Al final.

Al final.

Al final.​

Cuando crees que todo acabó, cuando ya no queda nada por hacer y le sonríes a la sucia vida, en símbolo de un << ganaste, desgraciada >>. Allí está ella, arrullándote con la dulce melodía de un ataúd.
Y estás listo para dejar este mundo e ir a uno mejor. Donde dos puertas se abren para ti.
―Adam, ¿me estás escuchando? ―cuestiona la voz femenina al otro lado del auricular, sólo estás pendiente de no tirar al suelo las pesadas carpetas laborales que debes llevar al trabajo. Y en eso se basa tu vida, en ir y venir de hacer mandados, trabajar, ganar dinero, pagar deudas… ― ¡Adam!
No hubo respuesta, el chillido de los frenos de automóvil que tan cerca de llevarte al otro lado de la vida. Los papeles caen al suelo, tú escupes la goma de mascar y sigues el mismo rumbo de los dichosos documentos. La gente se acerca, otros miran, el conductor sale a ver cómo estás. Tu mente está en blanco, sólo logras tomar el celular y abrir lentamente tus labios.
―Alex, te llamaré más tarde… ―cuelgas ante la réplica que ella te da. Ves cómo el rostro pálido de la figura hermafrodita te sonríe distante, cruel y satisfactoriamente mientras atraviesa con su helado ser tu pecho, yendo quizá a verificar otra víctima que valiera la pena. Sonríes, sueltas una carcajada para la sorpresa de los que te ven y tratan de asistir.
Porque al final, nunca estamos tan mal como para que la muerte se tome la molestia de llevarnos a un lugar mejor.

Muchas gracias por leer, soy realmente feliz por ello.
¡Hasta otra!