Sinopsis: El destino siempre se muestra cruel, inesperado y trágico, o tal vez lo era para las personas que nacieron marcadas por una terrible maldición. Ese fue el caso de Eren e Historia, quienes cargan con grandes responsabilidades para la salvación de la humanidad. Pero ¿acaso no podían elegir su propio rumbo como ellos quisieran? Lo único que podía hacerse es escoger su propio destino. Contenido oculto: "Portada de la historia" Aclaración: Shingeki no Kyojin no me pertenece, es de su creador "Hajime Isayama". Solo me encargo de crear la historia de mi fanfic sin lucros de su magistral obra. Capítulo 01: "Una promesa antes de la tragedia" (Mártir) —¡Oigan, no corran con los pies descalzos! Los niños corrían de un lado a otro, jugando en el extenso campo ante los insistentes reclamos de la joven Reina, que parecía no surtir efecto en los menores. Historia dio un largo suspiro pesado. Todavía le costaba enseñarles los buenos usos de los zapatos, accesorios muy importantes para evitar contraer alguna enfermedad o infección peligrosa. Sabiendo de la gran responsabilidad que tenía en ellos, tuvo que recurrir a su as bajo la manga. —¡Niños! —exclamó, colocando ambas manos cerca de sus labios—. El que no se ponga sus zapatos se queda sin postre para la cena. Una sonrisa se le adorno en los labios tras notar las miradas paralizadas de cada niño. Tal vez no era la forma correcta para obtener su obediencia, pero sabía que el camino fácil no existía, y eso lo tenía en cuenta durante su tiempo como soldado, además que ese truco lo aprendió del instructor Shadis cuando amenazaba a Sasha con dejarla sin comer todo un día. De repente sintió a alguien tirar el extremo de su falda, Historia miró hacia abajo y notó a una pequeña de cabello castaño y ojos grises. Aquella niña traía una vestimenta simple y humilde, llevando consigo una muñeca de trapo en su mano. —¿Qué sucede Elizabeth? —Yo... Yo me preguntaba cuándo vendrían sus amigos por acá —dijo con una tímida voz. Historia le acarició su corta cabellera. —Yo también me hago esa misma pregunta —posó sus ojos zafiros entre ambas montañas donde el Sol poco a poco se ocultaba. Luego vio a la menor con una sonrisa reconfortante—. Pero, estoy segura que volverán. Ellos volverán luego de terminar con su importante misión. Estoy segura que lo conseguirán. La pequeña se sintió segura con sus palabras, pasando a irse con los demás niños. Cuando la observó marcharse, su sonrisa se apagó, mostrándose una expresión decaída. «Estoy segura que volverán.» La verdad era que no tenía ni idea sobre la situación que afrontan sus compañeros del escuadrón 104 y toda la Legión en Shingashina. Sabía y confiaba en que lograrían su objetivo, aunque todavía no entendía el motivo de su inseguridad y miedo. Un temor más grande que la misma muerte. A pesar de sentir esos temores, quiso, no, tuvo que ser fuerte como la Reina de las murallas. No podía doblegarse por ningún motivo, incluso si eso significaba reprimir sus propios sentimientos. Tenía que luchar por salir adelante, igual como lo hacía ahora mismo Eren y los demás. Faltando poco para el anochecer decidió ingresar a la gran casona y poder reunirse con los infantes para verificar si obedecieron a su orden. -O-O-O-O-O- La temperatura bajaba a cada hora mientras el cielo nocturno se encontraba oculto entre las nubes. El ambiente lucía tranquilo, muy tranquilo. El exterior estuvo en un silencio profundo, salvo por los insectos y algunos animales que se encontraban activos en esas altas horas de la noche. Durante ese tiempo, Historia no podía conciliar bien el sueño, sus ojos zafiros no podían cerrarse a pesar del cansancio ejercido por sus múltiples deberes como cuidadora del orfanato. Otra vez aquel pensamiento la siguió atormentando de forma continua. ¿Acaso estaba desconfiando en sus compañeros quienes sobrevivieron en situaciones peligrosas? Todavía recordaba la última vez que vio a Eren y los demás, sí, fue desde la última reunión donde se les informó el día programado para partir hacia Shingashina. Ella sabía que tarde o temprano eso ocurriría. La misión que tanto esperó Eren por fin se llevaría a cabo, tan sólo les faltaba alistar y preparar todo lo necesario para iniciar con la expedición. "Flashback" —Eren. —¿Qué pasa Historia? La joven Reina vestida con su traje militar al igual que su acompañante, miraba por la ventana una gran parte de soldados de la Legión del Reconocimiento preparando los caballos. —Mañana te irás a la muralla María para recuperar el distrito de Shiganshina. ¿Verdad? —su voz sonó con cierta preocupación, no solo por él, también para todos sus demás compañeros. —Sí —lo afirmó a secas, sosteniendo la llave que traía en su cuello—. Pronto sabremos toda la verdad que nos ocultaron en estos cien años. No sé qué cosas hallare dentro del sótano de mi casa, pero tengo que estar presente ahí cuando lo descubra. Aunque primero debo eliminar a Reiner y Berthold para lograr nuestro objetivo, de esa forma podremos rescatar a Ymir. —No tienes que cumplir eso, Eren —se atrevió a verlo a la cara, mostrándole una sonrisa decaída para sorpresa del soldado—. Ymir decidió marcharse por su propia voluntad, así de simple. Lo único que te pido es que regresen a salvo, tan sólo eso quiero pedirte nada más. Eren dio un corto suspiro y cerró por un momento sus ojos antes de dar su respuesta. —De acuerdo. Lo haré —rascó un poco incómodo su cabellera. Sin esperarse sintió una opresión en su cuerpo, notando el pequeño cuerpo de su amiga sobre su pecho. No necesitó una respuesta por su acción, colocando sus manos por atrás de su espalda para fortalecer el inesperado abrazo. Sabía que no podía morir por ningún motivo, todavía hubo muchas cosas que le daban para seguir viviendo. —Te prometo que regresaremos a salvo. Historia decidió creer en sus palabras, quería al menos tener la esperanza de volverlo a ver. No por algo el caprichoso destino los hizo conocerse y compartir su sufrimiento mutuamente. "Fin del flashback" Recostada en su cama y mirando vagamente el techo. El sueño no parecía llegar nunca, todo por culpa de la angustia y el estrés, quienes fueron las causantes de que no pudiera descansar tranquila. Optó por tomar un vaso de agua para hidratarse y tal vez mejorar su problema de insomnio. Teniendo sujeta una vela entre una de sus manos. Ella empezó a hacer una corta caminata hasta el comedor, y una vez llegado ahí se acercó con un vaso vacío al fregadero donde sacó el agua. Luego de refrescarse volvió a su cuarto, pero entonces decidió irse a la ventana, abriéndolo, pudo notar la belleza de la naturaleza siendo iluminada por la luz lunar. Al menos esa tranquilidad que le brindó la zona le daba más confianza en seguir creyendo que la Legión logrará recuperar la muralla María. De pronto su vista se dirigió en aquella zona donde Eren y ella hablaron sobre el futuro de la humanidad, ya había pasado unos días cuando tuvieron esa pequeña charla, charla que abruptamente fue interrumpida por una inexpresable Mikasa. Todavía recuerda con cierta inquietud esa sensación electrizante en todo su cuerpo, parecía como si la misma Ackerman la amenazaba de muerte con su mirada penetrante y profunda, o solo era parte de su imaginación. Al final optó por la segunda opción. —Más te vale volver con vida, Eren —mencionó su nombre a través del aire, intentando que su mensaje le llegada al soldado. Pasó a acomodar sus brazos en la madera de la ventana para acto seguido recostar su cabeza—. Eres el único en quien puedo confiar. -O-O-O-O-O- El Sol se encontró posando entre ambas montañas, todavía faltaba pocas horas para el mediodía. El trabajo en el orfanato seguía aumentando como en cada día mientras el deber de los soldados de la policía militar era de encargarse en cuidar los suministros de comida y la seguridad propia de la Reina de las murallas. Historia, quien se encontraba vigilando a los niños que jugaban en el extenso prado, inexplicablemente, sintió una ligera corriente de viento sobre su larga cabellera. Un mal presagio le llegó a su mente, pensando al instante en sus compañeros del 104. —Eren... Chicos... Mientras en un lugar lejano donde se hallaba la destruida ciudad de Shingashina. Eren veía inmóvil el cuerpo irreconocible de Armin, al mismo tiempo que estaba sujetando con su mano izquierda el cuerpo mutilado de Bertholdt. —Maldición... Debí haberlo sabido... Que de entre todos nosotros, tu siempre fuiste el más valiente —y el soldado pasó a lamentarse por el sacrificio de su valioso amigo. Otra vez había incumplido con una promesa a alguien cercano. Continuará...
Aclaración: Shingeki no Kyojin no me pertenece, es de su creador "Hajime Isayama". Solo me encargo de crear la historia de mi fanfic sin lucros de su magistral obra. Capítulo 02: "Peleando por los compañeros caídos" (Legado) Cuando Historia recibió la noticia de la llegada de la Legión de Reconocimiento, no tardó mucho en dirigirse por carruaje hasta el palacio de Mitras. Una vez llegado a su destino, salió con prisa del transporte pagando al humilde conductor por su generoso servicio, dirigiéndose a la puerta principal se echó a correr en la sala principal ante la vista de todas las personas presentes. Ella traía puesto su ropa casual y sencilla, pues debido a la repentina noticia no tuvo el tiempo necesario para vestirse con su uniforme militar. En el fondo quería comprobar su sospecha que tuvo hace unas horas, quería creerse que no habría muchas bajas por la misión, o al menos deseaba que sus conocidos estuvieran sanos y salvos. Para cuando llegó a la sala de reuniones, vio con asombro a varias personas importantes reunidas ahí, incluidas a Darius Zackly y Pixis. Pero lo más impactante fue cuando vio a Hanji, quien tenía su cara vendada cubriendo parte de su ojo izquierdo. —Su Alteza, vino en buen tiempo, aunque hoy podemos omitir por no llevar su vestuario reglamentario —dijo el comandante supremo, ocasionando que la joven soberana se avergonzada—. Ahora sí podremos comenzar con la reunión. Y así fue que dio inicio a los informes conseguidos por la Legión, donde Hanji se encargó de relatar todos los acontecimientos devastadores que afrontaron sus colegas para lograr su objetivo. Nadie pudo imaginarse de las grandes pérdidas de valiosos compañeros caídos por el enemigo, e incluso la muerte del propio Erwin Smith. Pero lo impactante llegó cuando se reveló el gran secreto que ocultaba el sótano del soldado Eren Jaeger, mostrándoles el contenido de esos tres libros que poseía Hanji; en el cual se hablaba de la existencia de vida fuera de los muros, el origen de los titanes, las diferentes naciones alrededor del mundo, y la distinta cultura como creencia que portaba cada persona. A todos los presentes les cuesta creer semejante verdad. Historia, por su parte, recordó las veces que su hermana Frieda estaba enloquecida por culpa de las memorias del primer rey. Debido a eso, creyó y aceptó las palabras dichas por la nueva comandante. Eso debió ser el verdadero motivo que la familia Reiss tanto oculto en estos cien años, borrando toda información valiosa de la mente de la gente dentro de las murallas. Luego se puso a pensar en Eren, ¿cuál habría sido su reacción tras descubrir tal verdad? ¿O si acaso valió la pena asesinar a todos esos titanes que una vez fueron humanos transformados por esa gente del extranjero? Cuando la reunión finalizó luego de dos horas, Zackly mandó a la policía militar proteger a toda costa los libros en el almacén, a la vez que cada persona poco a poco comenzó a abandonar el área. Sin embargo, Historia se acercó a dos personas muy conocidas por ella. —Podemos hablar en privado —sus ojos mostraron determinación y firmeza—. Por favor. Tanto Hanji como Levi se vieron a los ojos mutuamente, pensando en la repentina petición de su Reina, hasta que la primera aceptó su solicitud. Historia les agradeció, informándoles que fueran a su despacho para hablar tranquilamente sobre el tema que estaba en su cabeza desde que llegó al palacio. Ya para cuando llegaron a su destino, los tres se dispusieron a sentarse en el cómodo sofá, Historia se sentó aparte. Ahí ella les preguntó sobre el estado de sus compañeros del escuadrón 104, ambos no parecieron sorprendidos ante su pregunta, pues era muy claro el motivo de esta pequeña reunión. La preocupación de Historia empezó a disminuir tras enterarse que Jean, Connie y Sasha se encontraban bien, aunque hospitalizados por lesiones no tan graves. No obstante, cuando escuchó los siguientes nombres de sus colegas una inesperada sorpresa ocurrió. —¡¿Cómo que Eren y Mikasa están en prisión?! —no pudo controlar el volumen de su voz, casi oyéndose afuera de la habitación. Levi quien tenía los brazos cruzados se dignó a contestarle. —Esos mocosos se lo buscaron por romper las reglas, además la soldado Ackerman amenazó de muerte a su superior. —Además el castigo que le impusimos por esa falta son de dos semanas —añadió Hanji. —Lo entiendo —su voz fue apagada, agachando un poco la cabeza—. Pero no podrían disminuir su castigo, ellos... Ellos son los héroes que lograron recuperar la muralla María, y merecen un trato mejor por su honorable labor y servicio como soldado. —Yo apoyo la idea de nuestra Reina. Repentinamente, la puerta del cuarto se abrió revelándose a Darius Zackly. —Lamento la interrupción, pero alguien del personal me informó que aquí se encontraban ustedes —caminó hasta llegar a los tres—. Y oyendo su pequeña charla. No podemos permitir que el pueblo se entere que tenemos bajo prisión a la esperanza de la humanidad. —Pero eso sería... —Hanji iba a protestar, pero la mano elevada de Zackly hizo que detuviera su hablar. —Aunque eso no quiere decir que se le pongamos fácil. Ellos rompieron las reglas y, por ese motivo, están aprisionados por cuatro días y solo dándoles alimento una vez al día. ¿Qué dicen? —De acuerdo —dijo Historia, supo que no fue el mejor trato, mas era la única opción que disponía para que sus amigos puedan tener su pronta libertad. Hanji aceptó de igual forma la idea, pero Levi... —Tengo una proposición que hacerle para aceptar su oferta, comandante supremo. —¿Qué es? —lo escuchó interesado. —Quiero que la soldado Ackerman no tenga nada de comida hasta cumplir con la fecha de su castigo. —Oye Levi. ¿No crees que estás exagerando un poco? —se quejó Hanji. —Tsk. Esa mocosa se lo merece y más por ser tan irrespetuosa conmigo, tres ojos —la miró de forma neutral, aunque la comandante de la Legión podría jurar verlo muy enojado—. Incluso es un castigo leve de lo que tengo pensado hacerle a ella si vuelve a faltarme el respeto. —Está bien. Aceptó su pedido, capitán Levi —respondió Zackly. El atardecer se hizo presente a los pocos minutos cuando se finalizó el trato, a lo cual los cuatro presentes se dispusieron a retirarse del despacho real, yéndose por caminos distintos. Historia tenía pensado regresar de nuevo al orfanato, todavía le faltaba terminar algunas cosas para asegurar el bienestar de los niños. Cuando estuvo llegado a la puerta principal, oyó pasos fuertes acercándose a su posición, volteándose por instinto pudo ver a una agitada Hanji. —Uffs... Menos mal que te alcance a tiempo, Historia —dijo jadeante, tratando de recuperar un poco el aliento perdido por esa carrera. —¿Qué sucede, comandante Hanji? De pronto Hanji sacó de su bolsillo ubicado en su pantalón una pequeña caja metálica, abriéndolo, le mostró que en el interior había un trozo de papel. —Olvidé mencionarle que antes de capturar a Reiner, éste nos mencionó que Ymir le dejó una carta antes de marcharse con el enemigo. Lamentablemente, todavía necesito investigar primero todo su contenido para poder entregárselo. Lo siento. —Ah... Lo comprendo —Historia dibujó una sonrisa llena de tristeza—. Le agradezco mucho por habérmelo dicho. Y no se preocupe, yo esperaré. Hanji solo colocó su mano derecha justo en su pecho antes de retirarse de ahí. Cuando volvió a estar sola, Historia siguió adelante en su camino, no cabía duda que hoy hubo varias cosas nuevas que cambiaría el rumbo que llevaba la gente dentro de las murallas. Ella sabía bien que ese gran secreto debía salir a la luz, porque ya estaba cansada de vivir en la ignorancia creyendo que esos gigantes humanoides son la causa de todas sus desgracias. Viajando en un carruaje que encontró por suerte en la calle. Historia se puso a pensar en la carta que le dejó Ymir, su última voluntad para ser preciso. A veces se preguntaba si le diría el verdadero motivo de su inesperada despedida, o tal vez buscaría una excusa lamentable para justificar su abandono. Dependiendo de esas dos posibilidades, sabía a la perfección que tendría que superar el pasado que convivió a su lado y seguir adelante en su futuro con las personas que la aceptaron gracias a Eren. Tal como lo hubiera deseado. La joven Reina miró a la ventana con una expresión que confundía si era felicidad o tristeza. —Ymir... Eres realmente una idiota. Continuará...
Aclaración: Shingeki no Kyojin no me pertenece, es de su creador "Hajime Isayama". Solo me encargo de crear la historia de mi fanfic sin lucros de su magistral obra. Capítulo 03: "Secreto y revelación bajo un anochecer" (Reina y Soldado) Tras la gloriosa victoria que obtuvo la Legión. Al día siguiente, Historia mediante una conferencia pública declaró ese triunfo como un día festivo para homenajear por la recuperación de la muralla María. El grito de alegría del pueblo no se hizo esperar, oyéndose festejos y agradecimientos hacia la soberana de sangre real. Ese mismo día también se hizo otra reunión, el tema principal fue establecer la fecha oficial para el servicio memorial, hubo muchas discusiones al respecto. Sin embargo, Historia puso la voz y decidió que se hiciera en una semana. Ninguno se opuso a la decisión de su Reina, a lo cual Zackly terminó aprobando. La mayoría no se dio cuenta de sus verdaderas intenciones, a excepción de algunos, puesto que la joven Reiss quería esperar con añoranza ese gran momento en que todos sus compañeros estuvieran reunidos como en los viejos tiempos. Un sentimiento de nostalgia brotó en ella. La imagen de Eren se le hizo presente dentro de su cabeza, queriendo saber su estado mental luego de tal experiencia que vivió durante esa batalla sangrienta. Lo que Historia no supo es que Eren ya no volvería a hacer el mismo de antes. -O-O-O-O-O- El plazo del castigo para Eren y Mikasa había acabado, e Historia de inmediato solicitó una reunión personal con los soldados de la Legión que estaban disponibles, viajando hasta el distrito de Trost como punto central para dicha reunión. Todavía faltaba aclarar algunas partes de lo ocurrido en Shingashina, debido a que en las próximas horas se daría a cabo otra reunión para decidir si publicar la verdad o no sobre el origen de la nación Eldiana, conocido también por todo el mundo como la gente de Ymir. Los primeros en llegar fueron Hanji junto a Jean, este último presentaba una fractura menor en su brazo izquierdo que pronto sanaría. Y como lo había prometido, Hanji le entregó la carta, por lo cual Historia decidió leerlo enseguida aprovechando que los demás no venían aún. Su expresión mientras leía cada palabra de Ymir fue tan como ella lo esperaba. No hubo mucho asombro, al contrario, ahora podía comprenderla más por el duro pasado que afrontó y el motivo de ayudarla para que volviera a su verdadero yo. A veces ella misma se preguntaba si merecía tener la ayuda de los demás para entender su verdadero propósito en este cruel mundo. ¿Casualidad o destino? Todavía no entendía muy bien las cosas importantes que la rodeaban, pero no quería hacer que ese último legado que le dejó Ymir fuese en vano. Cuando acabó de leer, pequeñas lágrimas traicioneras se escurren en su rostro. El sentimiento amargo de perderla de esa forma era muy doloroso. Además se sintió como una inútil por no poder responder a las dudas de Hanji y Jean, ¿acaso ellos esperaban algo en especial de alguien que tenía la mente muy simple? De repente oyó sonidos de la puerta, a lo cual rápidamente empezó a limpiarse la parte mojada de su cara. No quería mostrar ese lado débil a nadie, incluso para aquel chico que luchaba por cumplir con sus objetivos caprichosos de crear libertad y paz en el mundo. Justo en el momento que se abrió la puerta, ahí lo pude ver, Eren parecía el mismo de siempre. Eso la alivió un poco, tal parece que había tomado las cosas con total madurez sobre la verdad afuera de las murallas. Pero, algo en ella lo hacía duda de aquello. -O-O-O-O-O- Los días pasaron volando hasta llegar al servicio memorial, donde se hicieron los honores a los soldados caídos en batalla y la entrega de los medallones para los sobrevivientes. Todo iba tan bien en la conmemoración hasta que Historia se sorprendió por la mirada aterrada e impactada de Eren. No era tonta, supo al instante que él vio un recuerdo cuando le besó la mano, pero no sé digno a preguntarle en ese momento sobre aquello. Para cuando éste reaccionó ya todo había vuelto a su respectivo rumbo. La noche se hizo presente a las siguientes horas. Hubo festejos y bailes de las personas presentes en el palacio real, pues hoy era un día de celebración antes que la Legión inicié en los siguientes meses con la aniquilación de los titanes restantes dentro de las murallas. En eso Historia abandonó el centro de la celebración para tomar un poco de aire fresco, el deber de la realeza en bailar con cada invitado fue muy agotador y estresante. Estando ubicada en el gran balcón, pudo ver a la Luna en su máximo esplendor, siendo rodeada de miles de estrellas. Agradece que el cielo estuviera sin nubes para detallar con mayor claridad el bello paisaje mediante sus ojos zafiros. De pronto se oyó pasos acercándose a la joven Reina. —¿Historia? —Eren... —se volteó al escucharlo—. ¿Qué haces aquí? —He venido a tomar un poco de aire —dijo, avanzando hasta llegar al barandal y luego pasando a verla a la cara—. ¿Y tú? —Lo mismo. Ambos no se esperaron encontrarse en este lugar. Hubo un silencio cómodo y relajado. A Historia no pareció sorprenderle que el soldado estuviera alejado de la fiesta, desde sus días en como soldado supo que él no era el tipo de persona que celebraba. La Reina se dignó a verlo, Eren veía las calles de la ciudad con una expresión calmada, eso llamó su atención. —Historia —la llamó de la nada, ella reaccionó de la sorpresa—. Tú... ¿Crees que tengamos oportunidad de recuperar nuestra libertad robada? —¿Eh? ¿Qué quieres decir con eso? Eren se dio un tiempo para contestar, y dijo lo siguiente. —Olvida lo que dije. No es nada importante —dio un corto suspiro, fijando su vista de nuevo en las calles. Historia se quedó un poco pensativa sobre las palabras dichas por él. Su cerebro hizo "click" cuando recordó los incidentes extraños que protagonizó. —Eren —el mencionado pasó a mirarla—. Esa pregunta que hiciste tiene algo que ver con el recuerdo que viste hace algunas horas, o cuando gritaste de la nada en plena reunión. Los ojos del soldado se agrandaron por sus palabras, e incluso su boca le temblaba del miedo generado. ¿Acaso Historia sospechaba de lo que le ocurría exactamente? Tomó su tiempo en razonar, y recordó con torpeza la forma que se comportó en esas dos ocasiones. —Ya veo —continúo Historia—. Es algo que no puedes decir a nadie, incluso a mí. Eren siguió en silencio. No podía decirle a Historia de la teoría que halló en sus recuerdos y las de su padre, jamás podría su vida en peligro por tratar de averiguar la activación de la coordenada. Era un precio muy alto. Quería evitar a toda costa sacrificarla por esa idea tan descabellada y sin confirmación, porque estuvo inseguro e intranquilo si funcionaría. —Hasta luego, Eren. No pudo reaccionar a tiempo cuando observó a Historia irse del balcón para volver a esa ruidosa fiesta. De repente su cuerpo sintió una tremenda adrenalina, esas palabras de despedida le parecía muy familiar a pesar que lo escuchó hace poco. —¡Espera! —gritó Eren elevando su mano derecha, su boca se movió en contra de su voluntad. Miró a Historia que se detuvo justo antes de irse, entonces mordió con fuerza parte de sus labios y habló—. Yo... No puedo decírtelo. Lo siento. Eren solo bajó su cabeza en resignación y escuchando los pasos de Historia alejarse, supuso que se había marchado de ahí. Su elección de mantener silencio fue la correcta o un terrible error. Sumergido en esas dudas no pudo darse cuenta a tiempo cuando unas manos acariciaron su rostro, sintiendo una electricidad en su cabeza, alzándolo, se dio con la imagen de Historia quien lo miraba con una expresión pacífica. —Está bien. Lo entiendo. —¿Eh? ¿Qué cosa? —hizo una mueca confusa. —Sobre "eso" que no quieres revelarme —Eren pareció comprenderla, entonces prosiguió—. Por eso quiero ayudarte. No sé cómo, pero quiero serte útil para lograr nuestra libertad y la de todos. Con solo oír la palabra "útil", Eren apretó los dientes. —No tienes que hacerlo, Historia. Yo puedo encargarme de eso por mi cuenta —su voz sonó enojado—. Tú solo debes continuar con lo que haces por todos esos niños, ahora la gente comienza a aceptarte como su Reina, y... —¡Igual quiero ayudarte! —lo interrumpió—. Soy tu aliada, ¿no? Por eso es mi propia decisión en apoyarte con estos problemas que se avecinan, idiota llorón. Eren pudo notar unas lágrimas deslizarse por el rostro de Historia, igual cuando la observo leyendo aquella misteriosa carta. Parecía que no era el único que sufría con estas grandes cargas que llevaban en sus hombros. —Ymir se fue para siempre de mi lado. A pesar que ya lo sabía de antemano, todavía no puedo superar su partida —estuvo destrozada tanto dentro como fuera, el soldado tan solo escuchaba sus lamentos para intentar que ella se desahogada—. Tú debes comprender ese mismo sentimiento de impotencia. ¿Verdad? —Siempre lo hago. Incluso ahora me siento de la misma forma que tú —suspiró—. Tal vez tengas razón que no deba llevar esta responsabilidad solo, pero... Tengo que hacerlo, no solo por mis compañeros caídos, sino también por toda la gente que luchó para salir de la maldita esclavitud que esos bastardos Marleyanos les hicieron. —Ahora lo entiendo todo. Tú, has visto los recuerdos de tu padre. Eren se espantó enseguida, había revelado sin querer información del mundo exterior. Pero antes de que hablara sobre ello, ella se le adelantó dirigiendo sus manos con las de Eren. —Te puedo ayudar a obtener más de esos recuerdos, de esa forma puede servir de mucho para la sobrevivencia de los Eldianos —las soltó, mirándole con ojos llenos de seguridad—. Sólo quiero que confíes en mí, por favor. Se lo pensó mucho, pero hubo una dura realidad. Eren necesitaba de nuevo la ayuda de Historia para recuperar las memorias más profundas de su progenitor, aún le faltaba descubrir varias cosas del mundo exterior. Odiaba tener que compartir su triste realidad con ella. —De acuerdo, Historia. Confiare en ti. Esa misma noche ambos hicieron un pacto que cambiaría el rumbo que llevaban en sus vidas tranquilas. El destino una vez jugó un rol importante para ellos. Incluso parecía que fuera una simple casualidad que tuvieran las respuestas de lograr aquel difícil objetivo que no pudieron cumplir los revolucionados. Continuará...
Aclaración: Shingeki no Kyojin no me pertenece, es de su creador "Hajime Isayama". Solo me encargo de crear la historia de mi fanfic sin lucros de su magistral obra. Capítulo 04: "Pasatiempos cercanos y cálidos" (Secretos) —¡Un titán a las cinco en punto! Un grupo de soldados montados en caballos pudieron divisar la presencia de un titán de 8 metros que iba a su posición. La mayoría era novatos que recién habían ingresado a la Legión, por el cual en cada grupo se encontraba un experto soldado para evitar pérdidas innecesarias. —¡Yo me encargo! ¡Ustedes quédense ahí!—avisó Eren, quien aumentó la velocidad de su caballo para acercarse lo más posible, ya teniendo cerca de su rango dio un gran salto e impulsándose gracias a su equipo tridimensional lo atacó directamente a su punto débil. El titán cayó al instante mientras Eren pisaba tierra firme, luego se puso a mirar al gigante que comenzó a soltar humo. Los ojos del soldado solo lo vieron con pena y lástima. —Descansa en paz, hermano Eldiano —le dijo en un susurro. —¡Capitán Jaeger! Eren observó la llegada de su grupo, que traían consigo a su propio caballo. —Vayamos en busca del siguiente —enseguida se subió a su caballo. —¡Sí, señor! -O-O-O-O-O- Ya en el mediodía la Legión había regresado al distrito de Trost tras haber cumplido su misión de eliminar a los titanes que seguían dentro de la muralla María. Hoy solo pudieron eliminar a unos pocos, regresando más temprano de lo habitual, además de recargar gas y alimento para los equinos. Aunque los novatos lo tomaron como una nueva victoria para la humanidad. Había pasado seis meses desde la terrible batalla en Shingashina, donde Eren y sus compañeros tuvieron momentos difíciles en cumplir bien su trabajo con el poco personal que tenían disponibles, pero gracias al apoyo de los altos cargos y de la mismísima Reina pudieron conseguir nuevos reclutas para fortalecer las defensas de sus tropas. Cruzando entre las largas calles toda la población los esperaba con gran festejo y emoción. —¡Por fin en casa! —gritó a todo pulmón Jean, recibiendo los elogios de unas bellas chicas que se encontraba entre la multitud y aclamaban su nombre. Eso aumentó mucho su orgullo varonil—. Nunca pensé que me encantaría cumplir con mi trabajo. —Tienes razón, Jean. Incluso me siento como un héroe —secundo un emocionado Connie, que también recibía los elogios de la gente. En eso dirigió su mirada por simple curiosidad a su compañero que estaba de al lado, Eren se encontraba viendo de frente y sin mostrar emoción alguna—. Oye, Eren. ¿No te emociona sentir la admiración y respeto del pueblo? Eren quien pasó su vista a su compañero luego de escuchar su llamado, observó a la gente que les gritaba por su reciente victoria. ¿Victoria, de qué? Lo único que hicieron fue asesinar a su propia gente que culpa no tenía de volverse en esos gigantes come hombres. —Para nada —respondió secamente. —Déjalo Connie. Ya sabes que a este idiota suicida no le interesa esas cosas —dijo Jean, queriendo disfrutar de su momento popular. Sin embargo, Eren no le recrimino por ese insulto. Ahora su cabeza se encontraba en otro lugar para tomarle importancia a peleas infantiles y sin sentido. —Eren. ¿Qué piensas hacer con tu tiempo libre? —preguntó Armin, que estaba cerca de su lado. Sus demás compañeros estuvieron atentos e interesados en saberlo. —Iré al orfanato. —Oooooh... El orfanato —se oyó la voz divertida de Sasha, sonriéndole pícaramente. Eso extraño mucho a Eren por su repentino cambio de comportamiento. —¿Qué ocurre? ¿Acaso no puedo ir? —No, no. Claro que puedes ir, Eren. Pero ¿para qué motivo irás? —atacó ahora con una pregunta muy directa la castaña, la cazadora fue muy astuta en acorralar a su presa. Y no era muy extraño esa pregunta, porque desde hace algunos meses atrás sus compañeros se habían dado cuenta de las constantes visitas que hacía Eren a dicho lugar sin decirles el motivo o la razón. Incluso Mikasa comenzó a preocuparse por la poca compañía que pasaba junto con el muchacho que la salvó de aquellos secuestradores, sintiéndose como un total desconocida para el mismo Eren. —Solo voy a ayudar con los trabajos pesados, nada más —respondió fastidiado. —¡Vamos, Eren! Sé sincero con nosotros. En realidad lo haces para tener un tiempo a solas con Historia. ¿Cierto? —Connie también sonreía de la misma forma que su compañera, solo añadiendo un leve sonrojo. Esa última oración molestó en grande a Mikasa. —No sé lo que estás insinuando, Connie. Pero Historia se encuentra ahí por su trabajo en organizar todas las funciones principales del orfanato —el soldado mostró una expresión natural, debido a que no entendió el doble sentido que le hizo su compañero. Tanto Jean, Connie y Sasha soltaron un largo y pesado suspiro. Era imposible fastidiar e incomodar al denso de Eren, hasta llegando a pensar que podía ser asexual. —¿Qué rayos les pasa a esos tres? —Eren se preguntó confuso por sus reacciones. De pronto se oyó la pequeña risilla de Armin. —Creo que entiendo bien el por qué ellos están así. Después de todo, Historia era la chica más popular en nuestros tiempos como cadetes. —¿En serio? —abrió un poco los ojos—. Eso no lo sabía. —Bueno, eras el único que no estaba enterado sobre eso. Eren se mantuvo en silencio y marcharon hasta la base militar. Había muchas cosas que les ocultaba a sus compañeros, un secreto que nadie debía enterarse, incluyendo a aquella persona que le ayudaba a descubrir la verdad a través de los recuerdos de sus antecesores. -O-O-O-O-O- —¿Dónde pongo esta caja? —La puedes colocar junto con la reserva de comida. Una vez que dejó la caja en el lugar indicado, Eren regresó a donde Historia quien se encontraba afuera del establo. Para cuando llegó ella le ofreció un vaso con agua. —Gracias —dijo, tomando el vaso y bebiendo al instante. —Te agradezco que de nuevo me ayudarás con los trabajos difíciles —Historia recostó su espalda en la cerca, mirando a los niños que corrían en la extensa pradera—. ¿Y cómo estuvo la expedición de hoy? —No es gran cosa —respondió vagamente. De repente sintió la mirada enojada de su pequeña amiga rubia—. ¿Ahora que te sucede? —"No es gran cosa". Por favor, Eren, en serio no tienes otra manera de hablar que no sea la misma en cada visita que haces —soltó un corto suspiro, no tenía caso regañarlo por su falta de interacción social—. Supongo que ahora quieres continuar con el experimento de la otra vez. —Suena raro si lo dices de esa forma —contestó el soldado algo incómodo por ese nombre que se inventó. A Historia le pareció graciosa su reacción. —Al menos intento ponerle algo de sentido a lo que estamos haciendo cada tarde, o prefieres llamarlo tocaditas de manos —dijo de modo sarcástico. Historia podía ser una chica amable y muy confiable con los demás, pero con Eren era más directa y sincera debido a que la hacía sentirse ella misma. De pronto corrió una fuerte brisa de viento en toda el área. Historia colocó su mano en su cabellera rubia para evitar que se despeinada, pero enseguida notó como el cabello del chico se alborota de un lado a otro. Para cuando el viento cesó, la joven soberana no podía evitar reírse por la forma graciosa en que quedó la cabeza de su amigo. —Esto es un fastidio —murmuró el soldado. Historia pudo relajar su expresión para acercarse. —Veo que de nuevo te crecio el cabello. —Sí... A veces me complica mantenerlo en su lugar. —¿Quieres que te corte como la anterior vez? —le sugirió, a lo cual Eren aceptó su ayuda. Historia todavía recordaba que hace cuatro meses el cabello de Eren le llegaba hasta el cuello, incluso se sentía preocupada por la falta de interés en su propia imagen. En el interior de la casona, Eren se encontraba sentado en una silla mientras Historia sacaba unas tijeras del escritorio cercano a la librería para luego regresar hasta el muchacho de ojos esmeraldas. —No te vayas a mover —le advirtió, colocándose por detrás de él. —De acuerdo. Ella comenzó con su trabajo de forma calmada, cortando primero la parte de atrás con sumo cuidado. Eren se mantuvo en silencio, sintiendo como cada parte de su pelo caía al suelo que estaba cubierto con papeles para evitar ensuciar el piso. Cuando sintió las manos frías de la chica, una repentina corriente eléctrica recorrió por todo su cerebro, mas no sucedió nada que le afectara su cordura, ni siquiera un recuerdo de su padre o del otro Eren. Sabía de antemano que ese "experimento" no siempre tiene resultados favorables. Pero, de alguna forma, hubo algo que le intrigaba demasiado. —Historia. —No hables. Estoy ocupada —le dijo, siguiendo con su labor. —Solo quiero hacerte una pregunta —continuó, perseverante. Historia prefirió no rechistar a su insistencia, conocía perfectamente lo cabeza dura que era. —¿Qué quieres preguntar? —Yo... —dudó por unos segundos, pero al final decidió hablar sobre la duda que rondaba por su cabeza desde hace unas horas—. ¿Es cierto que fuiste popular durante nuestro tiempo en el reclutamiento? —¡¿Q-qué?! —esa pregunta la tomó por sorpresa, y casi le corta una oreja a su compañero. Jamás se esperó que le hiciera tal pregunta—. ¿Para qué quieres saber de eso? —Curiosidad, nada más —dibujó una media sonrisa—. ¿O es que acaso te incómoda decírmelo? —¡Para nada! —frunció el ceño, enojada. ¿Acaso la estaba retando? No tenía ni idea de su propósito en saber algo del pasado, pero tampoco se iba a quedar de brazos cruzados—. Te lo diré si tú también me dices un secreto tuyo. —¿Mío? —la miró intrigante. —Claro. De esa forma estaremos a mano, pero tiene que ser un secreto que no le hayas dicho a nadie, y eso incluye a Mikasa y Armin. ¿De acuerdo? Eren se mantuvo indeciso por esa propuesta, debido a que no tenía ningún secreto qué revelarle a ella. Ah no sé qué... —Está bien —aceptó firmemente. Historia sonrió victoriosa, empezando a recordar aquellos días cuando era Krista Lenz. —Pues... Me enteré de eso al siguiente mes cuando ingrese a la milicia —relató, mientras reanudaba su trabajo con las tijeras—. Al comienzo no comprendía muy bien por qué todos me miraban extrañamente cuando pasaba a su lado, o la vez cuando entrenaba en los combates cuerpo a cuerpo. Por la mente del joven soldado se puso a recordar la vez que dejó a Reiner inconsciente en el entrenamiento cuando este volteó su mirada hacia otro lado, dejándole la victoria a su merced. ¿Acaso esa distracción habría sido causado intencionalmente por Historia? —No fue hasta que Ymir me explico el motivo de sus miradas hacia mí, e incluso recuerdo claramente lo que me dijo en ese entonces: Krista, corres un grave peligro con esos hombres acechándote en cada día. Así que yo estaré a tu lado para protegerte, y luego de graduarnos nos casaremos —dijo, imitando torpemente su voz—. Aun sabiendo la causa que yo provocaba, realmente me sentí feliz por ser importante y valiosa para los demás —de pronto puso una expresión decaída—. Pero, ellos solo adoraban a la amable y gentil Krista. —Fue lo mejor, ¿no? —¿Eh? —El hecho de que dejarás atrás tu farsa como Krista para mostrarte ante todos como realmente eres —bajó un poco la mirada—. Ahora todos te conocen y valoran por lo que eres en realidad. ¿No es así, su Alteza? —Sí. Fue lo mejor —sonrió levemente, para luego mostrar una cara seria—. Eren. No sé si ya lo olvidaste, pero hace poco me prometiste que ibas a dejar de llamarme así cuando no estemos en el palacio. —Ah, claro. —Ahora te toca a ti contarme. Eren medito bien las palabras que iba a usar para contarle, soltó un pequeño suspiro. —Yo, tengo un hermano mayor por parte de mi padre. —¡¿Qué?! —Historia se quedó perpleja. —Su nombre es Zeke —prosiguió—. Eso es todo lo que puedo decirte. —¡Wow! —fue lo único que pudo decir, jamás se imaginó tremenda sorpresa. Eren tiene un hermano de sangre, y tal vez lo supo a través de los recuerdos de su progenitor. De alguna forma se sentía muy identificada con él, y no solo por descubrir que tenían un hermanastro sino también por las cosas trágicas que tuvieron que afrontar con el tiempo. Para cuando termino de cortarle el pelo, Historia se retiró directo al lavado del comedor. Eren se levantó de la silla y caminó hasta el espejo colgado en la pared, ahí pudo notar que tenía de vuelta su viejo estilo. Ya cuando volvió ella, el soldado la miró a los ojos. —Te agradezco por el corte. —No fue nada —dijo, secando sus manos con una toalla—. Pero si quieres mi opinión, yo creo que te quedaría bien tenerlo largo. —¿Acaso olvidas el problema principal de tenerlo largo? —Eso se puede arreglar fácilmente si lo tienes amarrado en una cola —repentinamente le guiño un ojo—. Además, podrías atraer la atención de las chicas nuevas en la Legión. —No necesito tal cosa superficial —respondió neutral—. Pero igual tomaré tu consejo. El atardecer se deslumbró a través de las ventanas de la sala, justo en ese momento, Historia miro hipnotizada la silueta del soldado que parecía brillar gracias a la luz solar. —Eren —se mordió el labio inferior al llamarlo, dudaba. —¿Qué ocurre? Ya no tenía caso, debía hablarle con sinceridad. —¿Por qué me contaste lo de tu hermano? Sabes que podías decirme cualquier cosa, incluso una simple mentira para que te creyera —su boca se movió por sí sola, quería, no, deseaba saber el verdadero motivo de contarle tal secreto—. Tenía entendido que no ibas a revelarme nada que fuera del mundo exterior. Entonces, ¿por qué me lo dices ahora? —Eso es porque confío en ti —esa fue su respuesta, fácil y directo. No tenía motivos para explicarle el por qué le contó eso. Tan solo sucedió así nomás—. Somos aliados. Historia le tomó un par de segundos en responderle. ¿Merecía tener ese privilegio de confianza? Por extraño que pareciera realmente la hizo muy feliz. —¡Por supuesto! —le dedicó una sonrisa sincero, contagiando su alegría a su compañero. —Creo que sería mejor continuar con el experimento antes que anochezca —dijo con voz cantarina, tocándose la parte de atrás de su cabeza. —¿No qué te parecía raro el nombre? —ella lo miró con ojos acusadores. —Ah... Supongo que podríamos dejarlo de esa forma. Y, sin decir nada más, ambos se retiraron de la sala para ir a un lugar más privado. Tal vez las demás personas quedaron fascinados por la gentileza y amabilidad de Krista, pero solo Eren conocía a la verdadera Historia. Aquella chica que sonreía como una persona normal y no como una diosa. Continuará...
Aclaración: Shingeki no Kyojin no me pertenece, es de su creador "Hajime Isayama". Solo me encargo de crear la historia de mi fanfic sin lucros de su magistral obra. Capítulo 05: "Deseos profundos y sinceros" (Toque) Había pasado un año desde se que arregló el asunto en la muralla María, dándose el anuncio para que la población volviera de nuevo a su lugar de origen. Ya no había titanes que amenazan con la extinción de la humanidad, además de que el gobierno usó el presupuesto de la alta sociedad para la reparación del distrito de Shingashina. Todo parecía indicar que llegó una época de paz y armonía. O al menos eso quería creerse... Cuando Eren sintió por primera vez la fría sensación del mar entre sus pies descalzos, no tuvo tiempo de reaccionar al tipo de sentimiento que albergaba en su interior. ¿Emoción de contemplarlo? ¿Fascinación por lo grande que era? ¿Un hermoso paisaje de color azul? ¿Un sueño imposible ahora vuelto una realidad? Ver el gran lago en el horizonte le produjo bastantes cosas que eran difíciles de explicar, pero esto ya no era un objetivo de su niñez. Tal vez el Eren testarudo y optimista de aquel tiempo estaría ahora gritando muy eufórico junto a sus compañeros de la infancia que el océano es real, y que su amigo Armin tenía toda la razón cuando le enseñó las distintas maravillas que portaba el mundo exterior a través de aquel libro que fue prohibido para las personas dentro de las murallas. Pero en la mente del joven Jaeger se puso a recordar la charla que tuvo en este lugar su padre con aquel Eren conocido como el Búho. La restauración de la nación Eldiana debía llevarse a cabo a como dé lugar. La misión que le encargó su padre como última voluntad fue el motivo por el cual seguía vivo hasta la actualidad. La libertad que tanto soñó todavía se encontraba inalcanzable ante sus ojos. El enemigo debía ser eliminado a cualquier costo. Las acciones injustas junto con el abuso de poder por parte de Mare hacia la gente de Ymir provocaron que le hirviera de la ira a pesar de encontrarse calmado ante sus compañeros de la Legión. Esos bastardos tenían que morir y dejar de existir, siendo recordados por todos los seres vivos de este inmenso mundo como la parte negativa y atroz de la historia. Un sentimiento de satisfacción brotaba en su interior de tan solo pensarlo. Ya no le importaba que sus acciones fueran despiadadas y crueles, de todos modos la gente del exterior los conocían como los terribles demonios del mal, ¿no? Entonces sus acciones estarían muy acorde a su estúpida ideología. La noche se hizo presente a las siguientes horas desde que se conoció el mar, y la Legión había decidido acampar cerca de la muralla. Mañana tendrían que hacer varias cosas al respecto para la futura llegada del enemigo, tales como instalar una base militar en cada área aproximada a la isla Paradis. Eren se encontraba sentado encima de la muralla, sus ojos los tenía enfocados en el horizonte del vasto mar. Justo a su lado estaban sus pertenencias, puesto que le había tocado el turno de vigilar la zona. —En este mismo lugar yacen la desesperación y el odio de los Eldianos, pero también se encuentra la promesa y el acuerdo de su futura liberación. Al decir esas palabras sintió un sentimiento de melancolía a pesar de ser la primera vez que observaba la muralla. —¡Eren! El mencionado se percató de la presencia de Armin y Mikasa. —¿Qué hacen ustedes aquí? —Hemos venido a apoyarte con la vigilancia —respondió Armin. Eren se mantuvo en silencio tras escucharlo, ambos se sentaron cerca de su lado. —Pareces muy pensativo. —No tanto —dijo Eren, elevando su vista en el cielo oscuro—. A veces me pregunto si realmente seremos... Ahh, mejor olvídenlo. —Libres. Eso fue lo que querías decir, ¿cierto? Para Armin, no era muy difícil comprender lo que pensaba su amigo; aunque en estos últimos meses se encontraba muy extraño y solitario con él, Mikasa, y los demás. No tardó en comprender que, tal vez, seguía agobiada e impactado con todo lo que se enteró a través de los recuerdos del doctor Jaeger. —Yo también he pensado muchas cosas al respecto luego de saber la verdad del mundo exterior. ¿Por qué nosotros tenemos que cargar con los pecados de nuestros antepasados? ¿Por qué somos considerados los demonios del mal? ¿Y por qué nacimos para volvernos la mayor desgracia de toda la humanidad? A veces me pregunto el porqué de nuestra injusticia solo por ser descendientes de Ymir —explicó Armin, colocando sus manos cerca de sus rodillas y con la cabeza agachada—. Todavía no lo comprendo. Incluso ahora mismo soy un simple ignorante ante las distintas opiniones de cada persona que se encuentra más allá del mar. Eren soltó un pesado suspiro, de alguna forma estaba de acuerdo con su opinión. —¡Eso no es del todo cierto! —tomó la palabra Mikasa ante el estado de ánimo de sus dos amigos—. Nosotros no somos tan diferentes al resto. Aquellas personas que nos odia y acusa de haber provocado estas calamidades en el mundo no saben que nosotros nunca estuvimos enterados de esa cruda realidad, y todo por culpa de las ideas erróneas que les enseñaron. Mikasa, que era la única chica silenciosa y reservada del grupo, por primera vez mostró confianza para entablar una conversación larga respecto a su opinión personal. Eren comenzó a rascar su cabeza fuertemente. —Me siento patético que Mikasa me haga aclarar mis propias dudas. —Espera Eren. Yo no lo quería decir de esa forma. —Se siente nostálgico este ambiente que tenemos ahora, ¿no lo creen? —habló Armin, llamando la atención de ambos. Sacó de su mochila un pañuelo con algo dentro en su interior, tras abrirlo se reveló la concha marina que había guardado desde el mediodía—. Ya ha pasado un año desde la última ocasión que estuvimos reunidos los tres. Recuerdo que esa vez nos quedamos hablando de recuperar la muralla María para por fin conocer el mar. Por la mente de Eren se puso a recordar de otra cosa que se mencionó en aquella ocasión. Tratar de recuperar su ciudad natal del enemigo y retomar otra vez sus antiguas vidas. Esa misma charla se volvió a repetir, incluso esta noche era la misma donde los tres hicieron esa promesa. Era cierto. ¿Cómo pudo haberse olvidado de aquello? —Tienes razón. Al final logramos cumplir con nuestra promesa —dijo Mikasa en un tono calmado, cubriendo parte de su boca con su bufanda. —Es verdad. Nosotros pudimos... «Tienes que salvar a Armin y a Mikasa de nuestro cruel destino.» La voz de su padre resonó en su cabeza, dejando sus palabras a medias. De nuevo ese recuerdo le causó miedo y desesperación. ¿Por qué ocurría esto tan de repente? —Eren. ¿Qué te sucede? —se oyó la voz preocupada de Mikasa, tocándole su hombro. —Estoy bien —dijo con una voz apagada luego de volver en sí mismo. En eso fijó sus ojos esmeraldas en ambos muchachos, no quería creerlo pero tenía una intuición de que algo malo ocurriría en el futuro—. Yo solo... Yo solo estaba pensando si volveremos a estar reunidos los tres en la siguiente ocasión. Las posibilidades para que sobrevivamos son muy escasas ahora que tenemos a un terrible enemigo de proviene de tierras lejanas, además que ni siquiera sabemos si podremos tener una oportunidad de ganar. —Sobreviviremos —Mikasa tomó la palabra—. Sin importar las adversidades que se nos presente, o la avanzada fuerza militar que ellos posean. Todos nosotros lucharemos para ganar esta batalla y sobrevivir. Armin dibujó una media sonrisa, levantándose de golpe. —Mikasa tiene razón. Hasta ahora nosotros y toda la Legión hemos logrado grandes hazañas que nadie más pudo hacerlo. Todavía no podemos darnos por vencidos tan fácilmente, pues nada está dicho aún. —Sí. Necesitamos pelear para poder ganar —diciendo esas palabras, Eren recuperó de nuevo su confianza. El ambiente incómodo que se generó entre el trío poco a poco se volvió más relajado. En ese momento Eren supo que necesitaba tiempo, el tiempo suficiente para lograr una estrategia de derrotar al enemigo que se avecina pronto a la isla. El camino era difícil, pero buscaría lo que sea para protegerlos. —Espero que volvamos a estar juntos en la próxima ocasión —murmuró Armin. Tanto Eren como Mikasa estuvieron de acuerdo con lo que dijo, mientras los tres siguieran juntos podrían lograr atravesar este complicado problema. Pero, de alguna forma, Eren sintió que esta emotiva reunión sería la última. -O-O-O-O-O- Pasó un mes desde que la Legión conoció el lado oculto que guardaba el exterior de las murallas. Ese día, los altos funcionarios hicieron una importante reunión para hablar sobre el avance de la fortaleza que se hizo en los extremos de la frontera, como una medida de seguridad para confrontar al enemigo en caso de que vinieran por vía marítima. —¿Cómo va el avance en la base militar, comandante Hanji? —fue la pregunta que hizo Darius Zackly, uniendo sus manos en forma de rezo. —Por ahora hemos logrado un mejor rendimiento en cuanto a la vigilancia en dado caso que el enemigo apareciera, lamentablemente, no podemos asegurar su total eficiencia si hubiera por ejemplo una densa niebla. Además si el enemigo se transporta en varios barcos, tenemos a Eren y a Armin para frustrar su invasión, aunque lo malo es que todavía no conocemos el desarrollo avanzado de su armada —hizo una corta pausa—. Si tuviera que ser franca diría que necesitamos de toda la suerte posible para conseguir la victoria. Después de todo, nos estamos enfrentando al mundo entero. —Ya veo. Entonces, lo único que podemos hacer es esperar lo peor si el plan de defensa fracasara. —Señor, le pido permiso para hablar —dijo Eren, quien se levantó de su asiento. —Adelante, nuestro titán. —Viendo la situación actual en la cual nos encontramos, tengo una sugerencia que hacerle. —¿Cuál es tu sugerencia? —He estado pensado que en vez de destruir los barcos del enemigo podemos utilizarlos a nuestro favor —explicó con seriedad—. Si lo mantenemos en buen estado podremos averiguar la tecnología que portan y encontrar un modo de contraatacar, incluso podemos usar a su propia gente como rehenes si las cosas se empeoran. Y solo eso podría ser posible si Armin y yo usamos nuestro poder titán. —Entiendo. Lo que tratas de decir es que hurtemos su avance militar aprovechando que nosotros los tenemos a ustedes, además que obtendremos información valiosa de ellos si los capturamos convida. ¿Qué opina de la idea del joven Jaeger, comandante Hanji? —Diría que podría funcionar, aunque puede ser muy arriesgado llevarlo a cabo debido a que es un plan de doble filo. No tenemos el conocimiento exacto si el enemigo se ablandara con saber que tendremos a sus compañeros como prisioneros, y esto lo digo por la información del propio Eren cuando el poseedor del Titán Bestia abandonó a Bertholdt a su propia suerte luego de perder la batalla. —No tenemos de otra más que intentarlo —habló Pixis—. La supervivencia de nuestra gente depende que este plan funcione, o tal vez haya otra persona que tenga otra idea. Las personas en la sala se mantuvieron en silencio, nadie tuvo una objeción al respecto. —¿Y usted qué opina, su Alteza? —preguntó Zackly. Historia se quedó mirando a Eren fijamente, a lo cual él también hacía lo mismo. —Si nadie en la sala tiene alguna propuesta que hacer, entonces daré por aceptado el plan de Eren Jaeger —pronunció con su voz firme y segura. Luego de escuchar las palabras de la Reina se dio por finalizado la reunión de hoy. -O-O-O-O-O- —Te agradezco mucho por lo que hiciste en la reunión. —En serio no tienes porque agradecerme. Yo solo lo hice porque confío en ti. En el despacho de la Reina. Eren e Historia se encontraban sentados en el gran sofá y mirando la gran ventana que se encontraba abierta. —Hoy tiene entrenamiento, ¿verdad? —preguntó ella sin verlo a la cara. —En el mediodía —respondió enseguida—. Hanji-san dijo que debo ayudar a Armin a controlar su poder titán, incluso que tendríamos una pelea de prueba para mejorar nuestros puntos débiles. Mientras tanto el capitán Levi junto con Mikasa y los demás se encargarán de entrenar a los soldados novatos en el manejo y uso de la lanza trueno. —Ya veo. Ustedes se encuentran muy ocupados, y si eso le añadimos con la futura llegada del enemigo. Todo parece indicar que estarán activos durante todos los días de la semana —recostó su cabeza ahora viendo el techo—. En algunas ocasiones he deseado volver a ser un soldado y apoyarlos en lo que pueda. —Ya lo haces —interrumpió el soldado, viéndose a los ojos de forma sincronizada—. Me has ayudado en varias cosas que yo mismo no podía hacer, incluso lo hiciste en la reunión de hace poco. —Ya te dije que lo hice porque confío plenamente en tu decisión. En la habitación pasó unos veinte minutos, durante ese lapso de tiempo ninguno de los dos habló u opino de algo. Ellos ya estaban acostumbrados a ese ambiente tan silencioso y calmado, despejando sus problemas personales y poder relajarse en el corto tiempo que tenían de compañía. De pronto Eren se levantó del sofá, e Historia supo la razón de eso. —¿Ya te vas? —preguntó lo obvio, el soldado solo asintió con la cabeza—. Bueno, supongo te veré en la siguiente reunión. —Historia... —la llamó de forma insegura—. Hoy vas a ir al orfanato. —¿Hoy? —ladeó la cabeza—. No, no iré. Ahora el orfanato se encuentra en orden y sin ningún problema para necesitar mi presencia. —Entonces, ¿puedo pedirte algo? —¿Qué es? —lo miró con suma intriga. —Puedo verte esta noche. -O-O-O-O-O- Esa misma noche Historia se encontró muy nerviosa, caminando inquieta de un lado a otro en su gran habitación. Todavía recordó aquellas palabras que le dijo Eren, incluso le pareció muy extraño que mencionada un encuentro nocturno considerando que era una petición indecente y peligroso. ¿Acaso Eren pretendía infiltrarse en su habitación con los guardias vigilando todo el palacio real? Sabiendo de su pronta visita decidió vestirse con ropa casual, debido a que sería demasiado vergonzoso que él la viera usando su largo camisón para dormir. Eran alrededor de la diez de la noche, y no hubo aparición del soldado. La habitación estaba oscura y el sueño le estaba venciendo a cada momento. Justo cuando estaba a punto de cerrar los ojos, oyó un sonido seco proveniente de su balcón. La sombra de alguien misterioso apareció y se le acercó a pasos lentos. —Historia... ¿Estás despierta...? —llamó aquella persona en voz baja. Tras reconocer su voz, Historia se levanto apurada de su cama. —Llegas muy tarde. ¿No sabes la hora que es? —le dijo con sumo enfado. Eren no pudo notar su expresión por lo oscuro que estaba el lugar. —Te dije que vendría esta noche, jamás te mencione a qué hora estaría aquí —respondió el soldado con simpleza. Historia dio un corto suspiro. —Bueno, ¿de qué quieres hablarme? Debo suponer que es muy importante para tener un encuentro a estas horas. —La verdad... Es que solo quería charlar un poco contigo. —¡Eh! Es una broma, ¿cierto? —No. No lo es. A Historia le tomó un par de segundos en reaccionar, porque la situación estaba muy extraña entre los dos. O mejor dicho, Eren estaba raro en este día. —Si solo era eso, podemos hacerlo en nuestro tiempo libre. —Lo que ocurre es que ya no tendré tiempo para verte. —¿Qué quieres decir? Eren se mantuvo indeciso si contarle o no de la información que recibió de Hanji antes de comenzar la reunión. En ese instante tomó una elección. —Teniendo al enemigo amenazando con atacar en cualquier momento la isla Paradis. La Legión decidió alojarse en la base que formamos cerca del mar, por lo cual ya no tendré tiempo para visitarte. Ahora entendía claramente el motivo de su visita. Luego observó a Eren que caminaba de vuelta al balcón. —Sígueme. —¿A dónde? —fue lo único que pudo preguntar. —A un lugar más cómodo para hablar. Sin oponerse a su proposición, Historia le siguió el paso. No podía creerse lo que acaba de ocurrir hace unos minutos, puesto que ahora se encontraba sujetando con fuerza la espalda de Eren mientras este se mantenía volando gracias a su equipo tridimensional. Observo la ciudad iluminada, siendo un bello paisaje desde su propia perspectiva. Luego un largo trayecto Eren aterrizó encima de la muralla Sina. —Llegamos —le avisó. Historia enseguida dejó de sujetarlo y sus pies tocaron el suelo. —Cuando me dijiste que te siguiera pensé que me llevarías a un lugar cercano. —Creí que este lugar era una buena elección. ¿O quieres que cambiemos de lugar? —No, así está bien —le dijo, sentándose. Sería una pérdida de tiempo encontrar otro lugar dada las altas horas de la noche—. ¿Vas a sentarte? Eren no dijo nada y pasó a sentarse a unos quince centímetros de ella. De repente notó la mirada de la Reina, viéndolo de forma atontada. Historia, tras percatarse de ello, se volteó rápidamente para no verlo a la cara. —¿Qué te sucede? —Nada. No me sucede nada —se excusó algo nerviosa. La verdad fue que ella se quedó embobada por su cabellera azabache—. Veo que tomaste mi consejo de mantener tu cabello largo —le dijo, sin voltearse. —Ah, eso. Decidí cambiar un poco mi apariencia —dijo con total naturalidad. En eso oyó la audible risa de su acompañante—. ¿Qué es tan gracioso? —Pues, me resulta gracioso saber que si te importa cuidar tu persona ya que siempre te he visto que Mikasa era la que se ha encargado de cuidarte desde que éramos cadetes. Incluso escuché de la boca de los demás que más parecías su hijo en vez de su hermano —lo miró a los ojos dibujando una media sonrisa—. Además, he notado que ahora quieres lucir mejor tu cabello que el promedio. —No es para tanto. Tampoco me quiero comparar con Jean, que siempre me fastidia sin razón aparente cuando Mikasa estaba al pendiente de mí —le respondió, algo incómodo. —En eso estoy de acuerdo —entonces alzó su mirada hacia el cielo estrellado—. Cambiando un poco el tema sobre tu cabello. Eren, dime, ¿cómo es el mar? Eren miró también el cielo oscuro apoyando ambas manos hacia atrás para sostener su cuerpo. Recordó la experiencia de conocer el gran lago salado, la melodía agradable de la aves y la sensación increíble de descubrir nuevas criaturas que habitaban ahí. —El mar es... Muy grande. Muy salado. Y muy azul. —No tienes una mejor forma de explicarlo. —Lo siento —suspiró con pesadez—. No soy tan bueno relatando cómo lo hace Armin. —No importa. Solo con oír eso, yo también tengo interés de conocer el mar algún día. Las primeras horas se pusieron a hablar de varias cosas, algunas fueron de sus vidas cotidianas y otras de sucesos únicos. Ambos se sintieron como unos niños que se contaban de todo para poder mantener su vínculo amistoso. El amanecer y el crepúsculo tienen colores similares a la soledad La infancia normal y corriente que jamás pudieron tener debido a que convivían en un mundo donde eran prisioneros en el interior de una gran jaula conocida como las murallas. Las coincidencias de haberse conocido no existían, tan solo ocurrió lo inevitable. Eren Kruger lo había dicho. La cadena de tragedias se repetía una y otra vez, como un molesto bucle, mostrando un angustiante sufrimiento de perder a tus seres más amados hasta lograr un cambio drástico para no volver a experimentarlo. Durante la conversación ninguno de los dos se percató de la cercanía del otro, casi rozando la punta de sus dedos mientras una agradable brisa refrescaba sus rostros. —Ojalá todos pudiéramos estar así para siempre —dijo Historia en un tono bajo pero audible—. Viviendo libres de cualquier discriminación que provocó nuestros antepasados. Un mundo nuevo donde todos podamos convivir en paz y armonía con el mundo exterior, eliminando las guerras sin sentido para ya no derramar más sangre de gente inocente. Eren vio el rostro de Historia, que diciendo esas palabras pudo captar como sus ojos zafiros brillaban con cierta intensidad gracias a la luz lunar. Sintió una ligera sensación sofocante en su pecho. Ella aún tenía la esperanza de que este mundo podrido pudiera cambiar. —Si derrotamos al enemigo... Si derrotamos a Mare estoy seguro que podremos encontrar nuestra libertad —entonces dirigió sus manos justo en su cuello, sacando la llave que le reveló la verdad del mundo exterior ahora convertido en un recuerdo de su pasado—. Mi padre antes de irse me dijo que la curiosidad de un ser humano no se puede reprimir, y gracias a esas palabras yo he podido avanzar hacia adelante. No solo fue el poder titán que me entregó, también fue el valor de poder cumplir todas mis metas si me lo propongo. —Entonces, debemos seguir luchando hasta la muerte con esa nación extranjera. ¿Acaso es la única opción que tenemos? —ella bajó la cabeza, abrazando sus rodillas—. Sin embargo te comprendo Eren, y mucho. Es imposible hacerlos entrar en razón con acciones pacíficas porque de todas formas somos considerados como descendientes del mal. Sumergida en sus propios pensamientos, Historia se percató tarde cuando sintió un cálido roce en su mano. Levantando un poco su cabeza se encontró con los ojos de Eren, su rostro expresaba seriedad y a la vez comprensión. —Eren... —Sin importarme las tragedias que ocurran en los siguientes días, meses o años. ¡Yo jamás permitiré que ellos destruyan el hogar donde hemos nacido! No mientras siga con vida en el tiempo que me queda de vida. Historia sonrió ante su comentario, directa y un poco egoísta. ¿Acaso era un tremendo idiota en pensar que el mundo giraba en torno a él? ¿O como si fuera el protagonista de una historia trágica? —En serio tú... Ni siquiera tengo palabras para decirte sobre eso. —¿Ah? Yo solo estaba siendo sincero contigo. —Lo sé. Eres tú, después de todo. —Eso suena como si fuera algo malo. La Reina no pudo evitar reírse ante el enojo infantil de Eren. A veces actuaba genial, pero otras veces parecía el mismo chico problemático de hace un año. No podía evitar sentirse más que aliviada de que no cambiará mucho tras descubrir la verdad en su sótano, aunque también hubo una parte de él que cambió ante sus ojos. —¿Historia...? ¿Te ocurre al-...? —sus palabras quedaron a medias cuando sus labios fueron aprisionados por los de la joven Reiss. Ella rápidamente detuvo el beso, alejándose un poco de su compañero que tenía la mirada perpleja. ¿Qué fue lo que había hecho? —¡Eren! Yo, lo siento mucho. No quise... —y de la misma forma, el soldado también la interrumpió con un beso y colocando una mano en su mejilla. Historia tan solo cerró los ojos y disfruto del momento. No sabía cómo había ocurrido esto, pero eso fue lo que menos le importo. Por primera vez experimentó un extraño sentimiento por él en estos meses, siendo muy raro en ella quien no entendía mucho de las emociones humanas. ¿Acaso esto significaba ser amada? ¿Un amor mutuo y compatible, o un simple deseo por el género opuesto? Esas preguntas fue lo que estuvo rondando en su cabeza. Cuando ambos se separaron para tomar aire, ninguno tuvo el valor de hablar y romper el ambiente que se formó. Sin embargo alguien tuvo que hacerlo. —¿Qué fue lo que acabas de hacer, Eren? —preguntó la soberana, levemente sonrojada. —Eso mismo deberías preguntarte a ti. —¡¿Qué?! —entonces cambió su vergüenza por enfado—. O sea, lo hiciste como un acto de venganza por el beso robado que te di. —¡Tampoco lo quise decir de esa forma! —contestó, algo avergonzado—. Yo nunca creí que nosotros terminaríamos de... Ya sabes, eso. Historia se quedó callada al escucharlo. La vergüenza volvió a apoderarse de su cuerpo mientras observaba la silueta de Eren viendo el horizonte. —Pronto va a amanecer —enseguida se levantó y preparó su equipo—. Será mejor irnos antes de que todos descubran nuestra desaparición. —Tienes razón —ella igual se levantó—. Imagínate los castigos severos que te hará el capitán Levi si no te encuentra en tu cuarto —bromeó. —Ni siquiera yo quiero saberlo —respondió el muchacho, incómodo. Y así ambos partieron de la muralla para regresar al palacio real. En la mente de Eren se puso a memorizar lo que acaba de ocurrir con Historia. ¿Por qué fue impulsado a besarla frenéticamente sin pensarlo o razonarlo? No lo entendía claramente, y eso le trajo gran confusión. Ella era su amiga y su aliada. Entonces, ¿por qué tuvo la necesidad de hacerlo? En medio de sus dudas, sintió como Historia ajusto más fuerte el agarre de sus brazos en su cuello. De nuevo apareció esa sensación sofocante en su pecho. ¿Qué fue lo que le estaba sucediendo? Esta sensación era muy distinta cuando estaba cerca de Mikasa o de Sasha. Sin importarle el motivo de aquel cambio que solamente Historia Reiss le generaba. Solo tuvo como único deseo ver que ella siguiera tan llena de vida y por fin mostrara una sonrisa verdadera y normal. Por eso mismo decidió esforzarse en lograr su objetivo de obtener la libertad de todos. -O-O-O-O-O- Nadie pudo predecir lo que ocurrió exactamente. Todo pasó tan rápido que ni siquiera los soldados de la Legión se esperaron tremenda sorpresa tan inesperada. Un fuerte disparo se escuchó en toda la zona donde ambos bandos estaban presentes. Aquel militar enemigo había disparado a su superior en frente de sus compañeros, quienes observaban impactados lo que acaba de suceder. Ese mismo militar neutralizó a sus propios camaradas, para luego rendirse ante los demonios de Paradis mientras se quitaba su casco revelando ser una chica. La mujer conocida como Yelena, luego de ser nombrada por uno de su grupo, miró de forma asombrada al titán que había levantado su buque. Una sonrisa entusiasta se le formó tras reconocer a la persona que estaba dentro del gigante. —He querido conocerte, Eren. Desde ese momento la esperanza de salvarlos a todos se marchitó. Continuará...
