El siguiente cuento (humor negro, sátira y romance) comencé a escribirlo cuando estaba de novio con una chica llamada Oriana, muy poco después terminamos y la obra inconclusa pasó al olvido. Anteayer decidí retomarla, ayer mismo la terminé y hoy la comparto con ustedes con el deseo de que le guste a alguien. Cuando algo grande muere, algo aún más grande nace – La historia de Xavi y Orianna Javi de Rodez Era una noche de invierno en una ciudad aún más fría, llovía a cántaros como si el cielo muy triste estuviera de tantas muertes aquí abajo. Había muerto también aquel cuya boca lo distinguía de patético. Tengo muchos amigos obesos y otakus, son personas agradables, pero este en especial era el colmo, comer y hablar de videojuegos y anime no lo es, hacerlo siempre con demasía fastidiosa hasta en la iglesia en plena boda de la prima, sí. Lo llamábamos el gordo Sammy, era un nombre muy lindo para él. Me había enterado de su partida un día antes en el blog de una página sobre fenómenos paranormales, y como me lo prometí, fui a su funeral, en plena crisis sentía la necesidad de heredar algo y tal vez algún familiar me reconocería y me demostraría su gratitud con la Playstation 3 del difunto. Confieso que estaba triste, me iba a perder el partido de fútbol. Me dirigí al auto, quité del limpia-parabrisas las multas, los panfletos religiosos y las amenazas de muertes, me subí y, como siempre en las horas pico, puse la sirena que le robé a un policía. Al fin llegué, cada día me recuerdan menos a mi madre en la carretera, y pensar que me decían que nunca aprendería a conducir. Me acerqué al centro de la sala donde reposaba el gigantesco cadáver dentro de un conteiner, subí las escaleras para verlo, portaba un control de videojuegos en las manos, un poco de baba en su boca y una chapa de Dragon Ball Z en su facha. Al avecindarme más, pude notar que hedía igual que en vida, así que decidí irme. Dado el miedo que me causaba el que se llevaran mi mal aparcado auto, no me había percatado de algo muy curioso: no había absolutamente nadie velándolo, ¡ni su mamá! Volviendo fugaz la mirada hacia el residuo de Sammy me dije: — era tan feo que ni el censo lo quiso visitar nunca — y al fin salí. Dejando la entrada de su casa atrás, me contenté al ver que mi carro seguía allí. Un modelo casual de tinte oscuro, aspecto sombrío y muchas pegatinas de “¡Uh, Ah, Chávez no se va!” en el vidrio de atrás que un delincuente mal parido puso allí, aún no he podido quitarlas, del chavismo uno nunca se libra fácilmente. Cuando me dirigía a él, noté se acercaban varias personas de prensa de un canal televisivo que no los conoce ni la mamá de su dueño -si es que tenía- y que jamás había visto. Pensé, ¿la muerte de este tipejo sería tan importante? Es un bien para mí ya que al fin me libré de su olor, pero muy pocos lo conocían como para salir en la televisión, de hecho no creo que cupiera en la pantalla, y si pudiera nadie de estómago débil querría verlo. A pesar de esto no le había dado tanta importancia hasta que noté entre aquel equipo a la mujer más hermosa que jamás había visto o soñado, su rostro era todo lo que cualquier hombre desearía, y pensé que hasta Sammy se levantaría a cortejarla si no tuviera un control de videojuegos en las manos. Cuando ella me habló yo estaba atónico pero hice un esfuerzo y mostré toda mi gallardía, mezcla algo de cómico, algo de elegante y algo de cuchi, que aprendí cuando me pagaban por comisión como Testigo de Jehová. Siempre me pongo patéticamente nervioso cuando veo una chica tan guapa y lo arruino todo, pero tenía que lograr volver a verla. — Disculpe, amigo, ¿podrías decirme si aquí es donde rezan al supuesto Sammy el mamón? — me dice. — Sí, aquí es, el olor así lo