó con dulzura, ella correspondió con comodidad a su beso. Él la abrazó por la espalda, Cassie se acurrucó más contra él, y pronto se quedaron dormidos.
     
  18.  
    Autumn May

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    Título:
    Amor se paga con Amor
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    37
     
    Palabras:
    485
    Capítulo 15
    El Amor flota en el aire, y sobre todo, florece

    Cassie despertó antes que él, viendo el reloj marcando las siete y veintiuno de la tarde ya. Se acurrucó mucho más contra el cuerpo de su marido, y lo miró dormir.

    Pronto se quitó la ropa interior y lo despertó con besos en la boca. Keith se despertó adormilado, y la observó por largo rato.

    —¿Qué pasa, Cassie?
    —Nada.
    —Sigamos durmiendo entonces —le respondió abrazándola por la cintura, y atrayéndola más contra él.

    Algo en él cambió al comprobar que su esposa estaba completamente desnuda. Abrió los ojos abiertamente, y la miró con atención a través de la poca luz que tenía la recámara. El ambiente estaba en penumbras y solo reflejaba algo de iluminación la ventana que daba a la calle principal pero, que con el cortinado, no dejaba entrar demasiada luz, y en aquellos momentos, Cassandra lo agradecía.

    —¿Estás... estás desnuda?
    —Sí. Toda —le contestó ella, con una sonrisa.
    —Será mejor que vayamos a cenar —le dijo él, intentando esquivar la situación.
    —La cena puede esperar.
    —Lo que intentas hacer también.
    —No. Lo quiero, quiero esto. De otra manera no me hubiera decidido a realizarlo.
    —Cassandra, no es algo para tomárselo a la ligera.
    —Y no lo hago. Solo quiero estar contigo, Keith.
    —Y yo desde que pusimos las cosas en claro, pero sé que luego te arrepentirás.
    —No lo haré. Por favor, quiero estar contigo.

    Cassandra, volvió a besarlo, y él la tomó de las mejillas para corresponderle el beso también. Lo único que restaba por quitar era la ropa interior de él.

    —Cassandra ¿estás segura?
    —Nada de lo que me digas, me hará cambiar de opinión, Keith.

    Su marido volvió a besarla con mucha pasión, una pasión que ni siquiera él sabía que tenía dentro de su ser. Amaba a aquella mujer, y hacía muy pocas semanas que lo había comprendido. La ubicó debajo suyo, para que no se alejara de él y ella, lo único que hizo fue enredar sus brazos y manos alrededor del cuello de su marido.

    Amor, dulzura y pasión se unieron en aquella suite de hotel. Cassie ni en sus sueños hubiera creído que su marido fuera tan delicado, amoroso y apasionado, Keith, jamás imaginó poder amar de aquella manera tan verdadera, y aquella misma noche lo comprobó en su piel y dentro de su ser.

    Quedaron de costado, él detrás de ella abrazándola por su cintura, y ella posando sus manos en los brazos de él. Keith, le daba besos al costado del cuello, y ella se dejaba hacer.

    —¿La invito a cenar, señora Astrof? —le preguntó oliendo su piel.
    —De acuerdo —le respondió ella con una sonrisa.
    —Te amo, Cassie —le expresó con total sinceridad mirándola a los ojos.
    —Y yo a ti —le dijo ella, y él la besó, posando su mano en la mejilla de la joven mujer.
     
  19.  
    Autumn May

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    Título:
    Amor se paga con Amor
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    37
     
    Palabras:
    1055
    Capítulo 16
    Cena y planes para el siguiente día

    Alrededor de las ocho y algo de la noche, Keith volvió a hablarle, ya que estaban en silencio compartiendo juntos aquel momento.

    —Será mejor que nos vistamos enseguida si queremos encontrar una mesa —le dijo, sentándose en la cama, poniendo los pies en el piso, y nuevamente se puso la ropa interior.
    —Por favor, no enciendas la luz —le pidió ella.
    —Está bien, mientras tanto, me daré una ducha.
    —De acuerdo.

    Unos minutos posteriores, él salió con la ropa interior puesta, y comenzó a vestirse.

    —¿Quieres que me vista y vaya al restaurante para pedir mesa y esperarte allí? —le preguntó él, sentándose en el borde de la cama, del lado de Cassie.
    —Sí, me gusta la idea —le dijo ella sonriéndole.
    —Está bien, termino de vestirme y lo hago.

    Cassandra, apenas lo vio peinarse, aprovechó en salir de la cama envuelta en la sábana. Ni siquiera encendió la luz por vergüenza.

