Conocí a Alex en un crossdress bar en Shinjuku. Yo había llegado temprano y lo vi en la entrada, parecía que estaba esperando a alguien. El bar estaba en el tercer piso de un pequeño edificio y el elevador no funcionaba. Por fuera estaba sucio y mal cuidado, por un momento creí que había regresado a la Ciudad de México, pero no, aún seguía en Tokio. Pasé de largo y no le hablé en ese momento, estaba más preocupada en pensar si me iban a entender los del bar. Recitaba lo que iba a decir en japonés mientras me preparaba para todas las posibles contestaciones. Al final no tuve problemas para contratar la opción de bebidas ilimitadas y me senté sola en la barra. A esa hora había pocas personas y aún no estaba lo suficientemente borracha para iniciar una conversación con alguien extraño, así que me dediqué a tomar. La cantinera platicó un rato conmigo, pero pronto se aburrió de tratar de decifrar lo que quería decirle. Alex entró un rato después, solo, y se sentó en una mesa cerca de la barra. No pasó mucho tiempo para que otros extranjeros se acercaran y empezaran a platicar con él. Alex parecía ser el que más hablaba. Después de oírles por unos minutos y tomar otro par de cócteles, me acerqué a su mesa y me senté con ellos. Recuerdo que Alex estaba discutiendo acerca de los males de la inmigración. Estaba convencido de que lo mejor para un país era no dejar entrar a nadie. En ese entonces Alex llevaba ya algunos meses viviendo en Japón, él era francés y había ido a estudiar un año por allá. Vivía en las afueras de Tokyo junto con otros estudiantes, pero no se llevaba bien con ninguno. No conocía los nombres de ninguno de sus compañeros de apartamento. Se la pasaba todo el tiempo fuera. En el día, cuando no tenía clases, paseaba por las calles de Tokio, en especial en Shinjuku y Shibuya. En las noches, venía al bar. La gente ya lo conocía por nombre y lo saludaba al entrar. Su discurso no duró mucho, poco a poco se fue cambiando el tema y terminamos hablando de otras cosas. Todos los de la mesa eran de diferentes partes y era interesante oír por qué habían venido a Tokio y al bar. Discutimos nuestros problemas con el idioma mientras viajabamos y lo difícil que era leer. Alex estuvo más calmado durante ese rato, pero se le veía contento. Los tragos y la noche fueron pasando y los miembros de la mesa se fueron yendo para poder alcanzar el último tren del día. Yo no tenía razón para apresurarme, así que me quedé con Alex. Seguimos discutiendo un tiempo sobre varias cosas, no estaba de acuerdo con la mayoría de sus opiniones, pero tampoco tenía ninguna intención de cambiarlas, sólo hablaba para pasar el rato. Después de tomar más, Alex me invitó a ir al karaoke. Pensé que iríamos a otra parte, pero el karaoke era también parte del bar. Estaba en el segundo piso y había menos personas que en el tercer piso. El sonido no estaba muy fuerte así que aún podíamos platicar sin problemas. Agarramos la tableta que se usa para elegir canciones. No teníamos la confianza de cantar nada en japonés, así que nos elegimos canciones en inglés. Encontré algunas canciones en español y Alex me convenció de cantar una. Incluso se ofreció a hacerlo conmigo, su pronunciación era peculiar, pero no mala. Se veía que disfrutaba cantar. Le sugerí cantar alguna canción en francés, pero no pareció convencido y siguió eligiendo canciones en inglés. No parecía muy arraigado a su lengua, me dijo unas frases para ver si podía entenderlas, pero después de eso siguió hablando en inglés. Entre canciones me contó un poco de qué es lo que hacía cuando estaba en Francia, de su papá, de su mamá y en especial de su hermana. Su padre y ella se habían peleado y sólo se hablaban ocasionalmente. Había dejado de vivir con ellos hace algunos años y sólo los veía en algunas ocasiones. Alex estaba del lado de su padre y culpaba a su hermana por tomar las decisiones equivocadas. —No importa lo que haga o cómo se vista, las cosas son como son y debería aceptarlo. Es lo que yo hago y lo que debería hacer todo el mundo—me dijo Alex en un momento. Eso lo siguió repitiendo casi toda la noche, parecía enojado y quizá frustrado. Su papá cada vez estaba de peor humor y se había vuelto más estricto con él. Su estancia en Japón había sido un descanso necesario. Podía hacer lo que quisiera sin tener que preocuparse por las palabras de nadie, pero sólo era un respiro momentáneo. Francia le seguía esperando y su regreso era inevitable. Después de gastar nuestras voces cantando un poco más, decidimos salir a tomar aire y comprar algo que comer. Salimos a la calle, el cielo estaba oscuro, pero cada rincón de las calles estaba iluminado. Era ya temprano, cerca de las cuatro de la mañana. Entramos a una tienda cercana. Un _combini_, una de esas tiendas en Japón que venden cualquier cosa que pudieras necesitar. Tomamos unos dulces y Alex compró un par de medias negras. Las que llevaba se le habían roto sin darse cuenta. Regresamos al bar, pero nos quedamos afuera comiendo dulces y disfrutando del poco silencio. No hablamos de nada, solo nos quedamos ahí hasta que se acabó lo que compramos. Hacía frío y Alex quería quedarse a fumar un cigarro. Yo no tenía ganas de oler humo, así que lo dejé solo. Entré al bar y seguí cantando canciones en español hasta que Alex regresó, tardó más de veinte minutos. Se veía un poco agitado. Después de cantar un poco me contó cómo se le acercó un hombre afuera. Estaba fumando también y platicaron un rato. Él venía de otro bar y el cigarro había sido más que nada una excusa para salir un rato. Mientras platicaban, Alex notó que se acercaba poco a poco, hasta que sin preámbulo lo besó y empezó a agarrarlo. Alex me contó esto sonriendo, como si fuera un chiste. Después de forcejear un poco logró safarse y entró de nuevo al edificio del bar. El hombre no lo siguió. No supe que decirle. Él siguió platicando, pidió más cerveza y eligio otra canción para el karaoke. Hice lo mismo y seguimos cantando hasta que nos avisaron de la última ronda y la gente que seguía del bar empezo a salir. Alex me preguntó cuánto tiempo más estaría y si pensaba regresar. Pero esa era mi última semana en Tokio. Repitió esa misma pregunta a todos los que iban saliendo, buscando algún compañero para la próxima ocasión, pero en ese momento no encontró ninguno. Caminamos a la estación del metro. Debiamos tomar líneas diferentes, pero la estación era la misma, me despedí de Alex y lo vi abordar su tren, sólo pensando en regresar a casa.