Aclaración: Shingeki no Kyojin no me pertenece, es de su creador “Hajime Isayama”. Solo me encargo de crear la historia de mi fanfic sin lucros de su magistral obra. Capítulo 06: “Acciones egoístas pero esperanzadores” (Libertad) El aire en la celda era frío, húmedo, impregnado del olor a piedra mohosa. Eren Jaeger estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared, las cadenas en sus muñecas tintineando ligeramente cada vez que movía las manos. No era la primera vez que lo encerraban, pero esta vez se sentía diferente. Sus pensamientos eran un torbellino, y no podía sacarse de la cabeza lo que había escuchado en la última reunión de la armada: el plan para Historia. —¿Convertirla en un recipiente? ¿En una maldita fábrica de herederos para los titanes? —murmuró para sí mismo, su voz ronca resonando en el espacio vacío. Cerró los ojos y dejó que las imágenes de su infancia inundaran su mente: los días en Shiganshina, la risa de Mikasa, las discusiones con Armin... e Historia, siempre callada, siempre amable, cargando un peso que ninguno de ellos entendía del todo entonces. Se imaginó a Historia ahora, sentada en algún salón elegante en el interior de las murallas, rodeada de oficiales de la armada con sus uniformes impecables. Hombres que hablaban de “estrategia” y “¿supervivencia” como si fueran palabras vacías. Hombres que habían decidido que el destino de ella era parir hijos, uno tras otro, para que el poder del Titán Bestia (o quizás el del Titán Fundador) no se perdiera. Todo mientras fingían que era por el bien de Eldia. Eren apretó los puños, las cadenas crujiendo bajo la tensión. «¿Por el bien de quién?», pensó. No podía evitar ver la ironía: él, que había jurado destruir a sus enemigos, que había visto a los titanes como la raíz de todo su sufrimiento, ahora estaba atrapado en un mundo donde los humanos eran igual de crueles. La armada no veía a Historia como una persona, sino como una herramienta. Igual que habían visto a su madre, a sus amigos, a él mismo. Recordó una conversación que tuvo con ella años atrás, cuando aún eran reclutas. Historia le había hablado de su infancia, de cómo había sido rechazada, de cómo había encontrado un propósito al ayudar a otros. “Quiero que todos tengan una razón para vivir” Le había dicho con esa sonrisa tímida que rara vez mostraba. Y ahora, esos bastardos querían quitarle eso, reducirla a un cuerpo que solo servía para reproducir titanes. Eren sintió una oleada de rabia subiendo por su pecho. Se puso de pie de golpe, ignorando el dolor en sus muñecas. —No es libertad —gruñó—. Esto no es lo que juramos defender. Pensó en el océano, en el sueño que había compartido con Armin: un mundo más allá de las murallas, un lugar donde pudieran ser libres. Pero ¿qué libertad era eso si Historia tenía que sacrificar todo por ella? ¿Si el ciclo de sangre y muerte seguía girando, solo con diferentes víctimas? Eren sabía que la armada tenía sus razones. Zeke estaba allá afuera, con sus propios planes retorcidos. Marley no se detendría. El tiempo se agotaba, y el poder de los titanes era la única ventaja que les quedaba. Pero cada vez que intentaba justificarlo, veía el rostro de Historia en su mente, y algo dentro de él se rompía. Ella no era como él. No estaba hecha para cargar con esta oscuridad. «Si tan solo pudiera hablar con ella...», pensó, pero sabía que no era tan simple. Estaba encerrado, vigilado, y cada paso que daba lo acercaba más a un abismo del que no estaba seguro de poder regresar. Quizás, en el fondo, entendía que no había respuestas fáciles. Quizás la libertad que buscaba siempre vendría con un precio que alguien más tendría que pagar. Se dejó caer de nuevo contra la pared, exhausto. —Historia... lo siento —susurró, aunque sabía que ella no podía escucharlo. En ese momento, Eren Jaeger no era el Titán de Ataque, ni el portador del Fundador, ni el salvador o destructor de nadie. Era solo un hombre atrapado en sus propios pensamientos, preguntándose si alguna vez habría una salida que no estuviera manchada de sangre. El eco de las cadenas era lo único que rompía el silencio en la celda de Eren Jaeger. La penumbra apenas dejaba entrever las grietas en las paredes de piedra, y el aire estaba cargado de una humedad que se pegaba a la piel. Sentado en el suelo, con las rodillas flexionadas y las manos encadenadas descansando entre ellas, Eren miraba fijamente el vacío. Su mente era un campo de batalla, y en el centro de todo estaba Historia Reiss. Había oído los rumores entre los guardias: la armada había estado discutiendo el futuro del linaje real, y el nombre de Historia aparecía una y otra vez. No como reina, no como líder, sino como un medio para un fin. “Un recipiente”, la habían llamado. Un cuerpo para engendrar herederos que heredaran el poder del Titán Bestia de Zeke, asegurando que Eldia tuviera una carta más contra Marley. Cada palabra que escuchaba se clavaba en él como un cuchillo, y no podía quitarse de la cabeza la imagen de Historia atrapada en esa jaula invisible, despojada de toda la humanidad que tanto había luchado por reclamar. «¿Cómo llegaron a esto?», pensó, apretando los dientes hasta que le dolieron las mandíbulas. Recordó los días en el campo de entrenamiento, cuando Historia aún era Krista, escondiendo su verdadero yo detrás de una máscara de bondad. Recordó cómo, poco a poco, había dejado caer esa fachada, mostrándose como alguien que quería proteger a los demás, alguien que había encontrado un propósito más allá de las expectativas de los demás. Y ahora, la armada quería reducirla a nada más que un útero con corona. Eren golpeó el suelo con el puño, ignorando el dolor que le recorrió los nudillos. —¿Esto es lo que llaman libertad? No era solo por Historia. Era por todo. Cada paso que daban parecía hundirlos más en el mismo ciclo que habían jurado romper. Los titanes, las murallas, la sangre real... todo seguía igual, solo cambiaban los rostros de los sacrificados. Eren cerró los ojos y vio a su madre devorada, a sus compañeros cayendo uno tras otro, a sí mismo convertido en un arma. Y ahora, Historia. —¿Dónde termina? —se preguntó—. ¿Cuándo dejamos de sacrificar a los nuestros? El sonido de pasos lo sacó de sus pensamientos. El chirrido de la puerta de la celda resonó en el espacio, y la luz de una linterna inundó la habitación. Eren entrecerró los ojos, levantando una mano para protegerse del brillo. Cuatro figuras entraron: Armin, Mikasa, Levi y Hange. Sus expresiones eran una mezcla de alivio y tensión, como si trajeran noticias que no estaban seguros de cómo serían recibidas. —Eren —dijo Armin, dando un paso adelante. Su voz era suave, pero había un filo de preocupación en ella—. Hemos hablado con los superiores. Han reducido tu tiempo aquí. Saldrás en tres días en lugar de una semana. Mikasa se quedó cerca de la puerta, cruzada de brazos, sus ojos oscuros fijos en Eren. No dijo nada, pero su postura era suficiente: estaba lista para sacarlo de allí si las cosas se torcían. Levi, apoyado contra la pared con su habitual aire de indiferencia, lo observaba con una mirada que cortaba como una hoja. Hange, por otro lado, parecía más animada, ajustándose las gafas mientras hablaba. —¡No fue fácil, sabes! —dijo Hange, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Tuvimos que convencerlos de que no eres una amenaza inmediata. Aunque, entre tú y yo, creo que están más preocupados por lo que podrías hacer si te dejamos pensando demasiado tiempo aquí abajo. Eren no respondió de inmediato. Bajó la mirada a las cadenas en sus muñecas, el metal frío contra su piel. —¿Y qué hay de Historia? —preguntó finalmente, su voz baja pero cargada de una intensidad que hizo que todos se detuvieran. Armin frunció el ceño, intercambiando una mirada con Mikasa antes de responder. —Todavía están discutiendo qué hacer con ella. No es oficial, pero... hay quienes piensan que usar su linaje es la única forma de mantenernos a flote contra Marley. —¿A flote? —Eren soltó una risa amarga, levantando la cabeza para mirarlos—. ¿A costa de qué? ¿De convertirla en una maldita máquina de hacer bebés? ¿Eso es lo que somos ahora? —Eren... —Mikasa dio un paso hacia él, su tono suave pero firme—. No es lo que queremos. Estamos intentando encontrar otra manera. —¿Y qué manera es esa, Mikasa? —la interrumpió, su voz subiendo de tono—. Cada vez que intentamos algo, alguien más paga el precio. Primero fue mi madre, luego nuestros compañeros en el reclutamiento, ahora Historia. ¿Quién sigue? Levi se apartó de la pared, su expresión imperturbable. —Si vas a ponerte dramático, al menos hazlo con un plan, mocoso. Gritar aquí no cambia nada. Si tienes una idea, dilo. Si no, cállate y déjanos trabajar en ello. Eren lo fulminó con la mirada, pero no respondió. Sabía que Levi tenía razón, en parte. No tenía un plan, no aún. Solo tenía furia, una furia que crecía con cada pensamiento sobre Historia atrapada en ese destino. Hange se acercó, inclinándose para mirarlo a los ojos. —Escucha, Eren —dijo, su tono más serio ahora—. Sé que esto te está comiendo por dentro. A mí tampoco me gusta. Pero necesitamos tiempo. Marley no espera, y Zeke tampoco. Si queremos evitar que usen a Historia así, tenemos que ser más listos que ellos. —Tiempo —repitió Eren, casi escupiendo la palabra—. ¿Cuánto tiempo le queda a ella antes de que la condenen a eso? ¿Cuánto tiempo antes de que todos estemos tan desesperados que lo aceptemos como si fuera normal? Armin se arrodilló frente a él, sus ojos brillando con esa mezcla de determinación e idealismo que siempre lo había definido. —No lo aceptaremos, Eren. Te lo prometo. Encontraremos una salida. Pero necesitamos que confíes en nosotros. Que confíes en ella. Historia es más fuerte de lo que crees. Eren miró a Armin, y por un momento, el fuego en su interior se suavizó. Recordó a Historia enfrentándose a su pasado, a su padre, eligiendo su propio camino. Quizás Armin tenía razón. Quizás ella no se rendiría tan fácilmente. Pero eso no cambiaba el hecho de que la armada la veía como una pieza en su tablero, no como una persona. —Confío en ella —dijo al fin, su voz más calma pero aún tensa—. Pero no confío en ellos. Y no voy a quedarme sentado mientras la sacrifican. Mikasa puso una mano en su hombro, un gesto silencioso que decía más que cualquier palabra. Levi gruñó algo inaudible y se dirigió a la puerta, mientras Hange se enderezaba con una pequeña sonrisa. —Entonces no te quedes sentado —dijo Levi antes de salir—. Piensa en algo útil para cuando salgas de aquí. Cuando los cuatro se fueron, dejando la celda en silencio una vez más, Eren cerró los ojos. La imagen de Historia seguía allí, pero ahora también estaban las palabras de Armin, la presencia de Mikasa, el desafío de Levi y la esperanza de Hange. No sabía cómo detener lo que se avecinaba, no todavía. Pero por primera vez en días, sintió algo más que rabia: una chispa de determinación. Si iba a luchar por la libertad, no sería solo por él mismo. Sería por todos ellos. —Historia —murmuró en la oscuridad—. Aguanta. No dejaré que te hagan esto. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ El silencio en la celda volvió a envolver a Eren como una manta pesada. Las palabras de Armin, Mikasa, Levi y Hange aún resonaban en su mente, pero ahora, solo con sus pensamientos, algo más emergió desde las profundidades de su memoria. Un recuerdo que lo llevó a un momento que había cambiado todo: el día en que conoció a Yelena. Cerró los ojos y dejó que el pasado lo arrastrara. “Flashback” Era una tarde nublada en Paradis, poco después de la victoria en Shiganshina. El aire olía a sal y a pólvora, una mezcla extraña traída por los barcos que habían atracado en la costa. Eren estaba de pie en el muelle improvisado, con el uniforme de la Legión de Reconocimiento desgastado por la batalla, observando a los recién llegados con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Habían oído rumores sobre los “voluntarios anti-Marley”, desertores que prometían ayudar a Eldia contra su enemigo común. Pero Eren no era de los que confiaban fácilmente. Entre la multitud de figuras desconocidas, una destacó: una mujer alta, de cabello corto y rubio, con una mirada que parecía atravesar todo lo que veía. Caminaba con paso firme, escoltada por soldados de la armada, y cuando sus ojos se encontraron con los de Eren, sonrió de una manera que lo puso en guardia al instante. Había algo en ella, una intensidad que no podía ignorar. —Eres Eren Jaeger, ¿verdad? —dijo ella, deteniéndose frente a él. Su voz era calma, pero tenía un tono que sugería que sabía más de lo que dejaba entrever—. El Titán de Ataque. El que recuperó la Muralla María. Eren la miró fijamente, sin responder de inmediato. A su lado, Mikasa frunció el ceño y dio un paso más cerca, su mano descansando cerca de la empuñadura de su espada. Armin, siempre el diplomático, intervino antes de que el silencio se volviera incómodo. —¿Y tú quién eres? —preguntó, ajustándose la capa mientras estudiaba a la mujer. —Yelena —respondió ella, inclinando ligeramente la cabeza—. Soy parte de los voluntarios que vinieron en nombre de Zeke Jaeger. Estamos aquí para ayudarlos a liberarse de Marley. El nombre de Zeke hizo que Eren tensara los hombros. Su medio hermano, el portador del Titán Bestia, era un enigma que aún no había descifrado. Y ahora esta mujer, con su actitud confiada y su mirada penetrante, decía representarlo. Eren cruzó los brazos, evaluándola. —¿Liberarnos? —dijo, su tono cortante—. ¿Y qué quieren a cambio? Nadie hace nada gratis. Yelena rió suavemente, un sonido que no tenía calidez. —Directo al grano. Me gusta eso. No te equivocas, Eren. Hay un precio. Pero no es algo que debas temer... todavía. Queremos lo mismo que tú: un mundo donde Marley no pueda aplastarnos. Hizo una pausa, y su expresión cambió, volviéndose más seria. —He oído lo que has hecho. Cómo luchaste contra el Titán Colosal, cómo arriesgaste todo por tus amigos. Eres un símbolo, lo sepas o no. Y los símbolos son poderosos. Eren frunció el ceño. No le gustaba cómo sonaba eso, como si fuera una pieza en un juego que ella ya estaba jugando. —¿Y qué tiene eso que ver contigo? —preguntó. —Todo —respondió Yelena, dando un paso más cerca. Mikasa se tensó, pero Eren le hizo un leve gesto con la mano para que se detuviera—. Porque tú y Zeke son la clave. El Titán Fundador y el linaje real. Con ellos, podemos cambiarlo todo. Podemos hacer que Marley pague. El linaje real. Esas palabras se quedaron grabadas en la mente de Eren, aunque en ese momento no entendió del todo su peso. Pensó en Historia, en la sangre Reiss que corría por sus venas, y algo en su interior se revolvió. No dijo nada, pero Yelena pareció notar el cambio en su expresión. —No te preocupes —añadió ella, con una sonrisa que parecía más una promesa que un consuelo—. Todo se aclarará con el tiempo. Solo necesitas ver el panorama completo. Antes de que Eren pudiera responder, Levi apareció desde la multitud, su mirada afilada cortando la conversación como un cuchillo. —Basta de charlas —dijo, mirando a Yelena con desprecio—. Si tienes algo útil que decir, guárdalo para Hange. Nosotros no estamos aquí para tus juegos. Yelena inclinó la cabeza hacia Levi, sin perder la compostura. —Como desee, Capitán. Luego miró a Eren una última vez, como si compartieran un secreto que aún no había sido dicho, y se alejó con los demás voluntarios. Cuando se fue, Armin se acercó a Eren, sus ojos llenos de preguntas. —¿Qué opinas de ella? —murmuró. —No lo sé —respondió Eren, observando la figura de Yelena desaparecer entre los soldados—. Pero no me fío de ella. Hay algo... extraño. Mikasa no dijo nada, pero su silencio era suficiente. Todos sentían lo mismo: la llegada de Yelena y los voluntarios era un cambio, pero no estaba claro si era para bien o para mal. “Fin del Flashback” De vuelta en la celda, Eren abrió los ojos, el recuerdo desvaneciéndose como humo. Ahora, con el paso del tiempo, entendía mejor lo que Yelena había insinuado aquel día. El “linaje real” no era solo una idea abstracta; era Historia, atrapada en los planes de Zeke y la armada. Aquel encuentro había plantado una semilla en su mente, una que había crecido con cada revelación, con cada sacrificio. Se recostó contra la pared, el frío de la piedra calando en sus huesos. —Yelena —murmuró para sí mismo—. Tú lo sabías desde el principio, ¿verdad? La idea de que todo esto (Historia, Zeke y la guerra) estuviera conectado desde ese primer día lo llenó de una mezcla de furia y resignación. Pero también de algo más: una certeza creciente de que, si quería cambiar las cosas, tendría que actuar, con o sin la aprobación de los demás. Tres días. Eso era lo que le quedaba en esa celda. Tres días para decidir cómo proteger a Historia, cómo detener el ciclo. Y en el fondo de su mente, la voz de Yelena seguía susurrando, como un eco que no podía silenciar. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Tres días pasaron como una eternidad en la penumbra de la celda. El tiempo se medía en los pasos de los guardias, en el goteo constante de agua en alguna esquina lejana, en el lento girar de los pensamientos de Eren Jaeger. Cada hora que pasaba, la imagen de Historia se volvía más nítida en su mente: su rostro sereno, sus manos temblorosas cuando había hablado de su pasado, la forma en que había jurado proteger a su pueblo. Y junto a ella, la sombra de Yelena, con su sonrisa enigmática y sus promesas de un futuro que olía a sangre. Cuando el tercer día llegó, el sonido de la cerradura girando rompió el silencio. La puerta se abrió con un chirrido, y la luz del pasillo inundó la celda. Eren levantó la vista, entrecerrando los ojos mientras un guardia entraba, seguido por Mikasa y Armin. No había rastro de Levi ni de Hange esta vez, pero la presencia de sus dos amigos más cercanos era suficiente para sacarlo del letargo. —Ya era hora —dijo el guardia, quitándole las cadenas con movimientos bruscos—. Estás libre, Jaeger. Pero no hagas nada estúpido. Te están vigilando. Eren no respondió. Se frotó las muñecas, marcadas por el metal, y se puso de pie lentamente. Mikasa se acercó de inmediato, sus ojos escaneándolo en busca de cualquier señal de daño. Armin, por su parte, le ofreció una pequeña sonrisa, aunque había tensión en su mirada. —¿Estás bien? —preguntó Armin, ajustándose la capa mientras salían al pasillo. —Estoy vivo —respondió Eren, su voz ronca por el desuso—. Eso es suficiente por ahora. Caminaron en silencio hacia el exterior, el aire fresco golpeando el rostro de Eren como un recordatorio de lo que había estado perdiendo. El sol estaba alto, y el cuartel general de la armada zumbaba con actividad: soldados moviendo suministros, oficiales gritando órdenes, el eco lejano de martillos golpeando madera. Pero para Eren, todo eso era ruido de fondo. Su mente estaba en otra parte. —¿Qué pasó con Historia? —preguntó finalmente, deteniéndose en medio del patio. Mikasa y Armin intercambiaron una mirada antes de que Armin respondiera. —No hay una decisión final aún —dijo, bajando la voz para que nadie más lo oyera—. Hange y Levi están presionando para que se busquen otras opciones. Pero algunos de los oficiales superiores... no están cediendo. Quieren usar su linaje lo antes posible. Eren apretó los puños, sus uñas clavándose en las palmas. —¿Lo antes posible? ¿Qué tan pronto? —No lo sabemos exactamente —admitió Armin, frunciendo el ceño—. Podrían estar esperando a que Zeke dé el próximo paso. O tal vez solo están comprando tiempo para convencer al resto. —Convencer —repitió Eren con desprecio—. Como si esto fuera algo que se puede negociar. No es un trato, Armin. Es su vida. Mikasa puso una mano en su brazo, un gesto firme pero suave. —Lo sabemos, Eren. No vamos a dejar que pase sin pelear. Él la miró por un momento, y algo en su expresión se suavizó. Pero la furia seguía allí, ardiendo bajo la superficie. —No es suficiente con pelear —dijo, apartándose de ella—. Tenemos que detenerlos. De una vez por todas. Sin esperar respuesta, comenzó a caminar hacia el edificio principal, ignorando las miradas curiosas de los soldados a su alrededor. Mikasa y Armin lo siguieron a paso rápido, compartiendo una preocupación silenciosa. Sabían que Eren estaba al límite, y cuando llegaba a ese punto, las cosas tendían a salirse de control. Dentro del cuartel, el ambiente era más tenso. Oficiales de alto rango discutían en una sala cercana, sus voces filtrándose a través de las paredes. Eren captó fragmentos: "linaje real", “titanes”, “Marley”. Cada palabra era como combustible para el fuego que llevaba dentro. Se detuvo frente a una ventana que daba al patio trasero, donde vio a un grupo de voluntarios anti-Marley trabajando en un cañón. Entre ellos, reconoció una figura familiar: Yelena. Ella levantó la vista, como si sintiera su mirada, y sus ojos se encontraron a través del vidrio. Esa misma sonrisa, esa misma certeza inquietante. Eren sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no apartó la mirada. Recordó su primer encuentro, sus palabras sobre el Titán Fundador y el linaje real. Ahora entendía lo que había querido decir, y eso lo llenaba de una mezcla de rabia y claridad. —Eren —dijo Armin, alcanzándolo—. ¿Qué estás pensando? —Que no podemos seguir esperando —respondió sin volverse—. Yelena y Zeke tienen su plan. La armada tiene el suyo. Pero ninguno de ellos ve a Historia como algo más que una herramienta. Si no hacemos algo, la perderemos. Mikasa se acercó, su voz baja pero firme. —¿Y qué quieres hacer? Eren guardó silencio por un momento, mirando a Yelena mientras ella volvía a su trabajo. Luego se giró hacia sus amigos, sus ojos brillando con una determinación que rayaba en lo peligroso. —Voy a hablar con ella. Con Historia. Necesito saber qué piensa, qué está dispuesta a hacer. Y después... encontraremos una manera de sacarla de esto. Aunque tenga que enfrentarme a todos. Armin tragó saliva, visiblemente nervioso. —Eso podría significar ir contra la armada, Eren. Contra todos. —Lo sé —dijo él, su voz fría como el acero—. Pero no voy a dejar que la conviertan en un peón. No otra vez. Sin decir más, se alejó de la ventana y salió del edificio, dejando a Mikasa y Armin mirándolo con una mezcla de orgullo y temor. Sabían que cuando Eren tomaba una decisión así, no había vuelta atrás. Y en ese momento, el destino de Historia (y quizás de todos ellos) comenzó a girar en una dirección que nadie podía prever. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ El sol comenzaba a ponerse cuando Eren llegó al orfanato, un edificio modesto en las afueras de las murallas interiores. El sonido de risas infantiles llenaba el aire, mezclándose con el crujir de las hojas secas bajo sus botas. Había caminado solo desde el cuartel, dejando atrás a Mikasa y Armin con una promesa vaga de volver pronto. No quería que lo siguieran esta vez. Esto era entre él e Historia. El orfanato estaba rodeado de un pequeño huerto, y los niños correteaban entre las plantas, algunos cargando canastas con verduras, otros jugando a perseguirse. En medio de ellos estaba Historia, arrodillada junto a una niña pequeña que le mostraba un dibujo torpe en un pedazo de papel. Su cabello rubio brillaba bajo la luz del atardecer, y su sonrisa era tan genuina que por un momento Eren se detuvo, incapaz de avanzar. Era una escena que parecía pertenecer a otro mundo, uno donde no había titanes, ni guerras, ni sacrificios. Pero ese mundo no existía. No para ellos. Historia levantó la vista y lo vio. Su sonrisa vaciló por un instante, reemplazada por una mezcla de sorpresa y algo más difícil de leer. Se puso de pie, alisándose el sencillo vestido que llevaba, y le hizo un gesto a la niña para que se uniera a los demás. Luego caminó hacia él, deteniéndose a unos pasos de distancia. —Eren —dijo, su voz suave pero firme—. ¿Qué estás haciendo aquí? Él no respondió de inmediato. Sus ojos recorrieron su rostro, buscando señales de lo que ella podría estar sintiendo: miedo, resignación, esperanza. Pero Historia siempre había sido buena ocultando lo que realmente llevaba dentro. Eren metió las manos en los bolsillos, sintiendo el peso de las palabras que había ensayado en el camino. —Quería verte —dijo al fin—. Hablar contigo. Sobre lo que está pasando. Ella frunció el ceño ligeramente, y sus ojos azules se oscurecieron con una sombra de comprensión. —La armada —murmuró, mirando al suelo por un momento antes de volver a mirarlo—. ¿Te enteraste, entonces? —Sí —respondió Eren con una voz tensa—. Sé lo que quieren hacer contigo. Convertirte en… en algo que no eres. Y no voy a dejar que pase. Historia lo miró en silencio, y por un instante, el ruido de los niños pareció desvanecerse. Luego dio un paso más cerca, bajando la voz como si temiera que alguien más pudiera escuchar. —No es tan simple, Eren. Sabes lo que está en juego. Marley, Zeke, el mundo entero... Si mi sangre puede ayudar a proteger a esta gente, a estos niños, entonces quizás… —¡No! La palabra salió de él como un gruñido, más fuerte de lo que pretendía. Algunos de los niños se giraron a mirarlo, pero él los ignoró. —No digas eso, Historia. No eres un maldito recipiente. No eres solo una herramienta para que ellos jueguen sus juegos. Eres más que eso. Ella retrocedió un poco, sorprendida por la intensidad en su voz. Pero no apartó la mirada. —Y tú también, Eren. Pero mírate. Te has convertido en lo que ellos necesitaban: un arma, un titán. ¿Cómo es diferente? Sus palabras lo golpearon como un puñetazo. Eren abrió la boca para responder, pero no encontró las palabras. Porque ella tenía razón, en parte. Él había aceptado su papel, había dejado que el Titán de Ataque definiera quién era. Pero eso no significaba que quisiera lo mismo para ella. —No es lo mismo —dijo finalmente, su tono más bajo pero cargado de emoción—. Yo elegí esto. Tú no. Ellos te están forzando, Historia. La armada, Zeke, Yelena... todos tienen sus planes, y tú eres solo una pieza para ellos. Pero no para mí. Historia lo miró fijamente, y por primera vez, algo en su fachada se quebró. Sus manos temblaron ligeramente, y sus ojos se humedecieron, aunque no dejó que las lágrimas cayeran. —Eren... ¿crees que no lo pienso todos los días? ¿Qué no me despierto preguntándome cuánto tiempo tengo antes de que me quiten todo lo que he construido aquí? Hizo un gesto hacia los niños, que ahora jugaban más lejos. —Ellos son mi razón para seguir adelante. Si puedo darles un futuro, aunque sea a costa de mí misma... —No —la interrumpió él, dando un paso hacia ella—. No tienes que sacrificarte. No otra vez. Ya hiciste suficiente cuando te enfrentaste a tu padre, cuando tomaste el trono. Esto no es tu carga. Ella sonrió débilmente, una sonrisa cargada de tristeza. —¿Y de quién es, entonces? ¿Tuya? ¿De Armin? ¿De Mikasa? Alguien tiene que pagar el precio, Eren. Siempre ha sido así. Él negó con la cabeza, frustrado. —No tiene que serlo. Podemos encontrar otra manera. Podemos pelear contra ellos, contra todos. No voy a dejar que te conviertan en lo que quieren. Historia lo observó en silencio, como si estuviera evaluando algo en él. Luego dio un paso más cerca, tan cerca que él pudo ver las pequeñas arrugas de cansancio alrededor de sus ojos. —Eren —dijo suavemente—. Siempre has sido así. Siempre luchando, incluso cuando no hay un enemigo claro. Pero esta vez... no sé si puedes ganarle al destino. —No es el destino —replicó él con voz firme—. Son personas. Personas tomando decisiones. Y las personas pueden ser detenidas. Ella no respondió de inmediato. En cambio, giró la cabeza hacia los niños, que ahora corrían hacia la entrada del orfanato mientras la luz del día se desvanecía. —Ven conmigo —dijo al fin, caminando hacia un banco de madera cerca del huerto. Eren la siguió, sentándose a su lado en silencio. Por un momento, ninguno habló. El cielo se tiñó de naranja y púrpura, y el aire se llenó del canto de los grillos. Finalmente, Historia rompió el silencio. —Cuando era niña, no tenía nada —dijo con una voz que apenas sonó a un susurro—. Nadie me quería. Pero aquí, con ellos, encontré algo. Un propósito. Si la armada me pide esto, no es solo por mí. Es por ellos. Por todos los que no tienen a nadie más. Eren la miró, sintiendo una mezcla de admiración y dolor. —Lo sé —dijo—. Pero no significa que esté bien. No significa que tengas que aceptarlo. Ella volvió a mirarlo, y esta vez había una chispa de desafío en sus ojos. —¿Y qué propones, Eren? ¿Qué huya? ¿Qué luche? No soy como tú. No tengo un titán dentro de mí. —No necesitas un titán —respondió él, inclinándose hacia ella—. Tienes fuerza. Más de la que ellos entienden. Y tienes gente que te respalda. Yo te respaldo. Historia lo miró por un largo momento, y algo en su expresión cambió: una mezcla de gratitud y resolución. —Gracias —dijo con simpleza y cariño—. Pero si vamos a hacer algo, tiene que ser por las razones correctas. No solo por mí. Por todos. Eren asintió lentamente, sintiendo que una pieza del rompecabezas encajaba en su lugar. —Entonces lo haremos juntos. Encontraremos una manera. Te lo prometo. Ella sonrió, esta vez con un poco más de luz, y por un instante, el peso del mundo pareció aligerarse. Pero ambos sabían que esto era solo el comienzo. La armada, Yelena, Zeke... todos estaban esperando y el tiempo se agotaba. Mientras el sol desaparecía tras el horizonte, Eren e Historia se quedaron allí, sentados en silencio, unidos por un propósito que aún no podían definir del todo, pero que estaban decididos a perseguir. El crepúsculo dio paso a la noche, y las estrellas comenzaron a puntear el cielo sobre el orfanato. Los niños ya estaban dentro, sus risas reemplazadas por el murmullo suave de las historias que se contaban antes de dormir. Eren e Historia seguían sentados en el banco, el aire fresco de la noche envolviéndolos como un manto. Ninguno había hablado en varios minutos, pero el silencio no era incómodo; era un espacio compartido, lleno de pensamientos que aún no habían encontrado palabras. Historia giró la cabeza hacia él, sus manos descansando en su regazo. —Eren —dijo finalmente con una voz apenas audible sobre el canto de los grillos—. ¿Te quedarías esta noche? No quiero estar sola con todo esto. Él la miró, sorprendido por la petición, pero no dudó. —Claro —respondió, asintiendo—. Me quedo. Ella sonrió débilmente, un gesto de alivio, y se puso de pie. —Vamos adentro. Hay una habitación extra en la parte trasera. Los niños ya están acostados, así que tendremos algo de paz. Eren la siguió al interior del orfanato, pasando por un pasillo estrecho iluminado por lámparas de aceite. El lugar olía a madera vieja y pan recién horneado, un contraste cálido con el frío de la celda que había dejado atrás. Historia lo llevó a una pequeña sala con una mesa, dos sillas y una ventana que daba al huerto. Sobre la mesa había una jarra de agua y un par de tazas. Ella se sentó, invitándolo a hacer lo mismo. —¿Quieres algo de beber? —preguntó, sirviendo agua en una taza antes de que él respondiera. —Está bien —dijo Eren, tomando la taza y sosteniéndola entre las manos. La miró mientras ella se servía, notando las líneas de cansancio en su rostro, la forma en que sus hombros parecían cargar un peso invisible—. Historia... ¿qué piensas del futuro? De la isla contra el mundo. Ella se detuvo, la jarra aún en la mano, y sus ojos se perdieron en algún punto lejano. Cuando habló, su voz era baja, casi frágil. —Pienso en lo que significa realmente. No solo para mí, sino para todos aquí. La armada dice que necesitamos los titanes, que mi sangre real es la clave para mantenernos vivos. Pero ¿contra qué? ¿Contra Marley? ¿Contra el mundo entero? Cada vez que lo pienso, siento que nos estamos hundiendo más en un pozo del que no podemos salir. Eren frunció el ceño, girando la taza en sus manos. —No tiene que ser así. Podemos pelear de otra manera. No necesitamos depender de Zeke ni de sus planes. Podemos… —¿Podemos? —lo interrumpió ella, su tono subiendo ligeramente—. Eren, míranos. Somos una isla pequeña contra naciones enteras. Marley tiene ejércitos, armas, titanes propios. Y el resto del mundo nos odia por lo que somos, por lo que hicimos hace siglos. ¿Cómo luchamos contra eso sin perder todo lo que nos queda? Él abrió la boca para responder, pero se detuvo al ver cómo los ojos de Historia se llenaban de lágrimas. Ella dejó la jarra sobre la mesa con un golpe suave y se cubrió el rostro con las manos, temblando. —No quiero que los niños crezcan en un mundo así —dijo con su voz quebrándose—. No quiero que vivan con miedo, que mueran en una guerra que no eligieron. Pero si la armada me usa, si me convierto en lo que quieren... ¿qué les estoy dejando? ¿Un futuro de sangre? No sé si puedo soportar eso, Eren. Tengo miedo. Las lágrimas comenzaron a caer, silenciosas al principio, pero pronto acompañadas de sollozos que ella intentó contener. Eren sintió un nudo en el pecho, una mezcla de impotencia y rabia contra todo lo que la había llevado a ese punto. Sin pensarlo, se levantó de la silla y se acercó a ella, arrodillándose a su lado. La rodeó con los brazos, atrayéndola hacia él en un abrazo firme pero cuidadoso. —Historia —murmuró con voz baja y cargada de una promesa que aún no sabía cómo cumplir—. No estás sola en esto. No voy a dejar que te pase nada. Te lo juro. Ella se aferró a él, sus manos apretando la tela de su chaqueta mientras lloraba contra su hombro. —No sé qué hacer —susurró entre sollozos—. No quiero ser la razón por la que todo se derrumbe, pero tampoco quiero ser la que lo sostenga a costa de mí misma. Eren apoyó la barbilla en su cabeza, sintiendo el calor de sus lágrimas empapando su ropa. —No tienes que ser ninguna de las dos —dijo con un tono firme a pesar de la tormenta en su interior—. Encontraré una solución. Una que no te sacrifique, que no nos condene a todos. Te lo prometo, Historia. Vamos a salir de esto juntos. Ella levantó la cabeza lentamente, sus ojos rojos e hinchados, pero con una chispa de esperanza que no había estado allí antes. —¿De verdad lo crees? —preguntó, su voz temblorosa. —Sí —respondió él, sosteniendo su mirada—. No sé cómo todavía, pero lo haré. Por ti, por los niños, por todos nosotros. Historia asintió débilmente, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano. No dijo nada más, pero el silencio que siguió fue diferente: menos pesado, más compartido. Permanecieron así por un rato, ella apoyada en él, él sosteniéndola como si pudiera protegerla del mundo entero con solo sus brazos. Finalmente, ella se apartó un poco, aunque no soltó su mano. —Gracias, Eren —dijo con una voz más estable ahora—. Por quedarte. Por no rendirte. —No me rindo —replicó él, apretando su mano suavemente—. Nunca lo haré. La noche se asentó sobre el orfanato, y mientras las lámparas parpadeaban, Eren e Historia siguieron hablando en voz baja sobre el futuro, sobre la isla, sobre el mundo que los aplastaba. No tenían todas las respuestas, pero por esa noche, al menos, tenían algo más fuerte: la certeza de que no enfrentarían lo que venía solos. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ El sol estaba en su punto más bajo de la tarde, tiñendo el cielo de un naranja apagado mientras Eren caminaba por las calles polvorientas del distrito interior. Llevaba una capa vieja con la capucha levantada, ocultando su rostro de las miradas curiosas de los soldados y civiles que pasaban. Había dejado el orfanato al amanecer, después de una noche de conversaciones susurradas con Historia, su llanto aún resonando en su mente. Cada palabra, cada lágrima, había solidificado su resolución: tenía que encontrar una salida, y Yelena era la única que podría tener respuestas. El domicilio donde se hospedaba Yelena era una casa modesta cerca del cuartel militar, asignada a los voluntarios anti-Marley. No era un lugar lujoso, pero estaba estratégicamente cerca de la armada, un recordatorio de la influencia que ella y Zeke ejercían. Eren se detuvo frente a la puerta, ajustándose la capucha para asegurarse de que nadie lo reconociera. No quería que Mikasa, Armin o, peor aún, Levi supieran que estaba aquí. Esto era algo que tenía que hacer solo. Golpeó la puerta con los nudillos, un sonido seco que cortó el silencio. Pasaron unos segundos antes de que se abriera, revelando a Yelena en el umbral. Su expresión era tan serena como siempre, pero sus ojos se entrecerraron ligeramente al verlo, como si hubiera estado esperando este encuentro. —Eren Jaeger —dijo con voz calmada pero con un filo de curiosidad—. No esperaba verte tan pronto. Y menos... disfrazado. Hizo un gesto hacia la capucha, una sonrisa leve curvando sus labios. —No estoy aquí para juegos —replicó él, bajando la voz mientras entraba sin esperar invitación. Yelena cerró la puerta tras él, y el interior de la casa se reveló: una sala sencilla con una mesa, unas sillas y mapas extendidos sobre una pared. El aire olía a tinta y a algo metálico, quizás pólvora. —Supongo que no —dijo ella, cruzándose de brazos mientras lo observaba—. ¿A qué debo esta visita, entonces? Eren se quitó la capucha, dejando que su rostro quedara a la vista. Sus ojos estaban oscuros, cargados de una intensidad que hizo que incluso Yelena pareciera dudar por un instante. —Historia —dijo sin rodeos—. La armada quiere usarla como un recipiente para tus planes. Para los de Zeke. Quiero saber si hay otro camino. Una manera de salvarla sin sacrificarla. Yelena lo miró en silencio por un momento, como si estuviera evaluando cuánto podía revelar. Luego caminó hacia la mesa y se apoyó en ella, su postura relajada pero calculada. —Directo como siempre —murmuró—. Me agrada eso de ti, Eren. No pierdes el tiempo con formalidades. —Responde la pregunta —insistió él, dando un paso hacia ella—. Tú y Zeke tienen todo esto planeado. El linaje real, los titanes, la guerra contra Marley. ¿Hay otra forma o no? Ella suspiró, un sonido que parecía más teatral que genuino, y giró la cabeza hacia los mapas en la pared. —El linaje real es... complicado —comenzó—. Zeke necesita a alguien con esa sangre para activar el poder completo del Titán Fundador. Sin eso, nuestro plan (el plan para salvar a Eldia) se desmorona. Historia es la única que queda con esa conexión directa. No es algo que podamos evitar fácilmente. Eren apretó los puños, sus uñas clavándose en las palmas. —Eso no es una respuesta. Dime si hay otra manera. Algo que no la condene a ella. Yelena lo miró de nuevo, esta vez con una expresión más seria. —Te entiendo, Eren. De verdad. Veo que te importa. Pero el mundo no es tan amable como para darnos opciones perfectas. Si no usamos a Historia, necesitamos otra fuente de sangre real. Y no hay muchas por ahí. A menos que estés dispuesto a cazar a los descendientes perdidos de la familia Reiss, lo cual, te aseguro, no es práctico. —Entonces cambien el maldito plan —gruñó él, su voz subiendo de tono—. Ustedes son los que dicen que pueden salvarnos. Encuentren otra forma de usar el Fundador sin ella. Ella inclinó la cabeza, estudiándolo como si fuera un rompecabezas. —Interesante —dijo—. Estás dispuesto a desafiar todo por ella, ¿verdad? Me pregunto si es solo por Historia o porque no soportas que te quiten el control. —No me importa lo que pienses de mí —replicó él, acercándose más—. Solo dime si hay un camino. Uno real. Yelena guardó silencio por un momento, sus ojos fijos en los de él. Luego, lentamente, asintió. —Hay... posibilidades —admitió—. Nada garantizado, pero sí. Podríamos explorar otras formas de activar el Fundador sin depender tanto del linaje real. Tal vez manipulando la conexión entre tú y Zeke de manera diferente. Pero requeriría tiempo, experimentación... y un riesgo enorme. Si falla, perdemos todo. Eren respiró hondo, procesando sus palabras. No era la solución clara que quería, pero era algo. Una grieta en el plan que podía explotar. —Entonces hazlo —dijo—. Encuentra esa manera. No voy a dejar que Historia pague por esto. Yelena sonrió, esta vez con un toque de genuino interés. —Eres un hombre fascinante, Eren Jaeger. Muy bien. Veré qué puedo ajustar. Pero te advierto: si esto sale mal, la culpa será tuya tanto como nuestra. —Que así sea —respondió él con una voz fría como el acero—. Mientras ella esté a salvo, no me importa. Ella asintió, como si sellaran un pacto tácito. —Vuelve en unos días. Tendré algo más concreto entonces. Pero mantén esto entre nosotros. La armada no estará feliz si sabe que estás interfiriendo. Eren no respondió. Se puso la capucha de nuevo y se dirigió a la puerta, deteniéndose solo para mirarla una última vez. —Si me mientes, Yelena, lo sabré. Y no habrá lugar donde puedas esconderte. Ella rió suavemente, un sonido que lo siguió mientras salía. —No lo dudo, Eren. No lo dudo. La puerta se cerró tras él, y Eren caminó de vuelta hacia las sombras de la tarde, su mente zumbando con posibilidades. No confiaba en Yelena, no del todo, pero por ahora, era un comienzo. Un hilo del que podía tirar para salvar a Historia. Mientras el sol se hundía en el horizonte, juró en silencio que no descansaría hasta que ella estuviera libre de las cadenas que el mundo intentaba ponerle. La noche había caído por completo sobre Paradis, envolviendo las calles en una oscuridad rota solo por el parpadeo de las lámparas de aceite y la luz plateada de la luna. Eren caminaba con pasos rápidos y silenciosos, la capucha de su capa todavía cubriendo su rostro. El encuentro con Yelena lo había dejado inquieto, con una mezcla de esperanza y desconfianza que no podía sacudirse. Pero también había cristalizado algo en él: no podía depender solo de sus amigos para esto. Mikasa lo protegería hasta la muerte, Armin buscaría una solución pacífica, pero ninguno entendería lo que estaba dispuesto a hacer por Historia. No esta vez. Necesitaba a alguien más. Alguien que no cuestionara, que compartiera su visión, aunque fuera por razones diferentes. Y ese alguien era Floch Forster. Eren sabía dónde encontrarlo. Floch había estado rondando los bares cerca del cuartel desde que regresaron de Shiganshina, predicando a quien quisiera escuchar sobre la necesidad de un “nuevo Eldia”, un imperio liderado por titanes. Sus ideas eran extremas, pero había una lealtad feroz en él, una que Eren podía usar. Lo encontró en un callejón trasero, apoyado contra una pared, con una botella en la mano y el cabello rojizo despeinado por el viento. —Floch —dijo Eren, emergiendo de las sombras y bajando la capucha lo suficiente para que lo reconociera. Floch levantó la vista, entrecerrando los ojos antes de que una sonrisa torcida se formara en su rostro. —Eren Jaeger. El héroe de Shiganshina. ¿Qué te trae a este agujero? ¿Vienes a unirte a la causa? —No estoy aquí para tus discursos —replicó Eren, su voz baja pero cortante—. Necesito tu ayuda. Algo que no puedo pedirle a los demás. Eso captó la atención de Floch. Se enderezó, dejando la botella en el suelo, y lo miró con renovado interés. —¿Los demás? ¿Te refieres a Mikasa y Armin? ¿Qué pasa, no confías en tus sombras? Eren apretó la mandíbula, ignorando la provocación. —No entenderían. Esto es... personal. Egoísta, tal vez. Pero tiene que hacerse. Floch arqueó una ceja, cruzándose de brazos. —Egoísta, dices. Ahora sí me tienes curioso. ¿Qué es tan importante que el gran Eren Jaeger no puede compartir con sus mejores amigos? —Historia —respondió con un tono firme pero cargado de algo más profundo—. La armada quiere usarla como un recipiente para los planes de Zeke. Convertirla en una máquina de hacer herederos para los titanes. No voy a dejar que pase. Floch silbó bajito, claramente sorprendido. —La reina, ¿eh? No pensé que te importara tanto. Pero tiene sentido. Ella es el linaje real, la clave para todo. Si la pierden, el plan de Zeke se va al infierno. —Exacto —dijo Eren, dando un paso más cerca—. Hablé con Yelena hoy. Dice que hay otra manera, algo que no dependa de Historia. Pero no confío en ella ni en Zeke. Necesito a alguien que me respalde, que esté dispuesto a hacer lo que sea necesario si las cosas se tuercen. Floch lo miró en silencio por un momento, evaluándolo. Luego soltó una risa seca. —Así que quieres un perro de ataque, ¿es eso? Alguien que no haga preguntas, que no se detenga a llorar por moralidad como Armin o a protegerte como Mikasa. Bueno, supongo que soy tu hombre. Pero dime, Eren, ¿qué tan lejos estás dispuesto a llegar por esto? Eren no dudó. —Tan lejos como sea necesario. Si tengo que enfrentarme a la armada, a Zeke, a Yelena... lo haré. Historia no merece esto. Nadie más va a pagar por nuestros errores. Floch asintió lentamente, una chispa de admiración en sus ojos. —Me gusta cómo suena eso. Un líder que no se doblega. Cuenta conmigo, Eren. Pero te advierto: si vamos por este camino, no hay vuelta atrás. La gente como nosotros no se detiene una vez que empieza. —Lo sé —respondió Eren con voz fría pero decidida—. Por eso te busqué. Necesito que estés listo. Si Yelena no cumple, si la armada sigue adelante con esto, actuaremos. Tú y yo. Floch sonrió, esta vez con un brillo casi fanático. —Un nuevo Eldia, entonces. Uno donde no sacrificamos a nuestra reina, sino que luchamos por ella. Me gusta. ¿Cuál es el siguiente paso? —Espera mi señal —dijo Eren, volviendo a levantarse la capucha—. En unos días sabré si Yelena tiene algo real o si solo está jugando. Si es lo segundo, empezaremos a movernos. Reúne a los que confíen en ti, pero mantén esto en secreto. Nadie más puede saberlo, especialmente Mikasa y Armin. —Entendido —replicó Floch, inclinando la cabeza como si ya estuviera jurando lealtad—. No te fallaré, Eren. Esto es más grande que nosotros. Eren no respondió. Se giró y se alejó por el callejón, dejando a Floch en la penumbra. Mientras caminaba bajo la luz de la luna, su mente era un torbellino. Sabía que estaba cruzando una línea, que involucrar a Floch significaba arriesgarse a algo más oscuro, más incontrolable. Mikasa y Armin lo entenderían algún día, o tal vez no. Pero no podía detenerse ahora. No cuando Historia estaba en juego. El viento sopló, llevándose el eco de sus pasos, y en su interior, Eren sintió el peso de una decisión que cambiaría todo. Egoísta o no, era suya. Y la llevaría hasta el final. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Los días siguientes transcurrieron en una calma tensa, como el silencio antes de una tormenta. Eren mantuvo un perfil bajo, moviéndose entre el cuartel y el orfanato, sus encuentros con Historia breves pero cargados de un entendimiento tácito. Le había contado lo de Yelena, la posibilidad de otro camino, y aunque ella no dijo mucho, la esperanza en sus ojos fue suficiente para mantenerlo en marcha. Sin embargo, no mencionó a Floch ni el plan que se gestaba en las sombras. Eso era un peso que cargaría solo, al menos por ahora. Pero no podía esconder todo. Mikasa y Armin, siempre atentos, notaron el cambio en él: la forma en que evitaba sus preguntas, las miradas distantes, los silencios que se alargaban más de lo normal. Levi también lo observaba, sus ojos afilados cortando a través de las excusas de Eren como si ya supiera que algo se estaba cocinando. Hange, por su parte, estaba demasiado ocupada con los voluntarios y los preparativos contra Marley para prestarle atención completa, pero incluso ella había empezado a fruncir el ceño ante sus ausencias. El cuarto día, la tensión estalló. Fue en una reunión improvisada en el cuartel, convocada por Armin para discutir los próximos pasos contra Marley. Estaban en una sala pequeña, con mapas extendidos sobre la mesa y el aire cargado de humo de lámparas. Levi estaba apoyado contra la pared, Mikasa sentada cerca de Eren, Hange hojeando notas, y Jean y Connie escuchando desde el fondo. Eren estaba al final de la mesa, sus manos entrelazadas, su mirada fija en un punto invisible. —Tenemos que priorizar la inteligencia —decía Armin, señalando un punto en el mapa que marcaba la costa de Marley—. Si podemos infiltrarnos y entender sus movimientos, podríamos evitar un ataque directo. Usar el Fundador sin depender tanto del linaje real, trabajar con los voluntarios para… —No —interrumpió Eren, su voz cortante como una hoja. Todos se giraron hacia él, sorprendidos por la brusquedad—. Eso no es suficiente. Marley no va a esperar a que juguemos a los espías. Y depender de Zeke y Yelena es un error. Armin frunció el ceño, ajustándose la capa mientras lo miraba. —¿Qué estás diciendo, Eren? Sin Zeke, no podemos activar el Fundador. Necesitamos su sangre real, o la de Historia. No hay otra manera. —Sí la hay —replicó Eren, levantándose de la silla—. Yelena dice que podrían encontrar otra forma. Algo que no necesite sacrificar a nadie. Mikasa lo miró fijamente, su expresión endureciéndose. —¿Cuándo hablaste con Yelena? No nos dijiste nada de eso. Eren evitó su mirada, sintiendo el peso de su desconfianza. —No importa cuándo. Lo que importa es que no voy a dejar que usen a Historia como un maldito contenedor. No voy a dejar que el plan de Zeke dicte quién vive y quién muere. Hange dejó sus notas sobre la mesa, inclinándose hacia adelante. —Espera un segundo, Eren. ¿Estás diciendo que confías en Yelena más que en nosotros? Porque eso suena a locura. Ella y Zeke tienen su propia agenda, y no estoy segura de que sea la misma que la nuestra. —No confío en ella —gruñó Eren—. Pero al menos está buscando una alternativa. Ustedes solo están aceptando lo que la armada quiere: sacrificar a Historia como si fuera inevitable. Jean soltó una risa seca desde el fondo. —¿Y cuál es tu gran plan, Eren? ¿Crees que puedes salvarla solo porque no te gusta la idea? Esto no es un cuento de hadas. Estamos en guerra. —Jean tiene razón —intervino Connie, cruzándose de brazos—. No podemos arriesgar todo por una persona, ni siquiera por la reina. Hay demasiado en juego. Sasha no dijo nada al respecto y se quedó viendo todo el revuelo que estaba por formase. Eren los fulminó con la mirada, su furia creciendo. —Entonces, ¿qué? ¿La entregamos y fingimos que está bien? ¿Cuántas veces vamos a sacrificar a los nuestros antes de que sea suficiente? —Eso no es lo que estamos diciendo —replicó Armin, su voz subiendo de tono por primera vez—. Estamos tratando de encontrar un equilibrio, Eren. Salvar a tanta gente como podamos. Si hay otra manera, la buscaremos, pero no podemos tirar todo por la borda solo porque no te gusta el costo. —Equilibrio —repitió Eren con desprecio, dando un paso hacia él—. No hay equilibrio en esto, Armin. Es una elección. O luchamos por todos, o no luchamos por nadie. No voy a dejar que Historia pague por algo que no eligió. Mikasa se puso de pie, poniéndose entre ellos como un escudo. —Eren, para. Todos queremos protegerla. Pero no puedes decidir esto solo. Somos un equipo. —No lo entiendes, Mikasa —dijo él, su voz temblando de frustración—. No es solo sobre protegerla. Es sobre detener este ciclo. Si cedemos ahora, nunca parará. Siempre habrá alguien más que sacrificar. Levi, que había estado en silencio hasta entonces, dio un paso adelante, su presencia cortando la discusión como un cuchillo. —Basta, mocoso —dijo con voz helada—. Estás hablando como si tuvieras todas las respuestas, pero no tienes nada. Si tienes un plan, dilo. Si no, siéntate y déjanos trabajar. No necesitamos tus rabietas. Eren lo miró fijamente, pero no respondió. Sabía que Levi tenía razón en parte: no podía revelar lo de Floch, no aún. No cuando ni siquiera él estaba seguro de cómo terminaría esto. En cambio, se giró hacia la puerta, ignorando las protestas de Armin y la mirada preocupada de Mikasa. —Si no van a luchar por ella, lo haré yo —dijo con voz baja pero muy firme—. Con o sin ustedes. Salió de la sala, dejando un silencio pesado tras de sí. Mikasa hizo ademán de seguirlo, pero Levi la detuvo con una mano en el hombro. —Déjalo —murmuró—. Necesita enfriarse. Pero vigílalo. Algo no está bien. Armin se dejó caer en su silla, pasándose una mano por el rostro. —Está cambiando —dijo en voz baja—. No sé si podemos alcanzarlo esta vez. Hange suspiró, recogiendo sus notas. —Todos estamos cambiando, Armin. La guerra hace eso. Solo espero que no se pierda antes de que encontremos una salida. Afuera, Eren caminó bajo la luz de las lámparas, su mente zumbando con las palabras de sus amigos. Sabía que no lo entendían, que veían su lucha por Historia como un capricho egoísta. Pero para él, era más que eso. Era una línea en la arena, una promesa que no rompería. Mientras el eco de la discusión se desvanecía, su determinación se endureció. Floch y él tendrían que actuar pronto. Con o sin el apoyo de los demás, salvaría a Historia. Cueste lo que cueste. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ La noche era fría y silenciosa cuando Eren volvió al domicilio de Yelena, cinco días después de su primer encuentro. Las calles estaban vacías, el viento silbando entre las casas como un lamento. Llevaba la misma capa encapuchada, sus pasos firmes pero cargados de una tensión que no podía disimular. La discusión con Armin, Mikasa y los demás aún pesaba en su mente, un recordatorio de lo solo que estaba en esto. Pero no había tiempo para dudas. Yelena había prometido respuestas, y él las necesitaba ahora. Golpeó la puerta con fuerza, y esta se abrió casi de inmediato. Yelena estaba allí, su figura alta recortada contra la luz tenue del interior. Sus ojos lo escanearon rápidamente, y una sonrisa sutil curvó sus labios. —Eren —dijo, haciéndose a un lado para dejarlo entrar—. Justo a tiempo. Empezaba a pensar que te habías arrepentido. —No me arrepiento de nada —replicó él, entrando y quitándose la capucha. La sala seguía igual: mapas en las paredes, una mesa con papeles desordenados, el aire cargado de un olor metálico. Cerró la puerta tras él y se giró hacia ella—. ¿Tienes lo que prometiste? ¿Una manera de salvar a Historia? Yelena no respondió de inmediato. En cambio, caminó hacia la mesa y se apoyó en ella, cruzándose de brazos mientras lo observaba con una mirada que parecía atravesarlo. —Antes de llegar a eso —dijo con voz calmada pero con un filo curioso—. ¿Puedo preguntarte algo? Eren frunció el ceño, impaciente. —Habla rápido. Ella inclinó la cabeza, como si estuviera evaluando una pieza de un rompecabezas. —¿Qué es Historia para ti, Eren? Porque todo esto de venir aquí, arriesgarte, desafiar a tus amigos. No parece ser solo amistad o compañerismo. Hay algo más, ¿verdad? Algo personal. Él se tensó, sus manos cerrándose en puños a sus costados. —¿Qué intentas decir? Yelena sonrió, esta vez con un toque de algo más oscuro. —Solo observo. Me recuerda a otra historia que conozco bien. Los padres de Zeke, Grisha y Dina. Él era un hombre con una causa, ella una mujer de sangre real. Se unieron por un propósito mayor, pero también había algo más entre ellos. Algo que los llevó a arriesgarlo todo, incluso a su hijo. Me pregunto si no estás caminando por el mismo camino con Historia. Las palabras golpearon a Eren como un martillo. Por un momento, no supo qué responder. Su mente se llenó de imágenes: Historia en el orfanato, sus lágrimas contra su hombro, la forma en que lo miraba cuando prometió salvarla. ¿Era más que amistad? ¿Más que la deuda que sentía por todos los que habían sufrido? No lo sabía. O tal vez no quería saberlo. —Eso no es asunto tuyo —dijo finalmente, su voz baja y cortante—. Lo que siento o no por ella no cambia lo que estoy haciendo. Quiero salvarla porque es lo correcto, no porque sea un cuento romántico. Yelena rió suavemente, un sonido que resonó en la sala. —Oh, Eren, no tienes que convencerme. Pero es curioso cómo el corazón puede empujarnos incluso cuando creemos que es solo la cabeza. Grisha pensó lo mismo, ¿sabes? Que todo era por la causa. Hasta que no lo fue. —Para —gruñó él, dando un paso hacia ella—. No soy mi padre. Y Historia no es Dina. Dime lo que tienes o me voy ahora mismo. Ella levantó las manos en un gesto de rendición, aunque su sonrisa no desapareció. —Está bien, está bien. No hace falta enojarse. Solo quería ver hasta dónde llegaba tu fuego. Y creo que ya tengo mi respuesta —se enderezó y tomó un papel de la mesa, extendiéndolo hacia él—. Aquí está lo que pediste. Una alternativa. Eren tomó el papel con cautela, sus ojos escaneando las líneas garabateadas. Era un esquema técnico, lleno de términos que no entendía del todo: “conexión neural”, “amplificación del Fundador”, “sangre secundaria”. Pero una cosa estaba clara: era un plan para activar el poder del Titán Fundador sin depender exclusivamente de Historia. —Explícalo —dijo, levantando la vista hacia ella. Yelena asintió, señalando el papel. —Es complicado, pero la idea es simple. En lugar de usar a Historia como un recipiente directo para engendrar herederos con sangre real, podemos intentar amplificar la conexión entre tú y Zeke usando otros medios. Hay formas de manipular la sangre de los titanes ya que fueron experimentos que Marley ha intentado y que nosotros podemos mejorar. Si funciona, podrías activar el Fundador sin necesidad de que ella esté involucrada directamente. —¿Si funciona? —repitió Eren, su tono endureciéndose—. ¿Qué tan seguro es esto? —No lo es —admitió ella, encogiéndose de hombros—. Es un riesgo. Podría fallar, y si lo hace, perderíamos nuestra ventaja contra Marley. Pero si sale bien, Historia queda fuera del tablero. Es lo que querías, ¿no? Eren apretó el papel en su mano, sintiendo el peso de la decisión. No era perfecto, pero era algo. Una posibilidad. —¿Cuánto tiempo necesitas para probarlo? —Una semana, tal vez dos —respondió Yelena—. Tendríamos que trabajar rápido y en secreto. La armada no puede saberlo, o lo sabotearán. Y Zeke... bueno, digamos que no estará feliz de que estemos alterando su visión. —Que se joda Zeke —dijo Eren sin dudar—. Hazlo. Y mantenme informado. Si esto falla, encontraré otra manera. Yelena lo miró con una mezcla de admiración y diversión. —Eres un hombre obstinado, Eren Jaeger. Me gusta eso. Está bien, lo pondré en marcha. Pero ten cuidado. Tus amigos ya sospechan, y si descubren esto, no creo que lo tomen bien. —No me importa lo que piensen —replicó él, guardándose el papel en la capa—. Mientras Historia esté a salvo, lo demás no importa. Ella asintió, y por un momento, sus miradas se sostuvieron en un entendimiento silencioso. Luego, Eren se puso la capucha y salió a la noche, dejando atrás las palabras de Yelena sobre Grisha y Dina resonando en su mente. No sabía si había verdad en ellas, si lo que sentía por Historia era más de lo que admitía. Pero sabía una cosa: no dejaría que el pasado de sus padres dictara su futuro. No esta vez. Mientras caminaba bajo la luna, el plan de Yelena en su bolsillo, Eren sintió una mezcla de esperanza y temor. Estaba apostando mucho, quizás demasiado. Pero por Historia, valía la pena. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ El amanecer apenas comenzaba a teñir el cielo de un gris pálido cuando Eren llegó al orfanato. Había pasado la noche caminando, el papel con el plan de Yelena quemándole en el bolsillo, su mente atrapada entre la esperanza de salvar a Historia y el temor de lo que costaría. Sabía que no podía ocultarle esto por mucho tiempo. Ella merecía saberlo, aunque temía su reacción. La encontró en el huerto, regando las plantas con una calma que contrastaba con la tormenta que él llevaba dentro. Los niños aún dormían, y el silencio del lugar era casi sagrado. Historia levantó la vista al oír sus pasos, y su expresión cambió de serenidad a preocupación al verlo. Dejó la regadera en el suelo y se acercó, limpiándose las manos en el delantal. —Eren —dijo con una voz suave pero teñida de inquietud—. ¿Qué pasa? Tienes esa mirada otra vez. Él respiró hondo, quitándose la capucha para mirarla a los ojos. —Hablé con Yelena anoche. Tiene un plan, una manera de usar el Fundador sin depender de ti. Pero es arriesgado. Muy arriesgado. Historia frunció el ceño, cruzándose de brazos mientras lo estudiaba. —¿Qué tan arriesgado? Dime todo. Eren sacó el papel del bolsillo y se lo extendió. Ella lo tomó con cautela, sus ojos recorriendo las líneas garabateadas mientras él explicaba. —Es un experimento. Intentar amplificar la conexión entre Zeke y yo sin necesidad de tu linaje directo. Si funciona, estás libre. Si falla... podríamos perderlo todo contra Marley. Ella levantó la vista del papel, y por un momento, solo hubo silencio. Luego, sus manos temblaron, y el papel cayó al suelo. —¿Qué? —dijo con voz baja pero cargada de una furia creciente—. ¿Estás diciendo que apostaste nuestra única ventaja por esto? ¿Por un quizás? —Historia, yo… —intentó empezar, pero ella lo interrumpió, dando un paso hacia él. —¡No, Eren! ¿En qué estabas pensando? Esto no es solo sobre mí, es sobre todos. Los niños, la isla, nuestros amigos. Si esto sale mal, ¿qué les pasará? ¿Y qué te pasará a ti? —su voz se quebró en la última palabra, y sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no de tristeza esta vez, sino de enojo y miedo. —Lo hice por ti —replicó él en un tono firme pero con un dejo de súplica—. No voy a dejar que te conviertan en lo que quieren. No voy a… —¡No se trata solo de mí! —gritó ella, cortándolo de nuevo. Sus manos se cerraron en puños, y dio otro paso hacia él, tan cerca que podía sentir el calor de su furia—. ¡No quiero perderte, Eren! ¿No lo entiendes? ¡Ya perdí a Frieda, a Ymir... no puedo soportar perderte a ti también por una decisión estúpida como esta! Eren se quedó inmóvil, las palabras de Historia golpeándolo como una ola. Frieda, su hermana mayor, asesinada por Grisha. Ymir, su amiga, sacrificada por Marley. Él sabía lo que esas pérdidas significaban para ella, lo profundo que habían cortado. Pero no esperaba que lo pusiera en esa misma categoría, que el miedo a perderlo la hiciera estallar así. —Historia... —murmuró, buscando las palabras—. No voy a morir. Esto es para que tú no tengas que… —¡No me digas eso! —lo interrumpió ella, las lágrimas cayendo ahora libremente por sus mejillas—. No me prometas algo que no puedes garantizar. Frieda me dijo que estaría bien, que me protegería, y luego se fue. Ymir me juró que volvería, y no lo hizo. No quiero escuchar otra promesa vacía, Eren. No de ti. Él la miró, su corazón apretándose ante el dolor en su voz. Dio un paso hacia ella, extendiendo una mano, pero ella retrocedió, negando con la cabeza. —No lo hagas —susurró—. No me toques como si eso fuera a arreglarlo. Esto es demasiado grande, demasiado peligroso. No puedes jugar con nuestras vidas así. —¿Y qué querías que hiciera? —replicó él, su propia frustración saliendo a flote—. ¿Qué me quedara de brazos cruzados mientras te convierten en un maldito recipiente? ¿Qué dejara que la armada y Zeke decidieran tu destino? No podía, Historia. No después de todo lo que has pasado. Ella lo miró fijamente, su respiración temblorosa mientras las lágrimas seguían cayendo. —No se trata de lo que yo quiero —dijo finalmente, su voz más baja pero aún cortante—. Se trata de lo que podemos perder. Si te pasa algo por esto, si mueres intentando salvarme, nunca me lo perdonaré. ¿No lo ves? Eres más importante para mí que cualquier plan. Eren se quedó en silencio, las palabras de Historia calando más hondo de lo que esperaba. Por un momento, no supo qué decir. Luego, lentamente, dio otro paso hacia ella, esta vez sin retroceder cuando ella lo miró con desconfianza. —No voy a morir —dijo con voz firme pero suave—. Te lo juro, Historia. Encontraré una manera de hacer que esto funcione. Por ti, por los niños, por todos. Pero no puedo dejar que te sacrifiquen. No puedo. Ella lo miró por un largo momento, el enojo y el miedo luchando en sus ojos. Finalmente, dejó caer los hombros, como si la pelea la hubiera agotado. —Eres imposible —murmuró, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano—. Siempre corriendo hacia el peligro como si no importara lo que dejaste atrás. —Importas tú —respondió él, sosteniendo su mirada—. Por eso lo hago. Historia no dijo nada más. En cambio, dio un paso hacia él y apoyó la frente contra su pecho, un gesto pequeño pero cargado de todo lo que no podía expresar. Eren la rodeó con los brazos, abrazándola con cuidado, sintiendo el temblor de su cuerpo mientras ella dejaba salir lo último de su miedo en silencio. —Por favor, ten cuidado —susurró contra su chaqueta—. No quiero perderte. —No me perderás —prometió él, aunque sabía que era una promesa que no podía controlar del todo—. Vamos a salir de esto. Juntos. Permanecieron así mientras el sol subía lentamente, el mundo despertando a su alrededor. Pero para ellos, el tiempo se detuvo, atrapado en un momento de vulnerabilidad y determinación compartida. El plan de Yelena seguía siendo una apuesta peligrosa, pero ahora, con el peso de las palabras de Historia en su corazón, Eren sabía que no había marcha atrás. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Habían pasado semanas desde la discusión con Historia en el orfanato, y el tiempo parecía moverse a un ritmo extraño: lento en los momentos de espera, pero implacable en su marcha hacia lo inevitable. El plan de Yelena avanzaba a trompicones, con experimentos clandestinos que ella supervisaba en las sombras, pero los resultados eran inciertos. Eren seguía en contacto con Floch, quien había reunido a un pequeño grupo de leales dispuestos a seguirlo, aunque mantenía todo oculto de Mikasa, Armin y la Legión. La fractura con sus amigos no había sanado; las miradas de desconfianza y las conversaciones cortadas eran ahora la norma. Entonces llegaron los Azumabito. Fue una tarde gris cuando el barco de la familia Azumabito atracó en la costa de Paradis, trayendo consigo a Kiyomi Azumabito y una delegación de Hizuru. La reunión tuvo lugar en el cuartel principal, con la armada, la Legión y los voluntarios presentes. Eren estaba allí, sentado en un rincón, observando en silencio mientras Kiyomi hablaba con su voz serena pero calculadora. Explicó la alianza propuesta: Hizuru ayudaría a modernizar Paradis, proporcionando tecnología y recursos a cambio de acceso al “hielo explosivo” y una cooperación estratégica contra Marley. Pero había un precio: el plan de Zeke seguía en pie, y el linaje real de Historia era una pieza clave. Historia también estaba presente, sentada al frente con una expresión estoica que no dejaba traslucir el torbellino que Eren sabía que llevaba dentro. Cuando Kiyomi mencionó casualmente la necesidad de “asegurar la continuidad del linaje real”, sus manos se tensaron en su regazo, pero no dijo nada. Eren, por su parte, sintió una oleada de furia que apenas pudo contener. Miró a Yelena, quien estaba al otro lado de la sala, pero ella evitó su mirada, como si supiera que su plan alternativo aún no era lo bastante sólido para desafiar esto. La reunión terminó con promesas vagas y una noticia que cambió todo. Kiyomi, al despedirse, mencionó que, en diez meses, una delegación de Hizuru viajaría a Marley como “turistas” para evaluar el terreno y fortalecer lazos comerciales. Sería una oportunidad para que algunos eldianos acompañaran, disfrazados, y vieran de cerca al enemigo. La armada lo vio como una posibilidad estratégica; Eren lo vio como algo más. Esa noche, se reunió con Floch en un almacén abandonado cerca del puerto. El aire olía a sal y madera podrida, y la luz de una lámpara robada apenas iluminaba sus rostros. Floch estaba ansioso, tamborileando los dedos contra una caja mientras Eren hablaba. —Diez meses —dijo Eren con voz baja pero con firmeza—. Los Azumabito van a Marley como turistas. Podemos ir con ellos. Infiltrarnos. Si el plan de Yelena falla, si no pueden encontrar otra manera de usar el Fundador, lo haremos nosotros mismos desde dentro. Floch arqueó una ceja, una sonrisa torcida formándose en su rostro. —¿Infiltrarnos en Marley? ¿Tú y yo, entrando al corazón del enemigo? Eso es audaz, incluso para ti. —No solo tú y yo —replicó Eren, cruzándose de brazos—. Necesitaremos más. Gente que pueda pasar desapercibida, que esté dispuesta a arriesgarlo todo. Pero tiene que ser en secreto. La armada no puede saberlo, y menos mis amigos. Floch silbó bajito, claramente impresionado. —Un golpe desde adentro. Me gusta. Podríamos sabotearlos, reunir información, tal vez incluso encontrar algo que obligue a la armada a dejar a Historia en paz. Pero, ¿y si nos descubren? Marley no es precisamente amable con los eldianos. —Si nos descubren, peleamos —dijo Eren sin dudar—. Tengo el Titán de Ataque. Puedo sacarnos de ahí si es necesario. Pero el punto no es pelear, es ganar tiempo y encontrar una ventaja. Algo que haga que sacrificar a Historia no sea una opción. Floch asintió lentamente, el brillo fanático en sus ojos intensificándose. —Cuenta conmigo. Empezaré a buscar a los correctos. Tipos leales, discretos. Pero, Eren, ¿qué le vas a decir a ella? La reina no se va a quedar de brazos cruzados si sabe que te estás metiendo en esto. Eren guardó silencio por un momento, pensando en Historia. Sabía que no le gustaría, que su enojo y miedo volverían a estallar si se enteraba. Pero también sabía que no podía detenerse. —Le diré lo suficiente —dijo finalmente—. Que estoy buscando una salida. Pero no los detalles. No todavía. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Al día siguiente, fue al orfanato. Historia estaba en la sala principal, ayudando a los niños con sus tareas, cuando él entró. Ella lo vio de inmediato y se excusó, caminando hacia él con una mezcla de alivio y cautela en los ojos. —Eren —dijo, deteniéndose frente a él—. ¿Qué pasó con los Azumabito? No pude hablar contigo después de la reunión. Él respiró hondo, eligiendo sus palabras con cuidado. —Están con la armada y Zeke. Quieren seguir con el plan original. Pero escuché algo más. En diez meses, irán a Marley como turistas. Creo que puedo usar eso. Infiltrarme, encontrar una manera de cambiar las cosas desde ahí. Los ojos de Historia se abrieron de par en par, y su rostro palideció. —¿Marley? ¿Tú, yendo a Marley? Eren, eso es una locura. Es demasiado peligroso. —Lo sé —admitió él, sosteniendo su mirada—. Pero si no hago algo, te atraparán en esto para siempre. No voy a dejar que pase, Historia. Te lo prometí. Ella negó con la cabeza, dando un paso atrás. —No, Eren. No puedes arriesgarte así. No por mí. Ya te dije que no quiero perderte, y esto... esto es como lanzarte directo a la muerte. —No voy a morir —replicó él, su voz firme pero suave—. Voy a encontrar una solución. Una que nos saque a todos de este infierno. Confía en mí. Historia lo miró por un largo momento, sus manos temblando mientras luchaba con sus emociones. Finalmente, bajó la vista, su voz apenas un susurro. —Siempre confío en ti. Pero eso no significa que no tenga miedo. Eren dio un paso hacia ella y puso una mano en su hombro, un gesto de consuelo. —Yo también tengo miedo —admitió—. Pero no voy a parar. No hasta que estés a salvo. Ella levantó la vista, sus ojos brillando con lágrimas contenidas, y asintió lentamente. No dijo más, pero el silencio entre ellos habló por sí solo. Mientras los niños reían en el fondo, Eren supo que el camino que había elegido era más oscuro y peligroso que nunca. Pero con Floch a su lado y diez meses por delante, estaba dispuesto a apostarlo todo por esa última esperanza. La noche había caído sobre el orfanato, envolviendo el lugar en un silencio roto solo por el canto de los grillos y el susurro del viento entre los árboles. Los niños dormían dentro, y el mundo parecía detenerse, dejando a Eren e Historia solos con sus pensamientos. Después de su conversación en la tarde, ella le había pedido que se quedara otra vez, no con palabras, sino con una mirada que decía más de lo que podía expresar. Él no se negó. Estaban sentados en la sala principal, una lámpara de aceite proyectando sombras suaves sobre las paredes. Historia había traído una manta y la compartían, sus hombros rozándose mientras miraban el fuego que crepitaba en la pequeña chimenea. Hablaron poco al principio, el peso de los planes de Eren y el miedo de ella llenando el espacio entre ellos. Pero a medida que la noche avanzaba, las palabras comenzaron a fluir, más profundas, más crudas. —No dejo de pensar en lo que dijiste —murmuró Historia, sus manos jugueteando con el borde de la manta—. Sobre ir a Marley. Sobre arriesgarlo todo. Me aterra, Eren, pero también... me hace sentir algo que no esperaba. Él giró la cabeza hacia ella, sus ojos buscando los suyos en la penumbra. —¿Qué? Ella respiró hondo, como si reuniera valor. —Que alguien pelee por mí así. Que tú lo hagas. Siempre he sido la que se queda atrás, la que pierde a los que ama. Frieda, Ymir... pero contigo, es diferente. Me haces sentir que valgo algo más que mi sangre real. Eren la miró en silencio, su corazón latiendo con fuerza ante sus palabras. No sabía cómo responder, no con palabras al menos. En cambio, extendió una mano y tomó la suya, entrelazando sus dedos con una suavidad que contrastaba con la rudeza de su vida. —Siempre has valido más que eso —dijo con voz firme y sincera—. Por eso no puedo dejar que te quiten lo que eres. Historia sonrió débilmente, una lágrima escapando por su mejilla. —Tú también, Eren. Eres más que un titán, más que un arma. Eres... importante para mí. Más de lo que puedo decir. El aire entre ellos se cargó de algo nuevo, una corriente que ninguno reconoció al principio. Sus miradas se sostuvieron, y el espacio que los separaba se desvaneció cuando ella se inclinó hacia él, apoyando la frente contra la suya. —No quiero perderte —susurró, su aliento cálido contra su piel. —No me perderás —respondió él, cerrando los ojos mientras sus palabras se hundían en él. Y entonces, sin pensarlo, sus labios se encontraron, un beso tímido al principio, pero que pronto se volvió más profundo, más urgente. Era como si todo el miedo, la rabia y la esperanza que habían cargado se derramaran en ese momento, uniendo sus almas de una manera que no habían previsto. Se apartaron por un instante, respirando agitadamente, sus frentes aún juntas. —Eren... —murmuró ella, su voz temblorosa pero no de duda, sino de algo más fuerte. —Historia —respondió él, su mano subiendo para acariciar su mejilla. No hicieron falta más palabras. Se levantaron en silencio, la manta cayendo al suelo, y ella lo tomó de la mano, guiándolo fuera de la sala hacia el establo en la parte trasera del orfanato. Era un lugar sencillo, lleno del olor a heno y madera, pero en esa noche, se convirtió en su refugio. Dentro, la luz de la luna se filtraba por las rendijas de las paredes, bañándolos en un resplandor plateado. Historia lo miró, sus ojos brillando con una mezcla de vulnerabilidad y deseo, y él respondió con la misma intensidad. Se acercaron de nuevo, sus cuerpos encontrándose en un abrazo que pronto se transformó en algo más. Las capas cayeron, las manos exploraron con cuidado y urgencia, y el heno bajo ellos se convirtió en una cama improvisada, suave y cálida contra sus pieles. No fue solo un acto físico; fue una confesión sin palabras, una forma de aferrarse el uno al otro en un mundo que amenazaba con arrancarlos. Sus movimientos eran torpes al principio, guiados por la emoción más que por la experiencia, pero pronto encontraron un ritmo, sus respiraciones mezclándose con susurros de afecto. —Eres lo más importante para mí —murmuró ella contra su oído, y él respondió con un “Tú también”, su voz agitada por la intensidad del momento. Cuando terminaron, se recostaron juntos en el heno, sus cuerpos entrelazados, el sudor y el calor de sus pieles contrastando con el fresco de la noche. Historia apoyó la cabeza en su pecho, escuchando el latido de su corazón, mientras Eren acariciaba su cabello, perdido en la sensación de tenerla tan cerca. Ninguno dijo nada por un rato, pero no hacía falta. Lo que habían compartido iba más allá de la amistad o el compañerismo; era un sentimiento mutuo que había crecido sin que lo notaran, hasta que esa noche lo hizo innegable. —¿Qué significa esto? —preguntó ella finalmente, su voz apenas un susurro. Eren respiró hondo, mirando el techo del establo. —No lo sé —admitió—. Pero sé que no quiero que termine. No importa lo que pase en Marley, no importa lo que cueste... quiero que estés conmigo. Ella levantó la cabeza, sus ojos encontrando los suyos, y sonrió, una sonrisa pequeña pero genuina. —Entonces estaré contigo —dijo con una sonrisa que refleja sinceridad pura—. Siempre. Se besaron de nuevo, más lento esta vez, y se quedaron allí, envueltos en el heno y en el calor del otro, mientras la noche avanzaba. El mundo afuera seguía girando, con sus planes y peligros, pero por esas horas, eran solo ellos, dos almas encontrando refugio en un amor que no habían buscado, pero que ahora no podían negar. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Los días siguientes al encuentro en el establo transcurrieron como un sueño frágil, uno que Eren e Historia sabían que podía romperse en cualquier momento, pero que se esforzaban por sostener. No hablaron explícitamente de lo que había pasado esa noche, pero no hacía falta; sus miradas, sus roces casuales, la forma en que buscaban excusas para estar cerca el uno del otro decía más que las palabras. Era un secreto compartido, una chispa que ardía en medio del caos que los rodeaba. En la base central de la armada, donde Eren pasaba gran parte de sus días entre reuniones y entrenamientos, Historia aparecía con más frecuencia. Oficialmente, venía como reina para supervisar los planes con los Azumabito o para coordinar recursos para el orfanato, pero todos notaban que sus visitas coincidían con los momentos en que Eren estaba presente. Se sentaban juntos en las reuniones, sus conversaciones susurradas entre mapas y estrategias, y aunque intentaban mantenerlo profesional, había una cercanía que no pasaba desapercibida. Una tarde, mientras revisaban un informe sobre los avances tecnológicos de Hizuru, sus manos se rozaron al alcanzar el mismo papel. Eren retiró la suya rápidamente, pero no antes de que Historia le dedicara una sonrisa pequeña, casi imperceptible, que él devolvió con una mirada cálida. Fue un gesto sutil, pero suficiente para que Armin, sentado al otro lado de la mesa, frunciera el ceño. No dijo nada en ese momento, pero sus ojos siguieron a Eren con una mezcla de curiosidad y preocupación. En el orfanato, su relación florecía de manera más abierta, aunque aún contenida por la presencia de los niños. Eren comenzó a pasar noches allí con más frecuencia, ayudando con las tareas o simplemente sentado con Historia mientras los pequeños jugaban. Una noche, mientras reparaba una cerca rota en el huerto, ella se acercó con una taza de agua y se quedó a su lado, observando en silencio. Cuando terminó, ella le limpió un poco de tierra de la mejilla con el pulgar, un gesto simple pero íntimo que hizo que Eren tomara su mano y la sostuviera por un momento más de lo necesario. —Gracias —murmuró él, y ella respondió con un “Siempre”, sus dedos entrelazándose brevemente antes de que los niños los interrumpieran con risas y preguntas. Armin empezó a notar estos cambios más allá de las coincidencias. Había visto a Eren transformarse antes de un chico impulsivo a un soldado endurecido por la guerra, pero esto era diferente. Había una suavidad en él cuando estaba cerca de Historia, una calma que contrastaba con la furia que mostraba en las discusiones sobre Marley o Zeke. Una tarde en la base, mientras Eren e Historia revisaban un inventario de suministros en el patio, Armin los observó desde una ventana alta, sus brazos cruzados y su mente zumbando con preguntas. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ —Eres diferente con ella —dijo Armin esa misma noche, cuando finalmente encontró a Eren solo en el comedor de la base. Estaba vacío, salvo por ellos dos, las lámparas proyectando sombras largas sobre las mesas de madera. Eren, que estaba comiendo un pedazo de pan duro, levantó la vista, frunciendo el ceño. —¿De qué hablas? —Historia —respondió Armin, sentándose frente a él. Su tono era cuidadoso, pero había un filo de sospecha en sus palabras—. Pasas más tiempo con ella. En la base, en el orfanato. Y no es solo por los planes o la guerra. Hay algo más, ¿verdad? Eren dejó el pan en la mesa, sus ojos endureciéndose. —Es la reina, Armin. Tiene que estar involucrada. Y yo... estoy tratando de protegerla. Eso es todo. —No es solo eso —insistió Armin, inclinándose hacia adelante—. Te conozco, Eren. He visto cómo te enojas, cómo luchas, pero con ella es diferente. Hay algo en cómo la miras, cómo estás cuando ella está cerca. Es como si... no sé, como si ella fuera más que una amiga o una compañera para ti. Eren guardó silencio, sus manos apretándose en puños bajo la mesa. No quería tener esta conversación, no con Armin, no cuando apenas estaba empezando a entender lo que sentía por Historia. Pero la mirada de su amigo era implacable, buscando respuestas que él no estaba listo para dar. —Piensa lo que quieras —dijo finalmente, su voz baja pero cortante—. Lo que importa es que no voy a dejar que la usen. Eso no ha cambiado. Armin suspiró, pasándose una mano por el cabello. —No estoy diciendo que esté mal, Eren. Solo... me preocupa. Estás tomando decisiones grandes, arriesgadas, y ahora esto. Si ella significa tanto para ti, ¿qué pasa si algo sale mal en Marley? ¿Qué harás entonces? Eren lo miró fijamente, y por un momento, la fachada dura se resquebrajó, dejando entrever el miedo que llevaba dentro. —No lo sé —admitió—. Pero no puedo perderla, Armin. No como perdimos a tantos otros. Armin se quedó callado, procesando las palabras de Eren. No era una confesión directa, pero era lo más cerca que había estado de confirmar sus sospechas. —Solo ten cuidado —dijo al fin, su voz más suave ahora—. No quiero perderte a ti tampoco. Eren asintió lentamente, y la conversación murió allí, dejando un silencio pesado entre ellos. Armin se levantó y salió, pero no sin antes lanzar una última mirada a su amigo, preguntándose cuánto más cambiaría Eren por la reina de Paradis. Mientras los días seguían pasando, la relación de Eren e Historia continuó creciendo en pequeños gestos: una mano en la espalda durante una reunión, una risa compartida en el orfanato, un silencio cómodo bajo las estrellas. No lo nombraban, no lo definían, pero estaba allí, un lazo que se fortalecía con cada momento compartido. Y aunque Armin lo notaba, y otros comenzaban a susurrar, ellos seguían adelante, aferrándose a lo que habían encontrado en medio de la tormenta que se avecinaba. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ El aire estaba cargado de humedad esa noche, el cielo cubierto de nubes que prometían lluvia. Eren se reunió con Floch en el mismo almacén abandonado cerca del puerto, un lugar que se había convertido en su refugio para planes que no podían ver la luz del día. La lámpara robada parpadeaba sobre una caja vieja, iluminando sus rostros con un resplandor tenue. Floch estaba inquieto, tamborileando los dedos contra la madera, mientras Eren permanecía de pie, su capa colgada sobre los hombros y su expresión endurecida por la determinación. —Escucha —comenzó Eren, su voz seria pero firme—. He estado pensando en lo de Marley. Los Azumabito irán en diez meses, pero no puedo esperar tanto para moverme. Voy a infiltrarme solo en la armada de Marley. Necesito acercarme a Zeke, entender sus planes desde dentro. Si puedo controlarlo, tal vez podamos evitar que todo dependa de Historia. Floch dejó de tamborilear, sus ojos abriéndose de par en par antes de que una sonrisa torcida se formara en su rostro. —¿Solo? ¿En la armada de Marley? Eso es más que audaz, Eren, es una locura. ¿Cómo planeas pasar desapercibido? Eres el Titán de Ataque, no exactamente un rostro fácil de olvidar. —Me las arreglaré —replicó Eren, cruzándose de brazos—. Cortaré mi cabello, usaré un nombre falso, lo que sea necesario. Los eldianos en Marley están desesperados; no será difícil mezclarme entre ellos. Pero necesito que tú te quedes aquí, Floch. Mantén a los demás listos, vigila a la armada y a Yelena. Si algo sale mal, serás mi respaldo. Floch silbó bajito, claramente impresionado. —Un lobo solitario, ¿eh? Me gusta. Puedo manejar las cosas aquí. Los chicos que reuní son muy leales, y saben mantener la boca cerrada. Pero, Eren... —hizo una pausa, inclinándose hacia adelante con un brillo astuto en los ojos—. Hay algo más de lo que deberías preocuparte antes de irte corriendo a Marley. Eren frunció el ceño, impaciente. —¿Qué? —La reina —dijo Floch, su tono volviéndose más serio, aunque con un dejo burlón—. Tú e Historia. No eres exactamente sutil, sabes. La gente está empezando a notar cómo la miras, cómo pasas tanto tiempo con ella en la base y en el orfanato. Armin sospecha algo, y Mikasa... bueno, digamos que no está feliz. Eren tensó la mandíbula, sus manos apretándose en puños bajo la capa. —¿Qué tiene que ver Mikasa con esto? Floch rió, una risa seca que resonó en el almacén. —Oh, vamos, Eren. ¿En serio no lo ves? Mikasa está enamorada de ti desde que eran niños. Todos lo saben, menos tú, aparentemente. La forma en que te sigue, cómo se pone cuando estás cerca de Historia... está celosa, hombre. Y no es solo ella. Los rumores están circulando. “El Titán de Ataque y la reina de Paradis”, dicen. Algunos piensan que es romántico, otros que es un problema. Eren guardó silencio, procesando las palabras de Floch. Sabía que Mikasa siempre había estado a su lado, que su lealtad era inquebrantable, pero nunca había pensado en ello como algo más allá de la familia que habían construido. La idea de que estuviera celosa, que viera su cercanía con Historia como una amenaza, lo incomodaba. Pero no podía detenerse a analizarlo ahora. —No es su asunto —dijo finalmente con voz fría—. Ni el de nadie. Lo que pase entre Historia y yo no cambia lo que tengo que hacer. Floch se encogió de hombros, levantando las manos en un gesto de rendición. —Solo te lo advierto, jefe. Si vas a meterte en Marley, no dejes cabos sueltos aquí. Mikasa podría seguirte si se entera, y Armin no se quedará callado si piensa que estás perdiendo el rumbo por la reina. Ten cuidado, eso es todo. Eren lo miró fijamente, su mente zumbando con las implicaciones. No quería que Mikasa o Armin se involucraran en esto, no cuando ya había decidido caminar solo por este camino. Pero las palabras de Floch sobre Historia lo golpearon más profundo. Lo que habían compartido en el establo, los momentos en la base y el orfanato, no era algo que pudiera ignorar. Era real, y aunque no lo nombraran, estaba creciendo. —Lo manejaré —dijo al fin, su tono cortante—. Tú solo asegúrate de que todo esté listo aquí. Si me voy, será pronto. No le digas a nadie, ni siquiera a los tuyos, hasta que esté hecho. Floch asintió, la sonrisa burlona desvaneciéndose. —Entendido. Buena suerte, Eren. La vas a necesitar. Eren se puso la capucha de nuevo y salió del almacén, el eco de las palabras de Floch siguiéndolo en la noche. Mientras caminaba hacia el orfanato, su mente estaba dividida: el plan de infiltrarse en Marley, la necesidad de proteger a Historia, y ahora las sospechas de sus amigos. Sabía que tenía que hablar con ella, prepararla para lo que venía, pero también temía que esto la alejara aún más de él. Cuando llegó, la encontró en la sala principal, cosiendo un parche en una manta bajo la luz de una lámpara. Ella levantó la vista y sonrió, pero la sonrisa se desvaneció al ver la tensión en su rostro. —Eren, ¿qué pasa? —preguntó, dejando la aguja a un lado. Él se sentó frente a ella, respirando hondo. —Voy a irme —dijo sin rodeos—. A Marley. Solo. Necesito acercarme a Zeke, encontrar una manera de detener esto desde dentro. Los ojos de Historia se abrieron de par en par, pero antes de que pudiera protestar, él levantó una mano. —Escucha. Es la única forma. Pero volveré. Te lo prometo. Y mientras esté allá, Floch cuidará las cosas aquí. Nadie más puede saberlo. Ella lo miró en silencio, el miedo y la resignación luchando en su expresión. Finalmente, asintió, tomando su mano con fuerza. —Solo vuelve conmigo —susurró—. Eso es todo lo que pido. —Lo haré —respondió él, apretando su mano en respuesta. Y en ese momento, bajo la luz tenue, supo que lo que sentía por ella era más que una causa. Era algo que lo llevaría a través del infierno de Marley y de vuelta, sin importar lo que los demás pensaran. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Los días siguientes a la reunión con Floch estuvieron marcados por una calma engañosa en la base central. Eren seguía moviéndose entre sus planes secretos y sus momentos con Historia, pero la atmósfera a su alrededor comenzaba a cargarse de murmullos y miradas furtivas. Lo que había sido un vínculo discreto entre él y la reina de Paradis ahora era un secreto a voces, y la tensión que esto generaba empezaba a filtrarse entre sus amigos y compañeros. Mikasa fue la primera en confrontarlo, aunque no directamente. Era una mañana fría, con el cielo gris anunciando lluvia, cuando lo encontró en el patio de la base afilando una espada. Ella se acercó en silencio, su capa ondeando con el viento, y se detuvo a unos pasos de él, observándolo con una intensidad que Eren no pudo ignorar. —Has estado diferente —dijo finalmente, su voz baja pero firme—. Desde hace semanas. Y no es solo por la guerra o los planes. Eren dejó de afilar la hoja, levantando la vista hacia ella. Sus ojos oscuros se encontraron con los de Mikasa, y por un momento, sintió el peso de su mirada como si pudiera ver a través de él. —Estoy haciendo lo que tengo que hacer —respondió, su tono neutro pero con un filo defensivo—. Nada más. Mikasa cruzó los brazos, su expresión endureciéndose. —No me mientas, Eren. Te he visto con ella. Con Historia. Pasas más tiempo en el orfanato que aquí, y cuando está en la base, siempre estás a su lado. ¿Qué está pasando? Él apretó la empuñadura de la espada, su mandíbula tensándose. —Es la reina, Mikasa. Tiene que estar involucrada en todo esto. Y yo... estoy asegurándome de que no la usen. Eso es todo. —No es solo eso —replicó ella, dando un paso más cerca—. No soy ciega. La forma en que la miras, cómo te quedas con ella... es diferente. Armin lo notó también. Y no soy la única. Los soldados están hablando, Eren. Dicen cosas. —¿Qué cosas? —preguntó él, aunque ya sabía la respuesta. Las palabras de Floch resonaban en su mente: “El Titán de Ataque y la reina de Paradis”. Mikasa dudó, su rostro traicionando una mezcla de enojo y algo más profundo, algo que parecía dolerle. —Dicen que estás enamorado de ella —dijo al fin, su voz temblando ligeramente—. Que por eso estás tan obsesionado con salvarla. Que estás arriesgando todo por algo personal. Eren se puso de pie de golpe, la espada cayendo al suelo con un ruido metálico. —¿Y qué si lo estoy? —soltó, más fuerte de lo que pretendía—. No es asunto de nadie lo que siento o no. Lo que importa es que no voy a dejar que la conviertan en un maldito peón. Mikasa lo miró fijamente, sus ojos brillando con una mezcla de sorpresa y dolor. No respondió de inmediato, y el silencio entre ellos se volvió asfixiante. Finalmente, dio un paso atrás, su voz apenas un susurro. —Solo espero que sepas lo que estás haciendo, Eren. Porque no quiero verte destruido por esto. Se giró y se alejó, dejándolo solo con el eco de sus palabras. Eren apretó los puños, sintiendo una punzada de culpa que no podía explicar del todo. Sabía que Mikasa estaba herida, que sus sospechas iban más allá de la estrategia o la guerra, pero no podía detenerse a lidiar con eso ahora. Más tarde ese día, Armin lo abordó en el comedor, esta vez con menos confrontación pero igual preocupación. Historia había estado en la base esa mañana, y su despedida (un toque breve en el brazo y una sonrisa compartida) no pasó desapercibida para los presentes. Armin esperó hasta que estuvieron solos, sentados en una esquina con tazas de té frío frente a ellos. —Eren —comenzó, su tono cuidadoso pero directo—. Sé que no quieres hablar de esto, pero tengo que preguntarlo. ¿Qué hay entre tú e Historia? Porque no eres el mismo cuando estás con ella, y está empezando a afectar cómo te ven los demás. Eren frunció el ceño, girando la taza en sus manos. —No hay nada que decir, Armin. Somos cercanos. Ella confía en mí, y yo en ella. Eso es todo. Armin suspiró, pasándose una mano por el cabello. —No es solo eso, y lo sabes. La gente está hablando. Jean dijo algo ayer sobre cómo el héroe de Shiganshina se está distrayendo con la reina. Connie lo tomó a broma, pero otros no. Y Mikasa... ella está callada, pero puedo verlo en sus ojos. Está dolida, Eren. —¿Y qué quieren que haga? —replicó él, su voz subiendo de tono—. ¿Qué la ignore? ¿Qué deje que la armada la use porque es más conveniente para todos? No voy a hacerlo, Armin. No me importa lo que piensen. —No digo que la ignores —respondió Armin, levantando las manos en un gesto de calma—. Solo digo que tengas cuidado. Si esto es más que amistad, si sientes algo por ella, está bien. Pero no dejes que te ciegue. Estamos en una guerra, y todos dependemos de ti. Eren guardó silencio, las palabras de Armin hundiéndose en él. No podía negar que lo que sentía por Historia era más que compañerismo, no después de esa noche en el establo, no después de cómo su presencia lo anclaba en medio del caos. Pero admitirlo abiertamente, dejar que los demás lo diseccionaran, era un riesgo que no estaba dispuesto a tomar. —No estoy ciego —dijo al fin, su voz más baja pero firme—. Sé lo que está en juego. Pero ella no es solo una pieza en esto. Es... importante. Y no voy a disculparme por eso. Armin lo miró por un momento, luego asintió lentamente, como si aceptara que no sacaría más de él. —Solo no te pierdas, Eren —murmuró antes de levantarse y salir. Esa noche, en el orfanato, la tensión de las sospechas lo alcanzó incluso allí. Historia lo notó de inmediato cuando llegó, su rostro más sombrío de lo habitual. Estaban sentados en el establo, el mismo lugar donde habían cruzado esa línea, compartiendo una manta mientras el viento silbaba afuera. —¿Qué pasa? —preguntó ella, su mano buscando la suya bajo la tela. Eren respiró hondo, mirando el heno bajo sus pies. —La gente está hablando. Sobre nosotros. Mikasa, Armin, los soldados... sospechan que hay algo más. Mikasa piensa que estoy enamorado de ti. Armin dice que está afectando cómo me ven. Historia se tensó, sus ojos abriéndose ligeramente. —¿Y qué les dijiste? —Que no es su asunto —respondió él, girándose para mirarla—. Pero no puedo evitarlo, Historia. No puedo fingir que no siento nada. No contigo. Ella lo miró en silencio, sus dedos apretando los suyos. —Yo tampoco —admitió, su voz suave pero cargada de emoción—. Pero si esto los está dividiendo, si te está poniendo en peligro... tal vez deberíamos… —No —la interrumpió él, acercándose más—. No voy a alejarme de ti por lo que piensen. Que sospechen lo que quieran. Lo que importa es lo que nosotros sabemos. Historia sonrió débilmente, una lágrima escapando por su mejilla. —Entonces que hablen —dijo ella, apoyando la cabeza en su hombro—. Mientras estés conmigo, no me importa. Eren la rodeó con un brazo, sosteniéndola contra él mientras la noche avanzaba. Las sospechas de Mikasa, las advertencias de Armin, los rumores de los soldados. Todo eso era ruido de fondo. Pero sabía que pronto tendría que enfrentar las consecuencias, especialmente cuando se fuera a Marley. Por ahora, sin embargo, se aferró a este momento, a ella, mientras la tormenta de la guerra y las dudas de sus amigos se cernía cada vez más cerca. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Los días posteriores a las sospechas de Mikasa y Armin no hicieron más que acercar a Eren e Historia, como si el peso de las miradas ajenas fortaleciera lo que compartían en lugar de debilitarlo. Era una relación que no buscaban definir con palabras, pero que crecía en cada gesto, en cada silencio compartido, en cada momento robado entre la base central y el orfanato. Lo que había comenzado como una chispa en el establo se había transformado en un fuego lento, uno que ardía con una intensidad que ninguno esperaba, pero que ambos necesitaban desesperadamente. En la base, su cercanía se volvió más evidente, aunque seguían cuidándose de no cruzar líneas públicas. Durante una reunión sobre los preparativos con los Azumabito, Eren se sentó junto a Historia, su rodilla rozando la de ella bajo la mesa. Era un contacto mínimo, pero suficiente para que ella le lanzara una mirada fugaz, sus labios curvándose en una sonrisa que solo él entendía. Cuando Hange explicó los avances tecnológicos, Eren le pasó un lápiz que ella había dejado caer, y sus dedos se demoraron un instante más de lo necesario, un roce que envió un calor silencioso entre ellos. No era solo deseo; era una necesidad de recordarse mutuamente que estaban allí, que no estaban solos en medio del caos. En el orfanato, donde podían bajar la guardia, su relación se profundizaba en formas más íntimas. Una noche, después de que los niños se durmieran, se encontraron en la sala principal, sentados en el suelo frente a la chimenea. Historia había traído una manta vieja, y la compartían mientras el fuego crepitaba, proyectando sombras danzantes sobre sus rostros. Ella apoyó la cabeza en su hombro, su cabello rozándole la mejilla, y Eren pasó un brazo alrededor de ella, atrayéndola más cerca. —No dejo de pensar en lo que dijiste —murmuró Historia, su voz suave como el susurro del viento afuera—. Sobre ir a Marley. Sobre arriesgarlo todo. Me aterra, pero también... me hace sentir más cerca de ti. Eren giró la cabeza para mirarla, sus ojos encontrando los suyos en la penumbra. —Tú eres la razón —admitió, su tono bajo pero cargado de una honestidad cruda—. No solo por protegerte de la armada o de Zeke. Es más que eso. Cuando estoy contigo, siento que hay algo por lo que vale la pena luchar, algo más allá de la guerra. Ella levantó la vista, sus ojos brillando con una mezcla de sorpresa y ternura. —Siempre has sido así —dijo, su mano subiendo para acariciar su mejilla—. Incluso cuando éramos reclutas, había algo en ti. Una fuerza que no entendía entonces. Pero ahora... creo que lo veo. Y me asusta cuánto significa para mí. Él cubrió su mano con la suya, sosteniéndola contra su rostro. —No tienes que tener miedo —respondió—. No contigo, no de esto. Pase lo que pase en Marley, no voy a dejar que nos separe. Sus palabras colgaron en el aire, y el espacio entre ellos se desvaneció cuando Historia se inclinó hacia él, sus labios encontrándose en un beso que empezó lento, casi tentativo, pero que pronto se volvió más profundo. Era diferente a la urgencia de aquella noche en el establo; este era un beso de reconocimiento, de dos personas que se estaban descubriendo a sí mismas en el otro. Las manos de Eren se deslizaron a su cintura, atrayéndola más cerca, mientras ella enredaba los dedos en su cabello, un suspiro escapando contra su boca. Se apartaron solo para respirar, sus frentes juntas, sus respiraciones mezclándose en el aire cálido. —Eren —susurró ella, su voz temblando con una emoción que no podía contener—. No sé qué es esto, pero no quiero que termine. —No va a terminar —prometió él, su mano subiendo para apartar un mechón de cabello de su rostro—. No importa lo que digan los demás, no importa lo que pase afuera. Esto es nuestro. Ella sonrió, una sonrisa pequeña pero radiante, y lo besó de nuevo, esta vez con una intensidad que los llevó a levantarse del suelo y buscar refugio en el establo una vez más. La puerta se cerró tras ellos, y en la penumbra del lugar, rodeados del olor a heno y madera, sus cuerpos se encontraron con una familiaridad creciente. Las capas cayeron al suelo, y el heno volvió a ser su cama improvisada, suave y cálido bajo ellos. Sus movimientos eran más seguros esta vez, guiados por una conexión que iba más allá de lo físico; era una forma de aferrarse el uno al otro, de encontrar consuelo en un mundo que amenazaba con arrancarlos. Mientras se recostaban juntos después, sus cuerpos entrelazados en el heno, Historia trazó círculos perezosos en su pecho con un dedo, su cabeza descansando en su hombro. —Nunca pensé que tendría algo así —admitió en un susurro—. No después de todo lo que perdí. Pero contigo... siento que puedo respirar otra vez. Eren giró la cabeza para mirarla, sus ojos suavizándose de una manera que rara vez mostraba a los demás. —Tú me haces sentir humano —dijo, su voz ronca pero sincera—. En medio de toda esta mierda (los titanes, la guerra, las promesas) tú eres lo único que me recuerda quién soy. Ella levantó la vista, sus ojos encontrándose, y por un momento, el tiempo se detuvo. No había palabras para definir lo que sentían, pero no las necesitaban. Era amor, aunque no lo nombraran, un amor nacido del dolor compartido, de la lucha por sobrevivir, de la necesidad de protegerse mutuamente. Se besaron de nuevo, más lento, y se quedaron allí, envueltos en el calor del otro, mientras la noche avanzaba afuera. En los días siguientes, esa profundidad se reflejó en pequeños detalles. En la base, cuando Historia llegaba, Eren le ofrecía su silla con una naturalidad que no pasaba desapercibida, y ella le agradecía con una mirada que decía más de lo que las palabras podían. En el orfanato, trabajaban juntos en silencio, sus manos rozándose al pasar herramientas o al ayudar a los niños, y cada contacto era una chispa que reafirmaba su vínculo. Una noche, mientras reparaban un tejado bajo la luz de la luna, ella se apoyó contra él, exhausta, y él la sostuvo sin dudar, sus brazos rodeándola como si fuera lo más natural del mundo. Pero esta cercanía no venía sin costo. Las sospechas seguían creciendo, y aunque intentaban mantenerlo contenido, los rumores se esparcían como fuego. Mikasa los veía desde la distancia, su silencio más pesado que cualquier palabra, mientras Armin anotaba cada interacción en su mente, buscando entender a su amigo. Incluso Levi, siempre distante, comentó una vez a Hange en voz baja: El mocoso está demasiado metido con la reina. Espero que no nos cueste caro. Para Eren e Historia, sin embargo, el mundo exterior podía esperar. Lo que tenían era un refugio, un ancla en la tormenta que se avecinaba. Cada noche que pasaban juntos, ya fuera en el establo o en la sala del orfanato, era una promesa silenciosa: no importaba lo que Marley trajera, no importaba lo que los demás pensaran, ellos lucharían por esto. Juntos. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Habían pasado dos meses desde que Eren decidió infiltrarse en Marley, y el tiempo parecía acelerarse con cada día que transcurría. La base central era un hervidero de actividad: los Azumabito enviaban más recursos, la armada ajustaba estrategias, y los voluntarios anti-Marley trabajaban en sus propios planes bajo la supervisión de Yelena. Eren se movía entre las sombras de estos eventos, su mente dividida entre la guerra que se avecinaba y los momentos robados con Historia, que se habían convertido en su único refugio. Una noche, se reunió con Yelena en su domicilio, el mismo lugar donde habían trazado las primeras líneas de su plan alternativo. La sala estaba más desordenada ahora, con mapas nuevos y notas garabateadas cubriendo la mesa. Yelena estaba de pie junto a una ventana, mirando la oscuridad, cuando Eren entró sin anunciarse, su capa empapada por la lluvia que había comenzado a caer. —Estás aquí —dijo ella, girándose con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Pensé que te habías perdido en el orfanato otra vez. Eren ignoró el comentario, quitándose la capucha y dejando que el agua goteara al suelo. —Dime cómo vamos —dijo con voz cortante—. El viaje a Marley está a ocho meses. Necesito saber que esto va a funcionar. Yelena se acercó a la mesa, tomando un papel lleno de diagramas y cálculos. —Los experimentos están avanzando —explicó, señalando una línea de texto—. Hemos encontrado una forma de amplificar la conexión entre tú y Zeke usando una mezcla de sangre de titán y tecnología de Hizuru. No es perfecto, pero podría activar el Fundador sin necesidad de Historia. Sin embargo... —hizo una pausa, mirándolo con una intensidad que lo puso en guardia—. Necesitamos probarlo en condiciones reales. Y eso significa que tienes que estar cerca de Zeke cuando llegue el momento. —Por eso voy a Marley —replicó Eren, cruzándose de brazos—. Me infiltraré en su armada, me acercaré a él. Si puedo entender sus movimientos, controlar su papel en esto, tendremos una ventaja. Yelena asintió, pero su expresión se endureció. —Es un riesgo enorme, Eren. Si te descubren antes de que estemos listos, todo se derrumba. Los próximos ocho meses son cruciales. Tienes que prepararte: aprender sus costumbres, su idioma, cómo piensan. No puedes ir como el Titán de Ataque; tienes que ser un fantasma. —Lo sé —dijo él, su tono firme pero cargado de una determinación sombría—. Empezaré ahora. Cortaré mi cabello, cambiaré mi nombre, lo que sea necesario. Floch se quedará aquí para manejar las cosas. Pero necesito que tú sigas con esto, Yelena. Si falla, Historia no tendrá escapatoria. Ella lo miró por un momento, luego sonrió, esta vez con un toque de admiración. —Eres un hombre obstinado. Me gusta eso. Está bien, seguiremos adelante. Pero prepárate, Eren. Cuando llegue ese viaje en ocho meses, todo dependerá de ti. Eren asintió, guardándose el papel en la capa. —Lo estaré —dijo, y sin más, salió a la lluvia, su mente ya trazando los pasos que lo llevarían a Marley. Mientras tanto, en el orfanato, Historia estaba en su pequeña oficina personal, un cuarto modesto con una mesa, una silla y estantes llenos de libros y dibujos de los niños. Era su santuario, un lugar donde podía escapar de las demandas de ser reina. Pero esa mañana, algo estaba mal. Había estado sintiendo náuseas desde el amanecer, un malestar que al principio atribuyó al cansancio o a la comida del día anterior. Sin embargo, cuando se levantó para tomar un libro y el mundo giró a su alrededor, llevándola a apoyarse en la mesa con una mano temblorosa, una sospecha comenzó a formarse en su mente. Se sentó lentamente, su respiración acelerándose mientras el miedo recorría su cuerpo como un escalofrío. Las náuseas volvieron, más fuertes esta vez, y una certeza helada se asentó en su pecho. Contó los días en su cabeza, recordando las noches con Eren, el establo, los momentos en que se habían perdido el uno en el otro. Habían sido cuidadosos, o eso pensaba, pero ahora... —No —susurró para sí misma, sus manos subiendo a su rostro—. No puede ser. Pero cuanto más lo pensaba, más claro se volvía. Los signos estaban allí: las náuseas, el cansancio que no explicaba, la sensibilidad que había atribuido al estrés. Estaba embarazada. El miedo la golpeó como una ola, haciéndola temblar. No era solo el hecho de estarlo, sino lo que significaba. Eren estaba planeando irse a Marley, arriesgarlo todo por ella, y ahora esto. ¿Qué haría si lo supiera? ¿Cambiaría sus planes, se quedaría, o se lanzaría aún más al peligro? Y la armada... si se enteraban, si veían a este niño como una extensión del linaje real, su vida y la de su hijo estaría aún más enredada en sus juegos. Se levantó de la silla, caminando hacia la ventana con pasos inestables. Miró el huerto, donde los niños jugaban bajo la lluvia ligera, y las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. —Eren... —murmuró, su voz cada vez quebrándose. Lo amaba, lo sabía ahora con una claridad que dolía, pero este descubrimiento lo complicaba todo. No quería perderlo, no como había perdido a Frieda y Ymir, pero tampoco quería atarlo a algo que no había planeado. Apoyó una mano en su vientre, aún plano pero cargado de una vida que apenas comenzaba a entender. —Qué voy a hacer —susurró, el miedo mezclándose con una extraña ternura. Quería decírselo, necesitaba su fuerza, pero también temía cómo esto cambiaría lo que tenían. Por un momento, se permitió imaginarlo: Eren regresando de Marley, viéndola con un niño en brazos, una familia en medio de la guerra. Pero la imagen se desvaneció bajo el peso de la realidad. Esa noche, cuando Eren llegó al orfanato, ella lo recibió con una sonrisa forzada, ocultando el torbellino en su interior. Se sentaron juntos en la sala, como tantas veces antes, pero él notó algo diferente en ella: la forma en que evitaba sus ojos y el temblor leve en sus manos. —¿Qué pasa? —preguntó, tomando su mano con suavidad. Historia dudó, su corazón acelerándose. Quería decírselo, pero las palabras se atoraron en su garganta. —Solo estoy cansada —mintió, apretando su mano en respuesta—. Dime cómo van tus planes. Él la miró por un momento, como si no le creyera del todo, pero asintió y comenzó a hablar de Marley, de Yelena, de los ocho meses que quedaban. Ella lo escuchó en silencio, su mente dividida entre su voz y el secreto que crecía dentro de ella. Sabía que no podía guardarlo para siempre, pero por esa noche, se aferró a él, a su calor, temiendo el día en que todo cambiaría. Los días seguían su curso implacable, y el orfanato permanecía como el único refugio de Historia frente a las tormentas que azotaban Paradis. Era una tarde tranquila, dos meses después de las negociaciones con los Azumabito, cuando ella se encontraba sola en su pequeña oficina personal. Los niños jugaban afuera, sus risas lejanas filtrándose por la ventana entreabierta, pero dentro, el silencio era opresivo, roto solo por el sonido de su propia respiración entrecortada. Había estado sintiendo náuseas otra vez, un malestar que ya no podía ignorar. Esa mañana, mientras organizaba unos documentos, el mareo la había obligado a sentarse, su mano temblando al apoyarse en la mesa. El miedo había crecido en ella desde hacía días, una sospecha que se confirmaba con cada síntoma. Pero lo que ocurrió esa tarde en su oficina transformó ese miedo en algo mucho más profundo, algo que escapaba a su comprensión. Se había levantado para tomar un vaso de agua, intentando calmar las náuseas, cuando un dolor agudo la atravesó, no en el cuerpo, sino en la mente. Cayó de rodillas, jadeando, mientras imágenes fragmentadas inundaban su visión: un desierto interminable, una figura encapuchada, un árbol inmenso con ramas que se extendían hacia el cielo como venas. No eran recuerdos suyos, lo sabía, pero se sentían reales, como si algo dentro de ella estuviera despertando. Y entonces, una voz resonó en su cabeza, suave pero antigua, femenina, cargada de un peso que no podía nombrar. “El camino se abre. La sangre llama a la sangre” Historia se aferró al borde de la mesa, su corazón latiendo con fuerza mientras el dolor cedía, dejándola temblorosa y confundida. Las náuseas volvieron, pero esta vez acompañadas de una certeza que la heló: este embarazo no era ordinario. No era solo un hijo de Eren, un producto de su amor en el establo. Había algo más, algo conectado a su linaje real, a los titanes, a los secretos que su familia había guardado durante generaciones. Se levantó con dificultad, caminando hacia un espejo pequeño que colgaba en la pared. Su reflejo la miraba de vuelta, pálido y asustado, pero por un instante, juró que vio algo más: sus ojos brillaron con un destello dorado, un eco del poder que había sentido en las visiones de Eren cuando tocó su mano años atrás. Apoyó una mano en su vientre, aún plano, y susurró para sí misma: —¿Qué eres? El giro llegó cuando encontró un libro viejo entre los estantes, uno que había pertenecido a su hermana Frieda. Lo había hojeado antes, pero nunca con atención. Ahora, guiada por una intuición que no podía explicar, lo abrió en una página marcada con una ilustración: un árbol retorcido, idéntico al de su visión, con un texto en una lengua antigua que apenas reconoció. Pero una palabra se destacó, traducida en una nota al margen por la mano de Frieda: Ymir. Historia dejó caer el libro, retrocediendo como si quemara. Ymir Fritz, la fundadora, la primera portadora del poder de los titanes. Las piezas comenzaron a encajar en su mente, aunque no quería aceptarlas. Su linaje real, su conexión con Eren, el Titán Fundador... ¿y si este embarazo no era solo un accidente? ¿Y si la sangre de los Reiss y la unión con Eren habían despertado algo, un eco del poder de Ymir que ahora crecía dentro de ella? No era solo un hijo; podía ser un puente, una llave a algo que ni ella ni Eren habían previsto. El miedo la envolvió, más intenso que nunca. No era solo por ella o por Eren, sino por lo que esto significaba para Paradis, para la guerra, para el mundo. Si la armada lo descubría, si Zeke o Yelena se enteraban, este niño no sería solo un heredero; sería un arma. Pero también había una extraña esperanza, una sensación de que esto podía cambiarlo todo, aunque no sabía cómo. Se sentó de nuevo, temblando, y escondió el libro bajo un montón de papeles. No podía decírselo a Eren, no todavía. Él estaba demasiado inmerso en sus planes con Yelena, demasiado cerca de partir a Marley. Si sospechaba algo, si veía el miedo en sus ojos, no la dejaría sola, y ella sabía que él tenía que irse. Pero el secreto pesaba como una piedra en su pecho, y cada vez que lo miraba, sentía el impulso de confesar, solo para detenerse en el último segundo. Esa noche, cuando Eren llegó al orfanato, ella lo recibió con una sonrisa tensa, ocultando el torbellino que la consumía. Se sentaron juntos en la sala, como siempre, y él le habló de su reunión con Yelena, de los ocho meses que quedaban, de cómo se prepararía para Marley. Ella lo escuchó en silencio, su mano descansando en la suya, pero su mente estaba en otro lugar, en las visiones, en el libro, en el niño que llevaba dentro. —¿Estás bien? —preguntó él, notando su distracción, su voz suavizándose con preocupación. Historia asintió, forzando una sonrisa más convincente. —Solo ando un poco cansada —mintió ella, apretando su mano—. Dime más sobre Marley. Él la miró por un momento, como si quisiera insistir, pero cedió y continuó hablando. Ella se aferró a su voz, a su presencia, mientras el miedo y la maravilla luchaban dentro de ella. No sabía qué significaba este giro, este eco de Ymir en su vientre, pero sabía una cosa: su amor por Eren, y ahora por este niño, la llevaría a protegerlos a ambos, sin importar el costo. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Habían pasado tres días desde que Historia tuvo su visión en la oficina del orfanato, tres días en los que el secreto había crecido dentro de ella como una sombra que no podía ignorar. Había intentado mantener la calma, seguir con sus deberes como reina, pero las náuseas y el peso de lo que sabía la seguían a cada paso. Eren, mientras tanto, estaba inmerso en sus preparativos, cada vez más cerca de partir a Marley, y aunque su amor por él la sostenía, el miedo a contarle la verdad la paralizaba. Esa tarde, Eren llegó a la oficina real de Historia, ubicada en un edificio austero dentro de las murallas interiores. Era un espacio más grande que su oficina en el orfanato, con paredes de piedra, un escritorio de madera oscura y estantes llenos de documentos oficiales. Él entró con un montón de reportes bajo el brazo, papeles que detallaban los avances de Yelena y los movimientos de la armada, una excusa para verla en medio de sus planes. Llevaba una camisa sencilla y su cabello más corto, un primer paso en su transformación para infiltrarse en Marley, pero sus ojos seguían siendo los mismos: intensos, llenos de una determinación que ahora se suavizaba al mirarla. —Traje estos —dijo, dejando los reportes sobre el escritorio con un golpe seco—. Yelena dice que estamos a punto de probar algo nuevo con el Fundador. Pensé que querrías saberlo. Historia levantó la vista desde su silla, donde había estado revisando una carta de los Azumabito. Sonrió débilmente, pero el esfuerzo era evidente. —Gracias, Eren —murmuró, extendiendo una mano para tomar los papeles. Sin embargo, al hacerlo, un mareo la golpeó de repente, y su mano tembló, dejando caer los reportes al suelo. Eren frunció el ceño, acercándose rápidamente. —¿Estás bien? —preguntó, arrodillándose frente a ella para recoger los papeles. Pero cuando levantó la vista, vio su rostro pálido, sus manos aferrándose al borde del escritorio como si el mundo se inclinara bajo ella. —Estoy... solo cansada —intentó decir, pero su voz se quebró, y antes de que pudiera detenerlo, una náusea la obligó a girarse, llevándose una mano a la boca. Eren dejó caer los papeles de nuevo, poniéndose de pie en un instante para sostenerla por los hombros. —Historia, ¿qué pasa? —insistió, su tono ahora endureciéndose con mucha preocupación—. No me digas que es solo cansancio. Has estado así por días. Ella respiró hondo, intentando calmarse, pero las lágrimas ya estaban subiendo a sus ojos. No podía seguir escondiéndolo, no con él tan cerca, no cuando su mirada la desnudaba de cualquier fachada. —Eren... —susurró, girándose para enfrentarlo—. Hay algo que no te he dicho. Él la miró fijamente, su corazón acelerándose ante el temblor en su voz. —¿Qué es? —preguntó, sus manos aún en sus hombros, sosteniéndola como si temiera que se desvaneciera. Historia cerró los ojos por un momento, reuniendo el coraje que le faltaba. Cuando los abrió, las lágrimas comenzaron a caer, y su voz salió en un susurro roto. —Estoy embarazada. El silencio que siguió fue ensordecedor. Eren se quedó inmóvil, sus manos aflojándose por un instante mientras procesaba las palabras. Sus ojos se abrieron de par en par, y por un momento, pareció que el mundo se detenía a su alrededor. —¿Qué? —dijo finalmente, su voz apenas audible, como si no pudiera creerlo. —Embarazada —repitió ella, las lágrimas cayendo más rápido ahora—. Lo supe hace unos días. Las náuseas, el cansancio... es nuestro, Eren. Desde esa noche en el establo. Él retrocedió un paso, no por rechazo, sino por la magnitud de lo que significaba. Su mente corrió a esa noche, al heno, a la forma en que se habían entregado el uno al otro sin pensar en las consecuencias. Pero entonces vio el miedo en los ojos de Historia, el temblor en sus manos, y algo dentro de él se rompió. Se arrodilló frente a ella de nuevo, tomando sus manos con una urgencia que rayaba en la desesperación. —¿Por qué no me lo dijiste antes? —preguntó, su voz temblando con una mezcla de asombro y dolor—. Historia, esto... esto lo cambia todo. Ella negó con la cabeza, las lágrimas empapando su rostro. —No quería detenerte. Estás tan cerca de ir a Marley, de encontrar una manera de salvarnos. Si te lo decía, sabía que no te irías, y no podía hacerte eso. Pero también tengo miedo, Eren. No es solo un niño. Hay algo más... algo que no entiendo. Él frunció el ceño, apretando con fuerza sus manos. —¿Qué quieres decir? Historia respiró hondo, su mirada cayendo al suelo antes de volver a él. —Tuve una visión. Hace unos días. Un desierto, un árbol enorme, una voz que decía: la sangre llama a la sangre. Y encontré un libro de Frieda... hablaba de Ymir Fritz. Creo que este niño no es solo nuestro. Es parte de algo más grande, algo conectado a los titanes, al Fundador. Eren se quedó en silencio, sus ojos ensanchándose mientras las piezas encajaban en su mente. Había visto visiones antes, fragmentos del pasado y el futuro a través del poder del Fundador, pero esto era diferente. Si lo que Historia decía era cierto, si su hijo llevaba un eco de Ymir, entonces no era solo una vida; era un destino. Un puente entre ellos y el poder que podía salvar o destruir Paradis. —Historia... —murmuró, su voz quebrándose mientras levantaba una mano para limpiar las lágrimas de su mejilla—. No importa qué sea, no estás sola en esto. No voy a dejarte enfrentar esto sola. Ella lo miró, el miedo aún presente pero suavizado por sus palabras. —¿Y Marley? —preguntó, su voz temblorosa—. ¿Qué pasa con tus planes? Eren respiró hondo, su mente zumbando con emociones contradictorias. Quería quedarse, protegerla, estar allí para ella y este niño que aún no podía imaginar. Pero también sabía que, si no iba a Marley, si no encontraba una manera de detener a Zeke y la armada, no habría futuro para ninguno de ellos. —Todavía voy —dijo finalmente, su tono firme pero cargado de dolor—. Pero no por mucho tiempo. Encontraré lo que necesito y volveré. No voy a dejarte, Historia. Ni a ti, ni a… nuestro hijo. Ella soltó un sollozo, cayendo en sus brazos, y él la sostuvo con fuerza, sus propios ojos humedeciéndose mientras la realidad se asentaba. La abrazó como si pudiera protegerla de todo. —Te amo —susurró ella contra su pecho, las palabras saliendo por primera vez, crudas y verdaderas. Eren cerró los ojos, sintiendo el peso y la calidez de esas palabras. —Yo también te amo —respondió, su voz ronca pero segura. Era la primera vez que lo decía en voz alta, pero lo había sabido desde hace mucho. La besó en la frente, luego en los labios, un beso lleno de promesas y miedos compartidos. Permanecieron así por un tiempo, sentados en el suelo de la oficina real, los reportes olvidados a su alrededor. El mundo afuera seguía girando, con sus planes y peligros, pero en ese momento, eran solo ellos: Eren, Historia y la vida que crecía entre ellos. Un giro del destino que los unía aún más en la tormenta que se avecinaba. La lluvia seguía cayendo en cortinas sobre Paradis cuando Eren salió de la oficina real de Historia esa noche, su mente zumbando con la revelación del embarazo y las palabras de amor que habían compartido. No podía quedarse quieto, no con el peso de lo que sabía presionándolo. Necesitaba hablar con alguien que entendiera las apuestas, alguien que pudiera ayudarlo a proteger a Historia y a su hijo de las garras de la armada y de Zeke. Y esa persona era Yelena. Llegó al domicilio de Yelena pasada la medianoche, empapado hasta los huesos, su capa goteando agua en el suelo mientras golpeaba la puerta con urgencia. Ella abrió casi de inmediato, su figura alta recortada contra la luz de las lámparas, y frunció el ceño al verlo. —Eren —dijo con su voz calmada pero con una mirada de curiosidad—. ¿Qué te trae aquí tan tarde? Pareces un hombre al borde del colapso. —Tenemos que hablar —replicó él, entrando sin esperar invitación y quitándose la capucha. La sala estaba como siempre: mapas, notas, un caos organizado que reflejaba los planes que habían trazado juntos. Cerró la puerta tras él y se giró hacia ella, su expresión endurecida pero con un brillo de vulnerabilidad que no pudo ocultar. —Es sobre Historia. Yelena arqueó una ceja, apoyándose en la mesa con los brazos cruzados. —La reina otra vez. ¿Qué pasa ahora? ¿La armada está presionando más? Eren respiró hondo, eligiendo sus palabras con cuidado. No iba a contarle todo, no la parte de las visiones o la conexión con Ymir que Historia había mencionado. Eso era demasiado grande, demasiado peligroso, incluso para Yelena. Pero el embarazo... eso era algo que no podía manejar solo. —Está embarazada —dijo finalmente, su voz baja pero firme—. Es mío. El silencio que siguió fue pesado, roto solo por el tamborileo de la lluvia contra las ventanas. Los ojos de Yelena se abrieron ligeramente, y por un momento, perdió su compostura habitual. Luego soltó una risa seca, pasándose una mano por el cabello corto. —Vaya, Eren Jaeger. Eso sí que no lo vi venir. ¿Desde cuándo, supongo que del establo que tanto frecuentan? Él la fulminó con la mirada, pero no negó nada. —No importa cómo pasó. Lo que importa es que no pueden enterarse. La armada, Zeke, nadie. Si saben que lleva mi hijo, lo usarán contra ella, contra nosotros. Yelena asintió lentamente, recuperando su aire calculador. —Tienes razón. Un hijo tuyo con sangre real sería un premio demasiado grande para ellos. Podrían acelerar sus planes, forzarla a engendrar más herederos, o peor, usarlo como palanca contra ti. Pero… —hizo una pausa, inclinando la cabeza mientras lo estudiaba—. Esto también es una oportunidad, si lo manejamos bien. —¿Qué quieres decir? —preguntó Eren, su tono endureciéndose. Ella sonrió, esa sonrisa enigmática que siempre lo ponía en guardia. —Un cebo —dijo, caminando hacia un mapa en la pared y señalando un punto al azar como si ilustrara su punto—. Necesitamos desviar la atención. Hacer que crean que el embarazo es de alguien más, alguien irrelevante. Si la armada piensa que no tiene nada que ver contigo o con el linaje titánico, perderán interés. Al menos por un tiempo. Eren frunció el ceño, cruzándose de brazos. —¿Cómo hacemos eso? No puedo simplemente inventar un padre de la nada. —No tienes que inventarlo todo —replicó Yelena, girándose hacia él—. Usa a alguien que ya esté cerca, alguien en quien confíes para guardar el secreto. Floch, por ejemplo. Es leal a ti, y no es exactamente un desconocido para Historia en sus círculos. Podemos hacer correr el rumor de que él y la reina han estado... cercanos. Nada concreto, solo lo suficiente para que los chismes tomen vuelo. La gente ama una buena historia, y esto les dará algo en qué enfocarse. Eren tensó la mandíbula, la idea dejándole un sabor amargo. —¿Floch? ¿Hacer que crean que él es el padre? Eso es... sucio. —Es práctico —corrigió Yelena, su tono frío pero razonable—. No estamos diciendo que sea verdad, solo dejando que lo piensen. Floch puede manejarlo, y si lo preparamos bien, mantendrá la boca cerrada. Mientras tanto, tú sigues con tus planes para Marley, e Historia queda fuera del radar. Cuando vuelvas, si todo sale bien, podremos lidiar con el resto. Él guardó silencio, procesando la propuesta. No le gustaba, no le gustaba nada la idea de manchar el nombre de Historia o involucrar a Floch en algo tan personal. Pero también sabía que Yelena tenía razón: si la armada sospechaba la verdad, no habría escapatoria para ella o para su hijo. Necesitaba tiempo, y este cebo podía dárselo. —¿Y si no funciona? —preguntó, su voz baja pero cargada de duda—. Si alguien empieza a investigar más a fondo... —Entonces lo ajustamos —respondió Yelena, encogiéndose de hombros—. Podemos añadir capas: decir que fue un desliz pasajero, que ella no quiere hablar de ello. La reina tiene suficiente autoridad para mantener a raya las preguntas, y tú estarás en Marley, fuera de su alcance. Pero tienes que actuar rápido, Eren. Las náuseas no se esconderán por siempre, y la gente ya está hablando de ustedes dos. Eren asintió lentamente, su mente zumbando con las implicaciones. —Hablaré con Floch —dijo al fin—. Y con Historia. Si ella está de acuerdo, lo haremos. Pero esto queda entre nosotros, Yelena. Nadie más puede saberlo. —Por supuesto —replicó ella con su sonrisa volviendo—. Soy buena guardando secretos. Pero una cosa más, Eren: mantén la cabeza fría. Esto es un juego delicado, y no puedes dejar que tus sentimientos por ella te cieguen. Tienes un hijo ahora, sí, pero también tienes una guerra que ganar. Él la miró fijamente, una mezcla de gratitud y desconfianza en sus ojos. —Lo sé —dijo, poniéndose la capucha de nuevo—. Solo asegúrate de que tu parte del plan funcione. No voy a perderlos. Salió a la lluvia sin mirar atrás, dejando a Yelena sola con sus mapas y sus cálculos. Mientras caminaba hacia el orfanato, su corazón latía con una mezcla de amor y determinación. No le había contado a Yelena lo de Ymir, y no lo haría. Ese era un secreto que guardaría con Historia, un misterio que resolverían juntos cuando regresara de Marley. Por ahora, el cebo era su mejor opción, y aunque le dolía, lo haría por ella, por su hijo, por el futuro que ahora sabía que quería construir. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ La lluvia había cesado cuando Eren llegó al orfanato esa misma noche, pero el aire seguía húmedo y frío, reflejando el peso que llevaba en el pecho. Entró en silencio, encontrando a Historia en la sala principal, sentada junto a la chimenea con una manta sobre los hombros. Ella levantó la vista al oír sus pasos, y aunque sonrió al verlo, había una tensión en sus ojos que no podía ocultar. Sabía que algo había cambiado desde su conversación en la oficina real, y ahora, con la propuesta de Yelena en su mente, Eren sabía que no podía posponerlo más. Se sentó frente a ella, quitándose la capa empapada y dejándola a un lado. —Tenemos que hablar —dijo con su voz baja pero firme—. Sobre el bebé... y cómo mantenerlo a salvo. Historia asintió lentamente, sus manos apretando la manta. —Lo sé —murmuró—. He estado pensando en eso todo el día. ¿Qué dijo Yelena? Eren respiró hondo, buscando las palabras adecuadas. —Le conté que estás embarazada. No lo de las visiones o Ymir, solo lo básico. Dice que la armada no puede enterarse, que lo usarían contra nosotros. Propuso un plan: hacer que crean que el padre es alguien más, un cebo para desviar la atención. Sugirió a Floch. Los ojos de Historia se abrieron de par en par, y por un momento, solo hubo silencio. Luego, su expresión se endureció, una mezcla de incredulidad y enojo cruzando su rostro. —¿Floch? —repitió, su voz subiendo de tono—. ¿Quieres que finjamos que él es el padre de nuestro hijo? ¿Qué deje que la gente piense que yo... con él? —Historia, no es real —intentó explicar Eren, inclinándose hacia ella—. Solo sería un rumor, algo para que la armada y los demás miren hacia otro lado. Floch está de nuestro lado, lo manejaría. Es la única forma de protegerte mientras estoy en Marley. Ella negó con la cabeza, levantándose de la silla con un movimiento brusco que hizo caer la manta al suelo. —No, Eren. No voy a hacer eso. No voy a manchar lo que tenemos con una mentira así. Floch es... no lo soporto. Es arrogante, cruel y no confío en él. ¿Y si decide usarlo contra nosotros? ¿Y si la armada empieza a investigar más? Eren se puso de pie también, su frustración creciendo pero contenida por el amor que sentía por ella. —Entonces, ¿qué hacemos? No podemos dejar que sepan la verdad. Si descubren que es mío, te atraparán en sus planes aún más. No voy a permitirlo. Historia lo miró fijamente, sus manos temblando mientras luchaba con sus emociones. Luego, algo cambió en su expresión, una idea tomando forma. —Hay otra manera —dijo, su voz más calma pero decidida—. Alguien más. No Floch. Alguien que conozco desde hace años, alguien que no tiene nada que ver con la guerra o los titanes. Eren frunció el ceño, cruzándose de brazos. —¿Quién? —Un granjero —respondió ella, su mirada cayendo al suelo por un momento antes de volver a él—. De cuando era niña, antes de que me enviaran con los Reiss. Vivía cerca de la finca donde crecí como Krista. Era un chico estúpido entonces, siempre molestándome, tirándome piedras cuando pasaba por su campo. Pero no era malvado, solo un idiota. Ahora trabaja en las tierras afuera de las murallas, vive solo, alejado de todo esto. Podríamos usarlo. Eren la miró en silencio, procesando lo que decía. —¿Un granjero? ¿Alguien que te molestaba? ¿Por qué él? —Porque no tiene conexiones —explicó ella, dando un paso hacia él—. Nadie sospecharía de él. No está en la armada, no conoce a Floch ni a Yelena. Si decimos que fue algo pasajero, que me ayudó con el orfanato y pasó, la gente lo creería. Es simple y discreto. Y no tendría motivos para traicionarnos. Eren apretó la mandíbula, la idea girando en su mente. No le gustaba, no más que la sugerencia de Floch, pero había una lógica en ello. Un granjero anónimo, alguien fuera del radar de la guerra, podía ser un cebo más seguro, menos arriesgado que involucrar a alguien como Floch, cuya lealtad era intensa pero impredecible. Sin embargo, la imagen de otro hombre siendo nombrado como el padre de su hijo, incluso como una mentira, le revolvía el estómago. —¿Estás segura de esto? —preguntó, su voz baja pero cargada de duda—. Si hacemos esto, tiene que ser convincente. Y no quiero que te sientas... manchada por esto. Historia lo miró, sus ojos suavizándose mientras extendía una mano para tocar su brazo. —No me sentiré manchada —dijo con un tono firme pero gentil—. Porque sé la verdad, Eren. Este niño es nuestro, tuyo y mío. No importa lo que digan afuera, eso no cambia. Pero si esto te da tiempo, si te deja ir a Marley sin preocuparte por mí, lo haré. Por ti. Por nosotros. Él cubrió su mano con la suya, sintiendo el calor de su piel contra la suya. —No me gusta —admitió, su voz ronca—. Pero si es lo que quieres, lo haremos. Hablaré con Yelena, ajustaremos el plan. Solo dime cómo encontrarlo, y me encargaré de que funcione. Ella asintió, una lágrima escapando por su mejilla que él limpió con el pulgar. —Está en las tierras al este, cerca del río —dijo—. Se llama... no importa su nombre, solo dile que la reina necesita su ayuda. Es lo bastante simple para no hacer preguntas. Eren la atrajo hacia él, abrazándola con fuerza mientras el peso de su decisión se asentaba entre ellos. —Volveré —susurró contra su cabello—. Te lo prometo. Y cuando lo haga, estaremos juntos. Los tres. Historia se aferró a él, su rostro enterrado en su pecho. —Solo vuelve conmigo —murmuró—. Eso es todo lo que pido. Permanecieron así, envueltos en el calor del otro, mientras la noche avanzaba. El plan había cambiado, pero su amor no. El granjero sería su cebo, una mentira para proteger la verdad, y aunque ninguno estaba completamente cómodo con ello, sabían que era necesario. Por ahora, se tenían el uno al otro, y eso era suficiente para enfrentar lo que venía. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ El sol estaba alto en el cielo, un disco pálido filtrado por nubes grises, cuando Historia salió del orfanato rumbo a las tierras al este, cerca del río. Vestía una capa sencilla, su cabello recogido bajo una capucha para mantener un perfil bajo, aunque su porte natural hacía imposible que pasara completamente desapercibida. Llevaba consigo una bolsa pequeña con provisiones, una excusa para su visita, pero su verdadero propósito pesaba más que cualquier carga física. Cada paso hacia el granjero era un recordatorio del secreto que guardaba, del niño que crecía en su vientre y de la mentira que estaba a punto de tejer para protegerlo. Eren la seguía a distancia, su figura encapuchada fundiéndose con las sombras de los árboles y los campos. Había insistido en acompañarla, no porque dudara de su capacidad, sino porque no podía soportar la idea de dejarla sola en esto. Su cabello, recién cortado para su infiltración en Marley, le daba un aire extraño bajo la capucha, pero sus ojos seguían siendo los mismos, afilados y vigilantes, rastreando cada movimiento a su alrededor. No se acercaría demasiado, lo habían acordado, pero estaría allí, un guardián silencioso mientras ella hacía lo que debía. El viaje fue corto pero agotador para Historia, las náuseas regresando en oleadas que intentaba disimular respirando hondo. Finalmente, llegó a una granja modesta: un terreno de cultivos básicos, una casa de madera desgastada y un establo pequeño al fondo. El granjero estaba afuera, trabajando la tierra con una azada, su figura robusta y desgarbada apenas distinta de la que ella recordaba de su niñez. Su cabello castaño estaba despeinado, y su rostro, curtido por el sol, se giró hacia ella con una mezcla de sorpresa y confusión al verla acercarse. —¿Quién eres? —preguntó, apoyándose en la azada, sus ojos entrecerrándose bajo el sol. Luego, al verla bajar la capucha, algo en su memoria pareció encenderse—. ¿Krista? ¿Eres tú? Historia sonrió débilmente, un eco de la fachada que había usado como Krista Lenz años atrás. —Ahora soy Historia —dijo con una voz suave pero firme—. Reina de Paradis. Pero sí, soy yo. Ha pasado mucho tiempo. El granjero dejó caer la azada, limpiándose las manos en los pantalones con un gesto torpe. —Vaya —murmuró, rascándose la nuca—. La reina, aquí. Nunca pensé... ¿Qué quieres de mí? No tengo mucho, pero si necesitas comida o algo... —No es eso —lo interrumpió ella, dando un paso adelante y sacando la bolsa de provisiones—. Traje esto como agradecimiento. Necesito tu ayuda con algo... delicado. Desde su escondite entre los árboles, Eren observaba, su cuerpo tenso como un resorte. No confiaba en este hombre, no después de que Historia le contara cómo la había molestado de niña, tirándole piedras y burlándose de ella. Pero ella había insistido en que era inofensivo, solo un chico estúpido que había crecido en un hombre simple. Aun así, Eren mantenía una mano cerca del cuchillo bajo su capa, listo para intervenir si algo salía mal. El granjero frunció el ceño, tomando la bolsa con cautela. —¿Ayuda? ¿Qué puede hacer alguien como yo por la reina? Historia respiró hondo, sus manos temblando ligeramente mientras las escondía bajo la capa. —Estoy en una situación complicada —comenzó, eligiendo sus palabras con cuidado—. Necesito que la gente crea algo sobre mí, algo que no es verdad. Que estoy... esperando un hijo tuyo. El hombre se quedó inmóvil, su boca abriéndose en una expresión de puro asombro. —¿Qué? —exclamó, soltando la bolsa al suelo con un golpe sordo—. ¿Un hijo? ¿Mío? Pero yo no... nosotros nunca... —Lo sé —lo cortó ella rápidamente, levantando una mano para calmarlo—. No es real. Solo quiero que lo digas si alguien pregunta. Que digas que nos vimos unas veces, que ayudaste en el orfanato, y que... pasó. No tienes que hacer nada más, solo dejar que el rumor corra. Es para proteger a alguien importante para mí. Eren, desde su posición, apretó los dientes, el sonido de esas palabras quemándole por dentro. Odiaba esto, odiaba verla rebajarse a pedirle algo así a este hombre, pero sabía que era su elección, su manera de mantener a su hijo a salvo. Observó al granjero, notando cómo sus ojos se movían entre la confusión y una chispa de orgullo estúpido. —¿Proteger a alguien? —repitió el granjero, rascándose la barbilla—. Supongo que puedo hacerlo. No es como si alguien venga mucho por aquí. Pero, ¿por qué yo? No soy nadie. —Por eso mismo —respondió Historia, su tono suavizándose—. Eres alguien que nadie sospecharía. Y confío en que no dirás más de lo necesario. ¿Lo harás por mí? El hombre la miró por un momento, luego asintió lentamente, una sonrisa torcida apareciendo en su rostro. —Claro, Krista... quiero decir, Historia. Si la reina me lo pide, quién soy yo para decir que no. Además, no suena tan mal que digan que tuve algo con alguien como tú. Historia forzó una sonrisa, ignorando el comentario, pero Eren, desde su escondite, sintió una oleada de furia que apenas contuvo. Quería salir, ponerle fin a esto, pero se obligó a quedarse quieto, confiando en ella. —Gracias —dijo ella, dando un paso atrás—. Si alguien pregunta, solo di lo que te dije. Y si necesitas algo, el orfanato te ayudará. Eso es todo. El granjero asintió de nuevo, recogiendo la bolsa del suelo. —Entendido. Ten cuidado, ¿sí? No sé en qué estás metida, pero suena complicado. —Lo es —murmuró ella, más para sí misma, antes de girarse para irse. Mientras caminaba de vuelta por el sendero, sus hombros se relajaron ligeramente, pero el peso del encuentro seguía en su rostro. Eren esperó hasta que ella estuvo fuera de la vista del granjero antes de salir de su escondite, alcanzándola en un claro cerca del río. Ella se detuvo al verlo, quitándose la capucha, y por un momento, solo se miraron en silencio bajo la luz del día. —¿Estás bien? —preguntó él, su voz baja pero cargada de preocupación mientras se acercaba. Historia asintió, aunque sus ojos brillaban con lágrimas contenidas. —Lo hice —dijo, su voz temblando—. Aceptó. Pero odio esto, Eren. Odio mentir, odio que tenga que ser así. Él la atrajo hacia él, abrazándola con fuerza mientras el viento soplaba a su alrededor. —Lo sé —murmuró contra su cabello—. Yo también lo odio. Pero lo hiciste por nosotros, por nuestro hijo. Eso es lo que importa. Ella se aferró a él, su rostro enterrado en su pecho. —Solo vuelve de Marley —susurró—. Por favor. —Volveré —prometió él, sosteniéndola como si pudiera protegerla de todo. Desde la distancia, el granjero seguía siendo una figura borrosa en el campo, pero para ellos, en ese momento, el mundo era solo ellos dos y la vida que habían creado juntos. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Un mes había pasado desde que Historia visitó al granjero en su humilde finca cerca del río, un mes en el que el plan de encubrimiento comenzó a tomar forma con una precisión casi teatral. El aire en Paradis estaba cargado de una tensión latente: los Azumabito seguían llegando con sus barcos llenos de promesas tecnológicas, la armada ajustaba sus estrategias contra Marley, y Yelena trabajaba en secreto con Eren para preparar su infiltración, aún a siete meses de distancia. Pero en el orfanato, el tiempo parecía moverse más despacio, como si el mundo exterior fuera un eco lejano frente a la vida cotidiana que Historia intentaba preservar. Ella había esperado hasta que las señales de su embarazo fueran innegables para hacer el anuncio. Las náuseas matutinas se habían intensificado, y aunque al principio las escondía con excusas de cansancio o malestar pasajero, su vientre comenzaba a redondearse bajo las capas de ropa suelta que usaba. Fue una decisión calculada: dejar que el rumor creciera orgánicamente, pero controlarlo antes de que las especulaciones se salieran de control. Para entonces, el granjero ya estaba instalado en el orfanato como ayudante, una figura rústica y callada que cargaba sacos de grano, reparaba cercas y seguía las órdenes de la reina con una obediencia torpe pero leal. El granjero no tenía un nombre que resonara en las conversaciones; Historia lo presentaba simplemente como “un amigo de mi niñez”, y nadie parecía necesitar más detalles. Era un hombre de mediana edad, con manos ásperas y un rostro curtido por el sol, su cabello castaño despeinado cayendo sobre unos ojos que rara vez se alzaban del suelo. Los niños del orfanato lo llamaban “el hombre de las papas” por su costumbre de traer tubérculos frescos del huerto, y los adultos que ayudaban allí lo aceptaban como una extensión natural del lugar. Su historia era sencilla: había conocido a Krista Lenz en los días antes de las murallas, cuando ella era solo una niña solitaria en una finca olvidada, y ahora, años después, la reina lo había traído para ayudar con las tareas del orfanato. Nadie preguntaba mucho; la bondad de Historia era conocida, y el granjero no parecía más que un peón en su generosidad. La noticia del embarazo se dio a conocer una mañana fresca, cuando el sol apenas asomaba sobre los tejados del orfanato. Historia había invitado a un pequeño grupo de oficiales de la armada para inspeccionar el lugar, una visita rutinaria para coordinar suministros. Entre ellos estaba Nile Dok, el comandante de la Policía Militar, un hombre de bigote prominente y modales rígidos que siempre parecía incómodo fuera de las murallas interiores. Mientras recorrían el huerto, Nile señaló al granjero, que estaba cavando un surco a unos metros de distancia, y preguntó con un tono casual: —¿Quién es ese? No parece un soldado ni un voluntario. Historia respiró hondo, ajustándose la capa para ocultar el leve bulto de su vientre, y respondió con una calma ensayada: —Es un amigo de mi niñez. Lo contraté para ayudar aquí, con los niños y las tierras. Y… —hizo una pausa, bajando la vista como si le costara decirlo, antes de continuar—. Estoy esperando un hijo suyo. El silencio que siguió fue tan denso que incluso el canto de los pájaros pareció detenerse. Nile parpadeó, su bigote temblando mientras su mente procesaba las palabras, y los dos oficiales a su lado intercambiaron miradas de asombro, uno dejando caer el cuaderno que sostenía. —¿Un hijo? —exclamó Nile, girándose hacia el granjero, que levantó la vista del surco con una expresión de desconcierto que parecía genuina—. ¿Con ese hombre? ¿Su Majestad está diciendo que...? —No es algo que planeé —interrumpió Historia, su voz suave pero firme, un eco de la Krista tímida que había sido en el pasado—. Pero ha sido bueno con el orfanato, con los niños. Es lo correcto para mí ahora. Los oficiales se quedaron boquiabiertos, y Nile, tras un momento de duda, se inclinó ligeramente en un gesto torpe de respeto. —Bueno, eh... felicidades, supongo, Su Majestad. Es... inesperado, pero si es su decisión, no hay nada más que decir —su tono era rígido, pero sus ojos seguían al granjero, como si intentara descifrar cómo un hombre tan ordinario había llegado a tal posición. La noticia se esparció como un incendio en un campo seco. Para el mediodía, los soldados que habían acompañado a Nile estaban susurrándola entre ellos mientras regresaban a la base central, y para la tarde, el rumor había llegado a los oídos de la Legión de Reconocimiento. En el comedor de la base, el ambiente era una mezcla de sorpresa, risas y desconcierto. Jean fue el primero en romper el hielo, dejando caer su cuchara en el plato de sopa con un clang metálico. —¿La reina y un granjero? ¿En serio? Pensé que tenía estándares más altos. Ese tipo parece que duerme con las vacas. Connie soltó una carcajada, casi atragantándose con su pan. —¡Vamos, Jean! Es como una de esas historias cursis que venden en el mercado. La reina solitaria y el hombre simple del campo. Apuesto a que los niños del orfanato ya le están haciendo dibujos. Sasha, sentada junto a ellos con una papa a medio pelar, sonrió tímidamente. —Es un poco dulce, ¿no? Historia siempre ha sido buena con todos. Tal vez solo quería algo normal después de todo lo que ha pasado. Mikasa, en un rincón con una taza de té entre las manos, no participó en la conversación. Sus ojos estaban fijos en el líquido oscuro, pero su mente estaba en otra parte. Durante meses, había observado a Eren e Historia, convencida de que compartían algo más que amistad. Las miradas, los roces, las noches en el orfanato. Todo había alimentado una punzada de celos que no podía ignorar. Ahora, esta noticia la dejaba en un limbo extraño: aliviada de que las sospechas sobre Eren fueran aparentemente infundadas, pero inquieta por lo rápido que todo se había resuelto. Levantó la vista hacia Armin, sentado frente a ella, buscando alguna pista en su rostro, pero él estaba perdido en sus pensamientos, girando una cuchara entre los dedos con una expresión distante. Hange irrumpió en el comedor poco después, su voz resonando con una mezcla de incredulidad y diversión. —¿Escucharon lo de Historia? ¡Un granjero! ¡Esto es mejor que cualquier experimento con titanes! ¿Quién iba a pensar que la reina tenía un lado tan... terrenal? —rió, ajustándose las gafas, pero luego se detuvo, mirando a Levi, que estaba apoyado contra la pared con los brazos cruzados—. ¿Qué opinas, capitán? ¿Crees que sea verdad? Levi soltó un bufido, su mirada cortante como siempre. —No me importa con quién se acueste la reina mientras no nos meta en más problemas. Pero el momento es extraño, ¿no crees? Justo cuando todos estaban hablando de ella y el mocoso. Armin levantó la vista ante eso, sus ojos entrecerrándose ligeramente. —Sí —dijo en voz baja, más para sí mismo que para los demás—. Es extraño. Demasiado conveniente. La sorpresa general disipó las sospechas sobre un romance entre Eren e Historia casi instantáneamente. Los rumores que habían circulado se desvanecieron bajo la nueva narrativa. Esa noche, en los barracones, Jean se recostó en su catre con una sonrisa burlona. —Bueno, supongo que nos equivocamos con Eren. Todo ese tiempo pensando que estaba enamorado de la reina, y ella estaba ocupada con un tipo que huele a estiércol. Qué idiota fui. Connie rió, tirándole una almohada. —¡Admítelo, estabas celoso! Querías ser tú el que conquistara a la reina. —¡Cállate, imbécil! —replicó Jean, devolviéndole el golpe, pero la broma aligeró el ambiente. Incluso Sasha se unió a las risas, aunque su mirada seguía desviándose hacia Mikasa, que permanecía en silencio, envuelta en su bufanda roja. Eren, por su parte, estaba en la base esa noche, revisando mapas con Yelena en una sala apartada. Cuando ella le mencionó casualmente la noticia que corría como reguero de pólvora, él asintió sin mirarla, su expresión cuidadosamente neutra. —Bien —dijo en voz baja—. Eso es lo que queríamos. Pero dentro de él, el alivio se mezclaba con una punzada de dolor. Saber que el mundo creía que su hijo era de otro hombre, aunque fuera una mentira acordada, era un golpe que no podía ignorar. Sin embargo, lo soportaba por Historia, por el niño, por el tiempo que necesitaba para ir a Marley y regresar. Mikasa lo vio más tarde, cuando salió de la sala con Yelena. Sus ojos se encontraron por un instante, y aunque él le dedicó una leve inclinación de cabeza, ella no respondió. Había algo en su postura, en la forma en que evitaba mirarla demasiado tiempo, que alimentaba las dudas que no podía sacudirse. La noticia del granjero la había sorprendido, sí, pero no borraba los meses de observaciones, las veces que lo había visto suavizarse cerca de Historia de una manera que nunca lo hacía con nadie más. —Tal vez —murmuró para sí misma, apretando la bufanda contra su pecho, pero su voz carecía de convicción. Armin, mientras tanto, no estaba dispuesto a dejarlo pasar tan fácilmente. Esa noche, después de que los demás se retiraran, se quedó en el comedor con una lámpara encendida, un libro abierto frente a él que apenas tocaba. Su mente estaba en otra parte, reconstruyendo cada momento que había presenciado entre Eren e Historia: las conversaciones susurradas en la base, las veces que Eren desaparecía hacia el orfanato, la intensidad en sus ojos cuando hablaba de protegerla. La historia del granjero era creíble, pero algo no encajaba. Era demasiado perfecto, demasiado oportuno, como una cortina levantada para ocultar el verdadero escenario. Se levantó y caminó hacia la ventana, mirando las luces lejanas del orfanato en la distancia. Recordó una conversación con Eren semanas atrás, cuando le había preguntado directamente sobre sus sentimientos por Historia. Ahora, con el embarazo anunciado, la mayoría parecía aceptar que las sospechas habían sido un error. Pero Armin no podía deshacerse de la sensación de que había más, una verdad escondida detrás de la fachada del granjero. —¿Qué estás planeando, Eren? —susurró, su aliento empañando el vidrio. No tenía pruebas, solo un instinto afilado por años de conocer a su amigo. Eren era un torbellino de emociones, sí, pero también un estratega cuando se trataba de lo que le importaba. Y Historia... ella era más que una reina para él, Armin lo había visto en cada gesto, en cada silencio compartido. El granjero podía ser una distracción, pero ¿para qué? ¿Y por qué ahora, justo cuando los planes para Marley estaban tan cerca? ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ En el orfanato, Historia vivía su propia lucha. Durante el día, mantenía la fachada: sonreía al granjero cuando pasaba con sus herramientas, respondía a las preguntas curiosas de los niños con una paciencia infinita, y recibía las felicitaciones de los oficiales con una humildad que había perfeccionado. Pero por las noches, cuando el silencio caía, el peso de la mentira la aplastaba. Se sentaba en su oficina con una mano en su vientre, sintiendo los pequeños movimientos que comenzaban a hacerse notar, y susurraba palabras al niño que llevaba dentro, promesas de un futuro que aún no podía garantizar. Eren la visitaba cuando podía, siempre en secreto, entrando por la puerta trasera del establo bajo la luz de la luna. Esa noche, un mes después de su visita al granjero, él llegó con la capa empapada por una llovizna ligera, su cabello corto pegado a la frente. Se sentaron juntos en el heno, como tantas veces antes, y él apoyó una mano en su vientre, sintiendo la vida que crecía allí. —Funciona —murmuró, su voz ronca pero aliviada—. Todos lo creen. Historia asintió, cubriendo su mano con la suya. —Sí —dijo, pero sus ojos estaban húmedos—. Pero odio esto, Eren. Odio que piensen que es de él, cuando eres tú. Él la atrajo hacia ella, abrazándola con fuerza. —No importa lo que piensen —susurró contra su cabello—. Sabemos la verdad. Y voy a volver por ustedes. Solo siete meses más. Ella se aferró a él, su rostro enterrado en su pecho, y por un momento, el mundo afuera dejó de existir. Pero en el fondo de su mente, Eren sabía que Armin seguía siendo una amenaza silenciosa, una mente brillante que podía deshacer todo con una sola pregunta. Y aunque la sorpresa del embarazo había quitado las dudas de la mayoría, el juego aún no estaba ganado. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Un mes había transcurrido desde que la noticia del embarazo de Historia con el granjero anónimo se asentó en Paradis, un mes en el que la vida parecía encontrar un ritmo extraño entre la calma aparente y la preparación para la guerra. El rumor había hecho su trabajo: las sospechas sobre un romance entre Eren e Historia se desvanecieron para la mayoría, reemplazadas por chismes sobre la reina y su “hombre simple”. Armin seguía siendo una sombra de duda, pero no había actuado aún, y eso le daba a Eren el tiempo que necesitaba para enfocarse en sus planes con Yelena y en los momentos robados con Historia en el orfanato. Ese mes, sin embargo, trajo consigo una nueva tarea para la Legión de Reconocimiento: la construcción de rieles para un tren, un proyecto impulsado por los Azumabito como parte de su alianza con Paradis. La tecnología de Hizuru prometía modernizar la isla, conectar sus murallas con líneas de acero y vapor, y aunque muchos veían en ello un símbolo de esperanza, para Eren era solo otro recordatorio del tiempo que se agotaba. Los siete meses que quedaban hasta el viaje a Marley pesaban en su mente, pero por ahora, se sumergió en el trabajo físico, un escape temporal de las tormentas internas que lo consumían. El sol ardía alto en el cielo esa mañana cuando Eren y sus compañeros se reunieron en las tierras abiertas al sur de la Muralla Rose. Los Azumabito habían enviado ingenieros para supervisar, pero la mano de obra era de la Legión, una tarea que requería fuerza bruta y coordinación. Los rieles, barras de acero pesadas y frías al tacto, llegaban en carretas desde el puerto, junto con traviesas de madera y herramientas que parecían sacadas de un sueño futurista. Hange estaba emocionada, corriendo de un lado a otro con planos en las manos, mientras Levi observaba desde una colina cercana, su expresión tan imperturbable como siempre. —¡Esto es increíble! —exclamó Hange, ajustándose las gafas mientras señalaba un esquema—. Con estos trenes, podremos mover tropas y suministros en horas, no días. ¡Marley no sabrá qué los golpeó! —Si no nos matamos primero con estas cosas —gruñó Jean, levantando un riel con esfuerzo junto a Connie. El metal era pesado, y el sudor ya le empapaba la frente pese a la brisa fresca—. No veo por qué no podían traer más máquinas para esto. —Porque somos más baratos —replicó Connie con una risa, dejando caer su extremo del riel con un clang que resonó en el campo—. Además, ¿no te gusta sentirte útil, Kirstein? —Prefiero sentirme vivo —murmuró Jean, pero siguió trabajando, lanzándole una mirada de reojo a Eren, que estaba unos metros adelante, martillando una traviesa con una fuerza casi mecánica. Eren apenas hablaba mientras trabajaba, su cabello corto pegado a la frente por el sudor, sus manos moviéndose con una precisión que rayaba en lo obsesivo. Cada golpe del martillo era un eco de sus pensamientos: Historia, el niño, Marley, la maldición que lo ataba a un reloj de arena que no podía detener. Mikasa lo observaba desde su propia tarea, clavando estacas con una fuerza silenciosa, sus ojos desviándose hacia él cada pocos minutos. Armin, más atrás, alineaba rieles con Sasha, su mente claramente dividida entre el trabajo y las preguntas que aún lo atormentaban sobre su amigo. El día avanzó lento pero implacable. El sol trepó hasta su cenit y luego comenzó a descender, pintando el cielo de tonos anaranjados mientras los rieles tomaban forma en el suelo. Las manos de todos estaban ampolladas, los músculos dolían, y el polvo se pegaba a sus uniformes, pero para el atardecer, un tramo significativo estaba listo. Los ingenieros de Hizuru trajeron un vagón de prueba, una caja de madera y metal montada sobre ruedas que parecía sacada de otro mundo, y anunciaron que lo usarían para regresar al campamento base, a unos kilómetros de distancia. —¡Suban! —gritó Hange, casi saltando de emoción mientras se trepaba al vagón—. ¡Vamos a probarlo! No es vapor todavía, solo tracción manual, pero es un comienzo. Levi suspiró, subiendo con un movimiento ágil pero sin entusiasmo. —Si esto se vuelca, te culparé a ti, cuatro ojos —murmuró, acomodándose en una esquina. Los demás siguieron, cansados pero curiosos. Eren fue el último en subir, ayudado por Mikasa, que lo tomó del brazo con una suavidad que contrastaba con la rudeza del día. El vagón era estrecho, con bancos de madera a los lados y un espacio central donde los ingenieros habían colocado una palanca para moverlo manualmente. Jean y Connie se ofrecieron a operarla, turnándose para empujar mientras el vagón avanzaba lentamente por los rieles recién puestos, traqueteando con cada giro de las ruedas. El paisaje pasaba a su alrededor: campos dorados bajo la luz del crepúsculo, árboles dispersos, el murmullo distante del río. Por un momento, el silencio reinó, roto solo por el chirrido del metal y las respiraciones pesadas de Jean y Connie. Pero entonces, Sasha, sentada junto a Armin con una papa que había sacado de quién sabe dónde, rompió la quietud con una pregunta casual que cambió todo. —Oye, Eren —dijo, pelando la papa con su cuchillo—. Cuando termine tu tiempo con el Titán de Ataque, ¿quién crees que debería heredarlo? Ya sabes, por lo de la maldición y todo eso. El vagón pareció detenerse en el tiempo, aunque las ruedas seguían girando. Todos los ojos se volvieron hacia Eren, que estaba sentado frente a Mikasa, sus manos descansando en las rodillas. La maldición de Ymir, los trece años de vida que cada portador de titán tenía desde que heredaba su poder, era un tema que rara vez tocaban directamente. Eren había recibido el Titán de Ataque a los diez años; ahora, a los diecinueve, le quedaban solo cuatro años. La pregunta de Sasha, aunque dicha con su tono ligero habitual, cortó como un cuchillo. Jean dejó de empujar la palanca, mirando a Sasha con incredulidad. —¡Sasha, qué demonios! ¿Por qué sacas eso ahora? —¿Qué? —replicó ella, encogiéndose de hombros mientras daba un mordisco a la papa—. Es una buena pregunta. Alguien tiene que heredarlo, ¿no? Pensé que sería interesante saber qué piensa Eren. Mikasa tensó la mandíbula, sus ojos fijos en Eren, pero no dijo nada. Armin dejó de mirar el paisaje, su atención enfocándose en su amigo con una intensidad silenciosa. Incluso Hange, que había estado parloteando sobre los rieles, se calló, sus gafas reflejando la luz menguante mientras observaba. Eren respiró hondo, sus manos apretándose en puños por un momento antes de relajarse. Miró a Sasha, luego al resto, sus ojos recorriendo cada rostro como si los viera por primera vez en mucho tiempo. —No he pensado mucho en eso —comenzó, su voz baja pero clara, cortando el aire del vagón—. Los últimos años han sido... solo seguir adelante, pelear, sobrevivir. Pero si tengo que elegir, no quiero que sea ninguno de ustedes. Un murmullo de sorpresa recorrió el grupo. Connie frunció el ceño, inclinándose hacia adelante. —¿Qué quieres decir? Alguien tiene que tomarlo, Eren. No puedes simplemente dejar que se pierda. —No dije que se perdería —replicó él con su tono endureciéndose ligeramente—. Dije que no quiero que sean ustedes. Todos ustedes... son importantes para mí. Más de lo que puedo decir. No quiero verlos cargar con esta maldición, vivir sabiendo que sus días están contados por mi culpa. El silencio volvió, pero esta vez era diferente, cargado de una emoción que ninguno esperaba. Mikasa bajó la vista, sus manos apretándose en su regazo, mientras Jean y Connie intercambiaban una mirada de desconcierto. Sasha dejó de masticar, sus ojos abriéndose con una mezcla de sorpresa y ternura. Hange sonrió débilmente, ajustándose las gafas, y Levi, desde su rincón, entrecerró los ojos como si evaluara a Eren de nuevo. Armin fue el primero en hablar, su voz suave pero firme. —Eren, no puedes protegernos de todo. Somos parte de esto, contigo. Siempre lo hemos sido. Si heredar tu titán significa seguir luchando por lo que creemos, lo haríamos. —Lo sé —dijo Eren, girándose hacia él—. Y eso es exactamente por lo que no quiero que lo hagan. Tú, Mikasa, Jean, Connie, Sasha... todos han dado demasiado ya. Han perdido demasiado. No quiero que mi maldición sea otra cosa que les arrebate. Mikasa levantó la vista entonces, sus ojos brillando con una mezcla de dolor y determinación. —Eren, no importa lo que pase, siempre voy a estar contigo. No puedes cambiar eso, ni con tu titán ni con nada. Él la miró por un momento, y algo en su expresión se suavizó, un eco del Eren más joven que habían conocido. —Lo sé, Mikasa —murmuró—. Quiero que todos vivan, que tengan una vida después de todo esto. No solo una cuenta regresiva. Jean carraspeó, rompiendo la tensión con una risa seca. —Bueno, mierda, Eren. No sabía que te habías vuelto tan sentimental. ¿Qué sigue, vas a empezar a escribir poemas? Connie rió, dándole un codazo. —¡Sí, imagina! Oh, mis amigos, tan queridos, no tomen mi titán, ¡por favor! Sasha se unió a la risa, pero sus ojos estaban húmedos. —Eres un idiota, Eren, pero un idiota dulce. No queremos que mueras tampoco, ¿sabes? Eren sonrió débilmente, una rara chispa de calidez en su rostro endurecido por los años. —No planeo morir todavía —dijo—. Pero cuando llegue el momento, encontraré otra manera. No voy a dejar que esto caiga sobre ustedes. Son mi familia. El vagón traqueteó en silencio por un momento, las palabras de Eren resonando en el aire. Hange rompió el mutismo con un suspiro teatral. —Bueno, eso fue inesperadamente conmovedor. Supongo que trabajar en estos rieles saca el lado blando de todos. Levi gruñó, pero había una leve curva en sus labios. —Solo asegúrate de no morir antes de que terminemos este maldito tren, mocoso. El grupo rió, la tensión disolviéndose en el aire fresco del crepúsculo, Jean y Connie volvieron a empujar la palanca, haciendo que el vagón avanzara de nuevo. Eren miró hacia afuera, el paisaje desdibujándose mientras sus pensamientos volvían a Historia y al niño que aún no conocía. No había mencionado el embarazo, no había compartido ese secreto con ellos, pero las palabras que había dicho eran verdad: todos eran importantes para él, y por ellos, por ella, seguiría luchando. Mientras el vagón se acercaba al campamento, el sol se hundía tras el horizonte, y Eren sintió una mezcla de paz y determinación. Quedaban siete meses para Marley, siete meses para cambiar el destino que lo ataba. Y aunque no lo dijo en voz alta, supo que cada golpe que martillo en esos rieles, cada momento con sus amigos, era un paso más hacia el futuro que quería proteger. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Un mes más había pasado en Paradis, un mes que se deslizó entre los dedos de Eren como arena bajo una presión que no cedía. El trabajo en los rieles del tren había avanzado, las líneas de acero extendiéndose como venas a través de la isla, pero para Eren, cada día era una lucha interna entre sus deberes públicos con la Legión y los planes secretos que tejía con Yelena y Floch. El estrés se acumulaba en sus hombros como una carga invisible, y su apariencia comenzaba a reflejarlo. Su cabello, que había cortado meses atrás para prepararse para Marley, ahora crecía desordenado, cayendo en mechones desiguales sobre su frente y rozando sus hombros. No se molestaba en arreglarlo; el tiempo que antes dedicaba a tales detalles ahora se consumía en mapas, reuniones clandestinas y noches inquietas pensando en Historia y el hijo que llevaba en su vientre. En la base central, sus compañeros lo notaban, aunque pocos lo mencionaban directamente. Mikasa lo miraba con preocupación silenciosa mientras entrenaban, sus ojos siguiendo los mechones rebeldes que se pegaban a su rostro sudoroso. Jean, menos sutil, soltó un comentario sarcástico una mañana mientras cargaban suministros. —Oye, Eren, ¿qué pasa con ese cabello? Parece que te estás preparando para ser un ermitaño, no un soldado. Eren apenas gruñó en respuesta, ignorándolo mientras clavaba una caja en el suelo con más fuerza de la necesaria. Armin, siempre observador, tomaba nota mental de cada cambio, su mente trabajando en silencio para descifrar qué estaba ocurriendo en la mente de su amigo. Las noches eran las peores. Eren se reunía con Yelena y Floch en lugares apartados: el almacén cerca del puerto, una cabaña abandonada en las afueras, cualquier sitio donde las sombras los ocultaran. Los planes para Marley avanzaban, pero el ritmo era agotador. Yelena había perfeccionado los experimentos con la sangre titánica, asegurándole que podría amplificar la conexión con Zeke en el momento adecuado, pero cada paso requería precisión, secretismo y recursos que escaseaban. Floch, por su parte, había reunido a un grupo pequeño pero fanático de soldados leales a Eren, los “Jaegeristas”, como empezaban a llamarse en susurros. —Estamos listos para cuando des la orden —decía Floch con esa sonrisa torcida que a Eren le crispaba los nervios—. Solo di cuándo, y haremos lo que sea necesario. Pero el estrés no venía solo de la logística. Cada vez que Eren visitaba a Historia en el orfanato, veía el avance de su embarazo: su vientre más redondeado, las ojeras bajo sus ojos, la forma en que se movía con una mezcla de gracia y cansancio. La mentira del granjero seguía funcionando; la armada y la mayoría de la Legión aceptaban la historia sin cuestionarla, y los niños del orfanato incluso habían comenzado a llamar al granjero “el esposo de la reina” en sus juegos. Pero Armin seguía siendo una preocupación tácita. Historia le había mencionado que lo había visto merodeando cerca del orfanato una vez, observando desde la distancia, y aunque no había dicho nada, ambos sabían que su mente brillante estaba buscando grietas en la fachada. Eren intentaba mantenerlo todo bajo control, pero el desgaste era evidente. Sus manos temblaban ligeramente cuando trazaba rutas en los mapas, y sus noches estaban plagadas de sueños fragmentados: Historia gritando, un niño que no podía ver, el rugido de titanes en un desierto interminable. Una mañana, mientras se lavaba la cara en un barril de agua en la base, se miró en el reflejo y apenas reconoció al hombre que le devolvía la mirada: ojos hundidos, cabello desaliñado, una sombra de barba en la mandíbula. —Tengo que aguantar —murmuró para sí mismo, pasándose una mano por el rostro—. Solo seis meses más. Pero todo cambió en un instante, un giro que arrancó los planes de sus manos y los lanzó al caos. Era una tarde gris, el cielo cubierto de nubes pesadas que amenazaban tormenta, cuando Eren se reunió con Yelena y Floch en el almacén del puerto. La lámpara robada parpadeaba sobre la mesa, iluminando un mapa de Marley lleno de marcas y notas. Yelena estaba explicando un ajuste en el cronograma (una prueba final con la tecnología de Hizuru que requería su presencia en dos semanas) cuando la puerta se abrió de golpe, interrumpiendo sus palabras. Un soldado joven, uno de los Jaegeristas, entró jadeando, su uniforme empapado por la llovizna que había comenzado a caer. —Eren, Yelena —dijo entre resuellos, apoyándose en el marco—. Noticias del puerto. Los Azumabito... cambiaron el plan. El viaje a Marley, el de los turistas... lo adelantaron. Salen en una semana. El silencio que siguió fue ensordecedor, roto solo por el golpeteo de la lluvia contra el tejado. Eren se enderezó, sus ojos abriéndose de par en par mientras procesaba las palabras. —¿Una semana? —repitió, su voz baja pero cargada de incredulidad—. ¿Por qué? —El mensaje vino directo de Kiyomi —explicó el soldado, sacando un papel arrugado de su bolsillo y entregándoselo a Yelena—. Dicen que Marley está acelerando sus movimientos. Rumores de una reunión militar grande, algo sobre los titanes. Los Azumabito quieren aprovechar la ventana antes de que cierren los puertos. Es ahora o nunca. Yelena desdobló el papel, sus ojos recorriendo las líneas con una rapidez febril. —Maldición —murmuró, pasándoselo a Eren—. Tiene sentido. Si Marley está planeando algo, no esperarán seis meses. Esto lo cambia todo. Eren tomó el papel, pero apenas lo miró. Su mente ya estaba corriendo, calculando, desmoronándose. Seis meses se habían reducido a siete días. Todo lo que había planeado se derrumbaba como un castillo de naipes. —No estoy listo —dijo, más para sí mismo que para los demás, su voz temblando con una mezcla de furia y pánico—. No puedo irme en una semana. —Claro que puedes —replicó Floch, dando un paso adelante con esa intensidad fanática que lo definía—. Esto es perfecto, Eren. Adelantarlo significa que Marley no lo verá venir. Nosotros nos encargaremos de las cosas aquí. Los Jaegeristas están listos, y Yelena puede ajustar lo que sea necesario. Es tu oportunidad. —¡No es tan simple! —espetó Eren, girándose hacia él con los puños apretados—. Hay cosas que no puedo dejar así. No en una semana. Yelena lo miró fijamente, su expresión endureciéndose. —Historia —dijo, no como pregunta, sino como una certeza—. Es por ella, ¿verdad? El niño. Eren no respondió, pero el silencio fue suficiente. Floch frunció el ceño, cruzándose de brazos. —Escucha, Eren, lo entiendo. Pero si no vas ahora, todo lo que hemos hecho será para nada. La armada se olerá algo, y la reina no estará más segura de lo que está ahora. Tienes que moverte. Yelena asintió, su tono más calmado pero firme. —Floch tiene razón. Una semana es apretada, pero podemos hacerlo. Ajustaré los experimentos, te daré lo que necesitas para conectar con Zeke cuando llegues. Pero tienes que decidir ahora, Eren. Si te quedas, perdemos la ventaja. Eren respiró hondo, pasándose una mano por el cabello largo y desordenado, sintiendo el peso del mundo aplastándolo. Pensó en Historia, en el orfanato, en la promesa que le había hecho de volver. Una semana no era suficiente para despedirse, para asegurarse de que ella estuviera bien, pero quedarse significaba arriesgarlo todo: su plan, su hijo, el futuro que quería construir. —Está bien —dijo finalmente, su voz ronca pero decidida—. Una semana. Pero necesito ver a Historia primero. Y ustedes asegúrense de que todo esté listo. Floch sonrió, satisfecho, mientras Yelena asentía con una mezcla de alivio y urgencia. —Lo estará —prometió ella—. Corta ese cabello de una vez, Eren. No puedes ir a Marley pareciendo un salvaje. Él no respondió, ya caminando hacia la puerta con la capa ondeando tras él. La lluvia lo golpeó al salir, empapando su rostro y su cabello descuidado, pero no le importó. Su mente estaba en el orfanato, en Historia, en cómo le diría que los seis meses que habían planeado se habían reducido a siete días. El plan con Yelena y Floch había cambiado de golpe, y aunque el estrés lo había desgastado, la determinación lo empujaba hacia adelante. Marley lo esperaba, y con ello, el destino de todo lo que amaba. Esa noche, mientras la tormenta rugía sobre Paradis, Eren sabía que cada segundo contaba. El cabello largo podía esperar; su corazón, no. La lluvia seguía cayendo sobre Paradis esa noche, un manto gris que envolvía la isla en un murmullo constante. Eren salió del almacén del puerto con el corazón acelerado, su capa empapada pegándose a su cuerpo mientras caminaba hacia el orfanato. Su cabello, largo y desordenado como en los días más oscuros de su lamentable vida, caía en mechones húmedos sobre su frente y hombros, pero su rostro estaba limpio, recién afeitado esa mañana en un raro momento de autocuidado antes de que todo se derrumbara. La decisión de adelantar el viaje a Marley en una semana lo había golpeado como un martillo, y ahora, cada paso hacia Historia era una mezcla de urgencia y miedo, un deseo desesperado de verla antes de que el mundo los separara. Llegó al orfanato pasada la medianoche, entrando por la puerta trasera del establo como tantas veces antes. El lugar estaba en silencio, los niños dormidos en la casa principal, el granjero probablemente roncando en su pequeña cabaña al otro lado del huerto. Eren dejó la capa colgada en un clavo cerca de la entrada, el agua goteando al suelo de tierra, y se adentró en la penumbra del establo. La lámpara que Historia solía dejar encendida parpadeaba en una esquina, proyectando sombras suaves sobre el heno donde tantas noches habían compartido sus secretos. Ella estaba allí, sentada en una manta sobre el heno, con un libro abierto en el regazo que apenas parecía leer. Su embarazo era más evidente ahora, su vientre redondeado bajo un vestido sencillo, y aunque la luz tenue suavizaba sus rasgos, había una tensión en sus hombros que no podía ocultar. Levantó la vista al oír sus pasos, y una sonrisa fugaz cruzó su rostro antes de transformarse en preocupación al verlo: empapado, con el cabello largo pegado a la cara, los ojos cargados de una tormenta que ella reconoció al instante. —Eren —dijo, cerrando el libro y poniéndose de pie con algo de esfuerzo—. ¿Qué pasa? Estás empapado... y pareces... Él levantó una mano para detenerla, acercándose con pasos rápidos hasta quedar frente a ella. —Tenemos que hablar —dijo, aunque su voz temblaba—. Todo cambió. El viaje a Marley... los Azumabito lo adelantaron. Me voy en una semana. Historia se quedó inmóvil, sus ojos abriéndose de par en par mientras procesaba las palabras. —¿Una semana? —repitió, su voz apenas un susurro—. ¡¿Pero dijiste seis meses... dijiste que teníamos tiempo!? Eren respiró hondo, pasándose una mano por el cabello largo y húmedo, apartándolo de su rostro afeitado. —Lo sé —dijo con un tono cargado de frustración y culpa—. Ese era el plan. Pero Marley está moviendo piezas, algo grande está pasando. Los Azumabito dicen que es ahora o nunca. Yelena y Floch están ajustando todo, pero yo... no quería que fuera así. No quería dejarte tan pronto. Ella dio un paso atrás, apoyándose en un poste de madera como si necesitara sostenerse, sus manos temblando mientras las llevaba a su vientre. —Una semana —murmuró, más para sí misma que para él—. No estoy lista, Eren. No puedo... ¿Qué voy a hacer sin ti aquí? El bebé, la armada, todo esto... —su voz se quebró, y las lágrimas comenzaron a brillar en sus ojos, aunque luchó por contenerlas. Eren la miró, el dolor en su pecho creciendo al verla así. Dio un paso hacia ella, tomando sus manos con una suavidad que contrastaba con la rudeza de su apariencia. —No estás sola —dijo, su voz bajando a un tono más cálido pero firme—. El granjero sigue aquí, la mentira sigue funcionando. Floch y los suyos vigilarán desde las sombras. Y yo... voy a volver, Historia. Te lo prometí. Ella negó con la cabeza, las lágrimas cayendo ahora libremente. —No es lo mismo —replicó, su voz temblando con una mezcla de miedo y enojo—. Te necesito aquí. Este niño te necesita. ¿Y si algo te pasa en Marley? ¿Y si no vuelves? No puedo perderte, Eren, no después de todo lo que hemos pasado. Él la soltó por un momento, retrocediendo como si sus palabras lo golpearan, y por un instante, el silencio entre ellos fue más pesado que la lluvia afuera. Luego, se giró hacia ella de nuevo, sus ojos verdes brillando con una intensidad que cortaba la penumbra. —No voy a rendirme —dijo, su voz endureciéndose con una determinación que ella conocía bien—. No ahora, no nunca. ¿Sabes por qué? Porque tú me salvaste, Historia. Cuando estaba perdido, cuando no veía ninguna razón para seguir, fuiste tú. Ella lo miró, confundida, las lágrimas deteniéndose mientras intentaba seguirle el paso. —¿Qué quieres decir? —preguntó, su voz más suave ahora. Eren dio un paso más cerca, su cabello largo cayendo sobre sus hombros mientras se inclinaba hacia ella, su rostro afeitado mostrando cada línea de cansancio y resolución. —¿Recuerdas esa cueva? —dijo, su tono bajando a un susurro cargado de memoria—. Cuando mi padre mató a tu familia, cuando me encadenaron y todo parecía acabado. Estaba roto, Historia. No quería seguir, no veía sentido en nada. Pensé que era un monstruo, que todo lo que tocaba se destruía. Pero tú... tú me miraste y me dijiste que viviera. Me dijiste que eras mi enemiga, que no ibas a ser lo que todos querían que fueras. Me hiciste recordar quién era. Historia respiró hondo, las imágenes de esa cueva volviendo a ella como un torrente: el frío de las cadenas, el eco de los gritos, la sangre en el suelo. Recordó cómo Eren había estado allí, encadenado, con los ojos vacíos, y cómo ella, en un acto de rebeldía contra el destino que le imponían, había roto esas cadenas con sus propias manos. —Eren... —murmuró, pero él no la dejó terminar. —Tú eres la razón por la que estoy aquí —continuó, su voz temblando ahora con una emoción cruda—. La peor chica del mundo, ¿recuerdas? Me lo dijiste tú misma. No la reina buena, no la Krista perfecta que todos querían. La verdadera tú, la que pelea, la que no se rinde. Me salvaste cuando no podía salvarme solo, y ahora... ahora voy a pelear por ti, por nuestro hijo, porque no puedo rendirme contigo aquí esperándome. Las palabras golpearon a Historia como una ola, y por un momento, solo pudo mirarlo, sus lágrimas deteniéndose mientras el eco de ese recuerdo la envolvía. —La peor chica del mundo —repitió en un susurro, una sonrisa pequeña y temblorosa formándose en sus labios—. Lo había olvidado... cómo te hice reír ese día. Eren sonrió también, una sonrisa rara y genuina que iluminó su rostro afeitado bajo el cabello largo y desordenado. —Sí —dijo, acercándose más hasta que sus frentes casi se tocaron—. Me hiciste reír cuando pensé que nunca volvería a hacerlo. Y ahora, cada vez que siento que voy a perderme otra vez, pienso en ti. En esto —bajó una mano a su vientre, sintiendo el calor de la vida que crecía allí, y su voz se suavizó—. No voy a dejar que esto termine, Historia. Una semana o seis meses, no importa. Volveré. Ella cerró los ojos, apoyando su frente contra la suya, las lágrimas cayendo de nuevo pero esta vez con una mezcla de alivio y amor. —Entonces ve —susurró, su voz quebrándose pero firme—. Ve a Marley, haz lo que tengas que hacer. Pero vuelve conmigo, Eren. Con nosotros. Él asintió, sus manos subiendo para acunar su rostro, los mechones largos de su cabello rozando sus mejillas mientras la miraba a los ojos. —Te amo —dijo, las palabras saliendo con una claridad que no necesitaba adornos—. Siempre. —Te amo —respondió ella, y el beso que compartieron fue desesperado, tierno, un sello de su promesa en medio de la tormenta. Se quedaron así, envueltos en el heno y el calor del otro, mientras la lluvia seguía cayendo afuera. El cabello largo de Eren, húmedo y desaliñado, caía sobre sus hombros como un recordatorio de los días oscuros que habían sobrevivido, pero su rostro afeitado era una promesa de lo que aún podían construir. Cuando finalmente se apartaron, Eren la ayudó a sentarse de nuevo en la manta, arrodillándose frente a ella. —Una semana —dijo él con una voz más calmada ahora—. Tendré todo listo con Yelena y Floch. Pero antes de irme, volveré aquí. No me iré sin despedirme. Historia asintió, tomando su mano y apretándola con fuerza. —Estaré esperándote —dijo, y aunque el miedo seguía allí, la memoria de quiénes eran (la peor chica del mundo y el chico que ella había salvado) le dio la fuerza para soltarlo por ahora. La noche avanzó, y ellos se quedaron juntos en el establo, hablando en susurros sobre el futuro, sobre el niño, sobre los días que vendrían después de Marley. El cabello largo de Eren era un contraste con su rostro limpio, un símbolo de su caos interno y su resolución, e Historia lo acarició con una sonrisa, sabiendo que, sin importar lo que pasara, él era suyo, y ella era suya. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ La semana pasó como un suspiro cruel, siete días que se deslizaron entre los dedos de Eren e Historia con una rapidez que ninguno pudo detener. Para Eren, fueron días de caos controlado: reuniones frenéticas con Yelena para ajustar los experimentos con la sangre titánica, instrucciones precisas a Floch y los Jaegeristas para mantener Paradis en orden, y entrenamientos improvisados con los Azumabito para aprender las costumbres de Marley lo mejor que podía en tan poco tiempo. Su cabello largo seguía desordenado, cayendo en mechones rebeldes sobre sus hombros, pero su rostro permanecía afeitado, una elección que mantenía como un ancla a su humanidad en medio del torbellino. Cada noche, agotado, volvía al orfanato en secreto, robando horas con Historia que sabía serían las últimas por un tiempo. Historia, mientras tanto, vivía sus propios días en una dualidad agotadora. Durante el día, mantenía la fachada de la reina serena: supervisaba el orfanato, sonreía al granjero que seguía su papel sin sospechar la verdad, y respondía a las visitas de la armada con una calma que había perfeccionado. Pero por dentro, el miedo y la anticipación la consumían. Su embarazo avanzaba, su vientre ahora una curva evidente que los niños del orfanato tocaban con curiosidad, y cada movimiento del bebé era un recordatorio de lo que estaba en juego. Las noches con Eren eran su refugio, momentos robados en el establo donde se aferraban el uno al otro como si pudieran detener el tiempo. El séptimo día llegó con un amanecer frío, el cielo despejado por primera vez en semanas, como si el mundo quisiera darles una despedida clara y cruel. Eren había acordado con Yelena y los Azumabito partir esa tarde desde el puerto, disfrazado como un turista bajo un nombre falso, su cabello largo recogido en una coleta baja para no destacar demasiado. Pero antes, tenía una promesa que cumplir. Al mediodía, mientras la base central estaba ocupada con los preparativos finales, él se escabulló hacia el orfanato, entrando por la puerta trasera del establo como siempre. Historia lo esperaba allí, sentada en el heno con una manta sobre los hombros, su rostro pálido pero resuelto. La lámpara estaba apagada esta vez; la luz del sol se filtraba por las rendijas de las paredes, bañándola en un resplandor dorado que hacía brillar su cabello y suavizaba las líneas de cansancio en sus ojos. Cuando lo vio entrar, se puso de pie con esfuerzo, su vestido ajustándose a su vientre redondeado, y corrió hacia él sin esperar. Eren la recibió en sus brazos, levantándola ligeramente del suelo mientras la abrazaba con una fuerza que decía todo lo que no podía expresar con palabras. —Estás aquí —susurró ella contra su pecho, sus manos aferrándose a su camisa—. Pensé que no llegarías a tiempo. —Nunca me iría sin despedirme —respondió él con su voz ronca mientras apoyaba la barbilla en su cabeza, el cabello largo rozando su rostro. La sostuvo por un momento, respirando su aroma, como si pudiera llevarlo consigo a Marley. Luego la bajó con suavidad, manteniendo sus manos en sus hombros mientras la miraba a los ojos—. Es hoy. Me voy esta tarde. Historia asintió, tragando el nudo en su garganta. —Lo sé —dijo, su voz temblando pero firme—. Yelena me envió un mensaje ayer. Todo está listo, ¿verdad? —Sí —confirmó él, sus ojos verdes oscureciéndose con el peso de lo que venía—. El disfraz, los papeles, el barco. Floch se queda para vigilar, y Yelena ajustó lo que pudo. Pero no es eso lo que me preocupa. Es esto... dejarte aquí, contigo y con él —bajó una mano a su vientre, sintiendo el calor de la vida que habían creado, y su rostro afeitado se tensó con una mezcla de amor y dolor. Ella cubrió su mano con la suya, apretándola con fuerza. —Estaremos bien —dijo, aunque las lágrimas ya brillaban en sus ojos—. El granjero sigue siendo la fachada, la armada no sospecha nada. Pero tú... tienes que volver, Eren. Por nuestro hijo. Por mí. No puedo hacer esto sin ti. Eren cerró los ojos por un momento, respirando hondo como si intentara grabar ese instante en su memoria. —Volveré —prometió, abriendo los ojos para mirarla con una intensidad que cortaba el aire—. No importa lo que pase en Marley, no importa lo que tenga que hacer. Volveré por ti, por nuestro hijo. Vamos a estar juntos, Historia. Los tres. Ella sonrió débilmente, una lágrima escapando por su mejilla que él limpió con el pulgar. —Juntos —repitió, su voz quebrándose pero cargada de esperanza. Pero entonces, algo cambió en su expresión, una sombra de culpa y resolución cruzando sus ojos azules—. Eren... hay algo que necesito decirte. Algo que sabemos los dos, pero que no hemos enfrentado. Él frunció el ceño, su cabello largo cayendo sobre sus hombros mientras inclinaba la cabeza. —¿Qué? Historia respiró hondo, sus manos temblando mientras las bajaba a sus costados. —Lo que vas a hacer en Marley... lo que planeamos con Zeke, con el Fundador. El genocidio. Vamos a eliminar vidas inocentes, Eren. Mujeres, niños, gente que no tiene nada que ver con esta guerra. Y yo... yo estoy de acuerdo contigo, porque quiero proteger a nuestro hijo, a Paradis. Pero eso nos hace... —hizo una pausa, buscando las palabras, y luego, al mismo tiempo que él, las encontraron. —Los enemigos de la humanidad —dijeron a la par, sus voces resonando en el establo con una sincronía que era tanto un eco de su conexión como un peso aplastante. El silencio que siguió fue profundo, cargado de la verdad que acababan de nombrar. Eren la miró, sus ojos brillando con una mezcla de dolor, culpa y una extraña paz. —Lo somos —dijo, su voz baja pero firme—. Voy a aplastar Marley, a usar el Rugido para borrar todo lo que nos amenaza. Y sé lo que significa: sangre, muerte, inocentes que no lo merecen. Pero lo haré por ti, por nuestro hijo, por todos los que amo aquí. Historia asintió, las lágrimas cayendo más rápido ahora. —Y yo te dejaré hacerlo —confesó, su voz temblando con la misma culpa—. Porque quiero que nuestro hijo viva, que Paradis sobreviva. Pero cada noche pienso en esas vidas, en esas madres que no podrán abrazar a sus hijos por nuestra culpa. Somos los peores, Eren. La peor chica del mundo y el hombre que la siguió. Él sonrió, una sonrisa amarga pero genuina, y tomó su rostro entre sus manos, el cabello largo rozando sus muñecas. —Entonces lo seremos juntos —dijo, su tono suavizándose—. Enemigos de la humanidad, pero también los que luchan por los suyos. No voy a pedirte perdón por esto, Historia, porque sé que lo entiendes. Somos iguales en esto. Ella cerró los ojos, apoyando sus manos sobre las suyas, y asintió. —Lo entiendo —susurró—. Siempre lo he entendido. Desde esa cueva, desde que te dije que vivía por mí misma. Somos egoístas, Eren, pero lo somos por amor. El beso que compartieron entonces fue diferente a los anteriores: no solo una despedida, sino una confesión, un pacto sellado con la culpa y la esperanza que cargaban. Sus labios se encontraron con una urgencia desesperada, sus respiraciones mezclándose mientras el mundo afuera seguía girando. Cuando se apartaron, Eren apoyó su frente contra la de ella, el cabello largo cayendo como una cortina alrededor de sus rostros. —Volveremos juntos —dijo, su voz un juramento—. Por nuestro hijo. Por lo que queda de nosotros después de esto. —Juntos —repitió ella, y por un momento, se quedaron así, envueltos en el heno y la luz del sol que se filtraba por las rendijas. El establo, testigo de sus noches de amor y promesas, ahora era el escenario de su despedida, un lugar donde los enemigos de la humanidad podían ser solo un hombre y una mujer que se amaban. Eren se apartó finalmente, tomando su capa del clavo y poniéndosela con un movimiento rápido. —Tengo que irme —dijo, su voz endureciéndose con la realidad—. El barco sale en unas horas. Pero esto no es un adiós, Historia. Es un hasta pronto. Ella asintió, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano. —Hasta pronto —respondió, y lo vio caminar hacia la puerta, su figura alta y desgarbada bajo el cabello largo destacándose contra la luz. Antes de salir, él se giró una última vez, dedicándole una sonrisa pequeña pero sincera, y luego desapareció en el día que lo llevaría a Marley. Historia se quedó sola en el establo, una mano en su vientre, la otra aferrando la manta. —Vuelve —susurró al aire, y aunque la culpa de lo que harían la seguiría siempre, el amor por Eren y por su hijo la sostuvo. Eran los enemigos de la humanidad, sí, pero también eran todo lo que tenían el uno para el otro. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ El barco de los Azumabito zarpó de Paradis al atardecer, sus velas desplegadas bajo un cielo que se teñía de rojo y púrpura. Eren estaba en la cubierta, su cabello largo recogido en una coleta baja, mirando cómo la isla que había jurado proteger se desvanecía en el horizonte. Junto a él viajaban Mikasa, Armin, Jean, Connie, Sasha, Levi y Hange, todos disfrazados como turistas de Hizuru gracias a los papeles falsos que Kiyomi Azumabito había preparado. No eran soldados ni portadores de titanes en este viaje; eran solo un grupo de viajeros curiosos, enviados a explorar Marley bajo el pretexto de un intercambio cultural. Pero en el fondo, todos sabían la verdad: esto era el comienzo de la misión de Eren, un paso hacia el caos que planeaba desatar. El viaje por mar duró días, el oleaje constante y el aire salado llenando sus pulmones con una sensación extraña de libertad y tensión. Cuando finalmente atracaron en un puerto bullicioso de Marley, el contraste con Paradis los golpeó como una ráfaga. Donde Paradis era un mundo de murallas de piedra, campos abiertos y un cielo que parecía atrapado en el tiempo, Marley era un torbellino de vida moderna. Edificios altos de ladrillo y vidrio se alzaban hacia el cielo, calles adoquinadas resonaban con el traqueteo de carruajes y el zumbido de máquinas que ninguno de ellos había visto antes. El aire olía a carbón, especias y algo metálico, y la gente (hombres con sombreros de copa, mujeres con vestidos de colores vivos, niños corriendo entre puestos de mercado) se movía con una energía que Paradis nunca había conocido. —Esto es... increíble —murmuró Sasha, sus ojos abriéndose mientras miraba un carrito que vendía panes rellenos de carne y especias—. ¡Miren toda esta comida! ¿Podemos parar un segundo? —No estamos aquí para llenarte la cara —gruñó Levi, ajustándose la bufanda que usaba para cubrir parte de su rostro, un intento de mantener un perfil bajo—. Mantén los ojos abiertos y la boca cerrada. Hange, sin embargo, estaba extasiada, girando en círculos para absorber cada detalle. —¡Miren esas lámparas! ¡Y esos cables en los postes! Deben ser electricidad, como los libros decían. Esto es un sueño para cualquier científico. Jean silbó, ajustándose el sombrero que los Azumabito le habían dado para completar su disfraz. —Es como otro mundo. No me extraña que quieran aplastarnos. Tienen todo esto, y nosotros apenas estamos poniendo rieles. Eren caminaba en silencio entre ellos, su cabello largo ondeando ligeramente con la brisa marina, sus ojos recorriendo las calles con una mezcla de fascinación y frialdad. Todo era diferente: los edificios, los sonidos, la vida que palpitaba a su alrededor. Pero en el fondo, sabía que este mundo era su enemigo, el mismo que había enviado titanes a Paradis, el mismo que aplastaría a Historia y a su hijo si no actuaba. Armin, a su lado, parecía compartir una mezcla similar de asombro y reflexión, sus manos apretando un cuaderno donde ya comenzaba a garabatear notas. El incidente ocurrió poco después, mientras paseaban por un mercado abarrotado cerca del puerto. Levi, siempre alerta, caminaba detrás del grupo, su mano descansando casualmente cerca del bolsillo donde guardaba su billetera, un pequeño lujo que había aceptado de los Azumabito para mantener la fachada de turista. De repente, un niño pequeño, no mayor de ocho o nueve años, pasó corriendo entre ellos, sus manos rápidas como el viento. Levi sintió el tirón un segundo tarde, girándose con una velocidad inhumana para atrapar al ladrón por el brazo. —Pequeño mocoso —gruñó, levantando al niño del suelo mientras este pataleaba. La billetera colgaba de sus dedos sucios, y sus ojos oscuros brillaban con una mezcla de miedo y desafío—. Devuélvemela antes de que te corte las manos. —¡Suéltame! —chilló el niño, retorciéndose en su agarre—. ¡Solo quería comida! ¡No es mi culpa que seas tan lento! Hange intervino rápidamente, poniendo una mano en el hombro de Levi. —Calma. Es solo un niño. No necesitamos armar una escena —luego se agachó frente al pequeño ladrón, sonriendo con curiosidad—. ¿Cómo te llamas? ¿Por qué robaste eso? El niño frunció el ceño, pero dejó de luchar cuando Levi lo bajó al suelo, aún sujetándolo por el brazo. —Ramzi —murmuró, mirando al suelo—. Mi familia no tiene nada. Pensé que ustedes, extranjeros ricos, no lo notarían. Eren observó la escena en silencio, algo en los ojos de Ramzi recordándole a los niños del orfanato de Historia. Mikasa dio un paso adelante, su expresión suavizándose. —No somos ricos —dijo, su voz baja pero gentil—. Pero no queremos que robes. ¿Dónde está tu familia? Tras un intercambio breve y algo torpe, Ramzi los llevó a una zona más pobre del mercado, donde las calles se estrechaban y las casas eran chozas de madera y tela. Su familia consistía con su abuelo, un hermano menor y unos tíos. Vivía en una tienda improvisada, rodeada de otros en condiciones similares. El abuelo, un hombre de rostro arrugado y manos temblorosas, se disculpó profusamente cuando supo lo que Ramzi había hecho, devolviendo la billetera a Levi con una reverencia. —No lo castiguen —suplicó el anciano—. Es un buen chico, solo hambriento. No sabíamos que eran turistas de Hizuru. Levi gruñó, guardando la billetera con un movimiento brusco, pero no dijo nada más. Hange, siempre pragmática, sacó unas monedas de su propio bolsillo y las ofreció al abuelo. —No es castigo —dijo—. Pero tal vez podamos compartir algo con ustedes. ¿Qué tal una cena? Lo que comenzó como una devolución incómoda se transformó en una noche inesperada. La familia de Ramzi, agradecida, insistió en cocinar para ellos con lo poco que tenían: un guiso de verduras y pan duro que Sasha devoró con entusiasmo. Alguien trajo una botella de licor casero, fuerte y áspero, y pronto el grupo estaba sentado alrededor de una fogata improvisada, bebiendo y riendo bajo las estrellas de Marley. Jean y Connie competían por quién podía soportar más tragos, sus voces subiendo en bromas torpes, mientras Sasha cantaba una canción de Paradis que nadie más conocía. Hange charlaba animadamente con el abuelo sobre la vida en Marley, y Levi, aunque se mantenía al margen con una taza en la mano, no los detuvo. Eren estaba algo apartado, su cabello largo suelto ahora, cayendo sobre sus hombros mientras miraba el fuego. El licor quemaba su garganta, pero no lo embriagaba tanto como sus pensamientos: Historia, el niño, el genocidio que planeaba. Mikasa, sentada a su lado, lo observaba en silencio, su propia taza apenas tocada. La noche, el alcohol y el contraste entre esta familia y su misión lo empujaron a hablar. —Mikasa —dijo, su voz baja pero clara sobre el crepitar del fuego—. ¿Qué sientes por mí? Ella se tensó, sus manos apretando la taza mientras lo miraba. Los demás estaban demasiado borrachos o distraídos para notarlo, pero para Mikasa, la pregunta fue un golpe. Había esperado algo así durante años, temido y anhelado este momento, y ahora, bajo las estrellas de Marley, llegó sin aviso. —Eren... —comenzó, su voz temblando ligeramente. —Dímelo —insistió él, girándose para enfrentarla, sus ojos verdes brillando con una mezcla de curiosidad y urgencia—. Siempre estás ahí, siempre me sigues. ¿Qué es lo que sientes? Necesito saberlo. Mikasa respiró hondo, sus mejillas enrojeciendo no por el licor, sino por la tormenta dentro de ella. Lo amaba, lo había amado desde que eran niños, desde que él le dio su bufanda y le prometió un hogar. Pero Eren también sabía que su corazón estaba en otro lugar ahora, con Historia, con el hijo que ella llevaba. Decirlo en voz alta era exponerse a un dolor que no estaba seguro de poder soportar. Así que, con un esfuerzo que le rompió algo por dentro, Mikasa eligió una verdad más segura. —Somos familia —dijo finalmente, su voz firme pero cargada de una tristeza que no pudo ocultar—. Eso es lo que siento, Eren. Siempre seremos familia. Él la miró en silencio, el fuego reflejándose en sus ojos mientras procesaba sus palabras. Había esperado algo más, una confesión que aclarara las sombras entre ellos, pero en lugar de eso, recibió una respuesta que lo dejó suspendido en un limbo extraño. Familia. Era verdad, en un sentido profundo y complicado, pero también sentía como una puerta que se cerraba, un eco de lo que podrían haber sido en otro mundo. Asintió lentamente, volviendo la vista al fuego, su cabello largo cayendo como una cortina sobre su rostro. —Familia —repitió en un murmullo, más para sí mismo que para ella. El licor seguía quemando en su garganta, pero ahora sus pensamientos estaban más pesados, girando entre Mikasa, Historia y el camino que había elegido. No dijo más, y ella tampoco, dejando que el silencio se asentara entre ellos mientras las risas de Jean y Connie llenaban el aire. La noche en Marley avanzaba bajo un cielo punteado de estrellas, el calor de la fogata menguando mientras la familia de Ramzi y el grupo de Eren compartían risas y licor alrededor del fuego. El bullicio de la ciudad se desvanecía en la distancia, dejando solo el crepitar de las llamas y las voces ebrias de Jean y Connie compitiendo por contar historias exageradas. Eren estaba sentado al borde del círculo, su cabello largo suelto sobre los hombros, su mirada perdida en las brasas mientras la conversación con Mikasa resonaba en su mente. Pero algo más lo inquietaba, una sensación que había crecido desde que vio a Ramzi en el mercado, un eco que no podía ignorar. El niño, Ramzi, estaba cerca, jugando con su hermano menor, un pequeño de unos seis años con el mismo cabello despeinado y ojos oscuros. Los dos corrían alrededor de la fogata, persiguiéndose con palos que fingían ser espadas, sus risas cortando la noche como un contraste cruel con el peso que Eren llevaba. El abuelo de Ramzi, sentado junto a Hange, les gritaba de vez en cuando que se calmaran, pero su tono era más cansado que severo. Eren los observaba en silencio, su mano apretando la taza de licor que apenas había tocado, hasta que algo en el rostro de Ramzi desencadenó una avalancha en su mente. Fue como si el tiempo se detuviera. Los recuerdos del futuro, fragmentos que había visto al tocar a Historia meses atrás en el establo, volvieron a él con una claridad desgarradora. Vio a Ramzi, no como el niño frente a él ahora, sino como una figura atrapada en un caos de polvo y sangre, sus ojos abiertos en terror mientras el suelo temblaba bajo el Rugido. Vio a su hermano menor, su pequeño cuerpo inmóvil entre escombros, y a una multitud de rostros aplastados bajo los pasos de titanes colosales que él mismo desataría. Era una visión que había enterrado, un precio que había aceptado en abstracto, pero ahora, con Ramzi frente a él, vivo y riendo, se volvió insoportablemente real. Eren dejó caer la taza, el licor derramándose en la tierra mientras se ponía de pie con un movimiento brusco. Los demás lo miraron, sorprendidos, pero él no los vio. Sus ojos estaban fijos en Ramzi, que se detuvo en su juego, girándose hacia él con una mezcla de curiosidad y cautela. Sin pensar, Eren caminó hacia el niño, sus botas crujiendo contra el suelo, y antes de que alguien pudiera detenerlo, se arrodilló frente a él, sus rodillas hundiéndose en la tierra. —Ramzi —murmuró, su voz temblando mientras las lágrimas comenzaban a brotar en sus ojos. El niño retrocedió un paso, confundido, pero Eren extendió una mano temblorosa, no para tocarlo, sino como un gesto roto de súplica. —Lo siento... lo siento tanto. Ramzi frunció el ceño, mirando a su hermano y luego a Eren. —¿Qué pasa, señor? ¿Por qué lloras? No hice nada malo esta vez, lo juro. Eren negó con la cabeza, las lágrimas cayendo ahora libremente por sus mejillas, su cabello largo cayendo como una cortina alrededor de su rostro. —No eres tú —dijo, su voz quebrándose—. Soy yo. Lo que voy a hacer... lo que te hará... no puedo detenerlo, pero lo siento. Perdóname, Ramzi. Perdóname por todo. El grupo detrás de él se quedó en silencio, el aire llenándose de una tensión que ninguno entendía del todo. Mikasa dio un paso adelante, su mano alcanzando a Eren, pero Armin la detuvo con un gesto, sus ojos brillantes con una mezcla de confusión y sospecha. Sasha dejó de masticar el pan que había robado, y Jean y Connie intercambiaron una mirada de desconcierto. Levi, desde el borde del círculo, entrecerró los ojos, su postura tensa como si esperara un ataque, mientras Hange susurraba: ¿Qué demonios está pasando? Ramzi, aún confundido, se acercó un poco, su hermano escondiéndose detrás de él. —No sé de qué hablas —dijo, su voz pequeña pero firme—. Pero... está bien, supongo. No llores, hombre grande. Mi abuelo dice que los hombres no lloran. Eren soltó una risa amarga entre sollozos, limpiándose los ojos con el dorso de la mano. —Tu abuelo tiene razón —murmuró, poniéndose de pie con esfuerzo. Pero el peso de ese momento, el rostro de Ramzi grabado en su memoria junto a las visiones del futuro, lo cambió todo. No podía seguir con el grupo, no podía fingir que este viaje era solo una exploración turística. Sabía lo que tenía que hacer, y no podía arrastrarlos a ello, no todavía. Esa noche, mientras la familia de Ramzi y sus compañeros caían en un sueño ebrio alrededor de la fogata, Eren tomó una decisión. Se deslizó en silencio hacia la tienda donde habían dejado sus pertenencias, sacando un trozo de papel y un lápiz que Hange había traído para sus notas. Bajo la luz tenue de las brasas, escribió una carta con mano temblorosa: “A todos, no puedo explicarles todo ahora, pero me voy. Tengo un plan para salvarlos, para salvar a Paradis, y necesito hacerlo solo por ahora. Estoy trabajando con Zeke, él es la clave, pero confíen en mí. Esperen mi próxima carta; les diré qué hacer cuando llegue el momento. Lo siento por escapar así, por dejarlos sin respuestas. Pero esto es por ustedes, por todos nosotros. No me busquen todavía.” Eren. No mencionó a Yelena ni a Floch, no reveló los detalles del Rugido ni los experimentos que habían planeado. Dobló el papel con cuidado, dejándolo dentro de la bolsa de Armin, sabiendo que él lo encontraría primero. Luego, con una última mirada a sus amigos dormidos; Mikasa con la bufanda cubriendo su rostro, Armin murmurando en sueños, Levi inmóvil pero alerta incluso en reposo. Se levantó y se alejó en la noche. El aire fresco de Marley lo golpeó mientras caminaba hacia las sombras de la ciudad, su cabello largo ondeando tras él como un estandarte de su resolución. Ramzi había sido el detonante, un recordatorio humano de lo que iba a destruir, pero también de lo que intentaba proteger. Sabía que Zeke estaba en Marley, sabía que podía encontrarlo si seguía los contactos que los Azumabito habían insinuado. El genocidio que planeaba era un monstruo que lo consumía, pero también era el único camino que veía para salvar a Historia, a su hijo, a sus amigos y a toda Paradis. Cuando el alba comenzó a teñir el cielo de gris, Eren ya estaba lejos, perdido entre las calles de Marley, su figura solitaria desvaneciéndose como un espectro. Detrás de él, la carta esperaba, un puente frágil entre su huida y los amigos que había dejado, mientras el rostro de Ramzi y las lágrimas que había derramado lo seguían como un eco imposible de silenciar. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Habían pasado meses desde que Eren abandonó a su grupo en Marley, dejando tras de sí una carta y un vacío que resonaría en sus amigos durante mucho tiempo. El mundo no se detuvo para esperarlo: los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses, y Eren se hundió en las entrañas de Marley como un espectro con un propósito. Usando los contactos que los Azumabito le habían proporcionado y su propia astucia, había forjado una nueva identidad: un soldado eldiano raso, un hombre sin pasado ni futuro, con el cabello largo recogido en una coleta desaliñada y un uniforme raído que lo marcaba como uno de los “demonios” al servicio del imperio marleyano. Su nombre falso era irrelevante; para los oficiales, era solo otro cuerpo más en la guerra. El salto de tiempo lo encontró en un campo de batalla al borde de Marley, una llanura polvorienta salpicada de trincheras y cráteres, donde el olor a pólvora y sangre impregnaba el aire. Marley había entrado en guerra con una nación vecina al este, un país montañoso que los oficiales llamaban “Oriente Medio” en sus informes. Este enemigo había surgido como una amenaza inesperada: durante años, habían observado en silencio el dominio de los titanes de Marley, pero ahora, impulsados por una alianza desesperada y un ingenio nacido del miedo, habían desarrollado un arma que cambiaba las reglas del juego. Los rumores la llamaban “cañón antitanque”, una pieza de artillería capaz de perforar el blindaje de un titán con proyectiles de alta velocidad, una tecnología que ni siquiera los ingenieros de Marley habían perfeccionado aún. Los titanes, durante siglos invencibles, ahora enfrentaban un desafío real, y Marley respondía con una furia que arrastraba a sus soldados eldianos al frente como carne de cañón. Eren marchaba entre las filas de su unidad, una compañía mixta de eldianos y oficiales marleyanos que los vigilaban como perros de presa. Su uniforme estaba manchado de barro, su cabello largo escapando de la coleta para caer sobre sus hombros, y sus ojos verdes ardían con un fuego que mantenía oculto bajo una máscara de obediencia. A su alrededor, los eldianos caminaban en silencio, sus rostros demacrados por el hambre y el cansancio, sus brazos marcados con bandas rojas que los identificaban como inferiores. Los guerreros marleyanos (portadores de titanes como el Mandíbula, el Acorazado y el Bestia) estaban cerca, supervisando desde una colina, sus uniformes impecables contrastando con la miseria de los soldados rasos. El odio de Eren comenzó a crecer como una raíz venenosa desde el primer día. Lo vio en las pequeñas cosas: un oficial marleyano escupiendo a los pies de un eldiano que tropezó bajo el peso de un saco de municiones, la risa burlona de un guerrero cuando un chico joven (apenas mayor que Ramzi) lloró al recibir una orden suicida de cargar contra las trincheras enemigas. —¡Muévete, demonio! —gritó un sargento, pateando a un hombre mayor que había caído de rodillas, su cuerpo temblando de agotamiento—. ¡No eres más que un perro para nosotros! ¡Corre y muere como la basura que eres! Eren apretó los puños, sus uñas clavándose en las palmas hasta dejar marcas rojas, pero mantuvo la cabeza baja. Cada insulto, cada golpe, alimentaba una furia que había dormido en él desde que dejó Paradis. Recordaba a Ramzi, su rostro inocente en la fogata, y sabía que estos niños, estos hombres, estas mujeres eldianas eran lo mismo: víctimas de un odio que Marley había cultivado durante generaciones. Los guerreros, con sus poderes titánicos, eran los peores. Desde su posición elevada, trataban a los eldianos con un desprecio que rayaba en lo sádico, como si fueran herramientas desechables en lugar de personas. Una tarde, mientras la unidad descansaba tras un avance fallido contra las líneas enemigas, Eren presenció una escena que cristalizó su odio. Un guerrero, un hombre alto con la insignia de un superior de la armada, caminaba entre los eldianos heridos, pateando sus cuerpos para “comprobar” si seguían vivos. Uno de ellos, un chico de no más de quince años con una pierna destrozada por un proyectil antitanque, gimió al ser golpeado. El guerrero rió, girándose hacia sus compañeros. —Miren este desperdicio —dijo, su voz cargada de burla—. Ni siquiera puede morir bien. ¿Para qué los criamos si no sirven ni para esto? Eren estaba a unos metros, sentado contra un saco de arena, su cabello largo cayendo sobre su rostro mientras fingía ajustar su bota. Pero sus ojos estaban fijos en el guerrero, su respiración volviéndose pesada mientras una oleada de rabia lo inundaba. Quería levantarse, transformarse allí mismo, aplastar a ese hombre con el poder del Ataque que llevaba en su sangre. Pero se contuvo, recordando su plan, su promesa a Historia, su alianza secreta con Zeke. Este no era el momento; aún debía esperar, infiltrarse más, ganar tiempo. El arma antitanque del enemigo rugió esa misma noche, un estruendo que hizo temblar la tierra mientras un proyectil atravesaba el aire y golpeaba al Titán Acorazado en una colina cercana. El impacto fue devastador: el blindaje de Reiner se astilló como vidrio, y aunque el titán se regeneró, el mensaje fue claro. Marley estaba perdiendo terreno, y los oficiales respondían enviando más eldianos al frente, sacrificándolos en oleadas desesperadas para proteger a sus preciados guerreros. Eren marchó con ellos, su unidad diezmada por los cañones, sus compañeros cayendo a su alrededor mientras las balas silbaban y la tierra explotaba en fuentes de barro y sangre. En una trinchera, bajo un cielo gris de humo y ceniza, Eren se encontró cara a cara con un eldiano moribundo, un hombre de mediana edad con el rostro cubierto de tierra. —No quiero morir aquí —susurró el hombre, su mano temblando mientras alcanzaba a Eren—. Tengo una hija... en el gueto... por favor... Eren tomó su mano, apretándola con fuerza mientras el hombre exhalaba su último aliento. El odio creció aún más, una furia silenciosa que lo consumía mientras miraba el cuerpo inmóvil. Estos eran su pueblo, los eldianos, tratados como basura por los mismos que los usaban como armas. Los guerreros, con sus risas y su desprecio, eran el rostro de todo lo que quería destruir. Recordó a Ramzi, a su hermano, a los niños del orfanato de Historia, y supo que este odio no era solo personal: era por ellos, por todos los que Marley había aplastado bajo su bota. Esa noche, solo en una tienda destrozada, Eren se sentó con la cabeza entre las manos, su cabello largo cayendo como un velo sobre sus ojos. El plan con Zeke seguía en pie: encontrar al Bestia, unir sus poderes, desatar el Rugido. Pero ahora, cada insulto, cada burla, cada vida eldiana perdida alimentaba su resolución. Marley no solo era el enemigo de Paradis; era el enemigo de su propia sangre, y él los haría pagar. Las lágrimas de Ramzi aún lo perseguían, pero también lo hacían las risas de los guerreros, y entre ambas, Eren encontró el combustible para seguir adelante, un soldado eldiano en un mundo que pronto temblaría bajo sus pies. La batalla en las fronteras orientales de Marley terminó en un empate sangriento, un caos de trincheras destrozadas y cuerpos esparcidos bajo un cielo gris de humo. El arma antitanque del enemigo había diezmado las líneas marleyanas, forzando una retirada desordenada que dejó a los eldianos como los últimos en caer, sus vidas gastadas como moneda barata para proteger a los titanes guerreros. Eren emergió de la carnicería como un superviviente más, su uniforme eldiano hecho jirones, su cabello largo suelto y despeinado cayendo sobre sus hombros como un velo de sombras. El sudor y la sangre ajena manchaban su rostro, pero sus ojos verdes brillaban con una determinación que no había flaqueado. Sabía lo que tenía que hacer. La guerra había debilitado a Marley, y este era su momento para profundizar su infiltración, para acercarse a Zeke y ejecutar el plan que había abandonado a sus amigos por cumplir. Pero primero, necesitaba una coartada, una razón para desaparecer de las filas sin levantar sospechas. En una trinchera abandonada, lejos de los ojos de los oficiales, Eren tomó una decisión brutal. Sacó un cuchillo de su bota, respiró hondo, y con un movimiento rápido y preciso, se cortó la pierna izquierda justo por encima de la rodilla. El dolor lo atravesó como un relámpago, pero apretó los dientes, conteniendo un grito mientras la sangre empapaba la tierra. Luego, con la misma frialdad, se llevó el cuchillo al ojo izquierdo, arrancándolo en un acto de sacrificio que lo dejó jadeando, el mundo tiñéndose de rojo y negro. Se vendó las heridas lo mejor que pudo con tiras de su uniforme, dejando que la sangre coagulara lo suficiente para parecer un herido de guerra más. Cuando los equipos de rescate marleyanos lo encontraron entre los escombros, no hicieron preguntas; era solo otro eldiano mutilado, un despojo más del campo de batalla. Lo cargaron en una carreta junto a otros heridos, y pronto, el traqueteo de las ruedas lo llevó hacia el puerto, donde un hospital improvisado esperaba a los supervivientes. El viaje al hospital fue un torbellino de caos y dolor. Los heridos gemían a su alrededor, el aire cargado de olor a antiséptico y muerte. Entre los oficiales que supervisaban, un guerrero marleyano llamado Koslow, un hombre corpulento con una voz como un trueno, gritaba órdenes a los soldados eldianos que aún podían caminar. —¡Muévanse, basura! ¡No tenemos todo el día para cargar sus cuerpos inútiles! —su grito repentino hizo que un eldiano, un hombre joven con el rostro pálido por el shock, tropezara en pánico, empujando accidentalmente a Eren. Cuando Falco llegó a Eren, lo ayudó, sosteniéndolo por el brazo derecho. —Aguanta, señor —dijo, su voz suave pero firme—. Ya casi estamos. Ya no debe sufrir más por la guerra. Pero entonces, sus ojos se detuvieron en la cinta roja que Eren llevaba en el brazo derecho, mal colocada según las reglas marleyanas. Frunció el ceño, confundido. —Espera... tu cinta está en el lado equivocado. Los eldianos la llevamos en el izquierdo. Eren lo miró en silencio, su cabello largo cayendo sobre el lado herido de su rostro. —No me di cuenta —mintió, su voz ronca por el dolor fingido y real. Falco, sin dudarlo, desató la cinta con cuidado y la recolocó en el brazo izquierdo de Eren, ajustándola con una precisión infantil que contrastaba con el caos a su alrededor. —Así está mejor —dijo Falco, sonriendo débilmente—. No querrás que los oficiales te castiguen por algo tan severo. Eren asintió, murmurando un “gracias” mientras dejaba que el chico lo guiara al interior del hospital. El edificio era un hervidero de camillas, médicos gritando y heridos gimiendo, pero Falco se quedó con él hasta que lo dejaron en una cama improvisada, su pequeño acto de bondad grabándose en la mente de Eren como un eco de Ramzi. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Los días siguientes fueron un borrón de fiebre y recuperación simulada. Eren, registrado como “Kruger” en los documentos falsos que había preparado, se mantuvo en silencio, dejando que su cuerpo eldiano regenerara lentamente las heridas para no levantar sospechas. Falco lo visitaba a menudo, trayendo agua o simplemente sentándose a su lado para hablar. El chico era un guerrero en formación, uno de los muchos niños eldianos que Marley entrenaba para heredar los titanes, y su inocencia chocaba con la brutalidad que Eren había presenciado en el frente. Una tarde, Falco se sentó en el banco al lado de Eren, jugando nervioso con las mangas de su uniforme. —Señor Kruger —comenzó, su voz baja pero cargada de algo pesado—. No quiero que alguien querido se convierta en el próximo Titán Acorazado. Hay... alguien que me importa mucho, y si hereda el Acorazado, solo le quedarán trece años. No puedo dejar que eso pase. Eren lo miró, su cabello largo agitándose por la brisa, su ojo sano brillando con una intensidad que Falco no entendió. Las palabras del chico resonaron en él como un eco de su propia lucha, y por un momento, vio a Historia en su mente: su vientre redondeado, sus lágrimas en el establo, el sacrificio que ambos hacían por su hijo. —¿Es una chica? —preguntó con una voz suave pero directa, cortando el silencio. Falco se sonrojó, bajando la vista. —Sí... Gabi. Es la prima del guerrero portador del Acorazado. Es fuerte, valiente, pero no quiero que cargue con esto. No quiero perderla. Eren asintió lentamente, su mirada perdida en un punto más allá de las paredes del hospital. —Lo entiendo —murmuró, más para sí mismo que para Falco—. Yo también tengo a alguien... alguien por quien haría cualquier cosa para protegerla. Para que no tenga que cargar con algo así. Pensó en Historia, en cómo había dejado Paradis para asegurarse de que su hijo naciera en un mundo libre de las cadenas de los titanes, y en el genocidio que planeaba para lograrlo. El sacrificio de Falco por Gabi era un espejo de su propio dolor, y por un instante, la culpa lo atravesó como un cuchillo. Falco lo miró, curioso. —¿Usted también tienes a alguien así, señor Kruger? ¿Por eso estás aquí, herido? Eren sonrió débilmente, una sonrisa amarga que no alcanzó sus ojos. —Algo así —dijo—. A veces, haces cosas terribles por las personas que amas. Cosas que no puedes deshacer —hizo una pausa, luego añadió—. No dejes que ella herede ese titán, Falco. Pelea por ella, como yo peleo por la mía. El chico asintió, sus ojos brillando con una mezcla de gratitud y determinación. —Lo haré —prometió—. Gracias, señor Kruger. Cuando Falco se fue esa tarde, Eren se quedó solo, su cabello largo como un recordatorio de los meses que había soportado. La conversación con Falco había reavivado su propósito: encontrar a Zeke, desatar el Rugido, salvar a Historia y a su hijo, incluso si eso significaba convertirse en el monstruo que Marley ya creía que era. Pero también lo dejó con una sombra de duda, un eco de Ramzi y ahora de Falco, rostros que lo perseguirían cuando el mundo temblara bajo sus manos. Los días en el hospital de Marley se alargaban como una fiebre interminable para Eren, su cuerpo sanando lentamente bajo la fachada de “Kruger”, el soldado eldiano mutilado. Su pierna izquierda y su ojo perdido eran heridas que había infligido a propósito, pero las mantenía sin regenerar del todo, soportando el dolor para no levantar sospechas. Su cabello largo, suelto y despeinado, caía sobre sus hombros como un recordatorio de los meses que había pasado infiltrado, un contraste con los uniformes limpios de los médicos marleyanos que lo rodeaban. Las visitas de Falco se habían convertido en una rutina, un respiro en medio del caos, pero su mente estaba fija en un solo objetivo: encontrar a Zeke. El encuentro ocurrió un mediodía soleado, cuando el calor del verano marleyano hacía vibrar el aire sobre las calles polvorientas. Eren había recibido un mensaje cifrado días atrás, deslizado bajo su almohada por un contacto anónimo, seguramente alguien conectado a los Azumabito o a los propios aliados de Zeke. Decía simplemente: “Pared oeste, mediodía.” Sabía lo que significaba. Se levantó de su cama con esfuerzo, apoyándose en una muleta improvisada que los médicos le habían dado, y cojeó hacia las afueras del hospital, su cabello largo ondeando con la brisa mientras evitaba las miradas de los guardias. Zeke lo esperaba junto a una pared de piedra desgastada, a unos metros del perímetro del hospital, un lugar lo bastante público para no parecer sospechoso pero lo bastante aislado para hablar. Vestía un uniforme de oficial marleyano, sus gafas brillando bajo el sol, y en sus manos sostenía una pelota de béisbol gastada, un objeto que parecía fuera de lugar en un hombre de su posición. Cuando Eren se acercó, Zeke sonrió con esa mezcla de calidez y frialdad que lo definía, lanzándole la pelota con un movimiento casual. —Juega conmigo, hermano —dijo Zeke, su voz ligera pero cargada de intención—. Solo dos soldados pasando el rato. Nada que llame la atención. Eren atrapó la pelota con una mano, su muleta apoyada bajo el brazo, y la devolvió con un lanzamiento torpe pero preciso. Entendió el juego al instante: mantenerse a distancia, evitar cualquier contacto físico que pudiera activar el poder del Fundador. El béisbol era una coartada, una danza para engañar a los ojos curiosos mientras hablaban. —Te tomó tiempo —dijo Eren, su tono bajo pero cortante—. Pensé que me habías dejado colgado. Zeke atrapó la pelota y la lanzó de vuelta, su sonrisa ensanchándose. —Tenía que ser cuidadoso. Los oficiales están nerviosos después de la guerra con el Oriente Medio. Pero aquí estamos, finalmente —hizo una pausa, ajustándose las gafas mientras el sol reflejaba en ellas—. Has hecho un buen trabajo, Eren. Infiltrarte así, sobrevivir... estoy impresionado. Eren atrapó la pelota de nuevo, sus ojos entrecerrándose mientras la devolvía. —No estoy aquí para impresionarte —replicó—. Estoy aquí por el plan. Dime qué sigue. Zeke asintió, lanzando la pelota con un poco más de fuerza esta vez. —Directo al grano, como siempre. Bien. El Rugido está cerca, pero primero necesitas saber mi verdadero objetivo. No se trata solo de destruir a Marley o de liberar a Paradis. Es más grande que eso —hizo una pausa, atrapando la pelota y sosteniéndola por un momento antes de continuar—. Quiero erradicar a los eldianos, Eren. Todos nosotros. No más titanes, no más maldición. La única manera es asegurarnos de que no haya más descendientes. Esterilización total. Que nuestra raza muera en paz, sin sufrimiento, sin guerra. El mundo pareció detenerse para Eren. La pelota que Zeke le lanzó cayó al suelo con un golpe sordo, rodando hasta chocar con su muleta. Sus ojos se abrieron de par en par, su cabello largo cayendo sobre su rostro mientras procesaba las palabras. —¿Qué? —murmuró, su voz temblando con una mezcla de incredulidad y furia contenida—. ¿Quieres... eliminar a los eldianos? ¿A todos nosotros? Zeke dio un paso adelante, pero mantuvo la distancia, consciente del peligro del contacto. —Es la única solución, Eren —dijo, su tono calmado pero firme—. Los titanes son nuestra maldición, y mientras existamos, el mundo nos temerá y nos odiará. Si no podemos tener hijos, si nuestra sangre se extingue, la maldición muere con nosotros. Es misericordioso, en cierto modo. No más niños como Falco o Gabi condenados a trece años de vida. Eren lo miró fijamente, su mente girando en un torbellino de emociones. Pensó en Historia, en el hijo que crecía en su vientre, en la promesa que le había hecho de volver juntos. La idea de Zeke (esterilizar a los eldianos, borrar su futuro) era una traición a todo lo que él luchaba por proteger. Su odio hacia Marley, hacia los guerreros que trataban a los eldianos como basura, era inmenso, pero esto... esto era aniquilar la esperanza misma. Quería gritar, transformarse, aplastar a Zeke allí mismo, pero sabía que no podía. Todavía necesitaba al Bestia, necesitaba el poder del Fundador. Así que, con un esfuerzo que le costó cada fibra de su ser, tragó su furia y fingió. —Entiendo —dijo finalmente, su voz plana pero convincente mientras recogía la pelota del suelo y la lanzaba de vuelta—. Es... lógico. Acabar con el sufrimiento de raíz. Estoy contigo, Zeke. Zeke sonrió, atrapando la pelota con una satisfacción que no vio la mentira en los ojos de Eren. —Sabía que lo entenderías, hermano —dijo—. Pronto lo haremos realidad. Solo espera mi señal. Lanzó la pelota una última vez, y Eren la atrapó, asintiendo en silencio mientras su corazón latía con una resolución opuesta. El encuentro terminó poco después, Zeke alejándose con un saludo casual, dejando a Eren solo junto a la pared. Su cabello largo ondeaba con la brisa mientras apretaba la pelota en su mano, su mente zumbando con la revelación. No iba a permitirlo. Destruiría a Marley, sí, pero no a costa de su pueblo, no a costa de su hijo. El plan de Zeke era una abominación, y aunque fingiría seguirlo por ahora, su verdadero objetivo seguía siendo el mismo: el Rugido, pero para salvar a los eldianos, no para extinguirlos. Esa tarde, de vuelta en el hospital, Eren se sentó en una banca afuera, su muleta a un lado, su cabello largo cayendo sobre sus hombros mientras escribía una carta en un trozo de papel robado. Era breve, dirigida a sus amigos en Paradis, una actualización de la que había dejado al escapar meses atrás: “Esperen mi señal. Estoy con Zeke, pero todo cambiará pronto. No confíen en nadie más. Lo siento por todo.” Cuando terminó, dobló el papel con cuidado para después meterlo en un sobre de carta y esperó. Falco llegó poco después, como siempre, trayendo una taza de agua que Eren aceptó con un murmullo de agradecimiento. Se sentaron juntos en la banca, el chico charlando sobre su día hasta que Eren lo interrumpió. —Falco —dijo con voz baja pero firme—. Necesito un favor. ¿Puedes llevar esta carta al buzón por mí? Es importante. Falco lo miró, curioso, pero asintió sin dudar. —Claro, señor Kruger. ¿Es para tu familia? Eren sonrió débilmente, pensando en Historia y en el hijo que aún no había visto. —Algo así —respondió—. Es para alguien que no quiero que cargue con algo como lo que tú temes por Gabi. Falco se sonrojó al mencionar a Gabi, sus sentimientos por ella fueron muy evidentes en sus ojos. —No quiero que sea el próximo Titán Acorazado —confesó, su voz temblando—. Yo la amo... no quiero que muera en trece años. Eren lo miró, viendo su propio reflejo en el sacrificio del chico. —Entonces haz lo que puedas por ella —dijo, entregándole la carta—. Como yo hago por la mía. Falco tomó la carta, guardándola en su bolsillo con una promesa silenciosa, y corrió hacia el buzón mientras Eren lo veía irse. El sol de mediodía ardía sobre él, su cabello largo atrapando el calor, pero su mente estaba fría, afilada, planeando el próximo paso. Zeke creía que lo tenía, pero Eren tenía su propio juego, uno que no borraría a su pueblo, sino que lo liberaría, aunque el costo fuera un mundo en cenizas. Los días en el hospital de Marley se habían convertido en una rutina de espera y fingimiento para Eren, su identidad como “Kruger” sosteniendo su infiltración mientras las piezas de su plan se alineaban lentamente. Su cabello largo caía suelto sobre sus hombros, un contraste con los uniformes cortos y ordenados de los soldados marleyanos que lo rodeaban. Las visitas de Falco eran su único vínculo con el mundo exterior, y a través del chico, Eren había comenzado a tejer una red que lo acercaría a su próximo objetivo: Reiner Braun, el Titán Acorazado, un hombre cuyo rostro estaba grabado en sus recuerdos tanto del pasado como del futuro. La oportunidad llegó una noche cálida y cargada de tensión, cuando las calles de Liberio, el gueto eldiano donde se encontraba el hospital, estaban llenas de rumores sobre un evento importante. Willy Tybur, el patriarca de la familia Tybur y una figura influyente en Marley, iba a dar un discurso público en una plaza cercana, un escenario al aire libre construido para la ocasión. Los oficiales marleyanos susurraban que sería una declaración trascendental, y Eren sabía, por los fragmentos de los recuerdos del futuro que había visto al tocar a Historia, que esta noche cambiaría todo. Era el momento que había estado esperando. Esa tarde, mientras el sol se ponía y las sombras se alargaban, Eren llamó a Falco a su lado en el hospital. El chico llegó con su habitual energía, sus ojos brillantes a pesar del cansancio de sus entrenamientos. —Señor Kruger —dijo, inclinándose ligeramente—. ¿Necesitas algo? Pareces... diferente hoy. Eren lo miró, su cabello largo cayendo sobre su rostro mientras se apoyaba en la muleta que aún usaba para mantener la fachada de herido. —Sí, Falco —respondió, su voz baja pero firme—. Necesito que hagas algo por mí. Hay alguien que quiero que traigas aquí, a un cuarto debajo del escenario donde Tybur hablará esta noche. Es importante. Falco frunció el ceño, confundido pero dispuesto. —¿Quién es? ¿Y por qué ahí? —Un conocido —dijo Eren, esquivando la pregunta con una media verdad—. Se llama Reiner Braun. Es un guerrero, como los que entrenas para ser. Dile que un viejo amigo necesita verlo. Llévalo al sótano debajo del escenario, y asegúrate de que nadie más lo sepa. Falco asintió lentamente, su confianza en “Kruger” superando cualquier duda. —Está bien, señor Kruger. Lo encontraré. Pero... ¿qué pasa después? —Te lo diré cuando lleguemos —respondió Eren, ofreciendo una sonrisa pequeña pero tensa—. Confía en mí, Falco. El chico salió corriendo, y Eren se preparó. Se dirigió con la muleta llevándolo como un soporte, su pierna ya casi regenerada en secreto, y se movió con pasos silenciosos hacia el lugar indicado: un edificio adyacente al escenario de Tybur, donde un sótano olvidado ofrecía el escondite perfecto. La noche cayó sobre Liberio, las calles llenándose de civiles y soldados que se dirigían a la plaza, sus voces mezclándose con el zumbido de la anticipación. Eren esperó en la penumbra del sótano, su cabello largo rozando sus hombros mientras ajustaba la cinta eldiana en su brazo izquierdo, su corazón latiendo con una mezcla de calma y furia. Falco regresó poco después, trayendo consigo a Reiner. El Titán Acorazado entró en el cuarto con pasos pesados, su rostro demacrado por años de guerra y culpa, sus ojos azules abriéndose de par en par al reconocer a Eren bajo la luz tenue de una lámpara que colgaba del techo. Falco estaba detrás de él, nervioso pero obediente, mirando entre los dos hombres como si sintiera la tormenta que se avecinaba. —Eren —murmuró Reiner, su voz temblando mientras daba un paso atrás, chocando contra la pared—. ¿Qué... qué estás haciendo aquí? Eren se levantó de la silla donde había estado esperando, su cabello largo cayendo sobre su rostro mientras lo miraba con una intensidad que cortaba el aire. —Falco —dijo, sin apartar los ojos de Reiner—. Quédate aquí. Este es un conocido mío, como te dije. Necesito hablar con él, pero no quiero que te vayas todavía. Falco frunció el ceño, confundido. —Pero... el discurso de Tybur está a punto de empezar. Pensé que querías… —Quédate —habló Reiner, y entonces Falco asintió, retrocediendo hacia un rincón del cuarto con una mezcla de curiosidad y temor. Justo en ese momento, el sonido de la multitud afuera creció, un rugido que marcó el inicio del discurso de Willy Tybur. Su voz resonó a través de las paredes, amplificada por altavoces que llevaban sus palabras al público: —¡Pueblo de Marley, invitados del mundo! Hoy les hablo de una amenaza que ha dormido durante demasiado tiempo. Los eldianos de Paradis, liderados por Eren Jaeger, planean desatar una guerra que nos destruirá a todos... Eren sonrió amargamente, girándose hacia Reiner mientras las palabras de Tybur llenaban el aire. —Escucha eso, Reiner —dijo en voz baja pero cargada de veneno—. Hablan de mí como el diablo. Pero tú y yo sabemos la verdad, ¿no es así? Todo lo que hiciste, todo lo que rompiste... y aquí estamos, años después, en el mismo juego. Reiner tragó saliva, sus manos temblando mientras se apoyaba contra la pared. —Eren, yo... lo siento. Todo lo que pasó en Paradis, lo que hice a tus amigos, a tu madre... no puedo cambiarlo. Pero ¿qué quieres ahora? ¿Por qué estoy aquí? Eren dio un paso adelante, su cabello largo ondeando ligeramente mientras el eco del discurso de Tybur continuaba: —¡Declaramos la guerra a Paradis! ¡No descansaremos hasta que Eren Jaeger y su pueblo sean borrados de la tierra! La multitud rugió en aprobación, pero en el sótano, el silencio entre Eren y Reiner era ensordecedor. —Quiero que lo veas, Reiner —dijo Eren, su voz suavizándose en un tono casi melancólico—. Quiero que sientas lo que yo sentí. El mundo nos odia, nos usa, nos mata. Pero esto termina pronto. Estoy aquí para acabarlo, de una manera u otra. Reiner lo miró, sus ojos llenos de una mezcla de miedo y resignación. —¿Qué vas a hacer, Eren? —susurró—. ¿Qué es esto? Antes de que Eren pudiera responder, el discurso de Tybur alcanzó su clímax, las palabras resonando como un martillo: —¡Esta noche, unimos al mundo contra el demonio de Paradis! ¡Que comience la guerra! El estruendo de la multitud fue como un trueno, y Eren supo que el tiempo se agotaba. —Falco —dijo, girándose hacia el chico, que seguía en el rincón, sus ojos abiertos de par en par—. Gracias por traerlo. Quédate aquí con él un poco más. Pronto entenderás por qué. Sabía que Reiner, como él, cargaba con el peso de sus pecados, y esta reunión era solo el preludio de lo que desataría. La noche estalló en caos mientras Eren se preparaba para su próximo movimiento, el grito de guerra de Tybur marcando el inicio del fin. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ El ataque a Liberio marcó un punto de no retorno, un torbellino de caos y sangre que dejó a Marley tambaleándose y a Eren más cerca de su objetivo. La noche del discurso de Willy Tybur había explotado en violencia cuando Eren, transformado en el Titán de Ataque, irrumpió en la plaza, aplastando a los soldados marleyanos y enfrentándose al Titán Martillo de Guerra en un combate brutal. Los fragmentos del futuro que había visto al tocar a Historia (imágenes borrosas de destrucción, rostros gritando, un martillo gigante) lo habían guiado, pero no le habían mostrado todo. No sabía cómo terminaría, solo que debía actuar, y lo hizo con una furia que sorprendió incluso a Reiner, quien luchó en vano para detenerlo. El plan había funcionado gracias a la llegada inesperada de sus compañeros de Paradis. Mikasa, Armin, Jean, Connie, Sasha, Levi y Hange habían aparecido en el momento crítico, respondiendo a las cartas que Eren les había enviado a través de Falco. Habían robado un globo aerostático marleyano, una máquina de aire caliente que usaron para infiltrarse en Liberio y apoyar el ataque. Con su ayuda, Eren derrotó al Martillo de Guerra, devorando a su portadora, Lara Tybur, y absorbiendo su poder en un acto que selló su transformación en una amenaza aún mayor. Pero el costo fue alto, y la victoria dejó un sabor amargo que aún no había procesado. El tiempo transcurrió en un borrón tras el ataque. El globo ascendió sobre las ruinas humeantes de Liberio, su luz ámbar iluminando un cielo nocturno lleno de estrellas y cenizas. Eren estaba dentro, su cabello largo suelto y despeinado cayendo sobre sus hombros, su uniforme eldiano rasgado y manchado de sangre. Frente a él estaba Zeke, sentado con una calma inquietante, sus gafas reflejando la luz de una lámpara que colgaba del techo del globo. Los dos hermanos compartían el espacio reducido, sus planes entrelazados pero sus corazones en desacuerdo, aunque Zeke aún creía que Eren aceptaba su idea de esterilización. A su alrededor, el resto del grupo manejaba el globo en un silencio tenso. Mikasa vigilaba desde un rincón, sus ojos fijos en Eren con una mezcla de alivio y preocupación. Armin ajustaba los controles, su rostro pálido tras haber usado al Titán Colosal para abrir una brecha en las defensas marleyanas. Jean y Connie aseguraban las cuerdas, mientras Levi, con una expresión de piedra, custodiaba a dos prisioneros: Falco y Gabi, atados y sentados en el suelo del globo. Falco miraba al suelo, sus ojos llenos de miedo y confusión, mientras Gabi, la prima de Reiner y el amor no confesado de Falco, fulminaba a Eren con una mirada de puro odio. —¡Monstruo! —escupió Gabi, su voz temblando de rabia mientras forcejeaba contra las cuerdas—. ¡Mataste a todos! ¡A mis amigos, a los guardias del puerto! ¡Eres un demonio, como dijo Tybur! Eren la miró en silencio, su cabello largo cayendo sobre su rostro mientras absorbía sus palabras. No respondió; no había nada que decir. Sabía que Gabi tenía razón en parte: había matado, había destruido, y lo haría de nuevo. Pero también sabía que esto era por Historia, por su hijo, por Paradis. Los fragmentos del futuro no le mostraban el final, solo pedazos de un camino que debía seguir, y este ataque era uno de ellos. Zeke rompió el silencio, ajustándose las gafas con un movimiento tranquilo. —Buen trabajo, Eren —dijo con voz suave pero cargada de satisfacción—. El Martillo de Guerra es nuestro, y Marley está de rodillas. Ahora podemos avanzar. El Rugido está más cerca de lo que crees. Eren asintió, su expresión neutra ocultando la tormenta dentro de él. —Sí —murmuró, su mente girando entre el plan de Zeke y el suyo propio. No iba a esterilizar a los eldianos, no iba a traicionar a su pueblo, pero aún necesitaba al Bestia. Por ahora, seguiría el juego. El globo flotaba en un silencio roto solo por el zumbido del viento y los sollozos ahogados de Falco, hasta que Levi dio un paso adelante, su voz cortante como una hoja. —Tenemos un problema —dijo, mirando a Eren con ojos entrecerrados—. Sasha no lo logró. Un disparo de esa niña —señaló a Gabi con un gesto seco—. La alcanzó en el pecho mientras cubríamos la retirada. Está muerta. El mundo se detuvo para Eren. Las palabras de Levi resonaron en sus oídos como un eco distante, y por un momento, no pudo respirar. Sasha. La chica que siempre robaba comida, que reía en los peores momentos, que había estado con él desde el principio. Muerta. Su mente intentó procesarlo, pero en lugar de lágrimas, algo extraño brotó de él: una risa baja, entrecortada, que creció hasta convertirse en un sonido desgarrador. Se llevó las manos al rostro, su cabello largo cayendo como una cortina mientras su cuerpo temblaba, las lágrimas mezclándose con esa risa que no podía controlar. —Eren... —murmuró Mikasa, dando un paso hacia él, su voz quebrándose. Pero él no la escuchó. Seguía riendo, llorando, un sonido que era ambos y ninguno, un eco de la locura que los fragmentos del futuro habían plantado en él. —¿De qué te ríes, idiota? —gritó Connie, sus ojos rojos mientras se acercaba, su puño temblando—. ¡Sasha está muerta! ¿Te parece eso gracioso? Eren levantó la vista, las lágrimas corriendo por sus mejillas mientras la risa se desvanecía en un sollozo roto. —No... no es eso —dijo, su voz temblando mientras se limpiaba el rostro con el dorso de la mano—. Es que... no lo vi venir. Y ahora ella... No pudo terminar, su cabeza cayendo hacia adelante mientras el peso de la pérdida lo aplastaba. Jean lo miró, su propia voz quebrándose. —Era una de nosotros, Eren. Y esa niña —señaló a Gabi—. La mató por tu maldito ataque. Gabi levantó la barbilla, desafiante a pesar de las cuerdas. —¡Se lo merecía! ¡Todos ustedes son demonios! ¡Voy a matarlos a todos! Falco intentó calmarla, susurrando su nombre, pero ella lo ignoró, sus ojos fijos en Eren con un odio que él reconoció demasiado bien. Zeke observaba en silencio, su expresión imperturbable, mientras Levi cruzaba los brazos, su mirada cortante pasando entre Eren y los prisioneros. Eren se recompuso lentamente, su cabello largo despeinado mientras respiraba hondo, las lágrimas secándose en su rostro. —Lo siento —murmuró, más para sí mismo que para los demás—. Sasha... no quería esto. Pero en su interior, sabía que no había vuelta atrás. El Martillo de Guerra era suyo, Marley estaba herido, y el Rugido estaba al alcance. La muerte de Sasha era otro corte en su alma, pero no lo detendría. El globo siguió su curso hacia Paradis, el silencio cayendo sobre ellos como una manta pesada. Eren miró a Falco y Gabi, prisioneros de una guerra que no entendían del todo, y pensó en Historia, en su hijo, en el futuro que los fragmentos no le mostraban. Había ganado una batalla, pero perdido una parte de sí mismo, y mientras las lágrimas secas marcaban su rostro, supo que el camino adelante sería aún más oscuro. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Habían pasado semanas desde el ataque a Liberio, un torbellino de eventos que había devuelto a Eren y a sus compañeros a Paradis en un globo robado, cargando el peso de la victoria y la pérdida. El Titán Martillo de Guerra ahora era parte de él, un poder más en su arsenal, pero el costo (la muerte de Sasha, la captura de Falco y Gabi, la tensión con sus amigos) lo había fracturado aún más. Al regresar, la armada de Paradis, desconfiada de sus acciones unilaterales y del caos que había desatado, lo había arrestado, encerrándolo en una celda subterránea bajo la base central. No era una prisión común; era un lugar diseñado para contener a un portador de titanes, con paredes reforzadas y barras que podían soportar una transformación parcial si intentaba escapar. El tiempo en la celda se arrastraba como una eternidad lenta. Eren estaba solo, su cabello largo cayendo en mechones desordenados sobre sus hombros, su uniforme eldiano reemplazado por una camisa gris y pantalones raídos que la armada le había proporcionado. La luz era tenue, filtrándose desde una pequeña ventana enrejada cerca del techo, y el aire olía a humedad y piedra. Frente a él, un espejo agrietado colgaba de la pared, un lujo extraño en una prisión que le permitía ver el rostro de un hombre que apenas reconocía: ojeras profundas, una mandíbula tensa, y unos ojos verdes que ardían con una mezcla de agotamiento y resolución. Esa mañana, un guardia le había dejado un cubo de agua y un trapo, un gesto mínimo de humanidad. Eren se acercó al cubo, sumergiendo las manos en el agua fría y llevándosela al rostro. El líquido helado le recorrió la piel, limpiando el sudor y la suciedad acumulados, y por un momento, cerró los ojos, dejando que el frescor lo anclara. Luego, con movimientos lentos pero decididos, se recogió el cabello largo en una coleta alta, atándolo con un cordón que había arrancado de su camisa. El espejo reflejó su imagen: un hombre marcado por la guerra, pero aún de pie, aún listo para pelear. —No puedo parar —murmuró, su voz baja pero firme mientras miraba su reflejo—. Tengo que seguir. No importa lo que cueste. Seguiré peleando. No se dio cuenta de que no estaba solo hasta que una voz rompió el silencio. —Así que todavía crees que estás haciendo lo correcto, ¿eh? Era Hange, de pie al otro lado de las barras, sus gafas brillando bajo la luz tenue mientras lo observaba con una mezcla de curiosidad y cansancio. Había entrado en silencio, probablemente para evaluar su estado, pero sus palabras tenían un filo que no podía ocultar. Eren giró la cabeza lentamente, su cabello largo balanceándose con el movimiento mientras la miraba. —¿Qué haces aquí, Hange? —preguntó, su tono neutro pero cargado de una advertencia tácita. Hange cruzó los brazos, apoyándose contra la pared opuesta. —Vine a entenderte, Eren. Tus acciones en Marley... mataste a civiles, desataste una guerra, y ahora Sasha está muerta por eso. ¿Fue todo eso correcto? ¿Realmente crees que este camino es el único? Porque desde mi punto de vista, parece que has dejado de preocuparte por el bienestar de todos... incluso el de Historia. El nombre de Historia salió de los labios de Hange como una chispa en un polvorín, y Eren reaccionó al instante. Sus ojos se abrieron de par en par, su respiración volviéndose pesada mientras un torrente de furia lo inundaba. En dos pasos, estaba frente a las barras, su mano derecha disparándose para agarrar a Hange por la camisa, justo cerca del cuello, tirándola hacia adelante hasta que sus rostros quedaron a centímetros, separados solo por el metal. —¡No te atrevas a hablar de ella! —rugió, su voz temblando de ira mientras sus dedos se clavaban en la tela—. ¡No sabes nada, Hange! ¡Nada de lo que ella significa, nada de lo que estoy haciendo por ella! Todo esto es por su bienestar, por el de todos nosotros. ¿Crees que no me importa? ¡Estoy dando todo lo que tengo! Hange no retrocedió, aunque sus ojos se abrieron ligeramente ante la intensidad de Eren. Sus manos se alzaron, no para defenderse, sino para mantenerse firme contra las barras. —Entonces explícamelo, Eren —dijo con una voz calmada pero cortante—. ¿Por qué no confías en nosotros? ¿Por qué sigues actuando solo, como si fuéramos tus enemigos? Sasha murió, y tú te reíste. ¿Qué está pasando en tu cabeza? ¿Qué es tan importante con Historia que no puedes decirnos? Eren apretó los dientes, su agarre en la camisa de Hange temblando mientras luchaba por controlar la tormenta dentro de él. El secreto de su relación con Historia, del hijo que llevaban juntos, era una línea que no cruzaría, no con Hange, no con nadie aún. Los fragmentos del futuro que había visto al tocarla lo guiaban, pero no le daban respuestas completas, y su furia era tanto por la duda de Hange como por su propia incertidumbre. —Estoy peleando por lo que importa —dijo finalmente, su voz bajando a un gruñido mientras soltaba a Hange y retrocedía un paso—. No espero que lo entiendas, no todavía. Pero no te equivoques: cada muerte, cada paso, es por ellos. Por Paradis. Por ella. Y no voy a parar, no importa lo que pienses de mí. Hange se ajustó la camisa, su expresión endureciéndose mientras lo miraba. —Eso es lo que me preocupa, Eren —respondió, su tono más suave pero cargado de tristeza—. Que hayas decidido que solo tú puedes cargar con esto, que no nos necesites. Sasha murió por tus elecciones, y si sigues así, me temo que perderemos más. Incluyéndote a ti. Eren se giró, dándole la espalda mientras volvía al espejo, su coleta balanceándose con el movimiento. —Entonces déjame perder —murmuró, su voz apenas audible—. Pero no dejaré de pelear. No puedo. Hange lo observó en silencio por un momento más, luego suspiró y se alejó, sus pasos resonando en el pasillo de piedra. Eren se quedó solo, mirando su reflejo una vez más. El hombre en el espejo era un extraño (un soldado, un prisionero, un padre en secreto), pero sus ojos seguían ardiendo con la misma determinación. Por Historia, por su hijo, por Paradis, seguiría adelante, aunque el mundo lo odiara, aunque sus amigos lo cuestionaran. Las lágrimas por Sasha aún lo perseguían, pero las apartó, endureciendo su corazón para el próximo paso que sabía que debía dar. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ El sol se hundía lentamente entre las montañas que rodeaban el orfanato, tiñendo el cielo de Paradis con tonos de naranja y púrpura que se desvanecían en un gris suave. Desde la ventana abierta de una pequeña habitación en la casa principal, Historia Reiss, reina de las murallas, estaba sentada en una silla mecedora de madera gastada, su cuerpo balanceándose con un ritmo lento y mecánico. Su embarazo estaba llegando a su último mes, su vientre redondeado tensando el vestido sencillo que llevaba, un contraste con la corona invisible que aún cargaba. Pero no había luz en sus ojos azules; su mirada estaba perdida, fija en el horizonte, vacía de emoción como si el peso de los días la hubiera drenado de todo sentimiento. El aire fresco de la tarde entraba por la ventana, moviendo ligeramente las cortinas y rozando su cabello rubio, que caía suelto sobre sus hombros. En sus manos descansaba una manta tejida a medio terminar, un proyecto que había comenzado para el bebé pero que ahora parecía olvidado, sus dedos inmóviles sobre las agujas. El crujido de la silla contra el suelo de madera era el único sonido en la habitación, un eco monótono que llenaba el silencio que ella no rompía. El granjero estaba allí, como siempre, una sombra silenciosa que se movía con una torpeza casi reverente. Entró con una bandeja en las manos, trayendo una taza de té y un plato con pan recién horneado, cosas simples que había preparado en la cocina del orfanato. Su rostro curtido por el sol mostraba una preocupación sincera mientras dejaba la bandeja en una mesa cercana, ajustándose el delantal que usaba para las tareas diarias. —Su Majestad —dijo, su voz baja y vacilante—. Debería comer algo. No ha probado nada desde el mediodía. El bebé necesita que esté fuerte. Historia no respondió. Sus ojos seguían fijos en el atardecer, el reflejo de las montañas danzando en sus pupilas como si estuviera en otro mundo. El granjero, su supuesto compañero en la mentira que habían tejido, era poco más que un mueble para ella en ese momento. No lo odiaba, no lo despreciaba; simplemente no lo veía. Su mente estaba en otra parte, atrapada en un torbellino de pensamientos que giraban alrededor de un solo nombre: Eren. El granjero esperó un momento, como si esperara una reacción, pero al no obtenerla, suspiró y se arrodilló a su lado, revisando el fuego en la pequeña chimenea que calentaba la habitación. —Está refrescando —murmuró, más para sí mismo que para ella, mientras arrojaba un leño al fuego—. No quiero que se enfríe aquí dentro —se levantó, limpiándose las manos en el delantal, y la miró de nuevo—. Si necesita algo, solo diga. Estaré afuera con los niños. Ella no dio señal de haberlo oído. El granjero inclinó la cabeza en un gesto torpe de respeto y salió, cerrando la puerta con suavidad tras de sí. El silencio volvió, roto solo por el crepitar del fuego y el vaivén de la silla mecedora. Historia apenas notó su ausencia; su mundo estaba reducido a la ventana, al cielo que se oscurecía, y a las preguntas que la perseguían como fantasmas. ¿Estará bien Eren? La pregunta se repetía en su mente como un mantra, cada palabra cargada de un peso que no podía soltar. Habían pasado meses desde su despedida en el establo, desde que él le prometió volver por ella y por su hijo. Las noticias del ataque a Marley habían llegado a Paradis como un eco lejano, susurros de soldados y oficiales que hablaban de Eren transformado en un titán, destruyendo una ciudad, matando a cientos. Luego, el silencio. Nadie le decía nada directamente, pero los rumores llegaban al orfanato como el viento: Eren estaba preso, encerrado por la armada, acusado de traición o locura o ambas cosas. Historia apretó las manos sobre la manta, sus dedos temblando ligeramente mientras el atardecer se desvanecía en un crepúsculo frío. No sabía los detalles, no conocía el alcance de lo que él había hecho o por qué estaba en prisión. Pero los fragmentos que había compartido con ella resonaban en su memoria: sangre, ruinas, un niño que aún no había nacido. Él le había jurado que todo era por ellos, por su hijo, por un futuro libre de las murallas y los titanes. Pero ahora, atrapada en esta espera interminable, la duda la carcomía. ¿Y si no volvía? ¿Y si lo habían perdido todo? Un pequeño movimiento en su vientre la sacó de sus pensamientos, un recordatorio de la vida que crecía dentro de ella. Bajó una mano, presionándola suavemente contra su abdomen, sintiendo el leve pataleo del bebé. Era lo único que la mantenía anclada, el único pedazo de Eren que tenía ahora. Pero incluso eso no podía llenar el vacío en su mirada, la ausencia de emoción que había reemplazado la calidez que una vez la definió. “La peor chica del mundo” que había salvado a Eren en aquella cueva estaba enterrada bajo capas de miedo y resignación, esperando una señal que no llegaba. El granjero volvió a entrar, esta vez con una manta más gruesa que colocó con cuidado sobre sus hombros. —Se está haciendo de noche —dijo con voz suave y a la vez insistente—. Debería descansar, Su Majestad. Por el pequeño. Historia asintió vagamente, un movimiento apenas perceptible que no reflejaba acuerdo, solo costumbre. Él sonrió débilmente, satisfecho con la mínima respuesta, y salió de nuevo, dejándola sola con el crepitar del fuego y el cielo que ahora era un manto oscuro salpicado de estrellas. Ella siguió meciéndose, su mirada perdida en las montañas, su mente atrapada en un solo pensamiento: Eren. —Por favor, vuelve —susurró al aire, su voz tan baja que apenas se oyó, las primeras palabras que había pronunciado en horas. No sabía si él podía escucharla, si los fragmentos del futuro que él veía le mostraban este momento. Pero lo dijo de todos modos, una súplica silenciosa al hombre que amaba, al padre de su hijo, al enemigo de la humanidad que había jurado volver por ella. La silla siguió crujiendo, el atardecer dio paso a la noche, e Historia esperó, sin emoción, sin esperanza, solo con la certeza de que debía seguir adelante, por el bebé, aunque su corazón estuviera preso en algún lugar con Eren. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ La celda subterránea en Paradis se había convertido en una jaula que Eren soportaba con una paciencia calculada, pero el tiempo de esperar había terminado. Las semanas de encierro, las palabras de Hange resonando en su mente, y el peso de la incertidumbre sobre Historia y su hijo lo habían empujado al borde. No podía quedarse allí, atrapado por la armada que lo veía como una amenaza, mientras el mundo afuera giraba hacia el caos que él mismo había desatado. Su cabello largo, aún recogido en una coleta desaliñada, rozaba sus hombros mientras caminaba hacia el espejo agrietado de su celda, su reflejo mostrando un hombre listo para romper las cadenas que lo ataban. Era medianoche cuando decidió actuar. Los guardias patrullaban los pasillos con un ritmo predecible, sus pasos resonando en la piedra fría. Eren sabía que Floch y los Jaegeristas, sus aliados secretos, estarían cerca; había enviado mensajes cifrados a través de contactos dentro de la armada, planeando este momento desde su arresto. Cerró los ojos, respirando hondo, y dejó que el poder que corría por sus venas despertara. No necesitaba transformarse por completo; el Titán Martillo de Guerra le ofrecía algo más preciso, algo que podía usar incluso en un espacio confinado. Con un movimiento rápido, se mordió la mano, el destello de luz ámbar iluminando la celda por un instante. No invocó al titán entero, sino que canalizó el poder del Martillo de Guerra en sus manos. La carne y el hueso se endurecieron, formando una estructura cristalina que brillaba con un resplandor tenue. Golpeó la pared de la celda con un martillo improvisado, los ladrillos cediendo como si fuera papel bajo la fuerza del arma titánica. El estruendo resonó en el pasillo, pero Eren no se detuvo; sabía que los guardias tardarían minutos o quizás horas en reaccionar, y eso era todo lo que necesitaba. Corrió hacia la pared exterior, su cabello largo ondeando tras él mientras invocaba otra arma del Martillo: una lanza afilada que atravesó la piedra reforzada como si fuera mantequilla. El muro se derrumbó en una nube de polvo y escombros, revelando la noche estrellada de Paradis y el aire fresco que lo golpeó como una promesa de libertad. Saltó al exterior, aterrizando en el césped con una agilidad que desmentía las semanas de encierro, y corrió hacia las sombras de un bosquecillo cercano, donde sabía que Floch lo estaría esperando. El sonido de botas y gritos de alarma llenó el aire detrás de él mientras los guardias descubrían su escape, pero Eren no miró atrás. Su corazón latía con una mezcla de adrenalina y propósito, su mente fija en Historia, en su hijo, en Zeke. Llegó al punto de encuentro (un claro rodeado de árboles altos) y allí estaba Floch, de pie junto a un grupo pequeño de Jaegeristas, todos con capas oscuras y rostros decididos. Los ojos de Floch brillaron con una mezcla de fanatismo y alivio al verlo, y dio un paso adelante, sosteniendo una capucha negra en las manos. —Eren —dijo Floch, su voz temblando ligeramente de emoción mientras le entregaba la capucha—. Sabía que lo lograrías. Ponte esto, rápido. La armada estará buscándote, pero nosotros te cubriremos. Eren tomó la capucha sin dudar, deslizándola sobre su cabeza para ocultar su rostro y su cabello largo, que aún caía en mechones rebeldes bajo la tela. La capucha era áspera, pero le daba el anonimato que necesitaba mientras los Jaegeristas lo rodeaban, formando un círculo protector. —¿Dónde están los demás? —preguntó, su voz baja pero cortante mientras ajustaba la capucha. —Esperando en el perímetro —respondió Floch, señalando hacia el bosque—. Tenemos caballos listos y un camino despejado. La armada no sabe cuántos somos ni a dónde vamos. Pero hay algo más importante —hizo una pausa, su sonrisa torciéndose con una satisfacción que Eren reconoció demasiado bien—. Nuestro próximo destino es Zeke. Lo encontramos, Eren. Está en una base al norte, cerca de la costa. Eren asintió, su mente acelerándose mientras procesaba la información. Zeke. El hermano que había jurado trabajar con él, pero cuyos planes de esterilización lo habían puesto en un rumbo opuesto al suyo. Los fragmentos del futuro que había visto al tocar a Historia no le mostraban todo, pero sabía que Zeke era la clave para el Rugido, para el poder del Fundador que necesitaba para salvar a Paradis, a su hijo, a Historia. —Entonces vamos por él —dijo, su tono endureciéndose con una resolución que no dejaba espacio para dudas—. No hay tiempo que perder. Floch rió, un sonido corto y seco, y dio una orden a los Jaegeristas. —¡Muévanse! ¡A los caballos! El grupo se dispersó con una eficiencia militar, corriendo hacia los árboles donde varios caballos esperaban, sus respiraciones visibles en el aire frío de la noche. Eren montó uno con agilidad, su cabello largo escapando de la capucha mientras tomaba las riendas. Floch cabalgó a su lado, su rostro iluminado por una mezcla de adoración y locura. —Con Zeke, lo lograremos todo —dijo Floch mientras galopaban entre los árboles, el viento silbando a su alrededor—. Marley caerá, Paradis se alzará. Todo por lo que has luchado, Eren, está cerca. Eren no respondió, su mirada fija en el camino oscuro adelante. No confiaba en Floch, no del todo; el fanatismo del hombre era una herramienta útil, pero también un filo que podía volverse en su contra. Su verdadero objetivo no era el sueño de Floch, sino el suyo propio: un mundo donde Historia y su hijo pudieran vivir libres, un futuro que los fragmentos no le garantizaban pero que él forjaría con sus manos. Zeke era el siguiente paso, pero no como Floch o los Jaegeristas imaginaban. Lo usaría, lo controlaría, y si era necesario, lo destruiría. El sonido de los cascos resonó en la noche mientras el grupo se perdía en el bosque, dejando atrás la prisión destrozada y los gritos de la armada. Bajo la capucha, los ojos de Eren brillaban con una determinación feroz, su cabello largo ondeando como un estandarte de su rebelión. Iba por Zeke, por el Fundador, por todo lo que había jurado proteger, y nada lo detendría ahora. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Habían pasado unos días desde que comenzó el ataque de Marley en Shiganshina, un período de tensión y combates esporádicos que había convertido la ciudad en un campo de batalla devastado. Eren, ahora libre de su prisión gracias a los Jaegeristas, estaba en el corazón de la lucha, su cabello largo suelto y ondeando mientras comandaba a sus seguidores desde las calles. Los fragmentos del futuro que había visto al tocar a Historia lo guiaban, pero no le daban claridad completa; sabía que debía reunirse con Zeke, activar el poder del Fundador, y desatar el Rugido, pero cada paso estaba plagado de obstáculos que no había previsto. Era un mediodía abrasador cuando los guerreros de Marley lanzaron su segunda invasión, adelantándose una vez más a los planes de Eren y Zeke. Las murallas de Shiganshina temblaron bajo el impacto de los dirigibles que descargaban guerreros y equipos antitanques, mientras el Titán Mandíbula y el Titán Acorazado irrumpían desde el cielo, aterrizando con fuerza en las calles polvorientas. El sol brillaba implacable, iluminando un campo de batalla lleno de escombros, cuerpos y humo, mientras los Jaegeristas y los soldados de Paradis luchaban desesperadamente para contener la ofensiva. Eren estaba en el centro de la refriega, transformado en el Titán de Ataque, su figura imponente de quince metros alzándose sobre las ruinas. Su cabello largo, ahora parte de la melena desordenada de su forma titánica, se agitaba con cada movimiento mientras enfrentaba al Titán Acorazado de Reiner en un combate brutal. Los puños de Eren chocaban contra el blindaje de Reiner, enviando chispas y fragmentos de hueso endurecido al aire, mientras el Acorazado respondía con golpes que hacían temblar la tierra. Los gritos de los soldados y el rugido de los cañones llenaban el día, pero los ojos de Eren estaban fijos en un solo objetivo: Zeke. El Titán Bestia había entrado en la batalla desde el tejado de un edificio cercano, lanzando rocas y escombros contra las fuerzas marleyanas con una precisión letal. Zeke, con su pelaje grisáceo y brillando bajo el sol, parecía un dios de la guerra, pero su estado era frágil tras las heridas previas que aún no había sanado del todo. Eren lo vio desde el rabillo del ojo, su mente acelerándose mientras esquivaba un golpe de Reiner. —¡Zeke! —rugió, su voz resonando en su forma titánica—. ¡Tenemos que hacerlo ahora! Antes de que pudieran coordinarse, el plan se desmoronó. Un escuadrón marleyano, liderado por el general Magath, disparó una salva de cañones antitanques desde una colina cercana. Los proyectiles atravesaron el aire, golpeando al Titán Bestia con una fuerza devastadora. Una explosión arrancó el brazo derecho de Zeke, otra destrozó parte de su torso, y un tercer impacto lo lanzó desde el tejado, haciéndolo caer en una calle lateral con un estruendo que sacudió los edificios cercanos. El Titán Bestia se desplomó, su forma colapsando mientras Zeke emergía de la nuca, herido y sangrando, su uniforme hecho jirones. —¡Eren! —gritó Zeke con voz ronca mientras se arrastraba entre los escombros, apoyándose en una pared rota para levantarse—. ¡Aquí! ¡Tenemos que hacer el contacto! Eren no dudó. Con un rugido, golpeó al Acorazado con un puñetazo final que lo envió tambaleándose contra un edificio, dándole el tiempo que necesitaba. Cortó los músculos de su nuca con un movimiento rápido de sus garras, saliendo de su titán en una nube de vapor. Cayó al suelo, su cabello largo pegado a su rostro sudoroso mientras corría hacia Zeke, sus botas golpeando el pavimento destrozado. La batalla seguía rugiendo a su alrededor: el Mandíbula de Porco saltaba entre las casas, los Jaegeristas disparaban desde las barricadas y los guerreros marleyanos avanzaban con rifles. Zeke extendió una mano temblorosa, su rostro pálido por la pérdida de sangre, pero sus ojos brillaban con una determinación feroz. —¡Vamos, Eren! —jadeó—. ¡El Fundador... ahora! Eren estaba a solo unos metros, su corazón latiendo con una mezcla de urgencia y esperanza, cuando un disparo cortó el aire. Desde un tejado cercano, Gabi Braun, con un rifle antitanque robado en las manos, apuntó con una precisión mortal. Sus ojos estaban llenos de odio, su respiración agitada mientras recordaba todo lo que Eren le había arrebatado. —¡Muere, demonio! —gritó ella, apretando el gatillo. El proyectil voló directo hacia Eren, demasiado rápido para reaccionar. En un instante, su cabeza salió disparada de sus hombros, separada de su cuerpo en un estallido de sangre y hueso que salpicó las calles. Su cuerpo decapitado cayó hacia adelante, sus rodillas golpeando el suelo, su cabello largo ondeando en el aire mientras la vida parecía escapar de él. Los Jaegeristas gritaron en pánico, Floch corriendo desde una barricada cercana con un alarido de furia, pero Zeke fue más rápido. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, Zeke se lanzó hacia adelante, atrapando la cabeza de Eren justo antes de que rodara por el pavimento. Con una mano sostuvo el rostro de su hermano, los ojos verdes de Eren abiertos en una expresión de shock, la sangre goteando entre los dedos de Zeke. —¡No te mueras, maldita sea! —rugió Zeke, su voz quebrándose mientras agarra la cabeza con su mano—. ¡Lo tenemos, Eren! ¡Lo tenemos! El contacto se hizo en ese momento crítico, la sangre real de Zeke tocando la cabeza cortada de Eren, donde un destello cegador envolvió a ambos. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ El caos de Shiganshina desapareció, reemplazado por una extensión infinita de arena dorada bajo un cielo atravesado por caminos luminosos. Los caminos invisibles, el reino del Fundador, se alzaron ante ellos, un espacio etéreo donde el tiempo y la muerte parecían suspendidos. Eren, aún consciente, sintió su mente expandirse, conectándose con Zeke mientras sus cuerpos físicos quedaban atrás, atrapados en el instante del disparo. Zeke, sentado en ese desierto luminoso, su cuerpo restaurado pero su expresión tensa, miró a Eren, cuya cabeza ahora estaba unido a su cuerpo nuevamente. —Lo logramos —dijo Zeke, su voz resonando en el vacío—. Estamos aquí. El Fundador es nuestro. Eren no respondió de inmediato. Su mente estaba fragmentada, los recuerdos del pasado y los fragmentos del futuro colisionando: Historia en el establo, el niño que aún no conocía, las murallas temblando. No sabía todo lo que vendría, pero este era el momento que había buscado. —Sí —murmuró finalmente, su voz en un eco distante. Afuera, en las calles de Shiganshina, la batalla seguía su curso. Gabi bajó el rifle, sus manos temblando mientras Reiner y Porco avanzaban contra los Jaegeristas, las explosiones iluminando el día. Floch gritó órdenes, intentando proteger el cuerpo inmóvil de Eren, pero nadie entendía lo que había pasado. La cabeza de Eren estaba en manos de Zeke, y aunque parecía perdido, el contacto los había llevado a los caminos, donde el destino del mundo colgaba en un equilibrio frágil. El destello cegador que envolvió a Eren y Zeke los arrancó del caos de Shiganshina, trasladándolos a un reino más allá del tiempo y el espacio. Los caminos invisibles se extendían ante ellos, una vastedad de arena dorada que brillaba bajo un cielo infinito, atravesado por senderos luminosos que se entrelazaban como las ramas de un árbol cósmico. El mundo real se había detenido, congelado en el instante en que la cabeza de Eren fue atrapada por la mano de Zeke. Aquí, en este lugar etéreo, el tiempo no tenía dominio, y la muerte misma parecía una ilusión. Eren se encontraba de pie en la arena, su cuerpo restaurado pero extraño, como si fuera una proyección de su voluntad más que carne sólida. Su cabello largo caía suelto sobre sus hombros, ondeando ligeramente aunque no había viento, y sus ojos verdes brillaban con una intensidad que cortaba la penumbra. Frente a él estaba Zeke, pero no como lo había visto en Shiganshina. Zeke estaba encadenado, sus manos sujetas por grilletes de luz que emergían de la arena, atándolo a un punto invisible. Su única ropa solo consistía de un pantalón, pero su expresión era una mezcla de resignación y frustración. —Bienvenido, Eren —dijo Zeke, su voz resonando en el vacío con un eco suave—. Los caminos... el lugar donde todo converge. Donde el Fundador reside —intentó mover las manos, pero las cadenas tintinearon, deteniéndolo con un sonido metálico que reverberó en la distancia—. Aunque parece que no estoy en la mejor posición para darte la bienvenida. Eren lo miró en silencio, dando un paso adelante mientras la arena crujía bajo sus zapatos. —¿Por qué estás encadenado? —preguntó, su tono neutro pero cargado de curiosidad. Los fragmentos del futuro que había visto al tocar a Historia no le habían mostrado este lugar con claridad, solo destellos de arena y figuras borrosas. Ahora que estaba aquí, necesitaba entender. Zeke sonrió débilmente, una sonrisa amarga que no alcanzó sus ojos. —Es por la sangre real —explicó, levantando las manos lo poco que las cadenas permitían—. Los descendientes de la familia real estamos atados aquí de una manera que tú no estás. Podemos acceder al poder del Fundador, pero no controlarlo por completo. Estas cadenas son la voluntad del primer rey, Karl Fritz, quien juró renunciar a la guerra y encerró el Rugido en las murallas. Su voto nos ata, nos impide usarlo libremente. Eren frunció el ceño, su cabello largo cayendo sobre su rostro mientras procesaba las palabras. —¿Entonces por qué estoy aquí? Si tú no puedes activar el Rugido, ¿qué sentido tiene esto? Zeke inclinó la cabeza, sus gafas reflejando la luz de los caminos luminosos que cruzaban el cielo. —Porque tú eres diferente, Eren —respondió—. Tú tienes el Titán de Ataque, el Fundador dentro de ti, pero no llevas la sangre real. No estás encadenado por el juramento de Fritz. Yo puedo abrir la puerta, pero tú eres quien debe cruzarla. Juntos, podemos romper las cadenas, activar el Rugido... y cumplir mi plan —hizo una pausa, sus ojos brillando con una mezcla de esperanza y fanatismo—. Esterilizaremos a los eldianos, acabaremos con la maldición de los titanes. Eso es lo que quieres, ¿verdad? Eren no respondió de inmediato. Sus ojos se entrecerraron, su mente girando entre la verdad de Zeke y la suya propia. No quería la esterilización; quería la libertad, para Historia, para su hijo, para Paradis. Los fragmentos del futuro le habían mostrado titanes marchando, pero no el final, y ahora entendía por qué necesitaba a Zeke: no solo por el contacto, sino para superar las limitaciones de la sangre real. Pero antes de que pudiera hablar, algo cambió en el aire. Una silueta emergió al fondo, apenas visible entre la bruma dorada que cubría el horizonte. Era pequeña, frágil, una figura femenina que caminaba lentamente hacia ellos. Su cabello caía en mechones desordenados, sus pasos eran silenciosos sobre la arena, y aunque su rostro estaba oculto en las sombras, una presencia antigua y abrumadora emanaba de ella. Eren y Zeke giraron la cabeza al mismo tiempo, sus respiraciones deteniéndose mientras la reconocían. —Ymir —murmuró Zeke, su voz temblando ligeramente mientras las cadenas tintineaban en sus manos—. La Fundadora. La primera de nosotros. Eren la observó, su cabello largo ondeando como si una brisa invisible lo moviera. Había oído su historia: Ymir Fritz, la niña que había hecho un pacto con el diablo, la creadora de los titanes, atrapada en este reino por milenios, sirviendo a la voluntad de sus descendientes. Los fragmentos del futuro no le habían mostrado su rostro, pero sentía su presencia como un peso en el alma, una conexión que iba más allá de la sangre o el poder. —¿Ella es la clave? —preguntó Eren en voz baja pero firme mientras miraba a Zeke—. ¿Por qué está aquí? Zeke asintió, sus ojos fijos en la silueta que se acercaba. —Ella es el origen —explicó—. El poder del Fundador fluye a través de ella. La sangre real puede invocarla, pero no liberarla. El juramento de los Fritz la mantiene esclavizada, construyendo titanes para nosotros en este lugar, eternamente. Pero tú, Eren, puedes hablarle, convencerla, romper su voluntad. Si lo haces, el Rugido será tuyo. La silueta de Ymir se detuvo a unos metros, su figura pequeña pero imponente contra el brillo de los caminos. No habló, no se movió más, pero sus ojos (apenas visibles en la penumbra) parecían mirar directamente a Eren, como si lo evaluaran. Él dio un paso hacia ella, su cabello largo cayendo sobre sus hombros mientras sentía el peso de su mirada. Sabía que este era el momento que había buscado, el núcleo de su plan. No iba a seguir el camino de Zeke, pero necesitaba a Ymir, necesitaba su poder para forjar el futuro que había jurado proteger. —Zeke —dijo, sin apartar los ojos de la silueta—. Tú abriste la puerta, pero yo decidiré a dónde lleva. Esto no es tu final, es el mío. Zeke frunció el ceño, las cadenas tintineando mientras intentaba moverse. —¿Qué quieres decir, Eren? Acordamos… —No —cortó Eren, su voz endureciéndose mientras se giraba hacia él—. Tú acordaste tu plan. Yo tengo el mío. Y ella… —señaló a Ymir—. Me escuchará. El aire se volvió pesado, la presencia de Ymir intensificándose mientras los caminos luminosos brillaban más fuerte en el cielo. Zeke lo miró con una mezcla de incredulidad y furia, pero estaba encadenado, impotente en este reino. Eren dio otro paso hacia Ymir, su resolución cristalizándose mientras el tiempo detenido en Shiganshina esperaba su próximo movimiento. El desierto dorado de los caminos invisibles vibraba con una energía contenida, los senderos luminosos en el cielo pulsando como si respondieran a la tensión que crecía entre Eren, Zeke y la silueta de Ymir. Eren estaba de pie frente a ella, su cabello largo cayendo suelto sobre sus hombros, sus ojos verdes brillando con una determinación feroz mientras se preparaba para dar el paso final. Había llegado hasta aquí por Historia, por su hijo, por Paradis; los fragmentos del futuro que había visto lo habían guiado a este momento, y ahora, frente a la Fundadora, estaba listo para pedirle el poder que desataría el Rugido y cambiaría el mundo. —Ymir —dijo, su voz resonando en el vacío con una mezcla de autoridad y súplica—. Escúchame. Libera a los titanes de las murallas. Destruye a nuestros enemigos. Dame el poder para terminar esta maldición, no como Zeke quiere, sino como yo lo veo: un futuro libre para los míos. Eso es lo que deseo. Esperó, su aliento detenido mientras la silueta de Ymir lo miraba en silencio. Sus ojos, apenas visibles en la penumbra, parecían perforarlo, pero no había respuesta, no había movimiento. Entonces, de repente, la arena bajo sus pies tembló, y un sonido metálico cortó el aire. Eren giró su cabeza justo a tiempo para ver cómo las cadenas de luz que sujetaban a Zeke se deshacían, desvaneciéndose en partículas brillantes que se disolvieron en el aire. Zeke, libre ahora, se enderezó, mientras una expresión de sorpresa y alivio cruzaba su rostro. —¿Qué…? —comenzó Eren, pero antes de que pudiera terminar, sintió un tirón violento en sus muñecas. Grilletes de luz emergieron de la arena, envolviendo sus manos y tirándolo hacia atrás con una fuerza implacable. Las cadenas se apretaron, anclándolo al suelo mientras su cuerpo era forzado a arrodillarse, su cabello largo cayendo sobre su rostro como una cortina. Intentó resistirse, tirando de las cadenas con toda su fuerza, pero no cedían. El poder del Titán de Ataque rugió dentro de él, pero aquí, en este reino, no tenía efecto. —¡Zeke! —rugió, su voz temblando de furia mientras levantaba la vista hacia su hermano—. ¿Qué está pasando? Zeke dio un paso adelante, ajustándose las gafas con una calma inquietante mientras miraba a Eren encadenado. Luego giró la cabeza hacia Ymir, que ahora caminaba lentamente hacia él, su figura pequeña pero imponente deteniéndose a su lado. —No soy yo, Eren —dijo Zeke, su tono suave pero cargado de una comprensión repentina—. Es ella. Ymir no te escucha porque no puede. Es una esclava de la sangre real, atada a la voluntad de los descendientes de Fritz. Yo llevo esa sangre; tú no. Aquí, en los caminos, ella solo responde a mí. Eren lo miró fijamente, su mente acelerándose mientras las palabras de Zeke se hundían en él. —¿Esclava? —repitió, su voz quebrándose con una mezcla de incredulidad y rabia—. Entonces... ¿todo este tiempo, ella nunca tuvo libertad? ¿Ni voluntad propia? Zeke asintió, sus ojos oscureciéndose mientras miraba a Ymir, cuya silueta permanecía inmóvil a su lado. —Exacto —respondió—. Por dos mil años, Ymir ha estado atrapada aquí, sirviendo a los reyes eldianos, construyendo titanes, obedeciendo cada orden de la sangre real. El juramento de Karl Fritz la esclavizó aún más, pero incluso sin él, no puede actuar por sí misma. Cuando pediste tu deseo, ella me miró a mí, porque soy el que la invoca. Tú puedes tener el Fundador, Eren, pero sin mi sangre, no puedes controlarla. Eren tiró de las cadenas de nuevo, la arena crujiendo bajo sus rodillas mientras su furia crecía. —¡Esto no tiene sentido! —gritó—. ¡Vine aquí por ella, por su poder! ¡No voy a dejar que tu plan me detenga, Zeke! ¡No voy a esterilizar a mi pueblo! Zeke suspiró, una sombra de tristeza cruzando su rostro mientras se arrodillaba frente a Eren, sus manos libres descansando sobre sus rodillas. —Lo sé —dijo, su voz baja pero firme—. Y eso es lo que me temía. Sigues los mismos ideales que nuestro padre, Grisha. Libertad a cualquier costo, sin importar las vidas, sin importar el sufrimiento. Pensé que podía convencerte, pero veo que no has cambiado. Estás dispuesto a desatar el Rugido, a destruir el mundo, solo por tu visión. Eren lo miró con desprecio, su cabello largo pegándose a su rostro sudoroso mientras las cadenas tintineaban. —No soy como él —gruñó—. Esto no es por Grisha. Es por ellos... por ella. No lo entenderías. Zeke se puso de pie, su expresión endureciéndose mientras miraba a Ymir, que permanecía en silencio, una figura espectral atrapada en su esclavitud eterna. —Entonces lo averiguaré —dijo él, su tono volviéndose frío—. Si no puedo convencerte, entraré en tu mente, Eren. Veré todo tu pasado, cada recuerdo, cada razón detrás de tus acciones. Tal vez entonces entienda por qué sigues este camino... y cómo detenerte. Antes de que Eren pudiera protestar, Zeke extendió una mano hacia él, y los caminos luminosos en el cielo brillaron con una intensidad cegadora. La arena bajo sus pies vibró, y una corriente de energía fluyó entre ellos, conectando sus mentes a través del poder del Fundador. Eren sintió un tirón en su conciencia, como si su alma fuera arrancada de su cuerpo, y de repente, el desierto dorado se desvaneció. Imágenes de su pasado comenzaron a destellar a su alrededor: su infancia en Shiganshina, el día que las murallas cayeron, su madre devorada por un titán, su primer encuentro con Historia en el campo de entrenamiento, las noches en el establo, el roce de sus manos cuando vio los fragmentos del futuro. Zeke caminaba entre los recuerdos como un espectador, su figura etérea moviéndose entre las escenas mientras Ymir permanecía al fondo, una sombra silenciosa. Eren, encadenado en el centro de esta tormenta mental, luchó por resistirse, pero las cadenas lo mantenían inmóvil. —¡Para! —gritó, su voz resonando en el vacío—. ¡No tienes derecho a esto, Zeke! Pero Zeke no se detuvo. Sus ojos se abrieron de par en par mientras veía más: la cueva donde Historia lo liberó, el momento en que ella le confesó su embarazo, la promesa de volver juntos por su hijo. —Así que eso es —murmuró Zeke, su voz temblando con una mezcla de asombro y lamento—. Historia... un hijo. Todo esto es por ellos. No es solo Paradis, es personal. Eren apretó los dientes, las cadenas cortando su piel mientras la furia lo consumía. —¡Sal de mi cabeza! —rugió, pero Zeke siguió adelante, hundiéndose más en sus recuerdos, buscando las raíces de sus ideales, comparándolos con los de Grisha, decidido a entender al hermano que había subestimado. En el fondo, la silueta de Ymir observaba, sus ojos vacíos fijos en la escena, una esclava sin voz en un juego de voluntades que no podía controlar. Los caminos invisibles zumbaban con el poder del Fundador, el tiempo detenido en Shiganshina esperando el resultado de esta batalla silenciosa entre dos hermanos y una fundadora atrapada por la sangre. El reino de los caminos invisibles se había convertido en un torbellino de recuerdos, un lienzo etéreo donde el pasado de Eren se desplegaba ante Zeke como un libro abierto. Los senderos luminosos en el cielo brillaban con una intensidad febril, proyectando destellos sobre la arena dorada mientras Zeke caminaba entre las escenas, su figura alta y encorvada contrastando con la silueta inmóvil de Ymir al fondo. Eren, encadenado en el centro de este caos, luchaba contra las ataduras de luz que lo sujetaban, su cabello largo cayendo sobre su rostro sudoroso mientras Zeke se adentraba más en su mente. La escena cambió abruptamente, y Zeke se encontró en una capilla subterránea, un lugar que reconoció al instante: el santuario donde la familia Reiss había guardado el poder del Fundador. Las paredes de piedra brillaban con un resplandor tenue, y en el centro, Grisha Jaeger estaba de pie, su rostro pálido y sus manos temblando mientras sostenía un bisturí frente a Frieda Reiss y sus hermanos. La familia real lo miraba con una mezcla de miedo y resignación, pero Grisha dudaba, sus ojos llenos de conflicto mientras el peso de lo que estaba a punto de hacer lo aplastaba. —¿Por qué estoy haciendo esto? —murmuró Grisha, su voz quebrándose mientras daba un paso atrás—. Ellos no son mis enemigos... son solo niños. Esto no es lo que quería... Zeke frunció el ceño, sus gafas reflejando la luz de la capilla mientras observaba. Sabía cómo terminaba esta historia: Grisha había matado a la familia Reiss, robado el Fundador, y se lo había pasado a Eren. Pero algo estaba mal; esta duda no encajaba con el hombre decidido que había conocido. Entonces, una figura emergió de las sombras detrás de Grisha, una silueta que hizo que el corazón de Zeke se detuviera. Era Eren. Su cabello largo caía suelto sobre sus hombros, sus ojos verdes brillaban con una furia implacable mientras se acercaba a su padre. No era una memoria pasiva; era una intervención, una presencia que no pertenecía a ese momento. —¡Grisha! —dijo Eren, su voz cortante como una hoja mientras ponía una mano en el hombro de su padre—. ¡No te detengas ahora! ¿Has olvidado por qué empezaste esto? ¿Los sacrificios que hicimos? Grisha giró la cabeza, sus ojos abriéndose de par en par al ver a Eren. —Tú... —balbuceó, pero algo en su mirada cambió, como si un recuerdo enterrado despertara. —¡Mírame! —rugió Eren, apretando el hombro de Grisha con fuerza—. Soy tu hijo, el que llevará esto hasta el final. Recuerda a Faye, tu querida y preciada hermana. Recuerda cómo la dejaron morir, cómo los titanes nos arrancaron todo. ¡No dejes que su muerte sea en vano! ¡Hazlo, por ella, por mí, por todos nosotros! Zeke retrocedió un paso, su respiración agitada mientras la escena se desarrollaba. Grisha, impulsado por las palabras de Eren, dejó caer las lágrimas y levantó el bisturí de nuevo, su duda reemplazada por una resolución sombría. La capilla se llenó de gritos, la sangre salpicando las paredes, y Zeke vio cómo el pasado que creía conocer se retorcía bajo la influencia de Eren. No era solo que Grisha hubiera actuado; Eren lo había empujado, usando el poder del Titán de Ataque para alterar el tiempo, para moldear el pasado desde los caminos. —¿Qué... qué es esto? —susurró Zeke, su voz temblando mientras miraba a Eren encadenado en el centro de los caminos—. Tú... ¿manipulaste a nuestro padre? ¿El Titán de Ataque puede hacer eso? Eren lo miró desde sus cadenas, sus ojos brillando con una furia contenida. —Siempre ha sido así —gruñó, tirando de las ataduras con una fuerza que hizo crujir la arena—. El Titán de Ataque no solo ve el futuro; puede tocar el pasado. Lo usé para asegurarme de que Grisha no fallara, para que todo llegara a este momento. No soy como él, Zeke. Yo elijo mi camino. Zeke dio un paso atrás, sus manos temblando mientras la magnitud del poder de Eren lo golpeaba. —Esto es... aterrador —dijo él—. No eres solo un portador... eres un dios aquí. Si puedes cambiar el pasado, entonces todo lo que creí controlar... —su voz se apagó, el miedo mezclándose con una tristeza profunda mientras miraba a Ymir, que permanecía inmóvil, una esclava silenciosa. Eren no esperó más. Con un rugido, tiró de las cadenas con toda su fuerza, sus músculos tensándose mientras las ataduras cortaban su piel, arrancando carne y hueso de sus manos. La sangre salpicó la arena, pero no se detuvo; el dolor era un precio que pagaría mil veces por su objetivo. Las cadenas crujieron, luego se rompieron en un estallido de luz, liberándolo mientras caía hacia adelante, jadeando, sus manos destrozadas goteando sangre sobre la arena dorada. Zeke dio un paso atrás, alarmado, pero Eren no lo miró. Se puso de pie, tambaleándose ligeramente, y caminó hacia Ymir, su cabello largo pegado a su rostro sudoroso mientras la enfrentaba. —¡Ymir! —gritó, su voz resonando en el vacío—. ¡Escúchame! No eres una esclava. No tienes que obedecer a la sangre real, no tienes que servir a nadie. ¡Han pasado dos mil años, y aún estás atrapada! ¡Elige tu camino, sé libre! ¡Dame el poder, no porque Zeke lo ordene, sino porque tú lo quieres! Ymir lo miró, sus ojos vacíos parpadeando por primera vez con algo que parecía vida. La arena tembló bajo sus pies, los caminos luminosos en el cielo pulsando más rápido mientras su silueta se inclinaba ligeramente hacia Eren. Zeke levantó una mano, desesperado. —¡No, Ymir! —gritó—. ¡Soy yo quien te invocó! ¡No lo escuches! Pero Ymir no se movió hacia Zeke. Sus ojos permanecieron fijos en Eren, y por un instante, el aire se llenó de una tensión insoportable. Las manos destrozadas de Eren temblaban mientras la miraba, su voluntad chocando contra la esclavitud milenaria de la Fundadora. Sabía que este era el momento decisivo: si podía convencerla, el Rugido sería suyo, no para esterilizar a los eldianos, sino para liberarlos, para proteger a Historia y a su hijo. Zeke, aterrado por el poder que había subestimado, dio un paso hacia Eren, pero la arena lo detuvo, como si los caminos mismos respondieran a Ymir. —Eren... —murmuró con su voz quebrándose—. Esto no puede terminar así. Eren no lo escuchó. Sus ojos estaban fijos en Ymir, su sangre goteando en la arena como una ofrenda, su voz suavizándose mientras repetía: —Elige, Ymir. Sé libre. El desierto dorado contuvo el aliento, los caminos invisibles esperando la decisión de una esclava que había olvidado su propia voluntad. El aire en los caminos invisibles se volvió denso, cargado de una energía que parecía vibrar en la arena dorada y en los senderos luminosos que cruzaban el cielo. Eren estaba de pie frente a Ymir, su cabello largo cayendo suelto sobre sus hombros, sus manos destrozadas goteando sangre sobre el suelo mientras la miraba con una intensidad que atravesaba el silencio milenario. Las palabras que había pronunciado resonaban aún en el vacío, y por primera vez, algo cambió en la silueta de la Fundadora. Sus ojos, antes vacíos y opacos, parpadearon con un destello de vida, y su postura rígida se suavizó, como si un peso invisible comenzara a levantarse. Eren dio un paso más cerca, ignorando el dolor que subía por sus brazos, su voz bajando a un tono casi íntimo mientras continuaba. —Te he visto, Ymir —dijo, sus palabras cortando el aire como un susurro que llevaba el peso de una verdad oculta—. En los fragmentos del futuro, cuando toqué a Historia. No entendía por qué, pero ahora lo sé. Tú me estabas esperando, ¿verdad? Desde que ella quedó embarazada, desde que supe que tendría un hijo. Eso fue una señal, una chispa que tú viste también. Historia fue salvada por mí, y ahora tú puedes ser salvada por ella... por nosotros. Ymir lo miró fijamente, y por primera vez, su rostro salió de las sombras. Era una niña pequeña, no mayor de diez años, con el cabello desordenado y cicatrices que marcaban su piel como recuerdos de un sufrimiento eterno. Sus ojos se llenaron de lágrimas, brillantes y temblorosas, mientras las palabras de Eren se hundían en ella. Durante dos mil años, había sido una esclava, moldeando titanes, obedeciendo a la sangre real, atrapada en un ciclo de dolor sin fin. Pero ahora, este hombre le hablaba de libertad, de una señal, de un propósito que iba más allá de su servidumbre. —Historia... —murmuró Ymir, su voz ronca y quebrada, la primera vez que hablaba en milenios. El nombre salió de sus labios como un lamento, un eco de algo que había sentido pero nunca comprendido. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, cayendo a la arena y brillando como pequeñas joyas bajo la luz de los caminos. —Ella... me recuerda... a mí. Eren asintió, su cabello largo ondeando ligeramente mientras se arrodillaba frente a ella, poniéndose a su altura. —Exacto —dijo con un tono suave—. Ella también fue una esclava, obligada a vivir una mentira, pero eligió su camino. Te he estado buscando, Ymir, porque sé que tú también puedes elegir. No eres solo una herramienta de la sangre real. Eres más que eso. Activa el Rugido, no por Zeke, no por Fritz, sino por ti. Por tu libertad. Las lágrimas de Ymir se convirtieron en un llanto amargo, un sonido desgarrador que llenó el desierto dorado y resonó en los caminos luminosos. Sus pequeñas manos se alzaron, temblando mientras cubrían su rostro, y su cuerpo se estremeció con sollozos que liberaban siglos de dolor, de soledad, de obediencia ciega. Era un llanto que no buscaba consuelo, sino catarsis, una liberación que había esperado desde el día en que hizo su pacto con el diablo: el rey Fritz. Zeke, de pie a unos metros, sintió el cambio en el aire y entró en pánico. —¡Ymir, no! —gritó, su voz desesperada mientras corría hacia ella—. ¡Soy yo quien te invoca! ¡La sangre real te ordena obedecerme! ¡No lo escuches, detente! —sus manos se extendieron, intentando alcanzarla, pero la arena bajo sus pies se alzó como una barrera, deteniéndolo en seco. Ymir bajó las manos, sus ojos rojos e hinchados pero llenos de una resolución nueva. Miró a Zeke por un momento, reconociendo su sangre, su autoridad, pero luego giró la cabeza hacia Eren. Había algo en él que rompía las cadenas invisibles que la ataban. Con un movimiento lento pero decidido, extendió una mano hacia el cielo, y los caminos luminosos brillaron con una intensidad cegadora. —No —susurró Zeke, cayendo de rodillas mientras la arena temblaba bajo él—. No, no. ¡No! Un estruendo profundo resonó en el vacío, un sonido que parecía venir de la tierra misma. En el mundo real, detenido en Shiganshina, las murallas comenzaron a vibrar, las piedras crujiendo mientras los titanes colosales dentro de ellas despertaban. El Rugido había comenzado, no bajo las órdenes de Zeke para esterilizar a los eldianos, sino bajo la voluntad de Ymir, liberada por las palabras de Eren. Los caminos invisibles se llenaron de una energía abrumadora, la arena alzándose en torbellinos mientras la silueta de Ymir se desvanecía lentamente, su llanto amargo convirtiéndose en un eco que se perdía en el infinito. Eren se puso de pie, su cabello largo ondeando con la fuerza del poder que ahora fluía a través de él. Sus manos destrozadas comenzaron a regenerarse, la sangre secándose mientras miraba a Zeke, que seguía de rodillas, sus gritos ahogados por el rugido del cambio. —Lo hice, Zeke —dijo, su voz resonando con una autoridad que no admitía réplica—. No es tu final. Es el nuestro. Zeke levantó la vista, sus ojos llenos de terror y derrota mientras la realidad se derrumbaba a su alrededor. —Eren... —murmuró, pero no pudo terminar. Los caminos invisibles se desvanecieron en un destello, y el tiempo en Shiganshina comenzó a moverse de nuevo. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ En el mundo real, los titanes colosales emergieron de las murallas, sus pasos sacudiendo la tierra mientras el Rugido se desataba, un acto de libertad para Ymir y de venganza para Eren. La cabeza decapitada de Eren, aún sostenida por Zeke, brilló con una luz ámbar, su cuerpo comenzando a regenerarse mientras el poder del Fundador lo reclamaba por completo. Los gritos de los Jaegeristas, los disparos de Marley, todo se perdió en el estruendo de un mundo que temblaba bajo la voluntad de un hombre y una esclava que había encontrado su voz. El instante en que Ymir activó el Rugido marcó el fin de una era y el comienzo de otra. En Paradis, el tiempo, que había estado detenido en los caminos invisibles, volvió a fluir con una violencia que sacudió la isla hasta sus cimientos. Las tres murallas (María, Rose y Sina), que habían protegido y aprisionado a los eldianos durante más de un siglo, comenzaron a desmoronarse. El sonido fue ensordecedor: un crujido profundo y resonante, como si la tierra misma se partiera, seguido por el estruendo de piedras colosales cayendo al suelo. El polvo se alzó en nubes densas, oscureciendo el cielo mientras los titanes colosales, dormidos durante generaciones dentro de las murallas, despertaban. Eran gigantes imponentes, de más de cincuenta metros de altura, con cuerpos musculosos y rostros inexpresivos que emergían de los escombros como espectros de un pasado olvidado. Sus pasos eran lentos pero implacables, cada pisada haciendo temblar la tierra con una fuerza que derribaba casas, agrietaba caminos y enviaba ondas de choque a través de los campos. Sin embargo, no atacaban a los eldianos; sus movimientos eran cuidadosos, deliberados, como si una voluntad superior los guiara para evitar a los habitantes de la isla. Sus ojos vacíos estaban fijos en un solo destino: Shiganshina, el corazón de la batalla donde Eren había desatado este cataclismo. Dentro de las murallas, los habitantes de Paradis reaccionaron con una mezcla de terror, asombro y confusión. En los distritos cercanos a la Muralla Rose, los civiles salieron de sus hogares, sus rostros pálidos mientras miraban cómo las estructuras que habían definido sus vidas se reducían a escombros. —¡Las murallas! —gritó un hombre desde una ventana, su voz quebrándose mientras señalaba a los titanes colosales que marchaban hacia el sur—. ¡Se están moviendo! ¿Qué está pasando? Una mujer abrazó a sus hijos en una calle adoquinada, lágrimas corriendo por su rostro mientras el suelo temblaba bajo sus pies. —¿Es el fin? —sollozó, mirando a los gigantes que pasaban a lo lejos, sus sombras cubriendo el pueblo como nubes de tormenta. Pero los titanes no los tocaron; sus pasos evitaron las casas, los campos, las vidas frágiles de los eldianos, y en lugar de destruir, siguieron su camino, dejando tras de sí un rastro de polvo y preguntas. En los cuarteles de la armada, los soldados que habían intentado contener a Eren estaban ahora en caos. —¡A las armas! —gritó un oficial, corriendo hacia un cañón mientras los titanes colosales avanzaban en la distancia. Pero otro lo detuvo, su rostro lleno de incredulidad—. ¡No atacan! ¡Miren, pasan de largo! ¿Qué demonios está haciendo Jaeger? Los cañones quedaron en silencio, los soldados mirando con ojos abiertos mientras los gigantes ignoraban sus posiciones, su marcha resonando como un tambor de guerra que nadie entendía. En Shiganshina, el epicentro del conflicto, la reacción fue aún más visceral. Los Jaegeristas, liderados por Floch, estaban en las calles, sus armas aún humeantes tras la batalla contra los guerreros de Marley. Cuando las murallas comenzaron a caer y los titanes colosales emergieron, un grito de triunfo salió de Floch. —¡Lo hizo! —rugió, levantando un puño mientras la tierra temblaba bajo las pisadas de los gigantes—. ¡Eren lo logró! ¡El Rugido está aquí! Sus seguidores lo vitorearon, sus voces mezclándose con el estruendo, pero había un filo de miedo en sus ojos; incluso ellos no podían comprender del todo lo que habían desatado. Los guerreros de Marley, aún luchando en la ciudad, se congelaron ante la visión. Reiner, en su forma de Titán Acorazado, levantó la vista desde un edificio destrozado, su blindaje agrietado mientras los colosales marchaban hacia ellos. —No... —murmuró, su voz resonando en su titán mientras el suelo temblaba. —¡Es el fin de Marley! —gritó un guerrero tirando su arma, su tono estuvo lleno de pánico. Gabi, con el rifle antitanque aún en las manos tras disparar a Eren, cayó de rodillas, sus ojos abiertos de terror mientras los gigantes se acercaban, su odio dando paso a la desesperación mientras a unos metros de ella estaba un inconsciente Falco. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ A kilómetros de distancia, en el orfanato cerca de la Muralla Rose, Historia Reiss observaba desde su silla mecedora. El sol se ponía tras las montañas, tiñendo el cielo de un rojo profundo que contrastaba con el polvo que se alzaba en el horizonte. Estaba en el porche de la casa principal, su embarazo en su último mes, su vientre redondeado bajo el vestido sencillo que llevaba. El granjero estaba adentro, atendiendo a los niños, pero ella había salido sola, atraída por el temblor que había comenzado minutos antes. Cuando las murallas cayeron y los titanes colosales comenzaron su marcha, el suelo bajo su silla vibró, el crujido de la madera resonando con cada pisada distante. Historia levantó la vista, su mirada perdida enfocándose por primera vez en días mientras veía las figuras imponentes avanzar hacia el sur, hacia Shiganshina. El polvo oscurecía el horizonte, pero no necesitaba verlo claramente para entender. Los fragmentos del futuro que Eren le había descrito cobraron vida ante sus ojos, y una certeza silenciosa se asentó en su corazón. —Eren... —susurró, su voz apenas audible sobre el temblor de la tierra. Una mano descansó en su vientre, sintiendo el leve movimiento del bebé, y por primera vez en semanas, una chispa de emoción atravesó su expresión vacía. No era alegría, no era miedo, sino una mezcla de alivio y tristeza—. Lo lograste. Sabía lo que significaba: el Rugido, el plan de Eren para destruir a sus enemigos, para protegerla a ella y a su hijo. No conocía los detalles, pero el temblor de la tierra y la marcha de los titanes eran prueba suficiente. Él había cumplido su promesa, aunque el costo fuera un mundo en llamas. Las lágrimas brillaron en sus ojos, pero no cayeron; las contuvo, su rostro volviéndose sereno mientras miraba el atardecer, el rojo del cielo reflejándose en sus pupilas. El granjero salió al porche, su rostro pálido mientras miraba el horizonte. —Su Majestad —dijo, su voz temblando—. ¿Qué es esto? Los niños están asustados, dicen que la tierra se está rompiendo. Historia no lo miró. Sus ojos seguían fijos en los titanes colosales, sus pasos resonando como un latido que conectaba su corazón con el de Eren. —Es él —respondió en un tono de voz suave pero firme—. Está peleando por nosotros. El granjero frunció el ceño, confundido, pero no insistió. Se quedó a su lado en silencio, mientras la tierra seguía temblando y los habitantes de Paradis gritaban, corrían o simplemente miraban, atrapados entre el miedo y la maravilla. Los titanes colosales avanzaban hacia Shiganshina, su marcha implacable pero precisa, evitando a los eldianos como si supieran quiénes eran sus verdaderos enemigos. Y en el orfanato, Historia se meció lentamente, su silla crujiendo en armonía con el Rugido, sabiendo que Eren, dondequiera que estuviera, había cambiado el mundo para siempre. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ El Rugido había comenzado, y Shiganshina era ahora el epicentro de un cataclismo que cambiaría el mundo para siempre. Los titanes colosales, liberados de las murallas por la voluntad de Ymir, marchaban con una precisión escalofriante, sus pasos resonando como un tambor de guerra mientras la tierra temblaba bajo su peso. En el corazón de la ciudad, donde el cuerpo decapitado de Eren había caído tras el disparo de Gabi, un destello ámbar iluminó las calles destrozadas. La sangre que Zeke había sostenido comenzó a brillar, y desde el suelo emergió una figura titánica como nunca antes se había visto en Paradis. Eren Jaeger se alzó en una forma nueva y aterradora: un titán gigantesco, mucho más grande que los colosales, con un cuerpo huesudo y alargado que parecía una pesadilla hecha carne. Su columna vertebral se extendía como un árbol retorcido, sus costillas sobresalían como lanzas, y su cabello largo, ahora una melena descomunal, caía en cascadas oscuras sobre sus hombros titánicos. Sus ojos verdes brillaban con una intensidad inhumana, y su presencia dominaba el campo de batalla, empequeñeciendo incluso a los colosales que lo rodeaban. Este era el verdadero poder del Fundador, desatado por la liberación de Ymir, y Eren lo comandaba con una voluntad de acero. Los Jaegeristas, liderados por Floch, retrocedieron ante la visión, sus gritos de triunfo convirtiéndose en susurros de asombro. —¡Es él! —exclamó Floch, cayendo de rodillas mientras el polvo se alzaba a su alrededor—. ¡Eren... el salvador de Paradis! Los guerreros marleyanos, incluido Reiner, se congelaron, temblando mientras el gigante de Eren se movía, su sombra cubriendo la ciudad como una sentencia de muerte. Con un rugido que hizo temblar el cielo, Eren dio un paso adelante, sus manos huesudas señalando hacia el sur, hacia el mar que bordeaba Paradis. Los titanes colosales, como un ejército obediente, giraron en unísono, siguiendo su dirección con una sincronía perfecta. La tierra se estremeció bajo sus pisadas, las calles de Shiganshina colapsando mientras los gigantes marchaban hacia la costa, sus figuras imponentes recortadas contra el horizonte. Pero no fue solo su movimiento lo que marcó este momento; fue la voz de Eren, resonando en las mentes de todos los eldianos, un eco telepático que atravesó la isla y más allá. En los caminos invisibles, Ymir había otorgado a Eren el poder absoluto del Fundador, y ahora, su voluntad se extendía a través de la sangre de su pueblo. En cada pueblo, en cada ciudad, en cada rincón de Paradis y del mundo entero, los eldianos se detuvieron, sus ojos abriéndose de par en par mientras la voz de Eren llenaba sus cabezas. Civiles en las calles, soldados en las barricadas, niños en los orfanatos. Todos escucharon, conectados por la voluntad de Ymir. —Mi pueblo —comenzó Eren, su voz profunda y resonante, cargada de una calma inquietante—. Soy Eren Jaeger, portador del Titán Fundador. Los he llamado a través de los caminos que nos unen, la sangre de Ymir que corre en nuestras venas. Durante demasiado tiempo, hemos sido esclavos, encerrados tras murallas, odiados por un mundo que nos teme. Pero eso termina hoy. En Shiganshina, Gabi dejó caer su rifle, sus manos temblando mientras la voz de Eren invadía su mente. Reiner, aún en su forma de Acorazado, cayó de rodillas, su respiración agitada mientras escuchaba. En los campos, los granjeros soltaron sus herramientas, mirando al cielo como si pudieran verlo. Y en el orfanato, Historia, sentada en su silla mecedora, cerró los ojos, una mano en su vientre mientras las palabras de Eren resonaban en su alma. —Las murallas han caído —continuó Eren, su titán gigantesco guiando a los colosales hacia el mar, el agua visible ahora en la distancia—. Los titanes colosales marchan bajo mi mando, pero no para destruirnos, sino para liberarnos. El mundo exterior será arrasado. Usaré el Rugido para cometer un genocidio, para borrar a nuestros enemigos de la tierra. Solo entonces, la gente de Ymir, los eldianos, conocerán la verdadera libertad. Un silencio sepulcral siguió a sus palabras, roto solo por el temblor de la tierra bajo los pasos de los colosales. En Paradis, las reacciones fueron un torbellino de emociones. Algunos eldianos gritaron de júbilo, levantando los puños al cielo, viendo en Eren a un mesías que los salvaría. —¡Libertad! —gritó un hombre en un pueblo, lágrimas corriendo por su rostro mientras abrazaba a su familia. Otros, sin embargo, se hundieron en el miedo, sus rostros pálidos mientras imaginaban la masacre que vendría. —Es un monstruo... —susurró una mujer, escondiendo a sus hijos mientras el eco de la voz de Eren se desvanecía. En Shiganshina, Floch se puso de pie, su fanatismo alcanzando un nuevo pico. —¡Escucharon eso! —rugió a los Jaegeristas —. ¡Eren nos está dando el mundo! ¡Por Paradis! Sus seguidores lo siguieron, vitoreando mientras los colosales pasaban a su lado, sus sombras cubriendo la ciudad. Historia, en el porche del orfanato, abrió los ojos lentamente, su mirada fija en el horizonte donde los titanes marchaban hacia el mar. El temblor de la tierra hacía crujir su silla mecedora, pero ella permaneció inmóvil, su rostro sereno pero cargado de una tristeza profunda. —Genocidio... —murmuró, sus dedos apretándose contra su vientre. Sabía que esto era lo que Eren había planeado, lo que los fragmentos del futuro le habían mostrado: un mundo libre para su hijo, pero a un costo inimaginable. Las lágrimas que había contenido antes finalmente cayeron, silenciosas, mientras susurraba: —Lo hiciste, Eren. Pero... ¿a qué precio? El granjero salió corriendo al porche, su rostro pálido mientras señalaba el horizonte. —¡Su Majestad, los titanes! ¡Se dirigen al mar! ¿Qué significa esto? —su voz temblaba, pero Historia no respondió de inmediato. Sus ojos seguían fijos en los colosales, en la figura gigantesca de Eren que los guiaba, una silueta oscura contra el sol poniente. —Significa que somos libres —dijo finalmente, su voz suave pero firme, aunque las lágrimas seguían cayendo—. Pero también que él lleva el peso por todos nosotros. En la costa, los titanes colosales llegaron al mar, el agua salpicando bajo sus pies mientras comenzaban a cruzar, sus cuerpos imponentes desapareciendo en la niebla del horizonte. Eren, en su forma titánica, se alzaba sobre ellos, su cabello largo ondeando como una bandera de guerra mientras su mente permanecía conectada con los eldianos. —Esto es por ustedes —transmitió una última vez, su voz resonando con una mezcla de resolución y dolor—. Por la gente de Ymir. Por nuestra libertad. El mundo tembló, los eldianos miraron en silencio, y el Rugido avanzó hacia el exterior, llevando consigo la promesa de Eren: un genocidio para la libertad, un futuro forjado en sangre. El desierto dorado de los caminos invisibles se había transformado en un eco silencioso del caos que ahora rugía en el mundo real. Los senderos luminosos en el cielo pulsaban débilmente, como si reflejaran el agotamiento de un poder desatado. Eren estaba de pie en la arena, su figura restaurada pero marcada por la tensión de lo que había hecho. Su cabello largo caía suelto sobre sus hombros, sus ojos verdes brillando con una mezcla de resolución y cansancio. Frente a él, Zeke estaba de rodillas, su cuerpo intacto en este reino etéreo pero su espíritu devastado. Sus manos temblaban mientras miraba al suelo, incapaz de enfrentar la realidad que Eren había forjado. El Rugido estaba en marcha. Los titanes colosales cruzaban el mar hacia el mundo exterior, y la voz de Eren había resonado en las mentes de todos los eldianos, declarando su intención de genocidio. En Shiganshina, la batalla había tomado un giro sombrío: Porco Galliard, el portador del Titán Mandíbula, había caído bajo el ataque combinado de los Jaegeristas y los colosales, sacrificándose en un último acto desesperado para transferir su poder a Falco Grice. Ahora, mientras el mundo temblaba, los caminos invisibles ofrecían un respiro momentáneo para los dos hermanos, un lugar donde el tiempo seguía detenido y las heridas del alma eran más profundas que las del cuerpo. Zeke levantó la vista lentamente, sus ojos rojos y vacíos mientras miraba a Eren. —Lo hiciste... —murmuró con voz ronca y quebrada—. Convenciste a Ymir, desataste el Rugido... pero no como yo quería. Esto no es liberación, Eren. Es aniquilación. ¿Cómo pudiste llegar tan lejos? ¿Por qué? Eren lo miró en silencio por un momento, su cabello largo ondeando ligeramente en la brisa inexistente del desierto. Luego dio un paso adelante, su tono firme pero cargado de una emoción contenida. —Por ella —dijo simplemente—. Por Historia. Y por nuestro hijo. Zeke frunció el ceño, sus manos apretándose contra la arena mientras procesaba las palabras. —Historia... —repitió, y entonces una chispa de comprensión cruzó su rostro—. Yelena me lo contó, ¿sabes? Antes de que todo esto comenzara. Me dijo que Historia estaba embarazada, que tú eras el padre, que habías planeado esto con ella desde el principio. Pensé que era una mentira, un rumor para manipularme, pero ahora lo veo claro. Todo esto... el Rugido, el genocidio... es por ustedes —luego miró fijamente a su hermano—. Dime algo, Eren. Tu querida Historia lo sabe. Eren asintió, su mirada endureciéndose mientras miraba a Zeke. —Ella lo sabía —confirmó—. No todo, no los detalles, pero le conté lo que vi en los fragmentos del futuro cuando la toqué. Le dije que haría lo que fuera para protegerla, para darle a nuestro hijo un mundo libre. Yelena solo confirmó lo que ella ya había aceptado. Pero no te atrevas a compararme con tus padres, Zeke. Zeke lo miró, confundido, su voz temblando mientras respondía. —Eres igual que Grisha, Eren. Él también usó el poder de los titanes por amor, por egoísmo. Mató a los Reiss, nos arrastró a esta guerra, todo por su visión de libertad. Y ahora tú... destruyendo el mundo por una mujer, por un hijo. ¿Dónde está la diferencia? Eren dio un paso más cerca, su cabello largo cayendo sobre su rostro mientras su voz se volvía cortante. —La diferencia es que yo no estoy ciego —gruñó—. Grisha actuó por un ideal, por una venganza que no entendía del todo. Siguió las órdenes del futuro que yo le di, sí, pero no vio el final. Y mi madre, Carla... ella murió por amor, pero no eligió este camino. Yo sí. Esto no es solo egoísmo, Zeke. Es amor, pero también es mi decisión. No estoy repitiendo sus errores; estoy tomando un camino diferente, uno que ellos nunca podrían haber imaginado. Zeke bajó la mirada, sus manos temblando mientras la arena se deslizaba entre sus dedos. —Un camino de sangre —susurró—. Millones morirán, Eren. Marley, las naciones del exterior... niños, familias, todos. ¿Y crees que eso es libertad? ¿Qué Historia estará orgullosa de esto? Eren se detuvo, sus ojos suavizándose por un instante mientras pensaba en ella. —No sé si estará orgullosa —admitió, su voz bajando a un murmullo—. Pero sé que estará viva. Que nuestro hijo estará vivo. Y eso es suficiente. Ymir me dio este poder porque ella también quería ser libre, Zeke. No lo entiendes porque nunca tuviste algo por lo que darlo todo. Zeke rió, un sonido amargo y roto que resonó en el desierto. —Tienes razón —dijo, levantando la vista con lágrimas brillando en sus ojos—. Nunca tuve eso. Pensé que salvar a los eldianos de la maldición era mi propósito, pero tú... tú tomaste mi plan y lo convertiste en algo monstruoso. Y ahora no puedo detenerte. Eren se giró, mirando hacia los caminos luminosos que brillaban en el cielo, su conexión con Ymir aún vibrando en su mente. —No puedes —confirmó con su tono frío pero definitivo—. El Rugido ya comenzó. Los colosales están cruzando el mar, y el mundo exterior caerá. Esto es por la gente de Ymir, por nuestra libertad. Tú querías terminar con nosotros; yo quiero que vivamos. Zeke se desplomó, sus hombros cayendo mientras el peso de su derrota lo aplastaba. —Entonces soy un fracaso —murmuró—. No pude salvar a nadie... ni siquiera a ti. Eren no respondió. Su cabello largo ondeó mientras miraba al horizonte del desierto, su mente volviendo al mundo real, donde su forma titánica guiaba a los colosales hacia la costa enemiga. La conexión telepática con los eldianos seguía abierta, sus palabras resonando aún en sus almas, pero aquí, en los caminos, solo quedaba el silencio entre dos hermanos rotos por caminos opuestos. Historia lo sabía todo, gracias a Yelena, y aunque el amor y el egoísmo lo habían llevado hasta aquí, Eren sabía que no había vuelta atrás. El desierto dorado tembló ligeramente, un eco del Rugido que avanzaba, y Eren cerró los ojos, preparándose para el próximo paso de su genocidio, mientras Zeke permanecía de rodillas, un hombre derrotado por el amor y la voluntad de su hermano menor. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Habían pasado días desde que el Rugido se desató, un período de devastación que había transformado el mundo más allá de las costas de Paradis. Los titanes colosales, guiados por la voluntad de Eren en su forma titánica gigantesca, habían cruzado el mar y comenzado su marcha implacable a través de Marley y las naciones del exterior. Ciudades enteras caían bajo sus pisadas, el suelo se teñía de rojo, y el cielo se llenaba de humo mientras el genocidio prometido por Eren avanzaba sin freno. En Paradis, los eldianos vivían en una mezcla de alivio y horror, libres de las murallas pero atrapados en la sombra de lo que su salvador había desatado. En este caos, Armin Arlert, el portador del Titán Colosal, había buscado desesperadamente una forma de detener a Eren, de entenderlo, de alcanzarlo. Sus intentos en el mundo real (enfrentamientos con los Jaegeristas, estrategias fallidas contra los colosales) habían sido inútiles, pero un destello de esperanza surgió cuando, en un momento de introspección tras una transformación, sintió un tirón en su mente. Los caminos invisibles, el reino del Fundador, lo llamaron, y con la fuerza de su voluntad y el poder de su titán, logró entrar, su conciencia proyectándose al desierto dorado que había visto en visiones fragmentadas. El paisaje era diferente ahora. La arena seguía brillando bajo un cielo atravesado por senderos luminosos, pero había una quietud melancólica en el aire, como si el poder desatado hubiera dejado un vacío. Armin apareció en el borde del desierto, su figura intacta pero etérea, vestido con el uniforme de la Legión de Reconocimiento, sus ojos azules abiertos de par en par mientras exploraba el entorno. Fue entonces cuando lo vio: Zeke, sentado en la arena, sus manos moviéndose con una lentitud casi infantil mientras construía castillos de arena. Zeke estaba cambiado. Su cabello rubio estaba desordenado, y sus ojos, antes llenos de determinación, ahora estaban vacíos, fijos en las pequeñas estructuras que moldeaba con dedos temblorosos. Los castillos eran frágiles, imperfectos, y se derrumbaban con cada intento, pero él seguía construyendo, como si fuera lo único que le quedara. —¿Zeke? —llamó Armin, su voz resonando en el silencio mientras se acercaba con cautela—. Estás aquí... ¿Qué pasó? ¿Dónde está Eren? Zeke no levantó la vista de inmediato. Sus manos se detuvieron, la arena cayendo entre sus dedos mientras un suspiro escapaba de sus labios. —Armin Arlert —murmuró, su tono apagado pero cargado de una tristeza profunda—. El Colosal... Supongo que no debería sorprenderme que hayas encontrado este lugar. Eren está allá —señaló vagamente hacia el centro del desierto—. Esperándote. Siempre supo que vendrías. Armin frunció el ceño, mirando en la dirección que Zeke indicaba. A lo lejos, en el corazón de los caminos, se alzaba un árbol gigantesco, su tronco retorcido y sus ramas extendiéndose hacia el cielo, entrelazándose con los senderos luminosos. Era una representación del linaje eldiano, cada rama un eco de la sangre de Ymir que conectaba a su pueblo. Y allí, bajo el árbol, estaba Eren, su figura inmóvil pero imponente, su cabello largo cayendo suelto sobre sus hombros mientras miraba hacia el horizonte. —¿Qué estás haciendo? —preguntó Armin, volviendo su atención a Zeke—. Construyes castillos de arena... ¿Por qué? ¿Qué pasó entre tú y Eren? Zeke rió, un sonido seco y amargo que apenas alcanzó sus ojos. —Estoy jugando —respondió, levantando una mano para dejar caer más arena—. Como solía hacer con el señor Ksaver, antes de que todo se convirtiera en esto. Perdí, Armin. Eren convenció a Ymir, desató el Rugido, y yo... no pude detenerlo. Mi plan, mi sueño de salvar a los eldianos, se derrumbó como estos castillos. Así que aquí estoy, esperando el fin. Armin dio un paso más cerca, su expresión suavizándose con una mezcla de compasión y urgencia. —No tienes que rendirte —dijo—. Eren está destruyendo el mundo, pero aún hay tiempo. Podemos detenerlo juntos. Dime qué pasó, Zeke. ¿Qué lo llevó a esto? Zeke levantó la vista por fin, sus ojos encontrándose con los de Armin mientras una sombra de dolor cruzaba su rostro. —Historia —dijo simplemente—. Su hijo. Eso fue lo que lo empujó. Él y yo... compartimos el mismo padre, Grisha, pero nuestras madres fueron diferentes. La mía, Dina, era sangre real, y me dio una misión. La de Eren, Carla, le dio amor, y eso lo llevó por un camino que yo nunca entendí. Pensé que era como Grisha, pero él me dijo que no, que su amor y su egoísmo eran suyos, no heredados. Y ahora... el mundo paga por ello. Armin asintió lentamente, su mente acelerándose mientras conectaba las piezas. —Entonces está luchando por ellos —murmuró—. Por Historia y su hijo. Pero esto... esto es demasiado. No puedo dejar que siga. Zeke sonrió débilmente, volviendo a su castillo de arena. —Buena suerte, Armin —dijo—. Lo encontrarás bajo el árbol. Pero ten cuidado. Él no es el Eren que conocías. Es algo más ahora... algo que ni yo pude detener. Armin miró a Zeke por un momento más, luego giró hacia el árbol en el centro del desierto. Sus pasos eran firmes, la arena crujiendo bajo sus botas mientras se acercaba a Eren. El árbol se alzaba como un monumento al linaje eldiano, sus ramas brillando con la luz de los caminos, y bajo él, Eren esperaba, su cabello largo ondeando en una brisa invisible. Su rostro estaba sereno, pero sus ojos verdes estaban llenos de una determinación que Armin reconoció y temió al mismo tiempo. —Eren —llamó Armin, deteniéndose a unos metros del árbol—. Te encontré. Tenemos que hablar. Eren giró la cabeza lentamente, su cabello largo cayendo sobre su rostro mientras lo miraba. —Armin —respondió, su voz profunda y resonante, un eco del poder del Fundador que ahora lo definía—. Sabía que vendrías. Pero no hay nada que decir. El Rugido está en marcha. El mundo exterior caerá, y Paradis será libre. Armin dio un paso adelante, sus manos apretándose en puños mientras lo enfrentaba. —No tiene que ser así —dijo en un tono firme pero suplicante—. Podemos encontrar otra manera. No tienes que destruir todo... no por nosotros, no por Historia. Eren sonrió, una sonrisa pequeña y triste que no alcanzó sus ojos. —Ya está hecho —respondió—. Ymir me dio este poder, y lo usaré hasta el final. Siéntate, Armin. Hablemos... pero no cambiaré mi camino. El desierto tembló ligeramente, un eco de los colosales que seguían marchando en el mundo real, y Armin supo que este encuentro bajo el árbol decidiría el destino de lo que quedaba. Zeke, a lo lejos, continuó construyendo sus castillos de arena, un hombre roto por el hermano que nunca entendió, mientras Eren y Armin se preparaban para un enfrentamiento que trascendía el tiempo y el espacio. El desierto dorado de los caminos invisibles estaba en calma, pero bajo el árbol retorcido que representaba el linaje eldiano, una tormenta emocional se desataba. Eren y Armin estaban de pie frente a frente, la arena crujiendo bajo sus botas mientras el aire vibraba con la tensión entre ellos. El cabello largo de Eren caía suelto sobre sus hombros, sus ojos verdes brillando con una mezcla de determinación y dolor, mientras Armin, con su uniforme de la Legión de Reconocimiento, lo miraba con una furia contenida que apenas podía ocultar. Los senderos luminosos en el cielo parecían pulsar al ritmo de sus palabras, un testigo silencioso de un enfrentamiento que podía cambiarlo todo. Armin fue el primero en hablar, su voz temblando de rabia mientras daba un paso hacia Eren. —Esto es egoísmo, Eren —dijo, sus manos apretándose en puños a sus lados—. Dices que es por la libertad de Paradis, por la gente de Ymir, pero todo esto es por ti, por lo que quieres. ¿Cuántos millones tienen que morir para que te sientas satisfecho? ¿Crees que esto es lo que queríamos, lo que luchamos por conseguir? Eren lo miró en silencio, su rostro sereno pero impenetrable, como si las palabras de Armin fueran un eco lejano que no podía tocarlo. —No espero que lo entiendas, Armin —respondió finalmente, su tono bajo pero firme—. Hice lo que tenía que hacer. El mundo nos habría aplastado. Esto es la única manera. Armin dio otro paso, sus ojos azules brillando con lágrimas que se negaba a dejar caer. —¡No es la única manera! —gritó, su voz resonando en el desierto—. Podríamos haber negociado, buscado aliados, usado el poder del Fundador de otra forma. Pero tú elegiste el camino más fácil, el más cruel. Y no me digas que es por todos nosotros, porque sé que es por ella. Por Historia. Dime, Eren... ¿Mikasa sabe lo de tu relación con ella? El nombre de Mikasa golpeó a Eren como un puñetazo, y por un instante, su fachada de calma se quebró. Sus ojos se entrecerraron, su mandíbula apretándose mientras un torrente de recuerdos lo inundaba. —Mikasa... —murmuró, su voz apenas audible mientras miraba al suelo, su cabello largo cayendo como una cortina sobre su rostro—. No, ella no lo sabe. Nadie lo sabe, excepto Yelena... y ahora tú y Zeke. No se lo dije porque no podía enfrentarla. Armin lo miró fijamente, su furia mezclándose con una tristeza profunda. —¿No podías enfrentarla? —repitió, su tono cortante—. Ella te amaba, Eren. Te ha seguido desde que éramos niños, te ha protegido, ha dado todo por ti. ¿Y qué le diste a cambio? ¿Mentiras? ¿La dejaste pensando que eras su familia solo para abandonarla en Marley? ¿Recuerdas lo que le dijiste antes de ir a ver a Zeke? Eren levantó la vista, sus ojos encontrándose con los de Armin mientras los recuerdos lo arrastraban de vuelta a ese momento. “Flashback” Estando en aquella habitación con Mikasa y Armin, sus rostros llenos de preocupación mientras intentaban entender por qué se había distanciado. Fue entonces cuando las palabras habían salido de su boca, duras y frías, diseñadas para cortar cualquier lazo que quedara. —Te odio, Mikasa —había dicho, su voz plana pero afilada como una hoja mientras ella lo miraba con incredulidad—. Siempre lo he hecho. Eres una esclava, una Ackerman sin voluntad propia. Tu lealtad no es amor, es una maldición. No tienes elección, solo sigues órdenes, como un perro. Nunca fuiste libre, y nunca lo serás. Mikasa había retrocedido como si la hubiera golpeado, sus ojos llenándose de lágrimas mientras sus manos temblaban. —Eren... —había susurrado, su voz quebrándose—. Somos familia. Siempre lo hemos sido. ¿Por qué dices esto? Él no había respondido, solo la había mirado con desprecio fingido antes de girarse y salir, dejando a Armin gritando tras él y a Mikasa en silencio, rota por palabras que no entendía. Fue una mentira, una fachada cruel para alejarla, para protegerla del camino que sabía que tomaría. Pero ahora, frente a Armin en los caminos, la verdad salió a la luz. “Fin del Flashback” —Fue una mentira —admitió Eren, su voz temblando ligeramente mientras miraba a Armin—. Le dije que la odiaba, que su lealtad era una maldición de los Ackerman, que no tenía voluntad propia. Lo hice porque sabía lo que venía, Armin. No podía dejarla cerca, no podía dejar que me siguiera a esto. Cuando dijo que éramos familia... casi me quebré. Pero tuve que irme, tuve que abandonarlos en Marley. No era verdad, pero tenía que hacerla creer que sí. Armin lo miró, sus ojos abiertos de par en par mientras procesaba la confesión. —¿La heriste a propósito? —preguntó, su voz bajando a un susurro incrédulo—. ¿Le rompiste el corazón para que no te siguiera? ¿Y qué hay de Historia, Eren? ¿Ella sabe que dejaste a Mikasa destrozada por esto? ¿Qué la mujer que te ama más que nadie está sufriendo mientras tú luchas por otra? Eren apretó los dientes, sus manos temblando mientras el peso de sus decisiones lo aplastaba. —Historia no lo sabe —dijo, su tono endureciéndose—. Y no importa. Mikasa es fuerte, siempre lo ha sido. Sobrevivirá, encontrará su propio camino. Pero yo... yo tenía que proteger a Historia, a nuestro hijo. Esto no es sobre amor o egoísmo como lo ves tú, Armin. Es sobre lo que debía hacerse. Armin dio un paso más, ahora a solo un metro de Eren, sus ojos brillando con una mezcla de furia y desesperación. —¡No tenías que hacer esto! —gritó—. ¡No tenías que mentirnos, no tenías que destruir el mundo! Mikasa no es una esclava, Eren. Ella te eligió, no por una maldición, sino porque te amaba. Y yo... yo creí en ti. Pero ahora miro lo que has hecho, y no sé quién eres. Eren lo miró, su cabello largo ondeando ligeramente mientras el silencio caía entre ellos. —Soy quien siempre fui —respondió finalmente, su voz baja pero firme—. Alguien que hará lo que sea por los que amo, por Paradis. No espero que lo aceptes, Armin. Pero no puedo detenerme ahora. El Rugido seguirá, y el mundo exterior caerá. Armin negó con la cabeza, las lágrimas finalmente escapando mientras lo miraba. —Entonces te detendré —dijo, su tono temblando pero decidido—. Por Mikasa, por todos los que aún creen en algo mejor. No dejaré que termines así, Eren. El árbol del linaje eldiano tembló ligeramente, los senderos luminosos brillando con una intensidad renovada mientras los dos amigos se enfrentaban, su vínculo roto por caminos opuestos. A lo lejos, Zeke seguía construyendo sus castillos de arena, un eco silencioso de su derrota, mientras Eren y Armin se preparaban para una batalla que trascendía el desierto dorado y llegaba al corazón de lo que habían sido. El desierto dorado de los caminos invisibles estaba cargado de una tensión que parecía hacer temblar la arena bajo el árbol del linaje eldiano. Eren y Armin seguían de pie frente a frente, sus figuras recortadas contra los senderos luminosos que pulsaban en el cielo. El cabello largo de Eren caía suelto sobre sus hombros, sus ojos verdes reflejando una mezcla de resignación y determinación mientras miraba a Armin, cuyas lágrimas brillaban en sus mejillas, su rostro endurecido por una decisión que no podía retractar. El silencio entre ellos era pesado, roto solo por el eco distante de los castillos de arena de Zeke derrumbándose a lo lejos. Armin había hablado, su voz temblando de furia y tristeza mientras prometía detener a Eren, y ahora era el turno de Eren de responder. Dio un paso atrás, su postura relajándose ligeramente mientras exhalaba un suspiro que parecía llevar el peso de todo lo que había hecho. —Está bien, Armin —dijo finalmente, su tono suave pero firme, un contraste con la tormenta que rugía en su interior—. Respeto tu decisión. La tuya y la de los demás. Sé que Mikasa, Levi, Hange... todos ustedes intentarán detenerme. Siempre supe que lo harían, porque eso es lo que son: personas que luchan por lo que creen, incluso contra mí. Armin lo miró, sorprendido por la calma en las palabras de Eren, pero su expresión se endureció de nuevo mientras apretaba los puños. —¿Entonces por qué seguimos aquí? —preguntó con voz cortante—. ¿Por qué me trajiste a este lugar si aceptas que vamos a luchar contra ti? ¿Qué esperas ganar? Eren levantó la vista, sus ojos encontrándose con los de Armin mientras una sombra de tristeza cruzaba su rostro. —No te traje aquí para pelear contigo —respondió—. Quería hablar contigo, Armin. Porque tú, Mikasa, todos ustedes... son demasiado importantes para mí. Siempre lo han sido. Mi plan, el Rugido, el genocidio... todo esto comenzó por Historia, por mi hijo, por Paradis, pero nunca quise que terminara con ustedes en mi contra. Vine aquí para pedirte que te detuvieras, que no te interpusieras en mi camino. Armin frunció el ceño, su respiración agitada mientras procesaba las palabras. —¿Pedirme que me detenga? —repitió, su tono subiendo con incredulidad—. ¿Después de todo lo que has hecho? Los titanes colosales están destruyendo el mundo, Eren. Millones están muertos, y los que quedan nos odian más que nunca. Nos llaman demonios de Paradis, y tú les diste la razón. ¿Y ahora me pides que me rinda, que deje que sigas? Eren asintió lentamente, su cabello largo ondeando mientras el viento invisible del desierto lo rozaba. —Sí —dijo, su voz firme pero cargada de un dolor que no podía ocultar—. He llegado demasiado lejos, Armin. El daño está hecho. Las ciudades de Marley están en ruinas, las naciones del exterior están cayendo, y lo que queda de la población solo ve en nosotros a los monstruos que siempre temieron. Si intentan detenerme ahora, solo encontrarán la muerte. No hay vuelta atrás para mí, pero ustedes... ustedes aún pueden vivir. Armin dio un paso adelante, sus ojos brillando con una mezcla de furia y desesperación. —¡No podemos vivir con esto! —gritó—. No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras destruyes todo lo que alguna vez significó algo. ¿Crees que Mikasa va a rendirse después de lo que le dijiste? ¿Qué Levi y Hange van a dejar que mates a millones más? Somos tu familia, Eren, y tú nos traicionaste. No voy a detenerme, no importa lo que digas. Eren cerró los ojos por un momento, su rostro tensándose mientras las palabras de Armin lo golpeaban. Recordó a Mikasa, su voz quebrada diciendo “somos familia”; a Levi, su mirada fría pero protectora; a Hange, su curiosidad incansable incluso en los peores momentos. Eran su familia, más que Grisha, más que Zeke, y sin embargo, los había alejado, los había herido, todo por un futuro que creía necesario. —Lo sé —dijo finalmente, abriendo los ojos para mirar a Armin—. Sé que no se rendirán. Y por eso quería hablar contigo aquí, en los caminos, donde el tiempo no importa. Quería decirte que los respeto, que siempre los he respetado. Pero también quería advertirte: si se interponen en mi camino, morirán. No porque quiera matarlos, sino porque no puedo detenerme ahora. El Rugido seguirá hasta que el mundo exterior esté acabado, hasta que Paradis sea libre. Y si ustedes intentan luchar contra mí, no habrá nada que pueda hacer para salvarlos. Armin lo miró fijamente, las lágrimas corriendo por su rostro mientras su voz bajaba a un susurro. —¿Entonces esto es lo que somos ahora? ¿Enemigos? ¿Después de todo lo que pasamos juntos? Eren dio un paso hacia él, su cabello largo cayendo sobre su rostro mientras lo miraba con una intensidad que mezclaba amor y fatalidad. —No —respondió—. Nunca serán mis enemigos. Son mi familia, Armin. Por eso quería que te detuvieras, que vivieras. Pero si eligen pelear, lo aceptaré. Solo quiero que sepas que no hay victoria en esto para ustedes. El mundo ya me odia, y lo que queda me odiará más. He ido demasiado lejos para que termine ahora. El silencio cayó entre ellos, pesado y doloroso, mientras el árbol del linaje eldiano temblaba ligeramente, sus ramas brillando con la luz de los caminos. Armin negó con la cabeza, su resolución endureciéndose a pesar de las lágrimas. —No voy a rendirme, Eren —dijo, su voz temblando pero decidida—. No puedo. Por Mikasa, por todos los que aún creen en algo mejor. Te detendré, incluso si me cuesta todo. Eren sonrió, una sonrisa pequeña y triste que apenas alcanzó sus ojos. —Entonces hazlo —dijo—. Lucha con todo lo que tienes. Pero recuerda esto, Armin: ustedes son lo que más valoro, incluso ahora. Si mueren, será por su elección, no por la mía. El aire en los caminos invisibles se volvió pesado, el desierto dorado vibrando con una energía contenida mientras Eren y Armin terminaban su conversación bajo el árbol del linaje eldiano. El cabello largo de Eren ondeaba ligeramente, sus ojos verdes fijos en Armin con una mezcla de tristeza y resolución. Armin, con lágrimas secándose en sus mejillas, había hecho su elección: detener a Eren, sin importar el costo. Pero antes de que pudiera dar un paso más, Eren inclinó la cabeza ligeramente, como si aceptara un final inevitable. —Adiós, Armin —dijo, su voz baja pero resonante, un eco del poder del Fundador que aún lo envolvía. Sin otra palabra, su figura comenzó a desvanecerse, disolviéndose en partículas de luz que se mezclaron con la arena y los senderos luminosos del cielo. En un instante, desapareció, dejando a Armin solo bajo el árbol, el silencio cayendo como un manto sobre el desierto. —¡Eren! —gritó Armin, su voz quebrándose mientras extendía una mano hacia el espacio vacío donde había estado su amigo—. ¡No te vayas! ¡Sácame de aquí! ¡Tenemos que terminar esto! Pero no hubo respuesta, solo el eco de su propia voz reverberando en el vacío. El árbol tembló ligeramente, sus ramas brillando, pero Eren se había ido, regresando al mundo real para continuar su genocidio. Armin giró sobre sus talones, su respiración agitada mientras miraba a su alrededor, buscando una salida. Fue entonces cuando sus ojos se posaron en Zeke, aún sentado a lo lejos, sus manos hundidas en la arena mientras construía castillos que se derrumbaban con cada movimiento. La figura derrotada de Zeke era lo único que quedaba en este reino etéreo, y Armin supo que él era su última esperanza. Corrió hacia él, la arena crujiendo bajo sus botas, y se detuvo frente al hermano de Eren, jadeando mientras lo miraba. —Zeke —dijo con voz firme a pesar del cansancio—. Necesito tu ayuda. Tenemos que detener a Eren. No puede seguir así, no después de todo lo que ha hecho. Zeke levantó la vista lentamente, mientras una risa amarga escapaba de sus labios. —¿Detenerlo? —repitió, su tono lleno de desprecio y resignación—. ¿No viste lo que pasó aquí? Convenció a Ymir, desató el Rugido. Yo perdí, Armin. No hay nada que pueda hacer contra él. Armin se arrodilló frente a él, sus ojos azules brillando con una determinación feroz. —No se trata de ganar o perder —dijo con su voz cortante—. Se trata de lo que queda. Eren dijo que nos respeta, que somos importantes para él, pero está dispuesto a dejarnos morir si nos interponemos. No voy a rendirme, y tú no deberías tampoco. Tienes la sangre real, Zeke. Todavía puedes llegar a Ymir, puedes cambiar esto. Ayúdame. Zeke lo miró, sus manos deteniéndose en la arena mientras las palabras de Armin se hundían en él. Por un momento, el silencio fue absoluto, roto solo por el leve crujido de los castillos derrumbándose. Luego, sus hombros se hundieron, y una sombra de dolor cruzó su rostro. —Siempre quise salvar a los eldianos —murmuró—. Pensé que mi plan era la respuesta... pero Eren lo torció todo. Si lo que dices es verdad, si aún hay una posibilidad de detenerlo, entonces tal vez pueda redimir algo de lo que fui. Armin asintió, extendiendo una mano hacia él. —No estás solo en esto —dijo—. Mikasa, Levi, los demás... todos estamos luchando. Pero necesitamos tu poder, tu conexión con Ymir. Sácanos de aquí, Zeke. Juntos, podemos enfrentarlo. Zeke miró la mano de Armin, luego alzó la vista hacia el cielo, donde los senderos luminosos brillaban con una intensidad tenue. Con un suspiro, tomó la mano de Armin, y el desierto tembló. —Está bien —dijo con su voz temblando pero muy decidido—. Por Ksaver... por mí... y por lo que queda de este mundo roto. Cerró los ojos, y una luz cegadora los envolvió, arrancándolos de los caminos invisibles y devolviéndolos al caos del mundo real. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ En el mundo real, la lucha de Armin y sus compañeros para detener a Eren había alcanzado un punto crítico. Los titanes colosales seguían su marcha implacable, cruzando océanos y arrasando continentes, su calor sofocante dejando un rastro de cenizas y muerte. Paradis estaba en un estado de guerra interna, con los Jaegeristas defendiendo el plan de Eren y la Legión de Reconocimiento, liderada por Armin, Mikasa, Levi y Hange, luchando por detenerlo. Hange Zoë había encabezado un ataque desesperado contra un grupo de colosales que se acercaba a la costa donde estaba el avión para seguir a Eren, intentando ganar tiempo para que Armin ideara un plan. Con un equipo reducido y el equipo tridimensional, Hange se lanzó contra los gigantes, sus cables zumbando mientras esquivaba sus manos colosales. —¡Si podemos frenarlos aquí, Armin tendrá una oportunidad! —gritó a sus soldados, su voz llena de una energía frenética mientras cortaba los tendones de un coloso con sus espadas. Pero los titanes colosales no eran como los enemigos que habían enfrentado antes. El calor que desprendían era insoportable, un vapor ardiente que brotaba de sus cuerpos y quemaba todo a su paso. Hange maniobró con habilidad, pero el aire se volvió una sauna mortal. —¡Maldición, son como hornos! —jadeó, su piel enrojeciéndose mientras el sudor le cegaba los ojos. Intentó retirarse, ordenando a sus soldados que retrocedieran, pero un coloso giró, su mano gigantesca barriendo el aire. El impacto no la alcanzó directamente, pero el vapor abrasador la envolvió. Hange gritó, su cuerpo cayendo al suelo mientras las llamas invisibles consumían su uniforme y su carne. —¡Armin... detenlo! —fueron sus últimas palabras, un susurro roto mientras el calor la reclamaba, dejando su cuerpo calcinado entre los escombros de la costa. Los soldados que sobrevivieron huyeron, llorando por su comandante, mientras los colosales seguían avanzando, imparables. Armin, que había estado coordinando desde una base cercana, sintió la pérdida de Hange como un golpe al corazón. Cuando despertó en el mundo real tras su encuentro con Zeke, estaba dentro del avión para dirigirse al campo de batalla, el olor a cenizas llenando el aire. Zeke apareció a su lado, su rostro pálido mientras miraba el horizonte donde los colosales marchaban. —Hange... —murmuró Armin, sus manos temblando mientras las lágrimas caían—. Ella dio todo... y ahora depende de nosotros. Zeke asintió, sus ojos fijos en los gigantes. —Eren no se detendrá —dijo en voz baja pero firme—. Pero tú tenías razón. Todavía puedo llegar a Ymir. Si podemos convencerla de nuevo, tal vez podamos deshacer esto. Armin se puso de pie, limpiándose las lágrimas mientras miraba a Zeke. —Entonces hagámoslo —dijo con su voz endureciéndose—. Por Hange, por todos los que hemos perdido. Vamos a detenerlo. El cielo se oscureció con el humo de un mundo en llamas, y Armin y Zeke, unidos por una causa desesperada, comenzaron a planear su próximo movimiento contra el hermano que había ido demasiado lejos. El mundo estaba al borde del colapso. Los titanes colosales, bajo el mando de Eren, habían arrasado gran parte del continente exterior, dejando tras de sí un paisaje de ruinas y cenizas. Su forma titánica gigantesca, con su columna retorcida y su cabello largo ondeando como una bandera de guerra, avanzaba implacable a través del mar, su sombra proyectándose sobre las costas devastadas de Marley. El Rugido estaba en su apogeo, y el genocidio que había prometido parecía inevitable. Pero en Paradis, una resistencia desesperada se alzaba, liderada por Armin y Zeke, decididos a detenerlo antes de que no quedara nada por salvar. Desde que Armin convenció a Zeke en los caminos invisibles, y ahora, con la ayuda de los sobrevivientes de la Legión de Reconocimiento y los guerreros de Marley, habían ideado un plan arriesgado. Falco Grice, quien había heredado el Titán Mandíbula tras la muerte de Porco, había sido clave. Durante los eventos en Paradis, había consumido sin saberlo una muestra del fluido espinal de Zeke mezclado en el vino, un remanente del plan original de los Jaegeristas. Cuando se transformó por primera vez, su titán emergió no solo con las mandíbulas feroces de Porco, sino con una forma única: un pájaro gigante, con alas emplumadas y un pico afilado, un eco del poder de Zeke amplificado por su voluntad de proteger a Gabi y los demás. El cielo sobre el mar rugía con el viento mientras Falco, en su forma de titán pájaro, volaba hacia el titán de Eren. Sus alas cortaban las nubes, su cuerpo ágil y veloz a pesar de su tamaño. En su espalda, aferrados a cuerdas improvisadas y al equipo tridimensional, iban Armin, Mikasa, Levi, Zeke, Gabi, Reiner, Annie, Pieck, Jean y Connie, todos con rostros sombríos pero decididos. Armin, con el cabello revuelto por el viento, miraba al horizonte donde la figura de Eren se alzaba, una silueta monstruosa contra el sol poniente. —Ahí está —murmuró, su voz apenas audible sobre el rugido del vuelo—. Tenemos que alcanzarlo antes de que llegue a la próxima costa. Zeke, sentado junto a Armin, miraba el titán de su hermano. —Está usando todo el poder del Fundador —dijo, su tono cargado de una mezcla de asombro y culpa—. Si no lo detenemos ahora, no quedará nada. Mikasa, con su bufanda roja ondeando al viento, no dijo nada. Sus ojos estaban fijos en Eren, su expresión una mezcla de dolor y resolución. Desde la muerte de Hange, quemada por el calor de los colosales, había hablado poco, pero su determinación era inquebrantable. Levi, a su lado, sostenía sus espadas con una mano mientras la otra, herida, colgaba inmóvil. —Si muero hoy —gruñó—. Me llevaré a ese bastardo conmigo. Antes de que pudieran acercarse más, el titán de Eren giró su cabeza huesuda, sus ojos verdes brillando con una furia inhumana. Un rugido salió de su garganta, un sonido que hizo temblar el cielo, y de repente, el aire se llenó de destellos ámbar. Desde su cuerpo gigantesco, figuras emergieron como espectros: los antiguos poseedores de los titanes, convocados por el poder del Fundador. El Titán Bestia de Ksaver, el Martillo de Guerra de Lara Tybur, el Mandíbula de Marcel, el Colosal de Bertholdt, y docenas más, todos transformados en formas titánicas, salieron disparados hacia Falco y los demás, sus rugidos resonando como una sentencia de muerte. —¡Nos vio venir! —gritó Connie, aferrándose a las cuerdas mientras Falco giraba para esquivar al Titán Bestia, que lanzó una roca del tamaño de una casa. Las alas del pájaro batieron con fuerza, pero los titanes antiguos eran implacables, atacando desde todas direcciones. Mikasa se lanzó al aire con su equipo tridimensional, cortando el cuello del Titán Mandíbula con una precisión letal, mientras Levi saltaba hacia el Martillo de Guerra, sus espadas destellando a pesar de sus heridas. Armin, aún en la espalda de Falco, gritó a Zeke sobre el caos. —¡Tenemos que llegar a Eren! ¡Usa tu sangre real, haz que Ymir nos escuche! —Zeke asintió, mordiéndose la mano para invocar su poder, pero los titanes antiguos eran demasiados, una horda diseñada para proteger el Rugido a toda costa. Falco chilló, un sonido agudo de pájaro, mientras esquivaba un golpe del Colosal y volaba más alto, acercándose al titán de Eren. Pero los antiguos poseedores no cedían, y la batalla en el cielo se volvió un torbellino de sangre, vapor y acero. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Mientras tanto, en Paradis, el orfanato cerca de la antigua Muralla Rose estaba envuelto en una calma inquietante. Los titanes colosales habían partido, dejando tras de sí un paisaje de escombros y silencio. Historia Reiss, sentada en su silla mecedora en el porche, miraba el horizonte donde el sol se hundía en un cielo teñido de rojo. Su embarazo había alcanzado su fin, su vientre tenso bajo el vestido sencillo que llevaba, y en las últimas horas, había sentido los primeros signos del parto: un dolor sordo que crecía con cada respiración. El granjero salió corriendo al porche, su rostro pálido mientras llevaba una manta y un balde de agua. —¡Su Majestad! —exclamó, arrodillándose a su lado—. ¡Está temblando! ¿Es hora? Los niños están asustados, dicen que el suelo sigue moviéndose. Historia levantó una mano para calmarlo, aunque su propia respiración era irregular. —Sí —dijo, su voz suave pero firme mientras una contracción la atravesaba, haciéndola apretar los dientes—. Es hora. Llama a la partera... el bebé está viniendo. El granjero asintió, corriendo de vuelta a la casa, pero Historia apenas lo notó. Sus ojos se alzaron al cielo, donde una sensación extraña la recorrió, un eco del poder del Fundador que aún la conectaba a Eren. Sabía que él estaba allá afuera, luchando, destruyendo, y que sus amigos estaban arriesgándolo todo para detenerlo. Las lágrimas brillaron en sus ojos mientras otra contracción la golpeaba, más fuerte esta vez, y susurró al aire: —Eren... nuestro hijo... El suelo tembló ligeramente, un eco lejano de los colosales, e Historia cerró los ojos, su cuerpo preparándose para el nacimiento mientras su mente se aferraba a la esperanza de que, de alguna manera, el sacrificio de Eren no fuera en vano. El dolor crecía, pero también lo hacía su resolución, sabiendo que este niño sería el legado de un mundo roto y rehecho por la voluntad de su padre. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ El cielo sobre el mar era un caos de vapor, sangre y rugidos, un campo de batalla suspendido entre el océano y las nubes. El titán gigantesco de Eren dominaba el horizonte, su cuerpo huesudo y retorcido avanzando implacable hacia la próxima costa, su cabello largo ondeando como una bandera oscura. Los titanes colosales lo flanqueaban, pero ahora, desde su estructura ósea, una horda de titanes antiguos se alzaba como una barrera mortal, atacando a los intrusos que osaban desafiarlo. Falco, en su forma de titán pájaro, volaba entre los enemigos, sus alas batiendo con furia mientras llevaba a Armin, Mikasa, Jean, Levi, Zeke, Gabi y Connie hacia la cabeza de Eren, el núcleo de su poder. Reiner, Annie y Pieck, transformados en el Titán Acorazado, el Titán Hembra y el Titán Carreta respectivamente, se habían unido a la lucha desde el suelo, saltando y trepando por las piernas del titán de Eren para abrir un camino. Sus rugidos resonaban mientras enfrentaban a los titanes antiguos, un ejército de sombras del pasado que los superaba en número y ferocidad. El objetivo era claro: llegar a la cabeza de Eren, donde su cuerpo físico aún residía, suspendido en la nuca del titán gigante, para detener el Rugido de una vez por todas. —¡Tenemos que acercarnos! —gritó Armin desde la espalda de Falco, el viento azotando su rostro mientras señalaba la cabeza distante de Eren—. ¡Si podemos cortarlo de la fuente, el Fundador se detendrá! —sus ojos estaban llenos de una determinación desesperada, pero también de miedo, sabiendo que cada segundo perdido costaba vidas. Mikasa, aferrada a las cuerdas junto a él, asintió en silencio, sus espadas listas mientras sus ojos seguían fijos en Eren. Levi, a su lado, gruñó mientras ajustaba su agarre con una mano, su cuerpo maltrecho pero su voluntad intacta. —Voy por su maldita cabeza —murmuró, su voz fría como el acero. Zeke, mordiéndose la mano para mantener su conexión con Ymir, miraba al titán de su hermano con una mezcla de culpa y resolución. Gabi, Jean y Connie, armados con rifles antitanques y lanzas de trueno, disparaban a los titanes antiguos que se acercaban, sus rostros pálidos pero decididos. Abajo, Reiner rugió mientras el Acorazado embestía al Titán Martillo de Guerra, sus puños blindados chocando contra el arma cristalina del enemigo. Annie, en el Titán Hembra, giraba con agilidad, sus garras cortando a través de un Titán Bestia mientras esquivaba un ataque del Mandíbula de Marcel. Pieck, el Carreta, corría entre las piernas de los colosales, sus mandíbulas arrancando tendones de los titanes antiguos con una precisión letal. Pero por cada enemigo que caía, dos más emergían del cuerpo de Eren, una marea interminable de carne y hueso controlada por el Fundador. —¡Son demasiados! —gritó Connie desde la espalda de Falco, disparando una lanza de trueno que explotó en el pecho de un titán antiguo, solo para ver cómo otro tomaba su lugar—. ¡No podemos seguir así! Falco chilló, esquivando un golpe del Titán Colosal de Bertholdt mientras volaba más cerca de la cabeza de Eren. Pero los titanes antiguos redoblaron su ataque, y el cielo se llenó de figuras que saltaban desde el cuerpo de Eren, lanzándose contra el pájaro y sus pasajeros. Armin gritó una orden, donde Mikasa y Levi se lanzaron al aire con sus equipos tridimensionales, cortando nucas con una sincronía mortal mientras Gabi disparaba desde arriba. Abajo, la situación se volvió crítica. Reiner, Annie y Pieck estaban rodeados, sus formas titánicas luchando contra una docena de enemigos a la vez. El Acorazado de Reiner resistía, su blindaje agrietándose bajo los golpes del Martillo y el Bestia, pero Annie y Pieck estaban al límite. —¡Reiner, cúbreme! —rugió Annie, su Titán Hembra saltando hacia un grupo de titanes menores, sus garras destellando mientras intentaba abrir un camino. Pieck giró, sus mandíbulas arrancando la pierna de un titán antiguo, pero un segundo enemigo la embistió desde atrás, derribándola. —¡Pieck! —gritó Reiner, girándose para ayudarla, pero el Martillo de Guerra lo golpeó con un martillo cristalino, enviándolo con fuerza contra una pierna del titán de Eren. Annie vio la caída de Pieck y corrió hacia ella, cortando a dos titanes menores en el proceso. Pero su valentía fue su perdición. El Titán Bestia de Ksaver lanzó una roca masiva desde el cuerpo de Eren, y antes de que Annie pudiera reaccionar, el proyectil la alcanzó de lleno. Su Titán Hembra colapsó, su cuerpo aplastado bajo el impacto, y un grito desgarrador escapó de Armin desde el cielo. —¡Annie, no! Pieck, aún luchando, intentó levantarse, pero el Titán de Ataque la alcanzó, sus garras desgarrando su nuca expuesta. El Carreta rugió por última vez antes de caer inmóvil, el vapor alzándose mientras su cuerpo se disolvía. Reiner, desde su posición, vio las muertes de ambas y soltó un rugido de furia y dolor, embistiendo al Martillo de Guerra con una fuerza renovada, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas. —¡Pieck! ¡Annie! —gritó Gabi, su voz quebrándose mientras disparaba una lanza de trueno al azar, las lágrimas corriendo por su rostro. Mikasa, cortando a un titán menor en el aire, giró la cabeza para ver los cuerpos inertes abajo, su respiración deteniéndose por un instante. Levi maldijo entre dientes, su mirada endureciéndose mientras seguía avanzando hacia la cabeza de Eren. —¡No podemos detenernos! —rugió Armin, su voz temblando pero firme mientras Falco volaba más alto, esquivando al Colosal de Bertholdt—. ¡Por ellas, por Hange, por todos! ¡Tenemos que llegar a Eren! Zeke asintió, sus manos ensangrentadas mientras intentaba conectar con Ymir, susurrando súplicas para que la Fundadora lo escuchara. Reiner, ahora solo abajo, luchaba con una ferocidad desesperada, su Acorazado enfrentando a tres titanes antiguos a la vez. Falco alcanzó finalmente la altura de la cabeza de Eren, y Armin dio la orden. —¡Mikasa, Levi, ahora! Los dos se lanzaron desde el pájaro, sus cables zumbando mientras se dirigían a la nuca del titán gigante, donde la figura de Eren colgaba, suspendida en una red de tendones óseos, sus ojos cerrados como si estuviera en trance. Pero los titanes antiguos no cedían. El Mandíbula de Marcel saltó desde un hueso cercano, interceptando a Levi, mientras el Bestia de Ksaver lanzó otra roca hacia Mikasa. Armin gritó, Zeke rugió, y la batalla alcanzó un clímax mortal mientras el destino de Eren colgaba en un hilo, las muertes de Annie y Pieck resonando como un eco de sacrificio en los corazones de los sobrevivientes. Falco, en su forma de titán pájaro, volaba entre los enemigos, llevando a Armin, Zeke, Gabi, Jean y Connie, mientras Reiner luchaba solo abajo, el último titán guerrero en pie tras las muertes de sus dos compañeras caídas en batalla. Armin, aferrado a las cuerdas en la espalda de Falco, miraba con horror cómo la costa de Marley se acercaba, las siluetas de edificios y personas visibles en la distancia. —¡Está llegando a tierra! —gritó, su voz quebrándose mientras el viento azotaba su rostro—. ¡Si no lo frenamos ahora, esa gente no tendrá ninguna oportunidad! Sus ojos se encontraron con los de Mikasa y Levi, quienes seguían luchando contra los titanes antiguos en el aire, sus cables zumbando mientras cortaban nucas con una precisión desesperada. —¡Tenemos que ir por su cabeza! —rugió Levi, esquivando un golpe del Titán Mandíbula de Marcel mientras giraba hacia la nuca de Eren. Pero los enemigos eran demasiados, y cada intento de acercarse era repelido por la horda interminable que protegía al Fundador. Reiner, abajo, embestía al Titán Martillo de Guerra, su Acorazado sangrando vapor mientras resistía, pero no podía avanzar más. Armin apretó los dientes, su mente acelerándose mientras miraba al titán de Eren, cuya cabeza colgaba suspendida en una red de tendones óseos, sus ojos cerrados en un trance profundo. Sabía que Mikasa y Levi no podían llegar solos, no con tantos titanes antiguos en el camino. Solo había una opción, una que había evitado hasta ahora por el riesgo que representaba. —No hay otra manera —murmuró, su voz temblando pero decidida. Se giró hacia Zeke, quien estaba a su lado, sus manos ensangrentadas mientras intentaba conectar con Ymir—. Zeke, cúbrelos. Voy a transformarme. Zeke lo miró, muy sorprendido. —¿El Colosal? —preguntó, su tono cargado de incredulidad—. Si lo haces aquí, podrías matarnos a todos. —¡Es la única forma de frenarlo! —gritó Armin, quitándose las cuerdas de seguridad mientras se preparaba—. ¡Falco, llévalos más alto! El titán pájaro chilló, batiendo sus alas con fuerza para ganar altitud, mientras Armin se mordía la mano con un movimiento rápido. Un destello ámbar iluminó el cielo, y el Titán Colosal emergió con un rugido que sacudió el aire, su cuerpo masivo cayendo desde Falco hacia el titán de Eren. El impacto fue catastrófico. El Titán Colosal de Armin chocó contra el pecho huesudo del titán de Eren, sus manos gigantescas aferrándose a las costillas retorcidas mientras intentaba detener su avance. El calor sofocante del Colosal llenó el aire, vapor alzándose en nubes densas mientras el suelo bajo ellos (el mar poco profundo cerca de la costa) hervía con el contacto. Los titanes colosales cercanos se tambalearon, sus pasos vacilando por primera vez, y los antiguos poseedores giraron hacia Armin, atacándolo con una furia renovada. —¡Armin! —gritó Mikasa desde el aire, cortando al Titán Bestia de Ksaver mientras veía al Colosal luchar contra el gigante de Eren. Levi, girando con su equipo tridimensional, eliminó al Mandíbula de Marcel y se lanzó hacia la cabeza de Eren, pero el Titán Martillo de Guerra lo interceptó, forzándolo a retroceder. Zeke, aún en la espalda de Falco, observó la escena con una claridad repentina. El titán de Eren no cedía, su poder sostenido por la conexión con Ymir a través de la sangre real. Su sangre real. Mientras él viviera, Eren podía seguir invocando a los titanes antiguos, controlando el Rugido sin fin. Sus ojos se abrieron de par en par, y una decisión se formó en su mente, una que había evadido hasta ahora. Giró hacia Levi, quien aterrizó brevemente en la espalda de Falco tras esquivar al Martillo de Guerra. —Levi —dijo Zeke, su voz temblando pero firme mientras se ponía de pie—. Mátame. Levi lo miró, sus ojos entrecerrándose mientras jadeaba por el esfuerzo. —¿Qué demonios dices? —gruñó, limpiando la sangre de su rostro con una mano temblorosa. —Es la única manera —explicó Zeke, su tono apresurado mientras el caos rugía a su alrededor—. Mi sangre real es lo que le da a Eren el control total del Fundador. Si muero, esa conexión se rompe. Ymir no tendrá a quién obedecer, y el Rugido podría detenerse. ¡Hazlo, ahora! Mikasa, aterrizando junto a ellos tras cortar otro titán, escuchó las palabras de Zeke y se congeló, sus ojos pasando de él a Levi. —¡No hay tiempo para dudar! —gritó Zeke, viendo cómo el Colosal de Armin era abrumado por los titanes antiguos, sus brazos gigantescos temblando bajo los ataques—. ¡Por Hange, por Annie, por Pieck, por todos! ¡Termina esto! Levi apretó los dientes, su mirada endureciéndose mientras levantaba una espada con su mano buena. Había odiado a Zeke durante años, lo había jurado matar por sus crímenes, pero ahora, en este momento, vio la verdad en sus palabras. —Maldito seas —murmuró, y con un movimiento rápido, clavó la espada en el pecho de Zeke, atravesándole el corazón. Zeke jadeó, convulsionándose mientras la sangre salpicaba las plumas de Falco. Su cuerpo cayó fuera del titán de Falco luego que Levi sacó su espada, y una sonrisa débil cruzó su rostro. —Ksaver... —susurró, sus ojos nublándose mientras la vida lo abandonaba—. Lo hice... En ese instante, el titán de Eren tembló. Los titanes antiguos se detuvieron, sus movimientos volviéndose erráticos mientras la conexión de la sangre real se rompía. Armin, en el Titán Colosal, sintió el cambio y rugió, empujando con todas sus fuerzas contra el pecho de Eren. Los colosales cercanos vacilaron, algunos cayendo al agua mientras su propósito se desvanecía. —¡Mikasa, Levi, ahora! —gritó Jean desde la espalda de Falco, disparando una lanza de trueno hacia la cabeza de Eren para despejar el camino. Mikasa y Levi se lanzaron de nuevo, sus cables zumbando mientras evitaban a los titanes antiguos, que comenzaban a colapsar sin la guía de Ymir. Reiner, abajo, embistió al Martillo de Guerra con un último esfuerzo, dándoles una apertura. El titán de Eren seguía moviéndose hacia Marley, pero más lento, su cabeza ahora vulnerable. Armin, desde el Colosal, sintió cómo el titán de Eren se tambaleaba, con su avance ralentizándose. —¡Funcionó! —gritó, su voz resonando en su forma titánica mientras miraba hacia arriba—. ¡Zeke lo hizo! Mikasa, cortando el último tendón que sostenía a Eren, alcanzó su cuerpo físico, colgando inmóvil en la nuca. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras levantaba una espada, su mano temblando. —Eren... —susurró ella, pero Levi la detuvo con una mirada dura. —Está acabado —dijo, jadeando mientras aterrizaba a su lado—. Lo logramos. Falco aterrizó cerca, Jean, Gabi y Connie bajaron, sus rostros pálidos pero aliviados. —Los colosales se detuvieron —dijo Gabi, su voz temblando mientras miraba a los gigantes inmóviles a lo largo de la costa—. Entonces... ¿se acabó? Reiner, en su Titán Acorazado abajo, dejó caer los brazos, el vapor alzándose de su cuerpo maltrecho mientras miraba al titán de Eren, ahora quieto. —Por fin... —murmuró, su voz resonando en su forma titánica—. Podemos descansar. Pero la esperanza duró solo un instante. Sin previo aviso, un temblor profundo sacudió la tierra, y los titanes colosales, que habían estado inmóviles, giraron sus cabezas al unísono. Sus ojos vacíos brillaron con una luz ámbar, y con un rugido colectivo que hizo temblar el cielo, reanudaron su marcha, avanzando hacia los sobrevivientes que corrían en la distancia. El titán de Eren, aún detenido por Armin, tembló, y un nuevo tendón óseo comenzó a crecer alrededor de su nuca, protegiendo su cabeza una vez más. —¡¿Qué está pasando?! —gritó Connie, retrocediendo mientras los colosales pasaban a su lado, ignorándolos pero aplastando todo a su paso. Gabi cayó de rodillas, su rifle resbalando de sus manos mientras miraba con incredulidad. Armin, en el Titán Colosal, giró la cabeza hacia los colosales, su mente acelerándose mientras el pánico lo invadía. —¡No puede ser! —rugió, su voz resonando en el caos—. ¡Zeke está muerto! ¡La sangre real se cortó! ¿Por qué siguen moviéndose?! Mikasa, aún en la nuca de Eren, cortó el nuevo tendón con furia, pero más crecieron, envolviendo el cuerpo de Eren como una jaula. —¡Eren! —gritó, su voz quebrándose mientras golpeaba la barrera ósea con sus espadas. Levi la apartó, sus ojos entrecerrándose mientras miraba al horizonte. Armin abrió los ojos de puro terror sabiendo quien fue el responsable de esto. —Es Ymir —dijo con un tono aterrado y cargado de incertidumbre—. Ella encontró otra manera. En los caminos invisibles, una presencia silenciosa había actuado. Ymir, la Fundadora, había sentido un nuevo vínculo cuando el hijo de Eren e Historia nació en Paradis. Aunque la sangre real de Zeke se había extinguido, el niño (un descendiente directo de Eren, portador del Fundador) llevaba en su sangre un eco del poder que Ymir podía usar. A través de ese vínculo, ella había retomado el control, obedeciendo la voluntad de Eren incluso sin la sangre real de Zeke. Los titanes colosales, ahora guiados por esta nueva conexión, continuaban el Rugido, su marcha implacable hacia los sobrevivientes de Marley. Reiner, en tierra firme, vio a los colosales avanzar hacia él y rugió, embistiendo al más cercano con su Acorazado. —¡No dejaré que sigan! —gritó, sus puños blindados golpeando las piernas del gigante. Pero en su agotamiento, cometió un error fatal. Un segundo coloso giró, su pie masivo alzándose sobre él, y antes de que pudiera reaccionar, lo aplastó contra la tierra. El Titán Acorazado colapsó, su cuerpo destrozado bajo el peso, y el vapor se alzó mientras Reiner emergía de la nuca, su rostro ensangrentado pero con una sonrisa débil. —Lo hice... —susurró, sus ojos nublándose mientras miraba al cielo—. Cumplí... como guerrero... hasta el final. Su cuerpo se desplomó, y la vida lo abandonó, donde una paz fue encontrada en su sacrificio. —¡Reiner! —gritó Gabi, corriendo hacia el borde de Falco mientras las lágrimas corrían por su rostro. Connie la sujetó, sus propios ojos llenos de dolor mientras los colosales seguían avanzando, ignorando la muerte del Acorazado. Armin, en el Titán Colosal, rugió de furia y desesperación, empujando con más fuerza contra el titán de Eren. —¡Ymir, detente! —gritó, aunque sabía que ella no podía oírlo—. ¡Esto no puede seguir! Pero el titán de Eren comenzó a moverse de nuevo, sus piernas huesudas avanzando hacia las ciudades de Marley, los sobrevivientes corriendo en pánico mientras los colosales los alcanzaban. Mikasa, en la nuca, cortó frenéticamente los tendones que volvían a crecer, su respiración agitada mientras las lágrimas caían. —¡Eren, despierta! —suplicó, golpeando la barrera ósea—. ¡Para esto, por favor! Levi, a su lado, maldijo mientras cortaba junto a ella, pero sus esfuerzos eran inútiles contra el poder renovado de Ymir. Falco chilló, volando en círculos mientras Jean, Gabi y Connie disparaban lanzas de trueno a los colosales, intentando frenarlos aunque fuera un poco. —¡Armin, ¿qué hacemos?! —gritó Connie, su voz quebrándose mientras el caos se intensificaba. Armin, en el Colosal, miró a los sobrevivientes de Marley, sus figuras diminutas huyendo de los gigantes, y luego al titán de Eren, cuya cabeza estaba ahora fuera de su alcance. —No sé... —murmuró, su voz resonando con una desesperación que lo consumía—. Zeke se fue... Reiner, Annie, Pieck... todos se han ido. No sé cómo detenerlo. El titán de Eren avanzó, su sombra cubriendo las ciudades mientras los colosales aplastaban todo a su paso. Los gritos de los sobrevivientes llenaron el aire, y los presentes miraron con horror cómo su victoria aparente se convertía en una derrota devastadora, el Rugido continuando por la voluntad de Ymir y el vínculo con el hijo recién nacido de Eren e Historia. El campo de batalla en la costa de Marley era un infierno de vapor, escombros y gritos. El titán gigantesco de Eren avanzaba implacable hacia las últimas ciudades sobrevivientes, su cabello largo ondeando como un estandarte de muerte mientras los titanes colosales, reactivados por el poder de Ymir, aplastaban todo a su paso. Armin, en su forma de Titán Colosal, seguía luchando contra el cuerpo huesudo de Eren, sus manos gigantescas temblando bajo el esfuerzo de frenarlo. Falco, en su forma de titán pájaro, volaba en círculos con Jean, Gabi y Connie, disparando lanzas de trueno en un intento desesperado de ralentizar a los colosales. Mikasa y Levi, en la nuca del titán de Eren, cortaban frenéticamente los tendones óseos que seguían creciendo, protegiendo la cabeza de Eren, pero cada corte parecía inútil contra el poder renovado del Fundador. Armin, con su voz resonando desde el Colosal, había llegado a una conclusión devastadora tras la muerte de Reiner y el avance inesperado de los colosales. —¡Es el hijo de Eren! —rugió, su tono cargado de desesperación mientras empujaba contra el gran cuerpo de Eren—. ¡Zeke está muerto, pero Ymir debe estar usando al hijo de Eren e Historia! ¡Su sangre lleva el poder del Fundador, y ella lo está canalizando a través de él! Mikasa, suspendida en la nuca con sus cables tridimensionales, detuvo su espada a medio corte, sus ojos abriéndose de par en par mientras las palabras de Armin la golpeaban como un trueno. —¿Hijo? —susurró, su voz temblando mientras el mundo a su alrededor parecía desvanecerse—. ¿Eren... e Historia tienen un hijo? La imagen de Eren, el hombre al que había amado desde que eran niños, unida a Historia (la reina, la mujer que había jurado proteger) se clavó en su corazón como una daga. Recordó sus palabras crueles en Shiganshina, cómo la había llamado esclava, cómo la había alejado, y ahora todo cobraba un sentido desgarrador. No había sido solo por el plan; había sido por ella y su hijo. La distracción fue fatal. Mientras Mikasa procesaba el dolor, un titán antiguo emergió de un hueso cercano en el cuerpo de Eren, sus garras alzándose hacia ella con una velocidad letal. Levi, cortando otro tendón a su lado, vio el ataque demasiado tarde. —¡Mikasa, muévete! —gritó, girando hacia ella, pero ella estaba inmóvil, perdida en su shock. El golpe estaba a segundos de alcanzarla cuando una figura se lanzó desde el aire, interceptando al titán con un estruendo. Era Jean Kirstein, quien había llegado a tiempo para rescatarla. Sus cables tridimensionales zumbaban mientras chocaba contra el titán, sus espadas clavándose en su nuca con una fuerza desesperada. —¡Mikasa! —gritó, su voz resonando sobre el caos mientras el titán caía, disolviéndose en vapor. Pero el sacrificio tuvo un costo. Otro titán antiguo saltó desde un hueso superior, sus garras desgarrando el aire. Jean giró, intentando esquivar, pero estaba demasiado cerca. Las garras lo alcanzaron, atravesando su torso y arrancándolo de sus cables. Su cuerpo cayó hacia la estructura ósea del titán de Eren, golpeando un hueso con un crujido nauseabundo antes de deslizarse hacia un saliente, donde su sangre goteaba detrás de él. —¡Jean! —gritó Mikasa, saliendo de su trance mientras el horror la inundaba. Se lanzó hacia él con sus cables, aterrizando a su lado en el saliente mientras el titán de Eren seguía moviéndose. Levi cubrió su posición, cortando al Mandíbula con una furia fría, pero sus ojos estaban llenos de dolor mientras miraba a Jean. Jean yacía contra el hueso, su uniforme destrozado, la sangre corriendo por su pecho mientras respiraba en jadeos irregulares. Sus ojos, normalmente llenos de sarcasmo y vida, estaban nublados, pero se enfocaron en Mikasa cuando ella se arrodilló junto a él, sus manos temblando mientras intentaba presionar la herida. —Jean, no... —susurró, las lágrimas cayendo mientras lo miraba—. ¿Por qué... por qué hiciste eso? Jean tosió, una sonrisa débil cruzando su rostro ensangrentado mientras levantaba una mano temblorosa para tocar la suya. —Tenía que... —murmuró, su voz apenas audible sobre el rugido de la batalla—. No podía dejar que murieras, Mikasa. No tú —hizo una pausa, su respiración volviéndose más débil mientras sus ojos se llenaban de una ternura que nunca había mostrado tan abiertamente—. Siempre te amé, ¿sabes? Desde el primer día que te vi con tu hermoso cabello largo... pero nunca tuve el valor de decírtelo. Supongo... ahora es el momento. Mikasa se congeló, sus lágrimas cayendo sobre el rostro de Jean mientras sus palabras la atravesaban. —Jean... —susurró, su voz quebrándose