    —Iré abajo. Te espero —le dijo él, posando sus manos en las mejillas de la joven, y le dio un beso en los labios.
    —De acuerdo, enseguida bajaré —le contestó con una sonrisa.

    Apenas Keith salió de la suite, ella se sentó en el borde de la cama. Pensando en cómo volvería a mirarlo a la cara luego de lo que habían hecho. Pero la sonrisa pronto se le asomó a sus labios y se llenó de felicidad cuando recordó lo vivido hacía momentos atrás.

    Se eligió lo que se iría a poner, y luego entró al baño para darse una ligera ducha. Pocos minutos después se estaba mirando en el espejo de cuerpo entero, el vestido que se había puesto, le favorecía y mucho, y quedaba perfecto con los zapatos que se había calzado también. Con un suspiro, se decidió a salir de la recámara.

    Bajó con el elevador al piso del restaurante, y caminó hacia la entrada. Él se levantó cuando la vio en la entrada del restaurante, y ella caminó hacia él.

    —Te ves increíble.
    —Gracias.
    —Toma asiento —la invitó él, y ella aceptó con agrado.

    Pronto el mozo los atendió, y luego esperaron para cenar. Ninguno de los dos se hablaba y el silencio comenzó a ser realmente incómodo.

    Keith no dejaba de mirarla, y ella más incómoda se había puesto.

    —Te ves preciosa, Cassandra.
    —Gracias otra vez.
    —¿Por qué estás tan callada?
    —Por nada —le contestó ella, y el mozo llegó para dejarles los platos.

    Cenaron tranquilos, hasta que él quiso brindar.

    —¿Por qué brindamos? —le preguntó sorprendida.
    —Por ti, porque estás aquí conmigo.
    —Es muy lindo detalle. A pesar de enojarme contigo antes de venir aquí, estoy contenta de haberlo hecho. Solo espero no molestarte.
    —¿En qué lo harías, Cassandra?
    —No lo sé, solo quiero molestarte lo menos posible, estás por trabajo aquí, y no quiero estorbarte.
    —No estoy en horario de trabajo. Y no me molestas. Quise que vinieras, porque te quiero. Y porque es hora que te distraigas y hagas todo lo que quieras hacer.
    —Supongo que me quedo más tranquila —le dijo ella, bebiendo un sorbo de su gaseosa.

    El silencio volvió a reinar entre ellos dos, y luego del postre, salieron del restaurante, y Keith quiso enseñarle el hotel por dentro. A medida que avanzaban en el recorrido del importante hotel, Cassie comenzaba a sentirse un poco incómoda. Incómoda por sentirse de aquella manera con él.

    —¿Quieres tomar algo en el bar?
    —¿Tú no tienes que madrugar? Mañana tienes la reunión temprano.
    —¿No quieres entonces?
    —Sí quieres, mañana vamos al bar del hotel.
    —De acuerdo. ¿Mañana qué quieres hacer?
    —Quedarme en la habitación.
    —Puedes venir conmigo, y mientras yo tengo la reunión, tú puedes caminar por el centro de la ciudad, está cerca de donde tengo que ir.
    —Está bien, iré contigo —le dijo con una sonrisa.

    Pronto subieron a la suite tomados de la mano, más él se la tomó a ella y le sonrió abiertamente. Keith hizo pasar primero a su esposa a la suite y luego él cerró la puerta, ella entró a la recámara, se quitó los zapatos y dejó los accesorios sobre la cómoda.

    —Cassie ¿estás bien? —le preguntó él algo preocupado.
    —Sí ¿por qué?
    —Porque siento que nuestra comunicación se perdió cuando terminamos de hacer el amor. ¿Te arrepientes?
    —No.
    —¿Entonces?
    —Te parecerá muy tonto, pero siento un poco de vergüenza mirarte a la cara y hablar contigo como si nada hubiera pasado.
    —Pasó Cassandra, sucedió algo muy lindo entre los dos —le respondió él, tomando su barbilla entre los dedos, y alzándole la cabeza con delicadeza para que lo mirara a los ojos.
    —¿Eso crees? —le preguntó ella al fin, con asombro.
    —Claro que sí, Cassie, jamás me he sentido así —respondió él, y ella le sonrió en respuesta.
    —No tienes idea de lo feliz que me haces ahora —contestó con lágrimas en los ojos, y abrazándolo por debajo de sus brazos para apretarse contra su cuerpo.
    —Me alegra saber que eres feliz ahora —le expresó con total sinceridad, y se inclinó para capturar sus labios y darle un beso.

    Ella se lo correspondió de buena gana.