delata — fue un chiste muy malo. — Jajaja, qué bien, nos costó mucho llegar, no encontrábamos el camino. — Pues sólo debían seguir el rastro de cajitas de hamburguesas — aquel día la inspiración no me acompañó. — Jajaja, eres genial, creo que haremos bien entrevistándote. Ahora sí que estaba cagado. — Sería un placer colaborar con este canal que tanto entretenimiento me ha brindado. — ¡Genial! Solo será un momento — Me dice con mucho brillo en sus ojos, mientras yo intentaba disimular el mío. — No se preocupe. Y dígame, ¿por qué su gente está interesada en este pelmazo? — Como sabrás, somos un canal de economía y farándula, y este tal Sammy al parecer ha sido muy importante en el crecimiento financiero del restaurante Hamburguesas Burguesas. — Ah, entiendo, no olviden hacer una nota sobre su contribución para que no hubiera sobre-producción de alimentos en el país. — Jajaja. Tenía sentido, sólo alguien como él podía comer en esa porquería. Al cabo de tres horas todo estaba preparado, pero no estuve aburrido, perdoné a esos hijos de puta porque la agraciada reportera estuvo siempre hablando conmigo, cosas simples y cotidianas como: la situación económica en Bielorrusia, el reciclaje de almas en la habitación de Gauf, las capas de la atmosfera y los peligros de los gases de invernadero sobre estas, las sectas vudús de Haití y su posible relación con los emos salvajes… Como decía, había llegado mi turno, ella me presentaba. — Hoy en día, cuando la superficialidad extingue el alma de millones de jóvenes, nos conmueve ver que aún hay seres humanos que ven más allá y atravesando los fétidos olores y toneladas de grasas, descubren un enorme corazón hasta en los más vomitivos mamones. Junto a mí se encuentra un verdadero altruista, con ustedes Xavi Rodríguez, gran amigo. — Snif, hola mi muy querido público, quiero que me disculpen si mi voz se quiebra un poco, ha sido una dura pérdida, snif. — Cuéntanos, ¿cómo supo de la muerte del gordo Sammy? ¿Cómo lo tomaste? Dinos cualquier tontería que cause morbo y suba el rating. — Pues, esta mañana me levanté, snif, y sentí que algo muy importante me faltaba, sentía un gran vacío en mí. No lo entendía, tenía mi camiseta del Inter, la cara pintada de azul y negro, muchas cervezas en la nevera y gomitas en todos los bolsillos, y fue ahí cuando pensé: — ¡oh no, Sammy! —sabía que estaba en riesgo de sufrir un infarto, además de ser enorme, estaba tomando unas Viagras que le di para que se acelerara y se matara. — ¿Cómo dices? — Eh, que estaba tomando Sidras para que se alegrara y festejara, sí, eso, en el juego del Inter. — Ah está bien, prosiga. — Snif, entonces llamé inmediatamente a su celular, salió una grabación que era de un capítulo de Card Captor Sakura, y pensé “o se está tocando o está muerto”, pero no sentía más su ki, no había duda, estaba muerto — y disimulando me eché limón en los ojos para llorar, ¿qué de dónde lo saqué? De mi bolsillo, obvio, nunca se sabe cuando te brindarán tequila. En ese momento ella me abrazó, y me sentí muy bien, ya lo estaba antes, ahora más. Aproveché y le toqué una nalga y dije que fue Sammy, me creyó, él tiene ese poder, hasta muerto. — Por cierto, hueles a champaña, ¿estuviste tomando? – me dice como quien dice “tomaste y no me invitaste”. — Sí, estuve tomando en honor a mi amigo. — Aw que lindo eres, lástima que me tengo que ir ya, me gustaría seguir escuchándote, ¿nos vemos mañana en el entierro? — ¡Claro! Llevaré algo, pasa-palos bajo esta agua es genial. — ¿Disculpe? — Eh, que llevaré algo para el palo de agua torrencial, sí, eso. Aún así ella se rió, yo sonreí como nunca, pero el miedo no se me pasaba. Al día siguiente me dispuse a ir hacia el cementerio para coquetear con aquella reportera, se