mientras apretaba su mano—. No digas eso... vas a estar bien. ¡Vamos a sacarte de aquí! Pero Jean negó con la cabeza, su sonrisa desvaneciéndose mientras sus ojos comenzaban a cerrarse. —No hay tiempo... —susurró débilmente—. Solo... vive, Mikasa. Por mí. Por todos nosotros. Su mano cayó, su cuerpo quedándose inmóvil mientras el último aliento escapaba de sus labios, dejándola sola en el saliente. —¡Jean! —gritó Mikasa, su voz desgarrándose mientras lo sacudía, pero no hubo respuesta. Levi aterrizó a su lado, su rostro endurecido pero sus ojos brillando con lágrimas contenidas. —Está muerto —dijo él en un tono de voz cortante mientras la tomaba del brazo—. Tenemos que seguir. Por él. Mikasa levantó la vista, sus ojos rojos y llenos de un dolor insoportable mientras miraba al cuerpo de Eren, aún protegido por los tendones óseos. El hijo de Eren e Historia resonaba en su mente, mezclándose con la confesión de Jean y el peso de su sacrificio. Con un grito de furia y angustia, se puso de pie, sus espadas temblando en sus manos mientras se giraba hacia la cabeza de Eren. —¡Eren! —rugió, su voz resonando sobre el caos mientras los colosales avanzaban hacia los sobrevivientes de Marley. Armin, en el Colosal, seguía empujando contra el titán de Eren, mientras Falco volaba con Gabi y Connie, disparando a los colosales que se acercaban a las ciudades. Levi se unió a Mikasa, su mirada fría pero determinada mientras cortaban juntos los tendones renovados. El titán de Eren seguía avanzando, su sombra cubriendo a los sobrevivientes que corrían en pánico, mientras los colosales aplastaban las primeras casas. Ymir, a través del hijo de Eren, mantenía el Rugido vivo, y la muerte de Jean se sumaba a la lista de sacrificios que impulsaban a Mikasa hacia un enfrentamiento final, donde tenía su corazón roto pero con su voluntad inquebrantable. De repente, uno de los tendones óseos que Mikasa había cortado se regeneró con una velocidad aterradora, transformándose en una lanza afilada que se disparó hacia el cielo. Falco, maniobrando para esquivar a un coloso, no vio el ataque a tiempo. La lanza atravesó su ala derecha, arrancando plumas y carne titánica en una explosión de vapor y sangre. —¡Falco! —gritó Gabi desde su espalda, su voz quebrándose mientras el titán pájaro chillaba de dolor, volando fuera de control. Connie, aferrado a las cuerdas junto a ella, maldijo mientras intentaba estabilizarse, el viento azotando sus rostros. —¡Maldición, nos dio! —rugió Connie, mirando el ala destrozada de Falco mientras el pájaro perdía altitud. El titán de Eren giró su cabeza, y otra lanza ósea se formó, apuntando directamente al pecho de Falco. El impacto fue brutal: la lanza atravesó su torso emplumado, saliendo por el otro lado en una lluvia de sangre titánica. Falco soltó un chillido agudo, sus alas batiendo débilmente mientras caía hacia el suelo. —¡No, Falco! —gritó Gabi, lágrimas corriendo por su rostro mientras se inclinaba hacia adelante, intentando alcanzarlo. Connie la sujetó con fuerza, sus ojos llenos de pánico mientras el pájaro se desplomaba. Pero Falco no estaba acabado. Con un esfuerzo final, sus ojos brillaron con una determinación feroz. Sabía que su tiempo se agotaba, que su cuerpo titánico no resistiría mucho más, pero también sabía que esta era su última oportunidad de ayudar a detener a Eren. Con un chillido que resonó como un grito de guerra, giró en el aire, ignorando el dolor y la sangre que brotaban de sus heridas. —¡Sujétate! —gritó Connie, adivinando lo que venía, mientras él y Gabi se aferraban con todas sus fuerzas. Falco se lanzó en picada, su cuerpo herido acelerando hacia el titán de Eren como un proyectil suicida. Sus alas rotas apenas lo sostenían, pero su pico afilado apuntaba directamente al pecho huesudo de Eren, justo donde Armin luchaba por mantenerlo en su lugar. «¡Por Gabi... por todos!», pensó Falco, su mente humana brillando a través del instinto titánico mientras se estrellaba contra el objetivo. El impacto fue devastador. El pico de Falco atravesó una de las costillas óseas del titán de Eren, hundiéndose profundamente en su estructura con un crujido potente. Una explosión de vapor y fragmentos óseos llenó el aire, y el titán de Eren se tambaleó, su avance deteniéndose por primera vez mientras el daño lo forzaba a regenerarse. Armin, en el Colosal, aprovechó el momento, empujando con más fuerza mientras rugía de asombro y dolor. Pero el costo fue fatal. El cuerpo de Falco, ya destrozado por las lanzas, no pudo soportar el impacto. El titán pájaro colapsó tras el choque, sus alas cayendo inertes mientras se deslizaba hacia el suelo, estrellándose contra la arena cerca de la costa en una nube de polvo y vapor. Su forma comenzó a disolverse, y desde la nuca emergió el cuerpo humano de Falco, inmóvil y cubierto de sangre. —¡Falco! —gritó Gabi, su voz desgarrándose mientras Connie la levantaba de la espalda del pájaro justo antes del impacto final. Habían saltado en el último segundo, aterrizando en la arena mientras el titán de Falco se desvanecía. Gabi intentó correr hacia él, sus manos temblando mientras las lágrimas cegaban sus ojos, pero Connie la sujetó con fuerza, arrastrándola hacia atrás. —¡No, Gabi! —gritó Connie, su propia voz quebrándose mientras la sostenía contra su pecho—. ¡Está muerto! ¡Tenemos que irnos! Gabi luchó contra él, sus gritos resonando sobre el rugido de los colosales que seguían avanzando, su mirada fija en el cuerpo inmóvil de Falco. —¡No, no, no! —sollozó Gabi, sus manos arañando el aire mientras Connie la llevaba hacia un edificio derrumbado para refugiarse—. ¡Falco, no me dejes! ¡Por favor! Pero no había respuesta, solo el vapor alzándose del lugar donde el joven guerrero había dado su vida en un acto final de valentía. En el cielo, Armin, Mikasa y Levi sintieron el impacto del sacrificio de Falco. El titán de Eren, aunque herido, comenzó a regenerarse, los huesos rotos reformándose con una lentitud que les daba un respiro momentáneo. Armin, en el Colosal, rugió mientras empujaba con más fuerza, aprovechando el daño para ganar terreno. —¡Falco lo logró! —gritó, su voz resonando con una mezcla de dolor y determinación—. ¡Tenemos que terminar esto ahora! Mikasa, en la nuca, cortó un tendón renovado con una furia renovada, las lágrimas corriendo por su rostro mientras recordaba las palabras de Jean y ahora veía la muerte de Falco. Levi, a su lado, maldijo mientras cortaba junto a ella, su mirada endurecida por la pérdida tras pérdida. —Ese niño pájaro nos dio una oportunidad —gruñó—. No la desperdiciaremos. El titán de Eren, aunque detenido brevemente por el ataque suicida de Falco, seguía en tierra firme, sus colosales avanzando hacia los sobrevivientes de Marley que corrían en pánico. Gabi, arrastrada por Connie, seguía gritando el nombre de Falco, mientras su corazón estaba roto por el sacrificio del chico que había jurado protegerla. El daño infligido por Falco había comprado tiempo, pero el Rugido continuaba, y el enfrentamiento final se acercaba. Mikasa, con su bufanda roja ondeando al viento, se movía con una precisión letal, sus espadas destellando mientras cortaba un tendón tras otro. Sus ojos estaban llenos de un dolor profundo pero su resolución era inquebrantable. Levi, a su lado, manejaba sus espadas con una mano, su cuerpo maltrecho por heridas previas haciéndolo más lento de lo habitual. Sin embargo, su mirada seguía siendo fría y enfocada, cada corte fue un testimonio de su voluntad de hierro. —¡Estamos cerca! —gritó Mikasa, su voz resonando sobre el rugido del titán mientras cortaba un tendón particularmente grueso, revelando por un instante el cuerpo de Eren, suspendido en la nuca, sus ojos cerrados en un trance profundo. Pero antes de que pudieran avanzar más, el titán de Eren reaccionó. Un temblor recorrió su estructura, y de los huesos que rodeaban la nuca surgieron trampas mortales: lanzas óseas afiladas que se dispararon hacia ellos como una lluvia de flechas, diseñadas para proteger al Fundador a cualquier costo. —¡Cuidado! —rugió Levi, empujando a Mikasa a un lado mientras una lanza pasaba a centímetros de su cabeza. Los cables de sus equipos tridimensionales zumbaron mientras esquivaban, pero las trampas eran implacables. Una lanza atravesó el aire hacia Levi, y aunque giró para evitarla, su cuerpo herido no respondió lo suficientemente rápido. El hueso afilado lo alcanzó en el costado, perforando su uniforme y hundiéndose profundamente en su carne ya maltrecha. —¡Levi! —gritó Mikasa, girándose hacia él mientras él caía contra un hueso de la estructura, su sangre salpicando el aire. Ella se lanzó a su lado, aterrizando en el saliente donde él se desplomó, sus manos temblando mientras intentaba evaluar la herida. La lanza había atravesado su torso, agravando las lesiones previas, y donde la sangre brotaba en un flujo constante, tiñendo su uniforme de rojo. Levi jadeó, su respiración irregular mientras apoyaba una mano contra el hueso para sostenerse. Su rostro estaba pálido, sus ojos nublados por el dolor, pero aún brillaban con una determinación feroz. —Sigue... —gruñó, su voz débil pero serio mientras miraba a Mikasa—. No te detengas por mí. Termina esto... por todos nosotros. Mikasa negó con la cabeza, las lágrimas corriendo por su rostro mientras presionaba una mano contra la herida, intentando detener la hemorragia. —¡No, Levi! ¡No puedo perderte a ti también! —gritó, su voz quebrándose mientras el peso de las muertes de sus compañeros la aplastaba—. ¡Tenemos que hacerlo juntos! Levi tosió, sangre salpicando sus labios mientras levantaba su mano buena con un esfuerzo titánico. La cerró en un puño y la llevó a su corazón, el saludo de la Legión de Reconocimiento, el gesto de “dedicar su corazón” que había definido su vida. —Ya di mi corazón, Mikasa —murmuró, una sonrisa débil cruzando su rostro por primera vez en años—. Por la humanidad... por ti... por ese bastardo de Eren. Ahora es tu turno. Ve… y mátalo. Mikasa lo miró, sus lágrimas cayendo sobre el rostro de Levi mientras su puño temblaba contra su pecho. —Levi... —susurró, su voz rota mientras él cerraba los ojos lentamente, su respiración deteniéndose. Y entonces su mano cayó, luego su cuerpo quedándose inmóvil contra el hueso, y el hombre que había sido el soldado más fuerte de la humanidad murió en silencio, su corazón entregado en un acto final de sacrificio. —¡No! —gritó Mikasa, su voz desgarrándose mientras golpeaba el hueso con un puño, el dolor y la furia consumiéndola. Pero las últimas palabras de Levi resonaron en su mente y con un esfuerzo sobrehumano, se puso de pie, sus espadas temblando en sus manos mientras miraba la cabeza de Eren, aún protegida por tendones que seguían creciendo. El titán de Eren avanzaba, su sombra cubriendo las ciudades de Marley mientras los colosales aplastaban las primeras casas. Armin, en el Colosal, rugió mientras empujaba con más fuerza, aprovechando el daño de Falco para ganar tiempo. Mikasa, sola ahora en la nuca, esquivó otra lanza ósea con un giro de sus cables, su mirada endureciéndose mientras se lanzaba hacia adelante. —Por Levi... por todos... —murmuró, su voz temblando pero decidida mientras cortaba un tendón tras otro, acercándose al cuerpo de Eren. Abajo, Connie y Gabi, escondidos en un edificio derrumbado, miraban con horror cómo los colosales avanzaban, el sacrificio de Falco aún fresco en sus mentes. Armin, en el Colosal, seguía luchando, pero el titán de Eren no cedía, su regeneración impulsada por el poder de Ymir junto con el vínculo de su hijo. Mientras tanto Mikasa, con el corazón roto pero la voluntad intacta, se preparaba para un ataque final, el peso de la muerte de Levi impulsándola hacia el hombre que una vez había sido su familia. El cielo se oscureció con el humo de las ciudades destruidas, y el Rugido continuaba, mientras Mikasa, la última esperanza de detener a Eren, avanzaba sola hacia el desenlace. La nuca del titán era un caos de hueso y vapor, los tendones regenerándose lentamente mientras Mikasa aterrizaba frente al cuerpo de Eren, suspendido en una red de tejido titánico, sus ojos cerrados en un trance profundo. Su cabello largo caía suelto sobre sus hombros, empapado de sudor y sangre, y su rostro estaba sereno, como si estuviera ajeno al infierno que había desatado. Mikasa, con su bufanda roja ondeando al viento, sostenía sus espadas con manos temblorosas, las lágrimas corriendo por su rostro mientras lo miraba. —Eren... —susurró con su voz quebrándose mientras daba un paso adelante—. Todo esto... Hange, Annie, Pieck, Reiner, Falco, Jean, Levi... todos murieron por ti. Por lo que hiciste. Y ahora sé por qué. Historia... tu hijo. Pero no puedo dejar que sigas. Tiene que terminar. Los ojos de Eren se abrieron lentamente, brillando con una luz ámbar mientras la miraba por primera vez desde que el Rugido comenzó. Su voz resonó, no desde su cuerpo, sino desde el titán mismo, profunda y cargada de una tristeza infinita. —Mikasa —dijo con su tono de voz suave—. Sabía que llegarías hasta aquí. Siempre supe que serías tú —hizo una pausa, y el aire a su alrededor tembló mientras el poder del Fundador se manifestaba—. Antes de que hagas lo que viniste a hacer... déjame mostrarte algo. De repente, el mundo se desvaneció. El caos del campo de batalla, el rugido de los colosales y el vapor ardiente. Todo se disolvió en un silencio etéreo. Mikasa se encontró en un lugar diferente, un sueño o una visión proyectada por el poder de Eren. Estaba en una cabaña de madera en una colina, rodeada de campos dorados y un cielo azul claro. Frente a ella, Eren estaba de pie, pero no era el Eren que conocía ahora. Su cabello estaba corto, cortado limpiamente como en los días de entrenamiento, y sus ojos verdes estaban llenos de una paz que nunca había visto en él. Llevaba una camisa sencilla, y en sus brazos sostenía un hacha, como si acabara de cortar leña. —Eren... —murmuró Mikasa, su voz temblando mientras lo miraba, las espadas aún en sus manos pero sintiéndose fuera de lugar en este mundo tranquilo. Él sonrió, una sonrisa pequeña pero genuina, y dejó el hacha en el suelo. —Este es un futuro que podría haber sido —dijo, acercándose a ella—. Si hubieras respondido diferente aquel día en Marley. Si me hubieras detenido antes de que todo comenzara. Podríamos haber huido, Mikasa. Solo tú y yo, lejos de las murallas, de la guerra, de todo. Con el tiempo que me queda de mi maldición podríamos haber vivido aquí. Juntos. Mikasa dio un paso atrás, las lágrimas cayendo mientras procesaba sus palabras. Recordó ese momento en Marley, cuando Eren le preguntó qué era para ella, y ella, con miedo, había dicho “familia”. En este futuro, veía lo que podría haber sido si hubiera dicho la verdad, si hubiera confesado su amor. Imaginó días tranquilos, noches junto al fuego, el cabello corto de Eren rozando su frente mientras reían, y ambos estando libres del odio del mundo entero. Pero la visión era un cuchillo en su corazón, porque sabía que no era real. —Ese Eren... —continuó él, su voz suavizándose mientras la miraba con una ternura que la desgarró—. Ese Eren te amaba. Te amaba más que a nada, Mikasa. Sin Historia, sin mi hijo, sin este plan... habríamos tenido esto. Pero elegí otro camino. Por ellos, por Paradis. Y ahora no hay vuelta atrás. La visión se desvaneció, y Mikasa volvió a la nuca del titán, el rugido de los colosales y el calor del vapor golpeándola de nuevo. Eren la miraba desde su cuerpo suspendido, sus ojos llenos de tristeza mientras el titán seguía avanzando. —Mátame, Mikasa —dijo con su voz temblando por primera vez—. Es lo que tienes que hacer para poner fin a esto. Por Armin, por los demás, por el mundo. Hazlo. Mikasa levantó su espada, su mano temblando mientras lo miraba, el hombre que había jurado proteger, el hombre que había amado toda su vida. La visión de ese futuro se aferró a su mente, y las lágrimas corrieron por su rostro mientras su corazón se rompía. —No puedo... —susurró, su voz quebrándose mientras la espada caía de su mano, golpeando el hueso con un clang metálico—. No puedo matarte, Eren. Te amo... siempre te he amado. La segunda espada siguió, cayendo al vacío mientras Mikasa se desplomaba de rodillas frente a él, sus manos vacías temblando mientras lo miraba. Eren la observó, sus ojos ámbar brillando con lágrimas que no había derramado en años. —Mikasa... —murmuró, su voz llena de una tristeza infinita mientras el titán seguía moviéndose, los colosales avanzando hacia los sobrevivientes de Marley—. Lo siento. Por todo. El silencio entre ellos fue ensordecedor, roto solo por el rugido distante de Armin en el Colosal, luchando por detener al titán, y los gritos de los colosales aplastando las ciudades. Mikasa, sin armas, lo miró, su bufanda roja cayendo de su cuello y deslizándose por el viento, llevada lejos mientras se rendía a su amor por él, incapaz de cumplir la tarea que el mundo le exigía. Eren, con el corazón roto, la miró una última vez, sabiendo que su decisión los había condenado a ambos. El titán de Eren avanzó, los colosales destruyendo todo a su paso, y Mikasa permaneció de rodillas, su voluntad quebrada por un amor que no podía destruir, mientras el mundo temblaba bajo la tragedia de su elección. Armin, en su forma de Titán Colosal, rugía con una furia desesperada, sus manos gigantescas aferrándose al pecho huesudo de Eren mientras intentaba detenerlo. El vapor brotaba de su cuerpo masivo, sus músculos temblando bajo el esfuerzo, pero el titán de Eren seguía avanzando, su regeneración implacable. Los colosales aplastaban las primeras casas de Marley, los gritos de los sobrevivientes llenando el aire mientras Connie y Gabi, escondidos en las ruinas, miraban con horror, impotentes tras la muerte de Falco. En la nuca, el silencio entre Eren y Mikasa se rompió cuando él habló de nuevo, su voz temblando con una mezcla de dolor y resolución. —Mikasa —susurró, sus ojos ámbar encontrándose con los de ella una última vez—. No puedo dejarte ir. No después de esto. Lo siento... lo siento tanto. La lanza ósea, que había estado inmóvil, se movió con una velocidad letal, atravesando el aire hacia ella. Mikasa no se movió. Sus ojos se cerraron de nuevo, su sonrisa regresando por un instante mientras aceptaba su destino. —Eren... —murmuró, su voz suave como un susurro en el viento. La lanza la alcanzó, perforando su pecho con un sonido atroz, y su cuerpo se desplomó contra el hueso de la nuca, la sangre corriendo por su uniforme mientras su vida se extinguía. La bufanda roja, ya perdida, parecía un recuerdo lejano mientras caía inmóvil, su rostro sereno en la muerte. Eren soltó un grito desgarrador, un sonido humano que se perdió en el rugido del titán, sus manos temblando en la red de tendones mientras miraba el cuerpo de Mikasa. —¡Mikasa! —gritó, las lágrimas cayendo sin cesar mientras el dolor lo consumía. Pero no había tiempo para el luto; el titán seguía avanzando, y Armin, en el Colosal, sintió el cambio, redoblando su ataque con una ferocidad que sacudió la tierra. —¡Eren! —rugió Armin, su voz resonando desde el Colosal mientras golpeaba el pecho de Eren con puños masivos, rompiendo costillas óseas en una explosión de vapor—. ¡¿Qué hiciste?! Sus ojos, brillando en su forma titánica, captaron el cuerpo inmóvil de Mikasa en la nuca, y un rugido de furia y dolor escapó de su garganta. —¡Ella te amaba! ¡Todos te amábamos! ¡Y tú... tú nos mataste! El titán de Eren giró, sus tendones óseos formando nuevas lanzas que se dispararon hacia el Colosal. Armin esquivó una, pero otra atravesó su hombro, arrancando vapor y carne titánica mientras rugía de dolor. Sin embargo, no cedió, embistiendo al titán de Eren con una fuerza desesperada, sus manos aferrándose a la estructura ósea mientras intentaba llegar a la nuca. —Armin... —la voz de Eren resonó de nuevo, esta vez directamente en la mente de Armin, un eco del poder del Fundador que los conectaba a través de los caminos invisibles—. Para. No quiero hacer esto. Pero no puedo detenerme ahora. Armin, en el Colosal, gruñó mientras arrancaba un hueso del pecho de Eren, su respiración agitada resonando en su forma titánica. —¡Entonces habla conmigo! —gritó, su voz quebrándose mientras golpeaba de nuevo—. ¡Dime por qué! ¡Dime por qué Mikasa, por qué todos nosotros! El mundo tembló, y por un instante, la visión de los caminos invisibles apareció ante Armin. Estaba de pie en el desierto dorado, frente a Eren, quien lo miraba con ojos llenos de lágrimas, su cabello largo cayendo suelto. —Porque no había otra manera —dijo Eren, su voz temblando mientras el árbol del linaje eldiano brillaba detrás de él—. Historia, mi hijo, Paradis... quería darles un futuro. Pero tú, Mikasa, todos ustedes... eran mi familia. Y los perdí por esto. Armin, en su forma humana dentro de la visión, dio un paso adelante, las lágrimas corriendo por su rostro mientras lo miraba. —Podríamos haber encontrado otra forma —susurró—. No tenías que matarla. No tenías que matarnos a todos. Eren negó con la cabeza, su rostro contorsionándose en dolor. —Es demasiado tarde —dijo—. El Rugido está casi completo. Lo siento, Armin. Te amaba como a un hermano. Pero esto termina ahora. La visión se desvaneció, y en el mundo real, el titán de Eren giró con una velocidad aterradora. Una lanza ósea masiva se formó desde su columna, disparándose hacia el Titán Colosal. Armin intentó esquivar, pero estaba exhausto, su cuerpo titánico al límite tras la batalla. La lanza lo alcanzó, atravesando su pecho con un crujido devastador, y el Colosal rugió por última vez antes de colapsar, cayendo al suelo en una nube de vapor y polvo. Desde la nuca, Eren salió de su trance, emergiendo de los tendones óseos mientras miraba el cuerpo inmóvil del Colosal, sabiendo que Armin estaba dentro, muriendo. —Armin... —susurró, su voz quebrándose mientras caía de rodillas junto al cuerpo de Mikasa, las lágrimas cayendo sobre ella. El titán de Eren siguió avanzando, los colosales destruyendo las ciudades de Marley, pero él estaba roto, su corazón destrozado por las muertes de los dos que más había amado. Abajo, Connie y Gabi vieron al Colosal caer, sus gritos resonando mientras corrían hacia él, impotentes. —¡Armin! —gritó Connie, su voz perdida en el caos mientras los colosales pasaban a su lado. Gabi cayó de rodillas, sollozando mientras el titán de Eren se alzaba sobre las ruinas, su sombra cubriendo a los sobrevivientes que aún corrían. Eren, en la nuca, sostuvo el cuerpo de Mikasa contra su pecho, sus lágrimas cayendo sobre su rostro sereno mientras miraba al Colosal inmóvil abajo. —Lo hice... —murmuró, su voz temblando mientras el Rugido llegaba a su clímax—. Por Historia, por mi hijo... pero a qué costo. El titán siguió avanzando, su propósito casi cumplido, mientras Eren, solo con los cuerpos de Mikasa y Armin, enfrentaba la soledad de su victoria, un hombre destruido por las elecciones que lo habían llevado a matar a su familia. El cielo sobre Marley estaba teñido de un rojo infernal, el humo y las cenizas alzándose en nubes densas mientras los titanes colosales avanzaban hacia las últimas ciudades sobrevivientes. El titán gigantesco de Eren, su estructura ósea resonando con cada paso, lideraba la marcha, su cabello largo ondeando como una bandera de muerte. En la nuca, Eren estaba de rodillas, el cuerpo de Mikasa en sus brazos y el Titán Colosal de Armin inmóvil abajo, su victoria asegurada tras haber matado a los dos que más había amado. Los colosales, guiados por el poder de Ymir a través del hijo de Eren e Historia, eran ahora una fuerza imparable, su objetivo final a solo pasos de distancia. En las ruinas de una ciudad costera, Connie y Gabi estaban acorralados junto a un grupo de sobrevivientes (mujeres, niños y ancianos) que habían huido hasta el borde del océano, sin ningún lugar más a donde ir. Los edificios derrumbados ofrecían poca protección, y el suelo temblaba con cada pisada de los colosales, acercándose como una sentencia de muerte. Connie, con el rostro cubierto de polvo y lágrimas, sostenía una lanza de trueno rota, su mirada fija en los gigantes que se alzaban en el horizonte. Gabi, a su lado, temblaba mientras abrazaba a una niña pequeña que lloraba, sus ojos rojos por el llanto tras la muerte de Falco. —Esto es todo... —murmuró Connie, su voz temblando mientras miraba a los colosales, sus figuras imponentes recortadas contra el cielo en llamas—. Armin, Mikasa, Levi... todos se han ido. No hay nada más que podamos hacer —dejó caer la lanza al suelo, el metal resonando contra las piedras mientras se desplomaba de rodillas, exhausto y derrotado. Gabi negó con la cabeza, sus manos apretando a la niña mientras las lágrimas corrían por su rostro. —¡No puede terminar así! —gritó, su voz quebrándose mientras miraba a los sobrevivientes, sus rostros pálidos y llenos de terror—. ¡Falco murió por nosotros! ¡Todos murieron por nosotros! ¡Tiene que haber algo! Pero sus palabras se desvanecieron en el aire, vacías ante la realidad que se alzaba frente a ellos. Los colosales llegaron al objetivo. Sus pies masivos aplastaron las primeras casas al borde de la ciudad, el crujido de la madera y la piedra mezclándose con los gritos de los sobrevivientes. Una mujer intentó correr, llevando a su hijo en brazos, pero un coloso giró, su mano gigantesca barriendo el suelo y reduciéndolos a polvo en un instante. Los demás gritaron, algunos cayendo de rodillas en oración, otros abrazándose mientras las sombras de los gigantes los cubrían. Connie levantó la vista, sus ojos nublados mientras veía a un coloso acercarse, su pie alzándose sobre ellos. —Lo siento, Gabi... —susurró, tomando su mano mientras ella sollozaba—. Lo intentamos. Gabi lo miró, sus labios temblando mientras asentía, y juntos enfrentaron el final, la niña entre ellos llorando mientras el pie descendía. El impacto fue silencioso para ellos, un fin instantáneo que borró sus vidas en una explosión de tierra y vapor. Los colosales siguieron avanzando, aplastando a los últimos sobrevivientes sin detenerse, sus pasos resonando como un tambor fúnebre mientras completaban su marcha a través de Marley. Las ciudades cayeron una tras otra, las últimas voces humanas silenciadas bajo el peso de los gigantes, y el continente quedó en ruinas, un cementerio de cenizas y escombros. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ En la nuca del titán, Eren permanecía inmóvil, el cuerpo de Mikasa aún en sus brazos mientras miraba al horizonte, donde los colosales cumplían su propósito. El Rugido había alcanzado su clímax, y el genocidio que había prometido estaba completo. Marley, las naciones del exterior, todos los que habían odiado a los “demonios de Paradis” estaban muertos, borrados de la tierra por su voluntad. El silencio que siguió fue ensordecedor, roto solo por el leve crujido de los tendones óseos y el sonido distante del océano. Eren bajó la vista al rostro sereno de Mikasa, sus lágrimas cayendo sobre ella mientras sus manos temblaban. —Lo hice... —murmuró con su voz quebrándose mientras miraba al Titán Colosal inmóvil abajo, sabiendo que Armin también estaba muerto—. Por Historia, por mi hijo, por Paradis... maté a todos —su mirada se alzó al cielo vacío, donde las nubes rojas reflejaban la sangre que había derramado, y un sollozo escapó de su garganta, un sonido humano en un mundo desprovisto de vida. El titán de Eren se detuvo, sus colosales quedándose inmóviles a su alrededor como estatuas de un imperio caído. Había cumplido su promesa: el mundo exterior estaba destruido, y Paradis era libre, pero el costo había sido todo lo que amaba. Mikasa, Armin, Levi, Jean, Falco, Reiner, Annie y Hange. Todos habían caído por su propia mano. Incluso los Jaegeristas como Floch, que habían creído en él, estaban muertos, y los sobrevivientes como Connie y Gabi habían sido aplastados bajo los colosales. Eren dejó caer la cabeza, abrazando el cuerpo de Mikasa con más fuerza mientras las lágrimas seguían cayendo. —No queda nadie... —susurró, su voz temblando mientras el peso de su genocidio lo aplastaba—. Solo yo... y ellos. En ese momento pensó en Historia, en su hijo, en la isla que ahora estaba a salvo, pero la imagen no le trajo consuelo. Había matado a todos, y el silencio del mundo era su castigo. El silencio en la costa de Marley era absoluto, un vacío que se extendía sobre las ruinas de un mundo aniquilado. El titán gigantesco de Eren permanecía inmóvil, sus colosales a su alrededor como estatuas de una era terminada, mientras él, en la nuca, sostenía el cuerpo sin vida de Mikasa contra su pecho. Sus lágrimas habían cesado, reemplazadas por una mirada vacía mientras contemplaba el horizonte devastado, las ciudades reducidas a polvo y el océano lamiendo las cenizas de lo que una vez fue Marley. Había cumplido su genocidio, matado a todos los que se interpusieron en su camino, y ahora estaba solo, el último hombre en un planeta silenciado por su voluntad. De repente, el aire tembló, y el mundo a su alrededor se desvaneció en un destello ámbar. Eren se encontró en los caminos invisibles una vez más, el desierto dorado extendiéndose ante él bajo un cielo atravesado por senderos luminosos. Frente a él estaba Ymir, la Fundadora, su figura pequeña y frágil contrastando con el poder inmenso que había desatado. Sus ojos, siempre vacíos de emoción, ahora brillaban con una calma extraña, y su cabello desordenado caía sobre su rostro mientras lo miraba. —Eren —dijo, su voz resonando como un eco en el desierto, suave pero cargada de una autoridad antigua—. Lo hiciste. Cumpliste tu objetivo. El mundo exterior está destruido, los eldianos están libres del odio que los persiguió. Rompiste todos tus lazos... algo que yo nunca pude hacer. Eren la miró, sus ojos verdes nublados por el dolor mientras sostenía el cuerpo de Mikasa en sus brazos, incluso en esta visión etérea. —Ymir... —murmuró, su voz temblando mientras bajaba la vista hacia Mikasa, su rostro sereno en la muerte—. Maté a todos. A Mikasa, a Armin, a mi propia familia... ¿Esto era lo que querías? ¿Era este el precio de la libertad? Ymir dio un paso adelante, su mirada suavizándose mientras lo observaba. —Yo quería ser libre —respondió, su tono cargado de una tristeza milenaria—. Pero estaba atada al rey Fritz, a mi amor por él y a mis cadenas por ser su esclava. Tú me liberaste, Eren, al romper las tuyas. Usaste mi poder para destruir, pero también para terminar con esta maldición. Ahora, puedo hacer lo que nunca pude. El desierto tembló, y el árbol del linaje eldiano, que se alzaba detrás de ella, comenzó a brillar con una luz intensa. Sus ramas, los senderos luminosos que conectaban a los eldianos a través del tiempo, se agrietaron y se deshicieron, fragmentándose en partículas doradas que se dispersaron en el viento. Ymir levantó una mano, y el poder de los titanes comenzó a fluir hacia ella, absorbiéndose en su figura como un río de luz. —Estoy llevándome a los titanes —dijo, su voz resonando con una resolución final—. El árbol se destruye y los lazos se rompen. La maldición termina aquí, contigo. No más titanes, no más odio. Vive, Eren. Vive la vida que yo no pude tener al lado de mi familia, libre de todo esto. Hazlo por mí... y por ellos. Eren la miró, las lágrimas regresando a sus ojos mientras procesaba sus palabras. —¿Vivir? —susurró, su voz quebrándose mientras miraba a Mikasa en sus brazos—. Todos están muertos, Ymir. No queda nadie. ¿Qué vida puedo tener ahora? Ymir sonrió, una sonrisa pequeña pero genuina, la primera que había mostrado en dos mil años. —La vida que elijas —respondió—. Sin la maldición, sin el odio. Por primera vez, eres libre. Adiós, Eren Jaeger. Su figura comenzó a desvanecerse, disolviéndose en partículas de luz que se mezclaron con las del árbol destruido. El desierto dorado se iluminó por un instante, y luego se desvaneció, dejando a Eren solo en el silencio. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ En el mundo real, el cambio fue inmediato. El titán gigantesco de Eren tembló, y un crujido resonó mientras su estructura ósea comenzaba a desintegrarse. Los tendones se deshicieron en polvo, las costillas colapsaron, y el cuerpo titánico se disolvió en una nube de vapor que se alzó hacia el cielo rojo. Los titanes colosales, inmóviles a su alrededor, siguieron el mismo destino: sus cuerpos masivos se desmoronaron, cayendo al suelo como estatuas rotas, sus formas disolviéndose en el aire hasta que no quedó nada más que cenizas y silencio. Eren cayó desde la nuca desvanecida, aterrizando en la arena de la costa con el cuerpo de Mikasa aún en sus brazos. El vapor lo rodeó por un momento, pero cuando se asentó, estaba solo, humano una vez más, sin el poder del Fundador, sin los titanes. El paisaje ante él era un vacío devastado: las ciudades de Marley reducidas a escombros, el océano lamiendo las ruinas, y el cielo teñido de un rojo sombrío. No había vida, no había sonido, solo el eco de un mundo destruido por su voluntad. Miró el rostro de Mikasa, sereno en la muerte, y las palabras de Ymir resonaron en su mente: Vive la vida que yo no pude tener. Las lágrimas cayeron de nuevo, goteando sobre ella mientras la abrazaba con más fuerza. —Lo intentaré... —susurró con su voz temblando mientras miraba el horizonte vacío—. Por ti, por Armin... por todos. El cuerpo del Titán Colosal, ahora disuelto, dejó tras de sí el cuerpo de Armin, inmóvil en la arena a lo lejos, pero Eren no se movió para verlo. Se quedó allí, sosteniendo a Mikasa, su cabello largo cayendo sobre su rostro mientras el peso de su genocidio y la pérdida de los titanes lo envolvían. Los eldianos estaban libres, la maldición había terminado, pero él estaba solo en un mundo que había vaciado con sus propias manos. El viento sopló, llevando consigo las cenizas de Marley, y Eren cerró los ojos, su respiración temblorosa mientras intentaba imaginar una vida sin odio, sin titanes, como Ymir le había pedido. Pero el paisaje vacío y el cuerpo de Mikasa en sus brazos eran un recordatorio constante de lo que había perdido, y el silencio del mundo era su única compañía mientras comenzaba a enfrentar lo que quedaba de su existencia. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Habían pasado semanas desde el fin del Rugido, desde que Ymir se llevó los poderes de los titanes y dejó a Eren solo en las ruinas de Marley. El mundo exterior estaba silenciado, un vasto cementerio de cenizas y escombros donde la vida había sido borrada por su voluntad. Durante días, Eren había vagado por la costa devastada, sosteniendo el cuerpo de Mikasa y buscando el de Armin entre los restos disueltos del Titán Colosal. El silencio era su único compañero, un eco constante del genocidio que había cometido, pero las palabras de Ymir lo habían impulsado a seguir adelante. Encontró un barco pequeño entre los restos de un puerto marleyano destruido, una embarcación maltrecha pero funcional. Con manos temblorosas, colocó los cuerpos de Mikasa y Armin a bordo, cubriéndolos con telas que encontró entre los escombros, un gesto inútil pero necesario para preservar su dignidad. El océano, ahora tranquilo tras la desaparición de los titanes, lo llevó de vuelta a Paradis, un viaje solitario bajo un cielo gris que reflejaba el peso de su alma. Su cabello largo ondeaba al viento, sus ojos verdes fijos en el horizonte mientras las olas lo acercaban a casa. En Paradis, la noticia del fin del Rugido había llegado como un susurro en el viento. Los titanes colosales se habían desintegrado en todo el mundo, y los eldianos, libres de la maldición, comenzaron a reconstruir sus vidas dentro de las murallas ahora innecesarias. Historia Reiss, la reina, había dado a luz a su hija días después del genocidio, un bebé de ojos claros que llevaba la esperanza de un nuevo comienzo. Los Jaegeristas, debilitados tras la muerte de Floch y otros líderes, se habían disuelto, dejando a un pequeño grupo de soldados leales a Historia como la última guardia de la isla. Cuando el barco de Eren apareció en el horizonte, un vigía dio la alarma, e Historia, sosteniendo a su hija en brazos, corrió hacia la costa junto a unos pocos soldados. El viento soplaba su cabello rubio mientras miraba el mar, su corazón acelerado por la mezcla de alivio y temor. Sabía lo que Eren había hecho (Yelena se lo había contado antes de desaparecer), pero también sabía que él era el padre de su hija, el hombre que había sacrificado todo por un futuro que ella apenas podía comprender. El barco encalló en la arena, y Eren bajó lentamente, sus botas crujiendo contra la playa mientras arrastraba los cuerpos envueltos de Mikasa y Armin tras él. Su rostro estaba demacrado, sus ojos hundidos por el cansancio y el dolor, pero brillaban con una determinación silenciosa. Los soldados, con rifles en mano, se tensaron al verlo, pero Historia levantó una mano para detenerlos, su mirada fija en él mientras avanzaba. —Eren... —susurró ella, su voz temblando mientras lo miraba, el bebé en sus brazos moviéndose inquieto. Los soldados se quedaron atrás, respetando el momento, mientras ella corría hacia él, las lágrimas brillando en sus ojos. Eren dejó los cuerpos en la arena y alzó la vista, encontrándose con la de Historia. Luego miró a la niña en sus brazos, su hija, un rostro pequeño con rasgos que reflejaban los suyos, y algo en él se quebró y se sanó al mismo tiempo. Historia llegó a él, deteniéndose a solo un paso, sus ojos buscando los suyos mientras las lágrimas caían. —Lo hiciste... —dijo, su voz suave pero cargada de emoción—. El mundo exterior... los titanes... todo terminó. No había juicio en sus palabras, solo una aceptación dolorosa de lo que había costado. Eren asintió lentamente, su mirada cayendo al bebé antes de volver a ella. Sin decir nada, extendió los brazos, e Historia se lanzó hacia él, abrazándolo con fuerza mientras la niña quedaba entre ellos. Él la envolvió con sus brazos, su cabello largo rozando el rostro de ella mientras sentía el calor de su familia por primera vez desde que todo comenzó. Luego, con una mano temblorosa, tomó a su hija de los brazos de Historia, levantándola con cuidado mientras la miraba a los ojos. —Ahora eres libre —susurró, su voz quebrándose mientras miraba a la niña, sus pequeñas manos moviéndose en el aire. Luego giró hacia Historia, abrazándola de nuevo con su hija entre ellos, y repitió las palabras, más firmes esta vez—. Ahora eres libre. Era una promesa, un eco de lo que había jurado lograr, pero también una confesión de todo lo que había perdido para llegar a este momento. Historia lloró contra su pecho, sus manos aferrándose a él mientras asentía. —Tú también, Eren —murmuró con su voz temblando—. Estás en casa. Quédate con nosotras. Los soldados, a lo lejos, bajaron sus armas, mirando en silencio mientras el hombre que había destruido el mundo se reunía con la familia por la que lo había hecho. Eren miró los cuerpos de Mikasa y Armin en la arena, su corazón apretándose mientras las lágrimas amenazaban con volver. Pero luego volvió su mirada a Historia y a su hija, la única luz en la oscuridad que había creado. El paisaje de Paradis, libre de murallas y titanes, se extendía ante él, un lienzo en blanco para un futuro que aún no podía imaginar. —Lo intentaré —susurró, más para sí mismo que para ellas, mientras las abrazaba con más fuerza, su voz apenas audible sobre el sonido del océano—. Por ustedes... lo intentaré. El sol comenzó a salir en el horizonte, un amanecer pálido que iluminó la playa, proyectando sombras largas sobre los cuerpos de Mikasa y Armin, y sobre Eren, Historia y su hija. Los soldados se acercaron lentamente, ofreciendo ayuda para llevar a los caídos, y Eren asintió en silencio, permitiéndoles tomar a sus amigos mientras él se quedaba con su familia. Paradis estaba libre, el odio y la maldición se habían ido, y aunque el costo había sido inimaginable, Eren, por primera vez, sintió el peso de una vida que podía intentar vivir. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Habían pasado cuatro años desde que Eren regresó a Paradis con los cuerpos de Mikasa y Armin, desde que Ymir se llevó los poderes de los titanes y dejó al mundo en un silencio que aún resonaba en su alma. El tiempo había suavizado las heridas, aunque nunca las había sanado por completo. Paradis, libre de murallas y de la maldición, había florecido en una isla de paz, sus habitantes reconstruyendo sus vidas sin el peso del odio que los había perseguido durante siglos. El mundo exterior seguía siendo un eco lejano, un vasto desierto de ruinas que nadie había reclamado, pero en la isla, la vida continuaba. Eren descansaba bajo el árbol donde todo había comenzado, el mismo árbol en las colinas cerca de Shiganshina donde había soñado con un mundo más allá de las murallas siendo niño. Su cabello, que había sido largo y desordenado durante los días del Rugido, estaba cortado corto de nuevo, un eco del Eren que había sido antes de la guerra. Vestía una camisa sencilla y pantalones gastados, su cuerpo relajado y marcado por las cicatrices de un pasado que nunca olvidaría pero libre del poder titánico que una vez lo definió. El sol de la tarde filtraba rayos dorados a través de las ramas, y él cerró los ojos, dejando que la brisa lo envolviera mientras recordaba las voces de Mikasa y Armin, sus rostros grabados en su memoria. —Eren —llamó una voz suave desde la distancia, rompiendo su quietud. Abrió los ojos y vio a Historia acercándose por la colina, su cabello rubio brillando al sol mientras sostenía una canasta en una mano. A su lado, correteando con pasos torpes pero decididos, estaba su hija, Ymir, una niña de cuatro años con ojos verdes como los de su padre y una sonrisa que iluminaba el día. Llevaba un vestido blanco sencillo, y su cabello corto y rubio ondeaba mientras perseguía una mariposa. Eren se levantó, una sonrisa pequeña cruzando su rostro mientras las miraba. —Ya voy —respondió, sacudiéndose la hierba de la ropa mientras caminaba hacia ellas. Historia lo alcanzó primero, sus ojos azules encontrándose con los suyos en un intercambio silencioso de cariño y comprensión. Habían construido una vida juntos en estos años, una unión nacida del sacrificio y la esperanza, y aunque el pasado nunca los dejaba del todo, habían encontrado un equilibrio. —Es hora —dijo ella, su voz suave pero firme mientras ajustaba la canasta—. El aniversario de los caídos y la libertad. Todos están esperando en el castillo. No quería que te perdieras el discurso —hizo una pausa, mirando el árbol detrás de él—. Sé que te gusta venir aquí, pero hoy es importante. Eren asintió, su mirada suavizándose mientras tomaba la mano de Historia por un momento. —Lo sé —murmuró—. Solo necesitaba un momento. Luego se agachó cuando Ymir corrió hacia él, sus pequeños brazos extendiéndose mientras reía. —¡Papá! —gritó la pequeña, lanzándose a sus piernas. Eren la levantó con facilidad, alzándola en el aire mientras ella reía más fuerte, sus manos pequeñas tocando su rostro—. ¡Vamos al castillo! ¡Mamá dijo que hay pastel! Eren rió, una risa rara pero genuina, y la bajó para tomarla de la mano. —Entonces no podemos llegar tarde —dijo, guiñándole un ojo a Historia mientras los tres comenzaban a bajar la colina, el árbol quedando atrás como un testigo silencioso de su pasado y su presente. El castillo real, una estructura restaurada en el corazón de Paradis, estaba lleno de vida ese día. Cuatro años después del fin del Rugido, el aniversario de los caídos y la libertad se había convertido en una tradición, un día para honrar a los que habían muerto y celebrar la paz que habían ganado. La plaza frente al castillo estaba decorada con banderas blancas, y una multitud de eldianos se había reunido, sus rostros reflejando gratitud y melancolía. En el centro, un grupo de estatuas de piedra se alzaba: Mikasa, Armin, Levi, Jean, Hange, Sasha, Erwin y otros héroes caídos, tallados con detalle para preservar sus legados. Eren llegó con Historia y Ymir, vestido con ropa normal, una camisa gris y pantalones oscuros, su apariencia sencilla contrastando con la figura imponente que había sido. La multitud se apartó para dejarlo pasar, algunos mirándolo con reverencia, otros con cautela, pero él mantuvo la cabeza baja, su mano sosteniendo la de Ymir mientras Historia subía al estrado para dar su discurso como reina. Historia, con un vestido blanco y una corona sencilla, se dirigió a la multitud, su voz clara y resonante. —Hoy hace cuatro años —comenzó, su mirada recorriendo a los presentes—. El mundo cambió para siempre. Perdimos a muchos: amigos, familia y héroes que dieron sus vidas por nuestra libertad. Los titanes se han ido, el odio se ha desvanecido, y Paradis es nuestro hogar, un lugar donde nuestros hijos pueden crecer sin miedo. Honramos a los caídos, y renovamos nuestra promesa de vivir por ellos, de construir un futuro digno de su sacrificio. Eren escuchó en silencio, de pie junto a las estatuas, su mirada fija en las figuras de Mikasa y Armin. Mikasa, con su bufanda tallada en piedra, y Armin, con un libro en las manos, parecían mirarlo de vuelta, sus expresiones inmortales un recordatorio de lo que había perdido. Ymir, a su lado, tiró de su mano, señalando la estatua de Levi. —¿Quién es ese, papá? —preguntó con voz curiosa. Eren se agachó a su nivel, su mano apretando la de ella mientras sonreía débilmente. —Era un amigo —respondió en voz baja—. El más fuerte de todos nosotros. Nos salvó muchas veces —su mirada se nubló por un momento, pero se recompuso cuando Historia continuó. —Por ellos —dijo Historia, su voz temblando ligeramente mientras miraba a Eren y Ymir—. Seguiremos adelante. Por la libertad que nos dieron, por la paz que soñaron. Que sus nombres vivan en nosotros, siempre. La multitud aplaudió, algunos llorando, otros alzando las manos en un saludo silencioso a los caídos. Cuando el discurso terminó, Historia bajó del estrado y se unió a Eren y Ymir frente a las estatuas. La niña corrió hacia su madre, abrazándola, y Eren las siguió, su mano encontrando la de Historia mientras miraba a su hija. —Ahora eres libre —susurró, más para sí mismo que para ellas, un eco de las palabras que les había dicho hace cuatro años. Pero esta vez, las dijo con una calma que había ganado con el tiempo, un reconocimiento de que, a pesar de todo, había dado a su familia lo que había jurado. La ceremonia continuó con música y ofrendas, pero Eren, Historia y Ymir se quedaron un momento más frente a las estatuas, una familia unida por el pasado y el presente. El sol se puso sobre Paradis, bañando el castillo en luz dorada, y Eren, tomando la mano de su hija, sintió por primera vez en años que quizás, solo quizás, podía vivir la vida que Ymir le había pedido, honrando a los caídos con cada día que pasaba junto a los que aún tenía. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Paradis se había transformado en una tierra de paz bajo el cielo despejado. Eren ahora vivía una vida tranquila con Historia y su hija Ymir, pero el peso de su pasado nunca lo abandonaba del todo. Aquella mañana, tras dejar a Ymir jugando con otros niños cerca del castillo real y a Historia ocupada con asuntos de la reina, decidió caminar solo hacia las afueras de Shiganshina, hacia los campos donde las murallas una vez se alzaron. El paisaje era abierto ahora, las piedras derrumbadas cubiertas de hierba, un símbolo de la libertad que había comprado con sangre. Mientras caminaba, perdido en sus pensamientos, una figura emergió de entre los árboles al borde del camino. Era alta, delgada, con el cabello corto y un rostro marcado por el tiempo y la guerra. Eren se detuvo, sus ojos entrecerrándose mientras reconocía a Yelena, la antigua aliada de Zeke y los Jaegeristas, una mujer que había desaparecido tras el fin del Rugido. Vestía ropa sencilla, un abrigo gastado sobre una túnica gris, y sus ojos, siempre intensos, lo miraron con una mezcla de cautela y calma. —Eren —dijo ella, su voz grave pero serena mientras alzaba una mano en un gesto de paz—. No esperaba encontrarte aquí. O tal vez sí. No importa. Necesito hablar contigo. Eren tensó los hombros, su mano instintivamente buscando una espada que ya no llevaba. Cuatro años de paz no habían borrado sus reflejos de soldado. —¿Qué haces aquí, Yelena? —preguntó, su tono cortante mientras la miraba—. Pensé que estabas muerta o que habías huido. Yelena sonrió, una curva leve en sus labios que no alcanzó sus ojos, y negó con la cabeza. —Tranquilo, Eren —respondió, dando un paso adelante pero manteniendo la distancia—. No busco problemas. No después de todo lo que lograste. Vine a agradecerte, en realidad —hizo una pausa, su mirada desviándose hacia el horizonte donde las ruinas de Marley quedaban más allá del mar—. Por eliminar a la gente de Marley. Por terminar con ellos. Eren frunció el ceño, sus ojos verdes brillando con una mezcla de confusión y duda mientras la miraba. —Tú eres de Marley —dijo en voz baja pero firme—. Apoyaste a Zeke, su plan de esterilización, no el mío. ¿Por qué me agradeces por destruir a tu propio pueblo? ¿Qué estás tramando? Yelena soltó una risa seca, un sonido amargo que se desvaneció en el viento. —Sí, soy marleyana —admitió, cruzando los brazos mientras lo miraba—. Y creí en Zeke, en su visión de un mundo sin eldianos, sin titanes. Pero eso murió con él. Cuando vi lo que hiciste, Eren, me di cuenta de que tus métodos, aunque brutales, lograron algo que nosotros nunca pudimos. Marley está acabado, sus ejércitos, sus líderes, su odio... todo se fue. Y con los titanes desaparecidos, este mundo es nuevo, limpio de esa guerra eterna. No tengo resentimientos, no más ideales. Solo gratitud. Eren dio un paso atrás, su mente acelerándose mientras procesaba sus palabras. Había esperado venganza, traición, algo que rompiera la frágil paz que había construido, pero la calma de Yelena lo desarmó. —¿Gratitud? —repitió, su voz temblando ligeramente mientras la miraba—. Maté a millones, Yelena. A tus compatriotas, a mis amigos... a todos. ¿Y tú me agradeces? Ella asintió, su expresión suavizándose mientras lo miraba con algo cercano a la compasión. —Sí —dijo—. Porque terminaste lo que empezó hace dos mil años. Rompiste las cadenas que condenaron a tu gente. Y ahora, yo también puedo vivir libre de eso. No busco pelear, Eren. No hay nada que ganar en esta paz que me diste —hizo una pausa, su mirada cayendo al suelo antes de volver a él—. Vive feliz con tu familia, con Historia y tu hija. Eso es lo que haré yo, en mi propio camino, en este nuevo mundo. Es lo menos que nos merecemos después de todo. Eren la miró en silencio, sus manos apretándose a los lados mientras las palabras de Yelena se hundían en él. La duda lo carcomía. La idea de que alguien de Marley, incluso alguien como Yelena, pudiera aceptar su genocidio como un regalo lo perturbaba. Pero no había amenaza en su postura, solo una resignación que reflejaba la suya propia. —¿A dónde irás? —preguntó finalmente, su voz baja mientras el viento soplaba entre ellos. Yelena se encogió de hombros, girándose parcialmente como si ya estuviera lista para irse. —No lo sé —admitió—. Lejos, tal vez. Hay un mundo vacío allá afuera, y quiero verlo con mis propios ojos. Pero no te preocupes por mí, Eren. Este es tu hogar ahora. Quédate con ellos —le dio una última mirada, una mezcla de reconocimiento y despedida, antes de dar un paso atrás—. Gracias, de nuevo. Adiós. Antes de que Eren pudiera responder, Yelena se giró y caminó hacia los árboles, su figura alta desapareciendo entre las sombras tan silenciosamente como había aparecido. Él se quedó allí, solo en el campo, mirando el lugar donde había estado, su mente dando vueltas mientras el eco de sus palabras “Vive feliz con tu familia” se mezclaba con el recuerdo de Mikasa, Armin y los demás que había perdido. El sol comenzaba a bajar, tiñendo el cielo de naranja, y Eren exhaló lentamente, sus hombros relajándose mientras dejaba atrás la duda. Yelena no era una amenaza, solo un vestigio del pasado que, como él, buscaba un propósito en este mundo nuevo. Giró y caminó de regreso hacia Shiganshina, donde Historia y Ymir lo esperaban, su corazón aligerado por la certeza de que, al menos por ahora, la paz que había comprado era real. ༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻ Algunos meses habían pasado desde el fin del Rugido, desde que Eren regresó a Paradis con los cuerpos de Mikasa y Armin, desde que Ymir se llevó los poderes de los titanes y dejó al mundo en un silencio que aún resonaba en los rincones más profundos de su alma. El tiempo había tejido una paz frágil pero duradera en la isla, un lienzo en blanco donde los eldianos habían comenzado a pintar una vida nueva. Las murallas, que una vez se alzaron como jaulas de piedra alrededor de sus vidas, habían sido desmanteladas por completo, sus restos convertidos en caminos, casas y monumentos. Paradis era ahora un vasto paisaje de colinas verdes, ríos cristalinos y cielos abiertos, un hogar que respiraba libertad bajo el sol. Era una tarde tranquila de otoño, el aire fresco cargado del aroma de las hojas caídas y la hierba húmeda. Eren e Historia habían escapado del bullicio del castillo real, dejando a los sirvientes y consejeros atrás para pasar un momento juntos en el lugar que había marcado sus comienzos. El árbol en las colinas cerca de Shiganshina, aquel donde Eren había soñado de niño con un mundo más allá de las murallas, se alzaba majestuoso, sus ramas desnudas extendiéndose hacia el cielo como un símbolo de todo lo que habían ganado y perdido. Habían traído a su hija, Ymir, una niña de cuatro años y medio con ojos verdes brillantes y cabello rubio que heredaba la calidez de su madre y la intensidad de su padre, pero ella estaba ahora jugando más abajo en la colina, persiguiendo mariposas con una risa que llenaba el aire. Eren estaba sentado contra el tronco del árbol, su cabello corto y oscuro rozando su frente mientras miraba el paisaje que se extendía ante él. Llevaba una camisa marrón de mangas largas y pantalones simples. A su lado, Historia se sentó con las piernas cruzadas, un vestido azul claro ondeando suavemente con la brisa mientras sus manos descansaban en su regazo. Su cabello rubio estaba suelto, cayendo en ondas sobre sus hombros, y sus ojos azules reflejaban una paz que había luchado por encontrar en los últimos años. Entre ellos, un silencio cómodo se había asentado, roto solo por las risas lejanas de Ymir y el susurro del viento entre las ramas. Eren giró la cabeza hacia Historia, su mirada suavizándose mientras la observaba. —Este lugar... —murmuró, su voz baja pero cargada de nostalgia—. Aquí empezó todo, ¿sabes? Soñé con un mundo libre bajo este árbol, con Mikasa y Armin a mi lado. Nunca imaginé que terminaría así... contigo, con Ymir, sin murallas. Hizo una pausa, sus ojos recorriendo el horizonte donde las murallas una vez se alzaron, ahora reemplazadas por campos abiertos y aldeas dispersas. Historia sonrió, una sonrisa pequeña pero cálida, y extendió una mano para tomar la de él. Sus dedos se entrelazaron, un gesto simple pero lleno de un significado emocional mientras lo miraba. —Éramos como pájaros en una jaula entonces —dijo ella con una voz suave pero firme—. Tú, yo, todos nosotros. Nacimos encerrados, temiendo al mundo más allá. Pero ahora... —giró la cabeza hacia Ymir, que corría con los brazos extendidos como si fueran alas, persiguiendo una mariposa naranja—. Ella vive sin esas jaulas. Nunca sabrá lo que fue despertarse con miedo a los titanes, al odio. Eso es lo que lograste, Eren. Él apretó su mano, su mirada siguiendo a Ymir mientras una mezcla de orgullo y tristeza cruzaba su rostro. —Sí —susurró, su voz temblando ligeramente—. Ella es libre. Paradis es libre. Pero a veces me pregunto cuánto durará esta paz. El mundo allá afuera está vacío ahora, pero algún día todo podría volver. Una nueva guerra, un nuevo odio... no puedo evitar pensar en eso. Historia giró hacia él, sus ojos encontrándose con los suyos mientras apretaba su mano con más fuerza. —Tal vez —dijo, su tono sereno pero decidido—. El futuro siempre es incierto, Eren. Pero no importa lo que venga. Lo que importa es esto. Nosotros, Ymir, la vida que tenemos. No podemos controlar lo que pase mañana, pero podemos vivir hoy. Y tú... tú nos diste eso. Eren la miró, sus ojos verdes brillando con una emoción que rara vez dejaba salir. Las palabras de Historia, tan simples pero tan profundas, se hundieron en él, disolviendo las sombras de duda que lo habían perseguido desde su encuentro con Yelena. Ella tenía razón. Había pasado años luchando por un futuro que no podía ver, sacrificando todo por una libertad que ahora tenía frente a él. Ymir reía en la colina, su pequeña figura danzando entre la hierba, e Historia estaba a su lado, su mano cálida en la suya. Eso era suficiente. —No me importa —dijo finalmente, su voz ganando fuerza mientras la miraba—. Si la paz se rompe, si el mundo se levanta de nuevo... no me importa. Lo único que quiero es vivir todo el tiempo que me quede con ustedes, con mis seres amados. Eso es lo que importa —hizo una pausa, su mirada suavizándose mientras una sonrisa rara pero genuina cruzaba su rostro—. Ymir me enseñó eso. Tú me lo enseñaste. Historia lo miró, sus ojos brillando con lágrimas que no cayeron, y una risa suave escapó de sus labios. —Eres un terco, ¿lo sabías? —dijo con un tono juguetón mientras se inclinaba hacia él—. Pero me alegra que finalmente lo entiendas. Eren rió, un sonido bajo pero cálido que resonó en el aire fresco, y giró su cuerpo para quedar frente a ella. Con su mano libre, tomó su rostro suavemente, sus dedos rozando su mejilla mientras la miraba con una intensidad que hablaba de todo lo que habían pasado juntos. —Historia —susurró, su voz temblando con emoción mientras se inclinaba hacia ella—. Te amo. Y quiero más de esto... más de nosotros —sus labios encontraron los de ella en un beso tierno pero profundo, un momento de conexión que borró el pasado por un instante, dejando solo el presente. Cuando se separaron, Historia lo miró, sus mejillas sonrojadas mientras intentaba procesar sus palabras. —¿Más de nosotros? —repitió, su voz vacilante pero curiosa mientras lo miraba. Eren sonrió, una chispa traviesa en sus ojos mientras asentía. —Más hijos —dijo en un tono firme pero lleno de cariño—. Quiero una casa llena de risas, de pequeños como Ymir corriendo por ahí. Quiero darte eso, darnos eso. Prometo pasar cada día que me quede haciéndote feliz, haciéndolos felices. Historia se sonrojó intensamente, sus manos cubriendo su rostro mientras una risa avergonzada escapaba de ella. —¡Eren! —exclamó, su voz temblando entre la vergüenza y la alegría mientras lo miraba a través de sus dedos—. Eso es... ¡no puedes decir esas cosas así! —sus ojos brillaban, y una sonrisa tímida se formó en sus labios mientras bajaba las manos—. Aunque... no diría que no. Eren rió de nuevo, más fuerte esta vez, y la atrajo hacia él en un abrazo, sus brazos rodeándola mientras ella se acurrucaba contra su pecho. —Entonces está decidido —murmuró contra su cabello, su voz suave pero llena de promesas—. Más hijos, más días como este. Lo haremos juntos. Desde la colina, Ymir los vio y corrió hacia ellos, sus pequeños pasos resonando en la hierba mientras gritaba. —¡Mamá! ¡Papá! Se lanzó entre ellos, y Eren la levantó con un brazo, sosteniéndola mientras Historia reía y se unía al abrazo. Los tres se quedaron allí, una familia unida bajo el árbol, el sol poniéndose en el horizonte y pintando el cielo de tonos dorados y rosados. Eren miró el paisaje una vez más, el vasto mundo sin murallas que se extendía ante ellos, y sintió una paz que no había conocido desde su infancia. Las sombras de Mikasa, Armin, Levi y los demás estaban allí, talladas en su corazón y en las estatuas del castillo, pero ya no eran un peso que lo arrastraba. Eran un recordatorio de por qué estaba aquí, de por qué había luchado. Ymir reía en sus brazos, Historia lo miraba con amor, y el futuro, incierto como era, ya no lo asustaba. —Ahora somos libres —susurró, su voz apenas audible mientras besaba la frente de Historia y luego la de Ymir—. Todos nosotros. El viento sopló, llevando consigo las hojas caídas, y bajo el árbol donde todo comenzó, Eren e Historia se tomaron de las manos, su hija entre ellos, viviendo un momento que era más grande que cualquier guerra, más fuerte que cualquier maldición. Era un final, pero también un comienzo, un epílogo escrito en risas, amor y la promesa de días por venir. El sol se hundió tras las colinas, y la familia permaneció allí, un cuadro de esperanza en un mundo rehecho, mientras el eco de su felicidad se alzaba hacia un cielo sin límites, libre al fin. F I N Notas del Autor: ¡Gracias por leer todo hasta el final! Llevo días, meses, años escribiendo esto. Todo para darles el final definitivo a esta historia que tanto deseaban y que muchos de ustedes esperaban mientras yo trabajaba y también sufría un bloqueo creativo. Ahora solo me queda agradecerles muchísimo por esperar y tener un poco de esperanza de que pudiera actualizar el fanfic a pesar de haberlo dejado en pausa durante tantos años. Lo único que me queda por hacer es seguir adelante con mis otras historias ahora que he terminado con el EreHisu, que me encantó con todo su trasfondo y la dinámica entre ambos como enemigos de la humanidad. Espero que AoT no Requiem tenga un mejor final que el original, ya que el propio Isayama mencionó errores en su final, de los que ahora se arrepiente. En fin, solo puedo decir que les deseo a todos una vida feliz y que el EreHisu es canon en nuestros corazones. ¡Comenten que les pareció el capítulo final! Emilion se despide de ustedes, lectores, hasta la próxima.