    —Hay algo que me gustaría preguntarte —le emitió ella a él.
    —¿Qué es, cariño?
    —¿Tienes algún prejuicio con la edad?
    —¿Por ejemplo?
    —Supongo que te gustan las mujeres menores que tú, y...
    —Sí. ¿Y...? —le preguntó él para que ella continuara con la frase.
    —Y que sí, soy menor que tú, pero no como lo crees. Todavía no cumplí los veintiún años.
    —¿Cuándo los cumples?
    —Dentro de unos meses.
    —¿Por qué no me lo dijiste antes?
    —Porque no lo hice por miedo a que siguieras rechazándome. Eres mucho más grande que yo, y mentí porque lo creí conveniente en la situación en la que estábamos. Por favor, no te enojes conmigo.
    —Y no lo hago. Me has sorprendido, no pensé jamás que tendrías esa edad.
    —Bueno, ahora lo sabes, y me quedo más tranquila, era algo que debía decírtelo de un momento a otro.
    —Y te lo agradezco, pero por esas cosas no me hago problema, es lo de menos.
    —Supongo que lo sé, pero era bueno decírtelo, me saqué un peso de encima.

    La joven luego se puso ropa de cama, y ambos fueron a dormir. Pronto ella se quedó dormida, mientras él la contemplaba dormir plácidamente.
     
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    Autumn May

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    Amor se paga con Amor
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    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    37
     
    Palabras:
    1298
    Capítulo 17
    Paseo por la ciudad y discusión

    A la mañana siguiente, Cassie se despertó alrededor de las diez, vio dormir junto a ella, a su marido, plácidamente boca abajo, con sus brazos y manos debajo de la almohada individual.

    Había amanecido nuboso, pero un poco soleado también. Los pájaros volaban entre los rascacielos y el firmamento, piaban y se agrupaban de a montones para irse a volar alto.

    Una vez que Cassandra volvió del baño, se metió dentro de la cama, para acurrucarse contra él.

    A la media hora, él se despertó, se dio una ducha de agua caliente, y pidió el desayuno en la habitación. Despertó a la joven llamándola por su nombre entero. Y cuando lo hacia, sabía perfectamente que estaba o seguía enojado con ella.

    La muchacha se sentó en la cama, y se tapó hasta el cuello.

    —¿Me alcanzarías un camisón de mi maleta, por favor?
    —Sí, espérate —le dijo y abrió la maleta—, toma —le contestó entregándoselo.
    —Gracias —le respondió y se lo colocó.

    Salió de la cama cuando él se sentó en una de las sillas que estaban en la recámara frente a la mesa redonda, en donde estaba ya el desayuno preparado para dos personas. Se sentó frente a él, y comenzaron a desayunar.

    —Pensé que no servían el desayuno en este horario.
    —Si lo pides a la habitación, sí te lo siguen dando hasta las doce del mediodía.
    —La vista desde aquí es increíble —le comentó, pero él le dijo algo que la descolocó.
    —No te tocaré más hasta que cumplas tu mayoría de edad.
    —Por favor, no.
    —Sí, Cassandra.
    —Cuando me dices Cassandra es porque sigues enojado conmigo a pesar que me dijiste que no lo estabas.
    —Estoy disgustado contigo, eso es todo.
    —Tengo el anillo de casada que me diste en La Iglesia y el anillo de compromiso también, no le veo lo malo del asunto.
    —La culpa me corroe.
    —¿Qué culpa? ¿Por haberme hecho mujer? No creí que fuera un problema mi virginidad para ti.
    —No me malinterpretes, no tiene nada que ver esto con tu virginidad.
    —Sé que lo que te molestó, fue haberte dicho que todavía tenía veinte años, pero ya te he pedido disculpas, ya no sé qué más hacer para que me perdones.
    —¿Tienes algo más oculto? Porque lo sabré de todas maneras.
    —No, no tengo más nada que ocultarte.
    —Perfecto entonces, termina el desayuno.

    El tema había sido zanjado definitivamente por él, no iba a volver a hablar más del asunto y ella estaba que explotaba de la rabia por dentro. Le daba muchísima bronca lo que él hacia con ella, no tenía idea que un simple número le cambiara tanto su forma de pensar y de ver. Cassandra terminó de desayunar, y se eligió la ropa para luego ir a ducharse. Una vez que salió del baño, ya seca del todo y con una ropa interior nueva, Keith entró a la alcoba también.

    —¿Qué quieres? —le preguntó ella.
    —¿Te sientes bien como para caminar?
    —¿Por qué?
    —Porque caminaremos por el centro.
    —Eso creo.
    —Sí o no.
    —Sí —le dijo a lo último, y le terminó de responder dándole una línea recta sin expresión en los labios.
    —Perfecto entonces —le dijo y cerró la puerta antes de que le contestara algo.

