Hola, como en poco tiempo será Halloween, quería hacer una historia divertida de humor y romance. Espero que os guste. No será muy largo, eso creo. Capítulo.1. En busca de una Bruja. Volví a suspirar, se hizo una nube de vaho en frente de mí. Miré la casucha que estaba delante de mí, la mitad de la madera estaba podrida, pero parecía al menos sólida; la otra mitad estaba invadida por plantas. El olor a moho y a viejo me hizo dar una arcada, pero claro la reprimí. Allí estaba yo perdido en Irlanda en busca de nuestro último y desesperado recurso. Tomé con violencia el picaporte de la puerta, esperé unos segundos a que por arte de magia se abriese sola. Pero nada sucedió. Abrí la puerta, haciéndola chocar contra la pared. El olor a incienso me golpeó en toda la cara, me mareé por unos segundos, pero me obligué a no salir corriendo y darme por vencido. La oscuridad era total, pero no me molestaba en absoluta sabía exactamente a donde ir. Al sótano. Bajé las escaleras, cada vez que bajaba más se oía más fuerte una lúgubre música, como salmos, o canciones de las iglesia. La habitación estaba tan sólo iluminada por unas cuarenta o treinta velas en el suelo rodeado a la persona que venía a buscar. Alrededor de las velas había un gran grupo de personas, casi todos hombres, malnutridos, postrados ante la mujer que estaba en el medio. Ella iba desnuda, su pelo negro y lacio tapaban parte de su cuerpo, ella hacía movimientos suaves pero extraños. Tenía los ojos en blanco, estaba en trance. Me acerqué a ella, quedándome en frente, separados por la velas. De repente su cuerpo se puso rígido y me miró. Cerró los ojos y los volvió a abrir. Eran de color rojo como la sangre. Ella se enderezó. — ¿Qué haces aquí? —Dijo con fuerte acento Irlandés. Por su voz denotaba interés y parecía algo enfadada. —He venido para pedirte un favor —dije con la voz más fría e indiferente que pude sacar. Ella se hizo paso entre las velas, en vez saltarlas, los cirios se apartaron solos. Ella me sonrió y se dirigió a un sofá cercano. —Yo encantada, desde luego —Contestó sonriéndome, en sus ojos había deseo. —No es ese tipo de favor —aclaré. Pareció desilusionada, hizo una mueca y se giró para mirarme. Vaya parecía que la había enfadado. —Siéntate —ordenó con la voz cortante como el filo de un cuchillo. Yo me senté sin rechistar, es más se lo agradecía, me dolían los pies de tanto andar. Ella se inclinó y me acarició la mejilla. — ¿Qué es lo que quieres, Soponcio? —Preguntó con la voz aterciopelada. —Que nos ayudes, preferentemente a Hircum…—Ella alzó una ceja a la perfección—Hazme el favor de vestirte. Ella se irguió y ando hacia otra habitación. Antes de entrar me miró y me dedicó una sonrisa, que no me calmó en absoluto, sino todo lo contrario. —Así estoy más cómoda. A los minutos regresó vestida con una túnica de color marrón oscuro, apostaría que era la de un monje y que le habría engatusado y se la habría robado. — ¿Sólo levas eso? —Pregunté desconfiado. — ¿No te gusta?—Dijo haciendo un puchero — ¿Te gusta más así? —dijo subiéndose el faldón de la túnica dejándose ver las piernas. — ¡No! Estabas mejor antes… Ella esbozó una sonrisa maliciosa. Se divertía haciéndomelo pasar mal. Se sentó a horcajadas en mis piernas. — ¿Qué quiere Hircum? —Preguntó violentamente. —Queremos que mañana nos ayudes con la celebración, necesitamos a una verdadera bruja. — ¿Celebración? ¿Qué celebración? —Mañana es treinta. Treinta de Octubre. Ella ensanchó sus ojos, ahora de un color verde amarillento. Lo que quería decir es que estaba sorprendida. —De acuerdo, os ayudaré. Pero estás en deuda conmigo, Señor Calabaza. —Lo sé, vístete. Perderemos el vuelo. —Siempre tan previsor. Algún día me gustaría hacer contigo un pastel de calabaza, estaría para chuparse los dedos. Ella desapareció en la habitación que había entrado anteriormente. Me levanté del sofá y alisé mi traje, anduve hacia el centro de la habitación. Delante de las velas había un gran espejo, me miré en él. “Qué horror” Para que hiciese un pastel de calabaza tendría que cortarme la cabeza. A los minutos salió vestida con una camisa blanca abierta casi hasta el ombligo, con chorreras en el borde, una falda negra larga, y unas botas altas de mismo color. Portaba una maleta de cuero. Se agarró de mi brazo y me miró. —Inglaterra nos espera, Jack’O Lantern—dijo sonriente.
