Agridulce melodía.

Tema en 'Relatos' iniciado por Namida, 4 Febrero 2015.

  1.  
    Namida

    Namida Entusiasta

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    10 Septiembre 2011
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    176
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    Escritora
    Título:
    Agridulce melodía.
    Clasificación:
    Para niños. 9 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1055
    Para Aleksei, el joven músico que vive enamorado del violín y el piano.
    ~ ~ ~

    Consumida por la muerte escuchaba atentamente aquella melodía. Entornó la mirada ahogada en lágrimas. Desconocía la razón por la cual su alma se veía sucumbida en aquella amargura. Tan solo las sombras de su soledad abrazaban aquel cuerpo albino de seda. Los gélidos recuerdos ardieron en el fuego eterno, siendo así exiliados al olvido. En su interior tan solo quedó vacío y desesperanza. Un corazón de piedra sin sentimientos, podrido con el paso del tiempo. Y así es como dejó de latir, y ella de respirar.

    Solamente el sonido del violín podía revivir aquella alma difunta. Es por ello que cada noche se perdía en los bosques hasta encontrar aquel gran castillo victoriano de arte barroco, custodiado por inmensas gárgolas de imponente figura. Dejó de sentir temor alguno por sus opacos ojos, así que se alzaba valiente ante ellas, oculta entre las sombras. Permanecía inmóvil a un lado del gran balcón, pues sabía que en aquella habitación la música la esperaba. Pero ¿quién se ocultaba tras el dulce sonido de aquel violín? Hasta ahora eso había sido un misterio para ella.

    Fue bajo aquella noche enamorada cuando aquellos cansados ojos azules se fijaron en los de la doncella. Gracias a la luz de la Luna la joven dama pudo apreciar el brillo de su mirada enmarcada por unas profundas ojeras. Su tez era tan pálida como la suya. Quizá él también estuviese muerto, mas fue la frialdad de su cuerpo quien lo delató. Un escalofrío recorrió la espalda de la joven cuando el desconocido tomó su mano. Respiró hondo y cerró los ojos, dejándose llevar. Su mente la engañaba, le musitaba que no se preocupara.

    Conducida por sus delirios y deseos, no pudo soportar la tentación de acompañar al violín del joven con el armonioso sonido del piano. Le hubiese gustado tanto tener el valor suficiente para tararear con su angelical voz aquella melodía…, mas esta de dolor se quebró.
    Antes de que pudiese darse cuenta se veía sumergida en el dulce sueño eterno. Aceptó ser desterrada por siempre de la mortandad para poder gozar eternamente de cada nota, siendo así partícipe de la desdicha del joven músico, quien estaba condenado a ser por siempre esclavo del violín. Ella anhelaba formar parte de aquel absurdo teatro, de ser una simple marioneta más de la música como lo era él. No le importó aceptar las consecuencias que su ansiado deseo conllevaba si así podía disfrutar por siempre de su amado y su música.

    ¿Qué era la eternidad si no la ausencia del tiempo? Y entonces, ¿qué importaba lo que sucediese fuera de aquellas paredes?
    Cada Luna Llena ambos celebraban un baile de máscaras. Bailaban y bailaban toda la noche al son de la música mientras sus corazones tocaban. La joven dama se ocultaba tras un antifaz de plata. Sus largos y ondulados cabellos, tan blancos como la nieve, caían desordenados tras su espalda. Lucía un gótico vestido negro con corsé que contrastaba con su claro color de piel, tan sencillo como elegante. Mas sin duda eran sus ojos grisáceos quienes acaparaban todo el protagonismo de la belleza de la joven. Sus finos y delicados rasgos, la expresión de su triste mirada bajo aquella máscara lo cautivaban. Él, por el contrario, tenía un semblante inexpresivo e inánime. Tan solo cuando ambos tocaban sus labios cortados y amoratados esbozaban una sonrisa. Tan solo cuando ella lloraba él derramaba lágrimas. Tan solo su amada podía devolverle la vida a aquel alma en pena que vagaba allá donde la música lo guiara.

    Junto a ellos danzaban aquellas ánimas perdidas, encarceladas en aquel fúnebre castillo. Hermosas jóvenes presas de sueños y lujuria, castigadas a una eternidad en soledad, víctimas de sus sucios deseos. Y desde entonces cumplen la condena, el precio por un momento de frenesí y satisfacción. Sordas que no lograron escuchar el sonido del violín, quien las advertía. Ignorantes que no supieron ver más allá de un cuerpo albino, de sus lúgubres fantasías.

    La tenuidad de la niebla rodeaba en un halo blanco aquel palacio barroco. En él la humedad se infiltraba, helando hasta la más recóndita esquina. La nieve vestía el lóbrego castillo de blanco cada vez que los labios de la dama se encontraban con los de su amado, mas cuando aquella efímera pasión moría al caer el día ella lloraba, dando así inicio a la tormenta que volvería a dejar al castillo de luto. En aquel lugar el manto grisáceo de las nubes nunca dejaba espacio para la luz. En su lugar, la oscuridad hacía prisionera la inmensa y ambigua estructura, rodeada por la densidad del bosque y sus gigantescos árboles. Solamente ella sabía los grandes secretos que se ocultaban bajo sus copas. Ella, que había sido fiel compañera de las ratas cuando aún viva se paseaba en barca por los ríos de Venecia.

    El silencio era amo del lugar hasta la llegada de la joven. Su delicada voz derretía el corazón helado del príncipe del castillo. La única con la capacidad de hacerlo palpitar. Y así es como él tocaba, para revivir aquel corazón pétreo que la retenía en la mortandad.

    Nunca supo si realmente el amor que sentía se debía a cada nota que musitaba del violín, si fue por el simple gozo de aquella melodía la razón por la cual ella construyó aquellas cadenas que la retenían en aquel lugar. Tal vez fuese él el pecador, el culpable de convertirla en un títere más de la música.

    El único ser al que su violín no pudo atrapar, la única inmune a su poder. Pues pese que ella también fue presa del músico como todas las demás, el violín del joven se enamoró del sonido del piano de la dama, y él de aquel corazón de piedra que hasta ahora jamás había aprendido a amar en clave de Sol.

    Y en la inmensidad de las sombras, encerrada en aquel laberinto de pasillos, su cálida voz sigue susurrando el nombre de su amado, dulce y añorado. <<Aleksei…>>

    Violín y piano, silencio. Piano y violín, ssh…
     
    Última edición: 4 Febrero 2015
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