    Se puso un short de brillos de color bronce, un suéter gris con corazones en brillos dorados, un par de botas grises, un bolso dorado, algunos anillos y un par de aros en forma de corazones, largos. Se cepilló el pelo, se lo secó con el secador de pelo, y por último se maquilló muy natural, terminándose de perfumar con el desodorante de frutas.

    Ella, solo esperaba que fuera no hiciera frío. Salió de la habitación y ambos salieron de la suite también. Bajaron al lobby del hotel y partieron hacia el centro de la ciudad.

    Keith, no le agarraba ninguna de las dos manos y él caminaba delante de ella. Lo seguía, pero había tanta gente en pleno mediodía que lo único que la guiaba hacia él era su altura, y su pelo castaño oscuro.

    —Ven para aquí —le dijo, sujetándola del codo.
    —Es peor que Beverly Hills.
    —Es una ciudad diferente, en todo, pero principalmente es para negocios, sujétate fuerte de mí y no te me sueltes por nada del mundo ¿está claro?
    —Sí —le dijo y no sabía porqué se ruborizó por completo.
    —Tú no estás en condiciones de caminar ¿verdad?
    —Sí, estoy bien.
    —Cassandra, no me mientas —le dijo sujetándole más de la cuenta su mano.
    —No, no estoy en condiciones de caminar mucho, me molesta mucho la entrepierna.
    —¿Por qué no me lo dijiste?
    —No quería que te siguieras enojando conmigo, eso es todo.
    —Tomaremos un taxi —le dijo y a los pocos segundos frenó a uno.

    Unos minutos después están en el centro de la ciudad.

    Recorrieron por completo el centro, y luego decidieron almorzar en un bonito restaurante llamado Allegro Bistro. Entraron, eligieron una mesa para dos personas alejada de la entrada y se sentaron en las sillas frente a frente. Los atendieron enseguida, y apenas pidieron los platos, Keith volvió a hablarle.

    —Más tarde me reuniré con el hombre que conociste ayer.
    —Está bien, no hay problema. Me quedaré dentro de la suite.
    —Puedes salir a pasear.
    —Prefiero salir contigo —le dijo sonriéndole—. Por favor, no estés así conmigo.
    —Yo hoy no puedo.
    —Mañana entonces o más tarde luego de la reunión.
    —Puede ser.

    Luego del almuerzo, volvieron al hotel y ella se quedó en la suite mientras que él se iba a la reunión.

    Hojeó algunas revistas que yacían en el revistero que estaba en el comedor principal, y por largo rato esperó.

    Su marido, alrededor de las siete de la tarde, volvió a la suite.

    —¿Cómo te ha ido?
    —Bien ¿y a ti?
    —Tranquila, leyendo un poco.
    —Y un poco aburrida también ¿no?
    —Sí, un poco.
    —¿Vamos a cenar afuera?
    —Prefiero cenar aquí dentro e irme a dormir.
    —¿Por qué?
    —Porque estoy cansada, y mis pies ya no dan más.
    —No puedes estar tan casada, dormiste un montón de horas.
    —He volado contigo ayer, he perdido mi virginidad aquí también, y encima, tú te comportas frío y distante conmigo porque después de la maravillosa noche que me hiciste pasar, te conté que tengo veinte años, y no veintiuno, preferí contártelo después, porque sabía bien que ibas a reaccionar así como lo estás desde anoche, siempre creí que las conversaciones y el estar con tu pareja abrazados, después de hacer el amor era una de las mejores cosas, pero lo de anoche ha sido un completo desastre, tendría que haberme callada bien la boca, y que te enteraras cuando cumpliera los años, pero como tú bien lo dijiste hace un mes y pico atrás ya, yo también quiero tener un matrimonio como la gente, y por eso te lo conté y no me lo guardé para que luego te enteraras de buenas a primeras.
    —Ven aquí —le dijo sujetando su muñeca y ella se soltó de su agarre.
    —Suéltame —le contestó enojada—, cena tú solo, yo me voy a dormir.
    —Me vas a sacar canas verdes, Cassandra, y deja de mover tan así el trasero.
    —Es la única manera que tengo de caminar, si no te gusta, no mires —le respondió y cerró la puerta de la recámara.

    Cassie se quitó toda la ropa, incluyendo el sostén nuevo, se puso el camisón de seda rosa pálido, y desarmó la cama de su lado. Las sábanas volvían a estar blancas e impolutas, como si nada hubiera pasado la noche anterior en la cama que estaba compartiendo con Keith. Se le llenaron los ojos de lágrimas, y se acomodó mejor la almohada individual para así apoyar su cabeza sobre la misma.
     

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