Aquí traigo el segundo capítulo. Espero que os guste. Capítulo.2. La pesadilla antes de Halloween, llamada Iria Scarlet. Estaba lloviendo a cántaros, hacía frío. Eso provocaba que mi acompañante se pegase más a mí, porque no había traído ropa de abrigo. Y además se la había olvido traer paraguas. Por lo que teníamos que compartirlo. Ella se pegó más a mi cuerpo, aposta, claro está. La fulminé con la mirada, y ella me devolvió una sonrisa de oreja a oreja con los ojos verdes radiantes de felicidad. Ella soltó un suspiro. —Ahh. Cuanto tiempo hacía que no venía Inglaterra, ¿tal vez un siglo? —No alces mucho la voz, Iria —La regañé. Ella me contestó pegándose todavía más a mí. Suspiré hastiado. Había aguantado sus payasadas en el avión, como aguantarlas en la calle con todavía más gente. Recorrimos la ciudad de Londres hasta llegar a una casa baja y victoriana. — ¿Esta es tú casa, Soponcio? —Preguntó mirando las paredes de color amarillo. Saqué la llave y entramos. En el hall dejé el paraguas y en un anaquel las llaves. La empujé para que entrase, se estaba mirando al espejo colocándose el pelo. Ella gruñó por lo bajo y entramos en el salón. —Qué mal gusto tienes para decorar la casa —comentó mirando la habitación, se giró para mirarme—Me gustas más así, la cara de humano no te sienta para nada bien. Suspiré cansado de sus gilipolleces. —Déjame pasar, tengo que llamar a Hircum para decirle que has llegado. Ella se hizo a un lado pero con una mueca de disgusto en la cara, se sentó en mi sofá sin ningún cuidado. —Por Dios. Parecéis un matrimonio. —La hice burlas hasta llegar al teléfono—Pero yo sé que te gustan las mujeres, y especialmente yo —dijo echándome una mirada lasciva. Puse los ojos en blanco, y llamé a Hircum. Después de confirmar dónde íbamos a hacer la celebración y que todo estaba listo solo quedar esperar que llegase la noche y aguantar a Iria. — ¿Tienes té? —Preguntó. Se había quitado las botas y estaba tumbada en el sofá. —No para ti —La contesté sentándome en el otro sofá. — ¿Dónde voy a dormir? —Tengo una habitación para invitados. —Joder. Y yo decía que Hircum era un amargado. La lancé una mirada asesina. Pero me ignoró olímpicamente. — ¿Sabes de qué va la celebración? —La pregunté. —Claro. Estuve en el noventa allí, en San Petersburgo. Hacía un frío terrible. —Si me acuerdo. Hace veintidós años. Eras igual de infantil y loca. Ella se rió. Parece que cada insulto no la afecta en absoluto. —Te he echado de menos, ¿sabías? La miré, parecía seria; ¿estaba siendo sincera? Lo justo es que también lo fuera yo. —Pues yo no, ¿sabías? —contesté imitándola. Ella no dijo nada, solamente a los minutos se levantó cogió sus cosas y se la llevó a su habitación. A las seis cuando estábamos cenando, alguien llamó a la puerta. Me levanté gruñendo. ¿Quién demonios sería a estas horas? Abrí la puerta. Era Terriculum. Le dejé pasar y ambos entramos en el salón donde Iria ya había terminado de cenar y estaba recogiendo sus cosas. — ¡Hola Terri! —Saludó abrazándolo — ¡Qué mono! Terri rechinó los dientes. Odiaba profundamente que le llamasen lindo, mono o alguna de esas cursilerías según él. Y sobre todo le jodía profundamente de que se lo dijese Hircum. Terri era de estatura normal para un hombre medía uno setenta y cinco, igual que Iria. En forma humana, para los humanos, llevaba el pelo rubio, corto, y de ojos marrones. Y con cara de niño. Por eso lo de la cursilerías. —Basta, por favor. Jack, termina de cenar, nos tenemos que ir-dijo con fuerte acento mediterráneo. —Claro.
