Al descubierto

Esperar era la única opción.
La sangre del pelirrojo hervía dentro de su cuerpo. Podía sentir sus mejillas sonrojarse. Para él, esperar nunca era la mejor opción porque esperar, en su opinión, era una mera debilidad. Querer que las cosas se arreglasen por sí mismas.
La oscuridad lo envolvía todo y, si uno observaba bien, casi pareciera que la única luz en medio de la noche, eran los mismos ojos verde azules del joven que se ocultaba esperando, impacientemente, a que su enemigo (o quizás algún amigo) apareciera y le diera noticias de su aldea.
Odiaba haber tenido que huir. Él era el líder de su aldea y sabía perfectamente que, como el líder, debía protegerse, pero odiaba el no poder proteger a su gente; ansiaba pelear, más que nunca.
De pronto, escuchó un breve silbido. Sus ojos se abrieron ampliamente e intentó escudriñar en las sombras, buscando algún movimiento que delatara a lo que fuera que estuviera ahí.
-¡Ahhhhh! -Soltó un grito al observar que algo brincaba desde su espalda.
¡Era un gato!
Demonios. Pensó el pelirrojo. Acababa de delatar su posición sin saberlo. Seguramente alguien iría a buscarlo en su recién descubierto escondite, y probablemente, no sería un amigo.
Comenzó a moverse en medio de la noche. Sus movimientos eran rápidos a pesar de la enorme calabaza que cargaba en la espalda, sin la cual estaría perdido.
Se alejó lentamente y de pronto escuchó una explosión. Su corazón comenzó a latir a mil por hora al ver una estatua de su padre, el antiguo Kazekage, salir volando por los aires, totalmente despedazada.
Buscó con la vista el punto en el que la estatua solía estar y se quedó pasmado.
Su hermano estaba desmayado, o eso era lo que él esperaba y junto a él, una sonrisa malévola le lanzaba una mirada diabólica. Deidara lo tenía en la mira. Se había descubierto al detenerse a observar la escena.