Acteón

Acteón.

El ocaso lentamente nacía por entre las azules montañas. El bosque entero parecía exhalar sus olores más y más.

Un muchacho, como de unos catorce a lo menos caminaba por el lugar, rompiendo ramas, tanto para abrirse paso como para entretenerse en algo.

Estaban en el monte Citarón ¡siempre había buena caza! Sin embargo, Acteón, que así se llamaba el chico que caminaba en solitario, no había tenido buena suerte, así que en lugar de quedarse a ver como sus compañeros se repartían el botín en el que no había participado, se fue. No fuese que se les ocurriera sentir conmiseración por el y le dieran un trozo por lo mismo .No, Acteón no estaba para recibir” limosnas”. Había sido educado por Quirón en el arte de la caza y de otras asignaturas en general, pero la caza era lo que le atraía más. Se podría decir que era el mejor del grupo. Su acomodada familia real de Tebas no paraba de proclamarlo, haciendo que al muchacho se le subieran un poco los humos.

Pero ese día no había conseguido nada. Tenía hambre, pero antes de doblegar su orgullo, prefería morir por falta de comida. Sus hermosos ojos cafés asintieron a la idea.

La túnica blanca se desgarraba por los tirones de la flora del lugar y las sandalias nuevas y decoradas con hermosas labores de su madre se anchaban de barro por la humedad, producto de la horrible lluvia de la tarde. El cabello entre rubio y castaño tenía ramitas por aquí y allá, incluso su perfecta nariz respingada y sus mejillas rosadas por el ejercicio habían sido dañadas por arañazos. Nunca había estado en peor situación.

En eso, oyó unas risillas femeninas . Se preguntó si una bella señorita estaba siendo molestada o necesitaba compañía. Se acerco con cuidado para no asustar a nadie, y sin hacer ruido observo.

Varias muchachas jóvenes y hermosas danzaban o hacían coronas de flores para adornarse. Sus vestidos eran variados, pero todos tenían algún detalle plateado, al igual que un broche en sus cabellos en forma de luna. Debajo de un árbol estaban amontonados varios arcos. En medio de todo esto, el varón pudo observar a una preciosa mujer, la más bonita que había visto en su vida, bañarse .

La doncella tenía un cabello café obscuro, piel blanca y unos grandes ojos negros. Estaba soltando su cabello de un chongo. Debía estar cazando, pues habían presas en otro rincón, además de que llevaba un arco de oro y plata aún en la mano.

La túnica decorada con hilillos de plata, oro y bronce cayó por fuerza de una de las ninfas. Acteón pudo ver la desnudez perfecta de esa mujer, su piel suave, tersa , rosa, proporcionada… su figura era equilibrada en comparación (inclusive mucho más) que la de cualquier mujer que hubiera visto, superior a las más bellas de su lugar de origen.

De repente, un pensamiento recorrió su mente. Su padre le había advertido que la diosa Artemisa cazaba mucho en ese monte. Cuando se descansaba y así lo deseaba, tomaba un baño con sus ninfas.

Esa mujer era una diosa entonces. Acteón sabía que no debía seguir viendo su desnudez prohibida, pero no podía apartar la vista.

De pronto la diosa volteó al lugar dónde se encontraba el mirón. Usó su poder y lo atrajo hacia ella, mientras las ninfas la cubrían, espantadas por la presencia de un hombre.

No se dijo nada, sólo movió su mano para alejar y castigar a el tebano. El corrió y corrió , poco a poco sus piernas eran más veloces y ágiles. Cuando por fin paró fue para tomar agua a una fuente. Al querer tomar agua, en las transparentes aguas se veía una cara…que no era suya. Era un ciervo con astas. Probó varias veces para cerciorarse, pero era lo mismo.

El era el venado.

Sentía la presencia de sus perros y compañeros, la desesperación se apoderó de el, trató de tranquilizarse, pero no lo lograba. ¿Iría con Quirón? ¿Se internaría en el bosque?¿ Le pediría perdón a la diosa de la caza? Daba círculos lastimándose las patas, piel y cornamenta, casi loco de pánico.

Entonces vio a los perros acercarse por las sombras de los árboles. Empezó a correr como rayo, lo más rápido que podía.

Duró mucho tiempo así, perseguido. Ahora entendía a sus presas, ahora que el era uno. Su perro más fiel fue el primero en lanzarse y herirlo. El, la mascota que Acteón más amaba, con la que había vivido tantas cosas lo atacaba ahora, deseoso de llevarle la cacería a su amo. Los demás canes le siguieron, con el mismo pensamiento que el principal.

El chico sentía los colmillos encajarse en su piel, la sangre manaba por doquier. Intentó comunicarse con sus compañeros animales, pero estos estaban tan excitados tratando de matarlo que lo ignoraban. A un lado pudo ver a Artemisa, diciendo algo a los perros.

Cuando los compañeros humanos de Acteón llegaron, sólo había huesos y pellejo.



Buscaron al noble día y noche, los animales estaban arrepentidos. Tal vez su amo estaría enojado con ellos por comerse a su trofeo.

Aullarón lastimeramente hasta que el sabio centauro Quirón hizo una escultura igual a su alumno, le puso sus vestiduras y se la llevó a los canes, que pensarón que era su dueño.

Lo cierto es que Acteón ya nunca más volvió.

 

Muchas gracias por comentar, Dororo y Shiny, trate de hacer lo mejor que pude, tratar de imaginarme en la situacón de Acteón...
Agradezco también a Athenos el pasarse por aquí.