Capítulo.3. Aparición del Señor Cabrío. Cogí mi gabardina, mi bufanda y mi sombrero. Iria se abrigó un poco más aunque se cambió de ropa, por una más llamativa. Salimos de la casa, las de alrededor estaban decoradas con elementos siniestros típicos de esta festividad. Y muchos mocosos, andaban por las calles pidiendo dulces, y otros cabrones dejándote la casa echa un asco, con huevos. La vecina de al lado salía, abrazada a su novio, iba vestida de enfermera. Como dice Jellows “Todas las mujeres en Halloween van de putas”. Inclusive Iria. Bajamos las escaleras, y Terri abrió el coche. — ¡Qué cochazo! —Grito ella emocionada. —Querida soy uno de los señores de la celebración —contestó Terri con soberbia. Era un Ferrari. Un Ferrari de color negro impecable. Y yo con mi pobre BMW. Entramos en el vehículo y en unos minutos estábamos en el parque al lado de “La Mansión Maldita”. Habíamos elegido ese lugar porque durante unos cuantos años, pude observar que nadie en esa época y en ese mismo día se acercaba a esa casa o parque. Al lado del parque estaban aparcados coches de alta gama, Porches, Volkswagen, Mercedes, y creo que los únicos Ferraris eran los de Terrri e Hircum. Casi todos éramos grandes empresarios repartidos por el mundo. Nos bajamos en el coche y entramos en el parque, nosotros íbamos delante e Iria detrás como un perrito faldero. Las luces anaranjadas predecían que estábamos cerca, y el delicioso olor a carne hacía que la boca se me hiciese agua. Iria y yo habíamos apenas habíamos cenado, no nos queríamos llenar ni pasar hambre hasta las doce de la noche. Allí había varias personas, vestidas de humano, entre ellas Jellows que jugaba a las cartas con Nick. Jellows y Nick eran completamente iguales, pero no son de la misma sangre, tan sólo de la misma raza. Eran paliduchos, delgaduchos, rubios platinos; Jell tenía los ojos verdes oscuros en cambio Nick los tenía negros. Jell iba como siempre con su querido sombrero del siglo veinte. Por donde la comida estaba Wladyslaw*, Wladek para los amigos, un vampiro polaco aficionado los burdeles. Tenía el pelo negro y los ojos azules oscuros. Le acompañaba Sandersoria, una lamia atenea, coleccionista de animales mortales y estaba obsesionada con adoptar niños. Tenía los ojos verdes y el pelo castaño. En la fogata estaban Mijaíl, Misha para los amigos; un nigromante ruso, obsesionado con el cerebro humano. Rubio platino de ojos grises. Con él estaba Shena, una mujer lobo brasileña, que adoraba las cosas lindas; y como no acosaba a Terri. Tenía el pelo marrón chocolate y los ojos amarillos. Yo creo que los más normales éramos Terri, Hircum y yo. Porque Iria era la persona más infantil y pervertida, que había conocido en mí larga vida. —Parece que ya está todo, ¿no? —Pregunté. —No, falta Hircum —Contestó Terri. Ambos nos miramos con una ceja enarcada. Era él quien lo preparaba todo y luego llegaba tarde. —Este año le tocaba a él, el tributo —intentó excusarle Terri con su mejor amigo que era. — ¡Apuesto que no lo ha encontrado! —Gritó a lo lejos Nick. — ¡Tú calla la boca, ludópata! —le grité. —Le esperaremos. —Sentenció Terri. Estuvimos esperándole durante media hora, y no llegaba así que decidimos entre todos empezar sin él. Pero teníamos un problema, no teníamos un tributo. Y como la comida daba igual a qué hora, nos preparamos para comer. Wladek y Shena trajeron la carne al fuego, en todo caso sería barbacoa o a la leña. Estábamos a punto de hincarle el diente a la carne cuando un golpe nos detuvo a todos en seco. En frente de nosotros estaba Hircum, con la camisa manchada de sangre, y un bulto grande cargado como un saco de patatas. ¡Por fin llegaba! ¡Qué hambre! *Wladyslaw se pronuncia Vladislaw. Y es en honor a Wladyslaw Spilzman.