llamaba Orianna, yo tenía un pánico tal que no desentonaría en un pueblo pesquero al sonar la alarma de que Sammy se había vuelto a arrojar al mar desde un helicóptero muy cerca de la costa. Manejé el auto también con mucha ansiedad, y aprendí que los nervios y la ansiedad son un coctel fatal y hasta endógeno. Un pequeño gran accidente, y aunque salí ileso, el carro llevó la peor parte y no podría ir con él a mi cita. Intenté llegar en trasporte público pero no pasaban y el transito se congestionó. Esto era peor que fantasear con las power ranger femeninas y en los créditos darse cuenta que eran chinos disfrazados. Conteniendo las ganas de llorar, observaba a los demás felices en sus autos que sí funcionaban. Todas las canciones que escuchaba en la radio del auto me recordaban a Orianna, no sé porque ya que tenía puesto un disco de Popy. Y justo cuando dejé de esperar un milagro, llegó de la manera más insólita. Casualmente una cuadrilla de motorizados malandros, vulgares, chavistas, valga la redundancia, pasaron y fijaron su atención en mi problema y en mis pegatinas fanáticas del gobierno, y decidieron brindarme auxilio. Les seguí la corriente mostrándoles mi tanga roja dizque “por llevar el socialismo dentro de mí”, y les expliqué mi situación. No entendía casi nada de lo que decían, pero al final supe que me ayudarían, y me llevaron en sus motos con cajones de altavoces de procedencia dudosa rumbo al cementerio mientras me prometía que buscaría en el diccionario la palabra “sandungueo”. Llegué inclusive con buen tiempo, gracias al daltonismo provisional que mostraban mis bienhechores cuando pasaban por un semáforo. Ya dentro, miré un cráter de enorme longitudes cuya lápida decía “Game Over”, no había duda, era la tumba del gordo Sammy. Llovía, me rodeaba algo de niebla, pero nada de gente. Tomando un poco de whisky pensé que tal vez las personas que asisten a ver el cadáver de alguien en específico, son las mismas que alguna vez quisieron ver a este con vida para siempre, pero me retracté al recordar aquel viejo amigo necrófilo cuya prima modelo había fallecido hace tiempo. Fue apenas recordar a mi viejo amigo Juan cuando lo vi sobre una tumba haciendo un grafiti. Decidí saludarlo mientras llegaba Orianna. — ¡Heil Juan! — ¡Juro que no he hecho nada malo, detective, lo juro por mi madre y juro que no lo volveré a hacer! — Tranquilo chico, soy Xavi, ¿recuerdas? El de los muñequitos de Goku con sacapuntas. — ¡Claro! ¡Xavi el culón!, ¿cómo te ha tratado la vida? ¿Qué haces por aquí, man? — me dice terminando su arte el cual era un Chicorita entre dos pokebolas con un subtitulo que ponía: “Pokémon es subliminal”. — Muy bien, hermano, ¿y a ti cómo te ha ido? ¿Lograste algo con aquella prima muerta que estaba más buena que tirarse un pedo de 20 segundos sin sorpresas? — Pues claro hombre, así muerta se veía hasta más linda, la piel tenía un aspecto mate muy encantador, y pues, opuso la misma resistencia que cuando viva, jeje la muy puta esa. Aún guardo un pelito ¿quieres ver? — Eh, no, gracias. Veo que ahora te dedicas al grafiti, eres muy bueno, te felicito. — Gracias, pero prefiero llamarlo “arte gráfico urbano”, es más cool. — Eso me parece bien, pero no digas que lo que le hiciste a tu prima es “una prueba de que nunca es tarde para recibir amor”. — Ay, no hables como el guardia del cementerio. — Lo siento. Oh, llegó mi cita, tengo que irme, fue un placer verte de nuevo, hasta la vista. — Adiós colega, ya sabes dónde encontrarme ¡y visítame de vez en cuando a Miraflores! Allí estaba ella, traía una falda y una blusa con escote, yo parecía un adolescente alborotado por dentro, pero traté de calmarme por fuera y me decidí a saludarla aparentando que acababa de llegar. La saludé. — Hola, Orianna, lindos pechos. — ¿Perdón? — Eh, vil despecho, por mi difunto amigo, sí, eso. — Aw, mis más sinceras condolencias. Ambos miramos la increíblemente desmesurada tumba y ella rompió el silencio. — ¡Qué gran hueco! — Así te dijeron anoche. — Jajaja, qué bien que no pierdas el buen humor a pesar de todo. — ¿En serio? Pensé que había dicho algo fuera de lugar y me asusté porque no me quisieras ver más. Ella se sonrojó. — Eres muy tierno, tu novia debe pasarla bien todos los días. — Jeje, gracias, pero no soy de tener novias. — Ah, entiendo, tu novio. — Eh, ¡soy heterosexual! — ¡Oh, ah, qué pena, discúlpame! ¡No fue mi intención, lo siento! Déjeme invitarle algo de cenar por eso. — O mejor déjeme invitarle algo para recompensarte que te hiciera tener vergüenza. — Eres todo un caballero, ya que insistes, acepto. Soy el mejor galán de la historia. Salí del cementerio acompañado de mi reportera favorita, antes de cruzar la puerta ella toma una última foto, era un mural en el cual estaba grabado la frase: “En honor a los obreros del cementerio que perecieron exhaustos cavando la tumba del gordo Sammy”. Bajo la frase había un grafiti de un pokémon Diglett gigante entre dos pequeños Chanseys firmado por Juan. Llegamos a un restaurante llamado La Pizzada del Siciliano, aún así ambos acordamos que sería un buen lugar para cenar. Apenas entramos alguien más abre la puerta y embarra mi zapato por la lluvia, lo miro, un tipo con cara de italiano malo, de traje fino y una maleta, alzándome de valor y prepotencia le digo sin detenerme a pensar en las consecuencias: — Ay, perdóname, hermoso señorito, no era mi intención poner mi zapato bajo su suela. — Jeje, tranquilo buen hombre, no soy un mafioso, de hecho soy cubano, y nunca he rasguñado a nadie, amo al prójimo. — Oh, en ese caso te informo que eres un maldito cabrón, hijo de la gran puta, que si no se va para ayer recibirá una patada tan fuerte en el trasero que recordarás a la mamá de Fidel cada vez que te sientes. Salió apresurado, mi acompañante dejó notar una disimulada risa femenina, y se sonrojó. Allí dentro pedimos el menú, todo terminaba en “ini” o en “azzo”, ambos pedimos lo mismo: pizza a la culazzo di-vini. Estaba feliz por tener una cita en un restaurante italiano y no en uno criollo como en mi primera cita, donde el menú estaba escrito en papel de periódico y terminamos comiendo mondongo acompañado de cerveza ligera, y arepa raspá con chicharrón de postre, todo al ritmo de una música folklórica… colombiana, y sentados sobre cajas de cervezas que dejaban marcas en el trasero. Duré un mes con una publicidad de Polar Ice en las nalgas. Charlábamos alegremente, todo marchaba perfecto, hasta nos contábamos chistes sobre Sammy. — Sammy hundió al iceberg que hundió al Titanic. — Jajaja, muy bueno, Xavi, a ver yo: cuando le hacían la cesárea a la mamá de Sammy, el médico dijo: “Señora, le tengo malas y buenas noticias, la mala es que su bebé desapareció, la buena es que le descubrimos un tumor enorme a tiempo”. — Jajaja, eres una chica muy graciosa… y linda. — Debe ser por el Dog Chow — respondió sonrojada. Nos felicitamos por nuestro ingenio, expresando modestia ante los elogios del otro, luego sin querer la congratulé por su simpatía, y ella por mis ojos, y así seguimos hasta pactar una nueva cita. Sin duda la habíamos pasado muy bien y había algo de chispa entre nosotros. Al despedirnos miré al cielo y pensé: — Chavistas, no son tan malos después de todo. Y tú, Sammy, ¿quién iba a pensar que Tú me conseguirías una mujer? Je, sin duda tu muerte fue una gran alegría—. Caminé a mi sórdido apartamento mientras del cielo caían lágrimas de felicidad, una noche de invierno en una ciudad aún más fría. Fin